Empecé el mes con un comic de DC y lo termino de la misma manera. Tengo las cifras de Septiembre de la Distri, pero me las guardo para mañana.
Este cuarto tomo de All-Star Western ya no está ni cerca del nivel que veíamos en la serie de Jonah Hex antes del reboot. Por supuesto que el problema no es la caracterización: Jimmy Palmiotti y Justin Gray conocen a la perfección al personaje y en ese sentido no derrapan nunca. El problema, en este caso, son las historias en sí.
El tomo arranca con una aventura en dos partes: un tremendo brote de cólera azota a esta Gotham City de fines del Siglo XIX y en el medio está el siempre peligroso Vandal Savage. Hasta ahí, todo bien. Pero el villano va a perder los estribos por una minita (casualmente la esposa de Alan Wayne, antepasado del Wayne que todos conocemos) y Hex lo va a derrotar de un modo muy simplista, muy fácil, para nada acorde con la chapa y el nivel de poder de Vandal Savage.
Después, casi sin explicación, Hex abandonará Gotham (y a su adláter, el Dr. Amadeus Arkham) para volver al Lejano Oeste, donde se topará con una banda de criminales depravados y malignos, a los que confrontará con la ayuda de… ¡Booster Gold! ¿Qué carajo hace ahí Booster Gold? No hay una explicación coherente. Lo cierto es que el viajero temporal está bien tratado por Palmiotti y Gray y el contrapunto entre el héroe limpito y copado y el cazador de recompensas jodido y mugriento está bien logrado. La aventura, en cambio, se cae a pedazos, y cuando los guionistas se hacen cargo de que no la van a poder resolver, pegan un volantazo muy loco: Hex cae en un vórtice temporal y aparece en la Gotham del presente (o de un futuro muy cercano) y tras una pelea con Batwing termina encerrado en el Arkham Asylum. Fin. Quizás en el próximo tomo Gray y Palmiotti se dignen a explicarnos qué carajo está pasando, qué es lo que causa que los personajes se desplacen en el tiempo y el espacio. O no. Igual me dejaron cebado, los guachos… me quiero enterar ya cómo zafa Hex de esta y cómo vuelve al Siglo XIX.
Como complemento, tenemos una aventura protagonizada por el StormWatch del Siglo XIX, totalmente insostenible. Obvia, intrascendente, con poca exploración en los personajes… La verdad que podía no estar y no pasaba nada. Está toda dibujada por Staz Johnson, un dibujante del montón, que por momentos parece Val Semeiks bien entintado y por momentos parece García López dibujando con el pie izquierdo. No llega a ser horrendo (entre otras cosas porque el entintado es realmente sólido), pero no tiene nada interesante para aportar.
Todas las páginas dedicadas a Jonah Hex están dibujadas por Moritat, a quien ya le queda poco de esa impronta finoli, de dibujante europeo que se quemó las pestañas estudiando a Jean Giraud. Con tal de bancar el ritmo de 20 páginas al mes, Moritat se deforma, se simplifica, se convierte en un obrero más del lápiz y –sin ser choto ni mucho menos- renuncia a muchos de los rasgos más interesantes de su estilo. De los que conserva, el que más me gusta es esa solvencia para narrar de lejos, infrecuente en el comic pochoclero de DC. Bastante a menudo, Moritat tira la cámara para atrás y nos regala unas panorámicas de Gotham escalofriantes, obviamente logradas en base a referencias fotográficas o ilustraciones de dibujantes del Siglo XIX, pero todo muy bien integrado a su grafismo, en parte por mérito propio y en parte por mérito de los coloristas. En esas tomas “de lejos”, Moritat se mata en los detalles: multitudes perfectamente dibujadas, con cuidado infinitesimal en peinados, trajes, vehículos… Es casi entendible que cada tanto el dibujante pida llevarse a Hex al Oeste, donde hay que dibujar menos gente, menos edificios, menos carruajes, menos todo. Y la última página, esa splash de Hex encerrado en la celda acolchada, es gloriosa: parece dibujada por Berni Wrightson en su mejor época. O sea que, mal que mal, esto se ve bien, no hay manchas en la faz gráfica, más allá de que uno sabe que, con más tiempo, Moritat podría resolver todo mucho mejor.
Creo que me faltan… dos libros y completo todo Jonah Hex de Gray y Palmiotti. Vamos menos fanatizados que antes, pero vamos…
miércoles, 30 de septiembre de 2015
martes, 29 de septiembre de 2015
29/09: ADOLF Vol.5
Después de tantas vueltas, tantas peripecias, tantas muertes y tantos desencuentros, la saga ochentosa de Osamu Tezuka llega a su fin. Predeciblemente, el tema de los documentos que prueban que Adolf Hitler tenía sangre judía se va a resolver cuando el führer ya esté muerto. Eso era obvio desde… la mitad del tomo anterior. La resolución está buena, tiene dramatismo, fuerza… pero llega tarde y nadie esperaba otra cosa. De hecho, me encantó la forma en que Tezuka narra con lujo de detalles los últimos días en la vida de Hitler. No son tantas páginas, pero están muy bien investigadas y muy bien puestas en el contexto de la historieta.
El final del líder de los nazis ya lo conocíamos. ¿Y los otros tres personajes importantes? Tezuka mueve los hilos para volver a enredar, sin forzar el verosímil, al ex-periodista Sohei Toge, a Adolf Kamil y a Adolf Kaufmann, quien se convierte en el hilo conductor, en el personaje claramente central de este último tramo de la obra. Hasta acá, Kaufmann había sido el personaje de los conflictos internos, de los dilemas morales jodidos: lo vimos dejar a pesar suyo su Japón natal para viajar a Berlín, enrolarse en la Juventud Hitleriana, asimilar la ideología nazi, matar judíos primero con mucho recelo, ayudar a fugarse a una chica judía de la que se enamoró, codearse primero y traicionarse después con jerarcas muy grossos, muy cercanos al führer, y finalmente emprender el regreso a Japón. Y sin embargo no sabíamos si ponerle el rótulo de villano, por lo complejo y contradictorio del personaje. Las primeras 100 páginas de este tomo se encargan de sacarnos todas las dudas: ahí lo vemos a Kaufmann torturar, violar y matar sin el menor resquemor.
Si bien tendrá más adelante su final feliz, en este tomo Toge vuelve a la vida de sobresaltos, a soportar piñas, patadas, explosiones, torturas y pérdidas de seres queridos. Sin embargo, bancará los trapos hasta el final y sin dudas será EL héroe de esta historia. El rol de Adolf Kamil pareciera ser erigirse en contrafigura de Adolf Kaufmann, y el contrapunto entre ellos funciona muy bien… un ratito. Enseguida se hace obvio que la dimensión, la carnadura, el relieve de Kaufmann supera ampliamente al de su amigo de la infancia.
Como todos sabemos, la Segunda Guerra Mundial termina en 1945, con la aventura imperial de Hitler hecha añicos y dos ciudades japonesas atomizadas. Pero a Tezuka le quedan no uno, sino dos ases bajo la manga: un epílogo de apenas 7 páginas ambientado en Israel en 1983 (año en que se empezó a publicar Adolf), y antes de eso, una secuencia electrizante de 37 páginas, ambientada en 1973, donde las fuerzas arnadas de Israel combaten contra la Organización para la Liberación de Palestina. Adolf Kamil está de un lado, Adolf Kaufmann del otro, y en un giro asombroso y tremendamente efectivo, esta vez ¡los judíos son los malos!, los que asesinan a mujeres y niños sin la menor piedad. Eso mismo que graficó Howard Chaykin en la polémica “La Sonrisa de Hitler” allá por 1989 (ver reseña del 07/08/14), Tezuka ya lo planteaba cuatro años antes, con una crudeza devastadora.
Al final, lo que nos quiere decir el Dios del Manga en todas estas páginas es que matar gente por cuestiones de raza, de religión o de nacionalidad, es una animalada cósmica. Corta la bocha. No importa si son judíos, arios, ponjas, árabes o yankis. En algún punto, todos se envuelven en alguna bandera para mandarse cagadas y eso es lo que Tezuka busca de algún modo denunciar y repudiar.
No me queda espacio para hablar del dibujo, pero ya hablamos bastante en las reseñas anteriores. Subrayo una boludez, nomás: el autor del prólogo de este tomo (el historiador, guionista y traductor Gerard Jones) también sospecha que para cuando realizó esta obra Tezuka ya había leído bastante a Will Eisner y absorbido algo de la influencia del maestro. Yo deslicé esa apreciación en reseñas anteriores a riesgo de estar fruteando, pero ahora creo que la emboqué… o que los fruteros somos unos cuantos.
Alguien tiene que hacer urgente una segunda versión de Adolf mucho más sintética, menos laberíntica y más directa, en la que el mensaje de Tezuka pegue más fuerte y no se diluya tanto en conflictos accesorios, subtramas y pseudo-misterios varios. Mientras tanto, esta obra va a quedar en la historia como el último gekiga del Dios del Manga, difícil de superar en materia de dibujo, pero lejos de los excelentes guiones que nos regaló en los ´70, en mangas más breves que impactaban más.
El final del líder de los nazis ya lo conocíamos. ¿Y los otros tres personajes importantes? Tezuka mueve los hilos para volver a enredar, sin forzar el verosímil, al ex-periodista Sohei Toge, a Adolf Kamil y a Adolf Kaufmann, quien se convierte en el hilo conductor, en el personaje claramente central de este último tramo de la obra. Hasta acá, Kaufmann había sido el personaje de los conflictos internos, de los dilemas morales jodidos: lo vimos dejar a pesar suyo su Japón natal para viajar a Berlín, enrolarse en la Juventud Hitleriana, asimilar la ideología nazi, matar judíos primero con mucho recelo, ayudar a fugarse a una chica judía de la que se enamoró, codearse primero y traicionarse después con jerarcas muy grossos, muy cercanos al führer, y finalmente emprender el regreso a Japón. Y sin embargo no sabíamos si ponerle el rótulo de villano, por lo complejo y contradictorio del personaje. Las primeras 100 páginas de este tomo se encargan de sacarnos todas las dudas: ahí lo vemos a Kaufmann torturar, violar y matar sin el menor resquemor.
Si bien tendrá más adelante su final feliz, en este tomo Toge vuelve a la vida de sobresaltos, a soportar piñas, patadas, explosiones, torturas y pérdidas de seres queridos. Sin embargo, bancará los trapos hasta el final y sin dudas será EL héroe de esta historia. El rol de Adolf Kamil pareciera ser erigirse en contrafigura de Adolf Kaufmann, y el contrapunto entre ellos funciona muy bien… un ratito. Enseguida se hace obvio que la dimensión, la carnadura, el relieve de Kaufmann supera ampliamente al de su amigo de la infancia.
Como todos sabemos, la Segunda Guerra Mundial termina en 1945, con la aventura imperial de Hitler hecha añicos y dos ciudades japonesas atomizadas. Pero a Tezuka le quedan no uno, sino dos ases bajo la manga: un epílogo de apenas 7 páginas ambientado en Israel en 1983 (año en que se empezó a publicar Adolf), y antes de eso, una secuencia electrizante de 37 páginas, ambientada en 1973, donde las fuerzas arnadas de Israel combaten contra la Organización para la Liberación de Palestina. Adolf Kamil está de un lado, Adolf Kaufmann del otro, y en un giro asombroso y tremendamente efectivo, esta vez ¡los judíos son los malos!, los que asesinan a mujeres y niños sin la menor piedad. Eso mismo que graficó Howard Chaykin en la polémica “La Sonrisa de Hitler” allá por 1989 (ver reseña del 07/08/14), Tezuka ya lo planteaba cuatro años antes, con una crudeza devastadora.
Al final, lo que nos quiere decir el Dios del Manga en todas estas páginas es que matar gente por cuestiones de raza, de religión o de nacionalidad, es una animalada cósmica. Corta la bocha. No importa si son judíos, arios, ponjas, árabes o yankis. En algún punto, todos se envuelven en alguna bandera para mandarse cagadas y eso es lo que Tezuka busca de algún modo denunciar y repudiar.
No me queda espacio para hablar del dibujo, pero ya hablamos bastante en las reseñas anteriores. Subrayo una boludez, nomás: el autor del prólogo de este tomo (el historiador, guionista y traductor Gerard Jones) también sospecha que para cuando realizó esta obra Tezuka ya había leído bastante a Will Eisner y absorbido algo de la influencia del maestro. Yo deslicé esa apreciación en reseñas anteriores a riesgo de estar fruteando, pero ahora creo que la emboqué… o que los fruteros somos unos cuantos.
Alguien tiene que hacer urgente una segunda versión de Adolf mucho más sintética, menos laberíntica y más directa, en la que el mensaje de Tezuka pegue más fuerte y no se diluya tanto en conflictos accesorios, subtramas y pseudo-misterios varios. Mientras tanto, esta obra va a quedar en la historia como el último gekiga del Dios del Manga, difícil de superar en materia de dibujo, pero lejos de los excelentes guiones que nos regaló en los ´70, en mangas más breves que impactaban más.
lunes, 28 de septiembre de 2015
28/09: TE DE NUEZ
Le entré a este libro con las expectativas muy altas, en parte por comentarios de amigos, en parte porque me había gustado mucho Dingo Romero, como consta en la reseña del 10 de Septiembre. Y la verdad que no me lo inflaron para nada. Este trabajo del inmenso Lucas Nine me pareció mucho mejor que cuando había leído estas (u otras, no recuerdo) aventuras de Timoteo y Mamelón en la Fierro… y eso que en aquel momento me habían gustado mucho.
Tiene que ver el tema del tamaño (enorme, como los álbumes europeos más grandes que tengo), la calidad de la edición, la forma en que se reproduce el color… Ya me voy a meter con ese tema, pero primero quiero hablar un poco de las historias. Las ideas motrices de las aventuras son, básicamente, caprichos. O delirios. O a veces es el propio “héroe” el que genera los conflictos. Son tramas a simple vista absurdas, que a veces tardan un poco en arrancar, como en la de la fiestita de los Arana Copetín, que tiene un final magnífico, pero que en las primeras tres o cuatro páginas da vueltas sin encontrar un rumbo. En algunos casos, sin embargo, estos festivales del disparate esconden construcciones perfectas: la del strip tease de Manuelita, o la del Asesinato en el Expreso de la Alegría, son ejemplos de historias redondas, con sustancia, con giros locos pero a la vez absolutamente coherentes.
La gracia de Té de Nuez está en los contrastes, me parece. En la idea de que un nenito protagonice historias que casi siempre derrapan hacia la violencia o la sordidez, donde todo empieza con juegos pueriles, meras travesuras, hasta que a la corta o a la larga aparecen puteadas, chistes soeces, burdeles, armas de fuego, nenas manoseadas y mujeres violadas. Lucas le saca mucho jugo a esa “bipolaridad” y la convierte en un elemento humorístico sumamente disfrutable.
Además juega con la ucronía: las historias parecen estar ambientadas en una Buenos Aires de 100 años atrás, pero en las historias aparecen menciones a cosas que en 1915 no existían, como la tele, el peronismo, la Pantera Rosa, las canciones de Duran Duran, The Doors, Pipo Pescador y Margarito Tereré. Andá a saber cuántas de esas referencias pescaron los franceses (que tuvieron libro de Té de Nuez mucho antes que nosotros). También en los diálogos aparecen giros, palabras y hasta refranes muy de la Buenos Aires atildada de principios del siglo pasado, como para que impacte más la irrupción de ciertos términos actuales, que Nine mete en boca de chicos vestidos como Buster Brown.
Y por encima de todo esto pasa un tren (una aplanadora, en realidad) que es el dibujo. Lucas parece meter personajes de Lionel Feininger sobre decorados de Winsor McCay. Parte del juego parece ser ese: subvertir la estética de los pioneros del comic americano, al agregarle primeros planos, planos medios y demás recursos que aquellos primeros virtuosos no manejaban. En las secuencias en las que Nine trabaja con cuadros en los que los personajes se ven de cuerpo entero (la escena de la obra de teatro, la de la calesita, o la de Timoteo andando en triciclo por el patio de la abuela), esto se nota más. A esto hay que sumarle el maravilloso tratamiento de las texturas en los fondos y todas las referencias a las artes plásticas, especialmente a Toulouse Lautrec, cuyos cabarulos y burdeles vuelven a latir de la mano de Nine. Y por supuesto el estilo propio de Lucas, esa fluidez en el trazo, ese desparpajo en la línea que acentúa tanto las expresiones de las caras como la dinámica de los movimientos, muchas veces tan extremos como en los cartoons más zarpados de Bugs Bunny o Tom & Jerry.
Me divertí muchísimo con Té de Nuez, la verdad que me encantó. Le desconfiaba al formato, de entrada me pareció ostentoso y lujoso al pedo. Ahora creo que está bien, que este trabajo era para publicarse así. Lo cual a la vez es medio choto, porque el precio deja afuera a muchos posibles interesados. Alguno dirá “para leer historietas por dos mangos, en formato popular e impreso así nomás está la Fierro”. Y un poco es así, pero Té de Nuez no es una obra para imprimir así nomás, con los colores empastados y demás vicios de la Fierro. Y la de Borges Inspector de Aves tampoco, así que ojalá algún editor tome nota y la saque pronto en libro…
Tiene que ver el tema del tamaño (enorme, como los álbumes europeos más grandes que tengo), la calidad de la edición, la forma en que se reproduce el color… Ya me voy a meter con ese tema, pero primero quiero hablar un poco de las historias. Las ideas motrices de las aventuras son, básicamente, caprichos. O delirios. O a veces es el propio “héroe” el que genera los conflictos. Son tramas a simple vista absurdas, que a veces tardan un poco en arrancar, como en la de la fiestita de los Arana Copetín, que tiene un final magnífico, pero que en las primeras tres o cuatro páginas da vueltas sin encontrar un rumbo. En algunos casos, sin embargo, estos festivales del disparate esconden construcciones perfectas: la del strip tease de Manuelita, o la del Asesinato en el Expreso de la Alegría, son ejemplos de historias redondas, con sustancia, con giros locos pero a la vez absolutamente coherentes.
La gracia de Té de Nuez está en los contrastes, me parece. En la idea de que un nenito protagonice historias que casi siempre derrapan hacia la violencia o la sordidez, donde todo empieza con juegos pueriles, meras travesuras, hasta que a la corta o a la larga aparecen puteadas, chistes soeces, burdeles, armas de fuego, nenas manoseadas y mujeres violadas. Lucas le saca mucho jugo a esa “bipolaridad” y la convierte en un elemento humorístico sumamente disfrutable.
Además juega con la ucronía: las historias parecen estar ambientadas en una Buenos Aires de 100 años atrás, pero en las historias aparecen menciones a cosas que en 1915 no existían, como la tele, el peronismo, la Pantera Rosa, las canciones de Duran Duran, The Doors, Pipo Pescador y Margarito Tereré. Andá a saber cuántas de esas referencias pescaron los franceses (que tuvieron libro de Té de Nuez mucho antes que nosotros). También en los diálogos aparecen giros, palabras y hasta refranes muy de la Buenos Aires atildada de principios del siglo pasado, como para que impacte más la irrupción de ciertos términos actuales, que Nine mete en boca de chicos vestidos como Buster Brown.
Y por encima de todo esto pasa un tren (una aplanadora, en realidad) que es el dibujo. Lucas parece meter personajes de Lionel Feininger sobre decorados de Winsor McCay. Parte del juego parece ser ese: subvertir la estética de los pioneros del comic americano, al agregarle primeros planos, planos medios y demás recursos que aquellos primeros virtuosos no manejaban. En las secuencias en las que Nine trabaja con cuadros en los que los personajes se ven de cuerpo entero (la escena de la obra de teatro, la de la calesita, o la de Timoteo andando en triciclo por el patio de la abuela), esto se nota más. A esto hay que sumarle el maravilloso tratamiento de las texturas en los fondos y todas las referencias a las artes plásticas, especialmente a Toulouse Lautrec, cuyos cabarulos y burdeles vuelven a latir de la mano de Nine. Y por supuesto el estilo propio de Lucas, esa fluidez en el trazo, ese desparpajo en la línea que acentúa tanto las expresiones de las caras como la dinámica de los movimientos, muchas veces tan extremos como en los cartoons más zarpados de Bugs Bunny o Tom & Jerry.
