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sábado, 29 de mayo de 2021
24 al 30 de MAYO
Desde afuera, uno podría suponer que estos días de menor actividad y más horas dentro de casa se traducirían en más lecturas de material para reseñar en el blog. Pero la verdad es que no. Aproveché el encierro para meterle pata al nº2 de Comiqueando Digital, una bestialidad de 285 páginas que va a estar disponible probablemente el jueves en nuestra tienda virtual, junto a nuevas descargas gratuitas. Y además estoy leyendo bastante sobre historietas, libros y revistas de autores y países distintos, que no suelo reseñar en este espacio (ni en ningún otro). Así que, como ya es casi costumbre, no es tanto lo que tengo leído como para comentar acá.
La última vez que estuve en Córdoba (Septiembre de 2019), recibí de regalo un ejemplar de The Pub Crawl Anthology, un libro editado a todo culo, financiado a través de Kickstarter, con 12 historias cortas que sólo comparten el hecho de tener algo que ver con los pubs, tabernas o reductos consagrados al escabio. No conocía a ninguno de los autores involucrados, pero la calidad de la edición me hizo tenerle fe.
Una fe que fue pisoteada y despedazada a medida que pasaba las páginas y me hundía en historietas de un nivel muy poco compatible con la hermosa factura técnica del libro. Esto es un rejunte de principiantes, de chicos y chicas que están mucho más para batallar en fanzines que en libros editados a todo culo. No me quiero regodear con lo más horrible del tomo, así que simplemente subrayo lo que me pareció más o menos rescatable.
Christopher Matusiak, el guionista de la primera historieta, escribe muy bien. No es hiper-original y no sobrevive a los flagelos de tener un dibujante pésimo, pero sus textos están bien trabajados y la idea que desarrolla no está mal. Andrea Rosales es una dibujante de gran solidez, con un trazo alucinante y un excelente manejo del equilibrio entre blancos, negros y grises. Se complica sola a la hora de narrar, porque mete en cada viñeta una cantidad brutal de elementos, y encima le tocan páginas de muchas viñetas. Así, todo se ve excesivamente atiborrado y el relato fluye con dificultad. Pero son viñetas lindas de observar. Brian George es autor integral y se la banca muy decorosamente. Maura McGonagle es una genia total en el manejo de las tramas mecánicas. En todo lo demás, le fata bastante. Y finalmente, Trevor Markwart es un dibujante muy competente, cuyo estilo realista lo hace estar muy pendiente de la referencia fotográfica. Dentro de esa estética onda Juan Carlos Flicker (que no es la que a mí más me seduce, ni la que garantiza un mejor flujo narrativo en la historieta), está muy bien.
Y de verdad, eso es todo lo que puedo salvar del bochorno. El resto es un naufragio jodido, muy triste porque me imagino que los pibes y pibas que participan de la antología le pusieron todo a sus trabajos, y por lo que mencionaba antes de la fastuosa calidad de la edición. Una pena.
Y me vengo a Argentina, donde el año pasado se recopiló en un librito Sangre y Oro Azteca, una aventura del glorioso Sargento Kirk, serializada en las páginas de la revista Billiken, allá por 1973. Muy loco que en Argentina no haya libros que recopilen la etapa clásica del personaje, cuando lo escribía Héctor G. Oesterheld y lo dibujaba Hugo Pratt, pero sí se recopila este material, con Gustavo Trigo en el lugar del Tano. Y otro detalle muy loco es que se publique en libro una historieta de ¡32 páginas! Hace 20 años, una historieta de 32 páginas se publicaba en comic book. Ahora, le meten 12 páginas de relleno y sale como libro. No me quejo, porque la edición está buena, pero me llama la atención.
¿Y qué onda la historieta? El argumento es absolutamente predecible, los textos de Oesterheld están buenísimos (sin nada que envidiarle a los de la época de Frontera, ni a los que en esa misma época el maestro escribía para Columba) y los dibujos de Trigo tienen muchísima fuerza, mucho más en esta versión en blanco y negro que en la publicación original, donde alguien se los coloreaba. Lo único que no me cierra es que casi toda la historieta está planteada en páginas de cuatro tiras, muy chatitas, y esto lo habilita a Trigo a hacer una especie de trampa que se nota demasiado, y que consiste en no dibujar nunca a los personajes de cuerpo entero. Todo está contado muy de cerca, con un gran predominio de los primeros planos, y casi sin viñetas que nos muestren qué tienen los personajes debajo de la cintura. Las poquísimas veces que Trigo dibuja a algún personaje de cuerpo entero, lo hace muy bien, con lo cual supongo que optó por el recurso de narrar todo muy de cerca simplemente para sacar más rápido las páginas. O sea que esto visualmente es raro, porque no estamos acostumbrados a 32 páginas seguidas contadas con planos tan cercanos. Y lo otro que me llamó la atención es cómo Trigo acomoda su estilo para parecerse bastante a Hugo Pratt. Hay varias viñetas que más de un incauto podría creer que fueron dibujadas por el Tano. Y muchas en las que se nota esa impronta más terrenal, más prosaica, más pesada incluso, que le ponía el recordado Negro Trigo a sus trabajos más personales, por lo menos en los ´70.
El regreso del Sargento Kirk y sus amigos para una última aventura en Billiken fue un experimento extraño, que no tuvo continuidad. Una rareza en la bibliografía tanto de Oesterheld como de Trigo. No está mal redescrubrirla casi 50 años después, y tampoco estaría mal que se rescatara en libros a Marvo Luna, la otra serie (mucho más extensa) que realizara HGO para Billiken en esta misma época. Recuerdo esos dibujos de Solano López coloreados para el ojete en las páginas de Billiken y me encantaría tener una edición actual, en blanco y negro.
