Y sí, algún día tenía que pasar. Esto que empezó aquel lejano y binario 01/01/10 como un desafío bizarro (publicar 365 reseñas de 365 comics en 365 días) se convirtió en un blog que duró seis años y tuvo 2103 entradas. Algunas fueron choreo (¿para qué te voy a mentir a esta altura del partido?) pero la mayoría fueron reseñas de los comics que leí estos seis años… que además fueron los seis años en los que más comics leí.
Hoy el blog se termina… o mejor dicho, hoy empiezo a intentar que se termine. La verdad que, después de tanto tiempo, no sé si voy a poder dejarlo de un día para el otro. Hoy, por ejemplo, no sé si me voy a sentar a leer un comic. No tengo la urgencia de tener que postear una reseña ni hoy, ni mañana, ni nunca. Pero capaz que igual me siento y me bajo un TPB o una novela gráfica… Y si eso sucede, capaz que me derrotan las ganas de escribir acerca de lo que leí. No sé, realmente, qué va a pasar.
La idea es volver cada tanto, con posts que repasen mis lecturas recientes de un modo mucho más sintético que hasta ahora, y dejando afuera aquellos comics que uno lee y que –por motivos muy variados- no dejan algo muy sustancioso como para explayarse en 4000 ó 4500 caracteres. Me ha tocado dedicarle reseñas a varios de esos, pero ya fue. Eso no lo hago más.
De ahora en más, entonces, el blog será aperiódico. Los nuevos posts aparecerán eventualmente, cuando me parezca que tengo algo interesante para decir o para compartir. Quizás eso suceda todas las semanas, quizás nunca. También me gustaría hacer algo más abierto, más interactivo. Estaría bueno, por ejemplo, dedicarle dos o tres posts a responder preguntas enviadas por los lectores del blog, obviamente acerca de lo que a cada uno le interese saber. El famoso “¿a alguien le quedó alguna duda?”. Bueno, está el espacio para despejarlas. Vale preguntar cualquier cosa, aclaro de antemano. Y para que sea todo más prolijo, vamos a recibir las preguntas no en el sector de Comentarios, sino por mail, a accorsiandres@gmail.com. En el tema (o subject) del mensaje, debería ser “Preguntas para el blog”.
Este año el blog cierra con 344 entradas, la cifra anual más baja desde que arrancamos en 2010. Pero bueno, esos 21 faltazos responden a la gran cantidad de eventos en los que me tocó participar: la Rocketbooks, Dibujados, la FIC de Santiago de Chile, Montevideo Comics, Crack Bang Boom, Comicópolis, la New York Comic Con y la San Luis Comic Con fueron algunos de los momentos en que abandoné la soledad de mi escritorio para interactuar durante horas o días con artistas, editores, colegas, amigos e incluso con lectores del blog, que en todos lados donde voy se acercan a saludar con la mejor onda.
Ahora sí, se acabó. It´s over. C´est fini. Ero solo. Acabou. Ich war. Nos vamos por la puerta grande, como la Jefa. Diciembre fue el tercer mes en la historia del blog en el que superamos las 30.000 visitas, y quedó –por poquito- abajo de Enero de 2014 y lógicamente abajo de Marzo de 2014, que fue la única vez que superamos las 31.000. En el acumulado de los seis años, clavamos en 1.470.000 visitas: una guarangada. Infinitas gracias a todos lo que le hicieron el aguante al blog todo este tiempo, a los 530 seguidores, a los 2400 “megusteadores” de Facebook, a los que compartieron links para que más gente accediera a estos textos, a los autores y editores que me hicieron llegar sus libros para que yo los reseñara, y sobre todo a los artistas porque –como siempre digo- sin ellos no existirían los comics para leer y reseñar. Ellos son los verdaderos “culpables de este amor”.
Si te quedaste con ganas de más, nos seguimos leyendo todos los días en la Comiqueando Online. Y eventualmente acá, donde –repito- cada tanto volverán a aparecer posts, muy distintos a los 2103 ya aparecidos.
¿Qué nos deparará el 2016? Ni idea, la verdad que lo veo muy borroso. El libro más vendido de Diciembre a través de la Distri fue el Vol.25 de Gaturro y tenemos un gobierno de derecha, así que las señales del apocalipsis están ahí. El abismo nos está mirando fijo, aunque nosotros no lo miremos. En fin… ojalá que, pase lo que pase, haya salud, dinero y comics para todos y todas.
Gracias de nuevo por estar del otro lado estos seis inolvidables años.
jueves, 31 de diciembre de 2015
miércoles, 30 de diciembre de 2015
30/12: HEXMOOR
Le entré a este libro muy cebado tanto por las buenas críticas que leí como por las excelentes ventas que cosechó. Y la verdad que entré con tanta manija que esperaba un poco más de lo que me encontré.
El dibujo de Quique Alcatena es majestuoso, no hay con qué darle. No quiero repetir conceptos de reseñas anteriores, pero estamos ante un genio irrepetible que sabe sintetizar el dibujo clásico de aventura y la tradición gráfica de las distintas culturas a las que visitan sus personajes. El resultado es magia en estado puro.
Lo que en este caso me parece que restó un poco es la extensión de la obra. Hay un momento (el de la recorrida por los planetas) en que sentí que Alcatena y el guionista, el inmenso Eduardo Mazzitelli, estaban jugando a estirar la saga lo más posible. No había mucha justificación para todos esos episodios en el espacio y si no se hacen aburridos es porque están repletos de ideas fascinantes. Pero se nota la fórmula y se extraña esa sensación de “estos son episodios unitarios pero evidentemente están yendo hacia algún lado” que tiene todo el primer tramo ambientado en Old Albion.
Una vez que los protagonistas regresan a esta ciudad, crece la sensación de que Mazzitelli tiene un plan a largo plazo, de que los unitarios son escalones, que suben hacia un destino final. A veces son más atrapantes, a veces los conflictos tienen menos fuerza, pero siempre pasa algo, siempre se sacude aunque sea un poquito el status quo. Y como suele suceder en las series extensas de Mazzitelli, el final desaprovecha un poco las posibilidades de pegar ese último y definitivo sacudón. ¿Por qué? Porque fiel a su estilo, el guionista elige desenfatizar la machaca. Los combates están prácticamente ausentes a lo largo de todo el libro y el final no es la excepción. Mazzitelli juega a cerrar el conflicto central de un modo atípico, que sorprenda al lector, y esta vez me parece que el final termina por no estar a la altura de la expectativa que generó con ese build-up hacia “La Batalla Final” entre Hexmoor y sus principales enemigos, Los Invisibles.
El protagonista es el clásico héroe mazzitelliano: audaz, astuto, decidido, sin conflictos internos, hábil con las armas, ganador con las minas y protegido por una suerte a prueba de balas que le permite derrotar casi sin despeinarse a enemigos a priori mucho más poderosos que él. Por suerte, Mazzitelli lo rodea de un elenco muy interesante de personajes secundarios en el que hay varios tíos, primos y demás miembros de la familia Hexmoor, hampones, un justiciero enmascarado y hasta un muñeco de madera viviente. Faltaba una minita, nomás. Las pocas que aparecen no tienen el más mínimo peso en las tramas.
Entre los episodios autoconclusivos y los que tienen estructura más “de saga” hay (como ya dije) una cantidad impresionante de ideas zarpadas, algunas más épicas, otras más poéticas, otras simplemente absurdas y otras tan retorcidas y a la vez tan sofisticadas que las podría haber usado Grant Morrison en la Doom Patrol. Si me tengo que quedar con uno de los unitarios, leerlo como una historia corta desenganchada de todo el resto, voy de una con La Pandilla de la Calle Mugre, un thriller alucinante que me sorprendió de la primera viñeta a la última. También disfruté muchísimo con La Sombra de los Hexmoor (ahí hay conceptos que re-daba para seguir explorando) y con Sólo Di Miau, una especie lado B de A Dream of a Thousand Cats, aquel inolvidable unitario de Sandman.
En fin, esto está lleno de elementos limados, puestos al servicio de relatos originales, poco convencionales, salpicados con unos bloques de texto deliciosos. Si en vez de desarrollarse en 338 páginas se concentraba todo en… 240, estaríamos hablando de una obra maestra, comparable a lo mejor de esta dupla fundamental. Por supuesto, si las 100 páginas que “sobran” las dibuja Alcatena, hay que ser muy choto para protestar.
Y se acabaron las reseñas. Mañana, la despedida del blog.
El dibujo de Quique Alcatena es majestuoso, no hay con qué darle. No quiero repetir conceptos de reseñas anteriores, pero estamos ante un genio irrepetible que sabe sintetizar el dibujo clásico de aventura y la tradición gráfica de las distintas culturas a las que visitan sus personajes. El resultado es magia en estado puro.
Lo que en este caso me parece que restó un poco es la extensión de la obra. Hay un momento (el de la recorrida por los planetas) en que sentí que Alcatena y el guionista, el inmenso Eduardo Mazzitelli, estaban jugando a estirar la saga lo más posible. No había mucha justificación para todos esos episodios en el espacio y si no se hacen aburridos es porque están repletos de ideas fascinantes. Pero se nota la fórmula y se extraña esa sensación de “estos son episodios unitarios pero evidentemente están yendo hacia algún lado” que tiene todo el primer tramo ambientado en Old Albion.
Una vez que los protagonistas regresan a esta ciudad, crece la sensación de que Mazzitelli tiene un plan a largo plazo, de que los unitarios son escalones, que suben hacia un destino final. A veces son más atrapantes, a veces los conflictos tienen menos fuerza, pero siempre pasa algo, siempre se sacude aunque sea un poquito el status quo. Y como suele suceder en las series extensas de Mazzitelli, el final desaprovecha un poco las posibilidades de pegar ese último y definitivo sacudón. ¿Por qué? Porque fiel a su estilo, el guionista elige desenfatizar la machaca. Los combates están prácticamente ausentes a lo largo de todo el libro y el final no es la excepción. Mazzitelli juega a cerrar el conflicto central de un modo atípico, que sorprenda al lector, y esta vez me parece que el final termina por no estar a la altura de la expectativa que generó con ese build-up hacia “La Batalla Final” entre Hexmoor y sus principales enemigos, Los Invisibles.
El protagonista es el clásico héroe mazzitelliano: audaz, astuto, decidido, sin conflictos internos, hábil con las armas, ganador con las minas y protegido por una suerte a prueba de balas que le permite derrotar casi sin despeinarse a enemigos a priori mucho más poderosos que él. Por suerte, Mazzitelli lo rodea de un elenco muy interesante de personajes secundarios en el que hay varios tíos, primos y demás miembros de la familia Hexmoor, hampones, un justiciero enmascarado y hasta un muñeco de madera viviente. Faltaba una minita, nomás. Las pocas que aparecen no tienen el más mínimo peso en las tramas.
Entre los episodios autoconclusivos y los que tienen estructura más “de saga” hay (como ya dije) una cantidad impresionante de ideas zarpadas, algunas más épicas, otras más poéticas, otras simplemente absurdas y otras tan retorcidas y a la vez tan sofisticadas que las podría haber usado Grant Morrison en la Doom Patrol. Si me tengo que quedar con uno de los unitarios, leerlo como una historia corta desenganchada de todo el resto, voy de una con La Pandilla de la Calle Mugre, un thriller alucinante que me sorprendió de la primera viñeta a la última. También disfruté muchísimo con La Sombra de los Hexmoor (ahí hay conceptos que re-daba para seguir explorando) y con Sólo Di Miau, una especie lado B de A Dream of a Thousand Cats, aquel inolvidable unitario de Sandman.
En fin, esto está lleno de elementos limados, puestos al servicio de relatos originales, poco convencionales, salpicados con unos bloques de texto deliciosos. Si en vez de desarrollarse en 338 páginas se concentraba todo en… 240, estaríamos hablando de una obra maestra, comparable a lo mejor de esta dupla fundamental. Por supuesto, si las 100 páginas que “sobran” las dibuja Alcatena, hay que ser muy choto para protestar.
Y se acabaron las reseñas. Mañana, la despedida del blog.
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martes, 29 de diciembre de 2015
29/12: SUGAR SKULL
Bueno, tardé un poquito menos de cuatro años en terminar la triilogía de novelas gráficas de Charles Burns que empezó con X´Ed Out (ver reseña del 09/01/11) y siguió con The Hive (29/06/13). Como te imaginarás, con un bache de 30 meses entre el tomo anterior y este, me acuerdo muy poco de la trama y nada de los detalles de lo sucedido en las dos primeras partes de la trilogía. Y como NO te imaginarás, estas 60 páginas son mucho más autoconclusivas de lo que parecen.
La verdad es que buena parte de lo que sucede en Sugar Skull se disfruta a pleno sin tener la menor idea de que esta es la tercera parte de una saga más extensa. Hay puntas que se nota que se abrieron antes de que arranque Sugar Skull, pero rápidamente Burns te pone al día y te engancha hasta el final.
Esta vez hay tres niveles de relato: lo que sucede en el presente en el plano real, flashbacks al pasado también en el plano real, y toda la secuencia más aventurera, más bizarra, más extrema, en el plano… digámosle “menos real”. Y llegué a una conclusión que no me gusta: toda esta parte “menos real”, protagonizada por Johnny (el tintinesco alter-ego de Doug), está al pedo. Visualmente es la gloria, y narrativamente te emociona, te shockea, te atrapa… con una historia que no sé muy bien a dónde va. Capaz que si lo leés MUY compenetrado (o muy drogado) descubrís que todo lo que le pasa a Johnny es una metáfora, una alegoría o un paralelismo medio freak con lo que le pasa a Doug. Si eso fuera así, estaríamos hablando de la mejor novela gráfica de la historia, frente-march. Pero yo intuyo que no es así, que Burns por un lado nos contó la historia de Doug (ahora me explayo un toque sobre eso) y nos la adornó con todas estas secuencias oníricas, alucinógenas, apasionantes, pero a la larga medio inconducentes.
Ahora bien, la otra trama, la de Doug y sus relaciones con Sally y Sarah, no sólo es brillante: también tiene todo el sentido del mundo por sí sola, independientemente de lo que pasa en el otro plano de realidad, e incluso de lo que pasa en X´Ed Out y The Hive. Yo creo que si Burns limitaba la trama sólo a esa línea argumental, le íbamos a decir que se estaba colgando de las tetas de Adrian Tomine, porque básicamente la historia de Doug tiene esa onda: un drama urbano realista, en el que un tipo casi normal trata de reflotar una pareja que se fue a la B por cagadas que se mandó años atrás. Burns construye esta trama con flashbacks interesantísimos, con escenas que se cortan en el momento justo (el de más tensión), con silencios que te volatilizan por su potencia dramática… Estos fragmentos del libro están tan buenos que casi puteás cada vez que Burns interrumpe la narración para mostrarte las andanzas de Johnny en esa especie de País de las Maravillas bizarro y hecho mierda.
Hablar del dibujo es medio redundante, así que no lo voy a hacer. Creo que escribí bastante sobre el tema en la reseña de X´Ed Out. ¿Es el mejor trabajo de Burns como dibujante? No tengas la menor duda. Y no sólo por los homenajes a Hergé. Hay millones de motivos para que -si sos fan de Burns desde siempre, o si lo conociste gracias a esta trilogía- te vayas convencido de que el hijo de puta que le acaba de hacer el amor a tus retinas es el más grosso de todos, el que tiene una varita mágica en vez de una verga.
No tengo idea de cuánto falta para que se edite el próximo trabajo de Burns, ni mucho menos cuánto falta para que un futuro trabajo de Burns supere en calidad a lo que vimos en estos tres libros. Y la verdad, son datos cuya importancia empalidece frente al placer que me produjeron Sugar Skull y sus antecesoras. Gloria eterna a este Monstruo Sagrado del Noveno Arte, siempre dispuesto a subir la apuesta un poquito más.
Mañana, la última reseña de la historia del blog.
La verdad es que buena parte de lo que sucede en Sugar Skull se disfruta a pleno sin tener la menor idea de que esta es la tercera parte de una saga más extensa. Hay puntas que se nota que se abrieron antes de que arranque Sugar Skull, pero rápidamente Burns te pone al día y te engancha hasta el final.
Esta vez hay tres niveles de relato: lo que sucede en el presente en el plano real, flashbacks al pasado también en el plano real, y toda la secuencia más aventurera, más bizarra, más extrema, en el plano… digámosle “menos real”. Y llegué a una conclusión que no me gusta: toda esta parte “menos real”, protagonizada por Johnny (el tintinesco alter-ego de Doug), está al pedo. Visualmente es la gloria, y narrativamente te emociona, te shockea, te atrapa… con una historia que no sé muy bien a dónde va. Capaz que si lo leés MUY compenetrado (o muy drogado) descubrís que todo lo que le pasa a Johnny es una metáfora, una alegoría o un paralelismo medio freak con lo que le pasa a Doug. Si eso fuera así, estaríamos hablando de la mejor novela gráfica de la historia, frente-march. Pero yo intuyo que no es así, que Burns por un lado nos contó la historia de Doug (ahora me explayo un toque sobre eso) y nos la adornó con todas estas secuencias oníricas, alucinógenas, apasionantes, pero a la larga medio inconducentes.
Ahora bien, la otra trama, la de Doug y sus relaciones con Sally y Sarah, no sólo es brillante: también tiene todo el sentido del mundo por sí sola, independientemente de lo que pasa en el otro plano de realidad, e incluso de lo que pasa en X´Ed Out y The Hive. Yo creo que si Burns limitaba la trama sólo a esa línea argumental, le íbamos a decir que se estaba colgando de las tetas de Adrian Tomine, porque básicamente la historia de Doug tiene esa onda: un drama urbano realista, en el que un tipo casi normal trata de reflotar una pareja que se fue a la B por cagadas que se mandó años atrás. Burns construye esta trama con flashbacks interesantísimos, con escenas que se cortan en el momento justo (el de más tensión), con silencios que te volatilizan por su potencia dramática… Estos fragmentos del libro están tan buenos que casi puteás cada vez que Burns interrumpe la narración para mostrarte las andanzas de Johnny en esa especie de País de las Maravillas bizarro y hecho mierda.
Hablar del dibujo es medio redundante, así que no lo voy a hacer. Creo que escribí bastante sobre el tema en la reseña de X´Ed Out. ¿Es el mejor trabajo de Burns como dibujante? No tengas la menor duda. Y no sólo por los homenajes a Hergé. Hay millones de motivos para que -si sos fan de Burns desde siempre, o si lo conociste gracias a esta trilogía- te vayas convencido de que el hijo de puta que le acaba de hacer el amor a tus retinas es el más grosso de todos, el que tiene una varita mágica en vez de una verga.
No tengo idea de cuánto falta para que se edite el próximo trabajo de Burns, ni mucho menos cuánto falta para que un futuro trabajo de Burns supere en calidad a lo que vimos en estos tres libros. Y la verdad, son datos cuya importancia empalidece frente al placer que me produjeron Sugar Skull y sus antecesoras. Gloria eterna a este Monstruo Sagrado del Noveno Arte, siempre dispuesto a subir la apuesta un poquito más.
Mañana, la última reseña de la historia del blog.
lunes, 28 de diciembre de 2015
28/12: PRECIOSA OSCURIDAD
Este es un álbum autoconclusivo de 2009, publicado en nuestro idioma en 2013 por el sello Spaceman. Es una obra increíble del prolífico guionista Fabien Vehlmann (para muchos el Goscinny del Siglo XXI) y de la dupla de dibujantes conocida como Kerascoët.
Tiene un gran problema: no se puede contar nada de la trama. Si me pongo a explicar quiénes son los personajes, cagamos. Digamos que casi todo lo que sucede se desencadena a raíz de la muerte de una nena de unos nueve o diez años. Pero el eje del relato no está puesto ahí. Lo que le importa a Vehlmann no es explicar la muerte de la nena, es otra cosa en la que conviene no ahondar.