Me divertí muchísimo con Té de Nuez, la verdad que me encantó. Le desconfiaba al formato, de entrada me pareció ostentoso y lujoso al pedo. Ahora creo que está bien, que este trabajo era para publicarse así. Lo cual a la vez es medio choto, porque el precio deja afuera a muchos posibles interesados. Alguno dirá “para leer historietas por dos mangos, en formato popular e impreso así nomás está la Fierro”. Y un poco es así, pero Té de Nuez no es una obra para imprimir así nomás, con los colores empastados y demás vicios de la Fierro. Y la de Borges Inspector de Aves tampoco, así que ojalá algún editor tome nota y la saque pronto en libro…
domingo, 27 de septiembre de 2015
27/09: VELVET Vol.1
Ed Brubaker y Steve Epting, la dupla a cargo del más atractivo de los muchos relanzamientos que tuvo Captain America en las últimas dos décadas, se vuelve a reunir para una historia ambientada en el fascinante submundo del recontra-espionaje. No es una movida que nos descoloque: si alguna marca potente dejó esta dupla en los comics del Capi América fue precisamente la de sumergir a los clásicos superhéroes en tramas que tenían más que ver con el espionaje que con las clásicas luchas entre buenos y malos. Y claro, acá, donde todo está creado y controlado por ellos, gozan de una libertad que en Marvel no les iban a dar nunca.
Esta es la historia de Velvet Templeton, una chica de… casi 40 años diría yo, que hace mucho tiempo trabaja como secretaria del capo máximo de una agencia de espionaje hiper-secreta. Estamos en Londres, a principios de los ´70, y alguien liquida a sangre fría al más grosso de los agentes de esta organización, al James Bond de este universo ficticio. ¿Y de quién sospechan todos? ¿A quién parecen incriminar las pocas pistas que aparecen? A Velvet. Y ahí viene el volantazo más atractivo de este primer tomo: Brubaker nos revela que, a pesar de sus muchos años laburando atrás de un escritorio, Velvet fue entrenada en su adolescencia para ser una mega-espía, la número uno, una especie de Batman/ Nick Fury con cuerpo de señorita y ovarios de titanio.
Obviamente la cacería de la secretaria que pasó a la clandestinidad se va a poner espesa y Velvet va a tener que recurrir a sombríos personajes de su pasado para escapar de los agentes que responden a su ex-jefe, y sobre todo para blanquear su nombre y demostrar que no fue ella quien liquidó a X-14, el finado émulo de James Bond. La aventura rápidamente va a imponer su ritmo, con machaca y persecuciones de alto octanaje, pero sin romper nunca el verosímil. Lo más realista, donde más se nota la investigación por parte de Brubaker es en la tecnología: armas, autos, chiches de los espías… todo está anclado en la realidad de los ´70 y no se mueve de ahí. Y después el detalle ya casi humorístico de que todos los personajes fumen. Esa boludez que tanta gracia le causaba a los que miraban Mad Men (jamás la vi, así que no sé si estaba buena) acá también está y llama mucho la atención. Supongo que lo que se busca es subrayar el contrapunto con los comics actuales donde, incluso en las historias de corte realista, apuntadas al público adulto, prácticamente no hay personajes que fuman.
El dibujo de Steve Epting está muy bien, al nivel de sus mejores episodios en Captain America. Muy pendiente de la referencia fotográfica, pero sin convertirse en un Juan Carlos Flicker del montón, Epting enfatiza desde el dibujo esa sensación de realismo, y de que todo lo que sucede está minuciosamente investigado. La influencia más clara en este trabajo de Epting es la del maestro Paul Gulacy, sobre todo en sus historias para Warren de la segunda mitad de los ´70. Y la impronta es siempre muy clásica, muy académica, sin ser acartonada. Incluso en la puesta en página, Epting la juega conservadora. No tanto como la mayoría de los comics de 1973, pero ahí, al límite.
Velvet arrancó muy interesante, muy sólida, con todo para convertirse en una nueva adicción. Espero que Brubaker y Epting no la estiren al pedo y que sigan priorizando la intriga (la Guerra Fría les da un marco excelente para ahondar en eso) por sobre la espectacularidad, que también está y es bienvenida.
Esta es la historia de Velvet Templeton, una chica de… casi 40 años diría yo, que hace mucho tiempo trabaja como secretaria del capo máximo de una agencia de espionaje hiper-secreta. Estamos en Londres, a principios de los ´70, y alguien liquida a sangre fría al más grosso de los agentes de esta organización, al James Bond de este universo ficticio. ¿Y de quién sospechan todos? ¿A quién parecen incriminar las pocas pistas que aparecen? A Velvet. Y ahí viene el volantazo más atractivo de este primer tomo: Brubaker nos revela que, a pesar de sus muchos años laburando atrás de un escritorio, Velvet fue entrenada en su adolescencia para ser una mega-espía, la número uno, una especie de Batman/ Nick Fury con cuerpo de señorita y ovarios de titanio.
Obviamente la cacería de la secretaria que pasó a la clandestinidad se va a poner espesa y Velvet va a tener que recurrir a sombríos personajes de su pasado para escapar de los agentes que responden a su ex-jefe, y sobre todo para blanquear su nombre y demostrar que no fue ella quien liquidó a X-14, el finado émulo de James Bond. La aventura rápidamente va a imponer su ritmo, con machaca y persecuciones de alto octanaje, pero sin romper nunca el verosímil. Lo más realista, donde más se nota la investigación por parte de Brubaker es en la tecnología: armas, autos, chiches de los espías… todo está anclado en la realidad de los ´70 y no se mueve de ahí. Y después el detalle ya casi humorístico de que todos los personajes fumen. Esa boludez que tanta gracia le causaba a los que miraban Mad Men (jamás la vi, así que no sé si estaba buena) acá también está y llama mucho la atención. Supongo que lo que se busca es subrayar el contrapunto con los comics actuales donde, incluso en las historias de corte realista, apuntadas al público adulto, prácticamente no hay personajes que fuman.
El dibujo de Steve Epting está muy bien, al nivel de sus mejores episodios en Captain America. Muy pendiente de la referencia fotográfica, pero sin convertirse en un Juan Carlos Flicker del montón, Epting enfatiza desde el dibujo esa sensación de realismo, y de que todo lo que sucede está minuciosamente investigado. La influencia más clara en este trabajo de Epting es la del maestro Paul Gulacy, sobre todo en sus historias para Warren de la segunda mitad de los ´70. Y la impronta es siempre muy clásica, muy académica, sin ser acartonada. Incluso en la puesta en página, Epting la juega conservadora. No tanto como la mayoría de los comics de 1973, pero ahí, al límite.
Velvet arrancó muy interesante, muy sólida, con todo para convertirse en una nueva adicción. Espero que Brubaker y Epting no la estiren al pedo y que sigan priorizando la intriga (la Guerra Fría les da un marco excelente para ahondar en eso) por sobre la espectacularidad, que también está y es bienvenida.
sábado, 26 de septiembre de 2015
26/09: HOY NO HAY NADA
Estoy por terminar un libro que me tiene muy enganchado, pero no llego a escribir la reseña antes de las 12 de la noche.
Mañana sí, va a estar seguro.
Esta que arranca ahora es mi última semana en Buenos Aires antes del viaje a Nueva York, y pinta muy intensa en materia de compromisos laborales y sociales. Así que no hay muchas garantías de que pueda subir reseñas todos los días. Lo vamos a intentar, obvio.
La buena noticia es que me compré una tablet y me la entregan antes de viajar, así que voy a tener acceso a internet muy fluído en aeropuertos, hoteles y hasta en el propio predio de la NY Comic Con, como para escribir y postear boludeces. Capaz sin retocar las imágenes, porque no creo que la tablet banque un photoshop, pero con la posibilidad de sacar fotos, acceder a redes y esas cosas. Para los días en que no me pueda mover de la cama después de la operación, también me va a venir joya.
Por supuesto mis amigos ya me están preguntando si voy a usar la tablet para leer comics en soporte digital. La respuesta, por ahora, es no. Sigo apostando al papel, sigo siendo talibán de los libros. No tengo la más puta idea de dónde ponerlos: ya sobrepasé ampliamente la capacidad de mis bibliotecas y no se me ocurre dónde armar nuevas. Pero igual, vamos los libros. Espero traerme otros 50 kilos de broli de Nueva York… y después vemos dónde carajo los meto.
Gracias por el aguante y la seguimos mañana, con la reseña de un comic que –repito- me tiene muy cebado.
Mañana sí, va a estar seguro.
Esta que arranca ahora es mi última semana en Buenos Aires antes del viaje a Nueva York, y pinta muy intensa en materia de compromisos laborales y sociales. Así que no hay muchas garantías de que pueda subir reseñas todos los días. Lo vamos a intentar, obvio.
La buena noticia es que me compré una tablet y me la entregan antes de viajar, así que voy a tener acceso a internet muy fluído en aeropuertos, hoteles y hasta en el propio predio de la NY Comic Con, como para escribir y postear boludeces. Capaz sin retocar las imágenes, porque no creo que la tablet banque un photoshop, pero con la posibilidad de sacar fotos, acceder a redes y esas cosas. Para los días en que no me pueda mover de la cama después de la operación, también me va a venir joya.
Por supuesto mis amigos ya me están preguntando si voy a usar la tablet para leer comics en soporte digital. La respuesta, por ahora, es no. Sigo apostando al papel, sigo siendo talibán de los libros. No tengo la más puta idea de dónde ponerlos: ya sobrepasé ampliamente la capacidad de mis bibliotecas y no se me ocurre dónde armar nuevas. Pero igual, vamos los libros. Espero traerme otros 50 kilos de broli de Nueva York… y después vemos dónde carajo los meto.
Gracias por el aguante y la seguimos mañana, con la reseña de un comic que –repito- me tiene muy cebado.
viernes, 25 de septiembre de 2015
25/09: PANCHO EL PIT BULL
Otro recopilatorio de una tira cómica, esta vez escrita por el yanki Neal Wooten (a quien nunca había oído nombrar) y dibujada por el uruguayo Nicolás Peruzzo, que ya tuvo varios libros reseñados acá en el blog.
Pancho el Pit Bull es una tira clásica, de humor costumbrista, tranqui, muy apta para todo público, muy controlada en materia de escatología y para nada comprometida en áreas como la sátira política o social. “Humor blanco” se le decía a esto cuando en Argentina había muchas tiras de este estilo. El gran problema que tiene esta tira es que se parece demasiado a Garfield: las especialidades de Pancho son las mismas que las del gato creado por Jim Davis: morfar, dormir y poner a su dueño (un pibe joven y soltero) en el rol del loser.
Obviamente los chistes no son los mismos, e incluso hay unos cuantos muy buenos, pero la onda en general de la tira se despega poco de muchas otras. En busca de recursos humorísticos, Wooten incorpora gradualmente personajes secundarios, y en un momento ensaya una solución que –para mi gusto- es trampa: diálogos entre Tato y su mascota en los que humano y perro parecen entenderse a pesar de que este último no habla. Al principio la gracia de muchos chistes pasa por esa desconexión entre lo que uno verbaliza y el otro interpreta. Para la segunda mitad, ya humano y perro parecen dialogar en la misma sintonía y, si bien de ahí salen juegos verbales graciosos, es algo que no me termina de cerrar.
Lo otro que pasa en la tira luego de las primeras semanas es que Peruzzo adopta una grilla de tres viñetas por tira y ya no se mueve de ahí. Al principio había tiras de uno y dos cuadros, pero pronto las variantes se reducen a una sola: tres viñetas por tira. Por suerte el dibujante se acomoda muy bien a esa grilla, organiza muy bien la cantidad de elementos que tiene que mostrar en cada cuadro (personajes, fondos y globos) y el dibujo se ve muy bien. Una vez más, Peruzzo acierta al agregarle al dibujo varias texturas en la etapa del coloreado. Esto, con colores planos, quizás se vería más simple, más atractivo para los más chicos (como en la portada), pero esas texturas que incorpora el uruguayo le dan a la tira una impronta más personal, que queda muy bien.
Y ya en el terreno de la suposición, intuyo la mano de Peruzzo a la hora de traducir los diálogos al rioplatense. Esta versión de la tira está llena de las expresiones que los porteños usamos todos los días, y si no nos dicen que los guiones originales los escribió un yanki, no tendríamos forma de imaginarlo. Obviamente en una tira costumbrista es fundamental que los personajes y los lectores sintonicen la misma frecuencia a la hora de los diálogos y eso está muy logrado. Hay un sólo “uruguayismo”: a las zapatillas les dicen “championes”. Pero es una sóla tira y todo el resto suena MUY gracioso al oído porteño.
Por ahora, Pancho el Pit Bull se editó en Uruguay y no se distribuyó fuera del país vecino. Pero si eventualmente lo ves, dale una oportunidad y compartilo con lectores adolescentes o con chicos de 10-12 años. Me da la sensación de que se van a copar.
Pancho el Pit Bull es una tira clásica, de humor costumbrista, tranqui, muy apta para todo público, muy controlada en materia de escatología y para nada comprometida en áreas como la sátira política o social. “Humor blanco” se le decía a esto cuando en Argentina había muchas tiras de este estilo. El gran problema que tiene esta tira es que se parece demasiado a Garfield: las especialidades de Pancho son las mismas que las del gato creado por Jim Davis: morfar, dormir y poner a su dueño (un pibe joven y soltero) en el rol del loser.
Obviamente los chistes no son los mismos, e incluso hay unos cuantos muy buenos, pero la onda en general de la tira se despega poco de muchas otras. En busca de recursos humorísticos, Wooten incorpora gradualmente personajes secundarios, y en un momento ensaya una solución que –para mi gusto- es trampa: diálogos entre Tato y su mascota en los que humano y perro parecen entenderse a pesar de que este último no habla. Al principio la gracia de muchos chistes pasa por esa desconexión entre lo que uno verbaliza y el otro interpreta. Para la segunda mitad, ya humano y perro parecen dialogar en la misma sintonía y, si bien de ahí salen juegos verbales graciosos, es algo que no me termina de cerrar.
Lo otro que pasa en la tira luego de las primeras semanas es que Peruzzo adopta una grilla de tres viñetas por tira y ya no se mueve de ahí. Al principio había tiras de uno y dos cuadros, pero pronto las variantes se reducen a una sola: tres viñetas por tira. Por suerte el dibujante se acomoda muy bien a esa grilla, organiza muy bien la cantidad de elementos que tiene que mostrar en cada cuadro (personajes, fondos y globos) y el dibujo se ve muy bien. Una vez más, Peruzzo acierta al agregarle al dibujo varias texturas en la etapa del coloreado. Esto, con colores planos, quizás se vería más simple, más atractivo para los más chicos (como en la portada), pero esas texturas que incorpora el uruguayo le dan a la tira una impronta más personal, que queda muy bien.
Y ya en el terreno de la suposición, intuyo la mano de Peruzzo a la hora de traducir los diálogos al rioplatense. Esta versión de la tira está llena de las expresiones que los porteños usamos todos los días, y si no nos dicen que los guiones originales los escribió un yanki, no tendríamos forma de imaginarlo. Obviamente en una tira costumbrista es fundamental que los personajes y los lectores sintonicen la misma frecuencia a la hora de los diálogos y eso está muy logrado. Hay un sólo “uruguayismo”: a las zapatillas les dicen “championes”. Pero es una sóla tira y todo el resto suena MUY gracioso al oído porteño.
Por ahora, Pancho el Pit Bull se editó en Uruguay y no se distribuyó fuera del país vecino. Pero si eventualmente lo ves, dale una oportunidad y compartilo con lectores adolescentes o con chicos de 10-12 años. Me da la sensación de que se van a copar.
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Pancho el Pit Bull
jueves, 24 de septiembre de 2015
24/09: LUCHA PELUCHE Vol.3
Uh, complicado… Releo las reseñas de los dos primeros tomos (14/05/10 y 05/07/14) y la verdad es que hay poco para agregar. Por supuesto lo que se suma es más alegría, porque es un placer ver nuevas tiras de Lucha Peluche recopiladas en libro. Y después, lo de siempre: la magia del Niño Rodríguez para pelar cada tanto algún personaje nuevo (Pepe Blog, Remo el 10 Emo), que aporte frescura, sorpresa y nuevas variantes a una tira a la que realmente no le falta nada.
Ya hablé mucho y muy bien de Lucha Peluche en las reseñas anteriores, y esta vez no me queda otra que repetirme. De nuevo me encontré con tiras que me arrancaron carcajadas, con ideas brillantes, con chistes vinculados a la coyuntura de 2009 que aún hoy impactan por lo zarpados o lo absurdos… Sin dudas estamos ante una tira que soportó de modo impoluto el paso del tiempo. ¿La mejor tira argentina del Siglo XXI? Sigo convencido de que sí, de que ninguna otra la supera, y eso que en estos 15 años hemos tenido muchas muy buenas.
Sobre el final del tomito aparecen las dos ideas que más fuerte me pegaron: Rocamora, el mega-magnate de las empresas, ícono del capitalismo salvaje, sacrifica obreros en un altar consagrado al dinero. Y Dios trata de resetear el Universo porque se colgó el sistema y el Diablo mete la cola para complicarle la tarea. Veníamos de muchas tiras espectaculares, eh? Pero esas páginas donde el Niño aborda estos temas fueron –lejos- mis favoritas.
Bloggers, modelos, virtuosos del balompié con un témpano en el pecho, villas, elecciones, gripe porcina, grafittis, capitalismo salvaje, operaciones mediáticas, roscas entre gobiernos y empresas, astronautas, paco, soja transgénica, campañas políticas, plaga de mosquitos, cámaras de seguridad… El Niño demuestra una vez más que no hay límites, que no hay temas con los que no se jode, a veces desde el humor frontal, a garrotazo limpio, a veces desde un humor más sutil, y a veces sin la menor intención de sacarnos una sonrisa, sino más bien de invitarnos a reflexionar.
Todavía queda material aparecido en el efímero diario Crítica como para un tomito más de Lucha Peluche, así que sobran los motivos para bancar la colección, para comprar los tres tomos que ya salieron, atesorarlos y recomendarlos a full. Acá no hay relleno, no hay chamuyo, no hay ni siquiera la intención de quedar bien con nadie. Lucha Peluche reparte duro y parejo, y si no es más tremenda, es por lo lindo que se ve el dibujo, por el esfuerzo estético (infrecuente en las tiras diarias) que el Niño le puso al color, a las tipografías, al diseño de los fondos… Esto dibujado en un estilo más crudo, más desangelado (pienso, por ejemplo, en el estilo de Esteban Podetti en sus tiras de Barcelona), sería imposible de digerir, por el nivel de mala leche que tienen muchas de las tiras.
En fin, no te cebo más. El diario donde salía Lucha Peluche todos los días se fue a la B hace más de cinco años. Sin embargo, la historieta da revancha y De la Flor te ofrece la oportunidad única de descubrir ahora esta tira y cebarte con ella como si fuera la hiper-novedad. Si hace mucho que no consumís tiras de autores argentinos, y creés que todo es Gaturro, Macanudo o clones nostalgiosos de Quino y Caloi, te cuento que no, que en este siglo este país dio muchas tiras originales y excelentes. De todas esas, la que a mí más me gusta es Lucha Peluche. Ya fue todo.
