el blog de reseñas de Andrés Accorsi
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martes, 5 de noviembre de 2024

MARTES MÁGICO

Muy zarpada la calidad de los últimos libros que me tocó leer. Veamos. Empiezo en Japón, año 1974, con La Aprendiz de Geisha, una serie realizada por el magistral Kazuo Kamimura que nos lleva (una vez más) al fascinante mundo de los prostíbulos japoneses en la década del 30. Creo que este es el tercer libro que leí referido a esa temática, y ya está. Ya es suficiente. Es un tema atractivo, pero no como para leer varios miles de páginas de manga siempre en torno a lo mismo. Esta obra está compuesta de 14 episodios autoconclusivos, divididos en dos mitades muy bien marcadas. En los primeros siete, nuestra protagonista, O-Tsoru, es una nena de unos 12 ó 13 años que trabaja en el prostíbulo Matsunoya, como una especie de mucama, que limpia, hace mandados y asiste a las geishas en distintas tareas. Bajo la mirada rigurosa y por momentos despiadada de la madama del establecimiento, O-Tsoru además se entrena para ser, cuando crezca, una geisha de primer nivel. En cada una de las entregas, Kamimura nos va a contar una historia que tiene que ver con las geishas, su trabajo, sus clientes, los estrictos protocolos a los que estaban sujetas, y en general el rol de O-Tsoru va a ser menor, más de testigo que de protagonista. Como en el inmortal Charlie Moon de Carlos Trillo y Horacio Altuna, la pibita va a aportar una mirada tierna, ingenua, a un ámbito donde la sordidez y la violencia están siempre a la vuelta de la esquina, porque lo que hace el prostíbulo es básicamente vender alcohol y sexo. La segunda mitad de la serie, a partir del episodio 8, nos muestra a una O-Tsoru ya bastante más crecida, lista para su debut como geisha. Ese octavo episodio no solo parte las aguas en el manga de Kamimura, sino que además es el mejor del libro, el más fuerte, el más emotivo (y mirá que hay muchos MUY emotivos), el que más sacude al lector que llegó a querer a esa pendejita traviesa y curiosa que andaba tras bambalinas en los primeros episodios. Pronto la propia O-Tsoru va a tener una aprendiz que la va a asistir, y a acompañar a las fiestas y banquetes donde la contratan como escort para señores que ponen mucha plata. Y la segunda mitad de La Aprendiz de Geisha es eso: historias protagonizadas por O-Tsoru y O-Haru, a veces en Matsunoya y a veces en lugares a los que la geisha y su asistente viajan por trabajo. La mayoría son muy interesantes, con giros impredecibles, con poco énfasis en el acto sexual propiamente dicho, con un gran aprovechamiento del contexto de la época y -como siempre que hablamos de mangas creados por Kazuo Kamimura- con una onda triste, bajonera, melancólica. A veces por las injusticias que padecen estas chicas, a veces por las desgracias ajenas que les toca presenciar, pero siempre está ahí el regusto amargo de los relatos de Kamimura, incluso cuando en esta obra hay algún que otro momento más cercano a la comedia. Lo único realmente criticable es que el último episodio es uno más: es el último, pero no es un cierre. Podría haber sido el décimo, el undécimo, cualquiera. Me hubiera gustado un capítulo final que funcione precisamente como un final. El resto, muy satisfactorio, y en esto incluyo al dibujo de Kamimura, que me encanta. Tiene personajes expresivos, una reconstrucción de época fascinante, muchos logros en la composición de las viñetas, en la aplicación de los grises, una enorme fluidez en el relato gráfico... Si te gusta el manga dramático, sin chistes ni elementos fantásticos, con poca violencia y una pizca moderada de sexo, no tengo dudas de que La Aprendiz de Geisha te va a seducir.
