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jueves, 18 de julio de 2013

18/ 07: DRACULA

Otra vez me toca leer una biografía, esta vez de un muchacho al que le pasaron cosas un poquito más heavies que a John Coltrane. Me refiero a Vlad Tepes, o Vlad Dracul, o simplemente Drácula, que es como lo conoció el mundo gracias a su rol protagónico en la mitología vampírica, cortesía del escritor Bram Stoker. Además del Drácula vampiro (el Drácula “mediático”, digamos) hubo un Drácula real, que no era de Transilvania sino de Valaquia y que vivió en la segunda mitad del Siglo XV. Robin Wood y Alberto Salinas, la dupla que pasó a la historia por haber creado a Dago, nos invitaron allá por los primeros años ´90, a descubrir la vida del Drácula histórico, en una novela gráfica realizada a lo largo de cinco años (lo cual, para 120 páginas, es una infinidad) y que recién en 2012 se publicó completa en nuestro idioma.
Acá empieza a despuntar el Robin Wood moderno, el que se zarpa mucho menos con la cantidad de texto que mete en cada página. Las primeras páginas de Drácula (de 1990) están bastante cargadas de extensos diálogos y voluminosos bloques de texto, y las últimas (de 1995) ya no, ya se leen de otra manera. Lo bueno es que, cuando abundan y cuando escasean, los textos de Wood tienen un nivel altísimo, con muchas frases memorables. El argumento en sí es lineal, es la vida de este zarpado dispuesto a todo por el poder, cegado por la ambición, y a la vez dueño de una dignidad y un coraje que lo hicieron amado por su gente y temido por los imperios más poderosos de su época. El guión pega varios saltos, omite meses y hasta años enteros en la vida de Drácula, pero cuando elige un momento para desarrollar, lo hace con criterio. Con el correr de las páginas, Drácula adopta carnadura humana, complejidad y hasta buenos personajes secundarios.
El tono del relato es crudo, descarnado y hace un hincapié escabroso en la violencia, la crueldad y la desmesura de este genocida al que Wood pinta más como una bestia infernal que como un ser humano. Por momentos, vemos a Drácula desplegar una conducta tan extrema, tan abominable, que hay que juntar huevos para seguir adelante con la lectura. Pero fijate vos que, a pesar de las runflas espurias, las torturas, los asesinatos, las violaciones, las traiciones, las mutilaciones y las masacres que le vemos cometer a Drácula, Robin logra que siempre hinchemos por él. Sí, es un hijo, nieto y bisnieto de putas sin el menor escrúpulo. Y aún así uno quiere verlo ganar. Mitad porque se enfrenta a otros hijos de puta tan ambiciosos como él, mitad porque es un hijo de puta que va de frente, al que impulsan su orgullo y su amor por su patria. Una especie de Dr.Doom más realista, vendría a ser...
Y ya que metí esa referencia a Marvel, me acuerdo que cuando leí Tomb of Dracula, de los maestros Marv Wolfman y Gene Colan, también me sorprendí a mí mismo hinchando por el capo del vampiraje. Que no combatía contra emperadores codiciosos, sino contra un puñado de humanos a los que Wolfman se esforzaba por mostrarnos como “héroes”... y que no empalaba gente, entre otras cosas. O sea que, de alguna manera, Drácula ejerce esa fascinación: uno sabe que es un sorete, pero lo quiere ver ganar. Loco, no?
Párrafo para hablar maravillas del dibujo de Alberto Salinas, maestro de maestros, clásico de clásicos. Lo mejor, lo que más me gustó, es la reconstrucción de la época, impecable en todos los aspectos, y la línea, el trazo sobrio, muy elaborado, con un pincel y un plumín que no descuidan ni el más mínimo detalle. Y las escenas de batallas, en las que Salinas dibuja a 500 soldados a caballo contra otros 500 soldados a caballo como si fuera una boludez, como si el dibujante promedio no quedara al borde del ACV cuando lee un guión que dice “dos soldados a caballo”. Lo que menos me gustó es que, alrededor de la página 50, Salinas cambia la forma de encarar la página y prácticamente erradica la grilla de seis cuadros para plantarse casi siempre en cuatro cuadros más grandes. Sin embargo, las páginas de menos viñetas no tienen más laburo en cada viñeta. Simplemente vemos al maestro dibujar un poco menos. Sobre el final, se ve que la querían terminar rápido y reaparecen las páginas de seis viñetas (más alguna de siete) dibujadas como la hiper-concha de Dios. Hay algún palo menor en la narrativa, alguna secuencia en la que no queda claro cuál es el siguiente cuadro que toca leer, pero en general está todo muy bien resuelto.
Yo había leído Drácula muchos años atrás, en italiano y a color. Creo que era color directo, aplicado por el propio Salinas, no me acuerdo bien. Esto, así, en blanco y negro, me gustó más. El guión también, me gustó más que la primera vez que lo leí. Si sos fan de Alberto Salinas o de Robin Wood, o si te interesa la figura del Drácula real, hincale los colmillos a esta obra que, sin ser la Octava Maravilla del Mundo, se disfruta a full.