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jueves, 30 de diciembre de 2021
ELVISMAN
Bueno, pude terminar ese libro que tenía por la mitad, y no era otra cosa que la reedición de un comic creado en los ´90 por mis amigos cordobeses Diego Cortés y Juan Ferreyra, continuado a principios de este siglo por mi amigo santafesino Leo Sandler y publicado por la misma editorial que publicó ¿Quién quiere ser superhéroe?. Tengo que estar muy en pedo para hablar mal de Elvisman, y ustedes saben (y si no, se los cuento ahora) que soy abstemio.
En principio, habría que señalar que la lectura de Elvisman en libro es mil veces más gratificante y atrapante que en los comic books originales, simplemente por el hecho que los seis números que trae el tomo salieron originalmente a lo largo de… más de seis años. O sea que, normalmente, cuando aparecía un número de Elvisman, yo no me acordaba un carajo de lo que había pasado en los anteriores. Y Cortés planteó esta historia como saga, no como una sucesión de episodios autoconclusivos, por lo cual el libro es, sin dudas, el formato ideal para descubrirla o redescubrirla.
Por el otro lado, la lectura de Elvisman en libro no pierde, pero seguramente tampoco acentúa, esa sensación de maravilla que nos daba ver cómo mejoraba el dibujo de Juan Ferreyra entre un número y el siguiente. Al principio era un dibujante al que se le notaba la pasta, el potencial, y ya para el tercer o cuarto número era obvio que estábamos en presencia de un dotado para el dibujo académico-realista, que además tenía un gran manejo de la narrativa, de los espacios dentro de la página, etc.. Para cuando Cortés se decidió a continuar Elvisman con Sandler en vez de Ferreyra, los zapatos de Juan ya eran imposibles de llenar y su consagración en Europa y EEUU ya era inminente. Pero, gracias a la astuta decisión de no tratar de copiar los yeites de Ferreyra, Sandler sale muy bien parado del desafío. Todavía no tenía tan definida su identidad gráfica, y aún así se banca con mucho aplomo un guion que no era fácil de dibujar.
Y sin dudas lo más asombroso de Elvisman sigue siendo eso, el guion: lo arriba que empieza y cómo aguanta ahí arriba hasta el final del arco. Esto no parece un trabajo de un autor joven que hace sus primeros palotes, ni por casualidad. El equilibrio entre acción e introspección, el manejo de los tiempos, la calidad de los diálogos y bloques de texo, y sobre todo la fuerza de las ideas que despliega Cortés en esta obra tienen mucho más que ver con un profesional consumado que con un pibe joven de incipiente militancia en el underground fanzinero de un país periférico. Ya lo dijo mucha gente antes que yo, y capaz quedo como un tarado repitiéndolo, pero es posta: Elvisman es una historieta adelantada a su época, que tiene mucho más que ver con el Siglo XXI que con 1997, que es el año en el que vio la luz. Otro testimonio (felizmente recuperado) del talento descomunal de un Diego Cortés al que nos sigue costando un montón encontrarle continuadores, y ya ni hablar de reemplazantes.
Me pondría a escribir acerca de cómo enfoca Elvisman el tema de los superhéroes, pero tengo miedo de darme mucha manija y escribir una especie de capítulo 14 de ¿Quién quiere ser superhéroe?. Me limito a decir que la mirada de Cortés sobre el crisol de géneros también estaba adelantada a su época. Y que si te animás a adentrarte en obras que aborden esta temática desde lugares… peligrosos, al filo del reglamento, la vas a disfrutar muchísimo.
Y ahora sí, nada más por este año. Un año de 59 posteos parece medio miserable, pero la verdad que para mí fue un esfuerzo enorme bancar ese ritmo de publicación mientras laburaba a full en la Comiqueando, en la Comiqueando Digital, en la difusión del libro, en la distribución, y además atendía temas familiares muy delicados. Para 2022 no prometo nada, excepto una pausa forzada por el hecho de que –después de casi 25 años en la misma casa- me estoy mudando y ya un porcentaje enorme de mis comics está en un limbo de cajas, valijas y canastos que no sé si están en esta casa o en la otra. Me imagino que cuando todo esté más tranquilo retomaremos este espacio, el sitio de Comiqueando, el canal de YouTube, la gira de presentación de ¿Quién quiere ser superhéroe? y varios temas más que ahora se están acomodando (no sin dificultad) en el freezer.
Que el 2022 les regale 365 días de excelente lectura comiquera.
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martes, 23 de mayo de 2017
ENESIMA NOCHE DE MARTES
Y no, no pude postear antes del viaje a Montevideo, así que de nuevo el ratito para redactar reseñas quedó para la noche del martes, que se va convirtiendo de a poco en una cita obligada para darle bola al blog. No es mucho lo que avancé en las lecturas, pero vamos con otras dos.
En 2013 la editorial española Astiberri publicó en un único tomo integral los cuatro álbumes de Los Años Sputnik que el maestro francés Baru realizó entre 1999 y 2003… y la verdad que es una gema más en la corona de este monstruo sagrado de la historieta europea.
Esta es una serie desbordante de ingenio y vitalidad. Una comedia costumbrista acerca de la vida de los chicos de 11-12 años en un pueblo industrial de la campiña francesa, en 1957, cuando buena parte de Europa miraba con asombro cómo la Unión Soviética vendía una imagen pujante, próspera, ordenada, y hasta se daba el lujo de mandar satélites al espacio. Así como en las historietas ambientadas a fines de los ´50 en los suburbios de EEUU está siempre presente la sombra del “red scare” (el miedo al comunismo), en Los Años Sputnik vemos la contracara: una comunidad francesa de clase obrera deslumbrada por el comunismo, dispuesta a organizarse desde las bases para darle pelea a la patronal. Pero el clima sociopolítico no es lo más importante de la trama, porque Baru pone el foco en los chicos, fascinados con el satélite Sputnik, con los indios norteamericanos y con el futbol. Las chicas… las chicas vendrían después. Este es un comic donde los juegos que importan se juegan entre varones, con peleas de puños, flechazos, guerras de nieve, pulseadas y un partido de futbol monumental, que se convierte en el punto más alto del primer álbum. Y por ahí, escondido entre las sábanas, aparece un comic de Tintín, cuestionado por reaccionario en un contexto donde cualquier cosa que huela a derechosa es censurada incluso por los padres.