Nos vamos a España, año 2022, cuando Juan Díaz Canales y Rubén Pellejero unen fuerzas por cuarta vez, para llevarnos de regreso al mundo de Corto Maltés, creado en 1967 por el inolvidable Hugo Pratt. A diferencia de los tres anteriores, Nocturno Berlinés es un álbum 100% urbano, una variante que el propio Pratt introducía cada tanto en la serie que lo consagró a nivel global. Las 70 páginas nos invitan a recorrer Berlín y Praga, en un momento de 1924 en el que Corto volvió hace poco de su viaje por Suiza (narrado por Pratt en Las Helvéticas). Menos exótico y más noir que sus predecesores, Nocturno Berlinés ofrece -como su título lo sugiere- muchas escenas de noche, y una exploración minuciosa de lo que pasaba en esa época en Berlín. Estamos en plena República de Weimar, Adolf Hitler está preso tras un frustrado golpe de estado, la capital de Alemania es un hervidero de poetas y filósofos, mientras triunfan una arquitectura moderna y un cine expresionista, con elementos fantásticos y de terror, que ejercerá una enorme influencia a nivel global. Pero además, laten las amenazas de una inestabilidad económica incontrolable y un antisemitismo que crece de manera sostenida en parte de la comunidad. Ah, y los míticos cabarets, donde cantan y bailan hombres, mujeres y seres andróginos que no se sabe bien qué son. Pareciera que Díaz Canales le preguntó a todos sus amigos con qué asocian la idea de "Berlín, 1924" y no dejó nada afuera. Algunos de estos elementos tienen más peso en la trama, otros menos, pero TODO aparece en el álbum, como si fuera un episodio piloto de una serie extensa que se va a desarrollar 100% en esa ambientación. El guion es muy bueno, con grandes diálogos y giros impredecibles, y con muchas escenas que parecen escritas por el mismísimo Hugo Pratt. No sé si me gustó más que el anterior, pero están ahí, cabeza a cabeza. Y al nivel de las mejores historias de la etapa clásica de Corto Maltés. Me parece que en esta serie, el 90% del éxito pasa por entender cabalmente al protagonista, su forma de ser y de actuar. Y en ese sentido, lo de Díaz Canales es absolutamente impecable. Pero además hay un misterio bien llevado, buenos villanos, buenos personajes secundarios, mucha consistencia con lo narrado en álbumes anteriores, todo un lujo. Y por si faltara algo, tenemos al mejor Pellejero desde que llegó a esta serie. Muchos se quedarán con esa secuencia absolutamente prattiana de las páginas 21 y 22... yo me quedo con esos fondos increíbles, a los que Pellejero les incorpora rayitas finitas, desparejas, al estilo Christophe Blain, y le quedan buenísimas. Y también flasheo con esos momentos en los que el pincel del catalán cobra vida propia, y se va de la línea de Pratt para visitar terrenos que uno asocia con Oswal, con José Muñoz, con Gustavo Trigo... y con las obras más personales del propio Pellejero, lógicamente. O sea que acá convive lo mejor de ambos mundos: muchos elementos gráficos y narrativos que nos recuerdan muchísimo a Hugo Pratt y otros que funcionan a modo de pequeñas (y muy bienvenidas) rupturas con la etapa clásica de Corto Maltés. Recomiendo muchísimo Nocturno Berlínés, y ya quiero tener en mis manos el nuevo Corto Maltés de Díaz Canales y Pellejero, que salió el miércoles pasado en Europa. Gracias totales y nos reencontramos con nuevas reseñas cualquier día de estos, acá en el blog.

