Me acabo de dar cuenta de que me falta el Vol.4 de StormWatch. Pensé que lo había comprado allá lejos y hace tiempo, cuando hice guita las revistitas, pero evidentemente no fue así. Lo bueno es que me di cuenta cuando estaba leyendo el Vol.5, y ese sí, nunca lo había conseguido. De hecho, en su momento también era difícil conseguir el one-shot de WildCATs/ Aliens, que ocupa la mitad de las páginas de este no muy voluminoso tomito, al que complementan (a modo de prólogo y epílogo al one-shot) los n°s 10 y 11 de StormWatch.
¿Por qué tiene sentido leer esto? Porque acá Warren Ellis termina de convertir a StormWatch en SU título, y termina de allanar el camino a lo que va a ser The Authority, que arranca justo después de esto. Ahora, como historia en sí, StormWatch: Final Orbit es cualquiera. El n°10 tiene algo de desarrollo de personajes, y el 11 un poquito menos. Ambos están dibujados para el orto (salvando alguna paginita perdida de Bryan Hitch) y ninguno de los dos tiene casi nada de acción. Supuestamente la machaca épica está en las 46 páginas del one-shot de WildCATs/ Aliens (magníficamente dibujado por Chris Sprouse), pero tampoco: la acción empieza en la página 23 y escasea bastante en las 23 páginas restantes. Para peor, son los miembros de WildCATs los que combaten con los bichos xenomorfos. Los miembros de StormWatch a los que Ellis no se quiere fumar más mueren de un modo horrendo... fuera de cuadro! Cuando Spartan, Zealot y sus amigos llegan a la base de StormWatch, hace rato que Fuji, Hellstrike y Farenheit son boleta. Ellis ni siquiera se digna a mostrarlos haciendo algo heroico antes de palmar. Finalmente será Winter el encargado de sacrificarse “en cámara” para frenar el ataque de los aliens y después sí, con la purga ya hecha, se recordará a todos los caídos como héroes pulenta. Lo dicho: la historia en sí no es gran cosa, pero Final Orbit es un mecanismo de transición entre la segunda serie de StormWatch y el debut de The Authority, por eso es relevante. Y además debe ser el único crossover entre personajes de distintas editoriales en el que realmente cambia grosso el status quo de uno de los universos implicados.
Me vengo a Sudamérica, donde este año se publicó en nuestro país Achiote, el primer libro del chileno-ecuatoriano Alberto Montt que no recopila chistes de los que el ídolo sube a la web, sino historietas más extensas, en las que Montt se prueba la pilcha de narrador gráfico con todas las letras. La verdad es que al nivel de la narrativa, lo de Montt es asombroso. Con un trazo sintético y un manejo impecable del potencial icónico de su dibujo, el autor domina de taquito el timing, la gramática de la historieta, los trucos para sugerir pausas... todo eso es muy notable.
Lo flojo, para mi gusto, son las historias. Una colección de breves anécdotas autobiográficas, en las que Montt rememora su infancia y juventud en Ecuador y sus inicios como profesional en Chile. No están mal: algunas son muy graciosas (la de las arañas es gloriosa), otras son emotivas y otras son medio la nada misma. Y no hay un hilo conductor que las vincule, más allá de la voz del propio Montt que nos narra todo en primera persona, casi todo el tiempo mediante bloques de texto.
Me divertí, el dibujo y el color me encantaron, pero creo que Achiote me quedó debiendo: una historia más extensa y más ambiciosa, con una trama más elaborada; más diálogos (si leés los chistes de Montt sabés que es un maestro escribiendo diálogos); e incluso algo de guita, porque (de nuevo el mal endémico) el libro tiene muchísimas páginas desperdiciadas en carátulas, páginas en blanco, dedicatorias, agradecimientos y demás boludeces que no le aportan nada al que sólo quiere leer las historietas. Si no me cobraran por todas esas páginas de relleno, no me quejaría, pero el precio de los libros contempla TODA la edición, no sólo el contenido posta. Por eso me parece que tenemos derecho a exigirle a los editores más contenido y menos relleno.
Tengo leídos un par de libritos más, así que ni bien tenga un rato se vienen las reseñas.
domingo, 30 de octubre de 2016
jueves, 27 de octubre de 2016
DOS DE JUEVES
Hace 10 años, cuando Mike Carey estaba al frente de una de la series de X-Men y las series de X-Men todavía vendían fortunas, a los muchachos de Image se les ocurrió desempolvar viejas historietas que el guionista británico había realizado para la editorial Caliber en los inicios de su carrera en los EEUU. Así es como en Mike Carey´s One-Sided Bargains nos encontramos con un relato breve en forma de prosa, con una historieta corta medio vendehumo que había salido en un número de la antología Negative Burn (con dibujos medio precarios del ignoto Paul Holden) y con las 44 magníficas páginas de Dr. Faustus, originalmente publicadas en el one-shot homónimo de 1997.
Si tenías dudas de por qué Neil Gaiman se cebó con Carey, lo manijeó todo lo que pudo, lo llevó a jugar al universo de Sandman y lo puso a cargo nada menos que de Lucifer, Dr. Faustus te las despeja por completo. Sin ser un choreo de Sandman ni mucho menos, Dr. Faustus recrea esa onda de historieta culta, sofisticada, con espacio para la aventura, para elementos cercanos al terror, pero sobre todo con el sustento que dan las grandes estructuras dramáticas de los clásicos de la literatura. En este caso, Carey parte del célebre relato Faust, de Johann Wolfgang von Goethe y le cambia muchísimos elementos y le añade otros. El resultado es una versión conmovedora, profunda, capaz de sorprender incluso al que se sabe de memoria la historia clásica.