Ya hablé mucho y muy bien de Lucha Peluche en las reseñas anteriores, y esta vez no me queda otra que repetirme. De nuevo me encontré con tiras que me arrancaron carcajadas, con ideas brillantes, con chistes vinculados a la coyuntura de 2009 que aún hoy impactan por lo zarpados o lo absurdos… Sin dudas estamos ante una tira que soportó de modo impoluto el paso del tiempo. ¿La mejor tira argentina del Siglo XXI? Sigo convencido de que sí, de que ninguna otra la supera, y eso que en estos 15 años hemos tenido muchas muy buenas.
Sobre el final del tomito aparecen las dos ideas que más fuerte me pegaron: Rocamora, el mega-magnate de las empresas, ícono del capitalismo salvaje, sacrifica obreros en un altar consagrado al dinero. Y Dios trata de resetear el Universo porque se colgó el sistema y el Diablo mete la cola para complicarle la tarea. Veníamos de muchas tiras espectaculares, eh? Pero esas páginas donde el Niño aborda estos temas fueron –lejos- mis favoritas.
Bloggers, modelos, virtuosos del balompié con un témpano en el pecho, villas, elecciones, gripe porcina, grafittis, capitalismo salvaje, operaciones mediáticas, roscas entre gobiernos y empresas, astronautas, paco, soja transgénica, campañas políticas, plaga de mosquitos, cámaras de seguridad… El Niño demuestra una vez más que no hay límites, que no hay temas con los que no se jode, a veces desde el humor frontal, a garrotazo limpio, a veces desde un humor más sutil, y a veces sin la menor intención de sacarnos una sonrisa, sino más bien de invitarnos a reflexionar.
Todavía queda material aparecido en el efímero diario Crítica como para un tomito más de Lucha Peluche, así que sobran los motivos para bancar la colección, para comprar los tres tomos que ya salieron, atesorarlos y recomendarlos a full. Acá no hay relleno, no hay chamuyo, no hay ni siquiera la intención de quedar bien con nadie. Lucha Peluche reparte duro y parejo, y si no es más tremenda, es por lo lindo que se ve el dibujo, por el esfuerzo estético (infrecuente en las tiras diarias) que el Niño le puso al color, a las tipografías, al diseño de los fondos… Esto dibujado en un estilo más crudo, más desangelado (pienso, por ejemplo, en el estilo de Esteban Podetti en sus tiras de Barcelona), sería imposible de digerir, por el nivel de mala leche que tienen muchas de las tiras.
En fin, no te cebo más. El diario donde salía Lucha Peluche todos los días se fue a la B hace más de cinco años. Sin embargo, la historieta da revancha y De la Flor te ofrece la oportunidad única de descubrir ahora esta tira y cebarte con ella como si fuera la hiper-novedad. Si hace mucho que no consumís tiras de autores argentinos, y creés que todo es Gaturro, Macanudo o clones nostalgiosos de Quino y Caloi, te cuento que no, que en este siglo este país dio muchas tiras originales y excelentes. De todas esas, la que a mí más me gusta es Lucha Peluche. Ya fue todo.
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miércoles, 23 de septiembre de 2015
23/09: DAREDEVIL: END OF DAYS
La verdad que me compré este libro por cariño al personaje, y porque en la tapa aparecía el nombre de Bill Sienkiewicz. No tenía mucha idea del argumento, ni grandes expectativas acerca de la historia, que prometía narrar un posible fin de Matt Murdock. Ahora que lo leí, me pongo de pie para felicitar a Brian Michael Bendis y David Mack, los guionistas de la obra, por un excelente trabajo que va mucho más allá del homenaje a Daredevil por sus primeros 50 años de publicación.
La premisa tiene algo de eso, de revisitar momentos emblemáticos en la carrera del Cuernitos a través de personajes (tanto aliados como enemigos) que fueron importantes en las distintas etapas de su vida. Ben Urich se convierte en el hilo conductor de la trama en la que el gran misterio es una palabra (un nombre, en realidad) que llega a pronunciar Daredevil justo antes de morir, al mejor estilo Citizen Kane. De la mano del periodista, Bendis y Mack repasan las andanzas de Matt Murdock que nos narraran Frank Miller, Ann Nocenti, John Romita Jr., Kevin Smith, y por supuesto, ellos mismos. De hecho, el final resulta ser un cierre arriba del cierre para aquella saga del año 2000 en la que Bendis y Mack metieron mano por primera vez en la historia del personaje.
Una investigación a cargo de un periodista acerca de la muerte de un héroe es algo que, de por sí, promete poca machaca. Y está muy bien. Bendis sabe perfectamente cómo mantener el suspenso y la tensión en un comic sin que todo pase por las piñas y las patadas. Para la segunda parte, en cambio, el guión se las rebusca para que haya un poco más de acción, en parte por el rol que asume Punisher (con una caracterización que mezcla aciertos y pifias) y en parte porque los autores meten una sucesión un tanto traída de los pelos de ninjas y villanos de la B Metropolitana. Lo bueno es que todo eso es un complemento y el foco nunca se desvía de la investigación de Urich, que termina con el status quo MUY cambiado y no una, sino dos revelaciones muy grossas acerca del legado de Daredevil.
No quiero spoilear nada acerca de estas revelaciones, ni siquiera cuando este es un final alternativo para Daredevil, una historia pensada para no entrar nunca en continuidad, porque es obvio que mientras genere un billete, el Cuernitos no va a morir. Pero cuando Bendis y Mack me cagaron a sopapos con ese final brillante, redondo, impecable, me vino a la mente la ya famosa frase de mi amigo Fede “el Freak” Velasco, que alguna vez sentenciara: “Daredevil es el más DC de todos los personajes de Marvel”. Parece una paradoja, porque si hay un guionista de Marvel que uno no relaciona ni drogado con DC es Bendis. Y sin embargo, el legado que esta saga plantea para Daredevil tiene el inconfundible aroma de los “legacy heroes” de DC.
Por el lado del dibujo, David Mack aporta algunas splash pages en su característico estilo (muy lindo, maestro, pero a ver cuándo volvés a dibujar historietas) y lo mismo hace Alex Maleev, pero no en su estilo Juan Carlos Flicker, sino más plástico, más lindo. De todos modos, son poquísimas páginas las que no están dibujadas por Klaus Janson y entintadas por Sienkiewicz. El que tiene la misión de interpretar los guiones y darles forma de relato gráfico es Janson, y el encargado de que le dibujo de Janson vibre, emocione y por momentos deslumbre es Sienkiewicz. Además de entintar, Bill mete algunas imágenes de su propia cosecha (en su inconfundible estilo pictórico), pero lo notable es cómo le imprime su sello al dibujo de Janson, sin interferir en el planteo narrativo del otrora entintador de Frank Miller. Tanto pone Sienkiewicz en la tinta que logra que el dibujo de Janson (a veces un poco tosco, o falto de dinamismo) se vea fresco, intenso, moderno y –como siempre- recontra expresivo.
Si sos fan de Daredevil, este libro te va a emocionar y a estremecer de principio a fin. Si además amás al Daredevil de Bendis, acá vas a encontrar el broche de oro ideal (aunque imposible) a aquella inolvidable etapa en la vida del personaje. Y si sos fan de Sienkiewicz, acá lo vas a ver brillar en su faceta de entintador, como ya hiciera en los ´90 en tantos comics de DC. Posta, me encontré con un comic muy por encima de lo que yo esperaba leer, y eso me hizo muy feliz.
La premisa tiene algo de eso, de revisitar momentos emblemáticos en la carrera del Cuernitos a través de personajes (tanto aliados como enemigos) que fueron importantes en las distintas etapas de su vida. Ben Urich se convierte en el hilo conductor de la trama en la que el gran misterio es una palabra (un nombre, en realidad) que llega a pronunciar Daredevil justo antes de morir, al mejor estilo Citizen Kane. De la mano del periodista, Bendis y Mack repasan las andanzas de Matt Murdock que nos narraran Frank Miller, Ann Nocenti, John Romita Jr., Kevin Smith, y por supuesto, ellos mismos. De hecho, el final resulta ser un cierre arriba del cierre para aquella saga del año 2000 en la que Bendis y Mack metieron mano por primera vez en la historia del personaje.
Una investigación a cargo de un periodista acerca de la muerte de un héroe es algo que, de por sí, promete poca machaca. Y está muy bien. Bendis sabe perfectamente cómo mantener el suspenso y la tensión en un comic sin que todo pase por las piñas y las patadas. Para la segunda parte, en cambio, el guión se las rebusca para que haya un poco más de acción, en parte por el rol que asume Punisher (con una caracterización que mezcla aciertos y pifias) y en parte porque los autores meten una sucesión un tanto traída de los pelos de ninjas y villanos de la B Metropolitana. Lo bueno es que todo eso es un complemento y el foco nunca se desvía de la investigación de Urich, que termina con el status quo MUY cambiado y no una, sino dos revelaciones muy grossas acerca del legado de Daredevil.
No quiero spoilear nada acerca de estas revelaciones, ni siquiera cuando este es un final alternativo para Daredevil, una historia pensada para no entrar nunca en continuidad, porque es obvio que mientras genere un billete, el Cuernitos no va a morir. Pero cuando Bendis y Mack me cagaron a sopapos con ese final brillante, redondo, impecable, me vino a la mente la ya famosa frase de mi amigo Fede “el Freak” Velasco, que alguna vez sentenciara: “Daredevil es el más DC de todos los personajes de Marvel”. Parece una paradoja, porque si hay un guionista de Marvel que uno no relaciona ni drogado con DC es Bendis. Y sin embargo, el legado que esta saga plantea para Daredevil tiene el inconfundible aroma de los “legacy heroes” de DC.
Por el lado del dibujo, David Mack aporta algunas splash pages en su característico estilo (muy lindo, maestro, pero a ver cuándo volvés a dibujar historietas) y lo mismo hace Alex Maleev, pero no en su estilo Juan Carlos Flicker, sino más plástico, más lindo. De todos modos, son poquísimas páginas las que no están dibujadas por Klaus Janson y entintadas por Sienkiewicz. El que tiene la misión de interpretar los guiones y darles forma de relato gráfico es Janson, y el encargado de que le dibujo de Janson vibre, emocione y por momentos deslumbre es Sienkiewicz. Además de entintar, Bill mete algunas imágenes de su propia cosecha (en su inconfundible estilo pictórico), pero lo notable es cómo le imprime su sello al dibujo de Janson, sin interferir en el planteo narrativo del otrora entintador de Frank Miller. Tanto pone Sienkiewicz en la tinta que logra que el dibujo de Janson (a veces un poco tosco, o falto de dinamismo) se vea fresco, intenso, moderno y –como siempre- recontra expresivo.
Si sos fan de Daredevil, este libro te va a emocionar y a estremecer de principio a fin. Si además amás al Daredevil de Bendis, acá vas a encontrar el broche de oro ideal (aunque imposible) a aquella inolvidable etapa en la vida del personaje. Y si sos fan de Sienkiewicz, acá lo vas a ver brillar en su faceta de entintador, como ya hiciera en los ´90 en tantos comics de DC. Posta, me encontré con un comic muy por encima de lo que yo esperaba leer, y eso me hizo muy feliz.
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martes, 22 de septiembre de 2015
22/09: EL ESCORPION Vol.10
Más de dos años esperé para enterarme cómo carajo terminaba esta saga de El Escorpión, en la que Stephen Desberg y Enrico Marini dejaron de lado la impronta original de la serie (aventuras indianajonescas en la época del Renacimiento) para meterse a fondo en la dramática resolución del origen de Armando Catalano. En este último tramo, todo pasa por la conjura, por la intriga palaciega, por las luchas de poder entre las familias más poderosas de Roma, y las armas no son tanto las espadas y los chumbos como los secretos: mal y tarde, saltarán a la luz secretos escabrosos guardados hace décadas y la historia pegará unos volantazos tan alucinantes que la aventura, la machaca y las persecusiones pasarán rápidamente a un tercer plano. Desberg se guardó para la última mano varias cartas jodidas y hasta se dio el lujo de no cerrar del todo TODAS las puntas, en parte porque hay un sutil sembradío de plots para el Vol.11 (que ya salió y deseo con toda mi alma) y en parte porque era virtualmente imposible cerrar en 46 páginas todo lo que estaba pendiente de resolución, incluyendo líneas argumentales acumuladas a lo largo de varios tomos.
Lo cierto es que, en estas 46 páginas, cerramos la trama de la filiación de Armando, su confrontación con su principal enemigo y hasta respondimos la incógnita acerca de su vida sentimental. Para eso, Desberg despliega un montón de recursos narrativos, principalmente flashbacks y muchos cortes, muchas escenas breves, que se suceden unas a otras de modo trepidante, hasta que recién en el último tercio del álbum empiezan a aparecer las secuencias más largas. Al igual que en el tomo anterior, lo único criticable es que Desberg no supo reducir a tiempo el elenco. Lo amplió, lo amplió, y cuando quemaron las papas, tuvo que relegar a un montón de personajes a roles muy chiquitos, o sacarlos de escena con excusas medio prendidas con alfileres. Pero era eso, o extender la saga un álbum más y ya la tensión estaba en un punto demasiado jodido…
No quiero contar nada del argumento porque las revelaciones son muy grossas. Me voy con el dibujo de Marini, que se encuentra frente a un desafío muy zarpado con esto de las mini-secuencias. Tres, cuatro viñetas, y se terminó la escena. Y de nuevo a cambiar de ambientación, de lugares, de épocas y de personajes. Y a las tres viñetas, nos vamos a otra cosa, a los santos pedos, durante más de medio libro. Eso es MUY complicado para cualquier dibujante, pero el suizo hijo de tanos se arremanga y lo resuelve con categoría. El truco es apoyarse en la paleta de colores: cada vez que cambia el engamado, cambia la escena. Y así no te perdés nunca. En una misma página tenés varias viñetas engamadas en gris y marrón (el nacimiento de Armando), en azules (escenas del presente que transcurren de noche a la intemperie), en dorado (también del presente, pero adentro de un palacio), en verde (escenas de la juventud de los Trebaldi)… y así uno se arma las equivalencias entre colores y ambientaciones y no queda pagando cuando la trama salta de un tiempo o de un lugar a otro. Todo lo demás está dibujado de puta madre, como siempre, con esos primeros planos fuertes, esos momentos en los que la acción desborda la grilla de ocho o nueve viñetas por página y ese laburo exquisito en las secuencias mudas. Marini está en un momento increíble y cada página suya es una verdadera cátedra.
Como ya mencioné más arriba, el año pasado salió el Vol.11, donde aparentemente arranca un nuevo arco argumental, y eventualmente lo capturaré para leerlo. El Escorpión sigue estando entre las adicciones realmente jodidas para todos los que queremos leer aventura histórica con mucho rigor documental, pero también con onda, emociones, peleas, runflas, garches, diálogos ingeniosos y personajes capaces de trascender las épocas y los géneros. Banco a esta serie hasta que aplaudan los Playmobil.
Lo cierto es que, en estas 46 páginas, cerramos la trama de la filiación de Armando, su confrontación con su principal enemigo y hasta respondimos la incógnita acerca de su vida sentimental. Para eso, Desberg despliega un montón de recursos narrativos, principalmente flashbacks y muchos cortes, muchas escenas breves, que se suceden unas a otras de modo trepidante, hasta que recién en el último tercio del álbum empiezan a aparecer las secuencias más largas. Al igual que en el tomo anterior, lo único criticable es que Desberg no supo reducir a tiempo el elenco. Lo amplió, lo amplió, y cuando quemaron las papas, tuvo que relegar a un montón de personajes a roles muy chiquitos, o sacarlos de escena con excusas medio prendidas con alfileres. Pero era eso, o extender la saga un álbum más y ya la tensión estaba en un punto demasiado jodido…
No quiero contar nada del argumento porque las revelaciones son muy grossas. Me voy con el dibujo de Marini, que se encuentra frente a un desafío muy zarpado con esto de las mini-secuencias. Tres, cuatro viñetas, y se terminó la escena. Y de nuevo a cambiar de ambientación, de lugares, de épocas y de personajes. Y a las tres viñetas, nos vamos a otra cosa, a los santos pedos, durante más de medio libro. Eso es MUY complicado para cualquier dibujante, pero el suizo hijo de tanos se arremanga y lo resuelve con categoría. El truco es apoyarse en la paleta de colores: cada vez que cambia el engamado, cambia la escena. Y así no te perdés nunca. En una misma página tenés varias viñetas engamadas en gris y marrón (el nacimiento de Armando), en azules (escenas del presente que transcurren de noche a la intemperie), en dorado (también del presente, pero adentro de un palacio), en verde (escenas de la juventud de los Trebaldi)… y así uno se arma las equivalencias entre colores y ambientaciones y no queda pagando cuando la trama salta de un tiempo o de un lugar a otro. Todo lo demás está dibujado de puta madre, como siempre, con esos primeros planos fuertes, esos momentos en los que la acción desborda la grilla de ocho o nueve viñetas por página y ese laburo exquisito en las secuencias mudas. Marini está en un momento increíble y cada página suya es una verdadera cátedra.
Como ya mencioné más arriba, el año pasado salió el Vol.11, donde aparentemente arranca un nuevo arco argumental, y eventualmente lo capturaré para leerlo. El Escorpión sigue estando entre las adicciones realmente jodidas para todos los que queremos leer aventura histórica con mucho rigor documental, pero también con onda, emociones, peleas, runflas, garches, diálogos ingeniosos y personajes capaces de trascender las épocas y los géneros. Banco a esta serie hasta que aplaudan los Playmobil.
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lunes, 21 de septiembre de 2015
21/09: LA LUNA DEL TORO
Ahora que se puso de moda recopilar en libro las obras de Eduardo Mazzitelli y Quique Alcatena, no era ilógico suponer que en algún momento iban a aparecer también las obras menores, por lo menos en extensión. La Luna del Toro es mucho más breve que Shankar, que Hexmoor, que Barlovento, que La Estirpe Maralha… es una miniserie, de apenas cinco episodios de 14 páginas, que necesariamente está planteada de modo muy distinto a como encaró la dupla las obras ya mencionadas.
En las obras más extensas de Mazzitelli y Alcatena, solemos ver cómo un héroe sortea un peligro atrás de otro, cómo acumula viajes y peripecias en busca de un amor, una respuesta, una epopeya, una consagración, un sentido para su vida. Cada una de estas peripecias se extiende a lo largo de un episodio, a lo sumo dos, y para el final de la serie ya hay una acumulación notable de aventuras, villanos, locaciones y sobre todo de conceptos Acá, en cambio, hay un único concepto, un único conflicto que se desarrolla a un ritmo mucho más lento, a lo largo de los cinco episodios.
La pica entre Valenco y Berdusco ocupa el centro de la trama, de punta a punta de la obra, y está desarrollado bien a fondo, con una intensidad que te pone muy nervioso, porque nos sabés hasta dónde puede llegar. Como contraparte, me pareció que Mazzitelli desaprovecha un poco el concepto más loco que tiene La Luna del Toro, que es esta raza de toros antropomórficos que alguna vez habitaron la Tierra y ahora, laberintos mediante, vigilan desde la luna. Ya desde la portada me convencí de que estos “miuros” iban a tener un protagonismo mayor, pero en la práctica tienen un rol más bien decorativo, y hasta me animo a decir que están ahí para ponerle un poco de poesía a una historia muy turbia, muy pasada de rosca en materia de muertes y desgracias. Paradojas del destino, porque ves a esos bichos y decís “ah, es una de machaca entre toreros humanos y hombres-toro mega-pulentosos”. Nada más alejado de la realidad.
En definitiva, me parece que ni los toros ni la ambientación ibérica son los principales atractivos de La Luna del Toro. Me quedo mil veces con el desarrollo de personajes, con los climas oscuros y ominosos que predominan en el guión, y con la posibilidad de ver un único conflicto desplegarse con todo su potencial, sin soslayar ninguna de sus aristas y con mucho énfasis en la crueldad y la mala leche que ponen en juego estos dos caballeros de tan noble apariencia.