El dibujo de Baru es formidable. La reconstrucción de la época, la plasticidad de los personajes, las expresiones faciales repletas de comicidad, los truquitos narrativos ejecutados con precisión milimétrica, el tratamiento del color… todo es maravilloso y todo te da ganas de haber estado ahí, de haber sido un integrante más de la pandilla de “los enanos” y corretear por esas callecitas y esos descampados. Una belleza absoluta.
Me vengo a Córdoba, al 2016, cuando se edita Maelstrom, la que hasta ahora es la única obra del inmenso Diego Cortés publicada después de su muerte. Tras la partida del guionista, Hernán González (que habitualmente es autor integral pero acá juega de dibujante) se puso este proyecto al hombro y no sólo lo dibujó sino que además lo editó.
Maelstrom va más o menos para el mismo lado que Jueves, uno de los grandes clásicos que nos dejó Cortés. Es una historia urbana, chiquita, de pocas páginas, poco diálogo, casi con un sólo escenario, cuyo encanto reside en la profundidad psicológica del protagonista. En este caso, este rol le corresponde a un tipo del que ni siquiera sabemos el nombre, pero la historia nos hace sentir que lo conocemos desde siempre, que comprendemos su drama, que lo bancamos en su batalla interior contra ese maremoto que crece en su mente y amenaza con llevarse todo puesto.
Como en Jueves, acá son importantísimos los silencios, lo que no se dice. Y los climas, obviamente, que González manipula con su pincel para hacerlos opresivos, retorcidos, ominosos aunque todo transcurra de día. A nivel técnico, lo que hace González con ese pincel y esas manchas es alucinante, tiene un vuelo y un despliegue plástico impresionante. A nivel narrativo, por el contrario, abusa mucho de los planos frontales, del personaje que mira al lector, que es un buen recurso, pero no para repetirlo en casi todas las páginas. En la mayoría de las páginas, el guión le da al dibujante la posibilidad de a) no dibujar fondos, o definirlos con un par de trazos muy sueltos, y b) armar la página con menos de cinco viñetas, dos ventajas enormes para que el dibujante tenga mucha libertad a la hora de organizar los elementos gráficos dentro de la página y dentro de la viñeta. Y eso a González le sale muy bien, no desaprovecha en lo más mínimo las oportunidades de lucimiento que le da el guión. Por eso, visualmente Maelstrom es un comic tan atractivo.
Vuelvo a postear muy pronto, ni bien liquide un par de libritos que tengo pendientes de lectura. Gracias por el aguante.
En 2013 la editorial española Astiberri publicó en un único tomo integral los cuatro álbumes de Los Años Sputnik que el maestro francés Baru realizó entre 1999 y 2003… y la verdad que es una gema más en la corona de este monstruo sagrado de la historieta europea.
Esta es una serie desbordante de ingenio y vitalidad. Una comedia costumbrista acerca de la vida de los chicos de 11-12 años en un pueblo industrial de la campiña francesa, en 1957, cuando buena parte de Europa miraba con asombro cómo la Unión Soviética vendía una imagen pujante, próspera, ordenada, y hasta se daba el lujo de mandar satélites al espacio. Así como en las historietas ambientadas a fines de los ´50 en los suburbios de EEUU está siempre presente la sombra del “red scare” (el miedo al comunismo), en Los Años Sputnik vemos la contracara: una comunidad francesa de clase obrera deslumbrada por el comunismo, dispuesta a organizarse desde las bases para darle pelea a la patronal. Pero el clima sociopolítico no es lo más importante de la trama, porque Baru pone el foco en los chicos, fascinados con el satélite Sputnik, con los indios norteamericanos y con el futbol. Las chicas… las chicas vendrían después. Este es un comic donde los juegos que importan se juegan entre varones, con peleas de puños, flechazos, guerras de nieve, pulseadas y un partido de futbol monumental, que se convierte en el punto más alto del primer álbum. Y por ahí, escondido entre las sábanas, aparece un comic de Tintín, cuestionado por reaccionario en un contexto donde cualquier cosa que huela a derechosa es censurada incluso por los padres.
El dibujo de Baru es formidable. La reconstrucción de la época, la plasticidad de los personajes, las expresiones faciales repletas de comicidad, los truquitos narrativos ejecutados con precisión milimétrica, el tratamiento del color… todo es maravilloso y todo te da ganas de haber estado ahí, de haber sido un integrante más de la pandilla de “los enanos” y corretear por esas callecitas y esos descampados. Una belleza absoluta.
Me vengo a Córdoba, al 2016, cuando se edita Maelstrom, la que hasta ahora es la única obra del inmenso Diego Cortés publicada después de su muerte. Tras la partida del guionista, Hernán González (que habitualmente es autor integral pero acá juega de dibujante) se puso este proyecto al hombro y no sólo lo dibujó sino que además lo editó.
Maelstrom va más o menos para el mismo lado que Jueves, uno de los grandes clásicos que nos dejó Cortés. Es una historia urbana, chiquita, de pocas páginas, poco diálogo, casi con un sólo escenario, cuyo encanto reside en la profundidad psicológica del protagonista. En este caso, este rol le corresponde a un tipo del que ni siquiera sabemos el nombre, pero la historia nos hace sentir que lo conocemos desde siempre, que comprendemos su drama, que lo bancamos en su batalla interior contra ese maremoto que crece en su mente y amenaza con llevarse todo puesto.
