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lunes, 9 de octubre de 2023
SHOWCASE PRESENTS: THE UNKNOWN SOLDIER Vol.1
De a poquito y con paciencia, me bajé las casi 550 páginas de este masacote que republica las primeras 38 historietas del Unknown Soldier, todas aparecidas entre 1970 y 1975 en los nºs 151 a 188 de la revista Star-Spangled War Stories. Salvo alguna que otra excepción, son todas historias autoconclusivas y ninguna tiene más de 14 páginas.
Lo primero que hay que destacar es que las 10 primeras historietas las dibuja Joe Kubert a un nivel glorioso, en su estilo más moderno, más dinámico, pensado más para impactar que para agradar. Kubert era el editor de SSWS, es el creador del Unknown Soldier y en las primeras aventuras oficia de guionista y dibujante, con una libertad absoluta. Solo por estas páginas de Kubert (potenciadas por la posibilidad de apreciarlas en blanco y negro) se justifica tener el libro. Pero hay más.
A partir del quinto episodio, Kubert trae un guionista. Y no es Robert Kanigher (que aparece en el tomo, pero con un aporte muy menor), sino Bob Haney. Sí, el demente que escribía esas aventuras bizarras en Brave & the Bold, Teen Titans, Metamorpho y demás. Pero acá me saco el sombrero: los guiones de Haney tienen un nivel promedio más que decente, y un par ("Invasion Game" y "Totentanz") son brillantes. Haney se va a quedar al frente de la serie cuando Kubert deje de dibujarla, y aportará un episodio para que dibuje el maestro Doug Wildey (acá un poco más contenido que cuando le daban para dibujar historias del Far West) y dos para otra bestia como era Dan Spiegle. Acá me encontré a un Spiegle también muy ubicado, sin excesos, casi como si quisiera "ocultar" su estilo en favor de la claridad del relato. Hasta tiene secuencias que parecen dibujadas por Kubert o -para ser justos- por alguno de sus alumnos más aventajados, tipo Timothy Truman. Haney se queda incluso para escribir los dos primeros episodios de la larga etapa de Jack Sparling como guionista, y el primero de ellos ("Witness for a Coward") es excelente.
Yo suelo putear mucho cada vez que me aparecen historietas dibujadas por Sparling en los títulos setentosos de DC, y hoy no va a ser la excepción. El turro deja la vida en su primer episodio y para el segundo ya es cualquier cosa. Inexplicablemente, el tipo derrapa hacia un mamarracho que no le hace la menor justicia a los guiones y en total dibuja... ¡18 entregas! Casi medio libro te tenés que fumar a un dibujante que evidentemente no le ponía ni un gramo de amor al trabajo. Durante la "era Sparling" llega como editor y guionista el maestro Archie Goodwin y también escribe unas cuantas historias muy buenas (entre ellas clásicos como "Legends Don´t Die" o "Appointment in Prague"), pero el dibujo de Sparling desluce mucho el resultado final.
Cuando Goodwin deja los guiones entra en escena Frank Robbins, que va a intentar sin éxito armar arcos argumentales de más de un capítulo, y hasta nos va a presentar a una especie de contracara nazi del Unknown Soldier, también con resultados tirando a pobres. No es que todo lo que escribe Robbins sea choto, pero entre que tiene que suceder a un grosso como Goodwin y que para esa altura uno ya está hinchadísimo las bolas de padecer los dibujos de Sparling, es una etapa sumamente prescindible.
Finalmente, en el nº183 entra como editor el maestro Joe Orlando y cambia todo: las historias, si bien se mantienen en el contexto de la Segunda Guerra Mundial, suman una arista más afín al género del terror y además llegan nuevos autores: un joven David Michelinie tomará los guiones y el filipino Gerry Talaoc tendrá a su cargo los dibujos. Michelinie no apesta ni la descose, y le va un poco mejor que a Robbins cuando intenta hilar varios relatos para armar una especie de arco argumental. Y Talaoc (extraña cruza entre Carlos Giménez, Alex Niño y los dibujantes españoles de línea clásica), sin ser genial, es claramente mejor que Sparling. El mejor episodio de esta dupla es, claramente, el que cierra este primer Essential. Tengo el segundo comprado, sin leer. El año que viene le voy a entrar, a ver con qué me encuentro.
En general, con el Vol.1 la pasé bien. Hay momentos en los que las misiones que le encomiendan al Unknown Soldier involucran peligros tan extremos, que decís "boludo, llamen a un superhéroe, no a un tipo común entrenado para ser re-poronga". No hace falta que sea el Spectre, o Green Lantern, con Hourman o Atom nos arreglamos. Pero claro, esto es de principios de los ´70, cuando las aventuras bélicas de DC estaban ambientadas en Tierra-1, la realidad en la que los superhéroes aparecieron unos 10-15 años después de terminada la Segunda Guerra Mundial. Después, cuando se unifican las tierras y los héroes de los comics bélicos co-existen en tiempo y espacio con la Justice Society, la lógica de estos relatos se deshilacha hasta hacerse absurda. Por eso siempre está bueno leer los comics en su contexto.
Nada más, por hoy. Gracias por el aguante y nos reencontramos en unos días, acá en el blog.
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viernes, 11 de noviembre de 2016
TOCO Y ME VOY (A SAN LUIS)
Como aquel 07/07/15, la historieta me transporta al México de Pancho Villa, pero esta vez visto desde los ojos de un autor estadounidense. Poca gente lo sabe, pero Joe Kubert llegó a realizar dos álbumes de Abraham Stone: el que tiene todo el mundo, y este, que fue publicado por Marvel en 1995, cuando agonizaba el sello Epic y ya más que un sello era una palabrita abajo del logo de Marvel.
En su segunda aventura, Abraham Stone va a ir a parar a México, y a involucrarse con Francisco Villa y su ejército revolucionario, para participar de un hecho ampliamente registrado en la historia yanki, como fue la invasión por parte de Villa al pueblo de Columbus, New Mexico, hace 100 años y monedas, el 9 de Marzo de 1916. Como le suele pasar a Dago en sus aventuras de mayor raigambre histórica, Abraham está medio de adorno. El esfuerzo de Kubert no pasa por orquestar un conflicto creíble (porque lo toma de la realidad) sino por explicar qué catzo hace su héroe ahí metido y cómo lograr que lo que hace este Juan Carlos Nadie de pronto tenga peso en el desenlace de un hecho de esta magnitud. Y –forzando un toque el verosímil- el viejo maestro lo consigue.