viernes, 24 de junio de 2022

VIERNES MELANCÓLICO

Hoy se me juntaron para reseñar dos historietas tristes, melancólicas, que te envuelven en una atmósfera tanguera de pesadumbre y desazón. Primero tengo el Vol.2 de El Club del Divorcio, obra maestra del gekiga realizada por Kazuo Kamimura a comienzos de la década del ´70. Un librazo de casi 500 páginas editado como los dioses por ECC, sin sobrecubiertas ni giladas innecesarias. Esto es un masacote, con historietas de punta a punta, que -a pesar de su espesor- se lee bastante rápido, porque Kamimura mete poco texto y juega a narrar principalmente con las imágenes. Y hay una cantidad de experimentos narrativos impresionante. Estamos ante un autor que entiende la mezcla entre espacialidad y temporalidad (clave para la gramática del idioma al que llamamos "historieta") de un modo muy personal y sencillamente magistral. En estas páginas hay muchísimas sorpresas en materia de armado de las secuencias, y todas son muy gratas. El estilo en general, parece un Takao Saito más elegante, más sofisticado, menos apresurado. Por momentos el plumín de Kamimura levanta vuelo y alcanza niveles más cercanos a la poesía que a la narrativa, pero sin descuidar nunca la fuerza dramática de estos relatos de amores imposibles, sueños hechos pedazos y convicciones éticas rifadas por tres yenes con cincuenta. Los argumentos muestran una evolución, siempre en base a las desventuras de Yuko, la protagonista, un personaje al que Kamimura deja madurar, replantearse muchas cosas, cambiar de mirada acerca de otras. En una palabra, la deja crecer. El elenco secundario es muy sólido, con personajes complejos, que se prestan a situaciones muy disímiles. Y cuando las tramas son motorizadas por personajes ocasionales, pensados para aparecer una sola vez, también se generan momentos gloriosos, como en la soberbia "En la flor de la madurez". La subtrama principal (el romance entre Yuko y Ken) avanza y retrocede todo el tiempo y se hace tan hipnótica como impredecible. ¿Termina bien? Y, es gekiga... Gekiga de los buenos, de los que te garantizan ambientación urbana, realismo y sobre todo niveles de amargura solo comparables a los de ponerse una camiseta de Independiente para ir a alentar a 11 perros que pasan vergüenza todos los fines de semana. Tengo entendido que entraron al país pocos ejemplares de los dos tomos de El Club del Divorcio publicados por ECC, pero si te gusta el manga para adultos, sin chistes pelotudos, ni machaca descerebrada, ni romances ridículos entre colegialas, acá vas a encontrar (entre el humo de los puchos y el aliento a whisky de los protagonistas) otro tipo de pasiones y de emociones, menos épicas y más humanas, más cercanas, más reales. Más dolorosas, también. Vale la pena buscar este material, descubrirlo y atesorarlo por siempre.
Me vengo a Argentina, a seguir descubriendo el material que se editó por estos pagos durante 2021. Así me encuentro con Saturno, una serie episódica escrita por Pablo De Santis y dibujada por Matías San Juan, ambientada en Buenos Aires, aparentemente a principios de los años ´90. Esperaba mucho más del dibujo de San Juan, al que acá veo por debajo de otros trabajos anteriores (pienso, por ejemplo, en Las Chicas de Nadie). No me convencieron ni la anatomía, ni las expresiones faciales, ni la forma en que el color se acopla con un trazo al que yo asociaba con el claroscuro. Y sí me gustó mucho el trabajo en los fondos, muy cuidado, muy atento a la atmósfera de realismo sin estridencias que proponen los guiones. Saturno es un periodista que escribe para una revista sensacionalista de crímenes, y muchas veces termina siendo él quien los resuelve. Cada episodio se centra en un caso que Saturno debe investigar y todos son autoconclusivos, excepto el último, que está dividido en dos partes. No sorprendo a nadie si digo que De Santis maneja el misterio policial con una jerarquía apabullante. Todos los guiones de Saturno son pequeñas obras maestras, mecanismos de relojería perfectos, donde no hay nada librado al azar ni tirado a la marchanta. El autor logra incluso impactar al lector con cada resolución, sin apostar nunca a la espectacularidad, ni al shock. Por el contrario, opta por un tono frío, desapasionado, no desprovisto de algunos momentos muy emotivos, porque por atrás de los crímenes a veces pasan historias de amor, de amistad o incluso de odio, sumamente conmovedoras. Ese ritmo parsimonioso de las historias, esa Buenos Aires que apela a los recuerdos y la nostalgia del lector más veterano, hacen que en Saturno predomine un clima melancólico, tanguero, donde la sangre y la muerte parecen inevitables, un elemento más en un coctel con sabor a corrupción y desolación. Y también contribuye a este clima el propio protagonista, que lamentablemente es lo menos interesante de la obra. Saturno Drey es un personaje sin onda, sin rasgos de personalidad interesantes, que se podría reemplazar tranquilamente por cualquier otro tipo que investigue crímenes. No sabemos nada de su vida, apenas que tiene muchos contactos por haber pateado durante muchas décadas los rincones más oscuros de Buenos Aires. Una pena que De Santis no se haya esforzado por dotarlo de un poco más de onda. No te pido otro Arenas, pero sí que me importe un toque más quién es, qué le pasa y por qué actúa como actúa el personaje principal de la serie. Acá también tenemos altas dosis de pucho, escabio y vidas arrojadas al abismo por amor, por ambición, por venganza o incluso por accidente. Si todo eso no te asfixia ni te espanta, preparate para disfrutar de unas historias exquisitas, servidas con talento y originalidad por un crack del relato policial. Y hasta acá llegamos. Gracias por el aguante y nos reencontramos pronto con nuevas reseñas.