La reseña me va a quedar muy corta, como siempre que trato de no ahondar en la trama. Pero de verdad, todo lo que cuente va en contra del disfrute de la obra. Hay un poquito de acción, hay personajes interesantes, hay algo así como un misterio, un suspenso, y lo más interesante: un juego muy atractivo entre dos planos de realidad. La gran, gran idea de Vehlmann le permite apoyar un relato largo (90 páginas) en un recurso muy sencilla, asombrosamente sencillo. Y hasta ahí llego.
Eso que yo mencionaba (y en lo que me niego a ahondar) de los dos niveles de realidad le permite a los Kerascoët dibujar en dos estilos distintos: uno muy realista, generosísimo en detalles, en texturas e iluminaciones. Arboles, animales y objetos aparecen en estas páginas perfectamente retratados por dos artistas que nunca habían incursionado en el estilo realista. Sin embargo, buena parte del peso dramático de Preciosa Oscuridad recae en personajes… a los que no les sienta bien ese estilo. Felizmente los Kerascoët lo entienden y recrean este otro nivel de realidad en un segundo estilo, más similar al que vimos (por ejemplo) en las reseñas del 08 y el 22/04/13. Pero hasta ahí nomás. Quizás porque ya no está el gran Hubert para colorearlos, pero acá los Kerascoët no quedan tan pegados a la impronta gráfica de Christophe Blain y Joann Sfar. Juegan al contraste entre los personajes y los fondos, enfatizan desde el color las diferencias entre los propios personajes y además estos están dibujados básicamente en un estilo funny… pero con variaciones que van desde la clásica ilustración de cuentos infantiles al manga.
Entre tanto prodigio visual, los Kerascoët arman un festival alucinante, pensado para conmover a nuestros sentidos. Y aportan muchísimo a la principal genialidad de Preciosa Oscuridad, que consiste en ese doble juego entre la tragedia más horrenda y la comedia aventurera light. El resultado no sólo es brillante, también es sumamente perturbador. Vehlmann no deja que te olvides nunca de que el verdadero marco de este relato lleno de ritmo, color y personajes arquetípicos, es un marco espantoso. Es como armar una obra de títeres que narre un maravilloso cuento de hadas, pero en vez de usar un teatro de marionetas, hacerla arriba de un féretro abierto, con el fiambre ahí, a la vista.
Perdón por no explayarme un poco más, pero no te quiero cagar las sorpresas. Esta novela gráfica tiene de todo, de verdad. Es una emoción atrás de otra. Si no conseguís la edición española y no leés francés, hay una edición yanki a cargo de Drawn & Quarterly. Pero buscala, que es una joya.
Tiene un gran problema: no se puede contar nada de la trama. Si me pongo a explicar quiénes son los personajes, cagamos. Digamos que casi todo lo que sucede se desencadena a raíz de la muerte de una nena de unos nueve o diez años. Pero el eje del relato no está puesto ahí. Lo que le importa a Vehlmann no es explicar la muerte de la nena, es otra cosa en la que conviene no ahondar.
La reseña me va a quedar muy corta, como siempre que trato de no ahondar en la trama. Pero de verdad, todo lo que cuente va en contra del disfrute de la obra. Hay un poquito de acción, hay personajes interesantes, hay algo así como un misterio, un suspenso, y lo más interesante: un juego muy atractivo entre dos planos de realidad. La gran, gran idea de Vehlmann le permite apoyar un relato largo (90 páginas) en un recurso muy sencilla, asombrosamente sencillo. Y hasta ahí llego.
Eso que yo mencionaba (y en lo que me niego a ahondar) de los dos niveles de realidad le permite a los Kerascoët dibujar en dos estilos distintos: uno muy realista, generosísimo en detalles, en texturas e iluminaciones. Arboles, animales y objetos aparecen en estas páginas perfectamente retratados por dos artistas que nunca habían incursionado en el estilo realista. Sin embargo, buena parte del peso dramático de Preciosa Oscuridad recae en personajes… a los que no les sienta bien ese estilo. Felizmente los Kerascoët lo entienden y recrean este otro nivel de realidad en un segundo estilo, más similar al que vimos (por ejemplo) en las reseñas del 08 y el 22/04/13. Pero hasta ahí nomás. Quizás porque ya no está el gran Hubert para colorearlos, pero acá los Kerascoët no quedan tan pegados a la impronta gráfica de Christophe Blain y Joann Sfar. Juegan al contraste entre los personajes y los fondos, enfatizan desde el color las diferencias entre los propios personajes y además estos están dibujados básicamente en un estilo funny… pero con variaciones que van desde la clásica ilustración de cuentos infantiles al manga.
Entre tanto prodigio visual, los Kerascoët arman un festival alucinante, pensado para conmover a nuestros sentidos. Y aportan muchísimo a la principal genialidad de Preciosa Oscuridad, que consiste en ese doble juego entre la tragedia más horrenda y la comedia aventurera light. El resultado no sólo es brillante, también es sumamente perturbador. Vehlmann no deja que te olvides nunca de que el verdadero marco de este relato lleno de ritmo, color y personajes arquetípicos, es un marco espantoso. Es como armar una obra de títeres que narre un maravilloso cuento de hadas, pero en vez de usar un teatro de marionetas, hacerla arriba de un féretro abierto, con el fiambre ahí, a la vista.
Perdón por no explayarme un poco más, pero no te quiero cagar las sorpresas. Esta novela gráfica tiene de todo, de verdad. Es una emoción atrás de otra. Si no conseguís la edición española y no leés francés, hay una edición yanki a cargo de Drawn & Quarterly. Pero buscala, que es una joya.
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domingo, 27 de diciembre de 2015
27/12: LAS TIERRAS DEL OSO
Este libro recopila 20 historietas realizadas por el maestro Carlos Vogt entre 2010 y 2013 y publicadas en las antologías italianas de la editorial Aurea, que es la que que canalizó toda la producción post-Columba del legendario co-creador de Pepe Sánchez. Las 20 historias son autoconclusivas pero, al compartir ambientación, algunos personajes se repiten y hasta se cruzan entre ellos. Vogt nos transporta a los bosques de Saskatchewan, en la provincia canadiense de Alberta, cerca de la frontera con EEUU, a fines del siglo XIX, cuando ya terminó la guerra entre ingleses y franceses y Canadá se empieza a parecer (no en geografía pero sí en todo lo demás) al Oeste de los EEUU. Si no estuvieran los bosques de fondo, cualquier incauto podría creer que Las Tierras del Oso es un western clásico: hay diligencias, saloons, sheriffs, asaltantes, buscadores de oro y –algo a lo que Vogt le presta mucha atención- varias tribus de aborígenes, con distintos grados de belicosidad.
Cuando la ambientación está tan lograda, cuando la época histórica está tan bien investigada, es inevitable que esto no sea un mero decorado, sino que se convierta en un elemento central en las tramas, tan importante como los personajes, los tiros y las piñas. Y los chistes. Porque el principal mérito de Las Tierras del Oso es que, a pesar de la larguísima trayectoria, de pasar de las revistas de Columba a las revistas de la Aurea, de trabajar con o sin guionistas, Vogt sigue siendo Vogt. La esencia de Vogt es esta: la aventura condimentada con comedia. Estas 20 historias tienen peleas, robos, persecuciones, flechazos, hachazos, corchazos… y la mano maestra de un autor increíble, que logra combinar todos esos elementos con el humor. Juegos de palabras, confusiones absurdas, un poquito de slapstick… Vogt tiene intacto el talento para hacernos reir en medio de una trama clásica de buenos y malos y eso lo hace único dentro de la historieta argentina de aventuras.
En cuanto a las historias en sí, el nivel es bastante parejo. No fue fácil encontrar alguna que se destacara mucho por sobre el resto. Finalmente me quedé con dos: El Duelo y El Vendedor Ambulante, dos joyitas en un panorama en el que todos los guiones me resultaron satisfactorios.
En cambio, en materia de dibujo, hay una historieta que se destaca claramente por sobre todas las demás. Se trata de Los Asaltantes, que parece estar realizada por el maestro Vogt con una técnica distinta (¿rotring, quizás?), o reproducida a mucha mejor calidad. Lo cierto es que la línea del dibujante acá pierde un poquito en espesor pero gana exponencialmente en fuerza, en sutileza, en prolijidad, en expresividad. Son 12 páginas impecables, donde se nota un cuidado absoluto por parte del maestro.
En las otras historietas, el trazo de Vogt también se disfruta a pleno, pero no está tan claro, no tiene tanta definición. En casi todas las historias (acá incluyo también a Los Asaltantes) hay un problema fundamental, que es el ida y vuelta entre las páginas divididas en tres tiras y las páginas divididas en cuatro tiras. Obviamente, cuando Vogt trabaja con tres tiras, el dibujo se ve mucho mejor, más libre, más suelto. En cuatro tiras, hay que apretar un poquito más la información, la narrativa se ve más condicionada, y a veces si el diálogo es extenso, el dibujo queda muy relegado. Si TODAS las páginas de TODAS las historietas estuvieran plantadas en cuatro tiras… y bue, uno se acostumbra, como cuando lee a Hugo Pratt, Hergé o Carl Barks. Pero al variar dentro de una misma historieta, te marea un poquito y te frustra, porque uno quisiera ver TODA la historieta narrada en páginas de tres tiras donde –repito- el dibujo se luce mucho más.
Dos detalles más que no me gustaron, bastante menores, por suerte: 1) la tipografía utilizada en diálogos y bloques de texto atrasa –como mínimo- 15 años. 2) Se nota mucho que estas historietas se realizaron en un tamaño muy distinto al del libro, por eso quedan arriba y abajo esas franjas blancas tan llamativas. Se entiende la idea de editarlo en el mismo formato en el que Loco Rabia viene cosechando éxito tras éxito, pero eso: se nota demasiado que Vogt dibujó todo con otro formato en mente. El resto, todo delicioso. Si sos fan de este prócer del Noveno Arte, o de la historieta argentina clásica en general, en Las Tierras del Oso la vas a pasar bomba. Exploralas con total confianza.
Cuando la ambientación está tan lograda, cuando la época histórica está tan bien investigada, es inevitable que esto no sea un mero decorado, sino que se convierta en un elemento central en las tramas, tan importante como los personajes, los tiros y las piñas. Y los chistes. Porque el principal mérito de Las Tierras del Oso es que, a pesar de la larguísima trayectoria, de pasar de las revistas de Columba a las revistas de la Aurea, de trabajar con o sin guionistas, Vogt sigue siendo Vogt. La esencia de Vogt es esta: la aventura condimentada con comedia. Estas 20 historias tienen peleas, robos, persecuciones, flechazos, hachazos, corchazos… y la mano maestra de un autor increíble, que logra combinar todos esos elementos con el humor. Juegos de palabras, confusiones absurdas, un poquito de slapstick… Vogt tiene intacto el talento para hacernos reir en medio de una trama clásica de buenos y malos y eso lo hace único dentro de la historieta argentina de aventuras.
En cuanto a las historias en sí, el nivel es bastante parejo. No fue fácil encontrar alguna que se destacara mucho por sobre el resto. Finalmente me quedé con dos: El Duelo y El Vendedor Ambulante, dos joyitas en un panorama en el que todos los guiones me resultaron satisfactorios.
En cambio, en materia de dibujo, hay una historieta que se destaca claramente por sobre todas las demás. Se trata de Los Asaltantes, que parece estar realizada por el maestro Vogt con una técnica distinta (¿rotring, quizás?), o reproducida a mucha mejor calidad. Lo cierto es que la línea del dibujante acá pierde un poquito en espesor pero gana exponencialmente en fuerza, en sutileza, en prolijidad, en expresividad. Son 12 páginas impecables, donde se nota un cuidado absoluto por parte del maestro.
En las otras historietas, el trazo de Vogt también se disfruta a pleno, pero no está tan claro, no tiene tanta definición. En casi todas las historias (acá incluyo también a Los Asaltantes) hay un problema fundamental, que es el ida y vuelta entre las páginas divididas en tres tiras y las páginas divididas en cuatro tiras. Obviamente, cuando Vogt trabaja con tres tiras, el dibujo se ve mucho mejor, más libre, más suelto. En cuatro tiras, hay que apretar un poquito más la información, la narrativa se ve más condicionada, y a veces si el diálogo es extenso, el dibujo queda muy relegado. Si TODAS las páginas de TODAS las historietas estuvieran plantadas en cuatro tiras… y bue, uno se acostumbra, como cuando lee a Hugo Pratt, Hergé o Carl Barks. Pero al variar dentro de una misma historieta, te marea un poquito y te frustra, porque uno quisiera ver TODA la historieta narrada en páginas de tres tiras donde –repito- el dibujo se luce mucho más.
Dos detalles más que no me gustaron, bastante menores, por suerte: 1) la tipografía utilizada en diálogos y bloques de texto atrasa –como mínimo- 15 años. 2) Se nota mucho que estas historietas se realizaron en un tamaño muy distinto al del libro, por eso quedan arriba y abajo esas franjas blancas tan llamativas. Se entiende la idea de editarlo en el mismo formato en el que Loco Rabia viene cosechando éxito tras éxito, pero eso: se nota demasiado que Vogt dibujó todo con otro formato en mente. El resto, todo delicioso. Si sos fan de este prócer del Noveno Arte, o de la historieta argentina clásica en general, en Las Tierras del Oso la vas a pasar bomba. Exploralas con total confianza.
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sábado, 26 de diciembre de 2015
26/12: HAWKEYE Vol.3
Tercer y anteúltimo tomo del Hawkeye de Matt Fraction, y acá es donde la serie se desdobla virtualmente en dos series bimestrales, principalmente para darle margen a David Ajá, un dibujante increíble pero muy lento, que venía fracasando estrepitosamente en su intento por entregar 20 páginas por mes. La solución fue dedicarle los números pares (14, 16, 18 y 20) a las aventuras de la otra Hawkeye (Kate Bishop), ahora solista y tratando de hacer pie en Los Angeles, por supuesto con otros dibujantes al frente de la faz gráfica.
En el primer episodio (un Annual), Fraction plantea el tono de lo que va a ser la saga de Kate en Los Angeles: Madame Masque va a entrar en escena para asegurarse de que todo se haga cuesta arriba para la joven arquera. Rápidamente la serie se empieza a poblar de personajes secundarios interesantes y para el segundo unitario (el el n°16) ya funciona todo como un relojito. Los últimos dos episodios Fraction se los guarda para resolver el conflicto grosso contra Madame Masque y después… no sé. La serie termina en el n°22, sospecho que con uno o dos episodios en los que ambos Hawkeyes vuelvan a pelear codo a codo.
Por supuesto que, al desactivar la química entre Kate y Clint Barton, la serie pierde algo de su atractivo. El rol de Clint en este tomo es mínimo, e incluso el perro Lucky, que se va a Los Angeles con Kate, casi no tiene peso en la trama. Pero si sos fan de la joven Hawkeye (o sea, si en los dos tomos anteriores Fraction te hizo fan de la joven Hawkeye) igual se disfruta a pleno porque ahora sí, el guionista tiene espacio e ideas para desarrollarla al mango, para terminar de convertirla en un personaje protagónico dentro del Universo Marvel.
Como sucedió siempre en esta serie, la aventura irrumpe con fuerza, pero de vez en cuando. No son relatos de acción palo-y-palo, sino que la gran mayoría de las secuencias tienen el tono de una comedia costumbrista, en la que una heroína inexperta y cheta se tiene que adaptar a vivir con poco, en un ámbito en el que juega muy de visitante. Cuando se dan estos estallidos de acción, Fraction los lleva al límite y, como todos los personajes son humanos comunes sin poderes, los vemos cobrar de lo lindo y terminar cada pelea notoriamente baqueteados. Al haber poca acción, los diálogos tienen mucho protagonismo. Como en los otros trabajos de Fraction, estos son dinámicos, complejos, con chistes, juegos de palabras y –como estamos cerca de Hollywood- muchísimas menciones a famosos de la A, la B y la C.
El primer episodio lo dibuja el gran Javier Pulido, con su trazo claro, limpito, estilizado. Lástima que abusa groseramente del recurso de dibujar a los personajes como siluetas negras. Es un recurso válido, interesante sobre todo en términos de composición. Pero si la gracia es dibujar el 75% de los cuerpos y los rostros como siluetas negras, ya es un capricho, una ridiculez pensada para llamar la atención del lector y eventualmente distraerlo del hilo de la trama. Los otros cuatro capítulos están a cargo de Annie Wu, a la que nunca había escuchado nombrar. Me gustó. Sobre todo en la narrativa y en la composición de las viñetas. No tanto en los primeros planos, en los que abandona la línea clara para meter mucho detalle, arruguitas, cositas que no están mal, pero que contrastan un poco con el estilo del resto de la historieta. El colorista Matt Hollingsworth, como siempre, un grosso, muy responsable de que a nivel visual esta serie haya sido tan distinta de todas las demás.
Me queda pendiente el último tomo, que todavía no lo compré, y ya estoy mirando con ansias la serie siguiente, la que escribe Jeff Lemire. Si venías comprando Hawkeye por Clint Barton, este tomo capaz que no te resulta atractivo, al centrarse 100% en Kate. Pero igual dale una oportunidad, que Fraction está afiladísimo.
En el primer episodio (un Annual), Fraction plantea el tono de lo que va a ser la saga de Kate en Los Angeles: Madame Masque va a entrar en escena para asegurarse de que todo se haga cuesta arriba para la joven arquera. Rápidamente la serie se empieza a poblar de personajes secundarios interesantes y para el segundo unitario (el el n°16) ya funciona todo como un relojito. Los últimos dos episodios Fraction se los guarda para resolver el conflicto grosso contra Madame Masque y después… no sé. La serie termina en el n°22, sospecho que con uno o dos episodios en los que ambos Hawkeyes vuelvan a pelear codo a codo.
Por supuesto que, al desactivar la química entre Kate y Clint Barton, la serie pierde algo de su atractivo. El rol de Clint en este tomo es mínimo, e incluso el perro Lucky, que se va a Los Angeles con Kate, casi no tiene peso en la trama. Pero si sos fan de la joven Hawkeye (o sea, si en los dos tomos anteriores Fraction te hizo fan de la joven Hawkeye) igual se disfruta a pleno porque ahora sí, el guionista tiene espacio e ideas para desarrollarla al mango, para terminar de convertirla en un personaje protagónico dentro del Universo Marvel.
Como sucedió siempre en esta serie, la aventura irrumpe con fuerza, pero de vez en cuando. No son relatos de acción palo-y-palo, sino que la gran mayoría de las secuencias tienen el tono de una comedia costumbrista, en la que una heroína inexperta y cheta se tiene que adaptar a vivir con poco, en un ámbito en el que juega muy de visitante. Cuando se dan estos estallidos de acción, Fraction los lleva al límite y, como todos los personajes son humanos comunes sin poderes, los vemos cobrar de lo lindo y terminar cada pelea notoriamente baqueteados. Al haber poca acción, los diálogos tienen mucho protagonismo. Como en los otros trabajos de Fraction, estos son dinámicos, complejos, con chistes, juegos de palabras y –como estamos cerca de Hollywood- muchísimas menciones a famosos de la A, la B y la C.
El primer episodio lo dibuja el gran Javier Pulido, con su trazo claro, limpito, estilizado. Lástima que abusa groseramente del recurso de dibujar a los personajes como siluetas negras. Es un recurso válido, interesante sobre todo en términos de composición. Pero si la gracia es dibujar el 75% de los cuerpos y los rostros como siluetas negras, ya es un capricho, una ridiculez pensada para llamar la atención del lector y eventualmente distraerlo del hilo de la trama. Los otros cuatro capítulos están a cargo de Annie Wu, a la que nunca había escuchado nombrar. Me gustó. Sobre todo en la narrativa y en la composición de las viñetas. No tanto en los primeros planos, en los que abandona la línea clara para meter mucho detalle, arruguitas, cositas que no están mal, pero que contrastan un poco con el estilo del resto de la historieta. El colorista Matt Hollingsworth, como siempre, un grosso, muy responsable de que a nivel visual esta serie haya sido tan distinta de todas las demás.