El dibujo está a cargo de otro británico, Mike Perkins, que nunca le puso tantas pilas a una historieta. Acá lo vemos intentado jugar en un registro entre Bryan Talbot y John Bolton (más algún derrape hacia el lado de Kelley Jones), muy prolijo, con mucho respeto por la ambientación histórica y un gran trabajo en la puesta en página. Con estas 44 páginas le perdoné las tiradas a chanta en sus números de Captain America, cuando era suplente de Steve Epting.
En 2007 empezó a salir en Francia una serie llamada Janitor, de la que se publicaron cuatro álbumes hasta 2011. El guionista era el maestro Yves Sente, garantía de calidad, y el dibujante nada menos que François Boucq, un genio infalible. Norma lo empezó a publicar en España en 2008, pero sacó un sólo tomo y la discontinuó. Yo igual me compré ese Vol.1, a ver qué onda, y la verdad es que la historia es muy atractiva. Estas 46 páginas funcionan como presentación del personaje (Vincent, un cura joven, atlético y valiente, que trabaja para el Vaticano en misiones de espionaje que se suelen poner picantes) y de un conflicto que se va a resolver en el Vol.2. Lógicamente, este es el tramo con más chamuyo y menos acción, pero en ningún momento se hace aburrido.
Buena parte del mérito le corresponde al dibujo de Boucq, que no tiene el vuelo surrealista de Jerónimo Puchero ni los homenajes a Jean Giraud de Bouncer, y sin embargo no defrauda en lo más mínimo. Como cuando dibujó XIII, el maestro la rompe en un thriller contemporáneo (una de James Bond sin gadgets fantásticos), donde el realismo es fundamental. Obviamente me hice fan de Janitor e intentaré conseguir las continuaciones, aunque sea en francés.
Tengo leídos un par de libros más, así que casi seguro clavo otra reseña antes de fin de mes. Hoy cerramos acá.
Si tenías dudas de por qué Neil Gaiman se cebó con Carey, lo manijeó todo lo que pudo, lo llevó a jugar al universo de Sandman y lo puso a cargo nada menos que de Lucifer, Dr. Faustus te las despeja por completo. Sin ser un choreo de Sandman ni mucho menos, Dr. Faustus recrea esa onda de historieta culta, sofisticada, con espacio para la aventura, para elementos cercanos al terror, pero sobre todo con el sustento que dan las grandes estructuras dramáticas de los clásicos de la literatura. En este caso, Carey parte del célebre relato Faust, de Johann Wolfgang von Goethe y le cambia muchísimos elementos y le añade otros. El resultado es una versión conmovedora, profunda, capaz de sorprender incluso al que se sabe de memoria la historia clásica.
El dibujo está a cargo de otro británico, Mike Perkins, que nunca le puso tantas pilas a una historieta. Acá lo vemos intentado jugar en un registro entre Bryan Talbot y John Bolton (más algún derrape hacia el lado de Kelley Jones), muy prolijo, con mucho respeto por la ambientación histórica y un gran trabajo en la puesta en página. Con estas 44 páginas le perdoné las tiradas a chanta en sus números de Captain America, cuando era suplente de Steve Epting.
En 2007 empezó a salir en Francia una serie llamada Janitor, de la que se publicaron cuatro álbumes hasta 2011. El guionista era el maestro Yves Sente, garantía de calidad, y el dibujante nada menos que François Boucq, un genio infalible. Norma lo empezó a publicar en España en 2008, pero sacó un sólo tomo y la discontinuó. Yo igual me compré ese Vol.1, a ver qué onda, y la verdad es que la historia es muy atractiva. Estas 46 páginas funcionan como presentación del personaje (Vincent, un cura joven, atlético y valiente, que trabaja para el Vaticano en misiones de espionaje que se suelen poner picantes) y de un conflicto que se va a resolver en el Vol.2. Lógicamente, este es el tramo con más chamuyo y menos acción, pero en ningún momento se hace aburrido.
Buena parte del mérito le corresponde al dibujo de Boucq, que no tiene el vuelo surrealista de Jerónimo Puchero ni los homenajes a Jean Giraud de Bouncer, y sin embargo no defrauda en lo más mínimo. Como cuando dibujó XIII, el maestro la rompe en un thriller contemporáneo (una de James Bond sin gadgets fantásticos), donde el realismo es fundamental. Obviamente me hice fan de Janitor e intentaré conseguir las continuaciones, aunque sea en francés.
Tengo leídos un par de libros más, así que casi seguro clavo otra reseña antes de fin de mes. Hoy cerramos acá.
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domingo, 23 de octubre de 2016
TRIPLETE DOMINGUERO
Después de un largo tiempo de cuelgue, retomé The Unwritten, la gran serie de Mike Carey y Peter Gross. Me tocaba leer el tomo que a priori parecía más raro, más bizarro: el crossover con Fables. O en realidad, una saga de The Unwritten en la que los personajes de esta serie pasan al mundo de Fables e interactúan con los personajes creados por Bill Willingham y Mark Buckingham. La verdad que no funcionó. La historia no me aportó prácticamente nada al desarrollo de Tom Taylor y sus personajes secundarios, y hasta el villano está metido a presión. No terminé de entender en qué momento de la saga de Fables empalma el crossover (por ahí porque hace mucho que no leo Fables y estoy más atrasado con esa serie que con The Unwritten) y todo me pareció superficial, prescindible, un mero engaña-pichanga para tratar de que algunos lectores de Fables le dieran una posibilidad a The Unwritten, que (lógicamente) vendía menos. Si eso lo hace DC con –ponele- Batman y The Question, o Green Lantern y Omega Men, me lo fumo mansito. ¿Pero en Vertigo, te parece? ¿Da para ensuciar así la cancha? Me parece que no.