lunes, 23 de mayo de 2022

LIBROS DE LUNES

Hoy me tocó un viaje en bondi a los más remotos confines de la galaxia, y aproveché para clavarme dos libros, uno poderoso y otro finito. El poderoso no es otro que el Vol.1 de El Club del Divorcio, una obra maestra del gekiga creada en 1974 por Kazuo Kamimura, aquel genio del Noveno Arte que tuvo la pésima idea de morirse con solo 45 años. Si alguna vez te interesa averiguar por qué a los que leemos gekiga nos parecen medio gansos los mangas de peleas de buenos contra malos, en El Club del Divorcio se entiende a la perfección, leyendo apenas estas 500 páginas (que no tienen demasiado texto, por el contrario). La serie está compuesta por capítulos, y al principio amaga con ser una obra de protagonismo coral, en la que Kamimura nos va a contar las vidas de varios personajes que se entrecruzan en este barcito de Ginza donde van los empresarios a emborracharse y a alternar con mujeres "de la noche" a las que la vida trató bastante mal. Pero al toque queda claro que no, que al autor le interesa centrarse sobre todo en la vida de Yuko, la chica de 25 años que tiene una hijita de tres, un ex-marido pianista, y la ardua tarea de regentear el boliche. Como en los mejores mangas de Yoshihiro Tatsumi, también tiene un enorme protagonismo la gran urbe, donde se mezclan pobres y ricos, felices e infelices, cazadores de sueños alucinantes y repetidores de rutinas embolantes. El tono es amargo, melancólico, casi escuchás tangos de fondo. Los diálogos son filosos, las caracterizaciones son poderosísimas, los personajes secundarios son carismáticos, el dibujo es magnífico (acá sí no corre la analogía con Tatsumi, porque Kamimura era un virtuoso del dibujo y Tatsumi ni a palos), y si hay algo para criticar es la maldad del autor a la hora de negarle a Yuko un minuto de paz o de felicidad. Cada vez que parece que las cosas le salen bien, o que se va a llevar a la cama a Ken, el barman fachero y piola que prepara los tragos, pasa algo horrible que la obliga a tener que tomar decisiones jodidas, confrontar con su ex, tensar el vínculo con su mamá y su hijita, hacer magia para conseguir guita que le permita sacar a flote el boliche... Pobre Yuko, es hermosa, es fuerte, es hiper-responsable, tiene una dignidad y unos ovarios a prueba de bombas nucleares, y sin embargo no le sale una bien. El Club del Divorcio es un manga adulto, me imagino que bastante rupturista para una sociedad como era la japonesa en los años ´70, realmente profundo, con pinceladas de romance, de comedia y de poesía. No hay elementos fantásticos, nadie tiene superpoderes, no hay combates entre buenos y malos, sino conflictos muy humanos, muy reales, muy cercanos a los que vivimos los que estamos atrapados de este lado de las páginas. Amores imposibles, obsesiones al borde del acoso, gente tóxica que maltrata psicològicamente a sus afectos, gente boluda que elige los peores momentos para pasar facturas, gente a la deriva que no sabe qué rumbo tomar... y todo en el contexto más o menos turbio de un local "de ocio nocturno" donde unas minitas hermosas te franelean para que gastes fortunas en escabio y, en una de esas, pongas un extra y te las lleves con vos al telo, o a tu casa. Tengo el Vol.2 ahí en el aguante, y ojalá sea tan hermoso y tan conmovedor con el Vol.1.
Y me vengo a Argentina, año 2021, para encontrarme con una historieta breve, 54 páginas, en las que Jonathan Crenovich (co-guionista de Manta junto a Martín Mazzeo) inicia su carrera "solista", en equipo con el dibujante Alesio Rossino, con quien ya había trabajado en el one-shot de Iceberg. La obra se titula Knock Knock Monk y es una aventura lineal, ágil, de temática 100% fantástica con toques muy típicos de las películas de Hayao Miyazaki. Crenovich no profundiza mucho en la construcción ni en la exploración del mundo en el que se desarrolla la aventura: prefiere enfatizar el ritmo, la acción, y sobre todo el desarrollo del vínculo entre los dos protagonistas, Monk y Peke, que sin dudas es lo más atractivo de la obra. Ahí es donde el autor juega las cartas bravas y donde logra momentos emotivos, escenas realmente preciosas que elevan a Knock Knock Monk por encima de la clásica trama de "peripecias en un mundo repleto de criaturas fantásticas". No quiero contar nada del argumento, primero para no spoilear a quienes quieran leer el comic, y después porque al ser un relato breve, corro el riesgo de resumir todo lo que pasa en tres frases, y sería injusto para con Crenovich, que se mató para meter buenos diálogos y buenas secuencias mudas. El dibujo de Rossino es maravilloso, estamos frente a un talento realmente brutal, un dibujante argentino de nivel recontra internacional, que domina a la perfección una estética cuasi-shonen y la sabe combinar con una narrativa típica de historieta de acción yanki. El resultado es sumamente ganchero, satisfactorio y sobre todo promisorio, porque Rossino es un muchacho joven, que todavía no cumplió 30 años. Ni me quiero imaginar el carrerón que tiene por delante. A ojo de buen cubero (diría el Poroto), estimo que Knock Knock Monk está apuntada a lectores y lectoras de 10 a 13-14 años, el segmento de Amuleto, como para que nos orientemos fácil. Por eso me parece brillante que la dibuje un pibe que puede coquetear con la estética del manga más comercial, que está pegando a full en ese grupo etáreo. Pero además, cualquier adulto al que le divierta más o menos la clásica aventura fantástica se va a entretener un rato, y se va a encontrar con un par de momentos en los que la trama levanta vuelo y se anima a ir más allá. Muy lindo material, muy recomendable. Y nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto, con nuevas reseñas acá en el blog.