Para ser invierno, la
verdad que hoy fue un lindo día. Fui a ver la peli nueva de Spider-Man, pero me
guardo la reseña para mañana (o en una de esas el viernes), porque hoy quiero
comentar un par de comics que leí en estos días.
Empiezo a principios de
los ´90, cuando el maestro Masashi Tanaka lanza el primer tomo de Gon, con las
aventuras sin textos de este bizarro pichón de dinosaurio. La serie arranca
cuando Gon cumple un año, y no nos aclara nada de su pasado. Sólo sabemos que
tiene una fuerza y una agilidad prodigiosas, un hambre voraz y la astucia
suficiente para que no nos preguntemos por qué catzo no se extinguió junto con
todos los otros saurios que poblaron la Tierra antes de que llegaran las
especies animales que todos conocemos.
En todas y cada una de las
andanzas de Gon, el pequeño saurio interactúa exclusivamente con animales, pero
de la actualidad: osos, lobos, castores, águilas, linces, leones y un largo
etcétera. Y a pesar de su exiguo tamaño, el chiquitín los doblega a todos a
fuerza de ingenio, enjundia y mala leche. Son historias cortas, que al no tener
textos se basan totalmente en la acción, y la verdad que hay mucha acción,
plasmada de un modo bastante brutal, con mucha violencia, sangre, tripas y
muertes. Tanaka juega al contraste entre una estética muy realista y un cierto
humor, casi siempre negro, y con el elemento bizarro o absurdo de tener a un
dinosaurio mezclado con un montón de animales que aparecieron mucho después.
Pero lo más inexplicable
no es la existencia de un dinosaurio bebé que le da baile a todo tipo de
criaturas, ni siquiera cuando parece que Gon agarra cosas como si tuviera
pulgares oponibles. Lo realmente inexplicable es la calidad del dibujo de
Tanaka, el grado de detalle que pone en cada bicho, en cada paisaje, en cada
arbolito, cada pastito. Evidentemente estamos ante un enamorado de la
naturaleza, un dibujante con una capacidad extraordinaria para tomar imágenes
de la realidad y plasmarlas en la página como pocas veces se vio. Y acá está el
otro contraste, entre la belleza de todo lo que dibuja Tanaka y la crueldad, la
salvajada visceral de los argumentos. Gon es una verdadera maravilla del manga,
sobresaliente en guión, dibujo y narrativa, cuyo único inconveniente es que, al
no tener texto, los tomos duran muy poquito.
Nos vamos a 2016, cuando
un guionista inglés y un dibujante argentino se juntan para generar una nueva
serie en una editorial de EEUU. Después de la experiencia de The Names (ver
reseña del 20/04/16), Peter Milligan y Leandro Fernández deciden volver a
colaborar, pero esta vez en Image.
The Discipline es una
especie de Fifty Shades of Grey con mucho Vertigo, o sea, con elementos
sobrenaturales bastante oscuros, más violencia y sí, bastante más sexo que en
el comic yanki promedio. No creas que es The Extremist (lo más zarpado que
escribió Milligan dentro del subgénero “thrillers de garche”) pero además de
hablar mucho de coger, en The Discipline se coge bastante. No es porno, nunca
se ven pijas erectas, ni fellatios, ni primeros planos de penetraciones o
eyaculaciones, sino que está todo más sugerido y lo que se ve es… cuerpos
desnudos y algunas posiciones que dejan poco librado a la imaginación.
La trama es atractiva,
tiene muchas sorpresas, quizás le sobran algunos elementos sobrenaturales, que
están ahí para poderle darle énfasis a la machaca, los combates sangrientos
entre criaturas con garras y/o dientes pasados de rosca… que realmente es lo
que menos me atrapó. Lo mejor es la exploración que hace Milligan de la psiquis
de la protagonista, Melissa Peake, construída como un personaje que puede
bancar mucho más que seis números de un arco argumental. Y eso es lo otro que
no me terminó de cerrar: el final es apenas el final de un primer arco, y
tendría que haber varios más. Sin embargo, la serie no continuó más allá de los
seis episodios que ofrece este tomo. No tengo dudas de que, si los autores
hubiesen supuesto que The Discipline iba a llegar hasta acá, el final habría
sido muy distinto. En una de esas hay un segundo arco escrito, y en algún
momento Leandro (o alguien más) lo dibuja. Ojalá, porque este final no tiene
nada de definitivo y (como pasó con The Names) deja muchas puntas interesantes
para explorar.
El dibujo de Leandro
Fernández está buenísimo, muy jugado al claroscuro, muy plástico, con
secuencias de gran dinamismo, con unos enfoques jugadísimos, mucho criterio
para pasar de la sutileza de la seducción a la brutalidad de la machaca, fondos
laburadísimos, excelentes expresiones faciales… Lo único criticable es que por
momentos sigue apareciendo la impronta gráfica de Eduardo Risso, de la que
Leandro no se logra despegar del todo. Pero como a todos nos gusta Risso, la
verdad que es muy placentero ver lo que hace Fernández con esos saberes que
heredó del maestro. Tengo sin leer algún TPB de The Old Guard y alguno de Britannia,
así que ya volveremos a encontrarnos tanto con Milligan como con Fernández.
Y nada más, por hoy.
Prometo para muy pronto la reseña de Spider-Man: Far from Home, acá en el blog.