De todos modos, lo más atractivo no pasa tanto por la trama, sino por la forma en que Kubert trabaja al personaje de Pancho Villa. Dónde se para, cuánta distancia toma, hasta qué punto nos invita a ver la situación desde el punto de vista de este hombre iracundo, despiadado, que tenía todas las fichas para convertirse en el villano grosso de la historia y sin embargo… Kubert le reserva otro rol. El dibujo, majestuoso, sin palabras. Está coloreado medio al voleo por el estudio del manager del Viejo Joe (su eterno amigo Ervin Rustemagic, protagonista de Fax From Sarajevo), pero se ve bastante bien. Igual, el día que alguien edite esto en blanco y negro, me vuelve a esquilmar. Abraham Stone: The Revolution puede no ser la joya más brillante en la corona de Joe Kubert, pero sí una de las que pasó más desapercibidas, y bueno, desde acá, cuando se puede, tratamos de hacer justicia.
También en Julio de 2015 (más precisamente el día 20), veíamos en el blog el primer tomo de La Senda del Errante, la creación del guionista chileno Germán Valenzuela, acompañado por varios dibujantes. Ahora le entré al segundo tomo, donde el rubro gráfico se ve mucho mejor. Arrancamos con un dibujante flojito, Fabián Sáez, pero en el segundo tramo tenemos a un inspirado Luis Inzunza apoyado por las tintas de Danny Jiménez. Le sigue el correcto Sebastián Lizana, y sobre el final regresa Inunza, ahora un poco más apurado, con menos tiempo o menos pilas para dedicarle a cada viñeta, especialmente a los fondos, pero sin derrapar.
El guión de Valenzuela tiene una única falla: explicita poco lo sucedido en el tomo anterior, como si todos los lectores de Pecados conocieran de memoria los sucesos del Vol.1. El resto está muy bien, es una continuación muy sólida de la historia original, apoyada en una venganza que tiene que ver con la búsqueda de verdad, memoria y justicia, que además aprovecha muy bien la época en la que está ambientada (mediados de los años ´50) y se toma su tiempo para desplazar el foco del Errante y desarrollar de modo muy consistente a Margarita Cárdenas, la verdadera protagonista de esta segunda entrega. Hay más hijos de puta a los que boletear, así que espero el tercer libro.
Y cierro con una fugaz mención al Vol.4 de Lucha Peluche, la gloriosa tira de El Niño Rodríguez (quizás lo mejor que dio Argentina en materia de tiras cómicas en lo que va del siglo), que por suerte Ediciones De la Flor sigue recopilando aunque ya no se publique en ningún lado y no tenga hordas de fans. En Lucha Peluche, el Niño destripa una a una todas las miserias de la vida contemporánea, desde cosas obvias como la desigualdad entre ricos y pobres hasta sutilezas como el culto a la belleza, la superficialidad, los freeganos, los emos, los adictos a los celulares, la inseguridad, el erotismo, la falsa sensación de libertad y la feroz manipulación que hacen los medios de comunicación de lo que sucede en la realidad. Y todo eso con reflexiones humorísticas, o chistes “de los de antes”, de esos que van a un remate que te hace explotar de la risa. Sumale un dibujo originalísimo y brillante y tenés una tira absolutamente fundamental, a la que (lamentablemente) no se le da la bola que se merece.
Nos vemos este finde en la San Luis Comic Con y volvemos la semana que viene con más reseñas.
En su segunda aventura, Abraham Stone va a ir a parar a México, y a involucrarse con Francisco Villa y su ejército revolucionario, para participar de un hecho ampliamente registrado en la historia yanki, como fue la invasión por parte de Villa al pueblo de Columbus, New Mexico, hace 100 años y monedas, el 9 de Marzo de 1916. Como le suele pasar a Dago en sus aventuras de mayor raigambre histórica, Abraham está medio de adorno. El esfuerzo de Kubert no pasa por orquestar un conflicto creíble (porque lo toma de la realidad) sino por explicar qué catzo hace su héroe ahí metido y cómo lograr que lo que hace este Juan Carlos Nadie de pronto tenga peso en el desenlace de un hecho de esta magnitud. Y –forzando un toque el verosímil- el viejo maestro lo consigue.
De todos modos, lo más atractivo no pasa tanto por la trama, sino por la forma en que Kubert trabaja al personaje de Pancho Villa. Dónde se para, cuánta distancia toma, hasta qué punto nos invita a ver la situación desde el punto de vista de este hombre iracundo, despiadado, que tenía todas las fichas para convertirse en el villano grosso de la historia y sin embargo… Kubert le reserva otro rol. El dibujo, majestuoso, sin palabras. Está coloreado medio al voleo por el estudio del manager del Viejo Joe (su eterno amigo Ervin Rustemagic, protagonista de Fax From Sarajevo), pero se ve bastante bien. Igual, el día que alguien edite esto en blanco y negro, me vuelve a esquilmar. Abraham Stone: The Revolution puede no ser la joya más brillante en la corona de Joe Kubert, pero sí una de las que pasó más desapercibidas, y bueno, desde acá, cuando se puede, tratamos de hacer justicia.
También en Julio de 2015 (más precisamente el día 20), veíamos en el blog el primer tomo de La Senda del Errante, la creación del guionista chileno Germán Valenzuela, acompañado por varios dibujantes. Ahora le entré al segundo tomo, donde el rubro gráfico se ve mucho mejor. Arrancamos con un dibujante flojito, Fabián Sáez, pero en el segundo tramo tenemos a un inspirado Luis Inzunza apoyado por las tintas de Danny Jiménez. Le sigue el correcto Sebastián Lizana, y sobre el final regresa Inunza, ahora un poco más apurado, con menos tiempo o menos pilas para dedicarle a cada viñeta, especialmente a los fondos, pero sin derrapar.
El guión de Valenzuela tiene una única falla: explicita poco lo sucedido en el tomo anterior, como si todos los lectores de Pecados conocieran de memoria los sucesos del Vol.1. El resto está muy bien, es una continuación muy sólida de la historia original, apoyada en una venganza que tiene que ver con la búsqueda de verdad, memoria y justicia, que además aprovecha muy bien la época en la que está ambientada (mediados de los años ´50) y se toma su tiempo para desplazar el foco del Errante y desarrollar de modo muy consistente a Margarita Cárdenas, la verdadera protagonista de esta segunda entrega. Hay más hijos de puta a los que boletear, así que espero el tercer libro.
