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martes, 17 de octubre de 2023
MARTES DE AVENTURAS
Como de costumbre, tengo muy poco tiempo para escribir reseñas, pero no me quiero ir a ver el partido de Argentina con mis amigos sin postear en el blog.
Arranco en Italia, año 1979, cuando se publican dos aventuras de Ken Parker luego reunidas por Panini en el Vol.13 de su colección dedicada al carismático personaje de Giancarlo Berardi e Ivo Milazzo. El libro trae dos aventuras de 96 páginas, y unos cuantos textos bastante interesantes.
Lo mejor, lejos, es la primera historieta: Lily e il Cacciatore (Lily y el cazador). Si bien está un poquito estirada (esa secuencia onírica de 17 páginas se podría omitir, o resumir bastante), es una historia emotiva, impredecible, muy al límite, sobre la amistad entre un hombre (Ken Parker) y una perrita. En el medio, indios mal llevados, un invierno de una crueldad inusitada, peligros y condiciones extremas en las que el protagonista sobrevive casi de milagro, en buena medida gracias al heroísmo y la lealtad de Lily, la perrita con más ovarios de la Norteamérica de fines del Siglo XIX.
La historia está tan bien escrita que, con mínimos retoques, podría reescribirse para que el protagonista no sea Ken Parker sino Juan Carlos Nadie, y que tenga total sentido como novela gráfica autoconclusiva, por fuera de esta magnifica serie que nos dio el comic italiano.
La segunda historia, Pellerossa (Piel roja), en cambio, es mucho más trillada: esta vez "los buenos" deben sobrevivir a una serie de ataques de los aborígenes (podridos de que los blancos incumplan los pactos que firmaron con ellos), hasta que al final Ken consigue dialogar con el capo de la indiada y apaciguar los ánimos. Lo bueno es que la solución aparece por el lado del acuerdo, por coincidir en esas cosas que nos hacen humanos a todos más allá del color de nuestra piel. Pero es una historia larga al pedo, y acá Berardi aporta sólo el argumento, mientras que el guion corre por cuenta de Maurizio Mantero. Incluso de las 96 páginas, Milazzo dibuja sólo las últimas 26: las otras sirven para demostrarnos que Carlo Ambrosini no está ni cerca del nivel del dibujante titular de la serie.
En esas 26 páginas de Pellerossa y en las 96 de Lily e il Cacciatore, tenemos a un Ivo Milazzo tocado con la varita mágica. Ya hablé maravillas de este monstruo las veces que me tocó reseñar otros libros de Ken Parker, y no me quiero repetir. Pero realmente Milazzo es una bestia, un narrador quintaesencial, con cosas de Oswal, de Enrique Breccia, de Jorge Zaffino (al que dudo que conociera en 1979, cuando dibujó estas historias), algún que otro "momento Moebius", cosas de Hugo Pratt y Dino Battaglia... Un infierno de felicidad gráfica, un trazo potente, vital, expresivo, casi mágico, que te hipnotiza de principio a fin.
Nunca es tarde para descubrir a Ken Parker y subirse a este tren de aventuras con un toque reflexivo, algo de humor y algo de bajada de línea política. Un auténtico clásico.
Me vengo a Argentina, año 2023, cuando las editoriales Loco Rabia e Historieteca publican la obra que resultara ganadora del Primer Premio Latinoamericano de Historieta: Náufrago Morris, la novela gráfica escrita por Pablo Franco y dibujada por Lautaro Fiszman.
La historia está narrada en primera persona por Isaac Morris, con textos muy breves, en un estilo sintético y adusto a la vez. Me imagino lo que hubiera hecho Robin Wood con esta historia: en vez de 96 páginas serían 96 episodios de 14 páginas, repletos de textos poéticos, con descripciones apasionantes... Pero no, acá Franco opta por meter poco texto y dejar que el peso narrativo recaiga sobre el dibujo de su compañero. Y la verdad que eligieron una historia tan potente, tan inverosímil (pese a ser 100% verídica) que sobran los motivos para estremecer al lector, incluso cuando los textos son escuetos y lo que sabemos del protagonista es poquísimo. Es muy difícil agarrar este libro y soltarlo antes de llegar a la última página: por la agilidad que le imprimen Franco y Fiszman al relato y por lo atrapante de lo que nos cuentan.