Rescato los dibujos: hay muchas secuencias muy bien dibujadas, por Peter Gross, por Buckingham y por el nunca bien ponderado Dean Ormston. Y buenos diálogos, porque si bien la trama está urdida por Carey, Willingham mete mano en los diálogos para asegurarse de que sus personajes hablen como tienen que hablar, como lo hacen normalmente en Fables. En fin, un experimento que salió mal. No te digo que si venís coleccionando The Unwritten saltes del Vol.8 al Vol.10, pero sí te digo que si sos fan de Fables y estás mirando con un cierto cariño este crossover porque creés que le va a sumar algo a esa saga, mejor seguí de largo.
Como suele suceder, cada vez que Pablo De Santis incursiona en la historieta nos deja una obra maestra. Justicia Poética (originalmente serializada en Fierro) es un comic fascinante, complejo, con elementos bien “de género” presentados de un modo original, atrapante, con un personaje central perfectamente construído y con una estructura similar a la de El Hipnotizador: arranca como una serie de episodios autoconclusivos, apenas hilvanados por un plot secundario, y cuando te querés dar cuenta, estás enredado en una novela gráfica ambiciosa y cautivante, que va para adelante como una locomotora, y que no podés soltar hasta llegar al final. Diálogos, bloques de texto y silencios se combinan de manera magistral para crear climas, indagar en las motivaciones de los personajes y hasta para tirar pinceladas del virtuosismo literario (o lírico, incluso) del que De Santis hace gala en sus novelas.
Justicia Poética, además, es de esas historietas que le podés dar a alguien que no lee historietas y casi seguro la va a disfrutar. Tiene esa sutileza y esa profundidad que no tiene la mayoría de los thrillers y una forma muy atractiva de tomar distancia de los tópicos del género en el que incursiona. El dibujo está a cargo del maestro Frank Arbelo, notable narrador gráfico que combina ese toque fino, ese expresionismo que uno asocia a autores como José Muñoz, Oscar Zárate o Igort, con una impronta más simple, más accesible al lector poco curtido en estas lides, que por momentos lo acerca a autores de la línea clara, o a los trabajos que publicaba Sanyú en la Fierro a principios de los ´90. Gran labor del cubano radicado en Bolivia. Si todavía no te compraste este libro, hacé justicia con vos mismo y sumalo a tu biblioteca. No te vas a arrepentir.
Y cierro con el Vol.15 de Bakuman, la joya en la corona de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, grossos entre los grossos. Este tomo trae la resolución del arco argumental iniciado en el Vol.14 (con Nanamine como protagonista), una especie de coda a ese arco en el que el protagonismo se lo roba Nakai (el gordo pajero, pero virtuoso dibujante, que viene apareciendo intermitentemente casi desde el principio) y un segundo arco más breve, que Ohba y Obata resuelven con jerarquía, en la cantidad de páginas justas y que devuelve a los Muto Ashirogi al centro de la escena.
Entre el final del plot de Nakai y el inicio del segundo arco, hay un unitario brillante, en el que los autores paran la bocha para pensar en algo que hasta ahora se había soslayado: hasta dónde la vida de un pibe de 20 años que es mangaka desde los 15 deja de parecerse a la de los típicos pibes de 20 años. Es un episodio de reflexión, de introspección, de acomodar ideas en la cabeza de los personajes y que además termina funcionando como un perfecto recordatorio de cuál es el tema central de Bakuman: nada menos que el amor al manga. Maravilloso es poco.
Volvemos pronto con más reseñas.
Rescato los dibujos: hay muchas secuencias muy bien dibujadas, por Peter Gross, por Buckingham y por el nunca bien ponderado Dean Ormston. Y buenos diálogos, porque si bien la trama está urdida por Carey, Willingham mete mano en los diálogos para asegurarse de que sus personajes hablen como tienen que hablar, como lo hacen normalmente en Fables. En fin, un experimento que salió mal. No te digo que si venís coleccionando The Unwritten saltes del Vol.8 al Vol.10, pero sí te digo que si sos fan de Fables y estás mirando con un cierto cariño este crossover porque creés que le va a sumar algo a esa saga, mejor seguí de largo.
Como suele suceder, cada vez que Pablo De Santis incursiona en la historieta nos deja una obra maestra. Justicia Poética (originalmente serializada en Fierro) es un comic fascinante, complejo, con elementos bien “de género” presentados de un modo original, atrapante, con un personaje central perfectamente construído y con una estructura similar a la de El Hipnotizador: arranca como una serie de episodios autoconclusivos, apenas hilvanados por un plot secundario, y cuando te querés dar cuenta, estás enredado en una novela gráfica ambiciosa y cautivante, que va para adelante como una locomotora, y que no podés soltar hasta llegar al final. Diálogos, bloques de texto y silencios se combinan de manera magistral para crear climas, indagar en las motivaciones de los personajes y hasta para tirar pinceladas del virtuosismo literario (o lírico, incluso) del que De Santis hace gala en sus novelas.
Justicia Poética, además, es de esas historietas que le podés dar a alguien que no lee historietas y casi seguro la va a disfrutar. Tiene esa sutileza y esa profundidad que no tiene la mayoría de los thrillers y una forma muy atractiva de tomar distancia de los tópicos del género en el que incursiona. El dibujo está a cargo del maestro Frank Arbelo, notable narrador gráfico que combina ese toque fino, ese expresionismo que uno asocia a autores como José Muñoz, Oscar Zárate o Igort, con una impronta más simple, más accesible al lector poco curtido en estas lides, que por momentos lo acerca a autores de la línea clara, o a los trabajos que publicaba Sanyú en la Fierro a principios de los ´90. Gran labor del cubano radicado en Bolivia. Si todavía no te compraste este libro, hacé justicia con vos mismo y sumalo a tu biblioteca. No te vas a arrepentir.
