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lunes, 28 de noviembre de 2022
EL MUNDO MUNDIAL
Justo cuando estoy re manija con el Mundial, me pongo a leer dos libros que en su título dicen "el mundo". Dos libros de autores argentinos publicados en 2022, como para cumplir con la consigna que puse la otra vez.
Empiezo con La Cárcel del Fin del Mundo, de Santiago Sánchez Kutika y Kundo Krunch. Esos son relatos basados en la investigación que realizara en 1933 el periodista Juan José de Soiza Reilly en la cárcel de Ushuaia, en la gélida Tierra del Fuego. Luego de un breve episodio que narra la llegada de Soiza Reilly al penal, lo que tenemos son relatos breves, centrados por lo general en los diálogos entre el periodista y distintos reclusos que cumplían su condena en el lúgubre establecimiento. Casi todos los relatos se apoyan mucho en los textos de Soiza Reilly, hay poca intervención de Sánchez Kutika, más allá de elegir qué momentos de los crímenes que narran los presos va a privilegiar. Esto hace que, a su vez, haya pocas secuencias en las que el dibujo tiene la responsabilidad de narrar las historias. Cada tanto se cuela alguna viñeta o incluso alguna secuencia sin texto, pero mayoritariamente es el texto el que narra y el dibujo el que acompaña. Y son textos un poco fríos, un poco distantes, porque son -ni más ni menos- crónicas periodísticas escritas 90 años atrás. Aún así, por la propia fuerza de los testimonios de los presos, algunas historias resultan muy impactantes y muy atractivas. La de Francisco Fumara me gustó mucho, la de Miguel Ernst me dio escalofríos y la de Hans Woll no está nada mal. El resto, me interesó menos.
Sánchez Kutika tenía un problema serio a resolver: el Petiso Orejudo y Simón Radowitzky ya habían protagonizado otras novelas gráficas de autores argentinos publicadas de manera bastante reciente y había que encontrar la forma de no dejarlos afuera sin competir con esas otras obras. Con el Petiso, lo que hace Sánchez Kutika es básicamente sacárselo de encima rápido: en apenas seis páginas, se centra en una anécdota muy menor que sucede durante la reclusión del asesino serial, y chau, a otra cosa. Y con Radowitzky se luce mucho más: encuentra la manera de contar una parte de la historia que no está enfatizada en el libro de Agustín Comotto, centrada en un personaje secundario fascinante como es el pirata Pascualín. Son nueve páginas que te dejan con ganas de mucho más, de un libro entero dedicado a la vida de este personajón de la vida real.
El dibujo de Kundo Krunch es tremendo de punta a punta, con unos claroscuros idos a la mierda, una síntesis magistral, un rigor implacable en decorados, vehículos y vestuarios, y una expresividad pasmosa en rostros y cuerpos de los personajes. Krunch te hace sentir la oscuridad, la sordidez, el desamparo, la resignación, el frío criminal, todas las sensaciones que viven los protagonistas de las historias. Un trabajo colosal del marplatense, que está en un nivel formidable.
Y un día volvió Rodrigo Terranova, el autor bonaerense radicado hace muchos años en San Luis. Y volvió con todo, con una novela gráfica titulada El Reino de este Mundo, que se inscribe en la tradición existencialista/ semi-autobiográfica (Diego Balza no es Rodrigo, pero tiene demasiados puntos en común con él) y que nos cuenta, sin chistes ni elementos fantásticos, momentos clave en la vida de un protagonista y un gran elenco de personajes secundarios muy, pero muy bien trabajados.
El Reino de este Mundo es un comic sobre la vida de la gente común: anhelos, frustraciones, inspiración, vínculos, amores, incomprensión, solidaridad, casualidades, apuestas que salen mal... hay rock, judo, gastronomía, mucha poesía y un retrato muy hábil de la vida en una ciudad tranquila como San Luis y en un barrio heavy del conurbano como Isidro Casanova. Las anécdotas y los sucesos en "tiempo real" están perfectamente hilvanadas, no hay secuencias estiradas ni demasiado comprimidas, y además Terranova logra, ya desde la primera página, que no estemos pendientes de si la información que nos brindan los personajes va a ser crucial o no para el desarrollo de los conflictos. Un poco porque el énfasis no está puesto en los conflictos, sino en lo otro: los vínculos, las anécdotas, los recuerdos, el devenir de la vida misma, que casi sin que te des cuenta te lleva de la infancia a la adultez.
A la hora de darle una identidad gráfica a todo esto, Terranova va más al límite que en La Divina Oquedad y Dos Estaciones: ahora se compromete más en los detalles, en los fondos, en la ropa y los peinados de los personajes, y recarga los rostros con unas rayitas, manchitas y líneas muy personales que quedan muy bien. Todo esto con una puesta en página absolutamente tradicional, con grillas muy sencillas, muy aptas para el lector que habitualmente no consume historietas. Lo extraño del dibujo está compensado con lo clásico de la puesta en página, con la forma asombrosamente natural en la que se desarrolla la narración. Si no te jode que no haya luchas entre malos y buenos, ni violencia de ningún tipo, ni nada que vaya mucho más allá de gente hablando en ambientaciones urbanas actuales, en El Reino de este Mundo vas a encontrar una historia entrañable, profunda, inspiradora y con la que seguro en algún punto te vas a sentir identificad@. La recomiendo mucho y ya tengo el pálpito de que el año que viene lo vamos a ver a Rodrigo Terranova levantar unos cuantos premios. Ah, por si faltara algo, el libro (una edición preciosa de Maten al Mensajero) tiene prólogo de José MunDios. ´Nuff said.
