el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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domingo, 8 de mayo de 2011

08/ 05: KINGYO USED BOOKS Vol.2


Uh, casi un año sin pisar la mejor librería del mundo! Pero acá estoy, listo para disfrutar de estos cantos de amor al manga que nos propone Seimu Yoshizaki. La verdad es que el dibujo de la autora sigue en el mismo nivel, tirando a segundón. Enrolada casi todo el tiempo en una línea realista, cada tanto se manda alguna de esas raras piruetas típicas del shojo: un super-deformed, un gag visual, una viñeta grande en la que sólo se ven globos de diálogo… todas boludeces que aportan poco y pueden irritar al que espera que el manga mantenga un mismo tono de principio a fin. Pero una vez que te metés en las páginas de Yoshizaki, el dibujo pasa a ser totalmente secundario, casi invisible.
La pulenta –como en el primer tomo- son las historias. Historias que giran en torno a una librería que vende (y compra) mangas usados, a la gente que trabaja ahí, y sobre todo en torno a la vida cotidiana y cómo esta puede ser afectada por la lectura de ciertos mangas. ¿Te acordás cuando Alfonsín decía que “con la democracia se come, se cura y se educa”? Bueno, Yoshizaki dice que con el manga se puede viajar, se puede afirmar la verdadera identidad de las personas, redefinir metas y actitudes frente a la vida, hacerse cargo de ciertos rasgos de personalidad y hasta darle alegría y amor a una nena que sufre por la ausencia de su mamá.
Los personajes fijos (el personal de la librería) no aparecen en todos los episodios: Yoshizaki balancea el tomo entre historias de Natsuki, su abuelo, sus empleados y proveedores, e historias 100% focalizadas en los eventuales clientes, que vienen en busca de un manga en particular. De todos modos, cuando se centra en los personajes de la librería, la autora los hace avanzar a full, se esfuerza por hacerlos crecer y definirlos cada vez mejor. Como en el primer tomo, también le habilita parte del protagonismo a los sedoris, esos cazadores de mangas raros, que pululan por librerías, galpones, ferias y mesas de saldo en busca de esas papongas raras por las que los libreros (y los coleccionistas) dan un ojo de la cara. Pero el tema que unifica a las historias, que subyace en cada una de las tramas, es el amor al manga, la pasión por estas historietas (algunas viejísimas), lo lindo que es descubrirlas en las distintas etapas de la vida, la maravillosa conexión entre autores (algunos incluso ya fallecidos) y lectores a través de la magia de la lectura. En este tomo, hay episodios que giran en torno al Adolf de Osamu Tezuka, al Galaxy Express 999 de Leiji Matsumoto, pero también –y se agradece a full- Yoshizaki reivindica a mangas y autores de esos que en Japón son grossos hace 50 años o más y que en Occidente no se conocen ni por error. Ahí es donde la autora –apoyada por los textos complementarios del especialista Hiroshi Hashimoto- asume también un rol docente y logra que uno, además de cebarse con las historias, aprenda un montón.
Kingyo Used Books se publica actualmente en la islita, o sea que la edición yanki sale muy espaciada, siempre un par de meses después de cada nuevo tankoubon japonés. Pero realmente se justifica la espera. Este es un manga distinto, vital, emotivo, que combina slice of life, introspección, comedia costumbrista y erudición geek.
Me imagino un comic así hecho en Argentina, con historias que transcurren en una comiqueria. ¿Te imaginás? A las tres páginas ya se perdería toda la magia y el idilio y estaríamos ante un comic de denuncia, que expondría cómo los dueños de los negocios esquilman y maltratan a los clientes, pedalean a los proveedores, contratan y rajan empleados al voleo, bancan la producción clandestina de merchandising trucho y el contrabando de merchandising oficial y se empoman sin piedad al pobre salame que les lleva sus comics para venderlos. ¿Amor al comic? Nah, no jodamos… Eso en las comiquerías argentinas es más difícil de encontrar que si vas a pedir fanzines húngaros o nigerianos de los ´80.