Y cierro con el Vol.15 de Bakuman, la joya en la corona de Tsugumi Ohba y Takeshi Obata, grossos entre los grossos. Este tomo trae la resolución del arco argumental iniciado en el Vol.14 (con Nanamine como protagonista), una especie de coda a ese arco en el que el protagonismo se lo roba Nakai (el gordo pajero, pero virtuoso dibujante, que viene apareciendo intermitentemente casi desde el principio) y un segundo arco más breve, que Ohba y Obata resuelven con jerarquía, en la cantidad de páginas justas y que devuelve a los Muto Ashirogi al centro de la escena.
Entre el final del plot de Nakai y el inicio del segundo arco, hay un unitario brillante, en el que los autores paran la bocha para pensar en algo que hasta ahora se había soslayado: hasta dónde la vida de un pibe de 20 años que es mangaka desde los 15 deja de parecerse a la de los típicos pibes de 20 años. Es un episodio de reflexión, de introspección, de acomodar ideas en la cabeza de los personajes y que además termina funcionando como un perfecto recordatorio de cuál es el tema central de Bakuman: nada menos que el amor al manga. Maravilloso es poco.
Volvemos pronto con más reseñas.
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martes, 18 de octubre de 2016
TRES DE MARTES
Mirá qué pocas fichas le ponía DC en los´70 al tema de editar comics en formato libro, que en 1979 licenció la recopilación del Manhunter de Archie Goodwin y Walt Simonson (gema absoluta de 1973-74) a otra editorial, la cuasi-ignota Excalibur Enterprises. Así salió este extraño libro coordinado por Roger Slifer (más tarde co-creador de Lobo), en formato de álbum europeo, y –lo más grosso- con la historia completa y EN BLANCO Y NEGRO. Si leíste el Manhunter de Goodwin y Simonson (y si no, leelo YA), recordarás que el Gran Walt se zarpaba con páginas de 12 o 14 viñetas hiper-abigarradas, repletas de información. Imaginate cuánto mejor se ve eso en un formato más grande y sin el color horrible de los comic-books de los ´70. Visualmente esto es un redescubrimiento GLORIOSO del trabajo de Simonson, en el que la línea, la mancha, la composición y hasta las onomatopeyas cobran mucho más sentido y pegan mucho más fuerte. Maravilloso es poco.
Del guión no sé si hace falta hablar. Se trata de un clásico reeditado mil veces, que supongo que ya casi todos conocerán, aunque sea de oído. El único problema que tiene esto es que es muy corto. Uno quisiera que la saga continuara por lo menos 100 páginas más, por la cantidad de conceptos grossos y por la profundidad que Goodwin logra darle (aún en espacios muy reducidos) a las aventuras de Paul Kirk. Por supuesto tengo el recopilatorio que sacó DC cuando murió Goodwin, ese que incluye la historia inédita que Simonson dibujó pero se negó a ponerle textos por respeto a la memoria de su amigo. Y por esa historia me lo guardo, aunque ahora tenga repetido todo lo demás y se vea todo tanto mejor en esta gema bizarra del ´79.
Después de muchos amagues, me introduje en el mundo de Alfonso Zapico, el galardonado autor español, y empecé por el principio, por su opera prima, Café Budapest, de 2008. Me encantó. No parece para nada una opera prima, sino una obra de un autor ya maduro, ya muy canchero en esto de las novelas gráficas en las que se combina la historia de un puñado de personajes de ficción con hechos históricos atractivos. En este caso, Zapico sitúa su historia en 1947, justo cuando se crea el Estado de Israel en una porción de tierra que hasta entonces formaba parte de Palestina. La novela es una especie de Year One de todos los kilombos de la famosa Franja de Gaza, que luego retratarían en sus historietas autores como Joe Sacco o Guy Delisle, sin el atractivo de introducir personajes ficticios. En ese rubro, el virtuoso autor asturiano saca una ventaja notable: sus personajes son verosímiles, laten, transmiten un montón de emociones y uno aprende rápidamente a quererlos.
Y además, no aburre con data enciclopédica. Café Budapest explora, explota y explica un contexto histórico complejo y sumamente interesante, pero no se queda en eso. Lo articula perfectamente con lo más jugoso que tiene la novela gráfica que son las historias de los personajes, con sus amores, sus rencores, sus luchas, sus convicciones y las heridas que quedaron abiertas tras la Segunda Guerra Mundial. Recomiendo grosso esta obra de Alfonso Zapico y en cuanto pueda voy por más.
Y cierro con una brevísima mención al Vol.12 de Macanudo, el más reciente tomo recopilatorio de la tira que hace Liniers hace ya mil años para el diario La Nación. Lejos, lo mejor del tomo está en las cuatro páginas finales, con la historia del Gigante Buenagente, una cátedra de humor fino, imaginación, dibujo, color y timing. Después hay algunos hallazgos, cuatro o cinco chistes de esos que te hacen reir fuerte, algunos personajes nuevos con potencial (La Guadalupe), nerdeadas varias y muchas tiras en las que Liniers nos pasea por climas y situaciones que ya vimos tantas veces en Macanudo que uno se pregunta si no son republicaciones o versiones redibujadas de chistes de hace ocho o diez años. Pero bueno, el universo de la tira diaria funciona así, con la reiteración como un elemento más, y con la familiaridad entre el lector y las situaciones como un pilar sobre el que se sostiene casi todo lo demás. Y sí, Liniers ha sabido romper ese esquema con la frecuencia suficiente como para que lo sigamos leyendo con atención… además de maravillarnos con la calidad de sus dibujos.