Me queda pendiente el último tomo, que todavía no lo compré, y ya estoy mirando con ansias la serie siguiente, la que escribe Jeff Lemire. Si venías comprando Hawkeye por Clint Barton, este tomo capaz que no te resulta atractivo, al centrarse 100% en Kate. Pero igual dale una oportunidad, que Fraction está afiladísimo.
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viernes, 25 de diciembre de 2015
25/12: KANIKOSEN
Esta reseña tiene demasiados puntos en contacto con la que redacté un ya remoto 06/12/10. Aquella era la adaptación al comic de Los Dueños de la Tierra, la novela de David Viñas, realizada por Juan Carlos Kreimer y Dante Ginevra. Esta vez, la obra adaptada es Kanikosen, una novela escrita por Takiji Kobayashi en 1929, convertida en manga por Go Fujio en 2006.
La mayor similitud está en el argumento. Las dos historias transcurren en la década del ´20 del siglo pasado y en las dos pasa exactamente LO MISMO: trabajadores brutalmente explotados, sometidos a condiciones infrahumanas, deciden ponerle freno al abuso de los patrones y terminan muy mal, gracias al accionar de las fuerzas armadas, que responden a los intereses de los garcas. Los Dueños de la Tierra se sitúa en las estancias de la Patagonia, y el conflicto gira en torno a los peones de la lana. Kanikosen nos lleva a las turbulentas aguas de la península de Kamchatka (si alguna vez jugaste al T.E.G. sabés más o menos dónde queda), donde el buque cangrejero Hakuko Maru extrae crustáceos a lo pavote para ser faenados en una factoría que es parte del mismo barco. Como en la novela de Viñas, acá los obreros viven en pésimas condiciones de higiene, hacinados, mal alimentados, forzados a trabajar durante una cantidad de horas que ningún ser humano podría soportar. Hasta que un día dicen basta.
La principal diferencia está en que Viñas incorpora una historia de amor, y en la novela de Kobayashi no hay espacio para eso, básicamente porque no hay mujeres: son todos muchachones heterosexuales, sudorosos y con olor a cangrejo. ¿Con qué llena el japonés el espacio que el argentino dedicó a la trama romántica? Con aventura. Porque claro, a bordo de un buque en el medio de la nada, con un clima extremo y la cercanía de las costas de Rusia, no es difícil sumar tensión y generar momentos en los que faenar cangrejos importa un poco menos que salvar el pellejo.
Y después hay diferencias bastante marcadas en el ritmo, en cómo avanza cada obra hacia el final. Kobayashi pone más énfasis en la humillación y la degradación de los obreros por parte del supervisor, mientras que Viñas le dedica más espacio a la represión del levantamiento por parte de los militares, algo que en Kanikosen se explicita, pero no se muestra en detalle, por lo menos en la adaptación al manga.
En cualquier caso, la sensación que transmite Kanikosen es muy parecida a la de Los Dueños de la Tierra: son textos de denuncia, pensados para despertar en el lector la conciencia. Para decirnos “esto sucedió y no puede volver a suceder”. Y además nos enseña un montón, porque yo no tenía la menor idea de que en los años ´20 los japoneses pescaban y faenaban cangrejos en buques-factoría que navegaban las aguas de Kamchatka jugando muy finito sobre la línea que delimitaba el inicio del territorio (marítimo) de la joven URSS.
Y me guardo lo mejor para el final: el dibujo de Go Fujio. ¡Ma-mita! ¿Dónde estuviste todos estos años? ¿Cómo es que me enteré hace tan poquito que existías? Go Fujio me hace acordar al Naoki Urasawa de los primeros años, ese que no estaba tan pendiente del realismo fotográfico y que se animaba a darle a las expresiones faciales un tinte un poquito más caricaturesco. Fujio se tira de cabeza a esa etética más cartoony, al punto que por momentos parece un dibujante de las escuela belga de Marcinelle, obviamente de la corriente moderna, no tan pegada a la estética clásica de André Franquin. Imaginate algo cercano a lo que hizo Yoann en sus álbumes de Spirou (vimos uno el 06/08/15). Esto en cuanto a los rostros (que tienen mucho peso en la obra). En el resto del manga, el dibujo conserva esa impronta similar a la de Urasawa y Katsuhiro Otomo, y en la narrativa la referencia principal pareciera ser Kaiji Kawaguchi. Lo cierto es que el trazo de Fujio es fresco, vigoroso, expresivo y muy ganchero. Como el resto de los mangakas, afronta con naturalidad esa dicotomía entre personajes simples y fondos y objetos retratados con rigor fotográfico e infinitos detalles. En fin, un gran hallazgo.
Para cerrar, otro dato desgarrador: Takiji Kobayashi fue encarcelado, totrurado y asesinado por el gobierno japonés, en represalia por haber escrito esta novela, que se dio a conocer no mucho después de los trágicos sucesos que narra. En ese sentido, a David Viñas le fue bastante mejor. Por suerte apareció para hacer justicia Go Fujio, que reimaginó Kanikosen para un nuevo siglo y un nuevo público, sin sacrificar en lo más mínimo su esencia descarnada y su clamor de justicia. Ovación para el sello español Gallo Nero, que se animó a publicar este manga atípico y brillante.
La mayor similitud está en el argumento. Las dos historias transcurren en la década del ´20 del siglo pasado y en las dos pasa exactamente LO MISMO: trabajadores brutalmente explotados, sometidos a condiciones infrahumanas, deciden ponerle freno al abuso de los patrones y terminan muy mal, gracias al accionar de las fuerzas armadas, que responden a los intereses de los garcas. Los Dueños de la Tierra se sitúa en las estancias de la Patagonia, y el conflicto gira en torno a los peones de la lana. Kanikosen nos lleva a las turbulentas aguas de la península de Kamchatka (si alguna vez jugaste al T.E.G. sabés más o menos dónde queda), donde el buque cangrejero Hakuko Maru extrae crustáceos a lo pavote para ser faenados en una factoría que es parte del mismo barco. Como en la novela de Viñas, acá los obreros viven en pésimas condiciones de higiene, hacinados, mal alimentados, forzados a trabajar durante una cantidad de horas que ningún ser humano podría soportar. Hasta que un día dicen basta.
La principal diferencia está en que Viñas incorpora una historia de amor, y en la novela de Kobayashi no hay espacio para eso, básicamente porque no hay mujeres: son todos muchachones heterosexuales, sudorosos y con olor a cangrejo. ¿Con qué llena el japonés el espacio que el argentino dedicó a la trama romántica? Con aventura. Porque claro, a bordo de un buque en el medio de la nada, con un clima extremo y la cercanía de las costas de Rusia, no es difícil sumar tensión y generar momentos en los que faenar cangrejos importa un poco menos que salvar el pellejo.
Y después hay diferencias bastante marcadas en el ritmo, en cómo avanza cada obra hacia el final. Kobayashi pone más énfasis en la humillación y la degradación de los obreros por parte del supervisor, mientras que Viñas le dedica más espacio a la represión del levantamiento por parte de los militares, algo que en Kanikosen se explicita, pero no se muestra en detalle, por lo menos en la adaptación al manga.
En cualquier caso, la sensación que transmite Kanikosen es muy parecida a la de Los Dueños de la Tierra: son textos de denuncia, pensados para despertar en el lector la conciencia. Para decirnos “esto sucedió y no puede volver a suceder”. Y además nos enseña un montón, porque yo no tenía la menor idea de que en los años ´20 los japoneses pescaban y faenaban cangrejos en buques-factoría que navegaban las aguas de Kamchatka jugando muy finito sobre la línea que delimitaba el inicio del territorio (marítimo) de la joven URSS.
Y me guardo lo mejor para el final: el dibujo de Go Fujio. ¡Ma-mita! ¿Dónde estuviste todos estos años? ¿Cómo es que me enteré hace tan poquito que existías? Go Fujio me hace acordar al Naoki Urasawa de los primeros años, ese que no estaba tan pendiente del realismo fotográfico y que se animaba a darle a las expresiones faciales un tinte un poquito más caricaturesco. Fujio se tira de cabeza a esa etética más cartoony, al punto que por momentos parece un dibujante de las escuela belga de Marcinelle, obviamente de la corriente moderna, no tan pegada a la estética clásica de André Franquin. Imaginate algo cercano a lo que hizo Yoann en sus álbumes de Spirou (vimos uno el 06/08/15). Esto en cuanto a los rostros (que tienen mucho peso en la obra). En el resto del manga, el dibujo conserva esa impronta similar a la de Urasawa y Katsuhiro Otomo, y en la narrativa la referencia principal pareciera ser Kaiji Kawaguchi. Lo cierto es que el trazo de Fujio es fresco, vigoroso, expresivo y muy ganchero. Como el resto de los mangakas, afronta con naturalidad esa dicotomía entre personajes simples y fondos y objetos retratados con rigor fotográfico e infinitos detalles. En fin, un gran hallazgo.
Para cerrar, otro dato desgarrador: Takiji Kobayashi fue encarcelado, totrurado y asesinado por el gobierno japonés, en represalia por haber escrito esta novela, que se dio a conocer no mucho después de los trágicos sucesos que narra. En ese sentido, a David Viñas le fue bastante mejor. Por suerte apareció para hacer justicia Go Fujio, que reimaginó Kanikosen para un nuevo siglo y un nuevo público, sin sacrificar en lo más mínimo su esencia descarnada y su clamor de justicia. Ovación para el sello español Gallo Nero, que se animó a publicar este manga atípico y brillante.
jueves, 24 de diciembre de 2015
24/12: DAGO: EL DORADO
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una aventura de Dago. Este tomo aranca justo cuando termina el anterior, que no me había entusiasmado demasiado, y banca el nivel muy arriba a lo largo de 120 páginas (ó 10 episodios en la serialización italiana).
Creo que lo mejor que tiene El Dorado es que logra aprovechar a pleno lo que Amazonas desaprovechó: la posibilidad de no quedar atado a hechos históricos a los que el guión de Robin Wood tiene que respetar sí o sí. Ya vimos que el guionista tiene recursos de sobra para meter a Dago en eventos históricos reales y hacerlo vivir aventuras interesantes sin romper el verosímil. En el tomo anterior y en este, se abre otra posibilidad: la de jugar con total libertad, sin miedo de pisar o contradecir a los libros de historia. Y es en El Dorado donde Robin realmente explota esa variante, la de Dago convertido en un aventurero sin anclas, con permiso para entrar y salir de kilombos de los que nunca nadie leyó porque nunca existieron fuera de la imaginación del guionista.
Otro ingrediente atractivo: como en el tomo anterior, Dago está fuera de su ámbito natural, jugando de recontra-visitante en las selvas tropicales de una América en la que la presencia del hombre blanco es una novedad. Por supuesto, lo que más le interesa explorar a Wood -que es la codicia, el ansia de poder y la miseria del ser humano- está presente también en esta especie de paraíso a descubrir. Y a las bestias bípedas se suman animales exóticos, a los que Dago jamás vio y que lo obligarán a llevar su ingenio al límite para salir vivo. Si te aburre verlo al justiciero veneciano vencer enemigos de taquito, acá lo vas a ver transpirar lindo la camiseta, auqnue juegue todo el partido en cuero.
Alguna vez me llamó la atención de modo casi irónico el hecho de que Dago recorriera en un mismo tomo tres o cuatro países y pudiera hablar en todos los idiomas. Esta vez Robin se hace cargo de eso: Dago se ve limitado a hablar sólo con Joao, su amigo portugués que sabe español, y ni bien pega onda con un aborigen que también habla nuestro idioma, le pide que le enseñe la lengua de estas tribus para poder hablar. Y ahí sí, Dago vuelve a ser el Dago que nos gusta a todos: el habilidoso no sólo con la espada sino también con esa lengua afilada, el que seduce minas con el chamuyo y aconseja a reyes y generales con su enorme experiencia en temas militares.
La saga del Rey de Oro tiene un ritmo muy atrapante, con momentos en los que Wood se dedica más a describir este lugar maravilloso que a meterle picante a la trama, y momentos realmente tensos, donde no tenés idea de cómo se pueden llegar a resolver los conflictos. Lo único que deduje antes de tiempo es quién era el cerebro de la conjura para acabar con el Rey de Oro. Hay una escena que deja a ese personaje muy al descubierto y lo convierte en imán de todas las sospechas. Pero fuera de eso, la saga no para nunca de acumular aciertos, de fascinarnos, de intrigarnos y de mantener la tensión hasta el final.
Como siempre, el dibujo de Carlos Gómez es glorioso. El tipo pasó de las catedrales, los palacios, y los carruajes de los reyes de Europa a la jungla más espesa del mundo, poblada de aborígenes, víboras zarpadas, monos y jaguares, con total naturalidad. Puede ser que acá Dago juegue de visitante, pero Gómez es local siempre, en todas las canchas. Sus planos generales tienen un laburo impresionante, los primeros planos son recontra-expresivos, hay un trabajo alucinante en los detalles tanto de la vegetación como de los ornamentos que lucen los indios, y detalles en algunas caras que me hicieron acordar a Enrique Breccia (el mejor dibujante de la América Joven y sus habitantes) y a Milo Manara y Eleuteri Serpieri, en las secuencias en las que la cosa se pone hot entre Dago y Uria. De hecho, la escena del garche entre ambos debe ser la de mayor voltaje erótico de la larga epopeya de Dago y quizás de toda la carrera de Wood y Gómez. El cordobés apela al recurso de repetir algunos dibujos, pero la verdad es que son tantas las viñetas en las que deja la vida y mucho más, que se lo podemos perdonar. Un gran, gran despliegue de recursos de Gómez, esta vez tan apoyado en la referencia histórica como en su propia imaginación.
Me encantó El Dorado. Me sedujo la ambientación, la dosificación de la acción (se nota menos que en otros tomos la “obligación” de que Dago pelee con alguien cada 12 páginas) y sobre todo me enganchó el mensaje: una bajada de línea potente y muy interesante acerca de los pueblos originarios, su organización social, económica y política y hasta acerca del rol de las mujeres en este mundo todavía no invadido por los europeos. Dejate conquistar por esta gema que brilla fuerte en la corona de Robin Wood y Carlos Gómez.
Creo que lo mejor que tiene El Dorado es que logra aprovechar a pleno lo que Amazonas desaprovechó: la posibilidad de no quedar atado a hechos históricos a los que el guión de Robin Wood tiene que respetar sí o sí. Ya vimos que el guionista tiene recursos de sobra para meter a Dago en eventos históricos reales y hacerlo vivir aventuras interesantes sin romper el verosímil. En el tomo anterior y en este, se abre otra posibilidad: la de jugar con total libertad, sin miedo de pisar o contradecir a los libros de historia. Y es en El Dorado donde Robin realmente explota esa variante, la de Dago convertido en un aventurero sin anclas, con permiso para entrar y salir de kilombos de los que nunca nadie leyó porque nunca existieron fuera de la imaginación del guionista.
Otro ingrediente atractivo: como en el tomo anterior, Dago está fuera de su ámbito natural, jugando de recontra-visitante en las selvas tropicales de una América en la que la presencia del hombre blanco es una novedad. Por supuesto, lo que más le interesa explorar a Wood -que es la codicia, el ansia de poder y la miseria del ser humano- está presente también en esta especie de paraíso a descubrir. Y a las bestias bípedas se suman animales exóticos, a los que Dago jamás vio y que lo obligarán a llevar su ingenio al límite para salir vivo. Si te aburre verlo al justiciero veneciano vencer enemigos de taquito, acá lo vas a ver transpirar lindo la camiseta, auqnue juegue todo el partido en cuero.
Alguna vez me llamó la atención de modo casi irónico el hecho de que Dago recorriera en un mismo tomo tres o cuatro países y pudiera hablar en todos los idiomas. Esta vez Robin se hace cargo de eso: Dago se ve limitado a hablar sólo con Joao, su amigo portugués que sabe español, y ni bien pega onda con un aborigen que también habla nuestro idioma, le pide que le enseñe la lengua de estas tribus para poder hablar. Y ahí sí, Dago vuelve a ser el Dago que nos gusta a todos: el habilidoso no sólo con la espada sino también con esa lengua afilada, el que seduce minas con el chamuyo y aconseja a reyes y generales con su enorme experiencia en temas militares.
La saga del Rey de Oro tiene un ritmo muy atrapante, con momentos en los que Wood se dedica más a describir este lugar maravilloso que a meterle picante a la trama, y momentos realmente tensos, donde no tenés idea de cómo se pueden llegar a resolver los conflictos. Lo único que deduje antes de tiempo es quién era el cerebro de la conjura para acabar con el Rey de Oro. Hay una escena que deja a ese personaje muy al descubierto y lo convierte en imán de todas las sospechas. Pero fuera de eso, la saga no para nunca de acumular aciertos, de fascinarnos, de intrigarnos y de mantener la tensión hasta el final.
Como siempre, el dibujo de Carlos Gómez es glorioso. El tipo pasó de las catedrales, los palacios, y los carruajes de los reyes de Europa a la jungla más espesa del mundo, poblada de aborígenes, víboras zarpadas, monos y jaguares, con total naturalidad. Puede ser que acá Dago juegue de visitante, pero Gómez es local siempre, en todas las canchas. Sus planos generales tienen un laburo impresionante, los primeros planos son recontra-expresivos, hay un trabajo alucinante en los detalles tanto de la vegetación como de los ornamentos que lucen los indios, y detalles en algunas caras que me hicieron acordar a Enrique Breccia (el mejor dibujante de la América Joven y sus habitantes) y a Milo Manara y Eleuteri Serpieri, en las secuencias en las que la cosa se pone hot entre Dago y Uria. De hecho, la escena del garche entre ambos debe ser la de mayor voltaje erótico de la larga epopeya de Dago y quizás de toda la carrera de Wood y Gómez. El cordobés apela al recurso de repetir algunos dibujos, pero la verdad es que son tantas las viñetas en las que deja la vida y mucho más, que se lo podemos perdonar. Un gran, gran despliegue de recursos de Gómez, esta vez tan apoyado en la referencia histórica como en su propia imaginación.
Me encantó El Dorado. Me sedujo la ambientación, la dosificación de la acción (se nota menos que en otros tomos la “obligación” de que Dago pelee con alguien cada 12 páginas) y sobre todo me enganchó el mensaje: una bajada de línea potente y muy interesante acerca de los pueblos originarios, su organización social, económica y política y hasta acerca del rol de las mujeres en este mundo todavía no invadido por los europeos. Dejate conquistar por esta gema que brilla fuerte en la corona de Robin Wood y Carlos Gómez.
miércoles, 23 de diciembre de 2015
23/12: WONDER WOMAN Vol.4
Bueno, por fin se dio la lógica, que era reseñar más de un tomo por año de esta serie que me tiene cebadísimo. Este es el tomo ladri de la colección, porque incluye sólo cinco episodios de 20 páginas, y para arrimar a un libro de 144 páginas te meten carátulas, un guión tal como lo entregó Brian Azzarello y TODO el quinto episodio a lápiz sin entintar, tal como se lo entregó Cliff Chiang al letrista para que le pusiera los textos. Sí, maestro. Hay portadas repetidas (puede suceder) y VEINTE PAGINAS que están dos veces: una vez en la versión final y una en la que está sólo el dibujo a lápiz. Un disparate.
Pero vamos a la aventura propiamente dicha. Para esta altura del partido, Azzarello ya tenía acumulado un elenco importante, al que había presentado con categoría en los tomos anteriores. La trama (ver reseñas de los Vol.1-3, así no la explico de nuevo) estaba a punto caramelo y era un excelente momento para dedicarle una buena cantidad de páginas a la machaca. Mientras terminaban de cerrar su rosca el First Born (que apareció en el Vol.3 y rápidamente se posicionó como EL villano pulenta de la serie) y un par de dioses más, a Diana le toca pelear con Artemis, que no es la amazona que la reemplazó brevemente en los ´90, sino la diosa griega de la luna. Y después sí, veremos a Diana, Orion, War (que vendría a ser Ares) y varios aliados más darse como en bolsa con First Born, el primer y más peligroso vástago de Zeus.
