el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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lunes, 7 de octubre de 2019

LUNES PRIMAVERAL

Por fin tengo un ratito para redactar unas reseñas y empezamos con el final de la trilogía de StarCraft: Ghost Academy.
Básicamente, para el tercer y último tomo el guionista David Gerrold cambia totalmente el tono de la obra: Acá llega a su fin la onda de centrarse en los conflictos internos dentro de la academia, los grupitos de estudiantes enfrentados y cómo cada uno de ellos va ganando cancha en el uso de sus poderes y en su rol como armas vivientes al servicio del Emperador. En reemplazo de esto (y de la sutil exploración del rol de la academia en el complejo andamiaje político del Dominion), tenemos una guerra a todo o nada, en un planeta lejano, contra la furibunda y monstruosa raza alienígena a la que ya habíamos visto masacrar a montones de humanos en el tomo anterior. Y nada más. No más internas entre los Ghosts, no más ajedrez entre los capos de la academia y el Emperador y sus ministros, no más ejercicios, no más simulacros.
Para liquidar la saga, Gerrold decide que el Dominion mande al muere a los chicos que se entrenan para ser Ghosts y que, los que puedan, sobrevivan. Y de eso se trata este último episodio: de los chicos y chicas enfrentando a esta raza de hiper-fieras antropófagas en un planeta en el que vuelan las bombas atómicas. Páginas y páginas de acción, tiros, explosiones y violencia al recontra-palo, mínimamente decoradas por el “dilema moral” de estos milicos que no tienen mayores reparos en mandar al frente a los jóvenes protagonistas de la saga. ¿Es poco? Probablemente. Pero es lo que hay.
Por suerte está todo muy bien dibujado por Fernando Heinz Furukawa y sus asistentes (entre los que se destacan Rocío Zucchi y Gonzalo Duarte, encargado de la aplicación de las tramas mecánicas). Esto mismo mal dibujado, sería poco menos que cancerígeno, pero el laburo a destajo de FHF hace que la historia sea dinámica, que los personajes tengan cierta onda y que la espectacularidad y la grandilocuencia tengan un poco más de sustento. Si hay algo que redima a StarCraft: Ghost Academy es sin dudas la faz gráfica. O en una de esas todo lo que pasa acá es re-importante y re-canónico para la continuidad del videojuego, la verdad que no tengo idea. A mí me sirvió para descubrir el excelente nivel que alcanzó Fernando Heinz Furukawa en su búsqueda de una estética cercana al manga, pero fácil de ensamblar con una narrativa 100% occidental, apoyada sobre todo en la machaca. Ojalá encuentre otros trabajos suyos con guiones más atractivos.
Hacía… no menos de 15 años que no tocaba un comic de Valiant, pero las críticas zarpadas que recibió Britannia me hicieron darle una oportunidad a esta saga creada por el maestro Peter Milligan, junto a un dibujante español que siempre me resultó interesante, Juan José Ryp. Sumémosle el dato de que esto está totalmente desenganchado del Universo Valiant, y que lo conseguí a muy buen precio. Imposible resistirse.
Una vez que lo leí, me bajó un poco el entusiasmo. Es una buena historieta de aventura histórica, no lo dudo en absoluto, pero en algunos aspectos se queda a mitad de camino. Me interesó mucho el planteo, el hecho de tener en pleno Imperio Romano a un protagonista que intenta resolver crímenes por medio el análisis racional, intelectual… en una época en la que todo se explicaba por los caprichos de los dioses, y el emperador era un loco de mierda como Nerón. En ese contexto de gran irracionalidad, el personaje de Antonius Axia propone algo distinto y muy atractivo. Milligan trabaja muy bien el tema del rol de las mujeres en esta sociedad, al introducir por un lado a las vestales y por el otro a Bodmall, la aldeana bretona de apariencia perdularia pero profundamente conectada a los saberes místicos de su pueblo. Sin estas mujeres de su lado, Antonius no podría haber sobrevivido a esta experiencia ni mucho menos resuelto el misterio que lo mandó a investigar Nerón.
Y quizás lo más choto sea que Antonius llegue vivo al final de la historia. La amenaza a la que se enfrenta es tan grossa, lo supera tanto a tantos niveles, que incluso con la ayuda de Bodmall y las vestales resulta medio inverosímil que salga entero y/o victorioso de esta ordalía. El resto, pongámosle que está bien. Hay una bajada de línea anti-imperialista, está esta reivindicación de las mujeres (absolutamente ninguneadas en la antigua Roma), hay un misterio sobrenatural bien llevado… Lo que no me cerró mucho fue la faceta más aventurera, la resolución de los conflictos por la vía de la violencia. Terminar así la saga quizás requería de otro tipo de héroe, más cerca de Conan que de Sherlock Holmes. Milligan tuerce un poco la figura de Antonius para que se banque cosas que Conan se bancaría y Holmes no, y eso –para mi gusto- desvirtúa un poco el desenlace.
El dibujo de Juan José Ryp (cuyo verdadero apellido es Rodríguez y Prieto) está muy bien. El español trabaja con su clásico trazo finito, sin masas negras, como para que se luzca muchísimo el coloreado a cargo de la gran Jordie Bellaire. Los fondos y paisajes están laburadísimos, la reconstrucción histórica está tan cuidada como en cualquier comic francés, la narrativa no tiene fisuras, el gore pega donde y cuando tiene que pegar, el garche no llega a ser porno, las expresiones faciales están muy logradas… Gran trabajo de este obrero del lápiz. Hay más arcos de Britannia, pero andá a saber si algún día los veo tan baratos como para querer comprarlos.

Esto es todo por hoy. Seguramente habrá una entrada más durante la semana y durante el finde nos encontramos en Rosario, en la décima edición de Crack Bang Boom. ¡Arrivederci!

miércoles, 3 de julio de 2019

MIERCOLES CON SOLCITO

Para ser invierno, la verdad que hoy fue un lindo día. Fui a ver la peli nueva de Spider-Man, pero me guardo la reseña para mañana (o en una de esas el viernes), porque hoy quiero comentar un par de comics que leí en estos días.
Empiezo a principios de los ´90, cuando el maestro Masashi Tanaka lanza el primer tomo de Gon, con las aventuras sin textos de este bizarro pichón de dinosaurio. La serie arranca cuando Gon cumple un año, y no nos aclara nada de su pasado. Sólo sabemos que tiene una fuerza y una agilidad prodigiosas, un hambre voraz y la astucia suficiente para que no nos preguntemos por qué catzo no se extinguió junto con todos los otros saurios que poblaron la Tierra antes de que llegaran las especies animales que todos conocemos.
En todas y cada una de las andanzas de Gon, el pequeño saurio interactúa exclusivamente con animales, pero de la actualidad: osos, lobos, castores, águilas, linces, leones y un largo etcétera. Y a pesar de su exiguo tamaño, el chiquitín los doblega a todos a fuerza de ingenio, enjundia y mala leche. Son historias cortas, que al no tener textos se basan totalmente en la acción, y la verdad que hay mucha acción, plasmada de un modo bastante brutal, con mucha violencia, sangre, tripas y muertes. Tanaka juega al contraste entre una estética muy realista y un cierto humor, casi siempre negro, y con el elemento bizarro o absurdo de tener a un dinosaurio mezclado con un montón de animales que aparecieron mucho después.
Pero lo más inexplicable no es la existencia de un dinosaurio bebé que le da baile a todo tipo de criaturas, ni siquiera cuando parece que Gon agarra cosas como si tuviera pulgares oponibles. Lo realmente inexplicable es la calidad del dibujo de Tanaka, el grado de detalle que pone en cada bicho, en cada paisaje, en cada arbolito, cada pastito. Evidentemente estamos ante un enamorado de la naturaleza, un dibujante con una capacidad extraordinaria para tomar imágenes de la realidad y plasmarlas en la página como pocas veces se vio. Y acá está el otro contraste, entre la belleza de todo lo que dibuja Tanaka y la crueldad, la salvajada visceral de los argumentos. Gon es una verdadera maravilla del manga, sobresaliente en guión, dibujo y narrativa, cuyo único inconveniente es que, al no tener texto, los tomos duran muy poquito.
Nos vamos a 2016, cuando un guionista inglés y un dibujante argentino se juntan para generar una nueva serie en una editorial de EEUU. Después de la experiencia de The Names (ver reseña del 20/04/16), Peter Milligan y Leandro Fernández deciden volver a colaborar, pero esta vez en Image.
The Discipline es una especie de Fifty Shades of Grey con mucho Vertigo, o sea, con elementos sobrenaturales bastante oscuros, más violencia y sí, bastante más sexo que en el comic yanki promedio. No creas que es The Extremist (lo más zarpado que escribió Milligan dentro del subgénero “thrillers de garche”) pero además de hablar mucho de coger, en The Discipline se coge bastante. No es porno, nunca se ven pijas erectas, ni fellatios, ni primeros planos de penetraciones o eyaculaciones, sino que está todo más sugerido y lo que se ve es… cuerpos desnudos y algunas posiciones que dejan poco librado a la imaginación.
La trama es atractiva, tiene muchas sorpresas, quizás le sobran algunos elementos sobrenaturales, que están ahí para poderle darle énfasis a la machaca, los combates sangrientos entre criaturas con garras y/o dientes pasados de rosca… que realmente es lo que menos me atrapó. Lo mejor es la exploración que hace Milligan de la psiquis de la protagonista, Melissa Peake, construída como un personaje que puede bancar mucho más que seis números de un arco argumental. Y eso es lo otro que no me terminó de cerrar: el final es apenas el final de un primer arco, y tendría que haber varios más. Sin embargo, la serie no continuó más allá de los seis episodios que ofrece este tomo. No tengo dudas de que, si los autores hubiesen supuesto que The Discipline iba a llegar hasta acá, el final habría sido muy distinto. En una de esas hay un segundo arco escrito, y en algún momento Leandro (o alguien más) lo dibuja. Ojalá, porque este final no tiene nada de definitivo y (como pasó con The Names) deja muchas puntas interesantes para explorar.
El dibujo de Leandro Fernández está buenísimo, muy jugado al claroscuro, muy plástico, con secuencias de gran dinamismo, con unos enfoques jugadísimos, mucho criterio para pasar de la sutileza de la seducción a la brutalidad de la machaca, fondos laburadísimos, excelentes expresiones faciales… Lo único criticable es que por momentos sigue apareciendo la impronta gráfica de Eduardo Risso, de la que Leandro no se logra despegar del todo. Pero como a todos nos gusta Risso, la verdad que es muy placentero ver lo que hace Fernández con esos saberes que heredó del maestro. Tengo sin leer algún TPB de The Old Guard y alguno de Britannia, así que ya volveremos a encontrarnos tanto con Milligan como con Fernández.