De nuevo, hace no mucho hablamos acá de Lautaro Fiszman (ver entrada del 13/09/23) y no quiero repetir los mismos elogios que se llevó con Nuda Vida. Acá hay mucha más narrativa secuencial que en ese trabajo, mucho menos texto, muchas más oportunidades para que el dibujo de Lautaro nos cuente la historia. Aflora, entonces, la capacidad del autor para ponerse el relato al hombro, y el enorme talento requerido para que su estilo (más pictórico que gráfico) no sea un obstáculo a la hora de narrar. Y acá está todo: la belleza descarnada, bestial, casi salvaje del pincel de Fiszman, y la solidez de un gran narrador gráfico. A lo alucinante del dibujo, a lo cautivante de los climas, a lo impactante del manejo del color (que se pierde un poco al estar impreso en un papel opaco, poco idóneo para un trabajo como este), Fiszman lo pone al servicio de la historia. Todas esas "bellas artes" de su trazo empujan hacia adelante la trama y trabajan horas extras para enganchar y conmover al lector con cada una de las peripecias de Morris y sus compañeros.
Visualmente, Náufrago Morris marca la consagración definitiva de un Fiszman que hoy ostenta un nivel descomunal. Una pena que la impresión del libro conspire contra el lucimiento de su paleta vibrante y extrema. De todos modos, lo importante, que es la conjunción de palabras e imágenes para contar una historia, está y está muy bien. Si te animás a una aventura distinta, tremenda, real y por momentos desgarradora, Náufrago Morris te garantiza una lectura excelente, con el plus de estar dibujada/ ilustrada por un monstruo como es Lautaro Fiszman.
Y nada más. El jueves temprano arranco rumbo a Europa, y si bien no descarto volver a postear mañana, tampoco lo quiero prometer, porque tengo chotocientas cosas pendientes, a resolver sí o sí antes del viaje. Ojalá haya posteo, y si no, nos reencontramos en Noviembre, a la vuelta, acá en el blog.
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lunes, 16 de mayo de 2022
VAMOS CON TRES MÁS
Acá estamos con nuevas reseñas, nada menos que tres libritos.
En el año 2003, el diario italiano Repubblica armó su colección de Clásicos de la Historieta, no muy distinta en formato y concepto a la Biblioteca de Historieta que publicó Clarín. El Vol.11 es un tomo de 240 páginas íntegramente dedicado a Ken Parker, la magnífica creación del guionista Giancarlo Berardi y el dibujante Ivo Milazzo. Además de varios textos muy interesantes, el libro ofrece dos historias unitarias cortas que aparecieron en distintas antologías: la primera es una gema, 20 páginas de una belleza apabullante; y la segunda está buena pero es muy rara porque Milazzo cambia por completo su registro gráfico y parece dibujada por otro autor.
Y después viene la paponga: dos novelas gráficas de 96 páginas cada una, demasiado buenas para ser reales. La primera, Diritto e rovescio, explora el tema de la homosexualidad en las décadas finales del Siglo XIX y es tremenda. El guion es brillante, aunque por ahí le sobran 15 ó 20 páginas. La segunda, Sciopero, es simplemente perfecta. Una historia desgarradora, de una crueldad atroz, que da testimonio de los abusos que sufrían los obreros a manos de los dueños de las fábricas también sobre el final del Siglo XIX, cuando Estados Unidos vivía una expansión tecnológica y económica sin precedentes, aunque la prosperidad que esta generaba iba a manos de muy pocos. Berardi no disimula en lo más mínimo su militancia de izquierda, y por momentos Sciopero es una versión ilustrada de El Capital, de Karl Marx. Pero en ningún momento la bajada de línea va en detrimento del asfixiante espesor dramático que propone la historia. Son 96 páginas a puro dolor, donde la aventura se tiñe de una desazón y una amargura pocas veces vistas.