Como en Jueves, acá son importantísimos los silencios, lo que no se dice. Y los climas, obviamente, que González manipula con su pincel para hacerlos opresivos, retorcidos, ominosos aunque todo transcurra de día. A nivel técnico, lo que hace González con ese pincel y esas manchas es alucinante, tiene un vuelo y un despliegue plástico impresionante. A nivel narrativo, por el contrario, abusa mucho de los planos frontales, del personaje que mira al lector, que es un buen recurso, pero no para repetirlo en casi todas las páginas. En la mayoría de las páginas, el guión le da al dibujante la posibilidad de a) no dibujar fondos, o definirlos con un par de trazos muy sueltos, y b) armar la página con menos de cinco viñetas, dos ventajas enormes para que el dibujante tenga mucha libertad a la hora de organizar los elementos gráficos dentro de la página y dentro de la viñeta. Y eso a González le sale muy bien, no desaprovecha en lo más mínimo las oportunidades de lucimiento que le da el guión. Por eso, visualmente Maelstrom es un comic tan atractivo.
Vuelvo a postear muy pronto, ni bien liquide un par de libritos que tengo pendientes de lectura. Gracias por el aguante.
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miércoles, 6 de mayo de 2015
06/ 05: BONE MACHINE Vol.1
Hacía mucho que no leía nada nuevo de la dupla integrada por Diego Cortés y Nicolás Brondo que tan buenos resultados dio en obras como Séptimo Círculo. Bone Machine es una serie, pensada en entregas de 22 páginas (como los comic-books americanos), de la cual este libro recopila un primer arco argumental de cuatro episodios. ¿Hay otros? La verdad que nunca pregunté. ¿Da para que haya otros? Seguro. Por lo que se puede leer en estas páginas, es obvio que esto recién empieza y que los conflictos, el desarrollo de los personajes y la exploración de este mundo post-apocalíptico todavía están muy lejos de alcanzar su máximo potencial.
La consigna de Bone Machine no puede ser más ganchera. Un mundo en el que –por algún motivo- desapareció la civilización tal como la conocíamos, ahora es un interminable desierto de ruinas y muerte. Todo escasea para los pobres, no así para los ricos y poderosos, atrincherados en suntuosos palacios, donde lo único que los acecha es el aburrimiento. Y como no hay electricidad, la mejor diversión es leer libros. El protagonista recorre los despojos de la civilización en busca de libros para venderle al Gusano Blanco, uno de estos opulentos señores. Pero el Gusano se da cuenta de que los libros son finitos y en algún momento se van a terminar. Es más estimulante capturar a un escritor y tenerlo ahí, siempre a mano, para que invente nuevas historias cada vez que el Gusano tenga ganas de escuchar alguna. Bone Machine sale, entonces, a cazar a un escritor, a un tipo que se gana la vida (y la birra) contando historias que pergeña en sus viajes por el desierto hostil.
El conflicto se produce porque una secta de críticos literarios, que se propusieron la misión -o en realidad la cruzada- de rescatar sólo lo más selecto de la literatura, considera que este escritor es un mediocre y decide matarlo. Bone Machine tendrá que salvarle el pellejo para poder vendérselo al Gusano y con eso se justifica la abundante acción que estalla entre la parte final del tercer episodio y el inicio del cuarto. Pero, ¿se justifica? Más o menos. Con menos páginas de machaca, con menos violencia estridente y menos gore, quizás esto me impactaba menos y me gustaba más. Es lo único que tengo para criticarle a esta historieta: la pelea es larga, la truculencia es innecesaria y las habilidades extraordinarias que pela Bone Machine a la hora del combate no están bien explicadas.
El resto es original, es atrapante, es adictivo. ¡Y el final! El final me hizo acordar a Carlos Trillo, me dejó ese sabor agridulce que me dejaban los finales de Trillo. Es el mejor momento del libro, donde la sofisticación literaria rompe el capullo, despliega las alas y levanta vuelo en forma de poesía. Después el epílogo vuelve a la cosa prosaica, con un garche muy hot y muy perturbador. Pero el final es realmente conmovedor y le da un cierre glorioso a este primer arco argumental.
El dibujo de Brondo es increíble de punta a punta. Cuando quiere, coquetea con el expresionismo y hasta se pasa de feísta. Cuando quiere, se vuelve realista y te impacta con su preciocismo académico. A veces hay rayones y texturas en vez de fondos, como en los comics de Ben Templesmith, y a veces hay unos fondos recontra-laburados, casi con excesivos detalles. El color (una novedad en la obra del cordobés) es original, arriesgado, a tono con la intensidad del relato. La narrativa es impecable, con muchos y muy variados recursos. Y lo mejor de todo: son páginas repletas de pasión, de amor por el dibujo y la historieta. Se nota, se siente, se ve a un dibujante comprometido, cebado, dispuesto a dejar hasta la última gota de transpiración en el trabajo que está encarando. Y supongo yo que esto tiene que ver (además de con la amistad que une a Brondo y Cortés) con la libertad que transmite todo el tiempo Bone Machine, con las infinitas posibilidades expresivas que tiene el dibujante, al que –me parece- nunca nadie le dijo “esto hacelo así”, o “acá tratá de que se parezca a tal cosa de tal autor”. Esto es Brondo Unchained, y se disfruta muchísimo.
Reitero: no sé si hay más Bone Machine. Pero yo quiero más, quiero ver más de este mundo y de estos personajes. Y de esta dupla autoral que, una vez más, me deja sumamente satisfecho con su trabajo, vibrante, cautivante, rarísimo en el contexto de la historieta argentina actual.
La consigna de Bone Machine no puede ser más ganchera. Un mundo en el que –por algún motivo- desapareció la civilización tal como la conocíamos, ahora es un interminable desierto de ruinas y muerte. Todo escasea para los pobres, no así para los ricos y poderosos, atrincherados en suntuosos palacios, donde lo único que los acecha es el aburrimiento. Y como no hay electricidad, la mejor diversión es leer libros. El protagonista recorre los despojos de la civilización en busca de libros para venderle al Gusano Blanco, uno de estos opulentos señores. Pero el Gusano se da cuenta de que los libros son finitos y en algún momento se van a terminar. Es más estimulante capturar a un escritor y tenerlo ahí, siempre a mano, para que invente nuevas historias cada vez que el Gusano tenga ganas de escuchar alguna. Bone Machine sale, entonces, a cazar a un escritor, a un tipo que se gana la vida (y la birra) contando historias que pergeña en sus viajes por el desierto hostil.