Y nada más, por hoy. Prometo para muy pronto la reseña de Spider-Man: Far from Home, acá en el blog.

lunes, 26 de noviembre de 2018

LUNES DE SUPERHEROES EXTRAÑOS

Tengo sueño, pero antes de irme a dormir quiero reseñar un par de libritos que me leí en estos días.
Enigma es un comic para el que Grant Morrison escribió el prólogo, pero estoy seguro de que le hubiese gustado escribir el guión. El autor real es Peter Milligan, y sí, es un guión re-morrisonesco. Hoy poca gente registra a Enigma, porque es algo que hace mucho que no se hace: un comic de superhéroes 100% para adultos, generado en el sello Vertigo. Ya hace varias décadas que nadie relaciona a Vertigo con los superhéroes, pero hace 25 años, cuando el sello era joven, habia espacio para proyectos como este, que aún hoy rankea entre las obras más interesantes del gran Peter Milligan.
Enigma tiene todo: gran argumento, grandes diálogos, escenas de tremenda fuerza dramática, una intriga que no para de crecer, personajes construidos de manera magistral, giros impredecibles, juegos metacomiqueros y muchísima emoción. Ah, y como es un comic para adultos, tiene mucha violencia, puteadas y sexo, en este caso entre varones. Milligan conduce este freakshow con mano maestra, y rápidamente te mete adentro, te hace partícipe y logra que te olvides de algunos saltos medio brutales en la lógica de la historia. De a poco se impone (en un marco a priori realista) una lógica de comic de superhéroes raro, quizás con más puntos en común con un experimento limado de Steve Ditko que el Shade the Changing Man del propio Milligan. Y lo mejor es que funciona perfecto, incluso leído aún hoy.
No nombré todavía al dibujante, que es otro monstruo sagrado: Duncan Fegredo, que acá se zarpa como nunca. Olvidate de ese Fegredo más prolijo, más careta, de series como Millennium Fever, o de ese Fegredo más mignolesco que vimos durante su paso por Hellboy. Este es un animal salvaje, una bestia desbocada que te impacta con su dinamismo y su visceralidad, con esas manchas negrastremendas, con esos coqueteos con el grotesco, con esas rayitas excesivas tipo Nicolás Brondo… Un trabajo tan demoledor que es como descubrir a un nuevo Duncan Fegredo, con todo lo que eso significa. Lamentablemente, esto fue coloreado por Sherilyn Van Valkenburgh de un modo definitivamente criminal. Necesito urgente una edición de Enigma recoloreada, o en majestuoso blanco y negro.
Hace muy poquito leí Iceberg, y ahora me encuentro con que los guionistas Jonathan Crenovich y Martín Mazzeo retoman algunos elementos de esa historia (que parecía autoconclusiva) para darle inicio a una saga que pinta muy, pero muy atractiva. Este librito de Manta está muy bien escrito, quizás mejor escrito que Iceberg, y si no lo pongo por encima de esa obra es porque acá nos están mostrando apenas la puntita de una historia que andá a saber para dónde puede llegar a disparar.
Este primer tramo es atrapante, en parte por la decisión (arriesgada y sabia por igual) de contar la historia de atrás para adelante. O sea, recién en el último tercio de Manta te enterás cómo catzo encaja esta historia con lo que habíamos visto en Iceberg. Y por supuesto, si leiste Iceberg la respuesta te sorprende muy gratamente. Además los diálogos (punto altísimo de Iceberg) mantienen el excelente nivel de la “precuela”.
Donde Manta no llega ni cerca del nivel de Iceberg es en la faz gráfica. En vez de un dibujante hay tres, y ninguno arrima a la calidad de Alessio Rossino. El más flojito es el primero (Cristian Cassani) y los otros dos son dibujantes a los que ya vimos en el blog: Daniel Mendoza y Nacho Lázaro, artistas correctos, sin tropiezos en la narrativa, a los que quizás les falta un poco más de identidad visual, de diferenciarse un poco más de la estética hegemónica del mainstream yanki. De todos modos, ninguno de los tres es un croto, ni mucho menos.
Realmente no me imaginé que Manta me iba a gustar tanto, pero por suerte así fue. Espero ansioso el Vol.2.
Y ya fue, me voy a dormir, que mañana tengo un día bravísimo. Gracias a todos los que se acercaron a saludar en La Costa Comics y vuelvo pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

jueves, 1 de septiembre de 2016

HOY, DOS CLASICOS

Al final (y como casi siempre) tenía razón mi amigo, colega y referente Norman Fernández. El me quemó la cabeza con Ivo Milazzo, un dibujante italiano del que yo recordaba vagamente haber leído algún unitario hace mil años en la Cimoc, mientras que para Norman es algo así como el historietista vivo más grande del mundo. Desde mi último encuentro con Norman, releí esos viejos unitarios de Cimoc y me clavé en un viaje en subte este libro de 1980, casi 100 páginas escritas por Giancarlo Berardi y protagonizadas por Ken Parker, una especie de “Corto Maltés del lejano Oeste”, al que la dupla le dedicó infinitos álbumes entre 1977 y 2015.
La verdad que no estoy para afirmar que Milazzo es el Más Grande, pero… ¡qué dibujante, la puta que lo parió! El tipo te resuelve todos las figuras con un trazo muy finito, siempre del mismo grosor (como Gustavo Trigo cuando sacaba sus historietas con fritas) y después mete manchas negras no con el pincel a lo Hugo Pratt (como hacía Trigo), sino con una especie de fibrón al que le queda poca tinta, con el que logra un efecto alucinante. Se mata en los fondos, el color es sobrio y funcional al dibujo, y te parte en ocho mil pedazos con la narrativa, que sin dudas es su punto más fuerte. Por ahí en 96 páginas pareciera que cuenta poco, porque prácticamente no hay páginas de más de seis viñetas (y hay muchísimas de cinco). Pero el ritmo de esta saga es apasionante y Milazzo elige siempre bien las instancias en las que elimina los fondos, o los bordes de los viñetas, para subrayar momentos o expresiones invariablemente bien graficados.
El guión de Berardi tiene un montón de elementos del western clásico, con tiros, piñas, persecuciones, ladrones de bancos y timberos de saloon, pero se las ingenia para no caer en la fácil de “buenos contra malos”. Obviamente Ken Parker es el héroe, pero su coprotagonista en esta ocasión es un personaje complejo, ambiguo, muy bien trabajado. Y entre el elenco de secundarios también hay unos cuantos hallazgos. Voy por más álbumes de Ken Parker, o por cualquier otro trabajo de impronta más o menos autoral que lleve las firmas de Berardi y Milazzo.
Vamos con otra gloria de los ´80. Para festejar que conseguí muy barato el TPB, me volví a leer Skreemer, la gema que allá por 1989 puso en el mapa de los grandes guionistas al inmenso Peter Milligan. Skreemer tiene un problema: al ser una obra de autores ingleses publicada en EEUU a fines de los ´80, carga con la pesada mochila, con la tremenda presión de intentar pegar como pegó Watchmen, o por lo menos de tratar de llegar a ese mismo segmento del público que se cebó con el comic gracias a la monumental obra de Alan Moore y Dave Gibbons. Eso explica, por ejemplo, que Skreemer no tenga ni el más mínimo atisbo de humor, y que su mensaje sea de bajón, oscuridad y desesperanza. Eran tiempos en los que, para ser leídos por el público adulto, los comics tenían que ser amargos.
Pero Milligan hace muy bien el que quizás sea el mejor truco de Watchmen. La obra de Moore reproducía la estructura, el esqueleto, de la novela policial hard boiled, para luego vestirla y decorarla con elementos del comic de superhéroes, de modo que –vista superficialmente- Watchmen parecía una historia de justicieros enmascarados. Milligan hace algo parecido: en la superficie, Skreemer parece un thriller de gangsters que rosquean y se matan entre ellos. Pero lo que realmente sucede tiene más que ver con el drama humano, potente y clásico como el que más. Milligan explota a full ese fatalismo típico de la tragedia griega, le mete intrigas palaciegas que recuerdan a William Shakespeare y su Macbeth, y toques de conciencia social, en la línea “qué mal la pasan los pobres” al estilo Charles Dickens. El resultado es un comic crudo, brutal, impredecible hasta la última página, en el que el desarrollo de personajes y los malabares narrativos (la omnipresente sombra de Watchmen) le ganan por goleada a los tiros y la machaca.
Los dibujos, a cargo del fallecido Brett Ewins y el siempre sólido Steve Dillon, están muy bien, aunque todo el tiempo se nota que hay uno (Ewins) que se quiere zarpar y llevar el grafismo y la puesta en página al extremo, y otro (Dillon) que quiere bajar un cambio y ofrecer un producto más careta, más convencional, más reader-friendly. Felizmente, el equilibrio entre ambos funciona bien, no así el trabajo del colorista Tom Ziuko, que hoy se ve chato, poco esmerado, excesivamente apagado en algunas secuencias y con una estridencia que te encandila en otras. Si hace mucho que no revisitás a este clásico, date una vuelta por la violenta saga de Veto Skreemer.

