el blog de reseñas de Andrés Accorsi
Mostrando entradas con la etiqueta Steve Dillon. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Steve Dillon. Mostrar todas las entradas

domingo, 5 de julio de 2020

ABURRIDOMINGO

Otro domingo eterno, sin futbol, sin nada mínimamente interesante para entretenerse que no sea leer comics. Aprovecho para ponerme al día con las reseñas (escritas así nomás, sin demasiado entusiasmo) de un par de libritos que tengo leídos.
Ya vot por el Vol.17 del coleccionable de Nippur y estoy en una meseta que se estira hasta el infinito, como la cuareterna. Otra vez un montón de episodios autoconclusivos en los que la saga del personaje no avanza hacia ningún lado, con Robin Wood clavando unos bloques de texto hermosos en aventuras muy cercanas a la Nada Misma, siempre con Sergio Mulko a cargo de las historietas en blanco y negro, y Ricardo Villagrán a cargo de las historietas a todo color.
Entre los seis episodios de este tomo, encontré un sólo guion brillante, con un planteo y un desarrollo realmente gancheros, con sorpresa (de hecho Robin tira el as de espadas en la última frase del último bloque de texto), con un cierto vuelo, con una ironía fina, resuelta con mucha clase. El resto, más de lo mismo. Hay una que es básicamente un paso de comedia, un relato que se podría haber publicado en la serie Mi Novia y Yo, cuyo efecto humorístico se disuelve cuando Wood y Mulko se proponen contarla en diez páginas en vez de... cuatro. Y después está “El Gran Torneo”, una historia muy bien dibujada por Villagrán, que arranca muy arriba, sigue muy arriba y al final termina por defraudar, porque el argumento resulta ser apenas una excusa para contarnos por enésima vez lo grosso que es Nippur, y lo imposible que es vencerlo en combate, sea contra quien sea, y aunque vengan de a cuatro. Las otras tres historias no tienen mérito ni para justificar una mención, más allá de mi constante admiración por la elegancia y la jerarquía que le pone Villagrán a la faz gráfica. Te querés matar cuando lo vez dibujar esas páginas con 12 viñetas microscópicas, pero cada tanto te clava una de esas splash-pages realmente fastuosas, como para ponerles un marquito y exhibirlas en cualquier museo como las altas obras de arte que son.
Sigo adelante, a ver si la cosa en algún momento cambia y si Wood encuentra la forma de volver a engancharme con una serie que –como ya dije alguna vez- tenía todo para ser gloriosa y en la práctica resulta entre predecible y embolante.
Salto a EEUU, año 2016, cuando Becky Cloonan, la gran dibujante italiana, se pone la pilcha de guionista para escribir nada menos que una nueva serie del inagotable Punisher, un personaje que acumula números 1 como Brasil acumula enfermos de coronavirus. En este primer TPB, Cloonan se toma seis episodios para contar una historia que en los ´80 era una novela gráfica de 60 páginas (como mucho) y que, sin ser brillante, tiene algunos puntos a favor. Por un lado, la intención de desarrollar nuevos enemigos para Punisher (en general, le han durado muy poco), por el otro el énfasis en un personaje secundario bastante interesante (la agente Ortiz), y por el otro la posibilidad de encarar la aventura desde una óptica “adulta”, en el sentido de que las puteadas son muchas y están mínimamente camufladas y la violencia es MUCHISIMA y está absolutamente enfatizada, a niveles muy escabrosos, sin nada que envidiarle a las sagas de Punisher en el sello MAX (que creo que no existe max). Mucha acción, muchos tiros, muchos cuchillazos, muchas explosiones, mutilaciones, sangre, drogas, que no alcanzan para ocultar que la trama se podría haber contado en muchas menos páginas. Y ese último flashback a una operación militar yanki en Medio Oriente está totalmente de más.
Lo lindo es que todo el tomo está dibujado por un mismo artista, en este caso a cargo de lápices y tintas, como era su costumbre. Me refiero al recordado maestro Steve Dillon, que va a tener la mala idea de morirse muy poco después, sin completar el segundo arco argumental de esta serie. Si leíste Preacher, o el Punisher de Garth Ennis, ya sabés que a Dillon le gusta la violencia a quemarropa, bien extrema, con gente que explota en mil pedazos, tiros en la jeta, estallidos de sangre y esas cosas tan hermosas, tan agradables de ver. Su Punisher es un tipo jodido de verdad, que mete temor sólo con verle la cara, y la acción por ahí no es lo que mejor le sale, pero en general la resuelve con oficio, sin pifias. Acá además se lo ve muy compenetrado con el tema fondos, armas y vehículos, sin hacer copy-paste de fotos. El color en general se acopla bastante bien a los trazos de este prolífico dibujante británico que –sin saberlo- nos estaba obsequiando las últimas páginas de su ilustre carrera. 
No la pasé mal, para nada, me entretuve un lindo rato, pero esperaba una vuelta de tuerca más. Otro enfoque, otra sensibilidad, algún giro menos obvio, menos tradicional. Me encontré con una más de tiros, mala leche, sangre y machaca, como tantas otras aventuras de Punisher, que pierden impacto y emoción a medida que te vas convenciendo de que siempre, corra los riesgos que corra, se enfrente a lo que se enfrente, Frank Castle va a salir entero y va a volver a embestir contra el crimen organizado sin importar los costos. El hecho de que queden para el Vol.2 muy pocas páginas de Dillon tampoco me da mucho estímulo para leer los dos TPBs que le siguen a este, y que no tengo.