El conflicto se produce porque una secta de críticos literarios, que se propusieron la misión -o en realidad la cruzada- de rescatar sólo lo más selecto de la literatura, considera que este escritor es un mediocre y decide matarlo. Bone Machine tendrá que salvarle el pellejo para poder vendérselo al Gusano y con eso se justifica la abundante acción que estalla entre la parte final del tercer episodio y el inicio del cuarto. Pero, ¿se justifica? Más o menos. Con menos páginas de machaca, con menos violencia estridente y menos gore, quizás esto me impactaba menos y me gustaba más. Es lo único que tengo para criticarle a esta historieta: la pelea es larga, la truculencia es innecesaria y las habilidades extraordinarias que pela Bone Machine a la hora del combate no están bien explicadas.
El resto es original, es atrapante, es adictivo. ¡Y el final! El final me hizo acordar a Carlos Trillo, me dejó ese sabor agridulce que me dejaban los finales de Trillo. Es el mejor momento del libro, donde la sofisticación literaria rompe el capullo, despliega las alas y levanta vuelo en forma de poesía. Después el epílogo vuelve a la cosa prosaica, con un garche muy hot y muy perturbador. Pero el final es realmente conmovedor y le da un cierre glorioso a este primer arco argumental.
El dibujo de Brondo es increíble de punta a punta. Cuando quiere, coquetea con el expresionismo y hasta se pasa de feísta. Cuando quiere, se vuelve realista y te impacta con su preciocismo académico. A veces hay rayones y texturas en vez de fondos, como en los comics de Ben Templesmith, y a veces hay unos fondos recontra-laburados, casi con excesivos detalles. El color (una novedad en la obra del cordobés) es original, arriesgado, a tono con la intensidad del relato. La narrativa es impecable, con muchos y muy variados recursos. Y lo mejor de todo: son páginas repletas de pasión, de amor por el dibujo y la historieta. Se nota, se siente, se ve a un dibujante comprometido, cebado, dispuesto a dejar hasta la última gota de transpiración en el trabajo que está encarando. Y supongo yo que esto tiene que ver (además de con la amistad que une a Brondo y Cortés) con la libertad que transmite todo el tiempo Bone Machine, con las infinitas posibilidades expresivas que tiene el dibujante, al que –me parece- nunca nadie le dijo “esto hacelo así”, o “acá tratá de que se parezca a tal cosa de tal autor”. Esto es Brondo Unchained, y se disfruta muchísimo.
Reitero: no sé si hay más Bone Machine. Pero yo quiero más, quiero ver más de este mundo y de estos personajes. Y de esta dupla autoral que, una vez más, me deja sumamente satisfecho con su trabajo, vibrante, cautivante, rarísimo en el contexto de la historieta argentina actual.
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miércoles, 9 de julio de 2014
09/ 07: APOCALIPSIS
Esto pareciera ser el primer tomo de una serie, creada por el prolífico guionista Diego Cortés y los dibujantes Javier Solar y Belén Sonnet. Quizás, en unos años, este libro sea considerado el Vol.1 de Las Aventuras de Pascual Valverde. Por ahora, tenemos una historieta autoconclusiva de 72 páginas, en la que los autores nos presentan a los personajes, los involucran en un conflicto y lo resuelven.
Apocalipsis es una novela gráfica sumamente pasatista, que elige no profundizar en nada de lo que sucede. No sólo no se exploran las consecuencias, tampoco hay una intención por parte de Cortés de meterse a fondo en la psiquis de los dos personajes protagónicos, que son el octogenario Pascual y su nieto de 9 o 10 años, Sebastián. El hallazgo de Cortés empieza y termina con la decisión de poner a tres viejitos jubilados en el rol de héroes de acción, en una trama que involucra nada menos que a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Eso está bueno: los veteranos que en vez de jugar al tute o a las bochas, terminan por combatir a una amenaza sobrenatural a gran escala. El resto, muy pobre.
Nunca se explica cómo obtienen sus armas mágicas los héroes, las monjas están ahí de adorno, para mostrar carne femenina, no es lógico que nadie sea testigo del combate a todo o nada, y por otra parte, este arranca cuando ya llevamos 56 páginas de franeleo previo, en las que no pasa NADA. Son 56 páginas de indicios de que va a llegar ese combate y finalmente, llega. Tenemos 11 páginas de machaca, cinco a modo de epílogo y no hay nada más. No hay un giro argumental impredecible, no hay introspección, casi no hay diálogos en los que los héroes se planteen por qué hacen lo que hacen… la verdad es que todo se queda en lo superficial, en el impacto de la lucha grossa entre los viejitos y el Mal, en la plaza de ese barrio suburbano al que nadie nombra.
Si todo está jugado a ese combate a todo o nada, se supone que esas 11 páginas serán memorables, no? No. La verdad es que son páginas apenas correctas, muy estridentes y poco claras, sin ningún tipo de riesgo en la narrativa, casi sin fondos, casi sin diálogos y dibujadas –como todo el libro- muy con lo justo. Este trabajo se parece poco a otros que ya vimos firmados por Javier Solar, y supongo que eso se deberá a la entrada en escena de Belén Sonnet, a cargo de los fondos. Sinceramente, la conjunción entre ambos me gusta mucho menos que los trabajos solistas de Solar.
