Cuando se editó originalmente Heaven´s Ladder (en 2000, creo) salió como una novela gráfica en tamaño gigante, tipo esos libros que hacían Paul Dini y Alex Dioss. Por supuesto no me la compré, porque me molesta ese formato. Sin embargo escuché buenas críticas, por eso ahora que salió en la colección de TPBs para pobres de DC, me la pedí de una.
Y la verdad que buenas críticas... la pindonga. No confundamos calidad con grandilocuencia. El guión del maestro Mark Waid es todo lo ambicioso que puede ser un comic de la JLA y más. Al lado de Heaven´s Ladder, toda la etapa de Grant Morrison es una pelotudez pedestre, una luchita insulsa contra ladrones de bancos de la B Metropolitana. Acá se manejan conceptos mucho más complejos, de dimensiones cósmicas zarpadas, pensados para desafiar la imaginación incluso de los lectores muy curtidos en esto de las sagas superheroicas. Hasta ahí, joya.
Pero, ¿alcanzan estos conceptos para dar sustento a un buen guión? Estoy entre el “no” y el “hasta ahí nomás”. El primer problema es uno muy típico de esta etapa de la JLA: no hay desarrollo de personajes. Que va de la mano con otro: hay demasiados personajes. Los siete grossos más Plastic Man, Steel y Atom. Diez héroes para 72 páginas significa que varios de ellos apenas logran mojar el pancito en el tuco. Están porque tienen que estar, por una cuestión de chapa, pero el aporte de cada uno (salvo Atom) es mínimo y todos eran perfectamente reemplazables por la JSA, los Titans, los Avengers o los X-Men.
Otro punto flojo: los mecánicos cuánticos se robaron no menos de 25 planetas. ¿Hay alguna explicación para que sólo la Tierra tenga héroes que intenten desentrañar este misterio y luchar para recuperar su planeta? No. Los héroes de los otros mundos (con Adam Strange a la cabeza) colaboran con la JLA una vez que los terrícolas pusieron en marcha el plan para resolver el conflicto. Y por supuesto, el traidor, el que complica todo al final y genera la hiper-machaca a todo o nada, también tiene que ver con la Tierra.
Recién cuando irrumpe este personaje (a 20 páginas del final), el guión pela algo así como un antagonista. Hasta ahí, había meros obstáculos, nimios, intrascendentes, sin peso real en la trama, que apenas generaban peleas pelotudas para rellenar viñetas. Boludeces sin las cuales este podría haber sido un comic sin superhéroes, un capítulo grosso de Star Trek, ponele. La machaca del final es el único tramo de la novela que justifica la participación de estos tipos con superpoderes. Y dura 10, 11 páginas, no mucho más. O sea que los hallazgos del guión están más en la concepción que en el desarrollo mismo de la obra. Y al ser Mark Waid el guionista, sabés que hay garantía de buenos diálogos.
De todos modos, el gancho era el dibujante, Bryan Hitch, que a partir de su laburo en The Authority se había convertido en una estrella imbatible. Acá lo vemos pelar a full, decidido a aprovechar las posibilidades del formato gigante para devastarnos las retinas con fondos, figuras y caras laburadísimas. Si te gusta el dibujo realista, esto te va a emocionar. El laburo de Hitch también está muy bien apuntalado por el entintador Paul Neary y la colorista Laura Depuy, que despliega una gama de efectos digitales tan vasta como sorprendente.
Para llenar las 100 páginas, viene como complemento el número 1.000.000 de Green Lantern (de 1998), también dibujado por Hitch con bastante onda, bastante dinamismo, pero mucho más jugado a la figura humana (al resto le da mínima bola) y entintado con menos sutileza por Neary y Andy Lanning. El guión de Ron Marz es tan flojo como cualquier otro guión de Marz de esa época, con el agravante de que está todo muy enganchado con una mega-saga acerca de la cual se nos brinda muy poca información. Y por si fuera poco, termina en “continuará”.