Al tratarse de una obra breve, para esta edición se tomó la decisión acertada de incorporar como complemento una historieta unitaria, autoconclusiva, que sólo conecta con La Luna del Toro por compartir una ambientación pseudo-española. La Muerte Púrpura es un breve relato de justicia, demencia y lealtad, MUY al estilo Mazzitelli-Alcatena, y además es excelente. De nuevo, la ambientación no es el elemento principal, ni el más interesante, pero la historia es un auténtico deleite.
Del dibujo de Alcatena, a esta altura no hace falta hablar. Creo que lo que más me gustó fueron esos primeros planos de Berdusco en los que tiene rasgos de Vincent Price. Pero obviamente hay magia, pasión y talento gráfico desmesurado en todas las páginas, tanto de la historia principal como de la complementaria.
La Luna del Toro no entra a la lista de las historietas fundamentales de Alcatena y Mazzitelli, pero para pasar un buen rato está perfecta: no te mezquina ni emociones, ni buenos personajes, ni textos profundos ni dibujos gloriosos. Un lindo agregado a la biblioteca que todos nos estamos armando con los libros que les editan cada vez más a menudo a estos dos próceres del Noveno Arte.
En las obras más extensas de Mazzitelli y Alcatena, solemos ver cómo un héroe sortea un peligro atrás de otro, cómo acumula viajes y peripecias en busca de un amor, una respuesta, una epopeya, una consagración, un sentido para su vida. Cada una de estas peripecias se extiende a lo largo de un episodio, a lo sumo dos, y para el final de la serie ya hay una acumulación notable de aventuras, villanos, locaciones y sobre todo de conceptos Acá, en cambio, hay un único concepto, un único conflicto que se desarrolla a un ritmo mucho más lento, a lo largo de los cinco episodios.
La pica entre Valenco y Berdusco ocupa el centro de la trama, de punta a punta de la obra, y está desarrollado bien a fondo, con una intensidad que te pone muy nervioso, porque nos sabés hasta dónde puede llegar. Como contraparte, me pareció que Mazzitelli desaprovecha un poco el concepto más loco que tiene La Luna del Toro, que es esta raza de toros antropomórficos que alguna vez habitaron la Tierra y ahora, laberintos mediante, vigilan desde la luna. Ya desde la portada me convencí de que estos “miuros” iban a tener un protagonismo mayor, pero en la práctica tienen un rol más bien decorativo, y hasta me animo a decir que están ahí para ponerle un poco de poesía a una historia muy turbia, muy pasada de rosca en materia de muertes y desgracias. Paradojas del destino, porque ves a esos bichos y decís “ah, es una de machaca entre toreros humanos y hombres-toro mega-pulentosos”. Nada más alejado de la realidad.
En definitiva, me parece que ni los toros ni la ambientación ibérica son los principales atractivos de La Luna del Toro. Me quedo mil veces con el desarrollo de personajes, con los climas oscuros y ominosos que predominan en el guión, y con la posibilidad de ver un único conflicto desplegarse con todo su potencial, sin soslayar ninguna de sus aristas y con mucho énfasis en la crueldad y la mala leche que ponen en juego estos dos caballeros de tan noble apariencia.
Al tratarse de una obra breve, para esta edición se tomó la decisión acertada de incorporar como complemento una historieta unitaria, autoconclusiva, que sólo conecta con La Luna del Toro por compartir una ambientación pseudo-española. La Muerte Púrpura es un breve relato de justicia, demencia y lealtad, MUY al estilo Mazzitelli-Alcatena, y además es excelente. De nuevo, la ambientación no es el elemento principal, ni el más interesante, pero la historia es un auténtico deleite.
Del dibujo de Alcatena, a esta altura no hace falta hablar. Creo que lo que más me gustó fueron esos primeros planos de Berdusco en los que tiene rasgos de Vincent Price. Pero obviamente hay magia, pasión y talento gráfico desmesurado en todas las páginas, tanto de la historia principal como de la complementaria.
La Luna del Toro no entra a la lista de las historietas fundamentales de Alcatena y Mazzitelli, pero para pasar un buen rato está perfecta: no te mezquina ni emociones, ni buenos personajes, ni textos profundos ni dibujos gloriosos. Un lindo agregado a la biblioteca que todos nos estamos armando con los libros que les editan cada vez más a menudo a estos dos próceres del Noveno Arte.
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miércoles, 16 de septiembre de 2015
16/09: BLACK SCIENCE Vol.1
Hacía muchos, muchísimos años que no leía historietas de Rick Remender. Me acuerdo que leí esa etapa de Punisher War Journal que dibujaba Ariel Olivetti, y era el famoso combo “un episodio bueno, dos más o menos y uno choto”. Y cuando se fue Ariel, se hizo virtualmente ilegible. Sumémosle a esto la típica desconfianza que me generan los guionistas que escriben chotocientas revistas por mes y así fue cómo no me acerqué ni siquiera a series muy recomendadas por mis amigos como Uncanny X-Force o Uncanny Avengers.
Pero bueno, no sé bien por qué me animé con Black Science. La verdad es que no me arrepiento en lo más mínimo. Se trata de un comic con una premisa muy loca y muchos hallazgos en el desarrollo, en la construcción de los personajes y en los diálogos. Remender elige contar la historia con saltos para adelante y para atrás, o sea que hay que prestarle mucha atención. Además los protagonistas viajan por dimensiones paralelas en las que cada tanto se encuentran con versiones “variants” de ellos mismos, o sea que estamos hablando de un nivel de complejidad que va mucho más allá de la lucha entre buenos y malos.
Y quizás lo mejor que tiene Black Science sea eso, que no están delimitados los roles de buenos y malos. Los protagonistas son, en general, bastante ambiguos, capaces de actos que parecen heroicos y también de actos hipócritas, arteros o motivados por intereses poco altruistas. El personaje más importante (por ahora) es Grant McKay, un tipo básicamente bueno, inteligente y creativo, pero muy soberbio, muy cabezadura y muy garca a la hora de meterle los cuernos a su esposa con una compañera de equipo. Una especie de Reed Richards más real, más enchastrado de defectos. Y villanos… por ahora no está tan claro quiénes son los villanos. Hay personajes menos escrupulosos que McKay, sin dudas, pero de ahí a calzarles el rótulo de “malos”… esta historieta es muy poco obvia en ese sentido.
Las aventuras de Grant McKay y su equipo a través de las distintas dimensiones tienen muchísimo ritmo, giros impredecibles y la sensación de que nadie está del todo a salvo. La premisa de la serie le da a Remender infinitas posibilidades de crear situaciones extremas, peligros extraños y demás momentos de alto impacto y el guionista los aprovecha a full. Y como además los personajes tienen un background fuerte, de los que conviene revelar de a poco, no creo que la serie pierda impulso ni sorpresa con el correr de los episodios.
El dibujo de Matteo Scalera está muy bien, pero tiene un problema. En el primer episodio, el colorista Dean White deja LA VIDA y lo colorea como si fuera una novela gráfica de los ´80, o una serie de ciencia-ficción y fantasía de las que leíamos en Zona 84, Epic o Metal Hurlant. Con un despliegue de recursos increíble, con una paleta llena de efectos ochentosos y coqueteos con lo más selecto de la ilustración fantástica, White convierte las páginas de Scalera en una orgía visual que trasciende la imaginación. Y a partir del segundo episodio, baja varios cambios y colorea a Black Science como lo que es: un serie regular en formato comic-book. Obvio que está bueno, pero al lado de esas primeras páginas, todo es de la B. De hecho Scalera parece un Sean Murphy de la B, con algunas cositas de Rafael Albuquerque. Y es buenísimo, eh? Pero mucho del impacto y de la originalidad con la que Scalera te enamora en el primer episodio tiene más que ver con la magia cromática de Dean White que con los méritos artísticos de este joven italiano oriundo de Parma.
Black Science es una especie de versión oscura y malalechística de los Fantastic Four, que no se lee como un comic de superhéroes, sino como uno de ciencia-ficción ido al carajo. Con un enorme desempeño de Rick Remender y un equipo artístico en el que Dean White realza hasta el infinito el buen trabajo de Matteo Scalera, esta serie tiene todo para convertirse en adicción. Quiero ya el Vol.2.
Pero bueno, no sé bien por qué me animé con Black Science. La verdad es que no me arrepiento en lo más mínimo. Se trata de un comic con una premisa muy loca y muchos hallazgos en el desarrollo, en la construcción de los personajes y en los diálogos. Remender elige contar la historia con saltos para adelante y para atrás, o sea que hay que prestarle mucha atención. Además los protagonistas viajan por dimensiones paralelas en las que cada tanto se encuentran con versiones “variants” de ellos mismos, o sea que estamos hablando de un nivel de complejidad que va mucho más allá de la lucha entre buenos y malos.
Y quizás lo mejor que tiene Black Science sea eso, que no están delimitados los roles de buenos y malos. Los protagonistas son, en general, bastante ambiguos, capaces de actos que parecen heroicos y también de actos hipócritas, arteros o motivados por intereses poco altruistas. El personaje más importante (por ahora) es Grant McKay, un tipo básicamente bueno, inteligente y creativo, pero muy soberbio, muy cabezadura y muy garca a la hora de meterle los cuernos a su esposa con una compañera de equipo. Una especie de Reed Richards más real, más enchastrado de defectos. Y villanos… por ahora no está tan claro quiénes son los villanos. Hay personajes menos escrupulosos que McKay, sin dudas, pero de ahí a calzarles el rótulo de “malos”… esta historieta es muy poco obvia en ese sentido.
Las aventuras de Grant McKay y su equipo a través de las distintas dimensiones tienen muchísimo ritmo, giros impredecibles y la sensación de que nadie está del todo a salvo. La premisa de la serie le da a Remender infinitas posibilidades de crear situaciones extremas, peligros extraños y demás momentos de alto impacto y el guionista los aprovecha a full. Y como además los personajes tienen un background fuerte, de los que conviene revelar de a poco, no creo que la serie pierda impulso ni sorpresa con el correr de los episodios.
El dibujo de Matteo Scalera está muy bien, pero tiene un problema. En el primer episodio, el colorista Dean White deja LA VIDA y lo colorea como si fuera una novela gráfica de los ´80, o una serie de ciencia-ficción y fantasía de las que leíamos en Zona 84, Epic o Metal Hurlant. Con un despliegue de recursos increíble, con una paleta llena de efectos ochentosos y coqueteos con lo más selecto de la ilustración fantástica, White convierte las páginas de Scalera en una orgía visual que trasciende la imaginación. Y a partir del segundo episodio, baja varios cambios y colorea a Black Science como lo que es: un serie regular en formato comic-book. Obvio que está bueno, pero al lado de esas primeras páginas, todo es de la B. De hecho Scalera parece un Sean Murphy de la B, con algunas cositas de Rafael Albuquerque. Y es buenísimo, eh? Pero mucho del impacto y de la originalidad con la que Scalera te enamora en el primer episodio tiene más que ver con la magia cromática de Dean White que con los méritos artísticos de este joven italiano oriundo de Parma.
Black Science es una especie de versión oscura y malalechística de los Fantastic Four, que no se lee como un comic de superhéroes, sino como uno de ciencia-ficción ido al carajo. Con un enorme desempeño de Rick Remender y un equipo artístico en el que Dean White realza hasta el infinito el buen trabajo de Matteo Scalera, esta serie tiene todo para convertirse en adicción. Quiero ya el Vol.2.
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martes, 15 de septiembre de 2015
15/09: YA LLEGA COMICÓPOLIS
Tenía un libro leído, pero por esos avatares de la organización de Comicópolis y de mis temas personales de salud, no llego a reseñarlo hoy. Seguramente mañana sí, postearé esa reseña antes de arrancar con el paréntesis que se va a extender de jueves a domingo.
Porque claro, en esas fechas (17 al 20 de este mes) nos internamos en Tecnópolis para vivir cuatro días al recontra-palo, en el festival de historieta más grosso y ambicioso del que yo tenga memoria, por lo menos en esta región del universo. Todavía quedan pendientes algunas propuestas de Esperando Comicópolis, pero la hinchada ya late al ritmo del festival que arranca el jueves a las 12. La verdad es que la expectativa (nuestra y de ustedes) es enorme, porque el clima amaga con estar espléndido, porque la feria va a explotar de stands llenos de material a excelentes precios (incluyendo cosas que el resto del año no se ven por acá ni en sueños), y porque la programación está pensada para sacarle el mayor jugo posible a más de 30 invitados de todas partes del mundo, donde se mezclan hiper-consagrados y grossos a los que está buenísimo descubrir. ¿Querés la programación completa, día por día, hora por hora y espacio por espacio? Está en la web de Comicópolis, http://comicopolis.ar/2015/
Ya empezaron a llegar los invitados, ya se están colgando las muestras, ya Tecnópolis se empieza a vestir de historieta. No hace falta que te cebe contando lo bien que la vas a pasar. Ya lo sabés porque ya viniste los años anteriores, o porque alguien que fue te lo contó, o porque viste fotos o videos. Pero te recuerdo un detalle más, MUY importante: en Comicópolis TODO es gratis. Traé guita para detonar en la feria, pero la entrada, la inscripción a todos los talleres, las charlas, las firmas de todos los artistas, la presentación de carpetas para los editores que vienen de otros países y hasta el show que va a brindar Art Spiegelman en el microestadio de Tecnópolis son GRATIS. Si venís en auto, el estacionamiento también es GRATIS.
Si te copa la historieta (algo bastante probable si entrás a un blog como este), del 17 al 20 tenés una cita impostergable, a la que vienen (además de los invitados) un montón de artistas, editores y fans de otras provincias argentinas y de otros países de Latinoamérica. Algo bastante lógico, porque eventos como este no abundan en ningún lado. Yo voy a estar laburando a full en la organización, pero si nos cruzamos, acercate y saludá. Pero sobre todo, disfrutá. Trabajamos muchos meses para que Comicópolis sea la fiesta más grossa de los fans de la historieta y el objetivo es tan simple como eso: que vengas y la pases bien.
¡Nos vemos allá, a partir del jueves al mediodía!
Porque claro, en esas fechas (17 al 20 de este mes) nos internamos en Tecnópolis para vivir cuatro días al recontra-palo, en el festival de historieta más grosso y ambicioso del que yo tenga memoria, por lo menos en esta región del universo. Todavía quedan pendientes algunas propuestas de Esperando Comicópolis, pero la hinchada ya late al ritmo del festival que arranca el jueves a las 12. La verdad es que la expectativa (nuestra y de ustedes) es enorme, porque el clima amaga con estar espléndido, porque la feria va a explotar de stands llenos de material a excelentes precios (incluyendo cosas que el resto del año no se ven por acá ni en sueños), y porque la programación está pensada para sacarle el mayor jugo posible a más de 30 invitados de todas partes del mundo, donde se mezclan hiper-consagrados y grossos a los que está buenísimo descubrir. ¿Querés la programación completa, día por día, hora por hora y espacio por espacio? Está en la web de Comicópolis, http://comicopolis.ar/2015/
Ya empezaron a llegar los invitados, ya se están colgando las muestras, ya Tecnópolis se empieza a vestir de historieta. No hace falta que te cebe contando lo bien que la vas a pasar. Ya lo sabés porque ya viniste los años anteriores, o porque alguien que fue te lo contó, o porque viste fotos o videos. Pero te recuerdo un detalle más, MUY importante: en Comicópolis TODO es gratis. Traé guita para detonar en la feria, pero la entrada, la inscripción a todos los talleres, las charlas, las firmas de todos los artistas, la presentación de carpetas para los editores que vienen de otros países y hasta el show que va a brindar Art Spiegelman en el microestadio de Tecnópolis son GRATIS. Si venís en auto, el estacionamiento también es GRATIS.
Si te copa la historieta (algo bastante probable si entrás a un blog como este), del 17 al 20 tenés una cita impostergable, a la que vienen (además de los invitados) un montón de artistas, editores y fans de otras provincias argentinas y de otros países de Latinoamérica. Algo bastante lógico, porque eventos como este no abundan en ningún lado. Yo voy a estar laburando a full en la organización, pero si nos cruzamos, acercate y saludá. Pero sobre todo, disfrutá. Trabajamos muchos meses para que Comicópolis sea la fiesta más grossa de los fans de la historieta y el objetivo es tan simple como eso: que vengas y la pases bien.
¡Nos vemos allá, a partir del jueves al mediodía!
lunes, 14 de septiembre de 2015
14/09: ADOLF Vol.4
Se me ocurren cien, mil, un millón de formas de contar esta misma historia en muchas menos páginas, de un modo mucho menos enroscado, más simple, más directo, pero esta mezcla entre laberinto y montaña rusa que propone Osamu Tezuka no está nada mal. Me falta un tomo para terminar y lo único que me hace sospechar que estamos cerca del final es el avance en las fechas. Empezamos en 1936 y ya estamos en 1944, cuando al Tercer Reich ya le queda poco tiempo de vida. Todo el kilombo de la serie pasa por unos documentos que supuestamente prueban que Adolf Hitler tiene sangre judía, y ya sabemos que Hitler va a morir (o algo así) en Abril de 1945. Veremos si la historia llega a esa fecha, o si Tezuka la resuelve antes (o después, nunca se sabe).
Mientras tanto, Adolf es un culebrón interminable, donde cada cosa que parece resolverse en realidad no hace más que abrir nuevas puntas argumentales. Esta vez, el periodista japonés Toge tiene pocas escenas, aunque importantes. Y de nuevo, el que se ve sometido a las situaciones más jodidas, más extremas, es Adolf Kaufmann, el chico nacido en Japón, ahora al servicio del führer en Berlín. Tezuka le dedica las últimas 90 páginas del tomo a este personaje cuyas convicciones se sacuden a medida que se mete más y más en el círculo interno de Hitler, lleno de traidores, garcas e inescrupulosos.
¿Y Adolf Kamil? Pobre, nunca logra hacer pie en la trama. En el espacio que supuestamente le toca protagonizar al chico judío que vive en Kobe, de pronto gana prominencia un personaje nuevo, Yoshio Honda. Tezuka desarrolla a este joven muchísimo más que a Adolf Kamil y -unas 100 páginas después- decide darle un final… de esos que te hacen pensar si realmente era necesario sumar un personaje más (que incluso tiene sus propios personajes secundarios) a una trama ya tan compleja.
Para el final del tomo, Adolf Kaufmann está en pleno viaje de regreso a Japón. Un viaje repleto de peripecias absurdas, groseramente estiradas, pero que lo va a llevar al reencuentro con su madre (uno de los personajes secundarios mejor planteados) y al esperado cara a cara con Adolf Kamil. Así que, aunque ya sepamos lo que le espera al führer y sus planes de conquista global, esas dos situaciones, las del plano humano, íntimo, le pueden poner al Vol.5 la pimienta suficiente para hacerlo explosivo.
El dibujo está tan bien como en los tomos anteriores, y quiero subrayar dos cosas. Primero, la escena del bombardeo a Pearl Harbor, contada por Tezuka con mucha distancia, quizás aferrado a una versión japonesa de los hechos, en la que los yankis mandan esos barcos al muere, sabiendo perfectamente que los japoneses los iban a cagar a bombazos. Los dibujos de esa secuencia están todos copiados de fotos, pero la fuerza gráfica que les pone el Manga no Kamisama es impresionante. Y después… uno supone que los personajes del Dios del Manga están dibujados en un estilo semi-funny, o por lo menos sin demasiadas pretensiones de realismo. Y eso es cierto todo el tiempo, menos cuando aparece Richard Sorge, el capo de la red de espionaje comunista, que está dibujado con rasgos mucho más trabajados, no como si estuviera copiado de una foto, pero sí como si Tezuka lo hubiese “importado” de un manga mucho más realista. Se me dirá que esto es así porque Sorge existió en la realidad, pero Hitler y Franklin D. Roosevelt también, y Tezuka los dibuja en un estilo muchísimo más caricaturesco.