viernes, 17 de junio de 2016

LECTURAS DE ESTA SEMANA

¿Ya es viernes de nuevo? Cómo pasa el tiempo, ma-mita… Bueno, esta semana leí poco, tres libritos, nomás, que es más o menos la media de este último tiempo. A este ritmo, voy a terminar de bajar los pilones de material que tengo sin leer para el 2025, más o menos…
Arranco con el Vol.2 de Bárbara, que lo único choto que tiene es el prólogo ;). Este es el tramo de la saga en el que Ricardo Barreiro mete más bajada de línea política. Obviamente la aventura sigue al palo, hay explosiones, persecuciones, muertes truculentas de buenos y malos, una escena en la estación Plaza Italia del subte pensada como homenaje a El Eternauta, algún garchecito, sesudas explicaciones con más ciencia que ficción para algunos de los elementos de tinte más fantástico que Barreiro incorpora a las historias, y además queda espacio para jugar cartas fuertes a la hora de transmitir un mensaje político claramente revolucionario. ¿En 1980, plena dictadura militar? ¿Estaba loco ese tipo? Y, un poco sí. El apodo no se lo ganó gratis. Y además vivía en Europa, donde estaba mejor visto jugarla de Che Guevara desde una labor artística. Lo cierto es que las historias están buenísimas, la trama central avanza un montón, el desarrollo de Bárbara como personaje está muy logrado, e incluso el Loco se da el lujo de proponer juegos de narrativa bastante arriesgados para lo que era la historieta argentina de esa época. Los dibujos del maestro Juan Zanotto, bellísimos y potentes como nunca. Una auténtica maravilla.
Vamos con Crumple, una novela gráfica del ídolo Dave Cooper publicada por Fantagraphics allá por el 2000. Al igual que otros trabajos de Cooper, acá tenemos una historia salpicada de bizarreadas, inmundicias, groserías e incorrección política. De hecho (y mirá lo que te digo) no sé si hoy alguien se animaría a publicar una obra como esta, en la que lo más parecido a un villano es un grupo de minas feministas, a las que Cooper retrata como una patota de marimachos intolerantes. Por supuesto, el “héroe” tampoco es tal cosa: Knuckle es un perdedor nato, un pajero, mentiroso, cagón, insensible y con menos luces que la lancha del contrabandista. Y su amigo Zev es otra rata ventajera a la que sólo le interesa divertirse y ponerla. Con todo esto, Cooper arma una trama muy extraña y a la vez muy ganchera, que lleva inevitablemente a situaciones extremas, incómodas, en las que te cagás de risa incluso a pesar tuyo. Lo único que no me terminó de convencer es que Crumple se haya hecho en blanco y negro, porque (no hace falta que lo diga yo) el laburo de Cooper a color suele ser majestuoso. Igual en blanco y negro el dibujo se re-disfruta.
Y cierro con All-New Doop, esta extrañísima gema que nos regalara hace un par de años el maestro Peter Milligan, junto al español David Lafuente. Esto es rarísimo, de verdad. La historia sucede en paralelo con el intrincado crossover Battle of the Atom, que involucró a varios títulos de los X-Men allá por 2014. Milligan toma un motón de escenas de esa saga y nos las muestra desde otro lado, desde atrás, desde las márgenes, desde la óptica alienígena de Doop. Pero además se anima a indagar en Doop, y por fin sabemos quién es, de qué juega, de dónde viene y por qué hace lo que hace este personaje creado por el guionista inglés y Mike Allred en las páginas de X-Force. All-New Doop es poesía meta-comiquera pasada de rosca, con un montón de referencias cinéfilas (Ingmar Bergman, Humphrey Bogart, Alfred Hitchcock, etc.), con diálogos desopilantes y una libertad inverosímil que Milligan aprovecha a full. El dibujo de Lafuente está muy bien, obviamente no es Mike Allred, pero se banca con mucho decoro el contraste entre personajes más “realistas” (las versiones pasadas, presentes y futuras de los X-Men y sus enemigos) y personajes totalmente caricaturescos, como el propio Doop. Si te cebaste con X-Force y X-Statix, acá está el broche de oro a esa farsa inolvidable e insuperable pergeñada por Peter Milligan.
Hasta acá llegamos. Ni bien acumule algunas lecturas más, nos reencontramos por acá. Gracias y hasta la próxima!

viernes, 29 de agosto de 2014

29/08: HELLBLAZER: DEATH AND CIGARETTES

En otro de sus habituales suicidios, a principios de 2013 algún cráneo de DC decidió que ahora todos los personajes propiedad de la editorial iban a estar en el Universo DC y el sello Vertigo sólo iba a publicar material propiedad de los autores. La idea es casi buena, si no fuera porque para concretarla hubo que hachar a un título que llevaba 300 meses de publicación ininterrumpida y tenía como protagonista a uno de los personajes más complejos y carismáticos de la historia del comic, creado por Alan Moore en uno de sus períodos de mayor fertilidad. Así fue como el maestro Peter Milligan, que estaba al frente de Hellblazer desde el ya lejano n°250, recibe la orden que nunca creyó que iba a recibir: cerrame la colección en el n°300. Por eso, aunque parezca mentira, este es el último TPB de Hellblazer, y seguramente la última vez que los fans de John Constantine vamos a comprar una publicación en la que aparezca el ídolo, porque el Constantine del DCU huele a bosta radioactiva aunque los primeros números los dibuje el grossísimo Renato Guedes.
Así que este voluminoso TPB va a desembocar, irremediablemente, en la última saga de Hellblazer, en el cierre de esta ilustre y longeva serie que tantas alegrías nos dio. Y arranca muy bien, con la historia del Annual 11, que está apenitas estirada, pero que es fuerte, perturbadora y muy idónea para enganchar con Hellblazer a lectores que nunca se habían acercado a la serie. Después tenemos un unitario bastante bizarro, metido con forceps en el pasado tanto de John como de Piffy, y con el ídolo transformado (un ratito, nomás) en hombre lobo. Quizás sean las 20 páginas más olvidables de la Era Milligan.
Después arranca una saguita extensa, de 100 páginas, en la que el guionista hace un pase de manos increíble y planta las semillas de… un nuevo John Constantine. No quiero spoilear, porque es todo muy shockeante, pero de alguna manera Milligan nos vende (y nosotros compramos sin discutirle ni una coma) a un Constantine 2.0, sacado de la manga pero asombrosamente convincente. No sé si el guionista ya sabía que había que darle de baja a la serie, o si simplemente había tomado conciencia de que ese John de casi 60 años ya no estaba para vivir tanta peripecia y era hora de que su legado pasara a un personaje más joven (algo que en los comics de DC se hizo hasta el hartazgo). Lo cierto es que el pase de manos funciona muy bien y nos deja a un nuevo personaje con pasta de protagonista y a un villano excelente, al que hubiese estado bueno traer de vuelta más adelante.
Ahora sí, el arco final. Las 83 páginas que le ponen fin a todo. John muere de un modo totalmente impredecible, y aunque en esta serie la muerte nunca es definitiva, hay velatorio, hay consecuencias jodidas y hay un clima de “chau, muchachos, gracias por todo”. Al final, Milligan le reserva al ídolo un destino que –en una de esas- es peor que la muerte. Y se va por la puerta grande, con la satisfacción de haber escrito 50 números y un annual impresionantes, de haber creado a varios personajes importantes (con Piffy y su papá a la cabeza), de haberle pegado vueltas magníficas al elenco clásico y de haber mantenido muy alta la chapa de este personaje tan genial como irrepetible.
Parrafito para hablar bien de los dibujantes: Los dos arcos extensos, el de 100 páginas y el de 83, están a cargo del siempre eficiente Giuseppe Camuncoli, muy bien complementado por las tintas de Stefano Landini. Camuncoli le pone todo a la puesta en página y sorprende con su trazo fresco, moderno, expresivo, muy gráfico y para nada contaminado por la triste epidemia de los Juan Carlos Flicker. Uno de esos dibujantes a los que uno, si fuera editor, quisiera tener al frente de ocho o nueve series mensuales. Y las 58 páginas restantes están a cargo de Simon Bisley, la Bestia, el legendario dibujante británico, responsable también de las portadas. En el unitario bizarro de los licántropos, parece volver (un toque) el Bisley de los ´90, el más cabeza, el que se jugaba todo a la machaca y la estridencia. Pero en el annual, la Bestia pone todo su talento al servicio del clima denso, de ese enigma asfixiante que envuelve pasado y presente y que casi no deja lugar para la acción. Ahí es donde realmente pela, y donde más se disfruta su simbiosis con la paleta del colorista Brian Buccellato.
Y nunca pensé que iba a decir esto, pero se acabó. No hay más Hellblazer. Al comic le queda un vacío imposible de llenar. Gracias, John, por tanta magia.

miércoles, 25 de junio de 2014

25/ 06: THE BEST OF MILLIGAN & McCARTHY

Otro libro brutal, de más de 250 páginas, imposible de bajar en un sólo día. Esta fastuosa edición reúne todas las obras de una de las duplas más increíbles de la historia del comic: los británicos Peter Milligan y Brendan McCarthy, quienes entre 1978 y 1991 redefinieron el concepto de vanguardia, de delirio, de experimentación.
La única cagada es que de algunas obras hay sólo fragmentos, no están completas. Eso duele particularmente en Sooner or Later, una serie que salía en las contratapas de la 2000 A.D. y que debe ser muy difícil de tener completa, porque se publicaba de a una página por semana allá por 1986. Pero hay varias obras completas, unitarios perdidos en antologías imposibles, proyectos que quedaron truncos, textos, bocetos, ilustraciones, un montón de material que nos permite ver la evolución de estos dos genios y cómo –transitando siempre a contramano de las modas- le cambiaron la cara al comic de los ´80, de ambos lados del Atlántico.
Porque además, Milligan y McCarthy fueron pioneros en las invasiones inglesas a EEUU. En 1982, cuando nadie de este lado del mundo conocía a Alan Moore, ellos ya estaban publicando en editoriales yankis, con material MUY arriesgado, muy alejado de la chatura general del mainstream americano. Para el ´85 ya tenían su propia antología, Strange Days, donde aparecieron Paradax (una afiladísima sátira al género de los superhéroes) y Freakwave, una epopeya post-holocausto que empezó para el lado de Mad Max y terminó para el lado del Philippe Druillet más demencial. La primera etapa de Freakwave es la otra serie que, lamentablemente, no se republica en su totalidad.
El libro también trae la primera colaboración de la dupla, The Electric Hoax, las historias cortas que realizaron para aquel comic-book de Paradax que editó Vortex en Canadá, la segunda etapa de Freakwave (mucho más delirante y compleja que la primera), The Hollow Circus (un unitario extrañísimo), Summer of Love (una historieta que salía semanalmente en un diario, valioso intento de comedia romántica con elementos fantásticos, tempranamente abortada cuando el diario se fue al descenso), algunas páginas de aquel número de Shade The Changing Man que marcó la última colaboración de la dupla, y lo más importante: las dos mejores obras de la dupla, completas. Skin y Rogan Gosh, piezas fundamentales de este rompecabezas (nada fáciles de conseguir durante años), reaparecen ahora en este recopilatorio.
Skin es casi un mundo aparte. Es la única historieta sin elementos fantásticos, en la que el guión tiene un rigor absoluto, ceñido a una estructura dramática clásica, aunque en una temática poco convencional. Y con un dibujo que se va al carajo gracias al color incorporado con pasteles por la gran Carol Swain y gracias a la decisión de McCarthy de no dibujarle recuadros a las viñetas. Y el resto, ¿por qué parece que estamos leyendo una cosa rara, surrealista, difícil de penetrar, con textos y dibujos que muchas veces no terminan de ensamblarse? El propio Milligan explica que ellos no intentaban reproducir los mecanismos del relato cinematográfico, sino más bien los de las canciones, las estructuras musicales, que les permitían evocar distintos climas y sensaciones, y darle un ritmo distinto a la interacción entre imágenes y textos.
Rogan Gosh debe ser el momento en el que el dibujo de McCarthy alcanza su pico más perfecto. Página tras página, el maestro corre los límites de lo que se puede (o no) hacer en una historieta. El guión, por su parte, es complejísimo, podría dedicarle tres reseñas sólo a tratar de explicarlo de modo superficial. Digamos que Milligan combina varios niveles de realidad, en el que se mezclan Rudyard Kipling pasado de opio, la cocina, la cosmogonía y las injusticias sociales de la India, un meta-comic con una especie de superhéroe, y conceptos muy locos acerca de la reencarnación, la sexualidad, el amor y el karma. Esto hay que verlo para creerlo, y dedicarle varias lecturas para descifrarlo.
Es muy injusto dedicarle a un libro que ofrece varias obras completas el mismo espacio que a libritos con 45 páginas de una sóla historieta, pero bueno, es lo que hay. Pido las disculpas correspondientes y recomiendo fervientemente la adquisición de este maravilloso masacote que estalla con la creatividad, la imaginación y las ganas de romper con todo que tenían en los ´80 estos dos monstruos llamados Peter Milligan y Brendan McCarthy.

