el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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viernes, 29 de octubre de 2010

29/ 10: LA FABRICA


Hace un tiempo, cuando me tocó comentar otro trabajo de Alejandro Farías, aclaraba que ese sabor pochoclero era atípico en la obra de este guionista, generalmente más volcado a historias más comprometidas, de mayor impronta autoral. Farías (para los que no lo oyeron nombrar) es un tipo muy joven, que con apenas 32 años ya incursionó en el mundo de la ópera, de la literatura, la poesía y por supuesto la historieta, en el doble rol de guionista y editor. Ejemplo destacado (aunque no tan promocionado) de esa camada surgida del under de fines de los ´90, Farías es un autor versátil, que puede escribir humor, drama, aventura, slice of life o mezclas limadas entre varias cosas. Y además escribe muy bien y sabe jugar en equipo: todas sus historias están potenciadas por los dibujantes con los que colabora, y se nota que estos la pasan bien, que se sienten estimulados por los guiones de Farías para no guardarse nada, para brindar lo mejor.
En La Fábrica, Farías más que un equipo arma una tropa. A lo largo de las siete historias del libro, lo vemos trabajar con siete dibujantes distintos… pero distintos de verdad, con improntas visuales propias y originales. Las siete historias comparten la misma ambientación (esta fábrica crepuscular y sórdida en la que los obreros tienen cabezas de animales) y un cierto clima opresivo, pero no mucho más. Cada una de las siete, además de distinto color gráfico, tiene un tono propio. A veces más dark, a veces más grotesco, a veces más romántico, a veces más onírico… no hay dos historias parecidas y eso es lo que hace tan rico a este microverso que nos proponen Farías y sus secuaces.
Ojo, no son todas excelentes. La primera historia (basada en un cuento de Jorge Accame) termina donde uno no quería que terminara, con varios puntos importantes por aclarar o desarrollar un poco más. El dibujo de Carlos Aón es excelente, pero el conjunto no termina de cerrar. Y la otra que tiene alguna falla es la tercera (también, maravillosamente dibujada por Pablo Vigo), ya que la secuencia más importante de la trama está presentada de modo demasiado ambiguo, demasiado propenso a la confusión. Las otras cinco, en cambio, son historias redondas, sin fisuras, llenas de situaciones impactantes y de personajes convincentes.
La segunda, dibujada por el impresionante puntano Rodrigo Terranova, es malignamente genial. La cuarta pega unas vueltas de tuerca impredecibles a un esquema ya conocido y nos revela a Karlo Lottesberger como un dibujante exquisito y fascinante, pero que además la descose a la hora de narrar. La quinta, dibujada por el ascendente Matías San Juan, es enfermiza y perturbadora, profunda y conmovedora. La sexta, dibujada por el versátil Leo Sandler, es jodida, sórdida y violenta, un desgarrador canto a la mala leche. Y para cerrar, una última joya, una historieta brillante, de gran vuelo poético que justificaría por sí sóla la compra del libro. La dibuja ese monstruo imparable llamado Marcos Vergara (el de Cena con Amigos, ¿te acordás?) y probablemente sean las mejores 10 páginas que dibujó en su carrera, lo cual es decir muchísimo, porque Vergara lleva más de cinco años produciendo mucho material a un nivel altísimo.
En esta fábrica trabajaron ocho bestias de la historieta argentina actual. Como los tipos que fabrican autos o golosinas, ninguno es estrella, todos están ahí en función del conjunto. Bajo la batuta de Farías (el capataz), todos se desempeñaron con solvencia y aportaron lo suyo para que el producto destile talento, calidad y la incomparable sensación de estar leyendo algo que no se parece a nada de lo que leíste antes. Seguro hicieron horas extras, porque el resultado está muy por encima de las expectativas más exigentes. Aumento de sueldo para todos ya, sin esperar las paritarias.