Y cierro con una fugaz mención al Vol.4 de Lucha Peluche, la gloriosa tira de El Niño Rodríguez (quizás lo mejor que dio Argentina en materia de tiras cómicas en lo que va del siglo), que por suerte Ediciones De la Flor sigue recopilando aunque ya no se publique en ningún lado y no tenga hordas de fans. En Lucha Peluche, el Niño destripa una a una todas las miserias de la vida contemporánea, desde cosas obvias como la desigualdad entre ricos y pobres hasta sutilezas como el culto a la belleza, la superficialidad, los freeganos, los emos, los adictos a los celulares, la inseguridad, el erotismo, la falsa sensación de libertad y la feroz manipulación que hacen los medios de comunicación de lo que sucede en la realidad. Y todo eso con reflexiones humorísticas, o chistes “de los de antes”, de esos que van a un remate que te hace explotar de la risa. Sumale un dibujo originalísimo y brillante y tenés una tira absolutamente fundamental, a la que (lamentablemente) no se le da la bola que se merece.
Nos vemos este finde en la San Luis Comic Con y volvemos la semana que viene con más reseñas.
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viernes, 13 de noviembre de 2015
13/ 11: TEX: EL JINETE SOLITARIO
Poco conocido en Argentina, Tex Willer es uno de los personajes más famosos de Italia. Creado en 1948 por Gianluigi Bonelli, sus aventuras se publican aun hoy con muchísimo éxito y a pesar de haber pasado por las manos de decenas de autores, nunca necesitó un reboot. El motivo es tan simple como incomprensible: en casi 70 años de aventuras, Tex casi no avanzó un milímetro. Los guionistas vienen y se van, pero todos respetan una consigna básica: el personaje no puede cambiar en lo más mínimo nunca, pase lo que pase, de tal modo que TODAS las historias, de TODOS los autores y TODAS las épocas se puedan leer en cualquier orden. No hay villanos recurrentes, no hay personajes secundarios y creo (no estoy seguro) que nadie se tomó la molestia de indagar en el pasado de este héroe impoluto, que parece estar clavado en una edad indefinida entre los 30 y los 35 años.
Esto pareciera garantizar una serie inocua, anodina, embolante, pero cada tanto la editorial Bonelli deja que algún autor grosso meta mano en el dibujo para algún tomo especial, y ahí es cuando Tex se vuelve relevante, aunque sea un ratito. Uno de los grandes dibujantes que aceptaron cargarse al hombro 220 páginas de Tex fue el maestro Joe Kubert, y los sellos chilenos Acción y Shazam! Hicieron un team-up para editar esa aventura en el país vecino.
El guión de Claudio Nizzi está armado en base a la típica venganza del tipo bueno al que le matan a sus seres queridos. Tex tendrá 220 páginas para capturar a los asesinos de su amigo Ethan Colter y su familia (que por supuesto no habían aparecido en ninguna aventura previa) que son cuatro, como en Dago. De hecho las similitudes con Dago son muchas. Las primeras 30 páginas nos muestran la masacre que perpetran los cuatro villanos en el rancho de los Colter y la primera escaramuza con Tex, que trata sin éxito de capturarlos. Los malos se separan, y el héroe decide ir a buscarlos uno por uno.
Frank, el más jodido de los asesinos, es el primero en caer tras 60 páginas muy interesantes, en las que Tex se enfrenta a la corrupción de un sheriff que juega para los malos. En una aventura supuestamente conservadora, que el héroe tenga que confrontar con la autoridad es casi revolucionario. Durante las siguientes 54 páginas, Tex (que parece no ensuciarse ni bañarse nunca, a quien vemos cabalgar cuatro días por el desierto sin que le crezca ni la sombra de la barba) va contra Luke Thorpe, otro de los asesinos de su amigo, a quien Nizzi se toma un buen tiempo para presentarnos como un tremendo sorete. La cacería de Russ, el tercero de los malhechores, le toma apenas 34 páginas y –de nuevo- involucra a un sheriff medio tránsfuga. Y en las últimas 30 páginas, será el turno de Jako, el indio, cuarto y último de los asesinos. Los cuatro terminan muertos, aunque Tex no mata a ninguno.
Así, con míseros cinco cuadritos a modo de epílogo, termina una saga intensa en la que el ritmo se acelera o se ralentiza varias veces, como si Nizzi fuera regulando para no quedarse sin nafta antes de la página 220. El héroe, dentro de todo, cobra bastante, pero sobrevive a unos peligros realmente excesivos, que conspiran contra el verosímil de la obra. Por suerte el guionista se esfuerza por ponerle onda a los villanos y a algunos secundarios.
Igual el atractivo está (y me animo a pecar de obvio) en el dibujo del Viejo Joe, cuyo regreso al western (género en el que incursionó en los ´50) es definitivamente triunfal.Con una puesta en página muy clásica, con bastantes viñetas mudas, Kubert sale airoso del extenso esfuerzo narrativo. En el dibujo, despliega todas sus técnicas para combinar blancos y negros, desde cross-hatchings imposibles logrados con plumín hasta tramas mecánicas aplicadas con criterio y buen gusto. Los fondos, los climas, las expresiones faciales, la reconstrucción histórica son todos puntos altos en un trabajo impresionante del papá de Adam y Andy.
Si te chupa un huevo Tex, si nada te importa menos que ver a un cowboy “de los de antes” perseguir forajidos por las planicies, desiertos y montañas del Far West, si el argumento te parece remanido o poco profundo, no te calentés: Joe Kubert deja la vida en cada viñeta para que disfrutes de la lectura de este tomo. El guión tiene su aciertos, pero la labor de Kubert es sensacional y justifica ampliamente el laburo de sentarse a leer “una de combóis”, como decía mi abuelo Beto.
Esto pareciera garantizar una serie inocua, anodina, embolante, pero cada tanto la editorial Bonelli deja que algún autor grosso meta mano en el dibujo para algún tomo especial, y ahí es cuando Tex se vuelve relevante, aunque sea un ratito. Uno de los grandes dibujantes que aceptaron cargarse al hombro 220 páginas de Tex fue el maestro Joe Kubert, y los sellos chilenos Acción y Shazam! Hicieron un team-up para editar esa aventura en el país vecino.
El guión de Claudio Nizzi está armado en base a la típica venganza del tipo bueno al que le matan a sus seres queridos. Tex tendrá 220 páginas para capturar a los asesinos de su amigo Ethan Colter y su familia (que por supuesto no habían aparecido en ninguna aventura previa) que son cuatro, como en Dago. De hecho las similitudes con Dago son muchas. Las primeras 30 páginas nos muestran la masacre que perpetran los cuatro villanos en el rancho de los Colter y la primera escaramuza con Tex, que trata sin éxito de capturarlos. Los malos se separan, y el héroe decide ir a buscarlos uno por uno.