En fin, con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial a la vuelta de la esquina, estamos a poco más de 200 páginas de enterarnos cómo va a cerrar Osamu Tezuka un argumento complicadísimo al que superpobló de personajes, tramas y subtramas, pero también de emociones fuertes y secuencias de alto impacto emotivo. Prometo entrarle al Vol.5 antes de fin de mes.
Mientras tanto, Adolf es un culebrón interminable, donde cada cosa que parece resolverse en realidad no hace más que abrir nuevas puntas argumentales. Esta vez, el periodista japonés Toge tiene pocas escenas, aunque importantes. Y de nuevo, el que se ve sometido a las situaciones más jodidas, más extremas, es Adolf Kaufmann, el chico nacido en Japón, ahora al servicio del führer en Berlín. Tezuka le dedica las últimas 90 páginas del tomo a este personaje cuyas convicciones se sacuden a medida que se mete más y más en el círculo interno de Hitler, lleno de traidores, garcas e inescrupulosos.
¿Y Adolf Kamil? Pobre, nunca logra hacer pie en la trama. En el espacio que supuestamente le toca protagonizar al chico judío que vive en Kobe, de pronto gana prominencia un personaje nuevo, Yoshio Honda. Tezuka desarrolla a este joven muchísimo más que a Adolf Kamil y -unas 100 páginas después- decide darle un final… de esos que te hacen pensar si realmente era necesario sumar un personaje más (que incluso tiene sus propios personajes secundarios) a una trama ya tan compleja.
Para el final del tomo, Adolf Kaufmann está en pleno viaje de regreso a Japón. Un viaje repleto de peripecias absurdas, groseramente estiradas, pero que lo va a llevar al reencuentro con su madre (uno de los personajes secundarios mejor planteados) y al esperado cara a cara con Adolf Kamil. Así que, aunque ya sepamos lo que le espera al führer y sus planes de conquista global, esas dos situaciones, las del plano humano, íntimo, le pueden poner al Vol.5 la pimienta suficiente para hacerlo explosivo.
El dibujo está tan bien como en los tomos anteriores, y quiero subrayar dos cosas. Primero, la escena del bombardeo a Pearl Harbor, contada por Tezuka con mucha distancia, quizás aferrado a una versión japonesa de los hechos, en la que los yankis mandan esos barcos al muere, sabiendo perfectamente que los japoneses los iban a cagar a bombazos. Los dibujos de esa secuencia están todos copiados de fotos, pero la fuerza gráfica que les pone el Manga no Kamisama es impresionante. Y después… uno supone que los personajes del Dios del Manga están dibujados en un estilo semi-funny, o por lo menos sin demasiadas pretensiones de realismo. Y eso es cierto todo el tiempo, menos cuando aparece Richard Sorge, el capo de la red de espionaje comunista, que está dibujado con rasgos mucho más trabajados, no como si estuviera copiado de una foto, pero sí como si Tezuka lo hubiese “importado” de un manga mucho más realista. Se me dirá que esto es así porque Sorge existió en la realidad, pero Hitler y Franklin D. Roosevelt también, y Tezuka los dibuja en un estilo muchísimo más caricaturesco.
En fin, con el desenlace de la Segunda Guerra Mundial a la vuelta de la esquina, estamos a poco más de 200 páginas de enterarnos cómo va a cerrar Osamu Tezuka un argumento complicadísimo al que superpobló de personajes, tramas y subtramas, pero también de emociones fuertes y secuencias de alto impacto emotivo. Prometo entrarle al Vol.5 antes de fin de mes.
domingo, 13 de septiembre de 2015
13/09: BIFE ANGOSTO Vol.4
Otra vez volvemos sobre el tema de los libros y los tiempos. Cada libro de Bife Angosto tiene 96 páginas. Ponele 92, porque hay que poner una carátula, un prólogo y la indicia. De a dos tiras por páginas, para llenar 92 páginas necesitás 184 tiras. Gustavo Sala produce una por semana, 52 por año. Para juntar 184 tiras producidas a ese ritmo, hacen falta tres años y medio, más o menos. ¿Los tomitos de Bife Angosto salen cada tres años y medio? No, los tiempos entre un librito y otro son bastante más breves. Entonces, ¿cómo se llenan las 96 páginas?
Esta vez, Gustavo tiene MUCHAS páginas para llenar con material inédito, que no salió en el Suplemento No de Página/12. Muchas, de verdad. Y se pone a producir material especialmente para este libro, con resultados desparejos. Los chistes de pogo, por ejemplo, son brillantes. En cambio la saga de “Bife Angosto para colorear” repite muchísimos gags que ya vimos en las tiras, mínimamente camuflados. Además, al publicar una sola tira por página y sin color, hace que le prestemos mucha más atención al dibujo, y la verdad es que no está mejor que en las tiras que salieron en el diario. Ya más cerca del final, esas cinco páginas en las que el autor se dibuja a sí mismo “negociando” con el público cuántos bises va a incluir el tomito, son un choreo a mano armada, con una idea muy obvia y dibujadas así nomás, sin un mísero fondo, apenas salvadas por el color. La última viñeta de esa serie de tiras es brillante, pero hasta llegar a ese punto, Sala te mezquina lo que vos querés leer para hacerte comer un relleno muy poco feliz.
¿Por qué tanto apuro, digo yo? ¿Por qué no esperar un año más y tener 52 tiras nuevas para llenar más dignamente 26 páginas de este librito? ¿Alguien cree que de acá a un año se van a extinguir los fans de Sala? ¿O que alguien en Página/12 está por reemplazar la tira de Bife Angosto con alguna otra? ¿Cuál es la urgencia? Si me dijeran que se trata de un boom editorial sin precedentes, que agota 60.000 ejemplares en dos meses… qué sé yo… quizás se justifica. Pero de Bife Angosto se imprimen 2000 ejemplares y se agotan –con suerte- en 9 ó 10 meses. O sea que las finanzas de la editorial no peligran si durante dos años no salen nuevos tomitos de esta colección.
Y bueno, entre todos estos “bifes infiltrados” de dispar calidad, están los bifes auténticos, los que leímos semana a semana en Página/12, o en el Facebook de Gustavo. Ahí hay, como siempre, varias gemas del humor demente-escatológico-satírico del ídolo marplatense. Y algo que no recuerdo haber visto en otros tomos: una tira que me hizo explotar de risa en la primera viñeta, me hizo reir de nuevo en la segunda y para la cuarta ya estaba doblado en tres, llorando a carcajadas. Fue la de Lito Vicious, de la página 29. Por supuesto están esos otros chistes tan típicos de Sala, donde la gracia se genera en la acumulación, o en el in crescendo de cosas cada vez más zarpadas o más ridículas, y entre esos también hay varios gloriosos. La de las caricaturas de Mahoma o la de la embarazada de izquierda entran de una en el panteón de las mejores tiras de Bife Angosto de todos los tiempos. Otras dos genialidades que quiero destacar son la de la banda que es heavy las 24 horas y la Guía Para Saber si una Película es Buena o Mala. Esa tira es perfecta y, puesto a rellenar espacio, si yo fuera Sala la habría reversionado para darle más espacio y que se lean mejor los textos, que son uno más acertado que el otro. Así, todo apretadito en 10 viñetas microscópicas, es un golazo. En una página entera, sería un hito definitivo del humor gráfico.
Del dibujo de Gustavo ya hemos hablado mucho en reseñas anteriores. Acá lo que más llama la atención es la diferencia entre las tiras a todo color, las tiras en blanco y negro y las que están coloreadas así nomás, con un solo color en los fondos o en alguna figura, sin tonalidades ni atención por los detalles. Obviamente donde mejor se ve el dibujo es donde más pilas se ponen los coloristas. La portada es bastante olvidable, con un dibujo muy extremo, sin el ingenio de ninguna de las tres portadas anteriores, y con un color (del inmenso Ariel López V.) resuelto sin demasiadas ganas.
Espero sinceramente que el próximo recopilatorio de Bife Angosto salga a fines de 2018, cuando Sala ya tenga hechas y publicadas en Página/12 una tanda de 184 tiras nuevas. Total, se trata de un autor con tanta producción por afuera de la tira, que si surge el apuro por editar nuevos libros suyos, nunca va a faltar material. Y ya sabemos (lo comprobamos varias veces acá en el blog) que mucho de lo que crea Gustavo Sala por afuera de Bife Angosto le hace el aguante tranquilamente a la tira en materia de calidad.
Esta vez, Gustavo tiene MUCHAS páginas para llenar con material inédito, que no salió en el Suplemento No de Página/12. Muchas, de verdad. Y se pone a producir material especialmente para este libro, con resultados desparejos. Los chistes de pogo, por ejemplo, son brillantes. En cambio la saga de “Bife Angosto para colorear” repite muchísimos gags que ya vimos en las tiras, mínimamente camuflados. Además, al publicar una sola tira por página y sin color, hace que le prestemos mucha más atención al dibujo, y la verdad es que no está mejor que en las tiras que salieron en el diario. Ya más cerca del final, esas cinco páginas en las que el autor se dibuja a sí mismo “negociando” con el público cuántos bises va a incluir el tomito, son un choreo a mano armada, con una idea muy obvia y dibujadas así nomás, sin un mísero fondo, apenas salvadas por el color. La última viñeta de esa serie de tiras es brillante, pero hasta llegar a ese punto, Sala te mezquina lo que vos querés leer para hacerte comer un relleno muy poco feliz.
¿Por qué tanto apuro, digo yo? ¿Por qué no esperar un año más y tener 52 tiras nuevas para llenar más dignamente 26 páginas de este librito? ¿Alguien cree que de acá a un año se van a extinguir los fans de Sala? ¿O que alguien en Página/12 está por reemplazar la tira de Bife Angosto con alguna otra? ¿Cuál es la urgencia? Si me dijeran que se trata de un boom editorial sin precedentes, que agota 60.000 ejemplares en dos meses… qué sé yo… quizás se justifica. Pero de Bife Angosto se imprimen 2000 ejemplares y se agotan –con suerte- en 9 ó 10 meses. O sea que las finanzas de la editorial no peligran si durante dos años no salen nuevos tomitos de esta colección.
Y bueno, entre todos estos “bifes infiltrados” de dispar calidad, están los bifes auténticos, los que leímos semana a semana en Página/12, o en el Facebook de Gustavo. Ahí hay, como siempre, varias gemas del humor demente-escatológico-satírico del ídolo marplatense. Y algo que no recuerdo haber visto en otros tomos: una tira que me hizo explotar de risa en la primera viñeta, me hizo reir de nuevo en la segunda y para la cuarta ya estaba doblado en tres, llorando a carcajadas. Fue la de Lito Vicious, de la página 29. Por supuesto están esos otros chistes tan típicos de Sala, donde la gracia se genera en la acumulación, o en el in crescendo de cosas cada vez más zarpadas o más ridículas, y entre esos también hay varios gloriosos. La de las caricaturas de Mahoma o la de la embarazada de izquierda entran de una en el panteón de las mejores tiras de Bife Angosto de todos los tiempos. Otras dos genialidades que quiero destacar son la de la banda que es heavy las 24 horas y la Guía Para Saber si una Película es Buena o Mala. Esa tira es perfecta y, puesto a rellenar espacio, si yo fuera Sala la habría reversionado para darle más espacio y que se lean mejor los textos, que son uno más acertado que el otro. Así, todo apretadito en 10 viñetas microscópicas, es un golazo. En una página entera, sería un hito definitivo del humor gráfico.
Del dibujo de Gustavo ya hemos hablado mucho en reseñas anteriores. Acá lo que más llama la atención es la diferencia entre las tiras a todo color, las tiras en blanco y negro y las que están coloreadas así nomás, con un solo color en los fondos o en alguna figura, sin tonalidades ni atención por los detalles. Obviamente donde mejor se ve el dibujo es donde más pilas se ponen los coloristas. La portada es bastante olvidable, con un dibujo muy extremo, sin el ingenio de ninguna de las tres portadas anteriores, y con un color (del inmenso Ariel López V.) resuelto sin demasiadas ganas.
Espero sinceramente que el próximo recopilatorio de Bife Angosto salga a fines de 2018, cuando Sala ya tenga hechas y publicadas en Página/12 una tanda de 184 tiras nuevas. Total, se trata de un autor con tanta producción por afuera de la tira, que si surge el apuro por editar nuevos libros suyos, nunca va a faltar material. Y ya sabemos (lo comprobamos varias veces acá en el blog) que mucho de lo que crea Gustavo Sala por afuera de Bife Angosto le hace el aguante tranquilamente a la tira en materia de calidad.
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sábado, 12 de septiembre de 2015
12/09: TRILLIUM
“Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos”, dijo alguna vez el inmortal Jorge Luis Borges. Y no soy fan de empezar las reseñas con citas, pero esta vez el amor (por Borges) es más fuerte. Estamos ante una historieta que TODO EL TIEMPO me remitió al máximo exponente de nuestra literatura fantástica. Una historieta plagada de ideas que obsesionaron a Borges, plasmadas de un modo distinto, en otro lenguaje (la narrativa basada en secuencias de imágenes), pero con la fuerza y la sensibilidad de los grandes relatos del maestro.
Con Trillium, el canadiense Jeff Lemire se anima a una obra con un componente de ficción mucho más presente que en sus trabajos anteriores. Esta vez, casi nada de lo que vemos existe en la realidad y nos muestra al autor lanzado a la aventura de imaginar, además de una historia, mundos enteros, culturas, razas y hasta un lenguaje. Pero claro, está la impronta de Lemire, presente y resonante más allá de los géneros en los que incursione el autor. Y además la impronta de Borges, que flota implacable sobre esta trama hipnótica de espejos rotos, paralelos perfectos y recuerdos desfasados.
¿Es una historia de amor a contramano, de guerra impulsada por la ambición, de viajes en el tiempo, de preservación de una especie? Sí, Trillium es eso y mucho más. No quiero contar nada del argumento, para no spoilear, porque es un trabajo bastante reciente que quizás más de uno no leyó. Pero que alcance con decir que es brillante. Lemire se anima a hacer cosas que nunca vi hacer a ningún otro historietista, sobre todo en ese quinto episodio, en el que las 20 páginas aparecen divididas por la mitad, en forma de espejo, para trazar un paralelismo entre los personajes como sólo el comic permite hacerlo.
Borges habría terminado la historia 30 ó 35 páginas antes del final que le da Lemire, antes de que los personajes se vean forzados a ese acto de heroismo extremo, a resolver el conflicto por la vía de la violencia. Un conflicto que hasta ahí aparecía como un plot secundario, en las márgenes de la historia, lejos del foco de esos otros conflictos más chiquitos, más humanos pero mucho más potentes en los que se centran las primeras 120 ó 130 páginas de Trilium. En las 10 páginas finales, Lemire retoma la senda de la no-aventura y de nuevo, ya no hay epopeya cósmica que opaque el verdadero núcleo de la obra, que son Nika y William.
El dibujo merece su párrafo aparte, por supuesto, porque una vez más vemos a Lemire en un excelente nivel, con el desafío extra de tener que dibujar naves espaciales, tecnología del futuro y un montón de cosas más que nunca antes había dibujado. Pero, mirá lo que son las cosas, el ancho de espadas de Trillium no es tanto el dibujo como el color. Como en Sweet Tooth, acá Lemire hace team-up con el maestro José Villarrubia, el poeta del photoshop. Y deciden amalgamarse como nunca antes: Villarrubia usa las técnicas tradicionales para colorear las secuencias ambientadas en 1921, y otras técnicas totalmente distintas para las del año 3797. Tan distintas, que por momentos pareciera que abajo hay dos dibujantes distintos. Las secuencias del futuro son visualmente increíbles, con tonalidades que parecen logradas con acuarelas y lápices de colores y que le dan al dibujo de Lemire (que es bastante agreste) una elegancia majestuosa.
Entre el guión, la narrativa gráfica, el dibujo y el color, Lemire y Villarrubia despliegan una cantidad de recursos expresivos realmente apabullantes y los ponen al servicio de una historia tensa, conmovedora, muy original, más allá de los géneros y más allá de lo que uno creía que podría alcanzar Lemire a sus jóvenes 39 años. Climas, diálogos, expresiones faciales, ideas, truquitos narrativos… no hay nada en Trillium que no me haya parecido genial. Sin duda, un clásico instantáneo de esos que se le pueden recomendar incluso a la gente que nunca leyó historietas.
Con Trillium, el canadiense Jeff Lemire se anima a una obra con un componente de ficción mucho más presente que en sus trabajos anteriores. Esta vez, casi nada de lo que vemos existe en la realidad y nos muestra al autor lanzado a la aventura de imaginar, además de una historia, mundos enteros, culturas, razas y hasta un lenguaje. Pero claro, está la impronta de Lemire, presente y resonante más allá de los géneros en los que incursione el autor. Y además la impronta de Borges, que flota implacable sobre esta trama hipnótica de espejos rotos, paralelos perfectos y recuerdos desfasados.
¿Es una historia de amor a contramano, de guerra impulsada por la ambición, de viajes en el tiempo, de preservación de una especie? Sí, Trillium es eso y mucho más. No quiero contar nada del argumento, para no spoilear, porque es un trabajo bastante reciente que quizás más de uno no leyó. Pero que alcance con decir que es brillante. Lemire se anima a hacer cosas que nunca vi hacer a ningún otro historietista, sobre todo en ese quinto episodio, en el que las 20 páginas aparecen divididas por la mitad, en forma de espejo, para trazar un paralelismo entre los personajes como sólo el comic permite hacerlo.
Borges habría terminado la historia 30 ó 35 páginas antes del final que le da Lemire, antes de que los personajes se vean forzados a ese acto de heroismo extremo, a resolver el conflicto por la vía de la violencia. Un conflicto que hasta ahí aparecía como un plot secundario, en las márgenes de la historia, lejos del foco de esos otros conflictos más chiquitos, más humanos pero mucho más potentes en los que se centran las primeras 120 ó 130 páginas de Trilium. En las 10 páginas finales, Lemire retoma la senda de la no-aventura y de nuevo, ya no hay epopeya cósmica que opaque el verdadero núcleo de la obra, que son Nika y William.
El dibujo merece su párrafo aparte, por supuesto, porque una vez más vemos a Lemire en un excelente nivel, con el desafío extra de tener que dibujar naves espaciales, tecnología del futuro y un montón de cosas más que nunca antes había dibujado. Pero, mirá lo que son las cosas, el ancho de espadas de Trillium no es tanto el dibujo como el color. Como en Sweet Tooth, acá Lemire hace team-up con el maestro José Villarrubia, el poeta del photoshop. Y deciden amalgamarse como nunca antes: Villarrubia usa las técnicas tradicionales para colorear las secuencias ambientadas en 1921, y otras técnicas totalmente distintas para las del año 3797. Tan distintas, que por momentos pareciera que abajo hay dos dibujantes distintos. Las secuencias del futuro son visualmente increíbles, con tonalidades que parecen logradas con acuarelas y lápices de colores y que le dan al dibujo de Lemire (que es bastante agreste) una elegancia majestuosa.
Entre el guión, la narrativa gráfica, el dibujo y el color, Lemire y Villarrubia despliegan una cantidad de recursos expresivos realmente apabullantes y los ponen al servicio de una historia tensa, conmovedora, muy original, más allá de los géneros y más allá de lo que uno creía que podría alcanzar Lemire a sus jóvenes 39 años. Climas, diálogos, expresiones faciales, ideas, truquitos narrativos… no hay nada en Trillium que no me haya parecido genial. Sin duda, un clásico instantáneo de esos que se le pueden recomendar incluso a la gente que nunca leyó historietas.
viernes, 11 de septiembre de 2015
11/ 09: CORTINAS: HAZAÑAS DE UN VIAJERO DEL TIEMPO
Como sucedió el año pasado con Fola, este año Montevideo Comics dedicó un libro a otro maestro uruguayo muy conocido de este lado del charco. Esta vez el homenaje fue para Emilio Cortinas, famoso por haber sido el dibujante de Vito Nervio y de ¡A la Conquista de Jastinapur!, dos clásicos grossos de la historieta de aventuras de los años ´40. Cortinas murió en 1955 muy joven, antes de cumplir 40 años, y desde entonces se lo ha reivindicado muy poco. De hecho, sus obras eran absolutamente inconseguibles. Este libro viene un poco a remediar esa injusticia.
