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lunes, 29 de octubre de 2012

29/ 10: ROSENDA (Y OTROS MOMENTOS POP)

Ya lo dije alguna vez y lo repito: Manel Fontdevila es un genio del Noveno Arte, el abanderado, el heredero más talentoso de la Escuela Bruguera (la de Francisco Ibáñez, Manuel Vázquez, José Escobar y tantos otros), que además supo leer con avidez e inteligencia a Yves Chaland (otro de sus fetiches), Albert Uderzo y Frank Margerin, entre otros. Del obsceno enfieste entre la tradición española de Bruguera y el estilo atómico (o sea, la reformulación posmoderna de la línea clara de Hergé y sus clones) surge con el fulgor de una supernova el imprescindible Fontdevila, brillante guionista, inmejorable dibujante e infalible narrador gráfico. Casi me da vergüenza la poca bola que se le da en Latinoamérica a este autor con 25 años de trayectoria y muchos –y muy merecidos- premios en su haber.
Para las aventuras de Rosenda (realizadas en los ´90 para la efímera pero influyente revista Mr. Brain, que él mismo dirigía), Fontdevila opta por el estilo más “realista” que le sale, un estilo en el que se ve obviamente a Chaland, pero al estar pensado para blanco y negro, tiene unos claroscuros y unos trucos de iluminación que no aparecían en los trabajos del malogrado prócer francés. También hay algo de Roger Langridge y Hunt Emerson y hasta sombreados que nos recuerdan a Charles Burns, en las secuencias más oscuras.
Todo este despliegue de aciertos gráficos está puesto al servicio de guiones desopilantes: aventuras que parodian con acidez al género folletinesco, ese de los villanos infinitamente perversos y los héroes muy nobles y un poquito nabos. En ese sentido, Rosenda es pariente cercana del Opium de Daniel Torres. Como Torres, Fontdevila hace gala de su magistral manejo de las convenciones del género del que se quiere mofar y a la vez toma de este la estructura clásica, la de principio, desarrollo y fin. Todo cierra en cada episodio, nada queda librado al azar. Fontdevila va incluso más allá, porque las tramas en las que envuelve a la malévola Rosenda y su némesis, el ex-comisario Gustavo Plaitex, son decididamente bizarras, van de una a causar gracia, a que digas “nah, me estás jodiendo”, sobre todo por lo extremo de los planteos. Sin salir de ese clima medio festivo de “nos estamos riendo de una aventura pedorra tipo cine clase B”, aparecen situaciones realmente sórdidas, que incluyen mutilaciones, eyaculaciones, tráfico de drogas y sexo con niños. Claramente, a Fontdevila no le tiembla el pulso a la hora de joder con temas delicados.
Los personajes secundarios y muchos de los diálogos son intencionalmente acartonados, en sintonía con las novelas y comics de aventuras de épocas pasadas. Imaginate el efecto que logra Fontdevila cuando mete en ese contexto un chiste guarro escrito como hablan los lectores de hoy. Las cinco historias cortas de Rosenda son joyas de la mala leche, magníficamente dibujadas y muy difíciles de superar.
Para completar el tomo, tenemos otras dos historias cortas realizadas por Fontdevila para la revista Mr.Brain, una en un estilo mucho más caricaturesco, más cercano a los maestros españoles de los ´50, y la otra en el estilo que usa el gran Manel para casi todos sus trabajos en El Jueves. Puestas después de las desmesuradas aventuras de Rosenda, estas historietas resultan un poquito pueriles, pero no están mal.
Y finalmente, 21 tiras de Los Tres Marcianos (aparecidas en la inolvidable revista U), en las que Fontdevila les pega sin asco a los autores, los lectores y los coleccionistas de comics. Acá no hay lugar para finas ironías: cada tira desemboca en un remate certero y contundente, al ángulo, a donde el arquero no llega nunca. El dibujo es simplísimo (al punto de prescindir de los fondos en unas cuantas tiras) pero lo importante es lo que dice el autor a través de los personajes. Imposible no sentirse identificado (e incluso agraviado) en alguna de las patéticas mini-comedias que propone Fontdevila en estas tiras.
Por alguna extraña carambola del destino, este álbum (editado a todo culo por Glénat) suele verse a precios razonables en las comiquerías argentinas. Que no se te escape la gallina.