Frank, el más jodido de los asesinos, es el primero en caer tras 60 páginas muy interesantes, en las que Tex se enfrenta a la corrupción de un sheriff que juega para los malos. En una aventura supuestamente conservadora, que el héroe tenga que confrontar con la autoridad es casi revolucionario. Durante las siguientes 54 páginas, Tex (que parece no ensuciarse ni bañarse nunca, a quien vemos cabalgar cuatro días por el desierto sin que le crezca ni la sombra de la barba) va contra Luke Thorpe, otro de los asesinos de su amigo, a quien Nizzi se toma un buen tiempo para presentarnos como un tremendo sorete. La cacería de Russ, el tercero de los malhechores, le toma apenas 34 páginas y –de nuevo- involucra a un sheriff medio tránsfuga. Y en las últimas 30 páginas, será el turno de Jako, el indio, cuarto y último de los asesinos. Los cuatro terminan muertos, aunque Tex no mata a ninguno.
Así, con míseros cinco cuadritos a modo de epílogo, termina una saga intensa en la que el ritmo se acelera o se ralentiza varias veces, como si Nizzi fuera regulando para no quedarse sin nafta antes de la página 220. El héroe, dentro de todo, cobra bastante, pero sobrevive a unos peligros realmente excesivos, que conspiran contra el verosímil de la obra. Por suerte el guionista se esfuerza por ponerle onda a los villanos y a algunos secundarios.
Igual el atractivo está (y me animo a pecar de obvio) en el dibujo del Viejo Joe, cuyo regreso al western (género en el que incursionó en los ´50) es definitivamente triunfal.Con una puesta en página muy clásica, con bastantes viñetas mudas, Kubert sale airoso del extenso esfuerzo narrativo. En el dibujo, despliega todas sus técnicas para combinar blancos y negros, desde cross-hatchings imposibles logrados con plumín hasta tramas mecánicas aplicadas con criterio y buen gusto. Los fondos, los climas, las expresiones faciales, la reconstrucción histórica son todos puntos altos en un trabajo impresionante del papá de Adam y Andy.
Si te chupa un huevo Tex, si nada te importa menos que ver a un cowboy “de los de antes” perseguir forajidos por las planicies, desiertos y montañas del Far West, si el argumento te parece remanido o poco profundo, no te calentés: Joe Kubert deja la vida en cada viñeta para que disfrutes de la lectura de este tomo. El guión tiene su aciertos, pero la labor de Kubert es sensacional y justifica ampliamente el laburo de sentarse a leer “una de combóis”, como decía mi abuelo Beto.
miércoles, 17 de diciembre de 2014
17/12: JOE KUBERT PRESENTS
Este masacote de más de 300 páginas reúne los seis números de Joe Kubert Presents, una antología coordinada por el veterano maestro, que se empezó a publicar días después de su fallecimiento, en Agosto de 2012. Por suerte Kubert y sus asistentes habían empezado a trabajar en 2009, con lo cual para la muerte del maestro estaban terminadas casi todas las historietas que componen la antología. Veamos qué hay.
El primer golpe que nos asesta el Viejo Joe es una historieta de 22 páginas en las que reformula el origen de Hawkman y Hawkgirl y nos cuenta una nueva versión de cómo llegan a la Tierra y cuál es su misión en este planeta. Obviamente esto no es parte de ninguna continuidad, pero es notablemente mejor que el origen de los ´60. Kubert escribe, dibuja, entinta y colorea una historia bellísima, que gana fuerza con el correr de las páginas y llega a un final que le hubiese encantado dibujar a Burne Hogarth.
Casi de keruza, de a poquitas páginas por número, Kubert también nos cuenta la historia de Spit, un chico huérfano, sumido en la miseria, que terminará embarcado en un buque ballenero de los que surcaban los mares a mediados del Siglo XIX. Se nota que es una historia pensada para muchas más páginas y que el maestro apenas logró esbozarla. Tiene un tono bien decimonónico, de novela de Charles Dickens, y casi todas las páginas están resueltas sin tinta, sólo con lápiz y algún efecto de iluminación logrado con témpera blanca. Visualmente esto es majestuoso, desde la reconstrucción de época hasta la expresividad a flor de piel que nos transmite ese lápiz bien crudo, bien salvaje.
En 1983, Kubert planificó una maxiserie de 12 números para DC que se anunció, pero jamás salió. Cuando el maestro la abandonó para concentrarse en otros trabajos, tenía tres episodios de The Redeemer terminados y acá por fin los podemos leer, más de 30 años tarde. El guión está bien, tiene una estructura muy clásica, barnizada con alguna idea más loca, algún vínculo sutil con el DCU y algún concepto que trasciende la mera aventura del bueno que le gana a los malos. Y el dibujo (de nuevo) te descoloca la mandíbula. Son 70 páginas al recontra-palo, con el Viejo dejando la vida en cada viñeta y en cada secuencia.
El Sargento Rock no podía faltar, y Kubert dibuja (como los dioses) una breve historia escrita por Paul Levitz, que funciona como doble homenaje: a los caídos en el Día D, y al propio Rock, como ícono del comic bélico.
Otro unitario lindo es The Biker, 13 páginas escritas y dibujadas por el prócer, que no desentonarían en una antología de terror, misterio o suspenso como las que cada tanto publica Vertigo.
Después hay otros dos unitarios cortitos, co-escritos por Kubert. The Ruby es una especie de pre-Secret Origin de Sargon the Sorcerer, muy raro, con muy buenos dibujos de Henrik Jonsson. Y finalmente, las 8 paginitas de Devil´s Play (co-escritas y dibujadas por el notable Brandon Vietti) funcionan como homenaje de Kubert al glorioso Jack Kirby, con Kamandi y Etrigan como protagonistas.
Y además de lucirse como guionista, dibujante, colorista, etc., el maestro Kubert invita a jugar a su revista a otros dos artistas a los que tiene en alta estima. Uno es Brian Buniak, un historietista muy dotado para la sátira al estilo MAD de los ´50. Buniak aporta una historia larga y dos cortitas de Angel and the Ape, una extraña comedia detectivesca surgida en los ´60, siempre en las márgenes del “canon oficial” del Universo DC. Y funciona, es todo muy gracioso y te deja con ganas de leer más.
El otro invitado es el veterano Sam Glanzman, habitual colaborador de las revistas bélicas en la época en las que Kubert era el coordinador. Glanzman explora dos vertientes: comics documentales repletos de data sobre barcos, submarinos y batallas de la Segunda Guerra Mundial (con el dibujo muy subordinado a extensos choclos de texto) y comics autobiográficos donde narra sus propias experiencias como marinero en un buque de guerra yanki durante dicho conflicto. A pesar de algún golpe bajo (y de un dibujo por momentos precario), estas últimas historias son realmente fuertes, impactantes y conmovedoras.