sábado, 23 de noviembre de 2013

23/ 11: HELLBLAZER: THE DEVIL´S TRENCH COAT

Anteúltimo recopilatorio de la serie más larga y más emblemática de Vertigo, que durante 25 años nos detonara la cabeza mes a mes. Este TPB reúne ocho episodios escritos por el maestro Peter Milligan y clava en el número 291, a sólo nueve del final. Esta vez no hay unitarios dibujados por Simon Bisley (al que disfrutamos sólo en las portadas) porque a) son dos arcos argumentales de cuatro episodios cada uno, muy enganchados, sin margen para meter un unitario en el medio y b) en simultáneo con estos números salió un Annual íntegramente dibujado por Bisley, que se recopila en el próximo tomo.
El primer arco no está mal, pero no es la gloria, ni mucho menos. Como el título lo sugiere, se centra en el sobretodo de John Constantine, la pilcha vieja y maloliente, enchastrada de magia oscura y fluídos aún más oscuros durante décadas de uso intensivo por parte de nuestro hechicero urbano favorito. El sobretodo, alejado de John, cobra vida, mata gente, manipula a incautos… cualquiera. Un giro sumamente inverosímil, porque además, uno que sigue a Hellblazer, asumió desde siempre que no se trataba de UN SOLO sobretodo, sino de varios muy parecidos entre sí, como las capas de Batman o las gorras de Corto Maltés. De hecho, contás la cantidad de veces que (a lo largo de 290 números) Constantine terminó con el breto hecho mierda, destrozado en jirones, que todo el planteo de Milligan pierde sustento.
Por suerte la saga no se queda en eso, sino que avanza muchísimo en un complejo entramado de relaciones entre John, Piffy, Gemma (la sobrina de John) y Terry Greaves (el capo mafia padre de Piffy). Este microclima venía levantando temperatura hace ya dos tomos (desde Bloody Carnations, reseñado el 03/05/12) y en este TPB va a explotar. Para el segundo arco de cuatro números, Milligan sube la apuesta y además de impactarnos con los volantazos que le pega al elenco protagónico, tenemos una saga tensa, filosa, al límite, con John de nuevo descendido al Infierno, no a jugar el clásico con IndeBendiente, sino contra un demonio un poquito más heavy, el siempre asombroso First of the Fallen. Este segundo tramo tiene mucho más sentido, más onda, mejores diálogos, más revelaciones increíbles y miles de guiños a los lectores de larga data: Milligan parece dispuesto a hacerse cargo de TODO lo que vivió John de la mano de los guionistas anteriores y eso sólo ya representa un desafío colosal. Bancárselo, encima, es un logro titánico para el inglés.
Por el lado del dibujo, Giuseppe Camuncoli dibuja casi todos los episodios a un nivel altísimo. De a poquito mete un grafismo más extremo, como si se diera cuenta un poco tarde de que se trata de un comic de terror bien al límite, y empiezan a aparecer trazos más extremos, más oscuros… casi como si dibujara Danijel Zezelj, pero entintado con una técnica totalmente distinta a la del croata. Lo mejor de Camuncoli está en la narrativa y en las expresiones faciales, donde capta detalles muy sutiles y muy adecuados para todas esas páginas en las que los personajes charlan entre sí y se psicopatean. Los suplentes son bastante crotos, no merecen siquiera ser mencionados. Entiendo que poner a Bisley a dibujar un cachito de una saga que estaba a cargo de Camuncoli puede resultar muy arriesgado, y también estoy seguro de que en Vertigo tendrían que poder contar con dibujantes mejores para cubrir los baches en las series regulares.
Para el final del tomo, Milligan le pone un cierre definitivo a un plot, el del gemelo demoníaco de Constantine, que viene de arrastre desde la época de… Paul Jenkins, creo, y al de la muerte de los padres de Gemma, que también venía colgado hacía años. Y deja pavimentada la ruta hacia un final que promete ser memorable. Sólo con el tamaño de ese último TPB (con un Annual y nueve números de la ongoing) se me frunce un poquito el orto… Lo dejo para el 2014, sólo por lo duro que va a ser despedirme de este amigo (garca y peligroso como pocos, pero amigo al fin) que me acompaña desde 1988.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

20/ 11: X-STATIX Vol.4

“La verdad es que todo fue tan extraño, tan extraño al fin”, cantaba un grande de la música. Y es lo que siento cuando termino (por fin) de leer este bizarro experimento de Peter Milligan y Mike Allred, apañado en su ambición rupturista por Joe Quesada y Bill Jemas, la dupla responsable de la Tercera Era de Oro de Marvel.
“Yo podría haberlo hecho mejor”, decía el mismo grande en el mismo tema, y es lo que debería sentir Allred respecto de su trabajo en este último tramo de la serie. Este TPB tiene ocho episodios de los que el ídolo dibuja siete y la verdad es que está a años luz de lo que dibujaba en los primeros números de esta serie (cuando se llamaba X-Force) y mucho más lejos aún de lo que vimos en la más reciente iZombie. La desprolijidad no está en el flujo narrativo, ni en la puesta en página, ni siquiera en la composición de las viñetas, ni en la anatomía, ni en las caras. Básicamente las tiradas a chanta groseras están en los fondos, que brillan por su ausencia casi siempre, y en el acabado, en los detalles del entintado, que se ve precario, atolondrado, despachado con fritas para cumplir con la fecha de entrega, sin ningún cariño ni respeto por la labor del dibujante (que a su vez está entre los entintadores que meten garfio en sus páginas). Una pena, porque un montón de aspectos de la faz gráfica de la serie, empezando por el diseño de los personajes, es alucinante.
“Como siempre vuelvo a ensayar”, se escucha también en la misma canción del mismo grosso, y eso es lo que podría decir Milligan acerca de esta serie. Desde el primer momento esto fue un laboratorio, un espacio de experimentación donde el guionista inglés pudo probar un enfoque radicalmente distinto sobre el ya gastado tema del grupito de jóvenes mutantes que pelean contra... algo. En este tomo, abre el fuego con un arquito de dos episodios que indaga un poco en Vivisector (a priori, el personaje menos interesante de los que quedaron en pie tras la saga anterior) y de paso se mete con el tema de ser diferente, ya sea por ser mutante o por ser gay, como el mencionado Vivisector. Está muy bien, aunque los dibujos de Nick Dragotta (que reemplaza a Allred en el segundo episodio) le dan a la historia un tinte grotesco que el guión no tenía.
Y después, el cierre de la serie. Se viene un arco ambicioso, de seis capítulos, en el que Milligan enfrenta a X-Statix con los Avengers en una especie de remake bizarra de aquel famoso enfrentamiento entre los Avengers y los Defenders. Además de los muchos guiños a aquella epopeya setentosa, el guionista sorprende con un gran manejo de los Avengers clásicos, con diálogos graciosos y filosos, repletos de ingenio y a la vez fieles a la esencia del Capi, Iron Man, Thor, Hawkeye, etc. Y por si faltara algo, casi sobre el final y como quien no quiere la cosa, tira algunas puntas acerca de Doop, el enigmático bicho verde acerca del cual no sabíamos absolutamente nada. Ya sólo por eso, esta saga es más que satisfactoria.
“Hay un bumerang en la city, mi amor; todo vuelve, como vos decís”, dice la misma canción, y hacia Milligan y Allred vuelve el aplauso de los fans a los que nos gusta leer comic de autor disfrazado de mainstream, con espacio para ideas que no son las obvias, con apuestas fuertes, con riesgos, con momentos que te dejan helado porque no podés creer que estás leyendo lo que estás leyendo. Por supuesto hubiese sido genial que la serie tuviera otra periodicidad, como para que Allred pudiera cuidar más el dibujo. Pero también podría haber sido peor: lo podrían haber rajado para darle la serie a un pecho frío tipo Salvador Larroca o a un clon choto de Jim Lee como los que pululan en tantos títulos de DC. Y también podrían haber metido a los “héroes” de X-Statix en otras colecciones mutantes, a tratar de encajar en los cánones habituales de esos comics, lo cual también habría sido una aberración. Por suerte eso no sucedió, seguramente por un acuerdo entre Milligan y los capos de Marvel que estos últimos decidieron honrar.
No hay vuelta que darle. Cada vez que pienso en la Marvel de Jemas y Quesada, fue amor, fue amor...

