Hora de reencontrarnos con el comic uruguayo, más precisamente con Nicolás Peruzzo, uno de los protagonistas de la Saga de Nueva York, cuyo trabajo anterior (Ranitas) fue reseñado el 23/09/11.
La Mudanza tiene un sólo problema, que es que se le nota mucho la intención de generar una obra que apele a un público muy amplio, que le guste y le llegue a mucha más gente que la que habitualmente milita en “el palo comiquero”. Peruzzo calcula minuciosamente –creo yo- cuánto del mensaje positivo, alentador, de buena onda y de contención para el que sufrió pérdidas dolorosas le va a llegar al público no comiquero, integrado mayoritariamente por mujeres, y ahí apunta su munición más gruesa.
A partir de ahí, podés crear un bofe sensiblero, emo y –en definitiva- grasa, o podés sorprender con una historia que tome como base a los sentimientos pero no se lea como la versión gráfica de un libro de autoayuda berreta. Por suerte, La Mudanza tiene los rasgos descriptos en la segunda opción. Peruzzo se las ingenia para que su obra no se lea como un melodrama barato, sino como una historieta de notable vuelo poético, en la que un realismo mágico sutil y finoli viene a barnizar con un mensaje copado a una historia más bien bajonera, en la que la melancolía es claramente el clima hegemónico.
¿Cómo lo logra? Yo creo que la clave es la brevedad de la obra. Son 52 páginas con poco texto, en las que no pasa poco, pero en las que se aprecia la economía de recursos, de diálogos, de enfoques, de trazos incluso, porque Peruzzo opta por un grafismo más bien despojado, más cercano al de la ilustración infantil. La Mudanza no viene a cambiarte la vida. A lo sumo viene a ser esa palmada en la espalda, acompañada de un “fuerza, que no decaiga”, de las que nos dan los amigos cuando el bajón nos pasa por encima.
La historia avanza a un ritmo lento, tranqui, coherente con un comic que nos invita ante todo a la reflexión, y contribuye (el ritmo, no el comic) a que nos colguemos mirando las imágenes de esa ciudad crepuscular y semi-desierta que Peruzzo retrata con precisión, y a la que logra convertir en un personaje más de la novela. El final es redondo, apenitas previsible, y sumamente satisfactorio.
Ya hice bastante referencia al dibujo, pero me falta acotar que acá descubrí a Peruzzo en su faceta de colorista, y me parece que en este rubro es un talento a tener muy en cuenta. En casi todas las escenas se maneja con una paleta intencionalmente acotada, y cuando –en las escenas restantes- deja de lado esa limitación, sorprende con una versatilidad que contrasta maravillosamente con la paleta acotada que se impone en casi toda la obra.
La Mudanza es un comic conmovedor, un tanto argolla-friendly, es cierto, pero con un argumento bien construído, excelentes diálogos, elocuentes silencios y ese plus de belleza que significa transmitir un mensaje positivo sin cursilerías, ni clichés ridículos, sino desde un vuelo que Peruzzo emprende hacia la fantasía y la poesía, y que pilotea con mucha destreza. Si en Ranitas pegaba fuerte por su honestidad, su veracidad, su falta de tapujos para hablar de su tránsito de la adolescencia a la adultez, acá Nicolás pega tanto o más fuerte, pero con argumentos menos personales y más universales, como son las ganas y las motivaciones que nos impulsan (como diría el autor) “a seguir siguiendo” cuando la vida nos pega uno de esos sacudones que nos dejan con el culo mirando al sudeste. Más que una historieta, La Mudanza es una caricia en el alma y eso la hace enormemente valiosa.
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sábado, 18 de enero de 2014
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