¡Volvemos pronto con más reseñas!
Del guión no sé si hace falta hablar. Se trata de un clásico reeditado mil veces, que supongo que ya casi todos conocerán, aunque sea de oído. El único problema que tiene esto es que es muy corto. Uno quisiera que la saga continuara por lo menos 100 páginas más, por la cantidad de conceptos grossos y por la profundidad que Goodwin logra darle (aún en espacios muy reducidos) a las aventuras de Paul Kirk. Por supuesto tengo el recopilatorio que sacó DC cuando murió Goodwin, ese que incluye la historia inédita que Simonson dibujó pero se negó a ponerle textos por respeto a la memoria de su amigo. Y por esa historia me lo guardo, aunque ahora tenga repetido todo lo demás y se vea todo tanto mejor en esta gema bizarra del ´79.
Después de muchos amagues, me introduje en el mundo de Alfonso Zapico, el galardonado autor español, y empecé por el principio, por su opera prima, Café Budapest, de 2008. Me encantó. No parece para nada una opera prima, sino una obra de un autor ya maduro, ya muy canchero en esto de las novelas gráficas en las que se combina la historia de un puñado de personajes de ficción con hechos históricos atractivos. En este caso, Zapico sitúa su historia en 1947, justo cuando se crea el Estado de Israel en una porción de tierra que hasta entonces formaba parte de Palestina. La novela es una especie de Year One de todos los kilombos de la famosa Franja de Gaza, que luego retratarían en sus historietas autores como Joe Sacco o Guy Delisle, sin el atractivo de introducir personajes ficticios. En ese rubro, el virtuoso autor asturiano saca una ventaja notable: sus personajes son verosímiles, laten, transmiten un montón de emociones y uno aprende rápidamente a quererlos.
Y además, no aburre con data enciclopédica. Café Budapest explora, explota y explica un contexto histórico complejo y sumamente interesante, pero no se queda en eso. Lo articula perfectamente con lo más jugoso que tiene la novela gráfica que son las historias de los personajes, con sus amores, sus rencores, sus luchas, sus convicciones y las heridas que quedaron abiertas tras la Segunda Guerra Mundial. Recomiendo grosso esta obra de Alfonso Zapico y en cuanto pueda voy por más.
Y cierro con una brevísima mención al Vol.12 de Macanudo, el más reciente tomo recopilatorio de la tira que hace Liniers hace ya mil años para el diario La Nación. Lejos, lo mejor del tomo está en las cuatro páginas finales, con la historia del Gigante Buenagente, una cátedra de humor fino, imaginación, dibujo, color y timing. Después hay algunos hallazgos, cuatro o cinco chistes de esos que te hacen reir fuerte, algunos personajes nuevos con potencial (La Guadalupe), nerdeadas varias y muchas tiras en las que Liniers nos pasea por climas y situaciones que ya vimos tantas veces en Macanudo que uno se pregunta si no son republicaciones o versiones redibujadas de chistes de hace ocho o diez años. Pero bueno, el universo de la tira diaria funciona así, con la reiteración como un elemento más, y con la familiaridad entre el lector y las situaciones como un pilar sobre el que se sostiene casi todo lo demás. Y sí, Liniers ha sabido romper ese esquema con la frecuencia suficiente como para que lo sigamos leyendo con atención… además de maravillarnos con la calidad de sus dibujos.
¡Volvemos pronto con más reseñas!
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martes, 11 de octubre de 2016
UNA LARGA Y UNA CORTA
Si yo te digo que sale un TPB donde dibujan Adam Hughes, Eduardo Risso y Andy Kubert y a este último lo entintan el Viejo Joe y Bill Sienkiewicz, lo lógico es que me respondas “lo quiero ya, aunque lo escriba mi abuela con alzheimer, drogada, borracha y en medio de una orgía con travestis, enanos, burros y sindicalistas que no le hacen paros a los gobiernos que dejan sin laburo a sus afiliados”. Pero no, en la tapa dice “Before Watchmen”, entonces (y en consonancia con la reseña de aquel 04/02/12) hay que desconfiar. Vamos, entonces, a diseccionar este voluminoso TPB que recopila todo lo que escribió el maestro J.M. Straczynski para la polémica serie de precuelas de Watchmen.
La primera miniserie, la de Nite-Owl, arranca tranqui, como intentando darle más volumen a la participación de Dan Dreiberg y su antecesor en Watchmen, y rápidamente deriva hacia otro lado: una aventura de Nite Owl en la que también participa Rorschach y que se despega bastante no del tono pero sí de la trama del clásico de Alan Moore y Dave Gibbons. Hay villanos a los que nunca habíamos oído nombrar, un misterio, machaca, es un lindo comic de justicieros urbanos que se anima a descolgarse de las tetas de la saga original y se queda con un elemento (el de las hecatombes hormonales de Dreiberg vinculadas a los trajes y las máscaras) que en el comic original no tenía tanto peso, obviamente porque en 1986 no se podía hacer mucho énfasis en la temática sexual. No es la gloria, pero está muy bien. Y como me pasó en Kick-Ass con Romita Jr., me encantó ver a Andy Kubert dibujando garches hardcore de los que jamás se ven en los típicos comics de superhéroes.
