Allá por fines de los ´80, Barcelona era una ciudad en estado de ebullición. Se venían los Juegos Olímpicos de 1992, el mundo entero miraba a la ciudad y –de pronto- containers enteros de guita se destinaban a modernizar y a poner más linda a la maravillosa urbe catalana. Por supuesto, entrar de golpe a la modernidad tiene su costo y de eso se encarga Montesol en estas breves historietas de clara intención satírica: de mostrarnos ese momento en el que la fiebre por el glamour, el diseño y el progreso pasan a cobrar las facturas correspondientes.
En las historias protagonizadas por Opisso y Dora, Montesol se divierte masacrando a la clase media cheta que “compra” cualquier boludez que se pone de moda: el arte abstracto, la vida sana, el sexo de todos contra todos... Para ellos todo es excesivo, todo es a todo o nada: desde la pasión por la joda nocturna (en la que el escabio está muy presente y la merca está, pero más sugerida) hasta el drama más trágico que se desata cuando se les descompone el teléfono (estamos en la era pre-celulares, claro). Por supuesto Montesol construye estos pequeños cantos a la exageración como un puente hacia el humor, que de paso intenta lograr una reacción por parte del lector. Este material se publicaba en la revista Cairo, muy leída por una generación de fans afectos a cualquier fruta que pareciera sofisticada, moderna y diseñosa, y en la revista Vivir en Barcelona, en la que supongo que no aparecían otras historietas. O sea que hay un mensaje por debajo de la joda, que es “abramos los ojos, muchachos, así no nos venden pescado podrido”.
Las últimas dos historietas tienen como protagonistas a Neo y Post que, lejos de ser gente común, son dos especialistas en arte moderno, fanáticos del diseño, las expresiones más extravagantes del arte contemporáneo y los vernisages en los que corre abundante morfi, chupi y frula. La segunda y última aventura de Neo y Post directamente nos sumerge en la runfla disparatada en la que se le asignan multimillonarias partidas presupuestarias a artistas, diesñadores, intelectuales y payasos varios para que generen obras relacionadas con Barcelona 92. No sé si Montesol realmente estuvo ahí, pero es todo tan venal y tan patético que resulta sumamente creíble.
En el medio, entre los caprichos ridículos de Opisso y Dora y las guarradas de Neo y Post, hay una historieta de cinco páginas titulada simplemente “Barcelona”, sin textos y sin guión. Son simplemente viñetas inconexas puestas una al lado de la otra, cada una centrada en un aspecto de los que hacen única a la ciudad condal. Se trata de un sencillo y sincero homenaje de Montesol a la ciudad que ama. Esta es la historieta más zarpada a nivel gráfico, realizada en carbonilla, frente-march, sin nada ni remotamente parecido a un boceto previo. Montesol combina con maestría ese trazo crudo, primal, al filo del mamarracho, con con gran laburo de tramas mecánicas y todo se ve maravillosamente bien.
En las historietas de Opisso y Dora también se lucen las tramas mecánicas y también hay momentos en los que uno sospecha que debajo de la tinta no hay bocetos ni lápices. La diferencia es que está todo entintado con un pincel muy versátil, con grosores de línea muy diversos, y que conserva la frescura, la fuerza en el trazo. Lo único realmente feo es el rotulado, que en varias historias está hecho a mano alzada y con una caligrafía que por momentos cuesta descifrar.
Y sobre el final, las aventuras de Neo y Post son las que nos muestran al Montesol más “careta” a nivel visual. Acá seguro hay bocetos debajo de la tinta, esta está lograda con pinceles y rotrings, los diálogos están rotulados por un especialista en la materia, hay bloques de texto perfectamente integrados a la imagen y las viñetas están ordenadas en grillas clásicas. Si a estas historietas les ponemos tramas, ya se vería un exceso de recursos que chocaría bastante con la sobrecarga de información, personajes y textos que Montesol mete en cada viñeta.
Si querés revivir ese bizarro estallido de posmodernidad, sofisticación y diseño, o verlo desde una óptica crítica, descarnada, manchada de un humor profundamente malalechístico, este libro te da esa posibilidad. Toda excusa es buena para volver a recorrer la cautivante Barcelona, y si es de la mano del arte de Montesol, mucho mejor. Incluso si hay que aguantarse a borrachines, merqueros, pusilánimes y demás figurettis de cuarta a los que tan bien satirizan estas historias.