viernes, 8 de noviembre de 2013

08/ 11: X-STATIX Vol.3

Intentaré ser breve, porque tengo poco tiempo.
Ahora sí, completé X-Statix y la puedo leer en el orden correcto, es decir, retomando desde donde dejé en la reseña del 15/07/12.
Este es el famoso tomo en el que Peter Milligan se come los mocos. La idea era maravillosa: resucitaba Lady Di, se descubría que era mutante y se unía a los X-Statix para machacar villanos y terroristas. Sin embargo, a alguien de arriba le pareció que la premisa era muy heavy y la difunta princesa del Reino Unido fue reemplazada entre gallos y medianoche por Henrietta Hunter, una cantante pop hiper-famosa, por supuesto inventada por Milligan.
La saga, titulada Back From the Dead, dura seis episodios y recién sobre el final el guionista le saca jugo al hecho de que la protagonista no es princesa sino cantante. Hasta pasada la mitad del arco, Milligan estaba... viendo qué onda, cómo reacomodar las piezas. Y lo mejor que tiene el arco es, precisamente, el final, el tramo que no tenía sentido si la que lo tenía que llevar adelante era Lady Diana.
Previo a eso, el tomo abre con un unitario en el que se suma al equipo El Guapo (el skater de ascendencia latina) y uno centrado en Dead Girl, realmente excelente. Y a lo largo de todo el tomo, Milligan se toma su tiempo para resolver –de modo lógico y pausado- el misterio de Spike Freeman, el enigmático “dueño” de X-Statix. ¿Te acordás cuando leíamos la Liga de la Justicia de Keith Giffen y nos preguntábamos qué onda Maxwell Lord, si era realmente un multimillonario bueno, o si detrás de esa fachada se escondía un garca de terror? Esta serie explora esa misma veta, pero de un modo mucho más zarpado, más radical y más sórdido.
A nivel argumental, este es un gran tomo de X-Statix, con diálogos brillantes, buen desarrollo de (muchos) personajes y excusas casi boludas para que cada tanto explote la machaca y veamos a estos jóvenes en acción. Las peleas no son lo que más le interesa a Milligan, claramente, y por eso está tan bueno que cada una de estas supuestas epopeyas esté manchada con runflas espúreas, que atienden a intereses para nada altruistas.
En los ocho episodios del tomo tenemos a Michael Allred al frente de los dibujos, pero la verdad es que la calidad se resiente mucho respecto de los tomos anteriores, o de lo que hizo Allred en su otra serie regular (iZombie), en la que cada tanto se pegaba un faltazo. Acá el problema no es tanto el dibujo (difícil, si no imposible, que un monstruo como Allred dibuje mal) sino el acabado, el entintado, que a veces se ve tosco y precario, y otras veces cae en ese puntillismo pelotudo de rayitas innecesarias que tantas veces contaminaron la faz gráfica de los comics, sobre todo en los ´90. El propio Allred entinta dos episodios (entre ellos el primero, que es el que mejor se ve), Philip Bond entinta otro, y del resto se hace cargo J. Bone. Todos capos, todos increíbles dibujantes, y todo tienen el mismo problema: ese entintado blandito, con las rayitas tipo Scott Williams en algunas viñetas, y en el resto (en casi todas) la brocha gruesa, un entintado hecho a los pedos, sin cariño, sin vuelo, sin el menor intento por potenciar el trabajo de Allred. Una lástima porque, debajo de esos trazos apurados y sin onda, subyace un gran laburo del ídolo, apoyado como siempre por grandes trucos en la narrativa y composiciones alucinantes en las viñetas en las que aparecen muchos personajes en acción.
Me queda un tomito más de X-Statix, así que por ahí la termino antes de fin de mes.

jueves, 30 de mayo de 2013

30/ 05: THE PROGRAMME

Ayer traté de arrancar con el Vol.2 de esta serie, cuyo Vol.1 había leído antes de empezar con el blog. Obviamente descubrí que no me acordaba un carajo, con lo cual me puse las pilas y me releí el Vol.1. Acto seguido, y preso de un cebamiento desmedido, cacé el Vol.2 y me lo bajé, sin solución de continuidad. O sea que la reseña de hoy vale para la saga entera, los 12 números de esta historia creada por Peter Milligan y C.P. Smith allá por 2007.
Con The Programme, Milligan se propone mostrarnos su versión del famoso tópico “superhéroes en el mundo real” y explica todo a partir de la Guerra Fría, de un proyecto para gestar super-seres imaginado por científicos nazis y luego desarrollado tanto por la Unión Soviética como por los EEUU. Los super-seres que confrontarán entre sí en 2007 son resabios de aquella Guerra Fría, y eso le suma a The Programme un fuerte tinte político: el super-clásico del Siglo XX, Capitalismo vs. Comunismo, es decir, Rusos vs. Yankis, tiene tanto peso en esta trama como la machaca entre estos señores y señoras con increíbles poderes. Hay machaca, y es tremendamente salvaje, sólo para lectores con mucho aguante. Y sin embargo, esta no tiene tanto peso en la trama como uno supone. Ese espacio que Milligan le retacea a las trompadas y las explosiones, se lo da a la runfla política, especialmente a las turbias operetas de la CIA, de las que esta vez el presidente de los EEUU es partícipe y hasta impulsor.
Si bien el ritmo del guión se ralentiza en pos de no descuidar el realismo (es decir, la exploración a fondo y en serio de las consecuencias de cada una de las cosas extraordinarias que se suceden en la historia), al terminar la primera mitad uno cree que Milligan va a poder resolver todo bien, en los tiempos y espacios razonables. Pero casi desde el arranque de la segunda mitad, se complica la vida con un nuevo elemento, que cobra bastante importancia y que le quita páginas al tema de los super-seres: los rusos convencen a los afroamericanos de que el gobierno yanki, capitalista e imperialista, los quiere cagar. Los negros compran este discurso (convengamos que motivos no les faltan) y rápidamente crece el plot de una inminente guerra racial dentro de los EEUU. Con esto, Milligan se hace una panzada y mete diálogos, situaciones y personajes memorables. Pero ocupa páginas que necesitaba para lo otro, y así es como la trama central, la de los “muñecos” rusos y Max, se resuelve de modo parcial, con menos fuerza y consistencia de la que uno esperaba, como si hubiese un Vol.3 y un Vol.4 a la vuelta de la esquina. Tanto es así que el personaje que hace las veces de héroe en casi toda la saga termina claramente alineado a la facción más facha del gobierno yanki, a la que Milligan nos presenta como “los malos”.
Y sí, me quedé con ganas de que The Programme siguiera por lo menos 12 episodios más. En parte por los plots que no terminan de cerrar y en parte por el gran trabajo de caracterización que hace Milligan con Max, el agente Chivers, Stella, el profesor Korovin y especialmente Michael Hinks, el yanki zurdo, que es el personaje que tiene los mejores diálogos en un comic al que le sobran los buenos diálogos. Y la destrucción, y las torturas, y los aprietes, y los asesinatos, y los desmembramientos, más una violación que dura un sólo cuadrito, como para decir “presente” en este festival de la atrocidad, totalmente justificado (de un lado y del otro) con dogmas políticos que hoy huelen a naftalina.
Al frente del dibujo tenemos a C.P. Smith, un abanderado del estilo Juan Carlos Flicker, decidido a llevarlo al límite. Este muchacho no dibuja NADA, pero nada de nada. Cuesta encontrarle algún rasgo de identidad gráfica, de tanta foto que mete... por ahí esas manchas dark en los rostros, cercanas a las que mete J.H. Williams III en sus laburos más realistas. Pero esto es TODO foto, hay más fotos que en el Facebook. A favor de este delincuente tengo que decir que, a pesar de este tratamiento estético tan extremo, la narrativa no se resiente. Y que en la segunda mitad, cuando el propio Smith se hace cargo de colorear las páginas, la historieta se ve realmente bien. Ahora, digo yo... ¿qué te costaba dibujar algo? Las nubes, un ojo, algo... Zarpado lo de este muchacho, de quien nunca había visto ningún trabajo.
The Programme es una historieta atrapante, de devastadora mala leche, en la que un inglés usa un concepto re-yanki como son los superhéroes para deconstruir el Sueño Americano. Y de paso, para recordarnos el daño que le hicieron a la Humanidad el maccarthismo y el stalinismo. Más el daño que le sigue haciendo la canallada impune de los políticos y demás personajes sombríos, adictos al poder y a los privilegios, caiga quien caiga, mueran cuantos mueran en las guerras que se esfuerzan por sostener y justificar. Un laburo notable del maestro Milligan, del cual quisiera ver HOY una secuela.