El único tramo realmente tranqui del tomo llega cuando Azzarello nos lleva a conocer New Genesis… y la verdad es que a mí mucho no me escandalizó, pero si sos hardcore fan del Cuarto Mundo de Jack Kirby, quizás te rompa un poco las pelotas que la nueva versión se aparte tanto de la original. Y cuando se termina la machaca, tenemos la muy emotiva y poco esperada muerte de un personaje grosso, que sirve para ponerle fin a casi todo. De todo lo que abrió en estos cuatro tomos, lo único que Azzarello no cierra acá es el subplot de la profecía acerca del hijito de Zola, el último descendiente de Zeus. Todo lo demás llega a un desenlace fuerte, impactante y te deja dudando… ¿para dónde va a agarrar el guionista en el próximo tomo?
¿Tendremos revancha contra el First Born, se resolverá el tema de la profecía, habrá una intriga palaciega para destronar a Apolo, reaparecerá Zeus? Y ya puestos a frutear, ¿propondrá Azzarello alguna conexión entre los dioses griegos y los New Gods? La verdad es que esta serie mantiene muy arriba el interés, incluso cuando derrapa un poco (como esta vez) para el lado de los hiper-combates a todo o nada.
En materia de dibujo, tenemos una mejora grossa: el mediocrón Tony Akins, que era el suplente nato de Cliff Chiang, esta vez dibuja muy poquitas páginas. Casi todo lo que no dibuja Chiang va a parar a manos de Goran Sudzuka, que me gusta mucho más. La verdad que pasar de Akins a Sudzuka es como bajarse del 42 repleto y subirse a un BMW manejado por Marcela Kloosterboer en pelotas. Y bueno, los tres últimos capítulos están íntegramente dibujados por Chiang, que además se entinta a sí mismo. Ya hablé bastante del estilo de Chiang en las reseñas anteriores, así que no me quiero repetir. Pero sí subrayar que, con la posibilidad de leer un guión tal como lo entregó Azzarello, acá queda claro hasta dónde llega el aporte del dibujante. Prácticamente TODAS las decisiones en materia de narrativa, desde el armado de las secuencias hasta la composición de las viñetas, están libradas al criterio del dibujante, y acá Chiang no falla nunca. Por el contrario, ese texto que escribió Azzarello leído así, en crudo, no transmite ni un 10% del power que tienen las páginas una vez que Chiang hace su trabajo. Eso es un enorme acierto del dibujante y también del guionista, que sabe “correrse del medio” y dejar que el aspecto visual de la obra sea controlado lo más posible por el especialista en imágenes.
Tengo ya encanutados los dos tomos que faltan para completar esta fascinante etapa de Wonder Woman, a ver si banca hasta el final el rótulo de “la mejor serie de los New 52”.
Pero vamos a la aventura propiamente dicha. Para esta altura del partido, Azzarello ya tenía acumulado un elenco importante, al que había presentado con categoría en los tomos anteriores. La trama (ver reseñas de los Vol.1-3, así no la explico de nuevo) estaba a punto caramelo y era un excelente momento para dedicarle una buena cantidad de páginas a la machaca. Mientras terminaban de cerrar su rosca el First Born (que apareció en el Vol.3 y rápidamente se posicionó como EL villano pulenta de la serie) y un par de dioses más, a Diana le toca pelear con Artemis, que no es la amazona que la reemplazó brevemente en los ´90, sino la diosa griega de la luna. Y después sí, veremos a Diana, Orion, War (que vendría a ser Ares) y varios aliados más darse como en bolsa con First Born, el primer y más peligroso vástago de Zeus.
El único tramo realmente tranqui del tomo llega cuando Azzarello nos lleva a conocer New Genesis… y la verdad es que a mí mucho no me escandalizó, pero si sos hardcore fan del Cuarto Mundo de Jack Kirby, quizás te rompa un poco las pelotas que la nueva versión se aparte tanto de la original. Y cuando se termina la machaca, tenemos la muy emotiva y poco esperada muerte de un personaje grosso, que sirve para ponerle fin a casi todo. De todo lo que abrió en estos cuatro tomos, lo único que Azzarello no cierra acá es el subplot de la profecía acerca del hijito de Zola, el último descendiente de Zeus. Todo lo demás llega a un desenlace fuerte, impactante y te deja dudando… ¿para dónde va a agarrar el guionista en el próximo tomo?
¿Tendremos revancha contra el First Born, se resolverá el tema de la profecía, habrá una intriga palaciega para destronar a Apolo, reaparecerá Zeus? Y ya puestos a frutear, ¿propondrá Azzarello alguna conexión entre los dioses griegos y los New Gods? La verdad es que esta serie mantiene muy arriba el interés, incluso cuando derrapa un poco (como esta vez) para el lado de los hiper-combates a todo o nada.
En materia de dibujo, tenemos una mejora grossa: el mediocrón Tony Akins, que era el suplente nato de Cliff Chiang, esta vez dibuja muy poquitas páginas. Casi todo lo que no dibuja Chiang va a parar a manos de Goran Sudzuka, que me gusta mucho más. La verdad que pasar de Akins a Sudzuka es como bajarse del 42 repleto y subirse a un BMW manejado por Marcela Kloosterboer en pelotas. Y bueno, los tres últimos capítulos están íntegramente dibujados por Chiang, que además se entinta a sí mismo. Ya hablé bastante del estilo de Chiang en las reseñas anteriores, así que no me quiero repetir. Pero sí subrayar que, con la posibilidad de leer un guión tal como lo entregó Azzarello, acá queda claro hasta dónde llega el aporte del dibujante. Prácticamente TODAS las decisiones en materia de narrativa, desde el armado de las secuencias hasta la composición de las viñetas, están libradas al criterio del dibujante, y acá Chiang no falla nunca. Por el contrario, ese texto que escribió Azzarello leído así, en crudo, no transmite ni un 10% del power que tienen las páginas una vez que Chiang hace su trabajo. Eso es un enorme acierto del dibujante y también del guionista, que sabe “correrse del medio” y dejar que el aspecto visual de la obra sea controlado lo más posible por el especialista en imágenes.
Tengo ya encanutados los dos tomos que faltan para completar esta fascinante etapa de Wonder Woman, a ver si banca hasta el final el rótulo de “la mejor serie de los New 52”.
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martes, 22 de diciembre de 2015
22/12: ASTRO, VALIENTE EXPLORADOR
Otro caso de brutal desproporción entre la historieta en sí y sus accesorios. Este álbum de 48 páginas tiene 14 –sí, CATORCE- páginas que no son de historieta. Por lo menos no son carátulas ni páginas en blanco: hay una muy buena entrevista al autor realizada por el gran Santiago García y varios pin-ups muy grossos, entre ellos uno de David Rubín que me hizo correr a cambiarme la ropa interior. Y después bocetos, el proceso de realización de las páginas, fichas de personajes y cositas así, que aportan algo más a las aventuras de Astro.
Estas 34 páginas de historieta escritas, dibujadas y coloreadas con la computadora por el glorioso Javier Olivares están apuntadas básicamente al público infantil. Le encontré unas cuantas similitudes con Kaput & Zösky (ver reseña del 29/09/12), que también abordan desde el humor la temática de los viajes por el espacio, la exploración de planetas extraños, etc.. La gran diferencia está en el protagonista: Astro Boreal quiere ser un héroe del cosmos, el más grande explorador de la galaxia… pero es un pusilánime que vive con la mamá y que acumula muchos más papelones que éxitos. Y además, mientras Kaput & Zösky eran dos soretes amorales, Astro es bueno. Tan bueno que parece una parodia a Flash Gordon, Adam Strange y demás paladines planetarios “de los de antes”.
Las historias tienen poquitas páginas (no más de cuatro), finales cómicos, enredos varios, la acertada decisión de sumar gradualmente nuevos personajes para hacerle la vida imposible a Astro, y hasta un sub-plot que –dice Olivares en la entrevista- va a dar origen a una aventura larga: el misterio del padre de Astro, también explorador del espacio, largamente desaparecido. Hay historias donde la mayoría de la gracia está en los textos, a veces las historias son mudas y la gracia está en las imágenes y a veces el efecto humorístico se logra en el contrapunto entre textos e imágenes. Así que, en poquitas páginas, hay recursos variados para enriquecer las tramas y para que los chistes no sean obvios.
El dibujo de Olivares está increíble. Me pasa lo mismo que ayer cuando comentaba lo que hace Pedro Mancini en Alien Triste: el madrileño habitualmente tiene un despliegue gráfico de la mega-San Puta, unas composiciones zarpadísimas en las que las masas negras tienen muchísimo protagonismo y los fondos te vuelven loco por el detalle y por la originalidad con la que están plantados. Acá, como sabe que está trabajando para chicos, Olivares juega a simplificar todo lo más posible. Las masas negras tienen menos presencia, los fondos son minimalistas (la ambientación espacial le facilita ese yeite), y el dibujo se hace más simple, más sintético, como si Olivares toda la vida hubiese hecho tiras cómicas despojadas, al estilo de Charles Schulz.
No hay mucho más para contar, porque son sólo 34 páginas de historieta. Este es un muy lindo punto de entrada a la narrativa secuencial para chicos de 7, 8, quizás 9 años. Seguramente no pescarán ese nivel paródico que tiene Astro, pero no tengo dudas de que se van a reir y se van a cebar con las disparatadas andanzas espaciales del personaje, sus monstruos, sus robots y sus planetas limados. Además el dibujo está tan bueno que si lo hojea un grande, no sé si se lo habilita a los pibes…
Estas 34 páginas de historieta escritas, dibujadas y coloreadas con la computadora por el glorioso Javier Olivares están apuntadas básicamente al público infantil. Le encontré unas cuantas similitudes con Kaput & Zösky (ver reseña del 29/09/12), que también abordan desde el humor la temática de los viajes por el espacio, la exploración de planetas extraños, etc.. La gran diferencia está en el protagonista: Astro Boreal quiere ser un héroe del cosmos, el más grande explorador de la galaxia… pero es un pusilánime que vive con la mamá y que acumula muchos más papelones que éxitos. Y además, mientras Kaput & Zösky eran dos soretes amorales, Astro es bueno. Tan bueno que parece una parodia a Flash Gordon, Adam Strange y demás paladines planetarios “de los de antes”.
Las historias tienen poquitas páginas (no más de cuatro), finales cómicos, enredos varios, la acertada decisión de sumar gradualmente nuevos personajes para hacerle la vida imposible a Astro, y hasta un sub-plot que –dice Olivares en la entrevista- va a dar origen a una aventura larga: el misterio del padre de Astro, también explorador del espacio, largamente desaparecido. Hay historias donde la mayoría de la gracia está en los textos, a veces las historias son mudas y la gracia está en las imágenes y a veces el efecto humorístico se logra en el contrapunto entre textos e imágenes. Así que, en poquitas páginas, hay recursos variados para enriquecer las tramas y para que los chistes no sean obvios.
El dibujo de Olivares está increíble. Me pasa lo mismo que ayer cuando comentaba lo que hace Pedro Mancini en Alien Triste: el madrileño habitualmente tiene un despliegue gráfico de la mega-San Puta, unas composiciones zarpadísimas en las que las masas negras tienen muchísimo protagonismo y los fondos te vuelven loco por el detalle y por la originalidad con la que están plantados. Acá, como sabe que está trabajando para chicos, Olivares juega a simplificar todo lo más posible. Las masas negras tienen menos presencia, los fondos son minimalistas (la ambientación espacial le facilita ese yeite), y el dibujo se hace más simple, más sintético, como si Olivares toda la vida hubiese hecho tiras cómicas despojadas, al estilo de Charles Schulz.
No hay mucho más para contar, porque son sólo 34 páginas de historieta. Este es un muy lindo punto de entrada a la narrativa secuencial para chicos de 7, 8, quizás 9 años. Seguramente no pescarán ese nivel paródico que tiene Astro, pero no tengo dudas de que se van a reir y se van a cebar con las disparatadas andanzas espaciales del personaje, sus monstruos, sus robots y sus planetas limados. Además el dibujo está tan bueno que si lo hojea un grande, no sé si se lo habilita a los pibes…
lunes, 21 de diciembre de 2015
21/12: ALIEN TRISTE
Este tomo recopila más de 180 tiras realizadas por Pedro Mancini, originalmente presentadas en la web y ahora disponibles en libro.
El protagonista es una especie de alter ego del autor, que en vez de Pedro se llama Luis. A través de este personaje (cuya cabeza es una especie de tentáculo gelatinoso), Mancini expone todas sus miserias, sus inseguridades y sobre todo una visión de sí mismo en la que nunca termina de estar a gusto en ninguna interacción con nada ni con nadie. Por eso –digo yo- elige ser un alien, porque el alien es “lo otro”, lo externo, lo que no es de acá y no encaja nunca con el ámbito en el que le toca moverse.
El principal recurso humorístico de Mancini es mostrarse a sí mismo como un ser patético, digno de lástima. De MUCHA lástima. Las tiras ambientadas en su infancia son particularmente tragicómicas y lo muestran como un chico que sufrió todo tipo de privaciones y carencias afectivas. En las tiras del presente, en cambio, pareciera que muchos de sus problemas se los genera él mismo, convertido en una máquina de auto-sabotear su carrera como dibujante y sus relaciones con las chicas que le gustan. El personaje evoluciona bastante (al ritmo de la vida real de Pedro a lo largo de los años que duró la tira) y para el final ya lo vemos más afianzado en su profesión y en un noviazgo que parece ir para largo. Por supuesto siempre hay motivos para seguir mostrando el patetismo y la mediocridad en su vida, aunque en algunos items le esté yendo mucho mejor.
Los recuerdos de la infancia y las fantasías del autor nutren a la tira de situaciones variadas, como para que no nos aburramos de ver cómo Luis fracasa en casi todo. Su faceta de dibujante está particularmente bien aprovechada, porque le permite meter chistes bien intra-ghetto en los que se nombra a Moebius, a Alcatena, a Diego Parés, a Maitena e incluso a este blog. Cuando la tira se convierte en el backstage de la vida de un dibujante y nos muestra sesiones de firmas en la Feria del Libro, o en el Espacio Moebius, o en un stand en un evento masivo, se pone muy interesante porque Pedro logra dejar de mirarse el ombligo y mostrar una problemática que no lo afecta sólo a él sino a muchos de los autores incipientes, sin tantos años de trayectoria en nuestro mercado.
Entre los chistes nerds (de Batman, Snoopy y los muñecos de He-Man) y los chistes más salvajes de borracheras y drogas, Mancini termina de armar un repertorio bastante amplio, que mantiene hasta el final la capacidad de sorprender al lector. Incluso con ese tono taciturno, a veces muy duro, logró arrancarme varias risas.
A la hora de dibujar las tiras, Pedro opta por una estética minimalista, en la que prescinde lo más que puede de los fondos. Lo bueno es que conserva la cuota justa de su estilo habitual (superpoblado de tramitas, puntitos y texturas que complementan a la perfección su particular “línea clara”) como para que Alien Triste conserve una “identidad Mancini”. Siempre es interesante ver a un virtuoso del dibujo obligarse a sí mismo a ocultar ese virtuosismo, a simplificar el dibujo y las composiciones para quedarse con lo esencial, con lo absolutamente indispensable para contar estas pequeñas historias. Eso en Alien Triste funciona muy bien y ayuda a que esta obra sea accesible a la gente que por ahí no conecta con las obras más raras, más experimentales de Mancini, en las que detona ese impresionante arsenal de recursos gráficos al que (para su enojo) muchos reducen a la frase “ah, dibujás re-Moebius”.
De aquellos relatos fantásticos, oscuros, medio crípticos y desbordantes de imaginación que vimos el 13/04/13 a estas breves historias (muchas de una sóla viñeta), los cambios son muchísimos y muy notorios. Lo que se mantiene constante es la rareza, la condición alienígena de este autor cada día más difícil de encasillar, que compensa ampliamente su patetismo con un talento gráfico y narrativo muy notable. Acá Mancini salió a tribunear, a buscar fans apelando al bajísimo recurso de exponer las berretadas de su vida cotidiana. Y le salió muy bien, porque Alien Triste -además de gracia- tiene honestidad, reflexiones filosas, recursos novedosos y un dibujo fascinante.
El protagonista es una especie de alter ego del autor, que en vez de Pedro se llama Luis. A través de este personaje (cuya cabeza es una especie de tentáculo gelatinoso), Mancini expone todas sus miserias, sus inseguridades y sobre todo una visión de sí mismo en la que nunca termina de estar a gusto en ninguna interacción con nada ni con nadie. Por eso –digo yo- elige ser un alien, porque el alien es “lo otro”, lo externo, lo que no es de acá y no encaja nunca con el ámbito en el que le toca moverse.
El principal recurso humorístico de Mancini es mostrarse a sí mismo como un ser patético, digno de lástima. De MUCHA lástima. Las tiras ambientadas en su infancia son particularmente tragicómicas y lo muestran como un chico que sufrió todo tipo de privaciones y carencias afectivas. En las tiras del presente, en cambio, pareciera que muchos de sus problemas se los genera él mismo, convertido en una máquina de auto-sabotear su carrera como dibujante y sus relaciones con las chicas que le gustan. El personaje evoluciona bastante (al ritmo de la vida real de Pedro a lo largo de los años que duró la tira) y para el final ya lo vemos más afianzado en su profesión y en un noviazgo que parece ir para largo. Por supuesto siempre hay motivos para seguir mostrando el patetismo y la mediocridad en su vida, aunque en algunos items le esté yendo mucho mejor.
Los recuerdos de la infancia y las fantasías del autor nutren a la tira de situaciones variadas, como para que no nos aburramos de ver cómo Luis fracasa en casi todo. Su faceta de dibujante está particularmente bien aprovechada, porque le permite meter chistes bien intra-ghetto en los que se nombra a Moebius, a Alcatena, a Diego Parés, a Maitena e incluso a este blog. Cuando la tira se convierte en el backstage de la vida de un dibujante y nos muestra sesiones de firmas en la Feria del Libro, o en el Espacio Moebius, o en un stand en un evento masivo, se pone muy interesante porque Pedro logra dejar de mirarse el ombligo y mostrar una problemática que no lo afecta sólo a él sino a muchos de los autores incipientes, sin tantos años de trayectoria en nuestro mercado.
Entre los chistes nerds (de Batman, Snoopy y los muñecos de He-Man) y los chistes más salvajes de borracheras y drogas, Mancini termina de armar un repertorio bastante amplio, que mantiene hasta el final la capacidad de sorprender al lector. Incluso con ese tono taciturno, a veces muy duro, logró arrancarme varias risas.
A la hora de dibujar las tiras, Pedro opta por una estética minimalista, en la que prescinde lo más que puede de los fondos. Lo bueno es que conserva la cuota justa de su estilo habitual (superpoblado de tramitas, puntitos y texturas que complementan a la perfección su particular “línea clara”) como para que Alien Triste conserve una “identidad Mancini”. Siempre es interesante ver a un virtuoso del dibujo obligarse a sí mismo a ocultar ese virtuosismo, a simplificar el dibujo y las composiciones para quedarse con lo esencial, con lo absolutamente indispensable para contar estas pequeñas historias. Eso en Alien Triste funciona muy bien y ayuda a que esta obra sea accesible a la gente que por ahí no conecta con las obras más raras, más experimentales de Mancini, en las que detona ese impresionante arsenal de recursos gráficos al que (para su enojo) muchos reducen a la frase “ah, dibujás re-Moebius”.
De aquellos relatos fantásticos, oscuros, medio crípticos y desbordantes de imaginación que vimos el 13/04/13 a estas breves historias (muchas de una sóla viñeta), los cambios son muchísimos y muy notorios. Lo que se mantiene constante es la rareza, la condición alienígena de este autor cada día más difícil de encasillar, que compensa ampliamente su patetismo con un talento gráfico y narrativo muy notable. Acá Mancini salió a tribunear, a buscar fans apelando al bajísimo recurso de exponer las berretadas de su vida cotidiana. Y le salió muy bien, porque Alien Triste -además de gracia- tiene honestidad, reflexiones filosas, recursos novedosos y un dibujo fascinante.