Lo de Solar en general me resulta un poco frío, derivativo de los estilos de Carlos Meglia y Humberto Ramos, pero por lo menos correcto en un sentido: el de comprometerse con UN criterio estético y bancarlo hasta el final. Acá no hay coherencia. Hay una mezcla bizarrísima entre línea clara, claroscuro, cross-hatchings dignos de Robert Crumb, firuletes dignos de Alcatena, siluetas y manchas que parecen de Risso, tramas mecánicas, masas de gris aplicados con el photoshop… un festival de la línea y la textura en el que los dibujantes no se ponen de acuerdo. ¿Tanto kilombo es elegir UNA técnica de entintado y bancarla hasta el final? La portada se ve muy bien, con un trazo de pincel fuerte y tramas mecánicas. ¿No daba para hacer todo el libro así? Lamentablemente no, y esa mezcla, ese abuso de técnicas le da a todo el libro un cierto look improvisado, prácticamente amateur, muy desparejo, con algunas viñetas realmente muy bien logradas y otras para el olvido.
En Pascual y sus amigos, Diego Cortés tiene la posibilidad de encontrar a buenos personajes, pero se tiene que animar a darles más sustancia, más profundidad, a llevarlos más allá de “los viejitos valientes que machacan monstruos y demonios”. Quizás en una segunda aventura, con los personajes y el tono de la serie ya definidos, esto se vea mejor. Y Javier Solar retrocede tres casilleros, después de haber mostrado varias mejoras en sus trabajos más recientes, porque acá su búsqueda de un estilo personal se choca contra el caos visual que implica la grosera multiplicidad de criterios a la hora de entintar personajes y fondos. ¿Qué va´cer? Es el Apocalipsis, pero no es la muerte de nadie…
Apocalipsis es una novela gráfica sumamente pasatista, que elige no profundizar en nada de lo que sucede. No sólo no se exploran las consecuencias, tampoco hay una intención por parte de Cortés de meterse a fondo en la psiquis de los dos personajes protagónicos, que son el octogenario Pascual y su nieto de 9 o 10 años, Sebastián. El hallazgo de Cortés empieza y termina con la decisión de poner a tres viejitos jubilados en el rol de héroes de acción, en una trama que involucra nada menos que a los Cuatro Jinetes del Apocalipsis. Eso está bueno: los veteranos que en vez de jugar al tute o a las bochas, terminan por combatir a una amenaza sobrenatural a gran escala. El resto, muy pobre.
Nunca se explica cómo obtienen sus armas mágicas los héroes, las monjas están ahí de adorno, para mostrar carne femenina, no es lógico que nadie sea testigo del combate a todo o nada, y por otra parte, este arranca cuando ya llevamos 56 páginas de franeleo previo, en las que no pasa NADA. Son 56 páginas de indicios de que va a llegar ese combate y finalmente, llega. Tenemos 11 páginas de machaca, cinco a modo de epílogo y no hay nada más. No hay un giro argumental impredecible, no hay introspección, casi no hay diálogos en los que los héroes se planteen por qué hacen lo que hacen… la verdad es que todo se queda en lo superficial, en el impacto de la lucha grossa entre los viejitos y el Mal, en la plaza de ese barrio suburbano al que nadie nombra.
Si todo está jugado a ese combate a todo o nada, se supone que esas 11 páginas serán memorables, no? No. La verdad es que son páginas apenas correctas, muy estridentes y poco claras, sin ningún tipo de riesgo en la narrativa, casi sin fondos, casi sin diálogos y dibujadas –como todo el libro- muy con lo justo. Este trabajo se parece poco a otros que ya vimos firmados por Javier Solar, y supongo que eso se deberá a la entrada en escena de Belén Sonnet, a cargo de los fondos. Sinceramente, la conjunción entre ambos me gusta mucho menos que los trabajos solistas de Solar.
Lo de Solar en general me resulta un poco frío, derivativo de los estilos de Carlos Meglia y Humberto Ramos, pero por lo menos correcto en un sentido: el de comprometerse con UN criterio estético y bancarlo hasta el final. Acá no hay coherencia. Hay una mezcla bizarrísima entre línea clara, claroscuro, cross-hatchings dignos de Robert Crumb, firuletes dignos de Alcatena, siluetas y manchas que parecen de Risso, tramas mecánicas, masas de gris aplicados con el photoshop… un festival de la línea y la textura en el que los dibujantes no se ponen de acuerdo. ¿Tanto kilombo es elegir UNA técnica de entintado y bancarla hasta el final? La portada se ve muy bien, con un trazo de pincel fuerte y tramas mecánicas. ¿No daba para hacer todo el libro así? Lamentablemente no, y esa mezcla, ese abuso de técnicas le da a todo el libro un cierto look improvisado, prácticamente amateur, muy desparejo, con algunas viñetas realmente muy bien logradas y otras para el olvido.
En Pascual y sus amigos, Diego Cortés tiene la posibilidad de encontrar a buenos personajes, pero se tiene que animar a darles más sustancia, más profundidad, a llevarlos más allá de “los viejitos valientes que machacan monstruos y demonios”. Quizás en una segunda aventura, con los personajes y el tono de la serie ya definidos, esto se vea mejor. Y Javier Solar retrocede tres casilleros, después de haber mostrado varias mejoras en sus trabajos más recientes, porque acá su búsqueda de un estilo personal se choca contra el caos visual que implica la grosera multiplicidad de criterios a la hora de entintar personajes y fondos. ¿Qué va´cer? Es el Apocalipsis, pero no es la muerte de nadie…
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martes, 30 de abril de 2013
30/ 04: EL PASADO
Diego Cortés intentó algo casi imposible: recuperar la magia de Jueves, aquella inolvidable novelita gráfica que editó Llanto de Mudo hace unos años y que era una cátedra demoledora sobre cómo crear y desarrollar una historia chiquita, intimista, lo-fi, de esas que se podrían filmar con cinco pesos, y a la vez profunda, potente, memorable. Y en buena medida lo logró.