lunes, 17 de septiembre de 2012

17/ 09: HELLBLAZER: PHANTOM PAINS

Nuevo tomo de Hellblazer y, predeciblemente, no está al nivel demoledor del tomo anterior. Era muy difícil bancar los trapos después de aquel final increíble que Peter Milligan conjuró en Bloody Carnations. Phantom Pains es un muy buen arco argumental, pero de ahí a hacerle el aguante a la saga inmediatamente anterior, hay un abismo.
Los dos unitarios que dibuja Simon “La Bestia” Bisley son uno más grosso que el otro. Son, casualmente, los episodios en los que Milligan retoma la ilustre tradición de meterse con temas socio-políticos urticantes, y darles un twist jodido y sobrenatural. Para el unitario que transcurre en la cárcel, además, el guionista retoma a Julian, el demonio que boleteó a Phoebe, la médica con la que salía John en Hooked (lo vimos en Enero de este año). En ambos episodios la Bestia abusa un poquito de los primeros planos, pero su trazo está tan inspirado y se ve todo tan bien, tan sórdido, tan escabroso, que no jode para nada. Porque además, cuando tiene que pelar, Bisley pela figuras enteras, fondos, secuencias de acción al palo, besos incandescentes y todo el gore que puede soportar un comic de Vertigo.
Dentro de la saga central, hay un episodio protagonizado por Gemma (la sobrina de John), en el que Giuseppe Camuncoli es reemplazado por Gael Bertrand, un dibujante francés muy, muy bueno, con un sólo problema: si Camuncoli se zarpa y dibuja a John con rasgos de un tipo de 30, Bertrand se va más al carajo y lo dibuja como si tuviera 23. En los capítulos restantes, Camuncoli mantiene arriba su nivel, con páginas y secuencias memorables, cada vez mejor ensamblado con el entintador Stefano Landini y la colorista Trish Mulvihill. Es muy loco cómo un dibujante con un trazo tan prolijo, tan claro, tan lindo, logra conjurar imágenes tan aterradoras, tan perturbadoras y tan truculentas.
El argumento de Phantom Pains... bah, creo que en realidad hay dos argumentos, los dos basados en cosas muy heavies que pasaron en el tomo anterior. Por un lado, John se propone recuperar el pulgar izquierdo, que él mismo se cortó cuando se volvió loco. Por el otro, Gemma va a buscar venganza contra su tío por una atrocidad que cometió... el gemelo diabólico de su tío. Y las líneas argumentales no se cruzan, eh? No hay una única resolución para ambos conflictos. Lo del dedo de John se resuelve... casi 45 páginas antes que lo de la venganza de Gemma, y por vías totalmente distintas. O sea que la consigna de Milligan para este tomo era volver para atrás dos sacudones bastante grossos que le había pegado a la serie en el tomo anterior.
Asimismo, y como parte del plot de la venganza de Gemma, en este tomo John pierde no una extremidad, pero casi: su mítico impermeable, ese que lo acompañó al Averno y más allá desde mediados de los ´80, cuando era un personaje secundario de Swamp Thing. Si esto sigue una lógica, en la próxima saga el ídolo se meterá en un kilombo marca Cañón para recuperar su tradicional pilcha, a la que vimos arder en una hoguera. Pero ojalá no suceda eso, porque si sucede, Milligan se habrá vuelto predecible. Y en el arco siguiente veremos a John perder... un ojo, y en el siguiente recuperarlo y perder... el encendedor, y así, hasta que pierda la chota y resulta que somos nosotros, los lectores, los que la tenemos adentro. Prefiero a Milligan caótico e impredecible. Para hacer boludeces obvias e intrascendentes lo tenía a Constantine en la Justice League Dark.
A todo esto, en Phantom Pains vuelve a brillar con luz propia Epiphany Greaves, quien a esta altura ya es –lejos- la mina más copada a la que se volteó John y probablemente el mejor personaje secundario aparecido en los casi 25 años que lleva esta serie. Inmenso mérito de un inmenso guionista que ojalá siga más allá del inminente n° 300.

jueves, 26 de julio de 2012

26/ 07: X-STATIX PRESENTS: DEADGIRL

Ay, qué lástima tener que despachar rapidísimo esta reseña por falta de tiempo...
En primer lugar, me ensarté como un gil. Leyendo este tomo, me entero que todos los miembros de X-Statix están muertos. Y buscando en Wikipedia, me cuentan que mueren todos al final del Vol.4 y yo el otro día leí el Vol.2. O sea que me cagaron muchas sorpresas por no ponerle Vol.5 a este TPB.
Ahora, ¿es un TPB de X-Statix? Sí, definitivamente. El Doctor Strange, que comparte protagonismo con Deadgirl, tiene muchísima chapa, pero sin los personajes de X-Statix esto no podía ni resolverse ni cobrar algo así como un rumbo razonable.
De todos modos, se nota mucho que Peter Mlligan quería hacer una saga del Tordo y –para que Marvel se la aprobara- le agregó todo el tema de X-Statix, o en realidad la posibilidad de retomar algunas puntas que no habían cerrado del todo (supongo) cuando se canceló esa colección. Algo parecido a lo que vimos en Fever, cuando Brendan McCarthy mete a Spider-Man en su saga del Hechicero Supremo.
Milligan escribe a un Doctor Strange canchero y encantador, pero se zarpa un poco con los chistes. Esto es casi tan en joda como Indefensible, aquella saga de los Defenders que nos obsequiaran Keith Giffen, J.M. DeMatteis y Kevin Maguire. Si después de leer Indefensible resulta imposible volver a tomarse en serio a Dormammu y Umar, una vez que leés Deadgirl le perdés por completo el respeto a Strange, a Wong e incluso al mismísimo Ancient One. No digo que esté mal, porque ese enfoque realmente funciona en el contexto de esta historia. Digo que si siguen tomándose al Tordo para la joda, después va a costar un huevo reinterpretarlo como personaje serio y dramático. Pero bueno, son experimentos y está bueno que las grandes editoriales experimenten.
El guión en sí es un disparate que gira en torno a los héroes y villanos muertos, cómo viven en el más allá, quiénes y por qué quieren volver a la vida, por qué algunos vuelven y otros no... esa onda. Guarda, tomado todo MUY en joda. Esto es pop para divertirse: No esperes explicaciones filosóficas ni metafísicas, la cosa va más para el lado de los chistes, incluso algunos medio escatológicos, otros medio sexópatas y hasta un gaste maligno y genial al nefasto George W. Bush.
El siempre brillante Mike Allred comparte la faz gráfica con Nick Dragotta y este usa sus poderes camaleónicos para –una vez más- adoptar el estilo del ídolo de modo que no puedas distinguir qué hizo uno y qué el otro. Por ende, todo parece un comic de Allred y todo se ve maravillosamente bien. Y como siempre, el color de Laura Allred (bomba atómica y esposa de Michael) aporta muchísimo a este clima de bizarreada festiva.
Superhéroes, comedia y algunos elementos típicos del comic de terror se juntan en esta historieta, esta vez para descorchar unas bebidas y cagarse de risa un rato. La epopeya está, pero puesta al servicio de un relato cuyo tono no es circunspecto ni dramático, sino que todo el tiempo te guiña un ojo como diciendo “Todo bien, es una joda”.
Si ya leíste todo X-Statix, tirate de cabeza. Si no, bancá a leer el final, porque esto es una especie de epílogo. Ahora, si sos purista del Dr. Strange más clásico, más amargo y traumatizado, esto te puede llegar a inflar seriamente las pelotas. ´Nuff said!

domingo, 15 de julio de 2012

15/ 07: X-STATIX Vol.2

Tenía bastante abandonada a esta serie, pero bueno, a mí favor puedo decir que no es tan fácil conseguir estos libros.
Este tomo me gustó más que el anterior. Ofrece cinco episodios de la serie regular, una historia corta que salió en una X-Men Unlimited y la miniserie de dos números de Wolverine y Doop. Lo único que no escribe Peter Milligan son las 12 páginas de la X-Men Unlimited e incluso eso está muy bien. El guión lo escriben Mike Allred y Nick Derrington y lo dibuja este último, que no está ni por asomo al nivel de los otros dibujantes que meten mano en este TPB, pero no es horrendo ni mucho menos.
De los cinco numeritos de la serie central, los tres primeros forman una saga titulada The Moons of Venus, con mucho protagonismo para Venus Dee Milo y también para The Orphan, o Mr. Sensitive, o Guy Smith, quien vuelve al grupo después de su intempestiva salida en el tomo anterior. El argumento, una vez más, es perfectamente lineal y el guión está perfectamente ceñido a la fórmula tradicional de comic de superhéroes con grupito de personajes jóvenes. Milligan lima, como ya vimos, por el lado de los poderes de los héroes y villanos. Ese es el espacio que encuentra fértil para cultivar conceptos vanguardistas y arriesgados. Y por supuesto, mete diálogos brillantes, al límite del “nah, me estás jodiendo...”. “Somos un equipo de supehéroes posmodernos! Acá no hay lugar para la valentía!”, exclama en un momento The Anarchist. El mismo personaje tiene unas reflexiones geniales acerca de qué siente un negro machacando a otros negros durante una misión en Africa, y en la mini de Wolverine y Doop hay tantos chistes groseros que podría llenar una reseña entera sólo con eso.
¿Wolverine? ¿En serio? ¿No era que Milligan estaba creando un comic de autor dentro del mainstream? Bancá, que ya lo explico. Aparece bastante el Profesor Xavier, también, pero no hay traiciones. La independencia de esta serie no se negocia nunca. Además de la saguita inicial, hay dos unitarios excelentes: el primero jode a full con la industria cinematográfica y cómo esta toma a los superhéroes para convertirlos en cualquier otra cosa, a años luz de lo que son en las historietas. Y el segundo explora el pasado de U-Go Girl, la integrante del equipo caída en combate en los tomos anteriores. Acá también hay palos letales a Hollywood y un par de secuencias subiditas de tono, muy logradas. Este unitario cuenta con un invitado de lujo, el gran dibujante británico Philip Bond, que hace un trabajo notable.
En los otros cuatro episodios de la serie central lo tenemos al maestro Mike Allred en un gran nivel, como si no le pesara para nada la carga de las 22 páginas mensuales de lápiz y tinta. Allred es la síntesis perfecta entre lo bizarro y lo cool y por supuesto le sienta perfecto a esta serie, que parte de premisas cool y transita todo el tiempo la cornisa de la bizarreada, aunque con la suficiente ironía como para no caerse.
Y nos quedan los dos episodios de Wolverine y Doop, en los que Milligan forma equipo con uno de los mejores historietistas de todos los tiempos, un monstruo al que el talento no le entra en el cuerpo. Me refiero al ídolo canadiense Darwyn Cooke, quien acá deslumbra con sus homenajes a Will Eisner, combinados con una narrativa tipo Jack Kirby y unas minitas que nos recuerdan a Bruce Timm. El guión es una comedia deliciosa y punzante, de nuevo con la participación de un ser paranormal con unos poderes drogadísimos y el protagonismo muy bien repartido entre el petiso de las garras y la bola informe de color verde. No te digo que esas cuarentaipico de páginas valen lo que pagues por tomo el tomo, pero sí que son un cago de risa, repletas de acción, de situaciones desopilantes y obscenamente bien dibujadas por Cooke. Si se hace una vaquita para implantarle otro brazo a Cooke, así dibuja más historietas, cuenten conmigo.
Con Wolverine o sin Wolverine, a pesar de las X grandotas en la tapa y en los emblemas de los personajes, X-Statix avanza por el camino correcto: el del comic con una fuerte impronta autoral, en el que la temática superheroica (y el propio Universo Marvel) están encarados desde una óptica que no tiene nada que ver con ningún otro comic ni de esa época (2003) ni de ninguna otra. Será por eso que animalitos como Milligan, Allred y Cooke dejaron la vida en cada viñeta, cosa que no hubieran hecho sin Marvel los ponía a cargo del enésimo crossover entre 577 títulos mutantes. Pero claro, esto es de la época de Bill Jemas y Joe Quesada, cuando en Marvel había espacio para todo, incluso para los descuelgues experimentales como X-Statix. Hoy, esto no se publicaría ni en pedo, ni en Marvel ni en DC. En Image, por ahí sí.