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domingo, 20 de diciembre de 2015
20/12: STARLORD MEGAZINE
Starlord es un personaje que me resulta interesante, pero del que nunca había leído nada. Por eso, cuando vi este one-shot decidí darle una oportunidad. Este “Megazine” es una publicación rara, una especie de bola de nieve. Termina con siete páginas de prólogo a una miniserie que salió en 1996, el mismo año que se editó el one-shot. Todo el resto del material es una reedición del Starlord Special Edition de 1982. A su vez, este Special Edition le agregaba color y seis páginas dibujadas (como la San Puta) por Michael Golden a una publicación de 1977, el n° 11 de Marvel Preview. O sea que, con pequeños aditamentos, este Megazine es una especie de tercera edición de aquel Marvel Preview de 1977 en el que brillaban dos pibes que todavía no estaban consagrados, pero que la venían rompiendo: Chris Claremont y John Byrne.
La aventura en sí está muy en sintonía con lo que sucedía en aquel 1977: el estallido de Star Wars. La saga de Starlord también tiene imperios galácticos, razas alienígenas, armas alucinantes, naves zarpadas, príncipes, monstruos, aventureros y una historia de amor. Para mi gusto, Peter Quill resuelve todo muy fácil. Nunca un enemigo lo pone en verdaderos aprietos, nunca tiene que enfrentarse a un dilema moral complejo. Va, confronta y gana. Y se ocupa de que a sus jóvenes aliados no les pase nada demasiado grave. El sacudón más lindo llega al final: Claremont acierta al guardarse para las últimas páginas el origen del personaje, que es –lejos- lo más interesante de esta historia.
Como siempre que redescubrimos material de los ´70, sorprende la gran cantidad de texto que tenían en esa época los comics de Marvel. Hoy sería totalmente descabellado plantear un comic que narre en menos de 60 páginas lo que narra Claremont en esta historia, principalmente porque el desarrollo se piensa de modo mucho más visual, con mucha más exposición por parte del dibujo y mucha menos por parte de los textos. De hecho eso queda en recontra-evidencia en las páginas del final, las que pertenecen (a modo de preview) a la miniserie de 1996. Pero bueno, uno creció leyendo los choclazos de texto de Claremont y ya está acostumbrado a la calidad de su prosa y al grado de introspección al que se anima a través de los diálogos y los globos de pensamiento, otro recurso que ya casi no se usa en el comic yanki más o menos realista.
El dibujo de John Byrne es espectacular. Todavía no está tan definido su estilo como en sus últimos números de Uncanny X-Men, o su etapa en Fantastic Four. Pero ya se ve la fuerza, el talento, el riesgo para plantear puestas en página novedosas, y ese laburo obsesivo en los fondos. Esta historieta se publicó originalmente en blanco y negro, por eso Byrne dejó la vida en la iluminación, con efectos, tramas mecánicas y texturas alucinantes. Una pena que en 1982 esto haya sido coloreado por Glynis Oliver, enemiga declarada de mis retinas, a la que vi estropear decenas de comics buenísimos. Esta no es la excepción, para nada. Si el dibujo de Byrne no se luce todavía más es porque lo opaca mucho ese color tosco, chato, por momentos digno de una revista de Columba. Sospecho que Michael Golden dibujó sus páginas sabiendo que se iban a colorear, por eso se ve una armonía mayor entre la línea del ídolo y los colores de esta asesina serial de viñetas.
Resumiendo, por ahí le faltó un poquito de espesor a los conflictos para que la saga de Starlord tuviera menos gusto a pochoclo, y no terminé de comprar a Sandy y Kip, los personajes secundarios más destacados. De todos modos, me encontré con un relato sólido, con mucho ritmo y con unas cuantas ideas muy atractivas. Más allá del placer que da reencontrarse con Chris Claremont y John Byrne, una de las duplas definitivas de la historia del comic-book. Me imagino que tras el éxito de la peli de Guardians of the Galaxy este material se debe haber vuelto a publicar, y espero que haya sido en blanco y negro.
La aventura en sí está muy en sintonía con lo que sucedía en aquel 1977: el estallido de Star Wars. La saga de Starlord también tiene imperios galácticos, razas alienígenas, armas alucinantes, naves zarpadas, príncipes, monstruos, aventureros y una historia de amor. Para mi gusto, Peter Quill resuelve todo muy fácil. Nunca un enemigo lo pone en verdaderos aprietos, nunca tiene que enfrentarse a un dilema moral complejo. Va, confronta y gana. Y se ocupa de que a sus jóvenes aliados no les pase nada demasiado grave. El sacudón más lindo llega al final: Claremont acierta al guardarse para las últimas páginas el origen del personaje, que es –lejos- lo más interesante de esta historia.
Como siempre que redescubrimos material de los ´70, sorprende la gran cantidad de texto que tenían en esa época los comics de Marvel. Hoy sería totalmente descabellado plantear un comic que narre en menos de 60 páginas lo que narra Claremont en esta historia, principalmente porque el desarrollo se piensa de modo mucho más visual, con mucha más exposición por parte del dibujo y mucha menos por parte de los textos. De hecho eso queda en recontra-evidencia en las páginas del final, las que pertenecen (a modo de preview) a la miniserie de 1996. Pero bueno, uno creció leyendo los choclazos de texto de Claremont y ya está acostumbrado a la calidad de su prosa y al grado de introspección al que se anima a través de los diálogos y los globos de pensamiento, otro recurso que ya casi no se usa en el comic yanki más o menos realista.
El dibujo de John Byrne es espectacular. Todavía no está tan definido su estilo como en sus últimos números de Uncanny X-Men, o su etapa en Fantastic Four. Pero ya se ve la fuerza, el talento, el riesgo para plantear puestas en página novedosas, y ese laburo obsesivo en los fondos. Esta historieta se publicó originalmente en blanco y negro, por eso Byrne dejó la vida en la iluminación, con efectos, tramas mecánicas y texturas alucinantes. Una pena que en 1982 esto haya sido coloreado por Glynis Oliver, enemiga declarada de mis retinas, a la que vi estropear decenas de comics buenísimos. Esta no es la excepción, para nada. Si el dibujo de Byrne no se luce todavía más es porque lo opaca mucho ese color tosco, chato, por momentos digno de una revista de Columba. Sospecho que Michael Golden dibujó sus páginas sabiendo que se iban a colorear, por eso se ve una armonía mayor entre la línea del ídolo y los colores de esta asesina serial de viñetas.
Resumiendo, por ahí le faltó un poquito de espesor a los conflictos para que la saga de Starlord tuviera menos gusto a pochoclo, y no terminé de comprar a Sandy y Kip, los personajes secundarios más destacados. De todos modos, me encontré con un relato sólido, con mucho ritmo y con unas cuantas ideas muy atractivas. Más allá del placer que da reencontrarse con Chris Claremont y John Byrne, una de las duplas definitivas de la historia del comic-book. Me imagino que tras el éxito de la peli de Guardians of the Galaxy este material se debe haber vuelto a publicar, y espero que haya sido en blanco y negro.
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sábado, 19 de diciembre de 2015
19/12: CUADERNOS RUSOS
Volvió la historieta documental, de denuncia, pensada no para entretenernos, sino para concientizarnos acerca de cosas muy jodidas que pasan en el mundo pero a las que les prestamos poca atención porque estamos muy pendientes del partido de River en Japón o de la final de Fede Bal vs. Aylén Bechara en el Bailando. Esta vez, el encargado de sacarnos la venda de los ojos es el genio italiano Igor Taveri, más conocido como Igort, quien se pasó tres años (2008-2011) investigando la guerra sucia de Chechenia, a raíz del asesinato de Anna Politkóvskaya, una periodista que habitualmente reportaba las atrocidades perpetradas por las fuerzas armadas rusas en esa región de los Cáucasos.
El libro tiene un problema serio, que es la enorme cantidad de páginas en blanco. Igort divide la obra en fragmentos (algunos muy breves) y para marcar esta división, se acumulan carátulas y páginas en blanco que conspiran contra el ritmo de lectura, y obviamente contra tu bolsillo, porque a pesar de que su contenido sea nulo, también suman al costo del libro, que obviamente lo pagamos nosotros. Así es como un libro grandote, de muchas páginas, que pesa toneladas y vale fortunas, se lee en poquísimo tiempo y deja gusto a “me metieron la mano en el bolsillo”. Yo entiendo la moda de la novela gráfica, y que pareciera deseable que las obras “importantes” no bajen de las 160 páginas, pero acá también hay que hacer un sinceramiento y dejarse de chorear con las páginas en blanco.
Por lo demás, Cuadernos Rusos es un excelente trabajo, muy en la línea de las obras de Jesús Cossio centradas en la violencia política que azotó a Perú en los ´80. Igort nos desgarra el alma con crónicas desoladoras de secuestros, torturas, violaciones, cadáveres en fosas comunes y demás crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno de Vladimir Putin y notablemente silenciados por la mayoría de los medios de comunicación. Además está muy bien explicado el origen del conflicto y el rol de Anna Politkóvskaya en el mismo.
El mejor tramo son esas 24 páginas bajo el subtítulo “Mi vida heroica”, narradas en primera persona por un joven soldado ruso. Ahí el autor saca un poco el foco de la documentación y deja que un protagonista (o casi) narre los sucesos desde su óptica personal. Es el segmento más conmovedor, donde más se aprecia la dimensión humana por detrás (o por adentro) del conflicto bélico y además donde Igort más se concentra en la narrativa y en los diálogos. Digo esto para contraponerlo a otros pasajes del libro en los que el italiano simplemente dibuja una o dos imágenes por página y las complementa con bloques de texto a cargo de un narrador omnisciente. Es un buen recurso para transmitir información, pero ni a palos te mete tanto en la historia como el relato en primera persona de este pobre pibe.
Por supuesto, lo que hace imprescindible a este libro es el dibujo de Igort. Acá el italiano te devasta con sus dibujos a lápiz, esos con tinta y trazo muy finito que no sé si es plumín o birome negra, con sus acuarelas, con su pincel seco (técnica que domina como si fuera fácil, o como si fuera José Muñoz) y con el típico dibujo a tinta, perfectamente complementado por un color muy agradable, muy sutil, incorporado en forma digital. Esa elegancia expresionista de Igort y ese talento para innovar desde la composición y los detalles gráficos le dan a este libro una pátina de sofisticación que lo hace brillar por encima de ese sabor amargo -a tragedia e injusticia- que tiene la historia.
Cuadernos Rusos te caga a patadas en el alma por la crudeza con la que te muestra hechos de la vida real que no sólo son aberrantes, sino que además son impunes. Anna Politkóvskaya luchó para sacarlos a la luz, pero terminó muy mal. A los fans de Igort nos fue un poco mejor: lo vimos involucrarse en una temática que nunca había explorado antes y salir airoso, con otro gran título para su impresionante bibliografía.
El libro tiene un problema serio, que es la enorme cantidad de páginas en blanco. Igort divide la obra en fragmentos (algunos muy breves) y para marcar esta división, se acumulan carátulas y páginas en blanco que conspiran contra el ritmo de lectura, y obviamente contra tu bolsillo, porque a pesar de que su contenido sea nulo, también suman al costo del libro, que obviamente lo pagamos nosotros. Así es como un libro grandote, de muchas páginas, que pesa toneladas y vale fortunas, se lee en poquísimo tiempo y deja gusto a “me metieron la mano en el bolsillo”. Yo entiendo la moda de la novela gráfica, y que pareciera deseable que las obras “importantes” no bajen de las 160 páginas, pero acá también hay que hacer un sinceramiento y dejarse de chorear con las páginas en blanco.
Por lo demás, Cuadernos Rusos es un excelente trabajo, muy en la línea de las obras de Jesús Cossio centradas en la violencia política que azotó a Perú en los ´80. Igort nos desgarra el alma con crónicas desoladoras de secuestros, torturas, violaciones, cadáveres en fosas comunes y demás crímenes de lesa humanidad cometidos por el gobierno de Vladimir Putin y notablemente silenciados por la mayoría de los medios de comunicación. Además está muy bien explicado el origen del conflicto y el rol de Anna Politkóvskaya en el mismo.
El mejor tramo son esas 24 páginas bajo el subtítulo “Mi vida heroica”, narradas en primera persona por un joven soldado ruso. Ahí el autor saca un poco el foco de la documentación y deja que un protagonista (o casi) narre los sucesos desde su óptica personal. Es el segmento más conmovedor, donde más se aprecia la dimensión humana por detrás (o por adentro) del conflicto bélico y además donde Igort más se concentra en la narrativa y en los diálogos. Digo esto para contraponerlo a otros pasajes del libro en los que el italiano simplemente dibuja una o dos imágenes por página y las complementa con bloques de texto a cargo de un narrador omnisciente. Es un buen recurso para transmitir información, pero ni a palos te mete tanto en la historia como el relato en primera persona de este pobre pibe.
Por supuesto, lo que hace imprescindible a este libro es el dibujo de Igort. Acá el italiano te devasta con sus dibujos a lápiz, esos con tinta y trazo muy finito que no sé si es plumín o birome negra, con sus acuarelas, con su pincel seco (técnica que domina como si fuera fácil, o como si fuera José Muñoz) y con el típico dibujo a tinta, perfectamente complementado por un color muy agradable, muy sutil, incorporado en forma digital. Esa elegancia expresionista de Igort y ese talento para innovar desde la composición y los detalles gráficos le dan a este libro una pátina de sofisticación que lo hace brillar por encima de ese sabor amargo -a tragedia e injusticia- que tiene la historia.
Cuadernos Rusos te caga a patadas en el alma por la crudeza con la que te muestra hechos de la vida real que no sólo son aberrantes, sino que además son impunes. Anna Politkóvskaya luchó para sacarlos a la luz, pero terminó muy mal. A los fans de Igort nos fue un poco mejor: lo vimos involucrarse en una temática que nunca había explorado antes y salir airoso, con otro gran título para su impresionante bibliografía.
viernes, 18 de diciembre de 2015
18/12: WONDERLAND
Si te hiciste fan incondicional de Agustín Graham Nakamura a partir de Zero Point (reseñado el 28/02/15) tengo la obligación de contarte que Wonderland no está a la altura de aquel clásico instantáneo.
Para empezar, este es un libro finito: apenas 80 páginas, de las cuales (y empiezo a engranar) sólo 62 son de historieta. Más del 20% del libro se va en prólogo, epílogo, agradecimientos, carátulas y páginas en blanco. Encima la mayoría de las historietas tiene seis páginas, con lo cual UNA historieta más nos sacaba de este problema y nos daba 68 páginas de historieta contra 12 de relleno, que es una proporción mucho más coherente. No hubo forma.
Wonderland es una antología de historias cortas, realizadas por Agustín a lo largo de muchos años, de 1998 a 2015. Por supuesto que, en un período tan largo, el estilo y la calidad del artista varían bastante, pero este animalito arrancó tan arriba que realmente vale la pena desempolvar sus trabajos más antiguos.
Arrancamos con Daydream, la historieta que le habíamos publicado en la revista Komikku allá por 2010. Son seis páginas mudas, en las que lo más notable es cómo Agustín logra conjurar climas muy distintos, cómo nos hace pasar de la paz y la tranquilidad al misterio, la tensión, la oscuridad y una confusión sumamente perturbadora. La segunda historia, Miedo, va para el lado contrario: empieza tremenda, asfixiante, oscura y violenta, y termina más tranqui, como cuando te despertás y te das cuenta de que todo era una pesadilla.
La tercera, Déja Vu, es la que menos me atrapó con el argumento y la que menos me convenció con el dibujo. La cuarta, Versus, es la que tiene menos pretensiones a la hora de hilvanar un argumento. Son 12 páginas de machaca frente-march, a todo o nada, sin vueltas y sin tregua. Obviamente lo que más impacta es la puesta en página y los recursos gráficos que pela Agustín para que una historia sin diálogos y casi sin argumento nos involucre tanto.
La historieta más larga (16 páginas) es la que da título al libro. Acá el autor cambia de técnica (son lápices realzados con aguadas) y hay un argumento un poco más elaborado, obviamente con guiños a Alice in Wonderland, de Lewis Carroll. La machaca está presente, pero quizás no tenga tanto protagonismo como esos momentos medio freak, medio inquietantes que tiene la trama. Y queda una sóla, Interview, que es la única en la que Agustín se propone seriamente trabajar en los diálogos (que están bien) y en presentar personajes con un cierto espesor, que funcionen por sí solos, más allá de a dónde los lleva la trama. Además tiene guiños muy graciosos para los que disfrutamos del backstage de la industria del comic. Visualmente, sin embargo, es la historia menos potente, algo que se podría haber resuelto extendiéndola un par de páginas más y metiendo menos cuadros por página.
Si te gustan Katsuhiro Otomo, Satoshi Kon, Masamune Shirow y Yukito Kishiro, con esto te vas a morir de emoción. Hay muchos pasajes de este libro dibujados a un nivel altísimo, sin nada que envidiarle al de esos próceres del manga. En todo caso, la limitación está en los guiones: historias muy cortas, en su mayoría mudas, personajes que no se desarrollan, tramas pensadas para propiciar el impacto visual, pero que (por su impronta onírica o surreal) se desactivan de una viñeta a otra sin consecuencias… Las ideas están y son interesantes (si las agarra un psicólogo se hace un festín), el tema es para dónde van y qué te dejan cuando Agustín las termina de desarrollar.
Wonderland, entonces, tiene como principal atractivo el inmenso talento gráfico y la increíble forma de narrar que tiene (desde muy pibe) Agustín Graham Nakamura. Las historias en sí tienen esa fascinación y esa honestidad del laburo amateur, de ese universo contenido adentro de un borrego que quería dibujar historietas y un día se animó y explotó. Claramente no son el elemento más destacado de esta antología, lo cual no significa que sean chotas. Ojalá tengamos pronto una nueva novela gráfica de este interesantísimo autor argentino, hoy radicado en Brasil.
Para empezar, este es un libro finito: apenas 80 páginas, de las cuales (y empiezo a engranar) sólo 62 son de historieta. Más del 20% del libro se va en prólogo, epílogo, agradecimientos, carátulas y páginas en blanco. Encima la mayoría de las historietas tiene seis páginas, con lo cual UNA historieta más nos sacaba de este problema y nos daba 68 páginas de historieta contra 12 de relleno, que es una proporción mucho más coherente. No hubo forma.
Wonderland es una antología de historias cortas, realizadas por Agustín a lo largo de muchos años, de 1998 a 2015. Por supuesto que, en un período tan largo, el estilo y la calidad del artista varían bastante, pero este animalito arrancó tan arriba que realmente vale la pena desempolvar sus trabajos más antiguos.
Arrancamos con Daydream, la historieta que le habíamos publicado en la revista Komikku allá por 2010. Son seis páginas mudas, en las que lo más notable es cómo Agustín logra conjurar climas muy distintos, cómo nos hace pasar de la paz y la tranquilidad al misterio, la tensión, la oscuridad y una confusión sumamente perturbadora. La segunda historia, Miedo, va para el lado contrario: empieza tremenda, asfixiante, oscura y violenta, y termina más tranqui, como cuando te despertás y te das cuenta de que todo era una pesadilla.
La tercera, Déja Vu, es la que menos me atrapó con el argumento y la que menos me convenció con el dibujo. La cuarta, Versus, es la que tiene menos pretensiones a la hora de hilvanar un argumento. Son 12 páginas de machaca frente-march, a todo o nada, sin vueltas y sin tregua. Obviamente lo que más impacta es la puesta en página y los recursos gráficos que pela Agustín para que una historia sin diálogos y casi sin argumento nos involucre tanto.
La historieta más larga (16 páginas) es la que da título al libro. Acá el autor cambia de técnica (son lápices realzados con aguadas) y hay un argumento un poco más elaborado, obviamente con guiños a Alice in Wonderland, de Lewis Carroll. La machaca está presente, pero quizás no tenga tanto protagonismo como esos momentos medio freak, medio inquietantes que tiene la trama. Y queda una sóla, Interview, que es la única en la que Agustín se propone seriamente trabajar en los diálogos (que están bien) y en presentar personajes con un cierto espesor, que funcionen por sí solos, más allá de a dónde los lleva la trama. Además tiene guiños muy graciosos para los que disfrutamos del backstage de la industria del comic. Visualmente, sin embargo, es la historia menos potente, algo que se podría haber resuelto extendiéndola un par de páginas más y metiendo menos cuadros por página.