La miniserie de Dr. Manhattan es muy rara. Más que una narración, parece una descripción, o una indagación. A Straczynski no le interesa tanto contar una historia, sino pensar cómo es, qué se siente ser Dr. Manhattan. Por supuesto hay un origen expandido, con muchas secuencias ambientadas en la infancia y juventud de Jon Osterman, pero lo que más hay son idas y vueltas en el tiempo y una exploración de las distintas posibilidades que se abren para adelante, para atrás y para los costados cada vez que Jon toma una u otra decisión. No está mal, es una idea arriesgada, llevada a cabo con mucha jerarquía por el guionista, pero puede llegar a aburrir precisamente por lo elevado de los conceptos y las ambiciones que maneja. El dibujo de Adam Hughes, glorioso.
Y los dos numeritos de Moloch también me gustaron mucho. El primer episodio indaga un poco más en el origen del personaje, le da mucha más carnadura, y el segundo nos explica en detalle cómo y por qué se arma la rosca entre el ex-villano y Adrian Veidt, hasta dónde llega ese pacto y por qué se rompe. Sin dudas, es el pedacito de este TPB al que más le cuesta escapar a la estructura y a la trama de la historieta original, la que tiene más secuencias que transcurren en paralelo con el núcleo argumental de Watchmen, pero de acá también Straczynski salió airoso. El dibujo de Risso, demoledor, como siempre.
Un muy lejano 23/09/13, me cruzaba en una antología con el autor chileno Necrotax y decía: “Cuando se afiance en su estilo gráfico, este autor se puede poner interesante”. Bien, en Zink, novela gráfica editada en 2014 (con episodios previamente publicados en soporte digital), se ve a este autor mucho más afianzado. De hecho hay poquísimos desajustes en la anatomía y lo único que no me convenció fueron los recursos gráficos a los que echa mano Necrotax para darle grises a una historieta que hubiese quedado mil veces mejor en blanco y negro puro. Zink cuenta la historia de una banda de rock del palo industrial extremo, y si bien no tiene un conflicto “externo” fuerte, se nutre muy bien del entorno y de los conflictos internos de estos jóvenes que viven en el Chile de hoy, lo sufren, lo transitan como pueden y luchan contra algunos aspectos de ese sistema de capitalismo salvaje tan afianzado del otro lado de la cordillera, al que nuestros actuales gobernantes miran con tanto cariño. Zink es un comic realista, intimista, con una fuerte impronta social, con la intención de ser testimonio de una época, o quizás bandera de una generación. No hace falta entender de música industrial para disfrutarlo, pero sí es fundamental estar familiarizado con el slang de la juventud chilena actual: si no sabés qué son la raja, la pega, la weá, weón, brígido, cuático, caleta y un par de expresiones más, Zink te va a resultar indescifrable. Pero está muy bien, me mostró una muy loable evolución de Necrotax y me dejó bastante cebado para leer más acerca de estos personajes y su sueño rebelde, transgresor e incandescente.
Uh, esto se hizo larguísimo. Dejamos acá y retomamos pronto.
La primera miniserie, la de Nite-Owl, arranca tranqui, como intentando darle más volumen a la participación de Dan Dreiberg y su antecesor en Watchmen, y rápidamente deriva hacia otro lado: una aventura de Nite Owl en la que también participa Rorschach y que se despega bastante no del tono pero sí de la trama del clásico de Alan Moore y Dave Gibbons. Hay villanos a los que nunca habíamos oído nombrar, un misterio, machaca, es un lindo comic de justicieros urbanos que se anima a descolgarse de las tetas de la saga original y se queda con un elemento (el de las hecatombes hormonales de Dreiberg vinculadas a los trajes y las máscaras) que en el comic original no tenía tanto peso, obviamente porque en 1986 no se podía hacer mucho énfasis en la temática sexual. No es la gloria, pero está muy bien. Y como me pasó en Kick-Ass con Romita Jr., me encantó ver a Andy Kubert dibujando garches hardcore de los que jamás se ven en los típicos comics de superhéroes.
La miniserie de Dr. Manhattan es muy rara. Más que una narración, parece una descripción, o una indagación. A Straczynski no le interesa tanto contar una historia, sino pensar cómo es, qué se siente ser Dr. Manhattan. Por supuesto hay un origen expandido, con muchas secuencias ambientadas en la infancia y juventud de Jon Osterman, pero lo que más hay son idas y vueltas en el tiempo y una exploración de las distintas posibilidades que se abren para adelante, para atrás y para los costados cada vez que Jon toma una u otra decisión. No está mal, es una idea arriesgada, llevada a cabo con mucha jerarquía por el guionista, pero puede llegar a aburrir precisamente por lo elevado de los conceptos y las ambiciones que maneja. El dibujo de Adam Hughes, glorioso.
Y los dos numeritos de Moloch también me gustaron mucho. El primer episodio indaga un poco más en el origen del personaje, le da mucha más carnadura, y el segundo nos explica en detalle cómo y por qué se arma la rosca entre el ex-villano y Adrian Veidt, hasta dónde llega ese pacto y por qué se rompe. Sin dudas, es el pedacito de este TPB al que más le cuesta escapar a la estructura y a la trama de la historieta original, la que tiene más secuencias que transcurren en paralelo con el núcleo argumental de Watchmen, pero de acá también Straczynski salió airoso. El dibujo de Risso, demoledor, como siempre.