Ya derramé hectolitros de baba hablando del dibujo de Ivo Milazzo en la reseña del 01/09/16, pero no me canso de repetir lo hermoso que es el trabajo de este prócer italiano. Es como un amalgam glorioso de Oswal, Hugo Pratt, Gustavo Trigo, Alfonso Font, por momentos algunas sombras extremas al estilo Jordi Bernet... Nunca sabés qué nueva fatality te va a tirar Milazzo, pero todas son letales. Estamos ante un narrador impecable, asombroso, que trabaja con la puesta en página más clásica posible para después elegir con enorme criterio cuando suprime los fondos y cuando deja la vida en la recreación de estos ambientes, perfectamente retratados. Envidio mucho a la gente que sigue hace años a Ken Parker y tiene todas (o casi todas) las aventuras de esta especie de Corto Maltés de los Estados Unidos que empezó como un western y terminó como una cátedra de historieta adulta, comprometida y emotiva hasta el tuétano.
Y ya que menciono a EEUU, sigo con el one-shot publicado por DC Comics en 2018, titulado Swamp Thing Winter Special. Acá hay dos historietas: una es casi una bizarreada. Son las 20 páginas que iban a componer el nº1 de una serie de Swamp Thing escrita por Len Wein y dibujada por Joe Kelly, pero que quedó en nada por la inesperada muerte del guionista. Acá vemos la historia completa dibujada y coloreada, pero sin los textos, porque Wein no llegó a escribirlos. Esto es secuela de una miniserie anterior a cargo del mismo equipo, que tengo en la pila de las lecturas pendientes. Ya llegaremos.
Pero lo grosso es lo de adelante, la historieta de 40 páginas con la que Tom King y Jason Fabok se llevaron un muy merecido premio Eisner. Seguramente se podría haber narrado lo mismo en 24 páginas, pero el dibujo de Fabok es tan grosso que mejor dame 140 páginas de esto. Fabok es un dibujante no tan original, pero capaz de tomar lo mejor de los dibujantes que lo influencian. Cuando tuvo que dibujar Justice League como continuador de Iván Reis, conservó intacta la magia del astro brazuca. Cuando tuvo que dibujar Three Jokers basado en la estética de Brian Bolland se la bancó con una altura y una solvencia impresionantes. Y acá, tiene algunas secuencias en las que nos tira guiños a los fans de John Totleben y Stephen Bissette y le salen perfecto. Visualmente, es un trabajo realmente exquisito, con un aporte acertadísimo del colorista Brad Anderson.
El guion de King está todo basado en el giro totalmente inesperado y brillante que pega en la página 30. Es un recurso de alto impacto, que te detona la cabeza en una doble splash innecesaria, pero memorable. Y si hasta ahí la historia era emotiva, el final te conmueve, te estrangula el alma aunque seas un monolito de piedra sin el menor rastro de sensibilidad. La muerte de Len Wein hizo que este one-shot se vinculara mucho al tributo de DC a uno de sus próceres, pero la verdad que el trabajo de King y Fabok es una maravilla que merece ser atesorada por todos los fans, no solo de Swamp Thing, sino del buen comic en general.
Y cierro con una breve mención a Mini Mundo, recopilatorio de historietas muy cortitas, realizadas por Mariana Ruiz Johnson para alguna publicación infantil. Esto es material para chicos muy chiquitos, con conflictos también muy chiquitos, hábilmente vinculados a situaciones que los chicos de tres a seis años viven en su realidad cotidiana. Los relatos tienen poquísimo texto, para que los padres se los puedan leer a sus hijos sin perder dos horas de sus vidas, y los dibujos son muy lindos, de muy fácil comprensión. Ruiz Johnson viene más del palo de la ilustración, pero acá demuestra que entiende perfectamente cómo armar secuencias y llevar adelante la narración con los dibujos.
Con personajes simpáticos y con tramas muy simples, las historietas de Mini Mundo tienen todo para acompañar a las nenas y nenes que están dando sus primeros pasos en la lectura. Y leídas por un adulto tienen algo de gracia, sobre todo porque el trazo de Ruiz Johnson es, además de muy agradable, muy original.
Nada más, por hoy. Nos reencontramos pronto con nuevas reseñas, acá en el blog.
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jueves, 1 de septiembre de 2016
HOY, DOS CLASICOS
Al final (y como casi siempre) tenía razón mi amigo, colega y referente Norman Fernández. El me quemó la cabeza con Ivo Milazzo, un dibujante italiano del que yo recordaba vagamente haber leído algún unitario hace mil años en la Cimoc, mientras que para Norman es algo así como el historietista vivo más grande del mundo. Desde mi último encuentro con Norman, releí esos viejos unitarios de Cimoc y me clavé en un viaje en subte este libro de 1980, casi 100 páginas escritas por Giancarlo Berardi y protagonizadas por Ken Parker, una especie de “Corto Maltés del lejano Oeste”, al que la dupla le dedicó infinitos álbumes entre 1977 y 2015.