Si te gustan Katsuhiro Otomo, Satoshi Kon, Masamune Shirow y Yukito Kishiro, con esto te vas a morir de emoción. Hay muchos pasajes de este libro dibujados a un nivel altísimo, sin nada que envidiarle al de esos próceres del manga. En todo caso, la limitación está en los guiones: historias muy cortas, en su mayoría mudas, personajes que no se desarrollan, tramas pensadas para propiciar el impacto visual, pero que (por su impronta onírica o surreal) se desactivan de una viñeta a otra sin consecuencias… Las ideas están y son interesantes (si las agarra un psicólogo se hace un festín), el tema es para dónde van y qué te dejan cuando Agustín las termina de desarrollar.
Wonderland, entonces, tiene como principal atractivo el inmenso talento gráfico y la increíble forma de narrar que tiene (desde muy pibe) Agustín Graham Nakamura. Las historias en sí tienen esa fascinación y esa honestidad del laburo amateur, de ese universo contenido adentro de un borrego que quería dibujar historietas y un día se animó y explotó. Claramente no son el elemento más destacado de esta antología, lo cual no significa que sean chotas. Ojalá tengamos pronto una nueva novela gráfica de este interesantísimo autor argentino, hoy radicado en Brasil.
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jueves, 17 de diciembre de 2015
17/12: SIGUE LA SANDMANIA
Se me terminaron los 10 tomos del mega-clásico de Neil Gaiman y –lógicamente- me quedaron algunas cositas en el tintero.
1. Qué bestia Dave McKean. Esas portadas son gloriosas y el trabajo, la dedicación y el talento que le puso al diseño de cada uno de los libros es apabullante. Hay un broli que trae todas las portadas, llamado Dust Covers, en el que McKean dibuja una historia breve, llamada The Last Sandman Story. No está buena, no corresponde putear porque no la incluyeron en estos 10 TPBs (aunque sí en los Omnibus). Una pena, porque durante años soñamos con una historieta de Sandman dibujada por McKean.
2. Genio de la vida Todd Klein. Cuando empezó Sandman, Klein ya estaba consagrado como letrista y hasta tenía una chapita “de culto” como guionista. Pero cuando empieza a trabajar en esta serie, pega un salto cualitativo brutal y la rompe como nadie lo había hecho antes en eso de darles tipografías distintas a los diálogos de los distintos personajes y a laburar en serio el diseño de los globos y los bloques de texto. Klein se cansó de ganar premios gracias a su labor en Sandman, y los tiene más que merecidos.
3. Parte del atractivo de Sandman pasa por algo que mencioné poco en las reseñas, que es su inagotable universo de referencias literarias. Gaiman leyó mucha más literatura que el guionista de comics promedio y eso se nota en cosas muy evidentes (el rol de William Shakespeare, la estructura de Worlds´End, clonada de los Canterbury Tales, etc.) y en otras más sutiles. Si tenés amigos fans de la literatura y reacios a leer comics, este es un gran ariete para derribar prejuicios.
4. Matthew el cuervo y Barnabas el perro. Los amo, quiero que les den su propia serie regular. Me pareció fascinante lo que hizo Gaiman con estos dos personajes. Uno más terrenal, más cabeza, el otro más sofisticado, más sarcástico. Pero entre los dos se afanan cada vez que aparecen los mejores diálogos de la serie.
5. Me pareció rarísimo lo que hace Gaiman con Destruction. Es un tipo (ponele) que toma las decisiones contrarias a las de cualquier otro personaje copado de los comics: se caga en la responsabilidad para tener más libertad, y renuncia a un sitial de inmenso poder para sumergirse en el anonimato y que no le rompan las pelotas. Lo más loco es que Gaiman no sólo no lo juzga, sino que parece bancar estas decisiones.
6. Fuera de los tres Endless varones (para mí Desire es mujer), qué mal la pasan en esta serie los varones. Hector Hall termina casi ridiculizado, Hal (el ex de Barbie) resulta ser un pelotudo, Roderick Burgess, Dr. Destiny, Richard Madoc y George (de A Game of You) son villanos irredimibles, Alex Burgess es patético, Cluracan es un hedonista rosquero, Shakespeare sufre mucho más de lo que goza, Orpheus (pobrecito) no pega una… El único que zafa y que por momentos la pasa bien es Hob Gadling.
7. Una de las cosas más lindas que tiene Sandman es que (a diferencia de Watchmen, por ejemplo) abre universo para todos lados. Se te acaban los diez tomos y tenés un montón de opciones más para seguir leyendo historias en la misma línea, con el propio Morpheus, con los otros Endless, con un montón de los personajes secundarios… No todo lo escribe Neil Gaiman y no todo es glorioso, obviamente. Pero de esta saga de 10 tomos salieron por lo menos otras 10 obras MUY interesantes.
8. Imposible mensurar lo que hizo Sandman a los efectos de imponer el concepto de “historieta de autor adentro del mainstream”. Y cuando debilitó (porque “rompió” sería exagerado) sus vínculos con el mainstream, se convirtió en la piedra fundacional nada menos que de Vertigo, el sello que más hizo por inocularle el virus de la historieta de autor a los miles y miles de lectores que hasta ese momento sólo consumían comic-books clásicos de DC o Marvel.
9. En esa época, en los hiper-verduleros ´90s, Sandman fue una trinchera en la que se resistió grosso contra el comic obvio, adocenado y descerebrado. Y sucedió un milagro: de la trinchera (que suele ser un pozo inmundo en el medio de la mugre en el que la gente sangra, vomita, se mea, se caga y una vez muerta se empieza a pudrir) empezaron a brotar flores. La poesía le ganó a la vulgaridad y se impuso como un referente que trascendió a su época, a los géneros en los que incursionó, al formato en el que se publicó e incluso a sus autores, porque seamos sinceros: ¿quién carajo se acuerda hoy de Mike Dringenberg?
10. Gracias a todos por haber puesto a esta saga de posts entre los más leídos de la (ya muy larga) historia del blog. Estos últimos días hemos tenido record de visitas y si bien a mí me chupa un huevo cuánta gente entra a leer el blog, cabe agradecer cuando son tantos. Mañana vuelven las reseñas, ya en el último tramo de la recta final.
1. Qué bestia Dave McKean. Esas portadas son gloriosas y el trabajo, la dedicación y el talento que le puso al diseño de cada uno de los libros es apabullante. Hay un broli que trae todas las portadas, llamado Dust Covers, en el que McKean dibuja una historia breve, llamada The Last Sandman Story. No está buena, no corresponde putear porque no la incluyeron en estos 10 TPBs (aunque sí en los Omnibus). Una pena, porque durante años soñamos con una historieta de Sandman dibujada por McKean.
2. Genio de la vida Todd Klein. Cuando empezó Sandman, Klein ya estaba consagrado como letrista y hasta tenía una chapita “de culto” como guionista. Pero cuando empieza a trabajar en esta serie, pega un salto cualitativo brutal y la rompe como nadie lo había hecho antes en eso de darles tipografías distintas a los diálogos de los distintos personajes y a laburar en serio el diseño de los globos y los bloques de texto. Klein se cansó de ganar premios gracias a su labor en Sandman, y los tiene más que merecidos.
3. Parte del atractivo de Sandman pasa por algo que mencioné poco en las reseñas, que es su inagotable universo de referencias literarias. Gaiman leyó mucha más literatura que el guionista de comics promedio y eso se nota en cosas muy evidentes (el rol de William Shakespeare, la estructura de Worlds´End, clonada de los Canterbury Tales, etc.) y en otras más sutiles. Si tenés amigos fans de la literatura y reacios a leer comics, este es un gran ariete para derribar prejuicios.
4. Matthew el cuervo y Barnabas el perro. Los amo, quiero que les den su propia serie regular. Me pareció fascinante lo que hizo Gaiman con estos dos personajes. Uno más terrenal, más cabeza, el otro más sofisticado, más sarcástico. Pero entre los dos se afanan cada vez que aparecen los mejores diálogos de la serie.
5. Me pareció rarísimo lo que hace Gaiman con Destruction. Es un tipo (ponele) que toma las decisiones contrarias a las de cualquier otro personaje copado de los comics: se caga en la responsabilidad para tener más libertad, y renuncia a un sitial de inmenso poder para sumergirse en el anonimato y que no le rompan las pelotas. Lo más loco es que Gaiman no sólo no lo juzga, sino que parece bancar estas decisiones.
6. Fuera de los tres Endless varones (para mí Desire es mujer), qué mal la pasan en esta serie los varones. Hector Hall termina casi ridiculizado, Hal (el ex de Barbie) resulta ser un pelotudo, Roderick Burgess, Dr. Destiny, Richard Madoc y George (de A Game of You) son villanos irredimibles, Alex Burgess es patético, Cluracan es un hedonista rosquero, Shakespeare sufre mucho más de lo que goza, Orpheus (pobrecito) no pega una… El único que zafa y que por momentos la pasa bien es Hob Gadling.
7. Una de las cosas más lindas que tiene Sandman es que (a diferencia de Watchmen, por ejemplo) abre universo para todos lados. Se te acaban los diez tomos y tenés un montón de opciones más para seguir leyendo historias en la misma línea, con el propio Morpheus, con los otros Endless, con un montón de los personajes secundarios… No todo lo escribe Neil Gaiman y no todo es glorioso, obviamente. Pero de esta saga de 10 tomos salieron por lo menos otras 10 obras MUY interesantes.
8. Imposible mensurar lo que hizo Sandman a los efectos de imponer el concepto de “historieta de autor adentro del mainstream”. Y cuando debilitó (porque “rompió” sería exagerado) sus vínculos con el mainstream, se convirtió en la piedra fundacional nada menos que de Vertigo, el sello que más hizo por inocularle el virus de la historieta de autor a los miles y miles de lectores que hasta ese momento sólo consumían comic-books clásicos de DC o Marvel.
9. En esa época, en los hiper-verduleros ´90s, Sandman fue una trinchera en la que se resistió grosso contra el comic obvio, adocenado y descerebrado. Y sucedió un milagro: de la trinchera (que suele ser un pozo inmundo en el medio de la mugre en el que la gente sangra, vomita, se mea, se caga y una vez muerta se empieza a pudrir) empezaron a brotar flores. La poesía le ganó a la vulgaridad y se impuso como un referente que trascendió a su época, a los géneros en los que incursionó, al formato en el que se publicó e incluso a sus autores, porque seamos sinceros: ¿quién carajo se acuerda hoy de Mike Dringenberg?
10. Gracias a todos por haber puesto a esta saga de posts entre los más leídos de la (ya muy larga) historia del blog. Estos últimos días hemos tenido record de visitas y si bien a mí me chupa un huevo cuánta gente entra a leer el blog, cabe agradecer cuando son tantos. Mañana vuelven las reseñas, ya en el último tramo de la recta final.
miércoles, 16 de diciembre de 2015
16/12: THE SANDMAN Vol.10
Ultimo tomo de Sandman y la verdad que arrancó muy mal, logró ponerme muy nervioso: 14 páginas de prólogos, carátulas y boludeces hasta llegar al momento en que arranca la historieta. Gimme a fuckin´break.
Los tres episodios centrales de The Wake son un experimento muy raro de Neil Gaiman: una historia sin conflicto. No pasa nada y la trama ni se calienta en crearnos la ilusión de que va a pasar algo. Lo más parecido a una “tensión” es la expectativa del nuevo Dream por conocer a sus hermanos. El resto es un largo adios al protagonista de los nueve TPBs anteriores, donde aparecen (poquísimas escenas cada uno) varios personajes secundarios de los que conocimos a lo largo de la saga. Incluso, antes de apagar la luz e irse a la mierda, Gaiman se acuerda de que Sandman era parte del Universo DC y mete cameos de Superman, Batman, Martian Manhunter y Darkseid. Y de otros personajes místicos de DC más cercanos a Vertigo, claro.
Hay muchas secuencias maravillosas en estos tres episodios sin conflictos, pero yo me quedo con dos: el discurso de Thessaly en el funeral (donde levanta toneladas de chapa) y esa escena en la que Lyta Hall se reencuentra con Daniel, que tiene una fuerza y una emotividad que me sacudieron todo por dentro. Y hablando de chapa, ya venía muy arriba en los tomos anteriores, pero lo que pela en The Wake el querido cuervo Matthew no tiene nombre. Parece un disparate, pero al final es el personaje con el que más identificado me sentí.
Hay algo más bizarro que agregar tres episodios de The Wake a modo de epílogo de lo que sucedió en The Kindly Ones, y es que la propia The Wake tenga su epílogo. En realidad es chamuyo, es una historia post-funeral de Morpheus, en la que el protagonista es otro personaje al que aprendí a amar: Hob Gadling. Acá sí hay un conflicto, chiquito pero conflicto. Y un tono muy distendido, cero solemne, con espacio para chistes finos y guarangos, de enorme efectividad. Por supuesto no hacían falta 22 páginas para desarrollar lo que Gaiman desarrolla en este unitario, pero lo disfruté mucho.
Vamos con un unitario más, el del sabio japonés. La idea está buena, los textos tienen un vuelo poético muy notable, hay pequeñas cositas que hacen impredecible a la trama y el final es fuerte, tiene esa definición muy concreta de por qué pasó lo que pasó: “Everything changes, but nothing is truly lost”. Si durara ocho páginas menos, estaríamos hablando de un punto altísimo en la saga de Sandman.
Y nos queda el último episodio, The Tempest, centrado en la última obra de teatro que escribe William Shakespeare a instancias de Morpheus. La verdad es que, hasta el punto en que ambos se encuentran cara a cara, la historia me interesó poco. Después empieza a levantar y termina muy arriba, con grandes reflexiones acerca de los sueños, las historias, la forma en que el artista trasciende a su época y otros temas que, por su propia profundidad, muy rara vez son tocados en un comic. Son 38 páginas, una bestialidad. Esto mismo en 24, era majestuoso.
The Tempest nos trae de vuelta al virtuoso Charles Vess, que esta vess se colorea a sí mismo, con hermosos resultados. El dibujo se ve muy fluido, muy puesto al servicio del relato, y esos homenajes a Bone me emocionaron y me arrancaron sonrisas. El unitario del sabio japonés está ilustrado por el gran Jon J Muth, en un estilo raro, experimental, trabajando con recursos gráficos que no tienen que ver con su inmenso talento como artista plástico. Y los cuatro episodios de The Wake marcan el regreso de otro que alguna vez jugó de suplente: Michael Zulli. Este es prácticamente otro Zulli. La tecnología le permite entregar los dibujos sin entintar, con un acabado muy firme y a la vez muy generoso en detalles y texturas. Ahí salteamos el paso de los entintadores, que muchas veces tropiezan cuando el dibujante pone tanta línea en cada dibujo. Y la responsabilidad del colorista es enorme, pero me saco el sombrero ante Daniel Vozzo, que evidentemente entendió al toque lo que quería hacer Zulli y lo complementó con sutileza y jerarquía. Me animaría a decir que nunca volvimos a ver a Michael Zulli en este nivel… pero creo que en Seekers into the Mystery volvió a cosechar otra parva de laureles.
Y se acabó la Sandmarathon. Diez días, diez tomos, miles de páginas. Mañana, un epiloguito. Si Gaiman te metió un tomo entero de epílogo, yo también tengo derecho. Felices sueños.
Los tres episodios centrales de The Wake son un experimento muy raro de Neil Gaiman: una historia sin conflicto. No pasa nada y la trama ni se calienta en crearnos la ilusión de que va a pasar algo. Lo más parecido a una “tensión” es la expectativa del nuevo Dream por conocer a sus hermanos. El resto es un largo adios al protagonista de los nueve TPBs anteriores, donde aparecen (poquísimas escenas cada uno) varios personajes secundarios de los que conocimos a lo largo de la saga. Incluso, antes de apagar la luz e irse a la mierda, Gaiman se acuerda de que Sandman era parte del Universo DC y mete cameos de Superman, Batman, Martian Manhunter y Darkseid. Y de otros personajes místicos de DC más cercanos a Vertigo, claro.
Hay muchas secuencias maravillosas en estos tres episodios sin conflictos, pero yo me quedo con dos: el discurso de Thessaly en el funeral (donde levanta toneladas de chapa) y esa escena en la que Lyta Hall se reencuentra con Daniel, que tiene una fuerza y una emotividad que me sacudieron todo por dentro. Y hablando de chapa, ya venía muy arriba en los tomos anteriores, pero lo que pela en The Wake el querido cuervo Matthew no tiene nombre. Parece un disparate, pero al final es el personaje con el que más identificado me sentí.
Hay algo más bizarro que agregar tres episodios de The Wake a modo de epílogo de lo que sucedió en The Kindly Ones, y es que la propia The Wake tenga su epílogo. En realidad es chamuyo, es una historia post-funeral de Morpheus, en la que el protagonista es otro personaje al que aprendí a amar: Hob Gadling. Acá sí hay un conflicto, chiquito pero conflicto. Y un tono muy distendido, cero solemne, con espacio para chistes finos y guarangos, de enorme efectividad. Por supuesto no hacían falta 22 páginas para desarrollar lo que Gaiman desarrolla en este unitario, pero lo disfruté mucho.
Vamos con un unitario más, el del sabio japonés. La idea está buena, los textos tienen un vuelo poético muy notable, hay pequeñas cositas que hacen impredecible a la trama y el final es fuerte, tiene esa definición muy concreta de por qué pasó lo que pasó: “Everything changes, but nothing is truly lost”. Si durara ocho páginas menos, estaríamos hablando de un punto altísimo en la saga de Sandman.
Y nos queda el último episodio, The Tempest, centrado en la última obra de teatro que escribe William Shakespeare a instancias de Morpheus. La verdad es que, hasta el punto en que ambos se encuentran cara a cara, la historia me interesó poco. Después empieza a levantar y termina muy arriba, con grandes reflexiones acerca de los sueños, las historias, la forma en que el artista trasciende a su época y otros temas que, por su propia profundidad, muy rara vez son tocados en un comic. Son 38 páginas, una bestialidad. Esto mismo en 24, era majestuoso.
The Tempest nos trae de vuelta al virtuoso Charles Vess, que esta vess se colorea a sí mismo, con hermosos resultados. El dibujo se ve muy fluido, muy puesto al servicio del relato, y esos homenajes a Bone me emocionaron y me arrancaron sonrisas. El unitario del sabio japonés está ilustrado por el gran Jon J Muth, en un estilo raro, experimental, trabajando con recursos gráficos que no tienen que ver con su inmenso talento como artista plástico. Y los cuatro episodios de The Wake marcan el regreso de otro que alguna vez jugó de suplente: Michael Zulli. Este es prácticamente otro Zulli. La tecnología le permite entregar los dibujos sin entintar, con un acabado muy firme y a la vez muy generoso en detalles y texturas. Ahí salteamos el paso de los entintadores, que muchas veces tropiezan cuando el dibujante pone tanta línea en cada dibujo. Y la responsabilidad del colorista es enorme, pero me saco el sombrero ante Daniel Vozzo, que evidentemente entendió al toque lo que quería hacer Zulli y lo complementó con sutileza y jerarquía. Me animaría a decir que nunca volvimos a ver a Michael Zulli en este nivel… pero creo que en Seekers into the Mystery volvió a cosechar otra parva de laureles.
Y se acabó la Sandmarathon. Diez días, diez tomos, miles de páginas. Mañana, un epiloguito. Si Gaiman te metió un tomo entero de epílogo, yo también tengo derecho. Felices sueños.