Aventura clásica de alto vuelo, misterio, guerra, comedia, drama, twists extraños a los orígenes de algún superhéroe… esto tiene de todo menos obviedades. Y como casi todo está dibujado a un nivel altísimo, por uno de los grandes maestros de la historia del Noveno Arte, hay que tenerlo, de una.
El primer golpe que nos asesta el Viejo Joe es una historieta de 22 páginas en las que reformula el origen de Hawkman y Hawkgirl y nos cuenta una nueva versión de cómo llegan a la Tierra y cuál es su misión en este planeta. Obviamente esto no es parte de ninguna continuidad, pero es notablemente mejor que el origen de los ´60. Kubert escribe, dibuja, entinta y colorea una historia bellísima, que gana fuerza con el correr de las páginas y llega a un final que le hubiese encantado dibujar a Burne Hogarth.
Casi de keruza, de a poquitas páginas por número, Kubert también nos cuenta la historia de Spit, un chico huérfano, sumido en la miseria, que terminará embarcado en un buque ballenero de los que surcaban los mares a mediados del Siglo XIX. Se nota que es una historia pensada para muchas más páginas y que el maestro apenas logró esbozarla. Tiene un tono bien decimonónico, de novela de Charles Dickens, y casi todas las páginas están resueltas sin tinta, sólo con lápiz y algún efecto de iluminación logrado con témpera blanca. Visualmente esto es majestuoso, desde la reconstrucción de época hasta la expresividad a flor de piel que nos transmite ese lápiz bien crudo, bien salvaje.
En 1983, Kubert planificó una maxiserie de 12 números para DC que se anunció, pero jamás salió. Cuando el maestro la abandonó para concentrarse en otros trabajos, tenía tres episodios de The Redeemer terminados y acá por fin los podemos leer, más de 30 años tarde. El guión está bien, tiene una estructura muy clásica, barnizada con alguna idea más loca, algún vínculo sutil con el DCU y algún concepto que trasciende la mera aventura del bueno que le gana a los malos. Y el dibujo (de nuevo) te descoloca la mandíbula. Son 70 páginas al recontra-palo, con el Viejo dejando la vida en cada viñeta y en cada secuencia.
El Sargento Rock no podía faltar, y Kubert dibuja (como los dioses) una breve historia escrita por Paul Levitz, que funciona como doble homenaje: a los caídos en el Día D, y al propio Rock, como ícono del comic bélico.
Otro unitario lindo es The Biker, 13 páginas escritas y dibujadas por el prócer, que no desentonarían en una antología de terror, misterio o suspenso como las que cada tanto publica Vertigo.
Después hay otros dos unitarios cortitos, co-escritos por Kubert. The Ruby es una especie de pre-Secret Origin de Sargon the Sorcerer, muy raro, con muy buenos dibujos de Henrik Jonsson. Y finalmente, las 8 paginitas de Devil´s Play (co-escritas y dibujadas por el notable Brandon Vietti) funcionan como homenaje de Kubert al glorioso Jack Kirby, con Kamandi y Etrigan como protagonistas.
Y además de lucirse como guionista, dibujante, colorista, etc., el maestro Kubert invita a jugar a su revista a otros dos artistas a los que tiene en alta estima. Uno es Brian Buniak, un historietista muy dotado para la sátira al estilo MAD de los ´50. Buniak aporta una historia larga y dos cortitas de Angel and the Ape, una extraña comedia detectivesca surgida en los ´60, siempre en las márgenes del “canon oficial” del Universo DC. Y funciona, es todo muy gracioso y te deja con ganas de leer más.
El otro invitado es el veterano Sam Glanzman, habitual colaborador de las revistas bélicas en la época en las que Kubert era el coordinador. Glanzman explora dos vertientes: comics documentales repletos de data sobre barcos, submarinos y batallas de la Segunda Guerra Mundial (con el dibujo muy subordinado a extensos choclos de texto) y comics autobiográficos donde narra sus propias experiencias como marinero en un buque de guerra yanki durante dicho conflicto. A pesar de algún golpe bajo (y de un dibujo por momentos precario), estas últimas historias son realmente fuertes, impactantes y conmovedoras.
Aventura clásica de alto vuelo, misterio, guerra, comedia, drama, twists extraños a los orígenes de algún superhéroe… esto tiene de todo menos obviedades. Y como casi todo está dibujado a un nivel altísimo, por uno de los grandes maestros de la historia del Noveno Arte, hay que tenerlo, de una.
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Joe Kubert Presents
viernes, 26 de abril de 2013
26/ 04: HAWKMAN
Este TPB era carísimo cuando salió allá por 1989 y sigue siendo caro aún hoy: u$ 20 por 160 páginas. ¿Qué trae adentro? ¿Las mejores 160 páginas de la vida enmarcadas en oro? No. Las primeras historietas del reboot de Hawkman de 1961, a cargo de Julius Schwartz, Gardner Fox y el inmortal Joe Kubert. Son nueve historietas repartidas en seis números de la revista Brave & the Bold, que narran las primeras peripecias de quien sería conocido durante años como “el Hawkman de Tierra-1”. Hasta ahora, mis experiencias con los comics de DC de hace más de 50 años fueron más bien olvidables, pero bueno... lo vi barato y esa portada de Kubert me resultó irresistible.
En una de esas, el libro es caro porque está íntegramente recoloreado por Tom Ziuko y seguramente en 1989 era muy complicado –y, por ende, muy caro- recolorear comics clásicos. Lo de Ziuko no es impresentable, pero claro, yo sigo prefieriendo este material en blanco y negro. El problema es que el primer Showcase de Hawkman no está todo dibujado por Kubert, sino que incluye muchas páginas de Murphy Anderson, que es muy lindo, muy fino, pero a mí me aburre bastante. El Viejo Joe, en cambio, deja la vida en cada viñeta y si no es aún mejor, es porque hay demasiadas viñetas por página. El Kubert de principios de los ´60 era una bestia, un dibujante de increíble dinamismo, de inobjetable elegancia, un Alex Raymond menos estático y con un manejo de la mancha y el pincel que lo acercaba a los próceres del bando “de enfrente”, el de Milton Caniff y Frank Robbins. Un dibujante clásico perfecto, reconocible, capaz de logros asombrosos incluso en un género como el de los superhéroes, en el que había incursionado poco en las décadas anteriores.
