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sábado, 2 de enero de 2010
02/ 01: METROPOLIS
Visto de afuera, esto es perfecto: una obra clásica de uno de los más grandes autores del Noveno Arte, en un tomo autoconclusivo (para los que estamos hartos de que aventurarnos en la lectura de un manga implique hipotecar años, estantes y fortunas pra reunir los chotocientos mil tomos en los que al Sensei Mishiro Melamama se le ocurrió contarnos su historieta) y encima bien impreso (no como los tomos de Astroboy de la misma editorial, que son directamente actos de necrofilia para con el pobre Tezuka).
Pero claro, en algún momento post-compra del tomito, te vas a sentar a leerlo, y para eso vas a querer saber si el contenido, si la historieta Metrópolis en sí, está buena o no. Yo creo que voy a llegar al “Sí”, pero por un camino sinuoso, en el que va a haber que gambetear a varias dudas.
Para empezar, no te la compres por ser fan de la Metrópolis de Fritz Lang. Esto no tiene nada que ver. Sí, hay un tipo con poder político dispuesto a todo para acrecentar ese poder. Y sí, hay un androide a quien todo el mundo confunde con un humano hecho y derecho. Pero el resto, va totalmente para otro lado. Y si se parece a algo, te diría que a Astroboy. Acá Tezuka empieza a explorar el tema de la relación entre humanos y robots, en 1949, tres años antes de crear a Tetsuwan Atom. Incluso el androide de Metrópolis (Michi), es un chico que vuela y tiene superpoderes muy parecidos a los del ídolo que pronto llegaría para cambiar la historia del manga. O sea que por ese lado, suma puntos.
El principal problema de Metrópolis es el mismo de todas las obras de ciencia-ficción tezukeras del período pre-Astroboy: el tipo no sabía a qué público apuntaba. Así es como tenemos una historia dura, con conspiraciones jodidas, bizarras y peligrosas mutaciones, enfrentamientos armados, destrucción masiva, conflictos de identidad (y hasta de sexo) y un final más triste que la ubicación de Racing en la tabla de los promedios, pero dibujada en un estilo absolutamente infantil. Los robots parecen sacados de esos cartoons de los años '30 y '40 en los que bailan y cantan los insectos, los soldaditos de plomo y hasta las cucharitas y tazas de café (de hecho, hay un homenaje MUY obvio a Mickey Mouse). Los personajes son aún más aniñados y bonitos que en Astroboy, ven las estrellitas cuando se golpean y se deshacen en gestos ampulosos y grandilocuentes. El dramatismo impuesto por el guión, brilla por su ausencia en el dibujo.
Pero, bizarro, excesivo y rocambolesco, el guión se la banca. Mantiene el interés, hace crecer la tensión en los últimos tramos y no deja cabos sueltos. El dibujo, obviamente, es notable. Sin los lujos expresionistas del Tezuka más maduro, pero hiper-competente. La historia está ambientada a fines del Siglo XX y la gente está vestida como en 1930, pero bueno, por ahí es un guiño a la peli de Fritz Lang y no un gesto de desinterés o de falta de creatividad del Manga no Kamisama.
Y cuando ya leíste bastantes mangas de Tezuka, aparece un atractivo extra (que al principio es un garrón, pero cuando te acostumbrás, te encanta) que es el del elenco recurrente. Tezuka jugaba a que todas sus obras tuvieran un mismo elenco actoral, como los directores de cine o teatro que ponen siempre a los mismos actores en distintos roles, según lo requiera cada obra. Osamu hacía lo mismo, pero con "actores" de papel y tinta. Así es como un personaje que se ve exactamente igual en dos trabajos distintos del Maestro, se desempeña en distintos roles y a veces con distintos nombres. Y acá están casi todos los de la primera época: Duke Red (acá como “Barón Rojo”), Kenichi, Lamp (en un papel tan menor, que ni lo nombran), el Doctor Bell (o Yamadano), Cerebroff (o Notarlin) y por supuesto, el más grande, Shunsaku Ban (aquí llamado “Mostachio”), que es el “actor” que participa en más obras de Tezuka. Reencontrarse con todas esas caras conocidas le da un gustito extra a la obra, como cuando ponés Volver y aparece una peli en la que Pablo Rago era un borreguito de escuela primaria, Calabró era gracioso y Moria estaba buenísima.
En fin, la buena edición, el hecho de que se edite un clásico, el cebamiento que me causó la peli de Rintaro y Otomo (levemente basada en el manga)… todo eso suma para comprar y recomendar Metrópolis. Sin la convicción con la que recomiendo al Tezuka de los ´70, pero bueno, por ahora, es lo que hay…
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