miércoles, 12 de mayo de 2010

12/ 05: KINGYO USED BOOKS Vol.1


Kingyo Used Books es, además de un excelente manga, un canto de amor al manga. Las siete historias que componen el tomo giran en torno a una librería que se especializa en vender mangas usados, a aquellos que quieren reencontrarse con las historias que los emocionaron en la infancia y la juventud. Y por supuesto, también a los geeks pasados de rosca que quieren tener las “figuritas difíciles”, como las primeras ediciones de algunas obras clave en la historia de este medio.
La mangaka a cargo de abastecer las bateas de esta librería con sorpresas y emociones es Seimu Yoshizaki, a quien jamás había oído nombrar, pero a la que se le nota el talento y la pasión por el tema que toca y por los personajes que construye para llevar adelante los distintos relatos. El dibujo es muy, muy bueno. No es majestuoso, no es super-personal, pero tampoco es la típica mangaka que vemos en los shojos de Ivrea, esas que desconocen por completo las reglas básicas de la narrativa y se zarpan metiendo personajitos cutes y deformes, o textos kilométricos en los que te explican en qué mierda estaban pensando mientras sacaban con fritas las páginas para llegar a tiempo a la peluquería, a hacerse los rulos en los pendejos. Preparate para descubrir a una mangaka muy completa, difícil de encasillar, que trabaja muy bien los climas, los gestos, los fondos… todo con una solidez notable.
El manga está lleno de información sobre otros mangas. Los personajes son expertos y a veces asesoran a los clientes con data muy grossa sobre series, autores y hábitos de consumo de los comiqueros nipones, data que la autora complementa con breves notas a los costados de las viñetas y que el especialista Hiroshi Hashimoto desarrolla en artículos que se publican al final del tomo. Todo eso, más los propios hallazgos del guión, que no son pocos, contribuye a crear un clima en el que gobierna la pasión, el cebamiento, el saber conectarse con la emoción o la alegría que sólo el buen manga te puede brindar.
Entre muchos detalles riquísimos y placenteros, destaco tres. El momento del primer episodio en el que el tipo que consulta en la librería para vender sus mangas aclara que no es un otaku para que no lo miren mal, revela con elocuencia cómo en Japón ser otaku es una especie de patología nefasta, como ser barrabrava, pedófilo o afiliado al PRO. Por otro lado, el episodio en el que uno de los empleados de la librería descubre un tomo del Teniente Blueberry (clásico del comic francés, creado por Jean-Michel Charlier y Jean “Moebius” Giraud) es un acertado estudio acerca de cómo se relacionan los japoneses con el comic occidental, qué les pasa cuando lo leen, qué entienden y qué no, y lo bizarro que les resulta la forma en que se publica la historieta en Europa: el álbum grandote, con tapas duras, 46 páginas de historieta a color y papel finoli, para los ponjas es una marcianada indescifrable… pero el amor es más fuerte, y Shibasan rápidamente ve cómo Charlier y Giraud derriban las barreras entre el manga y la bande dessinée y se hace fan a muerte de Blueberry.
También sobresale el capitulazo de Ayu Chan y Okadome, los buscadores de mangas raros en tiendas antiguas a las que ya nadie visita. Lejos el mejor dibujado, este episodio cambia el foco, se concentra en personajes que hasta acá no habíamos visto y nos explica de qué se trata la apasionante profesión de los sedoris, todo eso en medio de una historia conmovedora y con un final demasiado bueno para ser real.
Si alguna vez sentís que tu pasión por el manga está en declive, que ya no te cebás tanto como antes con esas historias, esos autores y esos personajes con las que alguna vez deliraste, la fórmula infalible es visitar la tienda de libros usados de Kingyo. Ahí te van a dar para que tengas, y te vas a querer quedar a vivir, como creo que nos pasó a todos los que tuvimos la suerte de leer este manga.