Pero claro, leés los guiones y la cosa se precipta rápidamente hacia el pantano de la intrascendencia. Gardner Fox es un guionista universalmente reconocido como un capo, un escritor fundamental, de increíble solvencia... yo no logro encontrar UNA historia de Fox que me cierre, y eso que lo leo desde los 11 años. Se suponía que este era un nuevo Hawkman, un concepto de los ´40 totalmente renovado. En la práctica, el único cambio importante es que en vez de ser terrestre es del planeta Thanagar, y en vez de arqueólogo, policía. Le agregan algunos poderes comprados en la mesa de saldos (volar fuera de la atmósfera, resistir las bajas temperaturas incluso semi-desnudo, comunicarse con los pajaritos) y nunca se explica del todo por qué carajo decide usar armas antiguas para combatir con criminales modernos.
Ni Hawkman ni Hawkgirl tienen profundidad como personajes. Son canas, luchan contra delincuentes, y punto. Protegen boludamente el secreto de sus identidades heroicas frente a un par de personajes secundarios pedorrísimos y le ganan de formas inverosímiles a ladrones de bancos y joyerías, más algún bicho alienígena, de esos que nunca faltaban en las revistas que coordinaba Schwartz. Con poderes chotos, origen choto, personalidad chota, secundarios chotos y villanos chotos, lo único que distingue a Hawkman y Hawkgirl, lo único que los eleva mínimamente de la masa anodina de justicieros enmascarados, es el hecho de que –a pesar de que se ven absolutamente humanos- son alienígenas. Y mal que mal, Fox aprovecha ese elemento tanto para gestar historias como para resolver algunas tramas que parecen demasiado complejas y que uno supone que –en las poquitas páginas que duraban las historietas en 1962- no se iban a poder resolver. Por supuesto son giros absolutamente frutihortícolas, apoyados en las complejas explicaciones científicas (o pseudo-científicas) tan típicas de la línea de Schwartz, con tecno-chiches ocultos en lugares imposibles, o efectos extraños de radiaciones, cristales y sustancias varias. Cuenta la leyenda que Fox cultivaba marihuana en su jardín y le daba de lo lindo... No se nota. Esto es más bien aventura clásica, formal, careta, sin riesgos y casi sin sorpresas.
Este libro sólo es recomendable para los muy fanáticos de Hawkman, o para los fanáticos de Kubert que prefieran ver los trabajos del maestro a color, o no se quieran fumar las muchas páginas del Showcase que no dibuja el maestro. Es un clásico, eso no lo discuto. Pero con todos los problemas que tenían los comics de DC de principios de la Silver Age, que para mi gusto eran muchísimos.
En una de esas, el libro es caro porque está íntegramente recoloreado por Tom Ziuko y seguramente en 1989 era muy complicado –y, por ende, muy caro- recolorear comics clásicos. Lo de Ziuko no es impresentable, pero claro, yo sigo prefieriendo este material en blanco y negro. El problema es que el primer Showcase de Hawkman no está todo dibujado por Kubert, sino que incluye muchas páginas de Murphy Anderson, que es muy lindo, muy fino, pero a mí me aburre bastante. El Viejo Joe, en cambio, deja la vida en cada viñeta y si no es aún mejor, es porque hay demasiadas viñetas por página. El Kubert de principios de los ´60 era una bestia, un dibujante de increíble dinamismo, de inobjetable elegancia, un Alex Raymond menos estático y con un manejo de la mancha y el pincel que lo acercaba a los próceres del bando “de enfrente”, el de Milton Caniff y Frank Robbins. Un dibujante clásico perfecto, reconocible, capaz de logros asombrosos incluso en un género como el de los superhéroes, en el que había incursionado poco en las décadas anteriores.
Pero claro, leés los guiones y la cosa se precipta rápidamente hacia el pantano de la intrascendencia. Gardner Fox es un guionista universalmente reconocido como un capo, un escritor fundamental, de increíble solvencia... yo no logro encontrar UNA historia de Fox que me cierre, y eso que lo leo desde los 11 años. Se suponía que este era un nuevo Hawkman, un concepto de los ´40 totalmente renovado. En la práctica, el único cambio importante es que en vez de ser terrestre es del planeta Thanagar, y en vez de arqueólogo, policía. Le agregan algunos poderes comprados en la mesa de saldos (volar fuera de la atmósfera, resistir las bajas temperaturas incluso semi-desnudo, comunicarse con los pajaritos) y nunca se explica del todo por qué carajo decide usar armas antiguas para combatir con criminales modernos.
Ni Hawkman ni Hawkgirl tienen profundidad como personajes. Son canas, luchan contra delincuentes, y punto. Protegen boludamente el secreto de sus identidades heroicas frente a un par de personajes secundarios pedorrísimos y le ganan de formas inverosímiles a ladrones de bancos y joyerías, más algún bicho alienígena, de esos que nunca faltaban en las revistas que coordinaba Schwartz. Con poderes chotos, origen choto, personalidad chota, secundarios chotos y villanos chotos, lo único que distingue a Hawkman y Hawkgirl, lo único que los eleva mínimamente de la masa anodina de justicieros enmascarados, es el hecho de que –a pesar de que se ven absolutamente humanos- son alienígenas. Y mal que mal, Fox aprovecha ese elemento tanto para gestar historias como para resolver algunas tramas que parecen demasiado complejas y que uno supone que –en las poquitas páginas que duraban las historietas en 1962- no se iban a poder resolver. Por supuesto son giros absolutamente frutihortícolas, apoyados en las complejas explicaciones científicas (o pseudo-científicas) tan típicas de la línea de Schwartz, con tecno-chiches ocultos en lugares imposibles, o efectos extraños de radiaciones, cristales y sustancias varias. Cuenta la leyenda que Fox cultivaba marihuana en su jardín y le daba de lo lindo... No se nota. Esto es más bien aventura clásica, formal, careta, sin riesgos y casi sin sorpresas.
Este libro sólo es recomendable para los muy fanáticos de Hawkman, o para los fanáticos de Kubert que prefieran ver los trabajos del maestro a color, o no se quieran fumar las muchas páginas del Showcase que no dibuja el maestro. Es un clásico, eso no lo discuto. Pero con todos los problemas que tenían los comics de DC de principios de la Silver Age, que para mi gusto eran muchísimos.
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martes, 28 de febrero de 2012
28/ 02: SGT.ROCK: THE PROPHECY
Qué grosso ver cómo Joe Kubert, con 86 años a sus espaldas, sigue genereando obras potentes, cómo sigue teniendo cosas para contarnos y el talento para contárnoslas en grandes historietas.
The Prophecy es de 2006-2007 y es una de las pocas (si no la única) saga del Sargento Rock escritas por el propio Kubert. El prócer acá se libera de los guionistas, pero no de algunos vicios de su más longevo colaborador, Robert Kanigher: de hecho, los personajes hablan como en los comics de Kanigher.