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martes, 15 de diciembre de 2015
15/12: THE SANDMAN Vol.9
Ah, The Kindly Ones… qué cosa más linda. Anoche un amigo me decía “The Kindly Ones es el Tetris, donde empiezan a caer todas las fichas y se termina de armar una cosa bien maciza, que cierra por todos lados”. Tengo algo para criticarle a Neil Gaiman (como siempre) y es el ritmo tremendamente lento al que avanza la saga. De hecho, en los primeros ocho episodios pasan poquísimas cosas: la inmensa mayoría es… contemplación, charlas, escenas tranqui, desarrollo de personajes secundarios… Era obvio que acá no había ningún apuro, por eso The Kindly Ones dura 13 capítulos, que encima se publicaron en el momento en que DC (o Vertigo) ya había blanqueado que era imposible que Sandman mantuviera la periodicidad mensual. O sea que los que la leímos originalmente en revistitas tardamos cerca de dos años en enterarnos cómo catzo terminaba este ambicioso arco argumental. Un suplicio.
Lo que más me gustó de la saga es una de las sub-tramas: la de Rose Walker en la mansión donde estuvo cautivo Dream, donde Gaiman retoma puntas argumentales de la primera saga (con el regreso de Alex Burguess y su “amigo” Paul) y de The Doll´s House. Lo que menos me gustó es que buena parte del bolonki se arma porque Lyta Hall cree que Morpheus le robó a su hijo, pero en realidad se lo robaron dos villanos (no los voy a nombrar) que dicen trabajar para alguien más. Y nunca nos enteramos para quién. Y después hay cosas que están medio al pedo. Todas esas escenas de Delirium y Destiny, las escenas de Lucifer… están muy bien escritas, los diálogos son formidables, pero no suman casi nada.
La resolución también me gustó mucho. Es triste, es anticlimática, tiene un giro totalmente inesperado (lo que pasa con Daniel) y está todo el tiempo impregnado de ese fatalismo, de esa cosa trágica y a la vez inevitable. Además hay por lo menos una secuencia en la que Morpheus, príncipe de los pechos fríos, demuestra tener algo de sangre en las venas y protagoniza un par de momentos tensos, vibrantes, donde (por primera vez desde aquel combate con el Dr. Destiny) sentís que se puede llegar a desencadenar la hiper-machaca. Por supuesto la machaca no llegará nunca. Pero sí la sangre, las muertes y el fin.
Esta saga se trata (me parece) de aceptar que los cambios son inevitables. Que uno, aunque sea a nivel inconsciente, siempre hace cosas para que el status quo tiemble. Y que cuando te mandás el moco, no tiene sentido tratar de escaparle al castigo. Cuando Dream se decide a pelear, ya sabe que no tiene chances. Lo hace “pour la gallerie”, con el resultado adverso ya clavado, ya inamovible. Por momentos pensé que iba a hinchar incondicionalmente por él y después me sorprendí disfrutando con un cierto morbo de su estrepitosa derrota de local. No tengo muy claro por qué. Ah, y acá nos enteramos también quién era la minita por la que Morpheus sufría como una quinceañera enamorada al principio de Brief Lives. Gran pase de magia de Gaiman, certero e impredecible.
A lo largo de casi todas sus páginas, The Kindly Ones se engalana con los maravillosos dibujos del maestro Marc Hempel. Muy a gusto en las grillas de 6 y 9 cuadros por página, Hempel tiene un control molecular de la narrativa. Pero además maneja el claroscuro de taquito y te sorprende con un montón de recursos gráficos que le permiten lograr mucho con la línea, la mancha y poco más. Conozco gente a la que no le cierra Hempel (por lo menos en un título serio, al borde de lo solemne, como era Sandman) porque les parece que su estilo es muy caricaturesco, casi humorístico. Yo lo re-banco, en esta y en todas. Acá Hempel coquetea con el grotesco, con lo caricaturesco, pero también mete épica, mete poesía, retrata con precisión las escenas de la vida cotidiana, acierta siempre con el lenguaje corporal de los personajes y sabe darle plasticidad y frescura a las extensas secuencias en las que sólo vemos gente que habla. Un laburazo de esta bestia, hoy bastante alejada del medio.
Los episodios que no llega a dibujar Hempel los cubren Glyn Dillon (muy correcto), Dean Ormston (siempre muy arriba) y el glorioso Teddy Kristiansen, que deja la vida . También hay algunas paginitas de Charles Vess (demasiado virtuosismo para mi gusto) y el tomo abre con un breve unitario pensado para presentarte a Dream y sus personajes secundarios, dibujado como la hiper-concha de Dios por un inspiradísimo Kevin Nowlan. No tengo dudas de que este es el TPB de Sandman mejor dibujado de los 10, por lo menos para mi gusto.
Y se acaba. Después de este mega-masacote de 320 páginas queda un sólo tomo más, un epílogo a lo que vimos hasta ahora, y será el punto final para este clásico de Neil Gaiman que se la re-banca leído 20 ó 25 años después. Mañana, la última parada en este viaje por The Dreaming.
Lo que más me gustó de la saga es una de las sub-tramas: la de Rose Walker en la mansión donde estuvo cautivo Dream, donde Gaiman retoma puntas argumentales de la primera saga (con el regreso de Alex Burguess y su “amigo” Paul) y de The Doll´s House. Lo que menos me gustó es que buena parte del bolonki se arma porque Lyta Hall cree que Morpheus le robó a su hijo, pero en realidad se lo robaron dos villanos (no los voy a nombrar) que dicen trabajar para alguien más. Y nunca nos enteramos para quién. Y después hay cosas que están medio al pedo. Todas esas escenas de Delirium y Destiny, las escenas de Lucifer… están muy bien escritas, los diálogos son formidables, pero no suman casi nada.
La resolución también me gustó mucho. Es triste, es anticlimática, tiene un giro totalmente inesperado (lo que pasa con Daniel) y está todo el tiempo impregnado de ese fatalismo, de esa cosa trágica y a la vez inevitable. Además hay por lo menos una secuencia en la que Morpheus, príncipe de los pechos fríos, demuestra tener algo de sangre en las venas y protagoniza un par de momentos tensos, vibrantes, donde (por primera vez desde aquel combate con el Dr. Destiny) sentís que se puede llegar a desencadenar la hiper-machaca. Por supuesto la machaca no llegará nunca. Pero sí la sangre, las muertes y el fin.
Esta saga se trata (me parece) de aceptar que los cambios son inevitables. Que uno, aunque sea a nivel inconsciente, siempre hace cosas para que el status quo tiemble. Y que cuando te mandás el moco, no tiene sentido tratar de escaparle al castigo. Cuando Dream se decide a pelear, ya sabe que no tiene chances. Lo hace “pour la gallerie”, con el resultado adverso ya clavado, ya inamovible. Por momentos pensé que iba a hinchar incondicionalmente por él y después me sorprendí disfrutando con un cierto morbo de su estrepitosa derrota de local. No tengo muy claro por qué. Ah, y acá nos enteramos también quién era la minita por la que Morpheus sufría como una quinceañera enamorada al principio de Brief Lives. Gran pase de magia de Gaiman, certero e impredecible.
A lo largo de casi todas sus páginas, The Kindly Ones se engalana con los maravillosos dibujos del maestro Marc Hempel. Muy a gusto en las grillas de 6 y 9 cuadros por página, Hempel tiene un control molecular de la narrativa. Pero además maneja el claroscuro de taquito y te sorprende con un montón de recursos gráficos que le permiten lograr mucho con la línea, la mancha y poco más. Conozco gente a la que no le cierra Hempel (por lo menos en un título serio, al borde de lo solemne, como era Sandman) porque les parece que su estilo es muy caricaturesco, casi humorístico. Yo lo re-banco, en esta y en todas. Acá Hempel coquetea con el grotesco, con lo caricaturesco, pero también mete épica, mete poesía, retrata con precisión las escenas de la vida cotidiana, acierta siempre con el lenguaje corporal de los personajes y sabe darle plasticidad y frescura a las extensas secuencias en las que sólo vemos gente que habla. Un laburazo de esta bestia, hoy bastante alejada del medio.
Los episodios que no llega a dibujar Hempel los cubren Glyn Dillon (muy correcto), Dean Ormston (siempre muy arriba) y el glorioso Teddy Kristiansen, que deja la vida . También hay algunas paginitas de Charles Vess (demasiado virtuosismo para mi gusto) y el tomo abre con un breve unitario pensado para presentarte a Dream y sus personajes secundarios, dibujado como la hiper-concha de Dios por un inspiradísimo Kevin Nowlan. No tengo dudas de que este es el TPB de Sandman mejor dibujado de los 10, por lo menos para mi gusto.
Y se acaba. Después de este mega-masacote de 320 páginas queda un sólo tomo más, un epílogo a lo que vimos hasta ahora, y será el punto final para este clásico de Neil Gaiman que se la re-banca leído 20 ó 25 años después. Mañana, la última parada en este viaje por The Dreaming.
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lunes, 14 de diciembre de 2015
14/12: THE SANDMAN Vol.8
Me acuerdo lo que puteamos a Worlds´ End mientras salía. Más que a Cavallo, creo que la puteamos. Esta era la traición, la puñalada trapera de un Neil Gaiman que nos tenía agarrados de la… garganta con los sucesos del final de Brief Lives y que, en vez de ponerse a explorar las consecuencias de esos sucesos, pateaba la pelota a la tribuna y “hacía tiempo” con otra seguidilla de unitarios prácticamente sin conexión con la saga central. Leídos todos de un saque en un libro (y con la tranquilidad de que en un rato arranco a leer The Kindly Ones) odié un poco menos a estas historias, pero no lo suficiente como para olvidar aquellos meses y meses de putearlas. Repasemos…
La consigna de Worlds´ End es que en cada episodio un personaje distinto cuenta una historia. Antes y después, los parroquianos de la posada charlan entre ellos, escabian y meten comentarios diversos. El primer episodio narra la llegada a Worlds´ End de Brant Tucker, un tipo común que vendría a ser algo así como el protagonista del arco argumental. La historia que narra Mister Gaheris es la más breve, y está dibujada por Alec Stevens, un autor muy raro que por momentos pela técnicas de las que usaba el Viejo Breccia en su etapa más experimental. La historia es atractiva, bastante borgeana, pero es muy difícil de seguir porque Stevens se hace el vanguardista con la narrativa y la puesta en página y entorpece totalmente la lectura.
La segunda historia está narrada por Cluracan, a quien ya conocíamos de Season of Mists. Es una aventura menor, con un rol bastante copado para Morpheus, y por momentos muy atiborrada de viñetas y de texto para que entre todo en 22 páginas. El dibujo de John Watkiss, bastante del montón.
La tercera es la única historia en la que no aparece ninguno de los Endless. El co-protagonista es el glorioso Hob Gadling y la historia gira en torno a la enésima chica que se hace pasar por varón para poder trabajar de grumete en un barco. Es algo que ya leímos 1000 veces, pero muy bien contado, con hermosos diálogos y buenos dibujos de Michael Zulli.
La cuarta es una genialidad. Morpheus aparece poco y al pedo, pero lo que hace Gaiman con Prez, aquel oscuro personaje creado por Joe Simon en los ´70, es una maravilla. Política y sueños, la esencia del American Dream, mezclados en una aventura perfectamente ambientada en los ´70 y ´80 y con unos dibujos alucinantes de Mike Allred, que recién empezaba pero ya era grossísimo.
La quinta presenta a Petrefax, un personaje que llegará a tener su propia miniserie, y que nunca me interesó en lo más mínimo. La historia adolesce de un marcado exceso de texto, y el dibujo de Shea Anton Pensa no está demasiado inspirado. La aparición de Destruction la levanta un poco sobre el final, pero no es gran cosa.
Y el último episodio indaga un poco más en cómo funciona la posada, cómo llegaron hasta ahí Brant Tucker y Charlene Mooney, cómo y por qué se narran las historias que se narran… hasta que en un momento aparece en el cielo una especie de cortejo fúnebre de Dream, narrado de modo muy ambiguo, como para dejarte manija para el siguiente arco argumental.
Casi todo el sexto episodio, y las secuencias de apertura y cierre de los primeros cinco, están dibujadas por Bryan Talbot, al que de nuevo se le nota bastante el cortocircuito con las tintas de Mark Buckingham. No es un mal trabajo y si te ponés a buscar detenidamente los personajes que aparecen en los fondos, te cagás de risa. Pero me queda claro que tanto Talbot como Buckingham pueden dar más.
En fin, a pesar de algunos logros e incluso algunas glorias, no puedo dejar de pensar en Worlds´ End como un arco argumental de relleno. Si no querés o no podés comprarte los 10 libros de Sandman, este es el que podés dejar afuera tranquilamente sin perderte nada importante.
La consigna de Worlds´ End es que en cada episodio un personaje distinto cuenta una historia. Antes y después, los parroquianos de la posada charlan entre ellos, escabian y meten comentarios diversos. El primer episodio narra la llegada a Worlds´ End de Brant Tucker, un tipo común que vendría a ser algo así como el protagonista del arco argumental. La historia que narra Mister Gaheris es la más breve, y está dibujada por Alec Stevens, un autor muy raro que por momentos pela técnicas de las que usaba el Viejo Breccia en su etapa más experimental. La historia es atractiva, bastante borgeana, pero es muy difícil de seguir porque Stevens se hace el vanguardista con la narrativa y la puesta en página y entorpece totalmente la lectura.
La segunda historia está narrada por Cluracan, a quien ya conocíamos de Season of Mists. Es una aventura menor, con un rol bastante copado para Morpheus, y por momentos muy atiborrada de viñetas y de texto para que entre todo en 22 páginas. El dibujo de John Watkiss, bastante del montón.
La tercera es la única historia en la que no aparece ninguno de los Endless. El co-protagonista es el glorioso Hob Gadling y la historia gira en torno a la enésima chica que se hace pasar por varón para poder trabajar de grumete en un barco. Es algo que ya leímos 1000 veces, pero muy bien contado, con hermosos diálogos y buenos dibujos de Michael Zulli.
La cuarta es una genialidad. Morpheus aparece poco y al pedo, pero lo que hace Gaiman con Prez, aquel oscuro personaje creado por Joe Simon en los ´70, es una maravilla. Política y sueños, la esencia del American Dream, mezclados en una aventura perfectamente ambientada en los ´70 y ´80 y con unos dibujos alucinantes de Mike Allred, que recién empezaba pero ya era grossísimo.
La quinta presenta a Petrefax, un personaje que llegará a tener su propia miniserie, y que nunca me interesó en lo más mínimo. La historia adolesce de un marcado exceso de texto, y el dibujo de Shea Anton Pensa no está demasiado inspirado. La aparición de Destruction la levanta un poco sobre el final, pero no es gran cosa.
Y el último episodio indaga un poco más en cómo funciona la posada, cómo llegaron hasta ahí Brant Tucker y Charlene Mooney, cómo y por qué se narran las historias que se narran… hasta que en un momento aparece en el cielo una especie de cortejo fúnebre de Dream, narrado de modo muy ambiguo, como para dejarte manija para el siguiente arco argumental.
Casi todo el sexto episodio, y las secuencias de apertura y cierre de los primeros cinco, están dibujadas por Bryan Talbot, al que de nuevo se le nota bastante el cortocircuito con las tintas de Mark Buckingham. No es un mal trabajo y si te ponés a buscar detenidamente los personajes que aparecen en los fondos, te cagás de risa. Pero me queda claro que tanto Talbot como Buckingham pueden dar más.
En fin, a pesar de algunos logros e incluso algunas glorias, no puedo dejar de pensar en Worlds´ End como un arco argumental de relleno. Si no querés o no podés comprarte los 10 libros de Sandman, este es el que podés dejar afuera tranquilamente sin perderte nada importante.
domingo, 13 de diciembre de 2015
13/12: THE SANDMAN Vol.7
Este tomo de Sandman pasa a la historia por ser el primero que tiene un sólo dibujante de punta a punta: la alucinante Jill Thompson se fumó ella solita (con el entintador Vince Locke) todas estas páginas sin pedir nunca el cambio.
También en algún momento de Brief Lives se forma el sello Vertigo y Sandman (que estaba en un gran momento a nivel ventas, cerca de los 50.000 ejemplares por número, y se cansaba de ganar premios) no se hace cargo en lo más mínimo. La historia sigue como si nada, sin siquiera una recapitualción de lo sucedido hasta el momento, y el único cambio visible es el loguito de Vertigo en la portada.
Brief Lives es una historia 100% de los Endless. Es la exploración a fondo de uno de los grandes conflictos en la eterna historia de esta familia: la partida de Destruction, que un día (300 años antes de esta saga) se cansa del jueguito, se corta solo y deja que la destrucción siga su curso sin meter mano en los asuntos de los humanos ni en los de sus hermanos. Acá Neil Gaiman indaga en qué es ser un Endless, en su función en el universo, en los vínculos entre ellos, en las reglas (a veces implícitas) que delimitan los reinos de unos y otros. Y además de resolver (en cierto modo) aquel conficto con tres siglos de antigüedad, nos tira sutiles pistas acerca de otros, y nos ofrece un remate devastador: Lo que Dream no hizo inducido al engaño por Desire (matar a Rose Walker, nieta de un Endless) lo hará por voluntad propia, sin desconocer las consecuencias: a pedido de su hijo Orpheus, el Rey Sueño terminará con su desafortunada vida. Derramar sangre de Endless tiene un costo altísimo y Dream se resigna a pagarlo sólo para darle el gusto a Delirium de encontrar a Destruction. Está bueno como punto de quiebre para dar pie al final de la saga, pero pensado fríamente, es un Disparate. La explicación pasa porque Dream está horriblemente bajoneado por una relación sentimental que terminó muy mal, con el taciturno monarca abandonado por una chica que le destrozó el corazón, y que (por ahora) Gaiman no nos dice quién es.
Esta es una saga que avanza muy lento, a un ritmo exasperante (me acuerdo la tortura que era leer Brief Lives mes a mes en revistitas y me quiero clavar clavos abajo de las uñas, que debe doler menos) y que está brutalmente estirada. Son más de 215 páginas para contar algo que se podría haber liquidado sin ningún drama en 100. Pero claro, Gaiman te rellena con jerarquía, con excelentes diálogos, con mucho desarrollo para personajes menores (en este tomo empieza a cobrar chapa el gran Mervyn Pumpkinhead) y con un truco que refinaría años más tarde en la novela American Gods: fragmentos de la vida de dioses, ángeles y demás inmortales que eligen (o les toca) integrarse a la gente común y vivir vidas más o menos ordinarias. De punta a punta hay escenas mudas alucinantes, bloques de texto devastadores y –como siempre- una sobredosis de ideas y de “historias dentro de la historia” que aportan muchísimo a ese perfil de obra compleja, sofisticada y de fuerte impronta autoral.
El trabajo de Jill Thompson es realmente muy bueno, a pesar de que las tintas de Vince Locke tapan bastante algunos rasgos de su estilo. Pero claro, si Jill dibujaba Y entintaba todas estas páginas, Brief Lives todavía estaba saliendo. Lo más atractivo, entonces, resulta ser la narrativa, en la que Thompson muestra una solidez admirable. Acá ya estamos en 1993, cuando en EEUU (y tecnología mediante) ya se podía colorear comics sin estropearlos, así que no creo que este tomo haya requerido una “cirugía mayor sin anestesia” para que se viera lo bien que se ve en esta edición.
En síntesis (y a contramano de varios comentarios acá en el blog que señalaban a esta saga como una favorita), me parece que Brief Lives es más relevante que buena. Obviamente tiene muchísimos momentos estremecedores, cómicos, tiernos, shockeantes… pero tiene ese Pecado Original que es durar el doble de lo que (para mi gusto) tenía que durar. Tanta manija le dieron a Gaiman con esa “pátina literaria” que veían en Sandman, que para esta altura de la serie el guionista ya no escribía arcos argumentales: escribía novelas, de esas grandotas, que no tienen ningún apuro por llegar al final. Eso es lo que –repito, para mí- empaña un poco los muchos logros de Brief Lives.
También en algún momento de Brief Lives se forma el sello Vertigo y Sandman (que estaba en un gran momento a nivel ventas, cerca de los 50.000 ejemplares por número, y se cansaba de ganar premios) no se hace cargo en lo más mínimo. La historia sigue como si nada, sin siquiera una recapitualción de lo sucedido hasta el momento, y el único cambio visible es el loguito de Vertigo en la portada.