Un muy lejano 23/09/13, me cruzaba en una antología con el autor chileno Necrotax y decía: “Cuando se afiance en su estilo gráfico, este autor se puede poner interesante”. Bien, en Zink, novela gráfica editada en 2014 (con episodios previamente publicados en soporte digital), se ve a este autor mucho más afianzado. De hecho hay poquísimos desajustes en la anatomía y lo único que no me convenció fueron los recursos gráficos a los que echa mano Necrotax para darle grises a una historieta que hubiese quedado mil veces mejor en blanco y negro puro. Zink cuenta la historia de una banda de rock del palo industrial extremo, y si bien no tiene un conflicto “externo” fuerte, se nutre muy bien del entorno y de los conflictos internos de estos jóvenes que viven en el Chile de hoy, lo sufren, lo transitan como pueden y luchan contra algunos aspectos de ese sistema de capitalismo salvaje tan afianzado del otro lado de la cordillera, al que nuestros actuales gobernantes miran con tanto cariño. Zink es un comic realista, intimista, con una fuerte impronta social, con la intención de ser testimonio de una época, o quizás bandera de una generación. No hace falta entender de música industrial para disfrutarlo, pero sí es fundamental estar familiarizado con el slang de la juventud chilena actual: si no sabés qué son la raja, la pega, la weá, weón, brígido, cuático, caleta y un par de expresiones más, Zink te va a resultar indescifrable. Pero está muy bien, me mostró una muy loable evolución de Necrotax y me dejó bastante cebado para leer más acerca de estos personajes y su sueño rebelde, transgresor e incandescente.
Uh, esto se hizo larguísimo. Dejamos acá y retomamos pronto.
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lunes, 3 de octubre de 2016
TRES TEXTICULOS
Allá por 2002, cuando acá no lo publicaba nadie, Max Cachimba editó un hermoso álbum en España, con dos historietas: una de 31 pàginas y una de 15. La más larga, Un Cuarto de Pollo, es una aventura delirante que combina costumbrismo con una trama conspirativa de científicos bizarros, espías rusos y enanos de jardín. Cachimba banca en casi toda la obra la grilla de seis viñetas iguales y se apoya mucho en el texto, al punto que casi todos los dibujos son ilustraciones de algo que el autor ya nos contó en los bloques de texto. Cada tanto, el peso del relato recae en la secuencia de imágenes y nos acordamos por qué a fines de los ´80 y principios de los ´90 este pibe rosarino estuvo tan cerca de ascender al Olimpo. El humor que pela Cachimba en este trabajo mezcla el absurdo, la ternura freak, y –para mi sorpresa- algunos coqueteos con el humor más verbal, más basado en los juegos de palabras. Lo cierto es que la historieta se hace muy llevadera y entretenida.
La segunda historieta, Llueve, casi no tiene trama. Sucede en 15 páginas algo que podría suceder en cuatro viñetas, y todo el resto, el núcleo, la sustancia, cualquier atractivo que pudiera tener la obra, pasa por el clima, por la forma en que Cachimba elige mostrarnos eso que pasa, y otras cosas que no hacen a la trama en sí y pasan alrededor de esta. Un experimento raro, de comic más descriptivo que narrativo, apoyado en la belleza y la simplicidad de las imágenes. Visualmente, en las dos historias vemos al Cachimba del Siglo XXI, el del trazo limpito, apenitas tembloroso, que encontró la síntesis eliminando por completo la mancha negra y coloreando con sutileza esas formas raras que siguen siendo su marca de fábrica. Si sos fan de Cachimba, buscá este libro, porque (además de ser interesantísimo) es material que no creo que esté publicado en ningún otro lado.
También de 2002 es el Vol.3 de Promethea, obra clave de Alan Moore y J.H. Williams III. Acá también tenemos un experimento atípico. Moore y Williams se embarcan en un extenso arco argumental en el que la idea no es exactamente contar una historia en la que pasan ciertas cosas que llevan hacia un cierto desenlace, sino que tiene más bien la estructura de un viaje, de un paseo en el que Sophie y Barbara recorren las dimensiones que están más allá de la Inmateria. En cada uno de estos lugares hay un mini-peligro, un mini-desafío, pero lo importante es lo otro: la data que nos baja el Mago de Northampton acerca de la Cabala, la relación entre los números, las letras, los símbolos, los planetas, los días de la semana, los dioses de distintos panteones y algunos conceptos mucho más universales, como el lenguaje, el amor, la destrucción, la matemática, el alma, la furia, la imaginación, la memoria, etc. El propio Moore se da cuenta de que se va al carajo con la cantidad de data que tira. En un momento, Sophie comenta la relación entre el ajedrez, la mandrágora y el número 8, y al toque dice “Dios, ¿cómo sabía yo eso?”. Y, porque te escribe un tipo que (como en From Hell) no se aguanta las ganas de levantar la mano al grito de “¡Yo, señorita! !Yo estudié! !Yo sé todo!”. Ah, los tramos en el mundo real, con Stacia en el rol de Promethea, son brillantes. Quiero más de eso en el Vol.4, que no sé cuándo voy a leer. Lo de J.H. Williams, sin palabras. “Majestuoso”, “fastuoso” y “glorioso” le quedan muy chicas.