-¿Estás bien, Wild?
-Sí, Ice, no fue nada...
-Se nos vienen los alemanes, Rock.
-Tranquilo, Bull, les vamos a hacer el aguante.
Y así todo el tiempo. Los personajes se nombran entre sí cada vez que hablan, como si el lector fuera idiota y no pudiera identificarlos. Además, con la excusa de que esto originalmente se publicó como miniserie de seis episodios, Kubert urde intrincadas triquiñuelas para que, cada 22 páginas, alguien recapitule lo sucedido hasta el momento. Las dos primeras veces, está bueno. La quinta te querés subir a un tanque alemán y hacerlos mierrrda.
Ojo, hay varias bajas entre los muchachos de la Easy Co. Pero si leíste bastante Sgt.Rock, ya sabés quiénes van a morir desde la segunda página. Hay un axioma que se cumple siempre: Rock, Bulldozer, Wild Man, Ice Cream y Sure Shot llegan enteros hasta el final. Cualquier otro soldado que se sume a Easy, es boleta, no tiene la menor chance de zafar, aunque sea Batman. The Prophecy no es para nada la excepción, en ese sentido.
Lo más raro que tiene esta saga es lo que quiere contar Kubert. Hay una trama interesante, hay un montón de combates, hay bastante desarrrollo en los heroicos soldados de Easy Co., pero la paponga, lo que Kubert subraya de todas las maneras posibles es el tema de los campos de concentración. Durante las más de 140 páginas hay emociones, tanques que explotan, soldados que se cagan a tiros y hasta a trompadas, escenas conmovedoras, de todo. Ahora, en el tercer episodio, cuando Rock y los suyos llegan al campo de concentración de los nazis, es donde la prosa y la pluma de Kubert levantan vuelo y nos ofrecen los mejores pasajes de la novela. Pasajes obviamente desgarradores, porque nos recuerdan con crudeza el horror vivido por los judíos y otras etnias de Europa central condenadas al exterminio por el Tercer Reich.
Olvidate de la tradición oesterheldiana, y de aquello de “el verdadero villano es la guerra”. La pindonga. Acá los villanos son los nazis y son unos hijos de puta totalmente irredimibles. Hasta los cosacos de las estepas rusas, habitualmente presentados como bestias sanguinarias, al lado de los nazis de Kubert son carmelitas descalzas. Y cuando los malos son tan malos, uno termina por aceptar sin ni un pero que los “buenos” los recontra-caguen a tiros y respondan a la violencia y la crueldad con más violencia y más crueldad. Lo cual es choto, pero –por algún motivo- funciona.
Por ahí lo que hace tolerable todo (los cientos de cadáveres quemados e insepultos, las masacres, la destrucción de pueblos enteros, etc.) sea el dibujo de Joe Kubert, que acá está a un nivel maravilloso. Como en la anterior saga del Sgt.Rock (aquella joya del 2003 escrita como los dioses por Brian Azzarello), el viejo Joe se hace cargo del lápiz, la tinta, las letras y el color, aunque en este último rubro contó con la asistencia de Pete Carlsson. Esto es old school de la buena: dibujo clásico, fuerte, recontra-expresivo, narrativa cristalina, algún homenaje a Will Eisner (en unas viñetas sin marco y dibujadas a lápiz en las que Kubert narra un genocidio escabroso) y mucha, mucha solvencia en las manos (y la mente) de un maestro de esos que ya no abundan.
Hablar bien de los comics de guerra de Kubert ya es un lugar común, una obviedad. Pero sinceramente, lo que hace el viejo Joe acá (y en la novela junto a Azzarello) me conmovió hasta lo más profundo, me dejó sensibilizado, con los pelos de punta. Si sos fan del Sargento, seguro ya la tenés. Si sos fan de la historieta bélica, o te enganchaste con Kubert a partir de alguna otra obra suya, o si nunca lo leíste y querés saber por qué tiene tanta chapa, The Prophecy es una historieta que tenés que leer ya.
¿Un comic de aventuras y acción con soldados yankis que habla de los judíos en los campos de concentración? ¿Dónde están la AMIA, la DAIA y los retrasados mentales que le saltaron al cuello a Gustavo Sala, que no denuncian esta nueva “banalización de la Shoá”?
The Prophecy es de 2006-2007 y es una de las pocas (si no la única) saga del Sargento Rock escritas por el propio Kubert. El prócer acá se libera de los guionistas, pero no de algunos vicios de su más longevo colaborador, Robert Kanigher: de hecho, los personajes hablan como en los comics de Kanigher.
-¿Estás bien, Wild?
-Sí, Ice, no fue nada...
-Se nos vienen los alemanes, Rock.
-Tranquilo, Bull, les vamos a hacer el aguante.
Y así todo el tiempo. Los personajes se nombran entre sí cada vez que hablan, como si el lector fuera idiota y no pudiera identificarlos. Además, con la excusa de que esto originalmente se publicó como miniserie de seis episodios, Kubert urde intrincadas triquiñuelas para que, cada 22 páginas, alguien recapitule lo sucedido hasta el momento. Las dos primeras veces, está bueno. La quinta te querés subir a un tanque alemán y hacerlos mierrrda.
Ojo, hay varias bajas entre los muchachos de la Easy Co. Pero si leíste bastante Sgt.Rock, ya sabés quiénes van a morir desde la segunda página. Hay un axioma que se cumple siempre: Rock, Bulldozer, Wild Man, Ice Cream y Sure Shot llegan enteros hasta el final. Cualquier otro soldado que se sume a Easy, es boleta, no tiene la menor chance de zafar, aunque sea Batman. The Prophecy no es para nada la excepción, en ese sentido.
Lo más raro que tiene esta saga es lo que quiere contar Kubert. Hay una trama interesante, hay un montón de combates, hay bastante desarrrollo en los heroicos soldados de Easy Co., pero la paponga, lo que Kubert subraya de todas las maneras posibles es el tema de los campos de concentración. Durante las más de 140 páginas hay emociones, tanques que explotan, soldados que se cagan a tiros y hasta a trompadas, escenas conmovedoras, de todo. Ahora, en el tercer episodio, cuando Rock y los suyos llegan al campo de concentración de los nazis, es donde la prosa y la pluma de Kubert levantan vuelo y nos ofrecen los mejores pasajes de la novela. Pasajes obviamente desgarradores, porque nos recuerdan con crudeza el horror vivido por los judíos y otras etnias de Europa central condenadas al exterminio por el Tercer Reich.