Brief Lives es una historia 100% de los Endless. Es la exploración a fondo de uno de los grandes conflictos en la eterna historia de esta familia: la partida de Destruction, que un día (300 años antes de esta saga) se cansa del jueguito, se corta solo y deja que la destrucción siga su curso sin meter mano en los asuntos de los humanos ni en los de sus hermanos. Acá Neil Gaiman indaga en qué es ser un Endless, en su función en el universo, en los vínculos entre ellos, en las reglas (a veces implícitas) que delimitan los reinos de unos y otros. Y además de resolver (en cierto modo) aquel conficto con tres siglos de antigüedad, nos tira sutiles pistas acerca de otros, y nos ofrece un remate devastador: Lo que Dream no hizo inducido al engaño por Desire (matar a Rose Walker, nieta de un Endless) lo hará por voluntad propia, sin desconocer las consecuencias: a pedido de su hijo Orpheus, el Rey Sueño terminará con su desafortunada vida. Derramar sangre de Endless tiene un costo altísimo y Dream se resigna a pagarlo sólo para darle el gusto a Delirium de encontrar a Destruction. Está bueno como punto de quiebre para dar pie al final de la saga, pero pensado fríamente, es un Disparate. La explicación pasa porque Dream está horriblemente bajoneado por una relación sentimental que terminó muy mal, con el taciturno monarca abandonado por una chica que le destrozó el corazón, y que (por ahora) Gaiman no nos dice quién es.
Esta es una saga que avanza muy lento, a un ritmo exasperante (me acuerdo la tortura que era leer Brief Lives mes a mes en revistitas y me quiero clavar clavos abajo de las uñas, que debe doler menos) y que está brutalmente estirada. Son más de 215 páginas para contar algo que se podría haber liquidado sin ningún drama en 100. Pero claro, Gaiman te rellena con jerarquía, con excelentes diálogos, con mucho desarrollo para personajes menores (en este tomo empieza a cobrar chapa el gran Mervyn Pumpkinhead) y con un truco que refinaría años más tarde en la novela American Gods: fragmentos de la vida de dioses, ángeles y demás inmortales que eligen (o les toca) integrarse a la gente común y vivir vidas más o menos ordinarias. De punta a punta hay escenas mudas alucinantes, bloques de texto devastadores y –como siempre- una sobredosis de ideas y de “historias dentro de la historia” que aportan muchísimo a ese perfil de obra compleja, sofisticada y de fuerte impronta autoral.
El trabajo de Jill Thompson es realmente muy bueno, a pesar de que las tintas de Vince Locke tapan bastante algunos rasgos de su estilo. Pero claro, si Jill dibujaba Y entintaba todas estas páginas, Brief Lives todavía estaba saliendo. Lo más atractivo, entonces, resulta ser la narrativa, en la que Thompson muestra una solidez admirable. Acá ya estamos en 1993, cuando en EEUU (y tecnología mediante) ya se podía colorear comics sin estropearlos, así que no creo que este tomo haya requerido una “cirugía mayor sin anestesia” para que se viera lo bien que se ve en esta edición.
En síntesis (y a contramano de varios comentarios acá en el blog que señalaban a esta saga como una favorita), me parece que Brief Lives es más relevante que buena. Obviamente tiene muchísimos momentos estremecedores, cómicos, tiernos, shockeantes… pero tiene ese Pecado Original que es durar el doble de lo que (para mi gusto) tenía que durar. Tanta manija le dieron a Gaiman con esa “pátina literaria” que veían en Sandman, que para esta altura de la serie el guionista ya no escribía arcos argumentales: escribía novelas, de esas grandotas, que no tienen ningún apuro por llegar al final. Eso es lo que –repito, para mí- empaña un poco los muchos logros de Brief Lives.
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sábado, 12 de diciembre de 2015
12/12: THE SANDMAN Vol.6
Esta vez la hicieron bien y se armó un tomo de historias autoconclusivas que no quedó escuálido como el Vol.3, sino bien pulentoso. Vamos a recorrerlo.
Arrancamos con la breve Fear of Falling, una aventura casi “de autoayuda”, pero con un desarrollo atractivo y excelentes diálogos. Los dibujos son del maestro Kent Williams, no en su estilo pictórico, sino en ese más gráfico en el que se basa (por ejemplo) Michael Gaydos.
Después viene el unitario del emperador de los EEUU, una historia divertida, por momentos profunda, basada en hechos reales. Neil Gaiman aprovecha para mezclar esta trama con algo que ya es un clásico: la rivalidad entre Dream y Desire. Acá aparecen casi todos los Endless y el gran Shawn McManus nos regala a una Delirium magníficamente dibujada (por primera vez).
El siguiente unitario transcurre en Francia, en la época del Terror (como aquel álbum medio en joda que vimos el 20/04/15). La protagonista es Lady Johanna Constantine, la antecesora del querido John, cuya primera aparición fue (en un rol muy chiquito) en aquel unitario centrado en Hob Gadling que vimos en el Vol.2. Esta es la primera aventura solista de Johanna, quien llegará a protagonizar su propia miniserie (la vimos el 15/05/12). Y entre tantas cabezas separadas de sus cuerpos, se destacará una, la de Orpheus, en la que será la primera aparición del desafortunado hijo de Morpheus. Los dibujos son de un correcto Stan Woch, sin pifias ni aciertos destacables.
La siguiente historia es buenísima, pero tiene un problema fundamental: no tiene un choto que ver con la saga de Sandman, los Endless y todo lo que venía narrando Gaiman hasta acá. Aparecen un toque Lucien y el propio Dream, pero en una secuencia que tranquilamente se podría haber omitido sin alterar en lo más mínimo la trama. El dibujante es el cuasi-ignoto Duncan Eagleson, bastante interesante.
August, el unitario ambientado en el Imperio Romano y protagonizado por el emperador Augusto, tiene el mismo problema: Morpheus aparece poco, y casi al pedo. Pero la historia es GENIAL, los diálogos son impresionantes, hay escenas tremendas (es la primera vez que DC publica un comic donde dos hombres tienen sexo anal) y una labor brillante en la interpretación de una figura histórica. El dibujo es del glorioso Bryan Talbot, que dejó la vida en cada viñeta y nos obsequió uno de los mejores trabajos de su carrera.
Soft Places, la historia protagonizada por Marco Polo, es de lo más flojo del tomo. Aparece bastante Fiddler´s Green y un toque Morpheus, hay un mensaje lindo, poético, pero no mucho más. El dibujo de John Watkiss aporta poco, también.
El unitario más extenso es The Song of Orpheus, en el que Gaiman repasa los eventos más importantes en la trágica vida del hijo de Morpheus, por supuesto tomando como base la mitlogía griega. Acá reaparece Calliope y vemos la primera aparición de Destruction, el miembro de la familia Endless que todavía no había dado el presente en la serie. Esta vez Talbot sólo entrega lápices y de las tintas se encarga otro capo, Mark Buckingham. Sin embargo los estilos no terminan de cuajar y el resultado no arrima ni por puta al nivel devastador de August.
El siguiente unitario le da espacio a los personajes secundarios: Lyta y Daniel, Cain y Abel, Matthew, Eve… Gaiman refuerza un poquito el background de cada uno y sienta las bases de lo que más tarde será la serie regular de The Dreaming. Jill Thompson hace su debut como dibujante del “Sandmanverse” y ya en el arranque impacta fuerte con su versión infantil de los Endless, que derivará en uno de los tantos spin-offs de esta serie.
Y terminamos con la famosa Ramadan, la que fuera en su momento el n°50 de Sandman. Es una historia realmente hermosa, profunda, con diálogos alucinantes, un remate final terrible… pero está MUY estirada. Son 32 páginas y podrían haber sido 20. Lo bueno de que haya más páginas es que podemos disfrutar de más dibujos y más puestas imaginadas por un P. Craig Rusell inspiradísimo, también en un nivel cercano al de lo mejor de su carrera. A nivel visual esto es MAJESTUOSO.
Salvo contadas excepciones, estos unitarios nos muestran a Gaiman “haciendo tiempo” para aprovechar el éxito de la serie, o ampliando el universo de personajes y conceptos, para más adelante retomarlos y profundizar en algunos de ellos. Por supuesto, mi aplauso para cada historia es mayor cuanto más fuerte es su vínculo con la saga central.
Arrancamos con la breve Fear of Falling, una aventura casi “de autoayuda”, pero con un desarrollo atractivo y excelentes diálogos. Los dibujos son del maestro Kent Williams, no en su estilo pictórico, sino en ese más gráfico en el que se basa (por ejemplo) Michael Gaydos.
Después viene el unitario del emperador de los EEUU, una historia divertida, por momentos profunda, basada en hechos reales. Neil Gaiman aprovecha para mezclar esta trama con algo que ya es un clásico: la rivalidad entre Dream y Desire. Acá aparecen casi todos los Endless y el gran Shawn McManus nos regala a una Delirium magníficamente dibujada (por primera vez).
El siguiente unitario transcurre en Francia, en la época del Terror (como aquel álbum medio en joda que vimos el 20/04/15). La protagonista es Lady Johanna Constantine, la antecesora del querido John, cuya primera aparición fue (en un rol muy chiquito) en aquel unitario centrado en Hob Gadling que vimos en el Vol.2. Esta es la primera aventura solista de Johanna, quien llegará a protagonizar su propia miniserie (la vimos el 15/05/12). Y entre tantas cabezas separadas de sus cuerpos, se destacará una, la de Orpheus, en la que será la primera aparición del desafortunado hijo de Morpheus. Los dibujos son de un correcto Stan Woch, sin pifias ni aciertos destacables.
La siguiente historia es buenísima, pero tiene un problema fundamental: no tiene un choto que ver con la saga de Sandman, los Endless y todo lo que venía narrando Gaiman hasta acá. Aparecen un toque Lucien y el propio Dream, pero en una secuencia que tranquilamente se podría haber omitido sin alterar en lo más mínimo la trama. El dibujante es el cuasi-ignoto Duncan Eagleson, bastante interesante.
August, el unitario ambientado en el Imperio Romano y protagonizado por el emperador Augusto, tiene el mismo problema: Morpheus aparece poco, y casi al pedo. Pero la historia es GENIAL, los diálogos son impresionantes, hay escenas tremendas (es la primera vez que DC publica un comic donde dos hombres tienen sexo anal) y una labor brillante en la interpretación de una figura histórica. El dibujo es del glorioso Bryan Talbot, que dejó la vida en cada viñeta y nos obsequió uno de los mejores trabajos de su carrera.
Soft Places, la historia protagonizada por Marco Polo, es de lo más flojo del tomo. Aparece bastante Fiddler´s Green y un toque Morpheus, hay un mensaje lindo, poético, pero no mucho más. El dibujo de John Watkiss aporta poco, también.
El unitario más extenso es The Song of Orpheus, en el que Gaiman repasa los eventos más importantes en la trágica vida del hijo de Morpheus, por supuesto tomando como base la mitlogía griega. Acá reaparece Calliope y vemos la primera aparición de Destruction, el miembro de la familia Endless que todavía no había dado el presente en la serie. Esta vez Talbot sólo entrega lápices y de las tintas se encarga otro capo, Mark Buckingham. Sin embargo los estilos no terminan de cuajar y el resultado no arrima ni por puta al nivel devastador de August.
El siguiente unitario le da espacio a los personajes secundarios: Lyta y Daniel, Cain y Abel, Matthew, Eve… Gaiman refuerza un poquito el background de cada uno y sienta las bases de lo que más tarde será la serie regular de The Dreaming. Jill Thompson hace su debut como dibujante del “Sandmanverse” y ya en el arranque impacta fuerte con su versión infantil de los Endless, que derivará en uno de los tantos spin-offs de esta serie.
Y terminamos con la famosa Ramadan, la que fuera en su momento el n°50 de Sandman. Es una historia realmente hermosa, profunda, con diálogos alucinantes, un remate final terrible… pero está MUY estirada. Son 32 páginas y podrían haber sido 20. Lo bueno de que haya más páginas es que podemos disfrutar de más dibujos y más puestas imaginadas por un P. Craig Rusell inspiradísimo, también en un nivel cercano al de lo mejor de su carrera. A nivel visual esto es MAJESTUOSO.
Salvo contadas excepciones, estos unitarios nos muestran a Gaiman “haciendo tiempo” para aprovechar el éxito de la serie, o ampliando el universo de personajes y conceptos, para más adelante retomarlos y profundizar en algunos de ellos. Por supuesto, mi aplauso para cada historia es mayor cuanto más fuerte es su vínculo con la saga central.
viernes, 11 de diciembre de 2015
11/12: THE SANDMAN Vol.5
Este es uno de los tomos raros de Sandman, de esos que te hacen decir varias veces “what the fuck..?!”. Con la hinchada rendida a sus pies después de Season of Mists, Neil Gaiman emprende un arco argumental MUY atípico, muy personal… y aún así muy importante para la obra vista como algo global, como un tapiz armado con historias que, de algún modo, terminan por ensamblarse.
Acá ya no hay vínculos con el DCU. Aparecen Superman y Bizarro, pero son personajes de las historietas que lee una de las chicas, y se llaman Hyperman y Weirdzo. La historia transcurre en el plano real y en el plano de los sueños de Barbie, la verdadera protagonista de A Game of You, quien apareció en un rol muy chiquito en The Doll´s House. El resto del elenco del plano “real” está compuesto por mujeres: Wanda (es travesti y está a una operación de ser mujer), Thessaly (cuyo protagonismo crecerá más adelante y llegará a tener su propia miniserie, reseñada el 20/05/12) y la pareja integrada por Hazel y Foxglove, a quienes volveremos a ver en la segunda miniserie de Death (reseñada el 12/02/15).
¿De qué se trata la historia? De muchas cosas. De la búsqueda de la propia identidad, de lo que dejamos atrás cuando crecemos (los sueños, nada menos), de la solidaridad, del mundo femenino… Acá hay simbolismos, metáforas y paralelismos entre esa especie de “quest” en el mundo de los sueños y ciertas cosas que pasan en el mundo real. El rol de Morpheus es mínimo hasta casi el final de la saga, cuando toma cartas en el asunto y protagoniza una escena muy bien lograda.
Por enésima vez, lo vemos a Gaiman jugar con esa trinidad Bruja-Madre-Doncella, esas tres mujeres que no son siempre las mismas, pero que están presentes en los distintos tramos de Sandman, en roles que también van mutando. Y después de un arco repleto de dioses, ángeles y demonios, A Game of You vuelve a explorar las vidas de gente común, a contarnos la realidad tal como la veía Gaiman en 1992. Así es como se suma un elemento que hasta ahora prácticamente no había aparecido, que es la bajada de línea social. El inglés se da el lujo de opinar acerca de algunos aspectos urticantes de la sociedad yanki y la verdad que es una muy buena incorporación.
Otro hallazgo digno de ser subrayado: acá Gaiman y DC empiezan a darse cuenta de lo bien que funcionan los tomos recopilatorios de Sandman en las librerías y toman decisiones acertadas respecto de eso. Esta vez, los episodios unitarios que se publicaron entre Season of Mists y A Game of You se los guaradron para un tomo que sólo recopila historias cortas (lo veremos mañana) y el 100% de este TPB está compuesto por la saga principal.
Por el lado del dibujo también tenemos una grata novedad, que es el desembarco de Shawn McManus como dibujante titular de A Game of You. Esto nos permite hablar de un excelente diseño de personajes, de un trabajo impactante en los fondos, de una narrativa impecable, de una línea que va sin problemas de la comedia costumbrista a la fantasía épica, o de lo onírico a lo terrorífico. Excelente trabajo del siempre efectivo y versátil McManus, que reaparecerá en el Vol.6. El episodio que no dibuja el titular lo cubre Colleen Doran, mucho mejor que en la historia de Element Girl, más cerca del estilo con el que todos la identificamos y en el que tan bien se desempeña. Y después hay algunas secuencias en las que entra a apagar el incendio de las fechas de entrega el maestro británico Bryan Talbot, quien también dirá “presente” en el tomo que tengo para reseñar mañana.
Pensada en un nivel muy íntimo, desarrollada en su mayoría dentro de los sueños de un personaje a priori bastante menor, A Game of You tiene la suficiente cantidad de ideas, interacciones, diálogos e insinuaciones como para que quieras ser parte del juego y disfrutarlo a full. Me imagino que si sos mujer te debe emocionar mil veces más, pero incluso para los varones acá hay muchos momentos fuertes.
Acá ya no hay vínculos con el DCU. Aparecen Superman y Bizarro, pero son personajes de las historietas que lee una de las chicas, y se llaman Hyperman y Weirdzo. La historia transcurre en el plano real y en el plano de los sueños de Barbie, la verdadera protagonista de A Game of You, quien apareció en un rol muy chiquito en The Doll´s House. El resto del elenco del plano “real” está compuesto por mujeres: Wanda (es travesti y está a una operación de ser mujer), Thessaly (cuyo protagonismo crecerá más adelante y llegará a tener su propia miniserie, reseñada el 20/05/12) y la pareja integrada por Hazel y Foxglove, a quienes volveremos a ver en la segunda miniserie de Death (reseñada el 12/02/15).
¿De qué se trata la historia? De muchas cosas. De la búsqueda de la propia identidad, de lo que dejamos atrás cuando crecemos (los sueños, nada menos), de la solidaridad, del mundo femenino… Acá hay simbolismos, metáforas y paralelismos entre esa especie de “quest” en el mundo de los sueños y ciertas cosas que pasan en el mundo real. El rol de Morpheus es mínimo hasta casi el final de la saga, cuando toma cartas en el asunto y protagoniza una escena muy bien lograda.
Por enésima vez, lo vemos a Gaiman jugar con esa trinidad Bruja-Madre-Doncella, esas tres mujeres que no son siempre las mismas, pero que están presentes en los distintos tramos de Sandman, en roles que también van mutando. Y después de un arco repleto de dioses, ángeles y demonios, A Game of You vuelve a explorar las vidas de gente común, a contarnos la realidad tal como la veía Gaiman en 1992. Así es como se suma un elemento que hasta ahora prácticamente no había aparecido, que es la bajada de línea social. El inglés se da el lujo de opinar acerca de algunos aspectos urticantes de la sociedad yanki y la verdad que es una muy buena incorporación.
Otro hallazgo digno de ser subrayado: acá Gaiman y DC empiezan a darse cuenta de lo bien que funcionan los tomos recopilatorios de Sandman en las librerías y toman decisiones acertadas respecto de eso. Esta vez, los episodios unitarios que se publicaron entre Season of Mists y A Game of You se los guaradron para un tomo que sólo recopila historias cortas (lo veremos mañana) y el 100% de este TPB está compuesto por la saga principal.
Por el lado del dibujo también tenemos una grata novedad, que es el desembarco de Shawn McManus como dibujante titular de A Game of You. Esto nos permite hablar de un excelente diseño de personajes, de un trabajo impactante en los fondos, de una narrativa impecable, de una línea que va sin problemas de la comedia costumbrista a la fantasía épica, o de lo onírico a lo terrorífico. Excelente trabajo del siempre efectivo y versátil McManus, que reaparecerá en el Vol.6. El episodio que no dibuja el titular lo cubre Colleen Doran, mucho mejor que en la historia de Element Girl, más cerca del estilo con el que todos la identificamos y en el que tan bien se desempeña. Y después hay algunas secuencias en las que entra a apagar el incendio de las fechas de entrega el maestro británico Bryan Talbot, quien también dirá “presente” en el tomo que tengo para reseñar mañana.
Pensada en un nivel muy íntimo, desarrollada en su mayoría dentro de los sueños de un personaje a priori bastante menor, A Game of You tiene la suficiente cantidad de ideas, interacciones, diálogos e insinuaciones como para que quieras ser parte del juego y disfrutarlo a full. Me imagino que si sos mujer te debe emocionar mil veces más, pero incluso para los varones acá hay muchos momentos fuertes.
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