Si descubriste a Bryan Hitch a raíz de su paso por The Ultimates, seguramente te va a cebar tener esto, que es justo anterior. Si sos fan incondicional de la JLA “icónica” seguro lo tenés. Y si sos fan de Waid, sabés que tiene un montón de trabajos más interesantes (y más merecedores de tu billete) que este, que sin ser un desastre, se queda un poquito a mitad de camino.
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sábado, 14 de enero de 2012
domingo, 28 de agosto de 2011
28/ 08: JLA: THE NAIL
No sorprendo a nadie si digo que el británico Alan Davis es uno de los mejores dibujantes de superhéroes sobre la faz de la Tierra. En su trazo conviven muchos de los grandes maestros de los ´50, ´60 y ´70. Cuando quiere es dark como Neal Adams y Don Newton. Cuando quiere, es festivo como Dick Sprang y Kurt Schaffenberger. Sus figuras tienen un enorme dinamismo, como las de Gil Kane, pero
además puede meter muchísimas por viñeta sin desentonar, como Mike Sekowsky o George Pérez. Sus héroes pueden ser imponentes y sus villanos amenazantes como los de Jim Aparo, o extraños y retorcidos como los de Steve Ditko, o elegantes como los de Joe Kubert. Davis te puede mezclar en una sóla página el power de Jack Kirby con la sutileza de José Luis García López, y además, hacerlo todo con un sello personal, sin que nada huela a refrito.
En 1998, Davis se embarcó en esta reinterpretación del Universo DC en clave Elseworlds, a partir de una premisa atractiva: los Kent nunca encontraron la navecita que vino de Krypton y Superman nunca existió. El protagonismo recae en la JLA (absolutamente clásica), pero Davis se las ingenia para meter a prácticamente toda la población del DCU previo a Crisis (faltan Zatanna, los Teen Titans y no muchos más). El argumento no es demasiado original: un villano en las sombras orquesta un gigantesco complot mediático para desacreditar a los superhéroes y luego prohibirlos y cazarlos. Ya lo vimos en X-Men, en Legends y –mucho más sutil- en Watchmen.
Aún así, el desarrollo es muy ganchero y está lleno de momentos realmente intensos, de esos que te meten en la historia y te comprometen con ella. Algunos son casi tributos a momentos ya vistos antes en el DCU, como cuando el Joker tortura y mata a Robin y Batgirl. Pero otros son sumamente originales y funcionan tan bien que se volvieron a usar más tarde en las historias canónicas. Acá vemos, por ejemplo, el primer coqueteo de Luthor con la política. Es jefe de gobierno de Metropolis en vez de presidente, pero por algo se empieza (no, Mauri?). Davis también se juega a sacar de foco a Hawkman y darle chapa a Hawkwoman, un personaje que en 1998 estaba virtualmente fuera de continuidad. Un año después, sucedería lo mismo en la JSA y poco después en la serie animada de la JLA.
O sea que Davis rema con éxito este plot apenas inspirado, gambetea con elegancia otro potencial problema que es el exceso de personajes (una JLA de ocho miembros donde muchos aportan poco) y llega a un final impactante, donde jamás te ves venir la revelación de la identidad del villano. Por ahí el plan no es brillante y la motivación es casi caprichosa, pero la chapa que cobra sobre el final… el villano, es realmente notable. Todo esto salpicado de muchísima acción (cada héroe tiene su propia y alucinante splash-page, como hiciera Ditko con los villanos en aquel mítico Annual 1 de Spider-Man), buenos diálogos y un clima generalmente dark, pero con grandes momentos épicos y conmovedoras secuencias intimistas.
Muy bien complementado por las tintas de Mark Farmer (el entintador de su época dorada en Excalibur) y los colores de Patricia Mulvihill (la colorista más grossa de 100 Bullets), Alan Davis le regaló un festival para la vista a todos los fans de los superhéroes. Después se embarcó en una secuela (Another Nail) de la que no me acuerdo nada, excepto que aparecían un montón de personajes más y el dibujo era majestuoso. En una de esas, la vuelvo a leer pronto. Por ahora, me conformo con recomendarles la primera saga a los fans del DCU clásico, del dibujo superheroico y de los comics de palo-y-palo que tratan de tocar temas un poco más profundos y de darle a la machaca algún sustento más firme que el mero intercambio de trompadas y rayitos. Con The Nail no te clavás, seguro.