La verdad que no estoy para afirmar que Milazzo es el Más Grande, pero… ¡qué dibujante, la puta que lo parió! El tipo te resuelve todos las figuras con un trazo muy finito, siempre del mismo grosor (como Gustavo Trigo cuando sacaba sus historietas con fritas) y después mete manchas negras no con el pincel a lo Hugo Pratt (como hacía Trigo), sino con una especie de fibrón al que le queda poca tinta, con el que logra un efecto alucinante. Se mata en los fondos, el color es sobrio y funcional al dibujo, y te parte en ocho mil pedazos con la narrativa, que sin dudas es su punto más fuerte. Por ahí en 96 páginas pareciera que cuenta poco, porque prácticamente no hay páginas de más de seis viñetas (y hay muchísimas de cinco). Pero el ritmo de esta saga es apasionante y Milazzo elige siempre bien las instancias en las que elimina los fondos, o los bordes de los viñetas, para subrayar momentos o expresiones invariablemente bien graficados.
El guión de Berardi tiene un montón de elementos del western clásico, con tiros, piñas, persecuciones, ladrones de bancos y timberos de saloon, pero se las ingenia para no caer en la fácil de “buenos contra malos”. Obviamente Ken Parker es el héroe, pero su coprotagonista en esta ocasión es un personaje complejo, ambiguo, muy bien trabajado. Y entre el elenco de secundarios también hay unos cuantos hallazgos. Voy por más álbumes de Ken Parker, o por cualquier otro trabajo de impronta más o menos autoral que lleve las firmas de Berardi y Milazzo.
Vamos con otra gloria de los ´80. Para festejar que conseguí muy barato el TPB, me volví a leer Skreemer, la gema que allá por 1989 puso en el mapa de los grandes guionistas al inmenso Peter Milligan. Skreemer tiene un problema: al ser una obra de autores ingleses publicada en EEUU a fines de los ´80, carga con la pesada mochila, con la tremenda presión de intentar pegar como pegó Watchmen, o por lo menos de tratar de llegar a ese mismo segmento del público que se cebó con el comic gracias a la monumental obra de Alan Moore y Dave Gibbons. Eso explica, por ejemplo, que Skreemer no tenga ni el más mínimo atisbo de humor, y que su mensaje sea de bajón, oscuridad y desesperanza. Eran tiempos en los que, para ser leídos por el público adulto, los comics tenían que ser amargos.
Pero Milligan hace muy bien el que quizás sea el mejor truco de Watchmen. La obra de Moore reproducía la estructura, el esqueleto, de la novela policial hard boiled, para luego vestirla y decorarla con elementos del comic de superhéroes, de modo que –vista superficialmente- Watchmen parecía una historia de justicieros enmascarados. Milligan hace algo parecido: en la superficie, Skreemer parece un thriller de gangsters que rosquean y se matan entre ellos. Pero lo que realmente sucede tiene más que ver con el drama humano, potente y clásico como el que más. Milligan explota a full ese fatalismo típico de la tragedia griega, le mete intrigas palaciegas que recuerdan a William Shakespeare y su Macbeth, y toques de conciencia social, en la línea “qué mal la pasan los pobres” al estilo Charles Dickens. El resultado es un comic crudo, brutal, impredecible hasta la última página, en el que el desarrollo de personajes y los malabares narrativos (la omnipresente sombra de Watchmen) le ganan por goleada a los tiros y la machaca.
Los dibujos, a cargo del fallecido Brett Ewins y el siempre sólido Steve Dillon, están muy bien, aunque todo el tiempo se nota que hay uno (Ewins) que se quiere zarpar y llevar el grafismo y la puesta en página al extremo, y otro (Dillon) que quiere bajar un cambio y ofrecer un producto más careta, más convencional, más reader-friendly. Felizmente, el equilibrio entre ambos funciona bien, no así el trabajo del colorista Tom Ziuko, que hoy se ve chato, poco esmerado, excesivamente apagado en algunas secuencias y con una estridencia que te encandila en otras. Si hace mucho que no revisitás a este clásico, date una vuelta por la violenta saga de Veto Skreemer.