jueves, 3 de mayo de 2012

03/ 05: HELLBLAZER: BLOODY CARNATIONS

A la mierda! Nueve episodios de un saque, todos en un mismo TPB. Una auténtica panzada de Hellblazer servida por el maestro Peter Milligan. Si leíste la reseña del TPB anterior, yo ponía a India al tope del ranking de las sagas de la Era Milligan en Hellblazer. Bueno, sigue ahí. Bloody Carnations está espectacular, pero no tanto como el tomo anterior. Por varios motivos, a saber:
No hay una trama socio-política para complementar a la del chamuyo místico, los conjuros, etc.
Dibuja muy poquito Simon Bisley, apenas 25 ó 30 páginas de los flashbacks a 1979.
Y lo más importante: se nota demasiado que la trama central está estirada. Todas esas páginas y páginas con Shade podrían no estar y la historia sería exactamente lo mismo. Okey, uno es fan de Vertigo desde el día cero y se emociona con la aparición de Shade. Pero realmente ¿aporta algo a la trama? Muy poquito. Me parece que Milligan lo metió como una forma de presionar sutilmente para que se reedite esa saga de Shade con Constantine que escribió hace muchos años para una revista (la de Shade) que no vendía un pomo.
Dicho todo esto, vamos a los aciertos, que son muchos.
Giuseppe Camuncoli tiene MUCHAS páginas para demostrar su grossitud. La dupla que forma con el entintador Stefano Landini es demoledora y, si bien se le nota algún choreo a Eduardo Risso o Marcelo Frusín, el tomo está lleno de imágenes poderosísimas. Todo el tramo con Shade, en el que el guión gira en torno a la locura, le abre a Camuncoli la posibilidad de zarparse con el dibujo, de apostarle todo a la imaginación. El tano la aprovecha a full y sin meterse en bretes narrativos, lo cual es muy notable. El suplente de Camuncoli es Maradona, es cierto. Pero él se está matando para ser Francéscoli.
Para cuando se termina la participación de Shade (pasaditas las 100 páginas del tomo), el guión se prende fuego. Milligan pone en marcha una saga realmente osada, que termina con un cambio brutal en el status quo de la serie. Pero además demuestra con creces que no es un capricho, ni un manotazo de ahogado, ni un golpe de efecto para llamar la atención o sacudirnos la modorra a los lectores acostumbrados a seguir mes a mes al brujo de la B Metropolitana. En las 120 páginas finales, Milligan da cátedra de cómo hacerse cargo de todo lo más heavy que John Constantine acumuló en sus 275 meses ininterrumpidos al frente de su propia revista y sin dejar nada afuera, sin barrer nada abajo de la alfombra, sin cagarse en los aportes de ninguno de los guionistas que lo antecedieron, demuestra que se puede, que hay una vuelta de tuerca más para darle a este ya clásico personaje que parece destinado a sobrevivir a todo. Y por supuesto, al establecer un cambio tan grosso en el status quo, abre un montón de nuevas puntas para explorar, con lo cual potencia brutalmente la expectativa para los próximos arcos argumentales.
El otro rubro en el que Milligan hace gala de su inmensa chapa es en la caracterización. Vos leés esto y creés que estos tipos y minas son reales. Hasta Shade, que es un alienígena más pirado que Lilita Carrió, es creíble. Chas aparece menos que en otras etapas, pero cada vez que aparece, la rompe. Epiphany Greaves es un hallazgo de esos que se dan muy de vez en cuando. Terry Greaves, el capo mafia papá de “Piffy”, es otro personajón y sus diálogos con John hacen que vibren las páginas del libro. No quiero ni nombrar al villano para no spoilear, pero también, está perfectamente escrito. La cantidad de chistes groseros, de retruques ingeniosos, de frases definitivas que tiran John y un par de personajes más hacen que no importe en lo más mínimo si Milligan estira un poquito las tramas.
Si leés Hellblazer hace mucho, seguro te está pasando lo mismo que a mí: te cuesta creer que esta etapa dure lo que está durando, porque es demasiado buena para durar. Milligan ya lanzó los conjuros, ya dibujó los pentagramas y los grimorios en el piso. Nos tiene atrapados, no nos deja salir. Y la siguiente etapa en su plan maestro es que nos olvidemos de lo grossos que fueron los autores anteriores y nos pongamos todos de acuerdo para ungirlo como El Mejor Guionista de Hellblazer de Todos los Tiempos. Si esto sigue así, es probable que lo logre...

miércoles, 25 de abril de 2012

25/ 04: HELLBLAZER: INDIA

Este es –hasta ahora- el mejor tomo de Hellblazer desde que llegó Peter Milligan. Al igual que el tomo anterior, arranca con un arco de cuatro episodios dibujado por el italiano Giuseppe Camuncoli y cierra con dos episodios a cargo de Simon “la Bestia” Bisley, que además ilustra todas las portadas.
La primera saga es redondísima: John quiere resucitar a... alguien que murió en una saga anterior (no se lo spoileemos a los que todavía no se engancharon con la serie) pero está muy manchado de atrocidades y necesita purificarse. Por eso viaja a la India, a la ciudad de Mumbai, un lugar extraño, en el que el plano espiritual anda medio revuelto y donde se va a encontrar con productores de Bollywood, gurúes truchos, sabios ancestrales y demonios de enorme poder.
Es una saga trepidante, repleta de momentos escabrosos, con los excelentes diálogos de siempre y con dos agregados muy notables: por un lado, el contrapunto entre la cultura occidental y la oriental. Constantine cree que los conjuros funcionan igual en todas partes, pero resulta que no, que en Oriente las cosas se hacen distinto, el viaje de las almas al Más Allá es distinto y de pronto nuestro hechicero de la B Metropolitana se da cuenta de que no la tiene tan clara como creía. Por el otro lado, Milligan no se olvida de lo otro que hace grossa a esta serie: la bajada de línea socio-política. Entonces vincula al villano con la época en la que India era una colonia del Imperio Británico y los milicos al servicio de Su Majestad hacían lo que se les cantaba las reales pelotas con los pobres hindúes.
Lo único medio inexplicable es cómo, de la nada, se aparece en Mumbai y se le prende de la... gabardina a nuestro ídolo Epiphany Greaves, la joven alquimista que hasta el tomo anterior era un personaje secundario y acá ya cobra un rol muchísimo más protagónico. Okey, la minita está caliente con el veterano, pero de ahí a irse a la India a buscarlo, es un poco demasiado. Por suerte se ve que Milligan tiene muy claro lo que quiere hacer con este personaje, o sea que suma mucho tenerla ahí, revoloteando alrededor de John, ya sea para darle una mano cuando la cosa se pone espesa, o para verduguearlo por su avanzada edad.
Y si a vos lo que te gusta es el aspecto socio-político de Hellblazer, la segunda saguita, con John de nuevo en Londres, te va a partir la cabeza. Acá, al maestro Milligan se le ocurre una nueva manera de contarnos lo intrínsecamente hijos de puta que son los conservadores ingleses y encuentra la forma de meter en el medio a Constantine, a Sid Vicious, a varias entidades místicas, a patotas skins y barrabravas y hasta un flashback a 1979, cuando John era joven y punk y se veía venir la oscura época de Margaret Thatcher como Primer Ministro del gobierno británico. Son 44 páginas brillantes, con violencia, drogas y recuerdos de otras épocas en las que los pibes escupían a los músicos a los que veneraban al ritmo de Anarky in the U.K.
Mínima mención al laburo de los dibujantes. Camuncoli, excelente como siempre. Una vez más, dibuja a Constantine demasiado joven, pero se luce al dibujar la India y sobre todo al demonio hindú, perfectamente coloreado (con colores planos y estridentes) por Patricia Mullvihill. Y lo de la Bestia ya está totalmente fuera de escala. Olvidate de Lobo, de Slaine, de Judge Dredd, de todo. Comparado con esto, todo lo que dibujó Bisley antes de Hellblazer es basura pochoclera con gusto a esteroides en mal estado. Acá aparece el Bisley definitivo, el más completo, el más maduro, el que mejor narra, el que mejor fluye. Okey, no entinta ni colorea. No hace falta, prefiero que lo coloree Brian Buccellato y que la Bestia se concentre en los lápices, porque nunca dibujó ni se vio mejor. Y además dibuja al ídolo como un cincuentón hecho crosta, como debe ser.
Si en algún momento dudaste de subirte al bondi de Hellblazer manejado por Milligan, no lo dudes más. Es un viaje de ida alucinante, jodido, hipnótico, doloroso, truculento y muy gracioso. Milligan ya está cerca de convertirse en el guionista que más números escribió de esta serie y donde te descuides, se puede llegar a convertir en el mejor. Te lo juro por Nergal.