De atrás para adelante, el libro termina con ilustraciones y viñetas realizadas por Cortinas para diarios uruguayos, algunas firmadas como “Pipo”. Ahí se ven dos estilos, uno más realista para las ilustraciones y uno más caricaturesco para las viñetas humorísticas, parecido a lo que pasaba con José Luis Salinas cuando hacía viñetas de humor para Patoruzú.
Después sigue Hazañas de Loss, un trabajo inconcluso de 1937, en donde Cortinas se ve muy influenciado por el Flash Gordon de Alex Raymond. Imposible descubrir de qué va la historia, porque las planchas están reproducidas en un tamaño microscópico y la letra de los textos se hace indescifrable.
Le sigue una recopilación en 5 páginas de una historia narrada en 25 tiras por el autor: Zorro, con un perro de la policía como protagonista, basada en hechos reales. Esta es la última historieta de Cortinas, pero ni por asomo es la mejor.
Y todo el resto del tomo, nada menos que 104 páginas de historieta, están dedicadas a Homero el Muchacho Viajero, una saga que Cortinas empezó a serializar en un diario uruguayo en 1953 y quedó inconclusa con su muerte. Sin dudas este es el tramo más interesante del libro. Por su extensión, y porque se trata de páginas, no de tiras, y por ende el texto aparece en un tamaño legible, mientras que el dibujo se ve mucho mejor y se luce más. Homero es un chico cualquiera que descubre una palabra mágica: al decirla, se transporta a distintas épocas para vivir increíbles aventuras. Así lo vimos interactuar con piratas, con cavernícolas, con cowboys, con personajes de las Mil y Una Noches, con Odiseo y Robinson Crusoe, en aventuras de distinta extensión, en las que los argumentos son bastante light.
Incluso en las historias más largas, las peripecias se suceden sin demasiado sentido y nunca se profundiza en las personalidades de los personajes ni en sus motivaciones. Tampoco ayuda el hecho de que Cortinas casi no utilice los globos de diálogo, y elija narrar aventuras enteras sólo con bloques de texto, puestos debajo de los dibujos al estilo Harold Foster en Prince Valiant. La prosa de Cortinas tiene la suficiente elaboración como para que los textos aporten elementos que los dibujos no muestran, pero aún así falta un poco de profundidad, algo muy normal en las historietas de aventuras de esta época.
El dibujo arranca en un gran nivel y va mejorando con el correr de las páginas. Al principio, a Cortinas se lo ve más duro, más rígido, demasiado concentrado en reproducir los yeites de Foster. Y después se suelta un poco más y se lo ve mejor, más plástico, sin despegarse nunca de esa línea académico-realista en su expresión más extrema, pero con un mejor manejo de recursos puramente historietísticos, donde Homero parece cada vez más una historieta y cada vez menos un cuento interrumpido constantemente con pequeñas ilustraciones.
Leído hoy, Homero el Muchacho Viajero es medio un plomazo. Pero si lo pensamos en el contexto de 1953, los pibes deben haber flasheado con estas aventuras y deben haber soñado con ser Homero. Más allá de la calidad del dibujo que –repito- es de una calidad y una exquisitez a la que podían aspirar Salinas, Foster, Raymond y no muchos dibujantes más. Hoy eso se ve frío, anquilosado, pero en los ´50 los historietistas mataban por dibujar así, con tanto realismo, tanto detalle y tantos recursos gráficos logrados sólo con el plumín y alguna trama mecánica.
En fin, buena idea la de homenajear a Cortinas con un libro, si bien leídas hoy sus historietas no resistieron demasiado el paso del tiempo. Vale por los dibujos, aunque no todas las páginas están correctamente reproducidas y (como en el libro de Fola) el papel utilizado es demasiado croto. Como el libro se regala, nadie se va a quejar, pero es un detalle a cuidar que acá no está cuidado.
De atrás para adelante, el libro termina con ilustraciones y viñetas realizadas por Cortinas para diarios uruguayos, algunas firmadas como “Pipo”. Ahí se ven dos estilos, uno más realista para las ilustraciones y uno más caricaturesco para las viñetas humorísticas, parecido a lo que pasaba con José Luis Salinas cuando hacía viñetas de humor para Patoruzú.
Después sigue Hazañas de Loss, un trabajo inconcluso de 1937, en donde Cortinas se ve muy influenciado por el Flash Gordon de Alex Raymond. Imposible descubrir de qué va la historia, porque las planchas están reproducidas en un tamaño microscópico y la letra de los textos se hace indescifrable.
Le sigue una recopilación en 5 páginas de una historia narrada en 25 tiras por el autor: Zorro, con un perro de la policía como protagonista, basada en hechos reales. Esta es la última historieta de Cortinas, pero ni por asomo es la mejor.
Y todo el resto del tomo, nada menos que 104 páginas de historieta, están dedicadas a Homero el Muchacho Viajero, una saga que Cortinas empezó a serializar en un diario uruguayo en 1953 y quedó inconclusa con su muerte. Sin dudas este es el tramo más interesante del libro. Por su extensión, y porque se trata de páginas, no de tiras, y por ende el texto aparece en un tamaño legible, mientras que el dibujo se ve mucho mejor y se luce más. Homero es un chico cualquiera que descubre una palabra mágica: al decirla, se transporta a distintas épocas para vivir increíbles aventuras. Así lo vimos interactuar con piratas, con cavernícolas, con cowboys, con personajes de las Mil y Una Noches, con Odiseo y Robinson Crusoe, en aventuras de distinta extensión, en las que los argumentos son bastante light.
Incluso en las historias más largas, las peripecias se suceden sin demasiado sentido y nunca se profundiza en las personalidades de los personajes ni en sus motivaciones. Tampoco ayuda el hecho de que Cortinas casi no utilice los globos de diálogo, y elija narrar aventuras enteras sólo con bloques de texto, puestos debajo de los dibujos al estilo Harold Foster en Prince Valiant. La prosa de Cortinas tiene la suficiente elaboración como para que los textos aporten elementos que los dibujos no muestran, pero aún así falta un poco de profundidad, algo muy normal en las historietas de aventuras de esta época.
El dibujo arranca en un gran nivel y va mejorando con el correr de las páginas. Al principio, a Cortinas se lo ve más duro, más rígido, demasiado concentrado en reproducir los yeites de Foster. Y después se suelta un poco más y se lo ve mejor, más plástico, sin despegarse nunca de esa línea académico-realista en su expresión más extrema, pero con un mejor manejo de recursos puramente historietísticos, donde Homero parece cada vez más una historieta y cada vez menos un cuento interrumpido constantemente con pequeñas ilustraciones.
Leído hoy, Homero el Muchacho Viajero es medio un plomazo. Pero si lo pensamos en el contexto de 1953, los pibes deben haber flasheado con estas aventuras y deben haber soñado con ser Homero. Más allá de la calidad del dibujo que –repito- es de una calidad y una exquisitez a la que podían aspirar Salinas, Foster, Raymond y no muchos dibujantes más. Hoy eso se ve frío, anquilosado, pero en los ´50 los historietistas mataban por dibujar así, con tanto realismo, tanto detalle y tantos recursos gráficos logrados sólo con el plumín y alguna trama mecánica.
En fin, buena idea la de homenajear a Cortinas con un libro, si bien leídas hoy sus historietas no resistieron demasiado el paso del tiempo. Vale por los dibujos, aunque no todas las páginas están correctamente reproducidas y (como en el libro de Fola) el papel utilizado es demasiado croto. Como el libro se regala, nadie se va a quejar, pero es un detalle a cuidar que acá no está cuidado.
jueves, 10 de septiembre de 2015
10/ 09: DINGO ROMERO
Esta historieta es un delirio. Se trata de… de… de un autor que se está divirtiendo a lo pavote. No hay mucha más explicación. Lucas Nine se zambulle en el universo de los bandoleros mexicanos de hace 100 años y junta todos los chistes que se te puedan ocurrir acerca de estos personajes venales y violentos. Por momentos parece un sketch de Les Luthiers, por momentos uno de Cha-Cha-Cha, pero es eso: humor fuera de control. Y con la ventaja de que acá, al no haber limitaciones presupuestarias, puede pasar literalmente cualquier cosa.
En un momento aparece incluso una mano humana (una foto, recortada y pegada), que interactúa plumín en mano con un desconcertado Dingo Romero. Y al final, lo que parece ser la realidad no lo es, en un giro sorpresivo, poético y hasta dramático, contrapuesto a este festival de la bajeza, la brutalidad y la joda loca. En el medio pasan un montón de atrocidades (desde violentas peleas hasta una timba zarpada en la que Dingo pierde hasta la ropa), pero están narradas con un tono claramente festivo, con diálogos muy limados, en los que Lucas se revela como un verdadero dotado para los juegos de palabras. Esta obra sólo se editó en España, y sin embargo los diálogos están poblados de chistes, guiños y malabares verbales que sólo funcionan en Argentina. No sé si los españoles los habrán entendido, pero yo me reí mucho.
En 50 páginas Dingo Romero tiene varios cambios de ritmo. La grilla de 12 viñetas por página (que le vimos dominar a Lucas en sus trabajos para Fierro) se alterna con la de 6, y cada tanto la historia tiene mini-finales, lo cual me hace sospechar que quizás Nine la pensó primero como una obra en episodios unitarios y después la convirtió en novela gráfica. Pero para hacer algo así tendría que haber detrás una planificación minuciosa y Dingo Romero transmite todo el tiempo la sensación contraria, la de un autor que se deja llevar por un torbellino de imaginación y manda 50 páginas de fruta, sin tener nunca la más puta idea de qué va a suceder en la página siguiente.
El dibujo también, es vértigo y descontrol en estado puro. Hay técnica, obviamente, porque Lucas es un gran dibujante y maneja el pincel (bien cargado y casi seco) como pocos. Pero lo que más se ve no es la técnica, sino el kilombo, el frenesí visual, la increíble cantidad de efectos gráficos logrados con poquísimos recursos, y el contrapunto entre esa cosa por momentos caótica y sobrecargada frente a la sobriedad fría y austera de la tipografía que usa Lucas. Hay dos viñetas (sólo dos) en las que mete además tramas mecánicas en los fondos y son espectaculares. Es un recurso que podría explorar mucho más. El resto son manchas, líneas y esos surcos que deja el pincel de Nine en las viñetas a modo de texturas o efectos de iluminación. Esto mismo, dibujado de un modo menos oscuro, menos visceral, más careta, también sería gracioso y quizás también sería genial. Pero la idea de Nine en este libro era, claramente, irse a la mierda cuantas veces se le cantara, y por eso cierra tanto esta estética tan personal, al filo del grotesco pero sobre todo sin concesiones, con tantos caprichos y saltos al vacío como el guión.
No hay edición argentina de Dingo Romero, lamentablemente, y la editorial que lo publicó en España creo que no existe más. A ver si algún editor local aprovecha y se manda una edición nac & pop. Mientras tanto, tengo otro libro de Lucas Nine (ese sí, publicado en Argentina) en la pila de los pendientes y prometo entrarle muy pronto. Ah, y quiero libro también de las aventuras de Borges que hizo Lucas en Fierro, que estaban alucinantes.
En un momento aparece incluso una mano humana (una foto, recortada y pegada), que interactúa plumín en mano con un desconcertado Dingo Romero. Y al final, lo que parece ser la realidad no lo es, en un giro sorpresivo, poético y hasta dramático, contrapuesto a este festival de la bajeza, la brutalidad y la joda loca. En el medio pasan un montón de atrocidades (desde violentas peleas hasta una timba zarpada en la que Dingo pierde hasta la ropa), pero están narradas con un tono claramente festivo, con diálogos muy limados, en los que Lucas se revela como un verdadero dotado para los juegos de palabras. Esta obra sólo se editó en España, y sin embargo los diálogos están poblados de chistes, guiños y malabares verbales que sólo funcionan en Argentina. No sé si los españoles los habrán entendido, pero yo me reí mucho.
En 50 páginas Dingo Romero tiene varios cambios de ritmo. La grilla de 12 viñetas por página (que le vimos dominar a Lucas en sus trabajos para Fierro) se alterna con la de 6, y cada tanto la historia tiene mini-finales, lo cual me hace sospechar que quizás Nine la pensó primero como una obra en episodios unitarios y después la convirtió en novela gráfica. Pero para hacer algo así tendría que haber detrás una planificación minuciosa y Dingo Romero transmite todo el tiempo la sensación contraria, la de un autor que se deja llevar por un torbellino de imaginación y manda 50 páginas de fruta, sin tener nunca la más puta idea de qué va a suceder en la página siguiente.
El dibujo también, es vértigo y descontrol en estado puro. Hay técnica, obviamente, porque Lucas es un gran dibujante y maneja el pincel (bien cargado y casi seco) como pocos. Pero lo que más se ve no es la técnica, sino el kilombo, el frenesí visual, la increíble cantidad de efectos gráficos logrados con poquísimos recursos, y el contrapunto entre esa cosa por momentos caótica y sobrecargada frente a la sobriedad fría y austera de la tipografía que usa Lucas. Hay dos viñetas (sólo dos) en las que mete además tramas mecánicas en los fondos y son espectaculares. Es un recurso que podría explorar mucho más. El resto son manchas, líneas y esos surcos que deja el pincel de Nine en las viñetas a modo de texturas o efectos de iluminación. Esto mismo, dibujado de un modo menos oscuro, menos visceral, más careta, también sería gracioso y quizás también sería genial. Pero la idea de Nine en este libro era, claramente, irse a la mierda cuantas veces se le cantara, y por eso cierra tanto esta estética tan personal, al filo del grotesco pero sobre todo sin concesiones, con tantos caprichos y saltos al vacío como el guión.
No hay edición argentina de Dingo Romero, lamentablemente, y la editorial que lo publicó en España creo que no existe más. A ver si algún editor local aprovecha y se manda una edición nac & pop. Mientras tanto, tengo otro libro de Lucas Nine (ese sí, publicado en Argentina) en la pila de los pendientes y prometo entrarle muy pronto. Ah, y quiero libro también de las aventuras de Borges que hizo Lucas en Fierro, que estaban alucinantes.
miércoles, 9 de septiembre de 2015
09/ 09: EL 2000
A la mierda… 2000 posts ya tiene este blog. Es un numerito, no? Mirá si yo me iba a imaginar, cuando arranqué aquel binario 01/01/10, que este jueguito iba a durar todos estos años… Yo me conformaba con llegar al post 365… y vamos por el 2000.
Obvio que algunos son choreo (éste, sin ir más lejos), pero la gran mayoría no. Hay mucho texto, muchísimo. El equivalente a lo que más de un crítico (o especialista, o como lo quieras llamar) escribe durante toda una vida. Y yo lo regalé acá, graciosamente, en poco más de 2000 días.
Cuando yo era chico, llegar al 2000 era como una fijación. Faltaba poco para el año 2000 y los chicos suponíamos que ese día, no sólo cambiaba el milenio: cambiaba la realidad. Desaparecía el presente y era reemplazado mágicamente por el futuro. Esos mundos que veíamos en las películas, las series y los dibujos animados de ciencia-ficción iban a ser reales cuando llegara el 2000, y eso nos generaba una expectativa increíble. Hacíamos cuentas de cuántos años íbamos a tener, dónde íbamos a vivir, qué iba a ser de nuestras vidas cuando llegara el 2000. Después llegó el 2000 y sí, obviamente hoy vivimos en un mundo bastante distinto al de la década del ´70. Pero seguimos más cerca de eso que de Los Supersónicos y la Legión de Superhéroes.
Para festejar el hito, corresponde un anuncio importante: el 31 de Diciembre se termina el blog. Mejor dicho, a partir de Enero de 2016 voy a tratar de no seguir con el blog. No sé si podré, capaz que la adicción es más fuerte y –después de 72 meses de palo y palo- no logro parar. O capaz que el blog se reconvierte en otra cosa, una columna semanal en el sitio web de Comiqueando, o algo así… Lo cierto es que mi intención es dejar de leer comics y postear reseñas todos los días, ni bien empiece 2016.
El calendario dice que de acá al 31 de Diciembre faltan 113 días. Imposible convertirlos en 113 reseñas, porque en estos meses tengo viajes, eventos y circunstancias personales (una cirugía de columna, nada menos) que me van a obligar a hacer varias pausas en el ritmo diario del blog. De hecho, la semana que viene arranca Comicópolis y del 17 al 20 de este mes no va a haber material nuevo en el blog. Después me quedan Nueva York, San Luis y los días que dure la internación. Entre una cosa y otra (y si no pasa nada raro), yo calculo que tendremos… entre 95 y 100 posts más hasta llegar a ese punto, que espero sea el punto final.
Gran momento para agradecerles una vez más a los 2350 “megusteadores” de Facebook, a los 528 seguidores del blog (entre los que hay gente a la que admiro mucho, amigos, conocidos, colegas… y hasta minitas MUY lindas!) y a todos los que entran habitualmente, leen las boludeces que escribo y cada tanto incluso dejan algún comentario. Y por supuesto a los artistas, ya que sin ellos no habría historietas para leer y reseñar. Faltan 113 días para la despedida (esperemos que defintiva) del blog y seguramente ese día reiteraré muchos de estos agradecimientos. Pero nunca están de más.
Mañana una nueva reseña, ya en la cuenta regresiva hacia Comicópolis, que seguramente también será motivo de un post de acá al jueves 17. Gracias de nuevo. No “”mil gracias”, sino 2000.
Obvio que algunos son choreo (éste, sin ir más lejos), pero la gran mayoría no. Hay mucho texto, muchísimo. El equivalente a lo que más de un crítico (o especialista, o como lo quieras llamar) escribe durante toda una vida. Y yo lo regalé acá, graciosamente, en poco más de 2000 días.
Cuando yo era chico, llegar al 2000 era como una fijación. Faltaba poco para el año 2000 y los chicos suponíamos que ese día, no sólo cambiaba el milenio: cambiaba la realidad. Desaparecía el presente y era reemplazado mágicamente por el futuro. Esos mundos que veíamos en las películas, las series y los dibujos animados de ciencia-ficción iban a ser reales cuando llegara el 2000, y eso nos generaba una expectativa increíble. Hacíamos cuentas de cuántos años íbamos a tener, dónde íbamos a vivir, qué iba a ser de nuestras vidas cuando llegara el 2000. Después llegó el 2000 y sí, obviamente hoy vivimos en un mundo bastante distinto al de la década del ´70. Pero seguimos más cerca de eso que de Los Supersónicos y la Legión de Superhéroes.
Para festejar el hito, corresponde un anuncio importante: el 31 de Diciembre se termina el blog. Mejor dicho, a partir de Enero de 2016 voy a tratar de no seguir con el blog. No sé si podré, capaz que la adicción es más fuerte y –después de 72 meses de palo y palo- no logro parar. O capaz que el blog se reconvierte en otra cosa, una columna semanal en el sitio web de Comiqueando, o algo así… Lo cierto es que mi intención es dejar de leer comics y postear reseñas todos los días, ni bien empiece 2016.
El calendario dice que de acá al 31 de Diciembre faltan 113 días. Imposible convertirlos en 113 reseñas, porque en estos meses tengo viajes, eventos y circunstancias personales (una cirugía de columna, nada menos) que me van a obligar a hacer varias pausas en el ritmo diario del blog. De hecho, la semana que viene arranca Comicópolis y del 17 al 20 de este mes no va a haber material nuevo en el blog. Después me quedan Nueva York, San Luis y los días que dure la internación. Entre una cosa y otra (y si no pasa nada raro), yo calculo que tendremos… entre 95 y 100 posts más hasta llegar a ese punto, que espero sea el punto final.
