Takashi Murakami (Tokio, 1 de febrero de 1963) es un artista plástico contemporáneo de origen japonés. Licenciado en la Universidad Nacional de Bellas Artes y Música de Tokio, desde 1993 comienza entonces a ser reconocido dentro y fuera de Japón gracias a su alter ego Mr. DOB, y sobre todo por su particular síntesis entre el arte tradicional y contemporáneo japonés y el arte pop norteamericano. Hoy en día es considerado el Andy Warhol nipón y sus trabajos pueden verse tanto en los más prestigiosos museos, como en carteles de publicidad de cualquier porquería.
Pero hay otro Takashi Murakami, otro japonés con el mismo nombre pero distinta profesión, que es quien, en 2009, firmó el manga que hoy nos ocupa. Stargazing Dog, con sus escuetas 125 páginas, fue un manga de culto, muy exitoso dentro del nicho del gekiga, una atractiva mezcla entre el género del slice of life y la road movie, y luego convertido en un largometraje con actores. El Takashi Murakami que hoy nos interesa se propone narrarnos la historia de un perro, Happie, y su relación con un hombre al que sólo conocemos como ”Daddy” (Papi). De un planteo tan sencillo como este, Murakami saca una genuina maravilla, una pequeña y conmovedora obra maestra.
A primera vista, el tema de la obra es la lealtad incondicional de este perro (copado, pero con menos luces que la lancha del contrabandista) y este padre de familia cuarentón y medio gruñón. Eso está y está magníficamente plasmado. Pero hay más: cuando se da vuelta la tortilla y Papi se queda sin nada, sin laburo, sin familia, con un serio problema cardíaco y cero centavos en el bolsillo, Murakami nos invita a reflexionar acerca de la sociedad en que vivimos: en cómo todos somos –en un punto- engranajes reemplazables, a los que el sistema descarta sin ningún reparo a la primera de cambio. Nadie se solidariza con Papi, nadie le hace el aguante, nadie frena su descenso hacia la tragedia. Sólo un perrito lo acompaña hasta el final, firme como rulo de estatua, testigo privilegiado (aunque desorientado) de la transformación de un hombre de familia respetable en un croto misérrimo al que nadie quiere cerca.
Cuando el final de Papi y Happie ya está escrito, Murakami dedica las últimas 44 páginas a meterse en la psiquis de Kyosuke Okutsu, el asistente social que investiga el caso de Papi y su perro. Okutsu, huérfano desde chico y criado por su abuelo en una casa de campo, también tuvo un perro muchos años, pero su relación fue muy distinta a la de Papi y Happie. Tarde pero seguro, Okutsu se replantea un montón de cosas, mientras Murakami revela qué fue de la vida de los otros personajes que se cruzaron con Papi y Happie a lo largo de la novela.
El dibujo de Stargazing Dog –digámoslo de una vez- no es un prodigio ni mucho menos. No estamos ante un virtuoso del dibujo, ni por casualidad. Nuestro Takashi Murakami es un dibujante original, que no intenta clonar ni a los referentes del shonen ni a los autores fundamentales del gekiga, y al que se le notan a primera vista algunas limitaciones. No en la narrativa, que es excelente, muy occidente-friendly, sino en el dibujo en sí, que no está pensado para agradar a la vista del lector, sino para ponerse al servicio de una historia muy real y por momentos muy dolorosa. Pero no creas que es un dibujo choto, o que produce rechazo. Simplemente cuesta un toquecito entrarle porque no es ni demasiado bonito ni demasiado elegante. Tampoco importa demasiado cuando –como decía- Murakami pone el dibujo al servicio de un guión tan, pero tan bueno.
En definitiva, Stargazing Dog es una excelente novela gráfica, pensada para emocionarnos, y sobre todo para invitarnos a la reflexión. Un triunfo categórico del manga anti-pochoclo, a años luz de lo que se suele ver en los grandes semanarios japoneses, pero infinitamente recomendable.
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sábado, 21 de abril de 2012
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