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lunes, 14 de marzo de 2011

14/ 03: ORC STAIN Vol.1


Después de cruzármelo en unas cuantas antologías de Image, finalmente me pude meter de lleno en una obra larga y ambiciosa, escrita, dibujada, entintada, coloreada y rotulada por el inconmensurable James Stokoe.
El dibujo de Stokoe es extrañísimo. Me juego a definirlo como una mezcla lisérgica entre Silvio Cadelo, Philippe Druillet y Jamie Hewlett. La narrativa, en cambio, tiene más que ver con el indie americano, aunque ahí también se cuela algo de Hewlett. Y como guionista, Stokoe muestra con bastante transparencia su fanatismo por los escribas británicos de la 2000 A.D., obviamente con Pat Mills a la cabeza. Un cóctel raro, pero que se puede explicar: Stokoe es canadiense, más precisamente de Vancouver, una zona en la que co-existen las tradiciones comiqueras franco-belgas y anglosajonas. Sumémosle el dato de que vivió varios años en Seattle, y ahí cierra también lo del indie yanki.
Lo cierto es que no existen otros dibujantes en el mundo que dibujen como Stokoe. Sus criaturas, edificios y cavernas son absolutamente inimitables: nadie en su sano juicio puede siquiera plantearse dibujar todos los detalles microscópicos que mete Stokoe en esas viñetas pensadas para dejarte sin habla durante varios días. Las ilustraciones de doble página impresas en las retiraciones del libro son… indescriptibles. Creo que ni Druillet llega a ese nivel de enfermedad por los detalles. Y lo más lindo: Stokoe inventa todo. En Orc Stain no hay nada (pero nada, eh?) que exista en la realidad. Todo está 100% imaginado por el autor, como en esas historietas extravagantes y geniales de Alcatena y Mazzitelli.
La historia es sencilla, está pensada para que no pienses, para que te dejes atrapar rápida y fácilmente por este accidentado recorrido por el mundo de los orcos y te diviertas con los peligros que corre el protagonista, un orco que perdió un ojo y al que apodan –lógicamente- el Tuerto. El Tuerto va de acá para allá: lo estafan, lo chorean, lo envenenan, lo revolean, lo encarcelan, no sale de una y ya se mete en otra. Pero hay algo más: el Tuerto parece ser la clave para encontrar algo muy grosso: un órgano de un dios que quedó oculto en la tierra de los orcos. Como Pat Mills en Slaine, Stokoe mete mucha acción y unos cuantos momentos desopilantes para darle onda y dinámica a algo que, en otras manos menos habilidosas, podría tornarse aburrido simplemente por la cantidad de data que el lector necesita para entender cómo funciona este mundo al filo del delirio.
Los orcos son una raza intrínsecamente jodida, que no conoce la diferencia entre lo que está bien y lo que está mal. No existen los códigos, ni los escrúpulos, ni la solidaridad. El capo que logra quedar al frente de una tribu 10 años, es el equivalente a toda una dinastía en nuestra realidad. Y lo más heavy: la moneda de cambio son los gronch. ¿Lo qué? ¿Los gronchos? No, los gronch, que es como le dicen los orcos a la querida pija, poronga, garcha, verga, chota, cíclope rojo, gato muerto, etc. Todos están esperando que alguno se distraiga para amputarle el coñemu al de al lado, porque el que más gronch se cuelga del cinto, más chapa tiene. Incluso la moneda con la que los orcos compran y venden se hace cortando en fetas los gronch mutilados y bañándolos en algo parecido al oro, en un proceso que Stokoe explica minuciosamente en las páginas finales del libro. Eso más que de Pat Mills ya es digno de Jodorowsky muy pasado de peyote.
El primer tomo de Orc Stain promete muchísimo. Además de al Tuerto, Stokoe desarrolla con categoría a dos personajes más, pero también a animales, piedras, monstruos, lugares y hasta objetos; si te parecía que el Capitán América hacía demasiadas cosas con un escudo, esperá a ver lo que hace el Tuerto con un martillo. En este mundo todo es así, zarpado, extremo y absolutamente hipnótico. Ponelo ya a Stokoe en la lista de los indispensables. Me juego el gronch a que te va a cebar.