Olvidate de la tradición oesterheldiana, y de aquello de “el verdadero villano es la guerra”. La pindonga. Acá los villanos son los nazis y son unos hijos de puta totalmente irredimibles. Hasta los cosacos de las estepas rusas, habitualmente presentados como bestias sanguinarias, al lado de los nazis de Kubert son carmelitas descalzas. Y cuando los malos son tan malos, uno termina por aceptar sin ni un pero que los “buenos” los recontra-caguen a tiros y respondan a la violencia y la crueldad con más violencia y más crueldad. Lo cual es choto, pero –por algún motivo- funciona.
Por ahí lo que hace tolerable todo (los cientos de cadáveres quemados e insepultos, las masacres, la destrucción de pueblos enteros, etc.) sea el dibujo de Joe Kubert, que acá está a un nivel maravilloso. Como en la anterior saga del Sgt.Rock (aquella joya del 2003 escrita como los dioses por Brian Azzarello), el viejo Joe se hace cargo del lápiz, la tinta, las letras y el color, aunque en este último rubro contó con la asistencia de Pete Carlsson. Esto es old school de la buena: dibujo clásico, fuerte, recontra-expresivo, narrativa cristalina, algún homenaje a Will Eisner (en unas viñetas sin marco y dibujadas a lápiz en las que Kubert narra un genocidio escabroso) y mucha, mucha solvencia en las manos (y la mente) de un maestro de esos que ya no abundan.
Hablar bien de los comics de guerra de Kubert ya es un lugar común, una obviedad. Pero sinceramente, lo que hace el viejo Joe acá (y en la novela junto a Azzarello) me conmovió hasta lo más profundo, me dejó sensibilizado, con los pelos de punta. Si sos fan del Sargento, seguro ya la tenés. Si sos fan de la historieta bélica, o te enganchaste con Kubert a partir de alguna otra obra suya, o si nunca lo leíste y querés saber por qué tiene tanta chapa, The Prophecy es una historieta que tenés que leer ya.
¿Un comic de aventuras y acción con soldados yankis que habla de los judíos en los campos de concentración? ¿Dónde están la AMIA, la DAIA y los retrasados mentales que le saltaron al cuello a Gustavo Sala, que no denuncian esta nueva “banalización de la Shoá”?
martes, 18 de octubre de 2011
18/ 10: JEW GANGSTER
Bueno, la cortamos un toque con la magia y los elementos sobrenaturales. Es hora de un relato 100% verosímil, sin superpoderes, ni brujería, ni ciencia-ficción. El legendario Joe Kubert nos lleva a los barrios pobres de New York, en los albores de la década del ´30, cuando la Gran Depresión pegaba fuerte y la miseria acechaba en cada esquina. Allí nos espera una trama sórdida, sin concesiones, que arranca como la clásica “morality play”, avanza por esos carriles, y cuando uno cree que sabe cómo va terminar, pega un volantazo y termina de modo sorprendente.
Las cosas están duras para la familia Kaplan y Reuben, el pibe de 16 ó 17 años, decide que el camino del sacrificio y el esfuerzo que le señalan sus padres no lo va a sacar de la pobreza. Entonces opta por el Plan B: ponerse a las órdenes de un mafioso de barrio, a la sombra del cual crece, gana cada vez más guita y se mete en aprietes y “limpiezas” cada vez más heavies. Ruby no es un mal pibe, pero Kubert nos lo muestra tan compenetrado en ganar guita fácil y a como dé lugar, que el contrapunto con sus padres y su ética del sacrificio nos lo pinta como un verdadero canalla. Paso a paso, Ruby se aleja más y más de “la senda del Bien” y uno empieza a sospechar que va a terminar cagado a tiros en una zanja, por zarpado, por cagarse en las enseñanzas de sus abnegados viejos, por no salir corriendo cuando le dan un chumbo, o cuando le dicen “matá a este perejil”.
Pero lo que lo hunde a Ruby (y rescata a la trama de ese curso predecible y obvio) es ese momento en el que la oveja descarriada hace una de más: se garcha a la mujer de Monk, su jefe y mentor en el mundo del hampa. Ahí ya decís “No, flaco, ya es too much, te van a recontra-cagar a tiros y lo vas a tener merecidísimo”. En algún punto, Monk se entera de la traición de su “ahijado” y ahí viene el giro que hace que las últimas 25 páginas de la novela sean totalmente asombrosas, donde el trencito que avanzaba de modo tranqui y predecible por la vía que todos conocemos de memoria, se convierte en un mosquito fuera de control, que vuela por donde se le da la gana sin que nunca sepas dónde se va a posar. No te pienso contar cómo termina, pero ahí es donde se abren las infinitas posibilidades: la muerte, la redención, el manotazo de ahogado, el descenso definitivo a las ciénagas de la abyección moral… Miles de finales posibles para Ruby. Y Kubert opta por uno que cierra, que convence, que por ahí no es el más efectista, pero por lo menos no es obvio.
Igual, todo eso que te conté recién es sanata, a nadie le importa. Lo importante es que esto está todo dibujado y entintado por el prócer que, a los 79 años (esto es de 2005) estaba mejor que a los 40. Y lo que es aún más importante: está todo realizado en blanco, negro y grises. El Kubert de ahora, el mejor, el más sabio, el que encontró una síntesis alucinante, el del pincel imbatible, en blanco y negro. Eso es una orgía para los ojos, un deleite para todos los que deliramos con el claroscuro. El Kubert de ahora a color, por momentos parece Moebius. En blanco y negro por momentos parece Alex Toth, o Jordi Bernet, casualmente los dos dibujantes de Torpedo 1936 (la mejor historieta de gangsters newyorkinos jamás imaginada), pero con su identidad gráfica intacta. La reconstrucción de la época es brillante, los climas son asfixiantes, las composiciones son insuperables, las expresiones faciales son perfectas, los truquitos narrativos del maestro (los que pela cuando rompe la grilla de cuatro cuadros por página) son infalibles y las ilustraciones que separan a los episodios te hielan la sangre.
El Viejo Kubert, fundador de la famosa escuela que lleva su nombre, se arremangó y volvió a dar cátedra en una historieta que lo muestra vigente, potente y cancherísimo como dibujante, entintador y guionista. No la califico de “Historieta Perfecta” porque se cuida más de la cuenta a la hora de gambetear cosas que tendrían que estar, como son las puteadas y las tetas. En un comic repleto de asesinatos y torturas (más alguna violación, ¿por qué no?), andar escondiendo un pezón o que ningún gangster suelte un sólo “fuck” es medio traidor al espíritu del género. Pero sin ninguna duda, Jew Gangster es una gloria. Una fuckin´gloria.
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