Gran momento para agradecerles una vez más a los 2350 “megusteadores” de Facebook, a los 528 seguidores del blog (entre los que hay gente a la que admiro mucho, amigos, conocidos, colegas… y hasta minitas MUY lindas!) y a todos los que entran habitualmente, leen las boludeces que escribo y cada tanto incluso dejan algún comentario. Y por supuesto a los artistas, ya que sin ellos no habría historietas para leer y reseñar. Faltan 113 días para la despedida (esperemos que defintiva) del blog y seguramente ese día reiteraré muchos de estos agradecimientos. Pero nunca están de más.
Mañana una nueva reseña, ya en la cuenta regresiva hacia Comicópolis, que seguramente también será motivo de un post de acá al jueves 17. Gracias de nuevo. No “”mil gracias”, sino 2000.
martes, 8 de septiembre de 2015
08/ 09: DAREDEVIL Vol.5
Retomo otra serie que tenía muy abandonada (desde el 13/05/14) y me encuentro con un tomo que levanta mucho la puntería respecto del anterior.
Arrancamos con un unitario lindísimo en el que Mark Waid hace interactuar a Daredevil con el Spider-Man que no es Peter Parker, sino el Dr. Octopus usurpando su cuerpo para jugar al héroe. Y lo mejor es que no es unitario 100% descolgado de la trama principal, sino que antes y después de la aventura con Dock Ock el guionista hace avanzar los subplots y filtra un par de esas escenas más tranqui con las que cada vez le da más sustancia al personaje de Matt Murdock.
Y después sí, arranca un arco argumental bien power, con un villano sorpresa que no es muy difícil de deducir, pero que está muy bien presentado. Esta saga es tensa, oscura, espesa, traumática… se parece bastante a lo que Waid dijo que NO quería hacer en esta serie… y sin embargo está muy buena. Sobre todo porque al contarla en tantos episodios, a Waid le queda espacio para seguir laburando mucho el subplot de la enfermedad de Foggy y hasta para mechar exquisitos flashbacks a la época en la que Matt se entrenaba a las órdenes de Stick. O sea que, además de la machaca (vibrante, por momentos casi épica) hay bastante más contenido.
Para el final, como cereza del postre, una historia cortita, apenas 8 páginas, de Foggy en el hospital. Los nenes con cáncer están esperando la visita de Iron Man y mientras tanto, el abogado mira las historietas que inventan los chicos, dibujadas con crayones y marcadores, pero fieles al estilo clásico de Marvel. Esto, que podría ser un golpe bajo de cuarta, termina por ser una historieta centrada en la esperanza y en la imaginación, pero sobre todo en la inteligencia y el coraje de los chicos. Un gran acierto de Waid. Uno de tantos, bah…
Esta vez tenemos un sólo dibujante para todo el tomo y es el cada vez más grosso Chris Samnee, de quien ya hablamos bastante en las reseñas anteriores. Con su extraña mezcla entre David Mazzucchelli y Ty Templeton y su excelente manejo del claroscuro, Samnee entró holgadamente al Olimpo de los dibujantes de Daredevil… y estamos hablando de una serie que tuvo eximios dibujantes. A todos los lujos que ya nos había ofrecido Samnee, esta vez suma uno muy ingenioso: las escenas de flashbacks con Stick están entintadas con otra técnica, más parecida a la que usaba Al Williamson para entintar a John Romita Jr.. La idea es transmitir una sensación que nos remita a Man Without Fear y está muy bien, es un hermoso tributo a la inolvidable saga de Frank Miller y JRJr.
Y no tengo más tomos de Daredevil sin leer… de los de la etapa de Waid. Pero pronto se vienen reseñas de otras aventuras del Cuernitos, con otros autores, acá en el blog. Y obvio que intentaré ponerme al día lo antes posible con los TPBs que me faltan para completar todo lo de Waid y Samnee, que si bancan esta calidad hasta el final, tienen todo para convertirse en una dupla fundamental en la larga historia de este carismático personaje.
Arrancamos con un unitario lindísimo en el que Mark Waid hace interactuar a Daredevil con el Spider-Man que no es Peter Parker, sino el Dr. Octopus usurpando su cuerpo para jugar al héroe. Y lo mejor es que no es unitario 100% descolgado de la trama principal, sino que antes y después de la aventura con Dock Ock el guionista hace avanzar los subplots y filtra un par de esas escenas más tranqui con las que cada vez le da más sustancia al personaje de Matt Murdock.
Y después sí, arranca un arco argumental bien power, con un villano sorpresa que no es muy difícil de deducir, pero que está muy bien presentado. Esta saga es tensa, oscura, espesa, traumática… se parece bastante a lo que Waid dijo que NO quería hacer en esta serie… y sin embargo está muy buena. Sobre todo porque al contarla en tantos episodios, a Waid le queda espacio para seguir laburando mucho el subplot de la enfermedad de Foggy y hasta para mechar exquisitos flashbacks a la época en la que Matt se entrenaba a las órdenes de Stick. O sea que, además de la machaca (vibrante, por momentos casi épica) hay bastante más contenido.
Para el final, como cereza del postre, una historia cortita, apenas 8 páginas, de Foggy en el hospital. Los nenes con cáncer están esperando la visita de Iron Man y mientras tanto, el abogado mira las historietas que inventan los chicos, dibujadas con crayones y marcadores, pero fieles al estilo clásico de Marvel. Esto, que podría ser un golpe bajo de cuarta, termina por ser una historieta centrada en la esperanza y en la imaginación, pero sobre todo en la inteligencia y el coraje de los chicos. Un gran acierto de Waid. Uno de tantos, bah…
Esta vez tenemos un sólo dibujante para todo el tomo y es el cada vez más grosso Chris Samnee, de quien ya hablamos bastante en las reseñas anteriores. Con su extraña mezcla entre David Mazzucchelli y Ty Templeton y su excelente manejo del claroscuro, Samnee entró holgadamente al Olimpo de los dibujantes de Daredevil… y estamos hablando de una serie que tuvo eximios dibujantes. A todos los lujos que ya nos había ofrecido Samnee, esta vez suma uno muy ingenioso: las escenas de flashbacks con Stick están entintadas con otra técnica, más parecida a la que usaba Al Williamson para entintar a John Romita Jr.. La idea es transmitir una sensación que nos remita a Man Without Fear y está muy bien, es un hermoso tributo a la inolvidable saga de Frank Miller y JRJr.
Y no tengo más tomos de Daredevil sin leer… de los de la etapa de Waid. Pero pronto se vienen reseñas de otras aventuras del Cuernitos, con otros autores, acá en el blog. Y obvio que intentaré ponerme al día lo antes posible con los TPBs que me faltan para completar todo lo de Waid y Samnee, que si bancan esta calidad hasta el final, tienen todo para convertirse en una dupla fundamental en la larga historia de este carismático personaje.
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lunes, 7 de septiembre de 2015
07/ 09: LES PETITS HOMMES Vol.15
Este es un tomo raro de la serie creada por Pierre Seron en 1967 para la revista Spirou: en vez de una historia de 44 páginas (como las que leíamos serializadas en Fuera Borda) ofrece dos historias de 12 páginas y dos de 10 páginas, todas realizadas en la primera mitad de los ´70.
En realidad la serie es rara. Si no la agarrás desde el principio, Seron y Hao (quien colabora con él en los guiones) no te explican qué pasa, por qué estos tipos son chiquititos y viven en un mundo acorde a su tamaño. La transformación de Régis Renaud y sus vecinos en esta raza de mini-personas se ve en el Vol.1 y después, ya fue, ya se da por sentado que vos conocés la historia. Lo cual es muy loco, porque lo más fascinante, lo más impactante, que es ver cómo las personas cambian de tamaño y se adaptan a las nuevas dimensiones de todo lo que las rodea, sucede una sóla vez. Eso que en las aventuras de Atom pasaba siempre dos o tres veces (incluso en back-ups de 8 páginas) acá pasó una sóla vez en décadas y si te lo perdiste, no hay flashbacks ni recapitulaciones.
Lo que tenemos en este tomo son cuatro historias muy breves, muy concisas, con los autores acelerando a full para llegar a resolver las tramas en tan pocas páginas, lo cual se nota sobre todo en la segunda historia, la de los secuestradores de niños. La primera es la más equilibrada en cuanto a ritmo, pero no tiene un conflicto tan interesante. La tercera es la más humorística y menos aventurera, y la cuarta tiene la combinación perfecta entre chistes, peripecias, ingenio y peligro. Pero tiene 10 páginas, nomás, por eso está bastante atiborrada de viñetas y de texto.
Y de última, lo de las páginas de muchas viñetas no es un problema, porque este es un típico comic franco-belga apuntado al público infanto-juvenil. Las páginas de cuatro tiras de tres viñetas (a veces incluso cuatro) son un rasgo demasiado frecuente en este tipo de historietas como para que alguien se escandalice, y menos si pensamos que son trabajos que Seron realizó en los ´70 (antes de Los Centauros, a los que vimos allá por el 10/01/14). Así que esto está perfectamente dentro de los parámetros de lo que se veía en esa época y en ese tipo de publicaciones.
Quizás las sorpresas nos las dé el dibujo, que es realmente excelente. Por supuesto MUY tributario del de André Franquin (como casi todo el material infanto-juvenil que se publicó en Spirou hasta ya entrados los ´80), pero con un dinamismo, una expresividad y unas composiciones de viñetas realmente alucinantes. En un par de páginas, Seron debe recurrir a las flechas para ayudarnos a deducir el orden de lectura de dos o tres viñetas puestas de modo medio raro… pero me parece que ese recurso tiene que ver con que esto eran los ´70 y el público eran chicos muy jovencitos. Leído hoy por un adulto más o menos curtido en la narrativa gráfica, el orden de las viñetas está bastante claro y se podría haber prescindido de las flechitas, que tan feas quedan en las historietas. Me falta decir que, cuando la puesta en página y la cantidad de texto se lo permiten, Seron se manda unos fondos de la San Puta y que la rompe cuando dibuja autos, casas, barcos, aviones y las navecitas futuristas que usan los Hombrecitos para ir de un lado al otro.
Bueno, quería tener un álbum de Les Petits Hommes para darme una idea de cómo sería leer esas aventuras todas de un saque y en francés, y me encontré con un tomo atípico, porque recopila historias cortas. Pero no estuvo mal, no me bajó en lo más mínimo las ganas de seguir capturando obras de Pierre Seron, uno de los autores fundamentales de la línea clara de Marcinelle.
En realidad la serie es rara. Si no la agarrás desde el principio, Seron y Hao (quien colabora con él en los guiones) no te explican qué pasa, por qué estos tipos son chiquititos y viven en un mundo acorde a su tamaño. La transformación de Régis Renaud y sus vecinos en esta raza de mini-personas se ve en el Vol.1 y después, ya fue, ya se da por sentado que vos conocés la historia. Lo cual es muy loco, porque lo más fascinante, lo más impactante, que es ver cómo las personas cambian de tamaño y se adaptan a las nuevas dimensiones de todo lo que las rodea, sucede una sóla vez. Eso que en las aventuras de Atom pasaba siempre dos o tres veces (incluso en back-ups de 8 páginas) acá pasó una sóla vez en décadas y si te lo perdiste, no hay flashbacks ni recapitulaciones.
Lo que tenemos en este tomo son cuatro historias muy breves, muy concisas, con los autores acelerando a full para llegar a resolver las tramas en tan pocas páginas, lo cual se nota sobre todo en la segunda historia, la de los secuestradores de niños. La primera es la más equilibrada en cuanto a ritmo, pero no tiene un conflicto tan interesante. La tercera es la más humorística y menos aventurera, y la cuarta tiene la combinación perfecta entre chistes, peripecias, ingenio y peligro. Pero tiene 10 páginas, nomás, por eso está bastante atiborrada de viñetas y de texto.
Y de última, lo de las páginas de muchas viñetas no es un problema, porque este es un típico comic franco-belga apuntado al público infanto-juvenil. Las páginas de cuatro tiras de tres viñetas (a veces incluso cuatro) son un rasgo demasiado frecuente en este tipo de historietas como para que alguien se escandalice, y menos si pensamos que son trabajos que Seron realizó en los ´70 (antes de Los Centauros, a los que vimos allá por el 10/01/14). Así que esto está perfectamente dentro de los parámetros de lo que se veía en esa época y en ese tipo de publicaciones.
Quizás las sorpresas nos las dé el dibujo, que es realmente excelente. Por supuesto MUY tributario del de André Franquin (como casi todo el material infanto-juvenil que se publicó en Spirou hasta ya entrados los ´80), pero con un dinamismo, una expresividad y unas composiciones de viñetas realmente alucinantes. En un par de páginas, Seron debe recurrir a las flechas para ayudarnos a deducir el orden de lectura de dos o tres viñetas puestas de modo medio raro… pero me parece que ese recurso tiene que ver con que esto eran los ´70 y el público eran chicos muy jovencitos. Leído hoy por un adulto más o menos curtido en la narrativa gráfica, el orden de las viñetas está bastante claro y se podría haber prescindido de las flechitas, que tan feas quedan en las historietas. Me falta decir que, cuando la puesta en página y la cantidad de texto se lo permiten, Seron se manda unos fondos de la San Puta y que la rompe cuando dibuja autos, casas, barcos, aviones y las navecitas futuristas que usan los Hombrecitos para ir de un lado al otro.
Bueno, quería tener un álbum de Les Petits Hommes para darme una idea de cómo sería leer esas aventuras todas de un saque y en francés, y me encontré con un tomo atípico, porque recopila historias cortas. Pero no estuvo mal, no me bajó en lo más mínimo las ganas de seguir capturando obras de Pierre Seron, uno de los autores fundamentales de la línea clara de Marcinelle.
domingo, 6 de septiembre de 2015
06/ 09: SEMILLAS Vol.1
Otro libro que me parece que se apuró un poco para salir. Acá hay mucho material muy bueno, pero no el suficiente para llenar 128 páginas. Para cumplir con esa extensión, el libro hace trampa varias veces: la más evidente es cuando toma una historieta contada en cuatro viñetas de igual tamaño y la descompone para que cada viñeta ocupe una página entera. Eso queda muy mal. El dibujo al ampliarse tanto se desluce, y por supuesto la intención narrativa del autor, el armado de la secuencia (que es la gramática de este lenguaje al que llamamos Historieta) se desintegra hasta desparecer casi por completo. Y las 20 páginas finales, con dibujitos sueltos, ilustraciones mitad naïf-mitad abstractas realizadas en el Central Park de New York, eran para otro libro, para un cuaderno de viajes, o un libro de ilustración. No para uno en el que –se supone- uno se compra para ver al autor narrar historietas.
A todo esto, no mencioné que el autor es Decur, cuyo libro anterior (Pipí Cucú) no reseñé porque claramente NO era de historietas. O sea que ya estaba en De la Flor la experiencia de editar un libro de este autor centrado en ilustraciones y dibujos y no en narrativa. ¿Por qué no guardar esos dibujos del Central Park para un segundo Pipí Cucú? Ni idea. Por eso supongo que acá pintó el apuro por tener un nuevo libro de Decur y hubo que llenar con lo que había, sin esperar a que el dibujante produjera nuevas entregas de Semillas, su serie de relatos gráficos de una página que no sé dónde se publican, pero están buenísimos.
Un poco menos me gustaron las dos crónicas de viajes que Decur realiza en forma de historieta (autobiográfica, claro) para contarnos un paseo por Mar del Plata y uno por Buenos Aires. Ahí el dibujo no tiene el trabajo exquisito que vemos en Semillas, y los argumentos… no hay argumentos, es un pibe que nos cuenta con quién se juntó a tomar mate, dónde almorzó y por dónde fue a pasear con su novia. Cero conflictos, cero chistes, cero ideas. Cualquier perejil que sepa dibujar (y no tenga problemas en exponer públicamente su vida privada) lo puede hacer.
La pulenta, lo que hace realmente atractivo a este libro son esas 85 páginas en las que se suceden estos relatos brevísimos de una página, a veces descompuestos en cuatro. Ahí Decur derrocha ideas poéticas, filosóficas y a veces simplemente humorísticas. Algunas son haikus ilustrados, otras son mudas, casi todas son muy efectivas, ya sea que busquen conmovernos, dejernos pensando o hacernos reir. Decur todavía está buscando una identidad propia como narrador de este tipo de historias y tiene un gran problema: la inmensa sombra de Liniers, que hace añares que hace algo muy parecido y que ya “quemó” ideas a rolete. Así tenemos, por ejemplo, las planchas protagonizadas por Leti, Mongo y Totó, que te van a hacer acordar MUCHO a las de Enriqueta, Madariaga y Fellini. Hasta el recurso de invitar a otros artistas a dibujar una Semilla ya lo vimos en Macanudo.
Donde realmente Decur se despegó rápido de la impronta de Liniers (y de Max Cachimba, que era su otra gran influencia en sus inicios) es en la faceta visual. Ahí su estilo propio se ve cada vez mejor, cada vez se aprecia mejor su increíble técnica con los lápices de colores, con los papelitos recortados, con las texturas, su ductilidad para lograr distintos niveles de realismo… Hoy ya podemos hablar de un Decur muy asentado en un estilo personal, atractivo, que supongo que seguirá evolucionando, pero no me animo a pronosticar hacia dónde.
De citas a Cortázar, Klimt y Picasso a chistes nerds con Human Torch y The Thing, Semillas ofrece un registro narrativo muy amplio y a la vez muy genuino. Repito, no es exactamente comic humorístico, va más allá. Y tiene todo para seducir a varones y mujeres de edades muy diversas. Ojalá pronto tengamos más libros de Decur, pero sin recurrir al delirio de convertir una página de historieta en cuatro, y sin rellenar con escenas de su vida privada que –me parece- no revisten mayor interés.
A todo esto, no mencioné que el autor es Decur, cuyo libro anterior (Pipí Cucú) no reseñé porque claramente NO era de historietas. O sea que ya estaba en De la Flor la experiencia de editar un libro de este autor centrado en ilustraciones y dibujos y no en narrativa. ¿Por qué no guardar esos dibujos del Central Park para un segundo Pipí Cucú? Ni idea. Por eso supongo que acá pintó el apuro por tener un nuevo libro de Decur y hubo que llenar con lo que había, sin esperar a que el dibujante produjera nuevas entregas de Semillas, su serie de relatos gráficos de una página que no sé dónde se publican, pero están buenísimos.
Un poco menos me gustaron las dos crónicas de viajes que Decur realiza en forma de historieta (autobiográfica, claro) para contarnos un paseo por Mar del Plata y uno por Buenos Aires. Ahí el dibujo no tiene el trabajo exquisito que vemos en Semillas, y los argumentos… no hay argumentos, es un pibe que nos cuenta con quién se juntó a tomar mate, dónde almorzó y por dónde fue a pasear con su novia. Cero conflictos, cero chistes, cero ideas. Cualquier perejil que sepa dibujar (y no tenga problemas en exponer públicamente su vida privada) lo puede hacer.
La pulenta, lo que hace realmente atractivo a este libro son esas 85 páginas en las que se suceden estos relatos brevísimos de una página, a veces descompuestos en cuatro. Ahí Decur derrocha ideas poéticas, filosóficas y a veces simplemente humorísticas. Algunas son haikus ilustrados, otras son mudas, casi todas son muy efectivas, ya sea que busquen conmovernos, dejernos pensando o hacernos reir. Decur todavía está buscando una identidad propia como narrador de este tipo de historias y tiene un gran problema: la inmensa sombra de Liniers, que hace añares que hace algo muy parecido y que ya “quemó” ideas a rolete. Así tenemos, por ejemplo, las planchas protagonizadas por Leti, Mongo y Totó, que te van a hacer acordar MUCHO a las de Enriqueta, Madariaga y Fellini. Hasta el recurso de invitar a otros artistas a dibujar una Semilla ya lo vimos en Macanudo.