Nada más por hoy. Gracias y hasta el finde que viene.
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Gustavo Trigo,
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Sargento Kirk
martes, 13 de agosto de 2019
VAMOS QUE SE VAN
Bueno, parece que la
pesadilla neoliberal se termina en Diciembre. Un gran alivio. No me quería ir
del país… ni quedarme a aguantarlos otros cuatro años de saqueo y destrucción.
Vamos con algunas reseñitas, para no perder la costumbre.
Mal y tarde le entré a
Ernie Pike: Cuatro Décadas, un libro de 2007 que rejunta varias historias del
corresponsal de guerra creado por Héctor G. Oesterheld cincuenta años antes, y
que por algún motivo nunca se habían recopilado en libros. O sí. La historia corta
dibujada por Alberto Breccia estoy seguro que la incluyó Colihue en uno de los
brolis de la colección naranja… Pero hay material que no conocía y me gustó
mucho, principalmente la historia con la que abre el tomo. En apenas tres
páginas, Oesterheld y el maestro Eugenio Colonesse (mucho más conocido en
Brasil que en Argentina) narran una historia redondísima, con un giro final muy
lindo… y una cantidad de texto que hubiese quedado mejor repartido entre siete
u ocho páginas. ¿Qué va´cer? Es material de los años ´50, cuando Oesterheld se
zarpaba mal con los bloques de texto y los diálogos… y no era una marcianada.
Casi todos los guionistas hacían lo mismo.
Todo lo contrario pasa en
la historia de 1963, dibujada por un irreconocible (y muy joven) José Muñoz,
donde casi no hay texto. La brecha estética que hay entre 1959 y 1963 es
impactante, como si en vez de cuatro años hubiesen pasado 30 ó 40. Las dos
historias de los ´70 (una dibujada por Néstor Olivera y la otra por Solano
López) muestran un equilibrio mucho más logrado entre texto e imagen.
Oesterheld no se zarpa con los masacotes de texto y tampoco son historietas de
12 páginas de las cuales 10 son mudas. Las dos son muy buenas historias, si
bien Solano dibuja la suya a un nivel un poquito por debajo de lo que solía
pelar en esta época (mediados de los ´70). Después vendría la secuela de El
Eternauta y ahí sí, tendremos al Solano Perfecto, el tocado por la varita
mágica que tanta gloria desparramaría prácticamente hasta el cierre de la
década del ´80.
Finalmente, en 1986 y con
Oesterheld ya desaparecido hacía muchos años, Juan Giménez hace una remake de
un episodio clásico, originalmente dibujado por Colonesse, que aparece en las
páginas de Fierro, en estremecedor blanco y negro. Visualmente, estas son las
mejores seis páginas del libro, no sólo porque se ven más modernas, sino por la
enjundia, el arrojo con el que el astro mendocino se manda a redibujar esa muy
buena historia de HGO. Si estás descubriendo a Ernie Pike ahora, con las nuevas
ediciones que recopilan las historias dibujadas por Hugo Pratt, fijate si podés
sumar a tu experiencia de lectura este breve pero efectivo compilado de sobras
y rarezas, como para tener más completo el vibrante recorrido de Pike por el
mundo de las viñetas. Ah, me acaba de caer la ficha: casi 10 años escribiendo este blog y esta es mi primera reseña de un libro de Oesterheld. Un disparate.
Tenía colgada Velvet desde
hace casi dos años (la reseña del Vol.2 apareció acá el 11/09/17) y ahora sí,
me clavé el tomo final de esta magnífica serie de Ed Brubaker y Steve Epting. No
quiero agregar nada a lo ya mencionado en materia de argumento, porque acá es
cuando se resuelve todo y cualquier pista que tire puede resultar un spoiler
muy choto. Lo único que voy a decir es que está muy bien explicado por qué los
adversarios de Velvet desaprovechan todas esas oportunidades que tienen para
hacerla boleta.
Como todo buen comic de
espionaje a la James Bond, Velvet tiene acción, escapes imposibles, una runfla
espesa, que te intoxica a medida que te das cuenta de que acá no hay ni buenos
ni malos, un buen uso del contexto histórico (principios de los ´70), lindos
garches, diálogos afiladísimos entre profesionales de la ambigüedad y el bluff,
una intriga compleja, que nos lleva de Europa a EEUU y de los callejones más
sórdidos a las más altas esferas del poder… y por sobre todo eso, un gran
trabajo en el personaje central (Velvet Templeton), a la que definitivamente me
gustaría ver volver (como a la que te jedi).
El dibujo de Epting se
acopla perfectamente a esta atmósfera densa, de tono muy realista, sin margen
para la estridencia pochoclera que asociamos con el comic de superhéroes.
Imaginate una especie de Paul Gulacy en Master of Kung-Fu, pero mucho más
relajado, sin tanto énfasis en la machaca y sin los trucos narrativos heredados
de Jim Steranko y Bernie Krigstein. Más o menos para ese lado agarra Epting,
muy bien complementado por la colorista Elizabeth Breitweiser. Si no te rompen
las bolas las heroínas moralmente ambiguas, que matan y mienten a ocho manos
mientras fuman, chupan y se voltean chongos, no tengo dudas de que Velvet te va
a resultar una serie cautivante, fuerte y sumamente satisfactoria.
Y hasta acá llegamos, por
hoy. Seguramente vuelvo a postear pronto, ni bien tenga un par de libritos más
leídos. Abrazo nac & pop para todos los que le dijeron “basta” a la Pesada
Gerencia.
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Steve Epting,
Velvet
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