Gracias por el aguante y ni bien pueda, vuelvo a postear acá en el blog.
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lunes, 27 de junio de 2011
27/ 06: DOS ESTACIONES
Este librito contiene dos historietas completas, apenas vinculadas por la temática, y lógicamente agrupadas por ser dos obras del guionista platense Federico Reggiani y el dibujante puntano Rodrigo Terranova.
Seguramente el rasgo más notorio de los guiones de Reggiani, dentro y fuera de este libro, es la originalidad. El platense siempre sorprende con el enfoque, con la forma en la que elige contar las historias, que en general no tienen nada que ver con las típicas, con las más visitadas por los géneros más transitados. Reggiani se baja del auto, saca la moto y se mete por los caminos difíciles, maneja cuesta arriba, al borde del acantilado, para llegar a donde los otros guionistas no llegaron porque no se les ocurrió que se podía transitar por ahí.
El primer relato, La Primavera, tiene un montón de saltos al vacío, todos bien resueltos por Reggiani. El registro es raro, es una especie de realismo mágico mezclado con comedia negra, con cierto grotesco. La historia gira en torno al velatorio de Raúl Alfonsín, pero se nutre sobre todo de la falta de memoria, de borrosos recuerdos de aquella campaña presidencial que llevó a Alfonsín al gobierno en 1983. Fue el momento en el que descubrió la política toda una generación (la de los que hoy tenemos cuarentaipocos, como Reggiani y yo) y a uno se le quedaron para siempre grabados esos nombres, esas fórmulas, esos slogans y esos cantitos. Pero a un montón de gente no, y Reggiani recopila de modo más irónico que didáctico un montón de datos sobre aquellos años de “primavera” alfonsinista. En el medio se cuelan cachos de letras del rock nacional de los ´80 y hasta una especie de homenaje a las historietas de Columba, otras dos argentineadas fuera de época.
La segunda historia, la más extensa, sigue un esquema un poco más tradicional de principio-desarrollo-fin, pero no por eso resulta trillada ni repetida. Esta vez la ambientación es Junio de 1978, aquel invierno que coincidió con el Mundial jugado en nuestro país, en plena dictadura militar. Acá la carga ideológica está más manifiesta (se ve que Reggiani tiene más claro por qué no le gustan los milicos que por qué no le gustan los radicales) y la comedia es mínima, más sutil y más perturbadora. El Gauchito del Mundial, que se le aparece al protagonista como una especie de Pepe Grillo más zarpado, provee el elemento fantástico, la cuota de irrealidad que despega a El Invierno de tantas otras historias de abusos y resistencias durante la dictadura. Los diálogos están más afilados, ya que Reggiani no los usa para enrarecer la atmósfera (como en la primera historia) sino para darle realismo a esta trama de corrupción, negociados, sexo y poder.
Lo más interesante del paquete es cómo, en una época en la que la mayoría de los historietistas argentinos se desesperan por generar productos exportables y son capaces de bailar en ropa interior con tal de publicar en Marvel, Vertigo, Aurea o Delcourt, Reggiani se propone crear material 100% argento, quintaescencialmente argento, al punto de no entenderse en otros países, como le pasaba al Negro Fontanarrosa con Inodoro Pereyra. Un riesgo más que asume el platense y que desde acá no podemos menos que aplaudir.
Y hablando de riesgos, la elección de Rodrigo Terranova para dibujar las historias también es jugada. El puntano está en su mejor momento y deja todo en cada página, de eso no hay dudas. Pero su estética es, me parece, demasiado freak para las historias que cuenta Reggiani. Es un estilo que enseguida remite a lo no real, a lo bizarro, a un relato con poca pretensión de verosimilitud. Funcionaba perfecto en La Fábrica, por ejemplo (la reseñamos el 29 de Octubre), donde Terranova dibujaba a tipos con cabezas de animales y contribuía enormemente al clima extraño (y fascinante) del guión de Alejandro Farías. Acá aporta extrañeza desde lo visual a una historia (La Primavera) que funcionaría mejor si todo lo extraño, si todo lo inquietante viniera desde los textos y el dibujo fuera más realista, más convencional. Por suerte, para cuando arranca El Invierno uno ya se acostumbró al estilo de Terranova y lo vive como más “normal”, por ende en la segunda historia hace menos ruido el ensamblaje entre un guión “realista” y un dibujo muy jugado al expresionismo. El puntano es un dibujante indudablemente sólido, con enormes virtudes tanto en el estilo gráfico como en la narrativa, y está buenísimo tener casi 80 páginas nuevas dibujadas por él. Pero no sé si era el dibujante ideal para estas historias.
Si todavía no sos fan de Federico Reggiani, este es un buen momento para descubrirlo. Dos Estaciones te ofrece dos historietas muy atractivas en las que te vas a encontrar con cualquier cosa menos lo que te imaginás, incluso si tenés mucho comic argentino leído. Y si tenés cuarentaipocos, preparate a flashear mal con La Primavera.
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