Donde realmente Decur se despegó rápido de la impronta de Liniers (y de Max Cachimba, que era su otra gran influencia en sus inicios) es en la faceta visual. Ahí su estilo propio se ve cada vez mejor, cada vez se aprecia mejor su increíble técnica con los lápices de colores, con los papelitos recortados, con las texturas, su ductilidad para lograr distintos niveles de realismo… Hoy ya podemos hablar de un Decur muy asentado en un estilo personal, atractivo, que supongo que seguirá evolucionando, pero no me animo a pronosticar hacia dónde.
De citas a Cortázar, Klimt y Picasso a chistes nerds con Human Torch y The Thing, Semillas ofrece un registro narrativo muy amplio y a la vez muy genuino. Repito, no es exactamente comic humorístico, va más allá. Y tiene todo para seducir a varones y mujeres de edades muy diversas. Ojalá pronto tengamos más libros de Decur, pero sin recurrir al delirio de convertir una página de historieta en cuatro, y sin rellenar con escenas de su vida privada que –me parece- no revisten mayor interés.
sábado, 5 de septiembre de 2015
05/ 09: SAGA Vol.3
Retomo esta serie que tenía colgada desde el 17/07/14, una eternidad. Acá, el guionista Brian K. Vaughan mantiene la tendencia del tomo anterior: sin olvidarse de que los protagonistas son Marko y Alana, sigue sumando caras nuevas a un elenco en constante expansión. Por supuesto hay personajes que mueren y personajes que se desactivan, porque si no, sería imposible. Lo cierto es que Saga crece tomo a tomo en complejidad y cada vez es más difícil entender qué carajo está pasando si no la leés (con mucha atención) desde el Vol.1.
Lo que también se desactiva es esa sensación de road movie de los dos primeros tomos. En este Vol.3, los fugitivos enamorados se quedan básicamente quietos en un lugar, donde primero están tranquilos y después la aventura los va a venir a buscar. El laburo de recorrer planetras y ciudades buscando… algo, va a recaer en otros personajes, malos y no tanto. De hecho algunos de los villanos están tan bien trabajados, que Vaughan los fue haciendo cada vez más queribles, además de rodearlos de personajes secundarios propios, algunos muy carismáticos. Sumémosle el salvajismo con el que combaten “los buenos” cuando la cosa se pone espesa, y la frontera entre héroes y villanos se hace tan borrosa que sin dudas se convierte en otro enorme punto a favor de Saga.
En las secuencias en las que no hay machaca (que en este tomo son amplia mayoría) Vaughan encuentra el espacio para desarrollar a todos estos personajes, para sacarle jugo a la no-aventura con diálogos brillantes, chistes zarpados, indagación en este universo de ciencia-ficción (con una cantidad asombrosa de elementos que funcionan igual que en el nuestro), y exploración de conceptos fascinantes, algunos vinculados a la guerra entre estas dos civilizaciones y otros más profundos, más trascendentales.
Para criticar, lo mismo que la vez pasada: Saga es una historia compleja, ambiciosa, llena de elementos gancheros… que avanza MUY lento. Todo este TPB sucede en unos pocos días, en los que los cambios importantes en el status quo de algunos personajes es nulo. Claro que hay avances e incluso asacudones totalmente impredecibles, el tema es que los vamos experimentando a un ritmo muy pachorro, como si Vaughan no tuviera ningún apuro por llevar la historia hacia un climax. De nuevo, me imagino a los pobres pibes que leen esto en revistitas, en fetas de 22 páginas (que ni siquiera salen todos los meses) y los compadezco profundamente.
Del trabajo de Fiona Staples ya no hace falta hablar, porque va por los mismos carriles que ya vimos en reseñas anteriores… y la verdad que funciona muy bien, capta muy bien el universo que crea Vaughan y engancha muy bien con el ritmo de la trama. Quizás en blanco y negro se vería todo medio pobretón, medio prendido con alfileres. Pero está claro que la canadiense tiene un dominio muy notable de las técnicas de color digital y de cómo estas te pueden ayudar a resaltar un dibujo que no es minimalista ni está hecho a los pedos, pero que –sobre todo en los fondos- está a años luz de la tendencia actual del mainstream yanki en la que los dibujantes sobrecargan las viñetas con información, texturas y rayitas como si dejar espacios “limpitos” fuera pecado mortal.
Obviamente banco y recomiendo a full esta serie, de la que ya tengo el Vol.4 pidiendo pista en el pilón de los pendientes.
Lo que también se desactiva es esa sensación de road movie de los dos primeros tomos. En este Vol.3, los fugitivos enamorados se quedan básicamente quietos en un lugar, donde primero están tranquilos y después la aventura los va a venir a buscar. El laburo de recorrer planetras y ciudades buscando… algo, va a recaer en otros personajes, malos y no tanto. De hecho algunos de los villanos están tan bien trabajados, que Vaughan los fue haciendo cada vez más queribles, además de rodearlos de personajes secundarios propios, algunos muy carismáticos. Sumémosle el salvajismo con el que combaten “los buenos” cuando la cosa se pone espesa, y la frontera entre héroes y villanos se hace tan borrosa que sin dudas se convierte en otro enorme punto a favor de Saga.
En las secuencias en las que no hay machaca (que en este tomo son amplia mayoría) Vaughan encuentra el espacio para desarrollar a todos estos personajes, para sacarle jugo a la no-aventura con diálogos brillantes, chistes zarpados, indagación en este universo de ciencia-ficción (con una cantidad asombrosa de elementos que funcionan igual que en el nuestro), y exploración de conceptos fascinantes, algunos vinculados a la guerra entre estas dos civilizaciones y otros más profundos, más trascendentales.
Para criticar, lo mismo que la vez pasada: Saga es una historia compleja, ambiciosa, llena de elementos gancheros… que avanza MUY lento. Todo este TPB sucede en unos pocos días, en los que los cambios importantes en el status quo de algunos personajes es nulo. Claro que hay avances e incluso asacudones totalmente impredecibles, el tema es que los vamos experimentando a un ritmo muy pachorro, como si Vaughan no tuviera ningún apuro por llevar la historia hacia un climax. De nuevo, me imagino a los pobres pibes que leen esto en revistitas, en fetas de 22 páginas (que ni siquiera salen todos los meses) y los compadezco profundamente.
Del trabajo de Fiona Staples ya no hace falta hablar, porque va por los mismos carriles que ya vimos en reseñas anteriores… y la verdad que funciona muy bien, capta muy bien el universo que crea Vaughan y engancha muy bien con el ritmo de la trama. Quizás en blanco y negro se vería todo medio pobretón, medio prendido con alfileres. Pero está claro que la canadiense tiene un dominio muy notable de las técnicas de color digital y de cómo estas te pueden ayudar a resaltar un dibujo que no es minimalista ni está hecho a los pedos, pero que –sobre todo en los fondos- está a años luz de la tendencia actual del mainstream yanki en la que los dibujantes sobrecargan las viñetas con información, texturas y rayitas como si dejar espacios “limpitos” fuera pecado mortal.
Obviamente banco y recomiendo a full esta serie, de la que ya tengo el Vol.4 pidiendo pista en el pilón de los pendientes.
viernes, 4 de septiembre de 2015
04/ 09: ADOLF Vol.3
Bueno, en este tomo la saga de Osamu Tezuka empieza a reencauzarse. Las peripecias de Toge (siempre al límite de lo verosímil) que coparon casi por completo el Vol.2, acá ocupan menos de 70 páginas. No son páginas fáciles, porque Tezuka se zarpa mal a la hora de mostrarnos escenas de acción tremendas, protagonzadas por un tipo que está cagado a palos, con heridas graves en varias partes del cuerpo, al que apenas le creés que le quedan fuerzas para transarse a una mina. Pero bueno, por lo menos acá Toge hace cosas que no son solamente escaparse, pelearse o ser sometido a golpizas y torturas.
El resto del tomo está centrado (por fin) en los otros dos Adolf: Adolf Kaufmann (el chico nacido en Japón que se fue a Berlín y se unió a la Juventud Hitleriana) y Adolf Kamil (el chico judío que se quedó en Japón cuando su amigo se fue a Alemania). Al pobre Adolf Kaufmann el autor le reserva las escenas más crueles del tomo. Será, sin dudas, el personaje sometido a los dilemas morales más extremos, el que más cosas deberá replantearse, y además el link con el tercer Adolf, el mismísimo Adolf Hitler, a quien la trama lo acerca peligrosamente. Si me tengo que quedar con un tramo de este tercer tomo, sin dudas elijo el protagonizado por este pibe, hijo de un alemán y una japonesa.
Para el último cuarto del tomo, Tezuka se acuerda que hace cientos de páginas que casi no le da bola a Adolf Kamil, y empieza a urdir una trama que involucra a una minita, rescatada de un destino aciago por Adolf Kaufmann. Lo más interesante es que esa trama está entrelazada con la del asesinato de la geisha, algo que había quedado colgado desde el Vol.1 y que teñía de misterio y sordidez al tramo protagonizado por la familia Kaufmann, cuando todavía vivían todos juntos y (casi) felices en Japón. Antes de la mitad del tomo, Tezuka había amagado con darle chapa al papá de Adolf Kamil (Isaac, el panadero judío), pero ese hilo argumental duró poco y terminó muy mal.
Así que por fin hay un equilibrio, que ojalá se mantenga. Dejémoslo a Toge en Japón, que descanse un toque, que sane sus heridas, que siga rompiendo corazones (increíble el levante que tiene este muchacho). Y en todo caso, dejemos que el misterio de los documentos que supuestamente prueban que el führer tiene sangre judía salpique un poco a los dos chicos llamados Adolf, que siguen intrínsecamente vinculados aunque vivan en distintos continentes. La Segunda Guerra Mundial ya está calentita, intensa, aunque todavía no entró en escena EEUU. Pero la tensión se siente tanto en Alemania como en Japón y Tezuka la aprovecha para subirle la temperatura a una saga que cuanto más se aleja de la fórmula de Buenos vs. Malos más gana en profundidad y más me involucra como para querer seguir leyendo, y que no se acabe nunca.
El dibujo… bueno, no hay grandes cambios respecto de los tomos anteriores. Por suerte cada tanto Tezuka nos regala esas puestas en página flasheras, esos ángulos extremos (que quizás le deban algo a Will Eisner) y esas secuencias mudas devastadoras, para compensar un poco por tantas páginas de “talking heads”, donde muchas veces no hay espacio para nada más. El laburo en los fondos es exquisito y cuando aparecen paisajes y edificios reales, el Manga no Kamisama los copia de fotos con una increíble jerarquía y una inteligencia aplastante para incorporarlos con onda a su universo gráfico, como hacía Hergé.
Pronto habrá más Adolf, acá en el blog. Capaz que incluso la termino antes del receso que nos va a imponer Comicópolis…
El resto del tomo está centrado (por fin) en los otros dos Adolf: Adolf Kaufmann (el chico nacido en Japón que se fue a Berlín y se unió a la Juventud Hitleriana) y Adolf Kamil (el chico judío que se quedó en Japón cuando su amigo se fue a Alemania). Al pobre Adolf Kaufmann el autor le reserva las escenas más crueles del tomo. Será, sin dudas, el personaje sometido a los dilemas morales más extremos, el que más cosas deberá replantearse, y además el link con el tercer Adolf, el mismísimo Adolf Hitler, a quien la trama lo acerca peligrosamente. Si me tengo que quedar con un tramo de este tercer tomo, sin dudas elijo el protagonizado por este pibe, hijo de un alemán y una japonesa.
Para el último cuarto del tomo, Tezuka se acuerda que hace cientos de páginas que casi no le da bola a Adolf Kamil, y empieza a urdir una trama que involucra a una minita, rescatada de un destino aciago por Adolf Kaufmann. Lo más interesante es que esa trama está entrelazada con la del asesinato de la geisha, algo que había quedado colgado desde el Vol.1 y que teñía de misterio y sordidez al tramo protagonizado por la familia Kaufmann, cuando todavía vivían todos juntos y (casi) felices en Japón. Antes de la mitad del tomo, Tezuka había amagado con darle chapa al papá de Adolf Kamil (Isaac, el panadero judío), pero ese hilo argumental duró poco y terminó muy mal.
Así que por fin hay un equilibrio, que ojalá se mantenga. Dejémoslo a Toge en Japón, que descanse un toque, que sane sus heridas, que siga rompiendo corazones (increíble el levante que tiene este muchacho). Y en todo caso, dejemos que el misterio de los documentos que supuestamente prueban que el führer tiene sangre judía salpique un poco a los dos chicos llamados Adolf, que siguen intrínsecamente vinculados aunque vivan en distintos continentes. La Segunda Guerra Mundial ya está calentita, intensa, aunque todavía no entró en escena EEUU. Pero la tensión se siente tanto en Alemania como en Japón y Tezuka la aprovecha para subirle la temperatura a una saga que cuanto más se aleja de la fórmula de Buenos vs. Malos más gana en profundidad y más me involucra como para querer seguir leyendo, y que no se acabe nunca.
El dibujo… bueno, no hay grandes cambios respecto de los tomos anteriores. Por suerte cada tanto Tezuka nos regala esas puestas en página flasheras, esos ángulos extremos (que quizás le deban algo a Will Eisner) y esas secuencias mudas devastadoras, para compensar un poco por tantas páginas de “talking heads”, donde muchas veces no hay espacio para nada más. El laburo en los fondos es exquisito y cuando aparecen paisajes y edificios reales, el Manga no Kamisama los copia de fotos con una increíble jerarquía y una inteligencia aplastante para incorporarlos con onda a su universo gráfico, como hacía Hergé.
Pronto habrá más Adolf, acá en el blog. Capaz que incluso la termino antes del receso que nos va a imponer Comicópolis…
jueves, 3 de septiembre de 2015
03/ 09: ESPERANDO COMICOPOLIS
Se viene Comicópolis, más grosso que nunca, y ya estamos a full con la previa, con las actividades “satélite” que se realizan en distintos espacios culturales de la ciudad de Buenos Aires, mientras arranca la cuenta regresiva para detonar Tecnópolis del 17 al 20 de este mes.
Hoy ya estamos con la primera tanda de presentaciones de libros en la Librería Hernández, y mañana viernes es el Día de la Historieta. ¿Cómo lo festejamos? Con la apertura al público de la muestra Universo Macanudo, en la que podrán verse historietas, dibujos, ilustraciones y hasta muñecos corpóreos creados por Liniers, el padrino de la edición 2015 de Comicópolis. Esto va a ser a las 19h., en la SIGEN (Av. Corrientes 389).
El sábado se presenta Ich, la novela gráfica de Luciano Saracino y Ariel Olivetti, y me toca a mí conducir la charla. Esto va a ser también a las 19 hs. en La Revistería de Av. Juramento 2385.
El miércoles 9 hay otra tanda de presentación de libros, en el Ateneo Grand Splendid (Av. Santa Fe 1860), a las 17:30 hs. Y a las 19 hs. tenemos la inauguración oficial de la muestra de Liniers en la SIGEN, con la presencia del autor y de autoridades del Ministerio de Cultura. Eso va a estar MUY grosso.
El jueves 10, Agustín Graham Nakamura presenta Wonderland (con la participación de Quique Alcatena) en el Espacio Moebius (Bulnes 658). Y el viernes 11, también en Moebius, el maestro José Muñoz presenta la edición nacional de Sudor Sudaca y su libro de serigrafías Tintas de Buenos Aires.
El sábado 12 tenemos una muestra y feria de serigrafías en el Patio del Liceo (Av. Santa Fe 2729), donde participan Marco Tóxico, Amadeo Gonzales, Boom Boom Kid y otros artistas. Y también se inaugura una muestra de Max Cachimba (invitado a Comicópolis en 2013), Maco (invitada en 2014) y Troche. Esto va a ser a las 15:30 en La Musaraña (General José María Paz 1530, Vicente López, al toque de la estación Florida).
El martes 15 se viene la tercera y última tanda de presentación de libros (con una mesa zarpadísima de la que van a participar Jason, Alcatena y Muñoz, entre otros), a las 19 hs. en el Ateneo Grand Splendid. Y el miércoles 16 a las 19 hs., a poquitas horas de la apertura del festival, inaugura Pornobroster, una muestra de dibujos de Marco Tóxico y Muriel Bellini, en Punc (Luis Beláustegui 393).
O sea que antes de que arranque Comicópolis, ya vas a poder empezar a respirar historieta en Buenos Aires y conocer a varios de los invitados del festival, que estarán presentes en estas actividades. Por supuesto sigue abierta al público la mega-retrospectiva dedicada a José Muñoz en el Palais de Glace, por supuesto todas estas propuestas son con entrada libre y gratuita y por supuesto hay más información en http://comicopolis.ar/2015/
Nos vemos por ahí… y mil disculpas si no llego a postear nuevas reseñas en estos días, pero estamos realmente a full con la organización de un Comicópolis que –no tengas dudas- va a ser DEVASTADOR.
Hoy ya estamos con la primera tanda de presentaciones de libros en la Librería Hernández, y mañana viernes es el Día de la Historieta. ¿Cómo lo festejamos? Con la apertura al público de la muestra Universo Macanudo, en la que podrán verse historietas, dibujos, ilustraciones y hasta muñecos corpóreos creados por Liniers, el padrino de la edición 2015 de Comicópolis. Esto va a ser a las 19h., en la SIGEN (Av. Corrientes 389).
El sábado se presenta Ich, la novela gráfica de Luciano Saracino y Ariel Olivetti, y me toca a mí conducir la charla. Esto va a ser también a las 19 hs. en La Revistería de Av. Juramento 2385.
El miércoles 9 hay otra tanda de presentación de libros, en el Ateneo Grand Splendid (Av. Santa Fe 1860), a las 17:30 hs. Y a las 19 hs. tenemos la inauguración oficial de la muestra de Liniers en la SIGEN, con la presencia del autor y de autoridades del Ministerio de Cultura. Eso va a estar MUY grosso.
El jueves 10, Agustín Graham Nakamura presenta Wonderland (con la participación de Quique Alcatena) en el Espacio Moebius (Bulnes 658). Y el viernes 11, también en Moebius, el maestro José Muñoz presenta la edición nacional de Sudor Sudaca y su libro de serigrafías Tintas de Buenos Aires.
El sábado 12 tenemos una muestra y feria de serigrafías en el Patio del Liceo (Av. Santa Fe 2729), donde participan Marco Tóxico, Amadeo Gonzales, Boom Boom Kid y otros artistas. Y también se inaugura una muestra de Max Cachimba (invitado a Comicópolis en 2013), Maco (invitada en 2014) y Troche. Esto va a ser a las 15:30 en La Musaraña (General José María Paz 1530, Vicente López, al toque de la estación Florida).
El martes 15 se viene la tercera y última tanda de presentación de libros (con una mesa zarpadísima de la que van a participar Jason, Alcatena y Muñoz, entre otros), a las 19 hs. en el Ateneo Grand Splendid. Y el miércoles 16 a las 19 hs., a poquitas horas de la apertura del festival, inaugura Pornobroster, una muestra de dibujos de Marco Tóxico y Muriel Bellini, en Punc (Luis Beláustegui 393).
O sea que antes de que arranque Comicópolis, ya vas a poder empezar a respirar historieta en Buenos Aires y conocer a varios de los invitados del festival, que estarán presentes en estas actividades. Por supuesto sigue abierta al público la mega-retrospectiva dedicada a José Muñoz en el Palais de Glace, por supuesto todas estas propuestas son con entrada libre y gratuita y por supuesto hay más información en http://comicopolis.ar/2015/
Nos vemos por ahí… y mil disculpas si no llego a postear nuevas reseñas en estos días, pero estamos realmente a full con la organización de un Comicópolis que –no tengas dudas- va a ser DEVASTADOR.
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