En un país donde se le da tan poca bola al comic europeo, que se edite una novela gráfica de un autor francés siempre es una buena noticia. Esta esconde una pequeña trampita y es que Jean Pierre Mourey convirtió en historieta nada menos que La Invención de Morel, la mejor novela de Adolfo Bioy Casares, uno de los nombres fundamentales de la literatura argentina. Lo limado habría sido que esto NO se publicara en nuestro país.
La Invención de Morel es un relato fantástico, que involucra a una tecnología tan avanzada que no sólo no existía en 1940 (cuando se editó la novela), sino que tampoco existe aún hoy. Y como todos los elementos que aparecen ante nuestros ojos tienen una explicación fantástica, la podemos catalogar como una historia de ciencia-ficción, aunque no esté ambientada en el futuro, ni en el espacio exterior. Pero además, es una historia de amor obsesiva, al límite de la locura, narrada en un tono frío, desapasionado, lo cual contrasta con esa obsesión y a la vez la subraya. Allá por Julio de 2010 lo veíamos al pobre Dago sufrir de amor por una mujer que en realidad era un fantasma, y acá esa historia se repite (con igual final, pero con los sentimientos des-enfatizados) cuando el prófugo venezolano se enamora de la bella Faustine, quien resulta ser... una especie de sofisticado holograma corpóreo.
Jean Pierre Mourey reproduce a la perfección el tono frío, intencionalmente poco expresivo del texto de la novela de Bioy. No sé si porque entendió de qué iba la prosa del argentino, o porque realmente se siente limitado a la hora de ponerle onda y emoción a sus dibujos. No descartemos lo segundo: cuando el guión requiere un primer plano fuerte, expresivo, es cuando flaquea el trazo de Mourey, cuando está cerca de derrapar hacia el feísmo o el grotesco. Las mejores viñetas del francés son, sin dudas, las que nos muestran a los personajes de lejos, insertos en los hermosos paisajes que ofrece la misteriosa isla del Dr. Morel.
El gran hallazgo de Mourey no pasa por el dibujo, sino por la narrativa. Por un lado, encontró la forma de destilar el texto a su esencia, de que este no se haga omnipresente, no agobie al lector y –lo más infrecuente en las adaptaciones literarias- le permita al dibujo hacerse cargo del peso de relato durante varias secuencias en las que las palabras brillan por su ausencia. Además de este notable equilibrio, Mourey saca chapa al aprovechar al máximo un recurso propio de esta novela: la reiteración. El prófugo venezolano descubre (junto con el lector) que todos los otros habitantes de la isla están presos de un loop infinito, “la semana eterna”, que se sucede una y otra vez. Mourey plasma ese fenómeno del modo más obvio y a la vez más brillante: reitera una y otra vez los mismos dibujos para subrayar que –otra vez- está sucediendo lo que sucedió una semana atrás. Y lo mejor es cuando el protagonista logra insertarse en el loop y crear la falsa interacción con el resto de los “intrusos”. Ahí el historietista integra perfectamente al venezolano... en las mismas secuencias que ya habíamos visto mil veces!
La puesta en página también es fría, casi mecánica. Tres filas de viñetas, a veces divididas en tres cuadros, a veces en dos y a veces con un sólo cuadro. Ese esquema se repite página tras página, salvo en tres o cuatro de las casi 100 que tiene el comic. Dos de esas páginas son muy parecidas entre sí (seis planos de distintos rincones de la isla vistos desde la óptica del venezolano) y las dos son la página 14, una de la Primera Parte y la otra de la Segunda Parte. Obviamente esto no es casualidad, sino producto del cálculo recontra-matemático de Mourey.
La Invención de Morel es una historia tan redonda, tan perfecta, que era difícil convertirla en una mala historieta. Mourey hizo más que eso, la convirtió en una muy buena historieta. Tan buena es la adaptación, que tiene el mismo problema que la novela de Bioy Casares: el virtuosismo pecho frío, la no emoción, la no intensidad, la distancia, la pasividad, la decisión de mostarnos prodigios científicos alucinantes sin sobresaltos, sin impacto, como si fueran lo más normal del mundo. Hay que ser muy talentoso para contar una historia de amor obsesivo, mezclado con elementos fantásticos y un cierto thriller de conspiraciones, y no apelar a la emoción. Bioy lo hizo. Mourey también. Pero en la historieta, tanta frialdad hace un poquito más de ruido que en la literatura.
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viernes, 11 de mayo de 2012
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