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domingo, 19 de enero de 2014
lunes, 29 de marzo de 2010
29/ 03: FIN DE SEMANA
A veces, detrás de una historieta de apariencia vanguardista puede esconderse un mensaje sumamente reaccionario. Tal es el caso de esta obra maestra cuasi-desconocida del comic español de los ´80, que un día me sonrió desde una mesa de saldos y me hizo muy feliz.
Fin de Semana es un producto típico de principios de los ´80: de apariencia marchosa (así se le decía en España a lo cool) y ultra-moderna (porque todavía no se hablaba de posmodernidad), la novela gráfica se serializó en la super-sofisticada revista Cairo, nos muestra a personajes que parecen corporizar el slogan de Sexo, Droga & Rock´n Roll, y hasta diálogos entre chicas que evalúan los pro y los contras de tragarse la lechita o entregar el marrón. Por si faltara algo, el estilo del dibujante está a medio camino entre la línea chunga de Gallardo y Mediavilla y lo que hoy se conoce como “estilo atómico”, cuyos referentes del momento eran Yves Chaland y Daniel Torres. Más ochentoso, imposible.
Pero hete aquí que el protagonista es Eduardo Vidal, el típico intelectual amargo, que razona más de la cuenta y se impide a sí mismo disfrutar y ser feliz. Eduardo encarna los valores tradicionales: como profe de literatura detesta el hedonismo vacuo de sus jóvenes alumnos, y en los ratos libres es el único que prefiere escuchar óperas y leer a Proust en vez de clavarse una anfeta y bailar toda la noche con David Bowie y The Human League. Eduardo, con su mirada irónica y pesimista, es el único que trata de parar la pelota y pensar en lo que está pasando, pero a regañadientes y con un par de copas de más, termina él también embarcado en esta road movie partuzera que lleva a estos cuatro amigos (de veintimuchos o treintaypocos, no se sabe) a recorrer media Cataluña de fiesta en fiesta, de B-52s a Supertramp y de Devo a Ultravox.
El ritmo frenético del guión baja muchos cambios cuando Eduardo y su grupete (Eva, Carlos y Marisa) caen el la granja de los hippies, tipos de 30 a los que hace ocho años que se les carbonizó el cerebro. Acá la melancolía busca un huequito por donde colarse, pero le gana de mano la bajada de línea. El autor usa claramente esta secuencia para decirle a sus coetáneos “Sigamos con este festival de la frula, la heroína y las pastas y en cinco años, los más afortunados vamos a estar cultivando la tierra de esta granja, y los menos, criando gusanos abajo de la misma”. Después arranca el tramo final y está claro que nadie termina bien. Eduardo será siempre igual de infeliz aunque mejor pago, a Carlos lo derrotará el alcoholismo, a Eva se la llevará una sobredosis de heroína y Marisa, la ligera de cascos, seguirá buscando sin éxito al hombre ideal.
Los autores también seguirán distintos caminos. Ramón de España, el guionista, escribirá algunas historietas más (varias de ellas brillantes), pero siempre será mucho más reconocido por su labor en el campo de la crítica y el periodismo. Montesol, el dibujante, pronto se volcará de lleno al estilo atómico, donde se convertirá en un grosso consumado, para desaparecer a principios de los ´90, como tantos dibujantes de la década anterior. Pero quedará un testimonio, que es este.
Fin de Semana es slice of life de alto vuelo, un retrato certero y jodido, pero a la vez un semáforo amarillo, para esa segunda belle epoque a la que la aparición del SIDA pondría un prematuro punto final. Sin predicar, sin acusar ni juzgar a nadie desde el púlpito, Ramón de España y Montesol nos tiraban la onda de que la partuza de 24 horas corridas podía no estar tan buena, y que la combinación entre sexo, droga y rock´n roll también puede terminar para el orto. Todo esto en una anti-aventura llena de diálogos magníficos, personajes entrañables y una sensación de libertad tan salvaje como la de los hippies del ´68, pero estéticamente más linda. Un comic de vanguardia, con un mensaje reaccionario y que funciona a la perfección. No es fácil, se los aseguro.
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