sábado, 3 de marzo de 2012

03/ 03: GREEK STREET Vol.3

Hoy breve, porque tengo poco tiempo.
Acá termina Greek Street, la serie en la que Peter Milligan se proponía revisitar las clásicas tragedias griegas desde una óptica y una ambientación contemporáneas. La idea era buena, el primer tomo era espectacular y aún así, la noche se vino en el decimosexto episodio, muy temprano para mi gusto. ¿Cómo pilotea Milligan esto de tener que darle un final prematuro a una saga que –se nota a ocho cuadras- estaba pensada para el muy largo plazo? Bien, porque las propias tragedias griegas le brindan el elemento capaz de resolver todo en pocas páginas: la intervención de los dioses en los asuntos de los humanos, que es lo que –para mi gusto- le da tanta onda a la muchachada del Olimpo (me refiero a los de Zeus y Atenea, no a los de Martín Rolle y el Bombón Rosada). El deus ex machina, al que tanto se recomienda evitar en los finales “normales”, acá tiene muchísimo sentido.
Tanto que Milligan vuelve sobre Medea, Eddie, Sandy, Dedalus y los Fureys cuando le quedan apenas dos episodios, 44 páginas, para cerrar la serie. Los tres episodios restantes componen una saga que prácticamente no tiene ningún contacto con lo que veníamos viendo hasta el momento. Acá Milligan nos presenta a una especie de Aquiles, que en vez de a la guerra de Troya va a la guerra contra los talibanes en Medio Oriente. Como en sus mejores episodios de Hellblazer, el guionista hunde un impiadoso escalpelo en un tema socio-político sensible: el siempre polémico tema de la guerra, el patriotismo y los negocios que ciertos avechuchos hacen en torno al horror y la muerte que significan todo conflicto bélico. Y por supuesto baja la línea correcta, lo cual, sumado a una trama realista, fuerte, atrapante, da por resultado un arco argumental magnífico, probablemente lo mejor que se haya visto en Greek Street.
Para esta saguita, Milligan no cuenta con el siempre sorprendente Davide Gianfelice, sino que entra como suplente Werther Dell´Edera, dibujante muy competente que pareciera haber estudiado bastante a David Lapham y a Howard Chaykin. Me gustó, quiero ver más trabajos suyos. Voy a repasar sus números de Loveless, que no me los acuerdo, a ver si ahí ya era bueno. Y para el cierra de la saga principal, reaparece Gianfelice para dar su última cátedra, otra vez repleta de cadáveres trozados, peleas sanguinarias y minitas semidesnudas con cuerpos de actriz porno.
En fin, una pena. Greek Street daba para más. Tenía un guionista no siempre regular, pero muchas veces genial. Y un dibujante de la San Puta, de los que no abundan en las series mensuales. Digo, más allá de tomar como materia prima a las historias primigenias, las de siempre, las que definieron a la cultura de Occidente hace 2500 años.

martes, 21 de febrero de 2012

21/ 02: GREEK STREET Vol.2

Y era cierto lo que decían los críticos yankis, nomás. El segundo tomo de esta serie (que empecé a leer en algún momento de 2010 y dejé colgada hasta ayer) no logra ni por casualidad mantener el asombroso nivel del primer tomo. Ojo, no se va al descenso directo. Claramente, mantiene un interés más que suficiente como para que uno quiera seguir leyendo (aunque sólo queda un tomo más, ya que la serie fue prematuramente cancelada, luego de apenas 16 episodios), pero más claramente aún, la inspiración con la que Peter Milligan sorprendió en el primer arco, se fue para no volver.
El principal problema, me parece, es que Milligan cerró mucho el “universo”. Okey, no podés tener 15 ó 20 protagonistas como en Fables. Pero cinco es poco. Sobre todo si tu idea para el segundo tomo es que los protagonistas de TODAS las secuencias del Vol.1 intereactúen permanentemente entre sí. En el primer arco, las historias de Eddie (Edipo), Sandy (Casandra), Lord Menon (Agamenón), Mischa (Medea) y el detective Dedalus (Dédalo) se tocaban, pero poco, eran casi paralelas. Era lógico que, en algún punto de la serie, varias de ellas iban a confluir, pero había que dejarlas madurar un cachito más. Cruzar a los cinco tan de golpe, y de modo tan intenso, en el segundo arco da sensación de torpeza, de desesperación, de cosa forzada, traída de los pelos. No digo que sea un cagadón, porque de la interacción entre los personajes salen situaciones interesantes. Pero en un punto más avanzado de las tramas, esto mismo garparía mucho más. De todos modos, es ciencia-ficción, porque sólo queda por delante un puñadito de episodios. En la práctica (y no sé si Milligan manejaba este dato), los personajes se terminaron cruzando a la mitad de la serie.
El otro problema, mucho menor, es que este segundo arco baja mucho la impronta sexual de Greek Street. Hay un yiro que baila en un cabarulo y unos zarpados que filman pelis porno, pero se ve muy poco, se hace poco énfasis en ese aspecto, que estaba muy presente en el primer arco. Sospecho que más de un pajero habrá comprado este comic porque le dijeron que había garches al por mayor y al leer estos episodios habrá dicho “nah, me chamuyaron”, y no lo compró más.
Lo que no baja para nada es el nivel de violencia, gore y mala leche. En ese rubro, Greek Street sigue siendo peligrosamente filosa. Acá vemos balazos, explosiones, mutilaciones, cuchillazos letales, sesos fuera de los cráneos y hasta un tipo que le mea la cara a otro. Una joyita de la buena educación, como para publicarla en la Billiken. Muchas de estas guarradas están puestas en función de una trama policial dura, la de la guerra de bandas entre mafiosos griegos y chinos, y otras no, otras son cuasi-gratuitas, sobre todo las que tienen que ver con Medea, que es una especie de Wolverine descontrolado y con buenas tetas.
Además de poco sexo y mucha violencia, hay buenos desarrollos de los personajes secundarios y –sobre el final- una linda vuelta de tuerca que tiene que ver con la familia de Sandy. Pero vamos a lo más notable de Greek Street, que es el dibujo.
Impresionante lo que pela acá Davide Gianfelice. Tiene un sólo problema, muy menor, y es que TODAS las minas le salen demasiado lindas. Y con unos cuerpazos monumentales. Hasta Sandy, que tiene 15 años, parece una estrella porno recién cirujeada. Si le perdonamos ese detalle, a Gianfelice hay que aplaudirlo de pie. En su estilo conviven los dibujantes con más onda de la escuela Bonelli (Giancarlo Caracuzzo, Nicola Mari...) con dibujantes de trazo recontra-estilizado de los que habitualmente publican en EEUU, como Eric Canete o Humberto Ramos. El resultado es alucinante y está sostenido en una narrativa excelente, que por momentos le debe algo a lo que hacía Eduardo Risso en 100 Bullets, el greatest hit de Vertigo en lo que a crimen urbano se refiere.
Greek Street pasó de un tomo a otro de ser fundamental a ser... no sé si prescindible, pero sí de segunda línea. Me queda por leer el último tomo, a ver si Milligan pega un volantazo más y me vuelve a impactar como en el arranque.

lunes, 16 de enero de 2012

16/ 01: HELLBLAZER: HOOKED

Hacía mucho que el gran John Constantine no se veía envuelto en líos de polleras y bueno, al maestro Peter Milligan le pareció que ya era hora de volver sobre ese tema, pero con un giro más impredecible. Guarda: para que esta historia (y –sospecho- las que vienen después) funcione, hay que olvidarse de esos episodios de hace unos años en los que John blanqueaba 50 pirulos. Nada, ahí hubo un reboot encubierto, un pacto con Mephisto como el de Spider-Man, alguna matufia rara, porque John, tal como lo escribe Milligan y como lo dibuja Giuseppe Camuncoli, no tiene ni en pedo más de 45 años. Pero bueno, pongámosle que John clavó en 45 y que la sangre de Nergal lo mantiene más o menos lozano, y esto pasa a ser viable.
Hooked nos lleva al maravilloso mundo de los gualichos, de las pócimas para enamorar, del amor inducido mediante la magia, o en una de esas la química. John está on fire con Phoebe, la médica, pero ella lo tiene hasta ahí. Sabe (o por lo menos sospecha) que la relación está condenada al desastre. John recurre a las artes oscuras: una poción elaborada por la joven (y lanzada) alquimista Epiphany Greaves va a lograr que Phoebe cambie de opinión y le muestre a nuestro ídolo el cartelito de “oferta” prendido a la chabomba. Pero claro, la cosa se va complicar heavy, porque Milligan (no yo, porque lo leí el 9 de Marzo) se acordaba de lo que pasó en el tomo anterior, cómo se resolvió y gracias a quién. Esa amenaza que, según yo mismo “casi no asustaba”, acá asusta y mucho, porque así como Phoebe se hace adicta a la... presencia de John (por ser sutiles), John se hace adicto a una sustancia que sólo le puede proveer un demonio jodido, un ekkimu llamado Julian. John lo trata de cagar, no le sale, y Julian va a pasar a cobrar... por lo de Phoebe.
A lo largo de los tres episodios de Hooked, pasan muchísimas cosas y el ritmo no decae nunca. Olvidate de la bajada de línea social que tanto le aplaudíamos a Milligan en el tomo anterior. Acá menciona un tema candente (el “date rape”), pero lo importante es la machaca sobrenatural al palo y la historia de amor, claro. Es todo tan grosso que los dos episodios que completan el tomo son epílogos a esta trilogía. El primero tiene un problema, y es que John tiene que “pelear contra algo”, para no estar 22 páginas llorando por su chica. Pésima decisión: Milligan lo hace pelear contra una cosa tan fumanchera y tan traída de los pelos que no tiene sentido. El otro epílogo es mil veces mejor y tiene que ver con el entorno familiar de Epiphany Greaves, que estuvo cerca de convertirse en tercera en discordia en el romance entre John y Phoebe y que –me da la sensación- se va a convertir en un personaje importante en los próximos arcos. Ese capítulo es Hellblazer puro, con magia, chamuyo, mala leche y una línea demasiado borrosa para separar a John de “los malos”.
La trilogía inicial está muy bien dibujada por Giuseppe Camuncoli, que aún le hoy afana un poquito a Marcelo Frusín, pero la tiene muy clara. Dibuja a John un poco joven para mi gusto y todo lo demás le sale bárbaro. La acción, los garches, Londres, todo está muy bien. Pero, pobre pibe, al lado le ponen a Simon Bisley, la Bestia, totalmente en crack. Bisley pela como pocas veces, se juega en la narrativa, se desloma en los fondos, se fuma páginas de seis cuadros, y encima encontró una técnica para entregar las páginas a lápiz, que es donde más se aprecia la vitalidad, la fuerza del trazo de este monstruo. Jamie Grant colorea los capítulos de Camuncoli con pilas, bien, lindo... y en los de Bisley deja la vida. Cambia totalmente la paleta, el registro, todo, en función de acoplarse a los lápices de la Bestia que, al no tener tinta, se prestan a un tratamiento mucho más jugado por parte del colorista. El resultado son dos episodios en los que Bisley y Grant (otro Grant, no la Bruja) te ametrallan con una sucesión de las más bellas páginas que hayan aparecido en mucho tiempo en este, el título más longevo que hoy tiene DC.
Con Camuncoli de titular y Bisley de suplente, este equipito dirigido por Peter Milligan está “para pelear cosas importantes”. Prometo no dejar pasar otros 10 meses para volver a visitarlos.