El Pasado es otra historia chiquita, pachorra, que transita a paso lento para invitarnos a saborear cada imagen, cada diálogo y cada silencio. Se podría filmar con... $ 50 y tiene un guión de enorme sutileza, de enorme calidez, una verdadera delicia. La historia nos cuenta cómo Jorge y Pedro se van a vagabundear por las rutas argentinas y terminan en un pueblito en el que se reencuentran con las cosas que pertenecieron a su pasado y que creían perdidas: mascotas, abuelos ya fallecidos, lugares, sabores... detalles que alguna vez formaron parte de sus vidas y luego desaparecieron, viven y son reales en este misterioso pueblo cuyo nombre no sabemos. Imaginate que te pasa eso, que caés en un pueblito donde existe la casa en la que vivían tus abuelos cuando eras chico... habitada por tus verdaderos abuelos! ¿No te quedarías un rato largo con ellos? ¿No volverías a corretear por la plaza con el perro que tuviste en tu infancia? Jorge y Pedro responden a esta pregunta de manera distinta, porque Cortés los construye como a dos personajes muy distintos, a pesar de estar unidos por el vínculo de la amistad.
Y quizás este disenso entre los amigos sea lo más parecido a un conflicto que tiene El Pasado. El resto es todo exploración, todo sensación de maravilla, de “Mirá, boludo!!, “Nah, no puede ser!”. En estas breves 60 páginas, Cortés amaga con llevarnos por el trillado sendero de los “jóvenes a la deriva”, pero pega un volantazo magistral y termina por sumergirnos en las profundidades de un realismo mágico de altísimo vuelo simbólico y sumamente emotivo.
No acompaña demasiado el dibujo, lamentablemente. Agite muestra al final del libro unos bocetos realizados en otro estilo, y la verdad es que me quedo mil veces con el que finalmente utilizó para dibujar El Pasado, con la línea bien clarita, una estética bastante naïf y mucha presencia de las tramas mecánicas para sumarle grises a un claroscuro en el que predominaba ampliamente el blanco. Pero aun así, le falta bastante. Sobre todo en los cuerpos en movimiento, en el lenguaje corporal y facial de los personajes, se ven torpezas y limitaciones típicas de los dibujantes primerizos, los que todavía no están como para ponerse al frente de una novela gráfica. La narrativa es impecable y en los epílogos aparece una estética distinta, más sucia, a la que por ahí Agite le puede sacar buenos resultados en obras futuras. En este trabajo en particular, no me logró convencer.
Y es una pena, porque el guión –repito- es realmente excelente, desde la idea hasta los sutiles giros del final. Si no te calienta que el dibujante no esté a la altura, no dejes de visitar El Pasado, donde sin dudas te espera una experiencia alucinante, con personajes, diálogos y situaciones originales, entrañables, fascinantes. Un viaje de ida, de la mano de un guionista que mantiene un nivel muy, muy alto, a pesar de su abultada producción. Quiero la remake dibujada por Minaverry. ¿Será mucho pedir?
El Pasado es otra historia chiquita, pachorra, que transita a paso lento para invitarnos a saborear cada imagen, cada diálogo y cada silencio. Se podría filmar con... $ 50 y tiene un guión de enorme sutileza, de enorme calidez, una verdadera delicia. La historia nos cuenta cómo Jorge y Pedro se van a vagabundear por las rutas argentinas y terminan en un pueblito en el que se reencuentran con las cosas que pertenecieron a su pasado y que creían perdidas: mascotas, abuelos ya fallecidos, lugares, sabores... detalles que alguna vez formaron parte de sus vidas y luego desaparecieron, viven y son reales en este misterioso pueblo cuyo nombre no sabemos. Imaginate que te pasa eso, que caés en un pueblito donde existe la casa en la que vivían tus abuelos cuando eras chico... habitada por tus verdaderos abuelos! ¿No te quedarías un rato largo con ellos? ¿No volverías a corretear por la plaza con el perro que tuviste en tu infancia? Jorge y Pedro responden a esta pregunta de manera distinta, porque Cortés los construye como a dos personajes muy distintos, a pesar de estar unidos por el vínculo de la amistad.
Y quizás este disenso entre los amigos sea lo más parecido a un conflicto que tiene El Pasado. El resto es todo exploración, todo sensación de maravilla, de “Mirá, boludo!!, “Nah, no puede ser!”. En estas breves 60 páginas, Cortés amaga con llevarnos por el trillado sendero de los “jóvenes a la deriva”, pero pega un volantazo magistral y termina por sumergirnos en las profundidades de un realismo mágico de altísimo vuelo simbólico y sumamente emotivo.
No acompaña demasiado el dibujo, lamentablemente. Agite muestra al final del libro unos bocetos realizados en otro estilo, y la verdad es que me quedo mil veces con el que finalmente utilizó para dibujar El Pasado, con la línea bien clarita, una estética bastante naïf y mucha presencia de las tramas mecánicas para sumarle grises a un claroscuro en el que predominaba ampliamente el blanco. Pero aun así, le falta bastante. Sobre todo en los cuerpos en movimiento, en el lenguaje corporal y facial de los personajes, se ven torpezas y limitaciones típicas de los dibujantes primerizos, los que todavía no están como para ponerse al frente de una novela gráfica. La narrativa es impecable y en los epílogos aparece una estética distinta, más sucia, a la que por ahí Agite le puede sacar buenos resultados en obras futuras. En este trabajo en particular, no me logró convencer.
Y es una pena, porque el guión –repito- es realmente excelente, desde la idea hasta los sutiles giros del final. Si no te calienta que el dibujante no esté a la altura, no dejes de visitar El Pasado, donde sin dudas te espera una experiencia alucinante, con personajes, diálogos y situaciones originales, entrañables, fascinantes. Un viaje de ida, de la mano de un guionista que mantiene un nivel muy, muy alto, a pesar de su abultada producción. Quiero la remake dibujada por Minaverry. ¿Será mucho pedir?