La verdad que no estoy para afirmar que Milazzo es el Más Grande, pero… ¡qué dibujante, la puta que lo parió! El tipo te resuelve todos las figuras con un trazo muy finito, siempre del mismo grosor (como Gustavo Trigo cuando sacaba sus historietas con fritas) y después mete manchas negras no con el pincel a lo Hugo Pratt (como hacía Trigo), sino con una especie de fibrón al que le queda poca tinta, con el que logra un efecto alucinante. Se mata en los fondos, el color es sobrio y funcional al dibujo, y te parte en ocho mil pedazos con la narrativa, que sin dudas es su punto más fuerte. Por ahí en 96 páginas pareciera que cuenta poco, porque prácticamente no hay páginas de más de seis viñetas (y hay muchísimas de cinco). Pero el ritmo de esta saga es apasionante y Milazzo elige siempre bien las instancias en las que elimina los fondos, o los bordes de los viñetas, para subrayar momentos o expresiones invariablemente bien graficados.
El guión de Berardi tiene un montón de elementos del western clásico, con tiros, piñas, persecuciones, ladrones de bancos y timberos de saloon, pero se las ingenia para no caer en la fácil de “buenos contra malos”. Obviamente Ken Parker es el héroe, pero su coprotagonista en esta ocasión es un personaje complejo, ambiguo, muy bien trabajado. Y entre el elenco de secundarios también hay unos cuantos hallazgos. Voy por más álbumes de Ken Parker, o por cualquier otro trabajo de impronta más o menos autoral que lleve las firmas de Berardi y Milazzo.
Vamos con otra gloria de los ´80. Para festejar que conseguí muy barato el TPB, me volví a leer Skreemer, la gema que allá por 1989 puso en el mapa de los grandes guionistas al inmenso Peter Milligan. Skreemer tiene un problema: al ser una obra de autores ingleses publicada en EEUU a fines de los ´80, carga con la pesada mochila, con la tremenda presión de intentar pegar como pegó Watchmen, o por lo menos de tratar de llegar a ese mismo segmento del público que se cebó con el comic gracias a la monumental obra de Alan Moore y Dave Gibbons. Eso explica, por ejemplo, que Skreemer no tenga ni el más mínimo atisbo de humor, y que su mensaje sea de bajón, oscuridad y desesperanza. Eran tiempos en los que, para ser leídos por el público adulto, los comics tenían que ser amargos.
Pero Milligan hace muy bien el que quizás sea el mejor truco de Watchmen. La obra de Moore reproducía la estructura, el esqueleto, de la novela policial hard boiled, para luego vestirla y decorarla con elementos del comic de superhéroes, de modo que –vista superficialmente- Watchmen parecía una historia de justicieros enmascarados. Milligan hace algo parecido: en la superficie, Skreemer parece un thriller de gangsters que rosquean y se matan entre ellos. Pero lo que realmente sucede tiene más que ver con el drama humano, potente y clásico como el que más. Milligan explota a full ese fatalismo típico de la tragedia griega, le mete intrigas palaciegas que recuerdan a William Shakespeare y su Macbeth, y toques de conciencia social, en la línea “qué mal la pasan los pobres” al estilo Charles Dickens. El resultado es un comic crudo, brutal, impredecible hasta la última página, en el que el desarrollo de personajes y los malabares narrativos (la omnipresente sombra de Watchmen) le ganan por goleada a los tiros y la machaca.
Los dibujos, a cargo del fallecido Brett Ewins y el siempre sólido Steve Dillon, están muy bien, aunque todo el tiempo se nota que hay uno (Ewins) que se quiere zarpar y llevar el grafismo y la puesta en página al extremo, y otro (Dillon) que quiere bajar un cambio y ofrecer un producto más careta, más convencional, más reader-friendly. Felizmente, el equilibrio entre ambos funciona bien, no así el trabajo del colorista Tom Ziuko, que hoy se ve chato, poco esmerado, excesivamente apagado en algunas secuencias y con una estridencia que te encandila en otras. Si hace mucho que no revisitás a este clásico, date una vuelta por la violenta saga de Veto Skreemer.
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