Suficiente por hoy. Buena semana y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.

sábado, 9 de abril de 2011

09/ 04: NIGHTHAWK


Ufff… piña al estómago con muchísimo envión. Esto te deja mal, de verdad. ¿De qué estamos hablando? De un spin-off muy jodido de Supreme Power, la maravillosa reformulación del Squadron Supreme pensada por J.M. Straczynski para la línea MAX de Marvel. El Batman de ese comic (que está lleno de resonancias con el Universo DC, pero con el tono realista y sombrío de Watchmen) pronto obtuvo la chapa suficiente para tener su propia miniserie, y acá está: esto es un verdadero Batman para adultos, un Batman sin chamuyo, sin boludeces y sin un milímetro de piedad.
El guionista elegido (supongo que por Straczynski) fue Daniel Way, un tipo de trayectoria (hasta acá) bastante escasa, pero que a partir de este trabajo fue convocado para un montón de proyectos más, de perfil mucho más alto. Lo de Way es grim & gritty clásico, pero condimentado con una generosa dosis de puteadas. El uso de la palabra “fuck” y sus derivados no llega a ser festivo, no llega a constituirse (como en tantos comics de Garth Ennis) como un chiste en sí mismo, pero sin duda es uno de los elementos que le dan su sabor tan particular a Nighthawk. La onda del guión es que acá pase todo lo que no puede pasar en un comic de Batman: el enmascarado tortura y mata, y aún así es un pan de dios comparado con lo que hace el villano, que –mirá vos qué casualidad- adopta un simpático disfraz de payaso.
A esto sumémosle que este Batman es negro (y le tiene una bronca feroz pero justificada a los blancos) y ya está, estamos listos para sumergirnos en el océano de sangre que Way teje a lo largo de seis intensos episodios (que también podrían haber sido cuatro). Whiteface (apodo que la cana y los medios le dan al payaso asesino) llega a extremos que el Joker no se atrevería siquiera a soñar. Y el caos que genera en Chicago se va de control de un modo mucho más heavy (y más real) que lo que suele suceder en Gotham cada vez que algún desquiciado/ disfrazado sale a matar gente. El resto, transita por los carriles de la típica historieta de Batman: un criminal, una serie de muertes, una investigación, pistas que chocan contra una red de corrupción con banca que viene muy de arriba, un héroe al margen de la ley que se atreve a romper esa red, una verdad que llega por medio de la violencia y la intimidación, y las piezas que faltan para armar el rompecabezas y acorralar al asesino antes de que haga más daño.
Pero repito: dentro de ese esquema clásico, Way impacta con la crudeza de las torturas, las escenas de los drogadictos metiéndose de todo, el suicidio de… alguien, la muerte de… alguien a manos del villano, esa escena tremenda de la madre muerta y el bebito flotando en un inodoro lleno de sangre, el gore escabroso de la pelea final entre el justiciero nocturno y el payaso criminal, todas cosas que en un comic de Batman no veríamos jamás y que acá, además de estremecernos y de decir “Pará, hijo de puta! No podés!”, sirven para hacer avanzar la trama hacia su lógico desenlace.
Para dibujar esta historia tan llena de excesos y descontrol, el elegido fue un dibujante que representa todo lo contrario, un tipo que es sinónimo de mesura y control: el británico Steve Dillon, vilipendiado por algunos colegas (“el Viejo Breccia lo mandaría a estudiar composición de viñetas”, dice Horacio Altuna con quien almorcé hace un rato, mientras Cacho Mandrafina acotaba “esto es malísimo”), pero bancado a muerte por los editores, la mayoría de los guionistas que laburan para EEUU y una gran masa del pueblo comiquero. Yo no lo banco “a muerte”, pero me gusta, me acostumbré a su estilo sobrio, me hice amigo de la línea de Dillon, de esos personajes apenitas cabezones, esos tipos recios a los que casi siempre les falta algún diente, esas minas que parecen sufrir mucho más de lo que gozan… No sé, son muchos años de leer a Dillon y el hombre es un bicho de costumbres. Pero a mí me gusta, sobre todo cuando no dibuja superhéroes, porque su estilo tiende al estatismo, no al dinamismo que uno asocia a la machaca entre chabones superpoderosos. Acá lo pusieron en un comic que supuestamente es de superhéroes, pero la verdad es que no desentona casi nada, porque hay pocas escenas donde vemos a Nighthawk haciendo de superhéroe, y porque su estilo parco y creíble contribuye mucho a la ambientación de la historia, al tono realista y peligroso que Way eligió para la obra. Como siempre, la narrativa de Dillon es diáfana, su laburo en los fondos encomiable y además conserva intacto su principal talento (por el cual creo yo que lo aman los editores), que es el de hacer llevaderas las extensas secuencias de cabecitas que hablan, que son un clásico en los comics de Ennis y que acá también abundan bastante.
Si te da el estómago para meterte en la piel (y en la psiquis) de un justiciero urbano pesutti de verdad, al que no le calienta maltratar un poco más de la cuenta a los villanos, esto te va a encantar. Hay que bancar altas dosis de violencia, sangre y momentos realmente desgarradores, pero la verdad es que garpa muchísimo. Y además, aunque sea una vez en la vida, leer un Batman realista no viene nada mal.