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martes, 16 de abril de 2013
16/ 04: LA PASION
La lectura de hoy me lleva al siempre polémico tema de los formatos. La Pasión podría haber sido una historieta de 24 páginas brillante, memorable, genial. Seguramente porque el formato de 24 páginas en Argentina no tiene aceptación, a Diego Cortés y Leo Sandler se les ocurrió llevar la historia a 80 páginas, y La Pasión no se convirtió en una historieta chota ni mucho menos, pero perdió parte de la fuerza que (me imagino) hubiese tenido si se la narraba en menos páginas.
La decompresión es realmente zarpada, sobre todo en el tramo inicial de la historia. En las primeras 32 páginas no pasa prácticamente nada, es todo un infinito prólogo, algo que podría haberse contado tranquilamente en una o dos páginas, a lo sumo. El primer conflicto grosso detona casi a la mitad de la obra y ni bien termina, da pie a otra larguísima secuencia en la que la acción se ralentiza hasta detenerse casi por completo. Después, pasarán un par de cosas más y vendrá un cierre muy grosso, pero siempre a un ritmo muy pachorro, casi exasperante.
¿Con qué estira Cortés esta historia sórdida, espesa y violenta? Con tres cosas. En primer lugar, lo recién mencionado: la violencia. Cuando llega la hora de los golpes, los corchazos y los cuchillazos, el guionista nos regala largas secuencias de tremenda crueldad, en las que la sangre le gana el protagonismo a la trama. En segundo lugar, el desarrollo de los personajes. Toooodas esas páginas que bien podrían no estar le sirven a Cortés para mechar muy buenos diálogos, secuencias mudas y escenitas menores, en las que define a la perfección a Juan Mira (el protagonista) y a un par de personajes más, de mucho peso en el argumento. Esto hace que, cuando finalmente pasan las cosas, nos importe un poco más, porque las cosas no le pasan a Juan Carlos Nadie, sino a tipos que uno ya siente de carne y hueso, cercanos a pesar de sus repudiables códigos éticos.
Y en tercer lugar, el guionista habilita largas secuencias sin textos para que se luzcan el dibujo y el despliegue narrativo de su co-equiper. Sandler responde con un gran trabajo que nos muestra a este
versátil autor muy, muy firme en un claroscuro espectacular, de trazos fuertes y vigorosos, a los que –por si faltara algo- realza con un laburo magnífico de tramas mecánicas. De lo que se puede ver en la portada, lo único que conserva el dibujo de Sandler en las páginas interiores es la expresividad. Después, nada que ver. Adentro no hay fotos retocadas, sino un dibujante de gran solidez que no se las da de virtuoso y que se rompe el culo en cada fondo, en cada vehículo y en cada escena multitudinaria. Sandler aprovecha las escenas mudas para contar con el dibujo, para ponerse al hombro el relato, y lo hace de modo claro, contundente, sin dudas ni fisuras. Creo que lo que más me gustó es, por un lado, el flujo narrativo que se da de viñeta a viñeta y de página a página, y el equilibrio perfecto entre blanco, negro y gris. Sólo para ver más páginas de Sandler, está bueno que la historia dure mucho más de lo que debería.
Me gustó mucho el dibujo, los diálogos están bárbaros, la temática es muy ganchera, el final me impactó y me re-cerró. Pero me cuesta no imaginarme una versión comprimida (o en realidad, no descomprimida) de La Pasión, en la que la trama orquestada por Cortés pegaría con muchísimo más power y te dejaría babeando, al grito de “¿Cómo ya se terminó?!? Quiero más!”. Así como está, no te digo que “mirás la hora” a ver cuánto falta para que termine, pero cuando cerrás el libro no podés creer que en 80 páginas hayan pasado tan pocas cosas. Casi te fijás que los nombres de los autores no suenen a japoneses, para convencerte de que no leiste un manga.
En fin... si no te jode que te cuenten en 80 páginas una historia que daba para 24, dejate llevar por esta pasión, a la que le sobran páginas pero no le faltan méritos.
La decompresión es realmente zarpada, sobre todo en el tramo inicial de la historia. En las primeras 32 páginas no pasa prácticamente nada, es todo un infinito prólogo, algo que podría haberse contado tranquilamente en una o dos páginas, a lo sumo. El primer conflicto grosso detona casi a la mitad de la obra y ni bien termina, da pie a otra larguísima secuencia en la que la acción se ralentiza hasta detenerse casi por completo. Después, pasarán un par de cosas más y vendrá un cierre muy grosso, pero siempre a un ritmo muy pachorro, casi exasperante.
¿Con qué estira Cortés esta historia sórdida, espesa y violenta? Con tres cosas. En primer lugar, lo recién mencionado: la violencia. Cuando llega la hora de los golpes, los corchazos y los cuchillazos, el guionista nos regala largas secuencias de tremenda crueldad, en las que la sangre le gana el protagonismo a la trama. En segundo lugar, el desarrollo de los personajes. Toooodas esas páginas que bien podrían no estar le sirven a Cortés para mechar muy buenos diálogos, secuencias mudas y escenitas menores, en las que define a la perfección a Juan Mira (el protagonista) y a un par de personajes más, de mucho peso en el argumento. Esto hace que, cuando finalmente pasan las cosas, nos importe un poco más, porque las cosas no le pasan a Juan Carlos Nadie, sino a tipos que uno ya siente de carne y hueso, cercanos a pesar de sus repudiables códigos éticos.
Y en tercer lugar, el guionista habilita largas secuencias sin textos para que se luzcan el dibujo y el despliegue narrativo de su co-equiper. Sandler responde con un gran trabajo que nos muestra a este
versátil autor muy, muy firme en un claroscuro espectacular, de trazos fuertes y vigorosos, a los que –por si faltara algo- realza con un laburo magnífico de tramas mecánicas. De lo que se puede ver en la portada, lo único que conserva el dibujo de Sandler en las páginas interiores es la expresividad. Después, nada que ver. Adentro no hay fotos retocadas, sino un dibujante de gran solidez que no se las da de virtuoso y que se rompe el culo en cada fondo, en cada vehículo y en cada escena multitudinaria. Sandler aprovecha las escenas mudas para contar con el dibujo, para ponerse al hombro el relato, y lo hace de modo claro, contundente, sin dudas ni fisuras. Creo que lo que más me gustó es, por un lado, el flujo narrativo que se da de viñeta a viñeta y de página a página, y el equilibrio perfecto entre blanco, negro y gris. Sólo para ver más páginas de Sandler, está bueno que la historia dure mucho más de lo que debería.