lunes, 10 de enero de 2011
10/ 01: JLA: SECRET SOCIETY OF SUPER-HEROES
Me estoy poniendo al día con varias cosas de DC que ya tienen unos cuantos años, pero que no había leído nunca. En este caso, me toca una miniserie de dos libritos prestige aparecidos en 2000 y con el recordado sello Elseworlds, el de las realidades alternativas en las que los personajes clásicos aparecían reversionados en historias que jamás podrían encajar en la continuidad habitual (si es que ese concepto se le puede aplicar al Universo DC).
Acá, el maestro Howard Chaykin y su eficiente esbirro David Tischman nos proponen un mundo en el que los superhéroes jamás salieron a la luz. Existen desde fines de los ´30, pero siempre operaron de keruza, como una secta clandestina dedicada a impartir justicia desde las sombras. Por supuesto, si sos poderoso y nadie te ve, tenés garantizado un altísimo grado de impunidad hagas lo que hagas, y ahí está lo más interesante del planteo: una facción de los héroes (liderada por Kyle Rayner) aprovecha los poderes para ganar fortunas a espaldas de la otra facción (liderada por Clark Kent) y en algún momento estalla una Civil War, pero por guita. En el medio, se desarrollan dos tramas paralelas, cada una impulsada por uno de los dos protagonistas de la obra: por un lado Bruce Wayne, agente del FBI, investiga la desaparición de más de 300 criminales que se evaporaron entre 1939 y 2000 y la pista lo lleva, obviamente, a la sociedad secreta. Por otro lado, conocemos a Bart Allen, un chico con superpoderes, que es detectado por los héroes e invitado a unirse al grupo. Bruce y Bart son –por afano- los personajes mejor trabajados, cuyos entornos y motivaciones más exploran los guionistas.
Las tres puntas confluyen en el climax de la saga: Bart entra al grupo, Bruce descubre todos los secretos de la logia (y algunos más, que tienen que ver con su padre) y los héroes que responden a Superman (Metamorpho, Wonder Woman y Hawkgirl) se terminan cagando a trompadas con los que lidera Green Lantern (Flash, Atom y Plastic Man) en un combate bastante sangriento donde el mundo finalmente se entera de la existencia de estos tipos. No está mal, es un trámite entretenido, con algunos momentos copados (la relación entre Bruce y Lois Lane, por ejemplo), frases mortales (Bruce tira un “¿Cómo puede ser que cuando desenmascarás a un villano en el mundo real NUNCA te encontrás con una cara conocida?”) y usos muy ingeniosos de los poderes (Atom intefiere conexiones entre computadoras para alterar los números de la bolsa). Pero también hay varias secuencias al pedo, básicamente todas las de la Zona Fantasma, y ese epílogo de Catwoman que no va a ningún lado. Lo bueno es que cada secuencia suele durar una sóla página, entonces te tienen casi 100 páginas a los saltos: de Gotham a la Zona Fantasma, de ahí a la casa de Bart en Keystone, de ahí a la redacción del Planet, de ahí a la guarida de la logia, a la bolsa de Hong Kong, a Washington D.C., o al Arkham Asylum. Recién sobre el final hay secuencias de más de seis páginas.
A cargo del dibujo lo tenemos a Mike McKone, todavía lejos de sus mejores laburos (Exiles y Teen Titans), pero en un nivel bastante digno. Las tintas de Jimmy Palmiotti lo deforman un poco (así vemos un par de caras de Diana verdaderamente pesadillescas) pero no opacan la principal virtud de McKone, que es la solvencia narrativa. Los colores del glorioso Dave Stewart, por supuesto, le dan un plus valiosísimo a toda la faz gráfica.
Secret Society of Super-Heroes no entra ni por accidente al panteón de los Elseworlds fundamentales, pero se deja leer gracias a su gran ritmo y a un par de ideas osadas y novedosas, de esas que Chaykin suele desperdigar con generosidad en casi todos los guiones en los que mete mano. Interesante.
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