Y cierro con Leyendas de la Tierra del Fuego, editado en Ushuaia a fines de 2014. Acá, los dibujantes Omar Hirsig y Germán Pasti narran en forma de breves historietas los mitos y leyendas de las distintas tribus de aborígenes que poblaban ese triangulito que pende del extremo sur del mapa de Argentina, allá abajo, cerca de la Antártida y de la Savage Land. El escritor Federico Rodríguez se encargó de convertir esos relatos en guiones de historieta, y en general están bien, aunque hay algunas ideas tan grossas que uno quisiera verlas desarrollarse a lo largo de más páginas, con menos cuadros por página, con la información menos abarrotada. Serán ocho o diez a lo largo de todo el tomo, pero posta, son tan locas y gancheras que daban para una novela gráfica dedicada a cada una. Y después hay muchas historias que efectivamente se podían sintetizar en una o dos páginas sin desaprovechar su impacto. En cuanto a los dibujantes, flojito Germán Pasti, en un estilo muy pendiente del realismo fotográfico pero con serios problemas en el entintado; y muy bien Omar Hirsig, una especie de clon de Jok con gran manejo de la iluminación, del claroscuro, y capaz de que esas páginas repletas de cuadros y bloques de texto se vean bastante atractivas. Ah, hablando de bloques de texto: la tipografía de estos (que son muchos) y de los diálogos (que son pocos) se las eligió el enemigo. Sin dudas, un rubro a repensar en futuros trabajos.
Y hasta acá llegamos. Espero poder postear de nuevo el jueves, antes de salir para Córdoba. A los amigos de esa ciudad (a la que ya hace 5 años que no visito), los invito a acercarse el viernes, sábado y domingo al Docta Comic, donde voy a estar junto con grossísimos historietistas argentinos y el prócer gallego David Rubín. El lunes 10, casi seguro me pego una vuelta por Dibujados, acá en Capital Federal. ¡Nos vemos por ahí!
La segunda historieta, Llueve, casi no tiene trama. Sucede en 15 páginas algo que podría suceder en cuatro viñetas, y todo el resto, el núcleo, la sustancia, cualquier atractivo que pudiera tener la obra, pasa por el clima, por la forma en que Cachimba elige mostrarnos eso que pasa, y otras cosas que no hacen a la trama en sí y pasan alrededor de esta. Un experimento raro, de comic más descriptivo que narrativo, apoyado en la belleza y la simplicidad de las imágenes. Visualmente, en las dos historias vemos al Cachimba del Siglo XXI, el del trazo limpito, apenitas tembloroso, que encontró la síntesis eliminando por completo la mancha negra y coloreando con sutileza esas formas raras que siguen siendo su marca de fábrica. Si sos fan de Cachimba, buscá este libro, porque (además de ser interesantísimo) es material que no creo que esté publicado en ningún otro lado.
También de 2002 es el Vol.3 de Promethea, obra clave de Alan Moore y J.H. Williams III. Acá también tenemos un experimento atípico. Moore y Williams se embarcan en un extenso arco argumental en el que la idea no es exactamente contar una historia en la que pasan ciertas cosas que llevan hacia un cierto desenlace, sino que tiene más bien la estructura de un viaje, de un paseo en el que Sophie y Barbara recorren las dimensiones que están más allá de la Inmateria. En cada uno de estos lugares hay un mini-peligro, un mini-desafío, pero lo importante es lo otro: la data que nos baja el Mago de Northampton acerca de la Cabala, la relación entre los números, las letras, los símbolos, los planetas, los días de la semana, los dioses de distintos panteones y algunos conceptos mucho más universales, como el lenguaje, el amor, la destrucción, la matemática, el alma, la furia, la imaginación, la memoria, etc. El propio Moore se da cuenta de que se va al carajo con la cantidad de data que tira. En un momento, Sophie comenta la relación entre el ajedrez, la mandrágora y el número 8, y al toque dice “Dios, ¿cómo sabía yo eso?”. Y, porque te escribe un tipo que (como en From Hell) no se aguanta las ganas de levantar la mano al grito de “¡Yo, señorita! !Yo estudié! !Yo sé todo!”. Ah, los tramos en el mundo real, con Stacia en el rol de Promethea, son brillantes. Quiero más de eso en el Vol.4, que no sé cuándo voy a leer. Lo de J.H. Williams, sin palabras. “Majestuoso”, “fastuoso” y “glorioso” le quedan muy chicas.
Y cierro con Leyendas de la Tierra del Fuego, editado en Ushuaia a fines de 2014. Acá, los dibujantes Omar Hirsig y Germán Pasti narran en forma de breves historietas los mitos y leyendas de las distintas tribus de aborígenes que poblaban ese triangulito que pende del extremo sur del mapa de Argentina, allá abajo, cerca de la Antártida y de la Savage Land. El escritor Federico Rodríguez se encargó de convertir esos relatos en guiones de historieta, y en general están bien, aunque hay algunas ideas tan grossas que uno quisiera verlas desarrollarse a lo largo de más páginas, con menos cuadros por página, con la información menos abarrotada. Serán ocho o diez a lo largo de todo el tomo, pero posta, son tan locas y gancheras que daban para una novela gráfica dedicada a cada una. Y después hay muchas historias que efectivamente se podían sintetizar en una o dos páginas sin desaprovechar su impacto. En cuanto a los dibujantes, flojito Germán Pasti, en un estilo muy pendiente del realismo fotográfico pero con serios problemas en el entintado; y muy bien Omar Hirsig, una especie de clon de Jok con gran manejo de la iluminación, del claroscuro, y capaz de que esas páginas repletas de cuadros y bloques de texto se vean bastante atractivas. Ah, hablando de bloques de texto: la tipografía de estos (que son muchos) y de los diálogos (que son pocos) se las eligió el enemigo. Sin dudas, un rubro a repensar en futuros trabajos.
Y hasta acá llegamos. Espero poder postear de nuevo el jueves, antes de salir para Córdoba. A los amigos de esa ciudad (a la que ya hace 5 años que no visito), los invito a acercarse el viernes, sábado y domingo al Docta Comic, donde voy a estar junto con grossísimos historietistas argentinos y el prócer gallego David Rubín. El lunes 10, casi seguro me pego una vuelta por Dibujados, acá en Capital Federal. ¡Nos vemos por ahí!
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