Me gustó mucho el dibujo, los diálogos están bárbaros, la temática es muy ganchera, el final me impactó y me re-cerró. Pero me cuesta no imaginarme una versión comprimida (o en realidad, no descomprimida) de La Pasión, en la que la trama orquestada por Cortés pegaría con muchísimo más power y te dejaría babeando, al grito de “¿Cómo ya se terminó?!? Quiero más!”. Así como está, no te digo que “mirás la hora” a ver cuánto falta para que termine, pero cuando cerrás el libro no podés creer que en 80 páginas hayan pasado tan pocas cosas. Casi te fijás que los nombres de los autores no suenen a japoneses, para convencerte de que no leiste un manga.
En fin... si no te jode que te cuenten en 80 páginas una historia que daba para 24, dejate llevar por esta pasión, a la que le sobran páginas pero no le faltan méritos.
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domingo, 12 de diciembre de 2010
12/ 12: SEPTIMO CIRCULO
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Seguramente alguna vez escuchaste aunque sea de rebote esa leyenda de la mitología cristiana que dice que los suicidas son condenados a vivir por toda la eternidad en el séptimo círculo del Infierno, una especie de barrio privado al que sólo acceden los que se quitan la vida por propia voluntad. Seguramente nunca se te ocurrió que podría ser un lugar tan fascinante y tan perturbador como el que pintan Diego Cortés y Nicolás Brondo en esta novela gráfica.
Séptimo Círculo es la historia de un pelado de barba (sabemos que se llama Roberto por haber leído el prólogo; en la historieta nunca se lo nombra) que decide pegarse un corchazo. ¿Qué le pasó? ¿Lo acechan las deudas? ¿Le descubrieron oscuros secretos? ¿Votó a Macri en 2007 y le vinieron ganas de votarlo de nuevo? No, la mujer a la que ama se tiró de un puente y él cree que, si se suicida, la va a encontrar en el más allá y van a vivir juntos por siempre. Las ganas de reencontrarse con Ana pesan más que las de seguir vivo, y a Roberto esa decisión le cuesta nada menos que la vida.
Y ahí vamos con él, a recorrer séptimo círculo del Infierno en busca de Ana. La vamos a encontrar (obvio), pero esta es una historieta tan impredecible que eso no va a ser lo más importante, el climax de la historia no está en el reencuentro de la pareja de suicidas. Al principio la novela es más descriptiva que narrativa: Roberto descubre un mundo nuevo, con reglas distintas de las de aquel que eligió abandonar, donde no gobiernan los demonios sino la desazón, la desesperanza, el vacío, la letanía. Y nosotros lo acompañamos y nos horrorizamos y sufrimos con él ante cada atrocidad, ante cada muerte espantosa y sin sentido que le toca presenciar. Pasadita la mitad del libro nos encontramos con Ana, en una escena tensa, de altísima carga emocional, que será rápidamente eclipsada por la siguiente escena, en la que Roberto se encuentra nada menos que con Dios. Y ahí la cosa pasa de grossa a gloriosa. Las 16 páginas finales de Séptimo Círculo son tremendas y no quiero decir ni media palabra al respecto para no spoilear nada.
Excepto por las escenas con Ana y con Dios, en el resto de la novela los diálogos escasean más que las copas en la vitrina de Gimnasia. Cortés construye al personaje de Roberto en el diálogo con Ana. Hasta ese punto lo acompañamos por este mundo crepuscular sin saber casi nada de él. Después de ese punto, lo entendemos como si lo conociéramos de toda la vida. Ahí Roberto deja de ser testigo y nos recuerda que es el protagonista, que sus silencios, sus miradas, su andar firme por este baldío metafísico eran coherentes con su forma de actuar, pensar y sentir. Y subrayo sus silencios. En este comic (como en Jueves, otra joya de Diego Cortés) los silencios son fundamentales.
La narrativa también. Con un narrador sin talento, esta historia no podría tener nunca 76 páginas. O sí, pero a la página 30 tirás el libro a la mierda al grito de “naaahh… me están cargando!”… Felizmente Nicolás Brondo pega un salto cuántico en su calidad como narrador y se despacha con un montón de secuencias de una solidez y una fuerza memorables. Es probable que Brondo no sea un virtuoso al nivel de los antiguos partenaires de Cortés (Juan Ferreyra, Federico Rubenacker, Renzo Podestá). Pero es un tipo que entiende perfectamente cómo plasmar en el papel los climas, que suelen ser lo más notable de los guiones de Cortés, y eso lo hace el cómplice ideal. Narrativa y clima logradísimos, un manejo de técnicas muy, muy grosso (claroscuro, crosshatching, esfumados con cepillo, manchas, tramas mecánicas, fotos retocadas, lo que quieras), enfoques invariablemente bien elegidos, puesta en página variada y osada, fondos en los que se nota que dejó la vida… La verdad es que los logros de Brondo son tantos y tantos más que en sus trabajos anteriores, que los rubros en los que no brilla tanto (las expresiones faciales, por ejemplo; sólo Dios parece “saber actuar”) no alcanzan ni en pedo para deslucir el conjunto.
Séptimo Círculo, amigo viñetófilo, es un comic exasperante, que te mete y compromete en situaciones y lugares en los que nadie en su sano juicio se quiere meter. Y lo hace con talento, con perversa genialidad, con bronca, con ganas de que termines el libro y te sientas cagado a trompadas pero contento. Si lo leés y no te copa, no descartes la posibilidad de pegarte un tiro.
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