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martes, 25 de octubre de 2011

25/ 10: ENEMY ACE: WAR IDYLL


Recién ahora me pongo las pilas para leer esta novela gráfica de 1990. Es que, para esa época, el personaje no me llamaba la atención. Había leído muy poquito de los clásicos de Bob Kanigher y Joe Kubert y me gustaba el dibujo, pero no me enganchaban las historias. Además, era la época en la que cada 15 días aparecía una novela gráfica o un prestige ilustrado en el estilo pictórico y ya era casi “más de lo mismo”. Como fuera, en su momento esto no me llamó la atención, y ahora sí, seguramente porque en el medio leí TODO Enemy Ace (gracias al maravilloso Showcase) y me cebé mal con el Barón Von Hammer.
Entre las muchas rarezas de esta obra, la más rara es que lo dejaron escribir a George Pratt, un ilustrador con poca experiencia en el mundo del comic, y no reconocido precisamente por sus dotes como guionista. Cuenta la leyenda que durante toda la realización de la novela, el coordinador Andrew Helfer tuvo a J.M. De Matteis precalentando cerca del banco de suplentes, por si Pratt entregaba guiones demasiado catastróficos o que requirieran demasiadas re-escrituras. Y hete aquí que eso jamás sucedió. El guión de Pratt es medio una excusa para lo que realmente quería hacer: bajar línea contra la guerra. Enemy Ace y su co-protagonista, el “periodista” Edward Mannock están muy bien trabajados, pero son perfectamente intercambiables por cualquier otro ex-combatiente de la Primera Guerra Mundial y de Vietnam. Los dos cuentan momentos vividos en el frente, en el fragor del combate, y de ambos relatos extraemos la misma conclusión: el villano es la guerra. Nada nuevo bajo el sol (lo contaron chotocientas mil veces Héctor Oesterheld, Harvey Kurtzman, el propio Kubert y muchos más), pero Pratt lo hace muy interesante.
Si bien entiendo que sea imprescindible para la estructura del relato, me dio un poquito por las bolas ver al Barón Von Hammer viejito, decrépito y postrado. Para mí siempre será ese hombre altivo, portentoso, que ostentaba sublime majestad arriba y abajo de su fokker. O sea que el verdadero Enemy Ace, el que a mí me gusta, aparece sólo en los flashbacks, en los recuerdos de este otrora glorioso anciano. En esas secuencias, Pratt captura sin ningún problema el espíritu de las historias de Kanigher y Kubert y nos muestra al titán de la Luftwaffe en todo su esplendor, con toda su enorme humanidad y complejidad oculta bajo su rostro curtido y férreo, su apariencia fría e inmisericorde. Pero en la aventura que recuerda, Von Hammer se las ve fuleras, tan fuleras como en las más bravas de las aventuras narradas por Kanigher y Kubert, y sin traicionar su esencia, sale cambiado de esa ordalía, algo que Kanigher nunca se hubiera atrevido a plantear. Pratt se atreve y sale airoso, y eso sólo alcanza para que su guión brille.
De todos modos, como pasa tan a menudo, el guión no importa en lo más mínimo. La inmensa mayoría de los lectores compró War Idyll para mojarse con el arte de George Pratt, que está más allá de las palabras. Pratt compartía estudio con Kent Williams y Jon Muth, los maestros del estilo pictórico y además de haberlos visto laburar en historietas muy importantes (y muy bien hechas), contó con la ayuda de ambos ya sea para solucionar problemas o para acelerar los tiempos en War Idyll. El talento de Pratt y la colaboración de sus amigos dio por resultado un trabajo visualmente conmovedor, de altísimo impacto y altísimo vuelo. En las secuencias tranqui, Pratt va al realismo fotográfico típico del estilo pictórico y le sale bárbaro. Pero cada vez que estalla la violencia y la trama se mancha de sangre, fuego y pólvora, vira hacia una estética mucho más expresionista, más extrema, más visceral, mucho menos pendiente de la representación. En esas escenas, los pinceles de Pratt parecen poseídos, fuera de control, y las imágenes se desbocan, se dejan invadir por cepillados, esfumados, salpicados, efectos logrados con gillettes, un montón de recursos alucinantes, y muy difíciles de plasmar en la era pre-photoshop. Lo mejor es que nada de esto empaña la narrativa, que es clásica y sin riesgos, repleta de guiños al Enemy Ace de Kubert, aunque sin las típicas viñetas redondas que metía siempre el ídolo.
Al final, de todo el libro, sólo 45 páginas nos muestran a Von Hammer en la Primera Guerra Mundial. El resto no está nada mal, pero si War Idyll consistiera sólo en esas 45 páginas, sería una obra mucho mejor, menos pretenciosa, con menos bajada de línea, y a la vez más potente, más tremenda. Y cuidado con los bocetos de Pratt que acompañan la edición al final del tomo: si te gustan el dibujo y las artes plásticas, corrés el riesgo de que te devasten el bocho para siempre.