sábado, 30 de abril de 2011
30/ 04: CASANOVA: LUXURIA
Cuando un guionista produce tanta obra como la que lleva publicada Matt Fraction en los últimos cinco o seis años, es casi inevitable desconfiar: una buena parte de esa producción tiene que ser necesariamente berreta. De hecho, me acuerdo de haber leído su Punisher War Journal (porque lo dibujaba Olivetti) y tenía un número bueno cada cuatro nefastos. O sea que siempre lo tuve en la lista de los sospechosos, de los tipos a los que se puede visitar muy de vez en cuando y en proyectos muy puntuales.
Ahora, el hecho de ser pulpo de Marvel y escribir chotocientas mil series por mes, tiene su lado positivo: si estas series venden bien, no te van a echar flit el día que propongas algo más raro, más jugado. Así es como el sello Icon se convirtió en el hogar de la más personal de las creaciones de Fraction: Casanova, junto a Gabriel Bá, uno de los gemelos fantásticos brazucas. Bajo el paraguas protector de las ventas de Iron Man o X-Men, Marvel se tiró al precipicio con un comic 100% de autor, muy raro, y además muy, pero muy bueno.
Esto es una especie de What If… Acá Nick Fury se llama Cornelius Quinn y tiene un hijo de veintipico, con rasgos parecidos a los de Mick Jagger, entrenado desde chico para ser el perfecto agente secreto. Pero además del espionaje, a Casanova Quinn le gustan la joda, las drogas, las minas y el descontrol. Esta dinámica tipo Isidoro-Coronel Cañones alcanzaría para bancar decorosamente una saguita más que interesante. Pero hay mucho más: las misiones que cumple Casanova no sólo están repletas de sexo, droga y rockanroll. También tienen clones, androides, entradas y salidas del la línea temporal, dimensiones paralelas, tecnología del futuro, civilizaciones prehistóricas, alienígenas y robots gigantes japoneses. O sea que es una especie de Nick Fury de segunda generación pero totalmente tuneado, recubierto por varias capas de crack.
Las aventuras de Casanova son frenéticas. Hay pausas, porque claro, cada genio criminal o capo de agencia de espías necesita unos minutos para tratar de deducir quién lo está “operando”, por dónde se filtra la data y cuáles pueden ser las movidas de sus adversarios, pero el ritmo que predomina en esta extensa saga es aceleradísimo, caótico, una montaña rusa fuera de control en la que todo puede pasar. Hasta que el protagonista (y su hermana melliza) cambie de bando más de una vez. Acá todos traiconan a todos, todos se encaman con todos y nadie tiene piedad de nadie. Como en los buenos comics de Howard Chaykin, pero en un clima mucho más de joda, con casi ninguna pretensión de verosimilitud. De hecho, los autores hacen muchas menciones a que esto es una historieta, no la realidad.
La saga tiene un título genérico, Luxuria, pero Fraction y Bá se esfuerzan porque cada uno de los siete episodios narre una historia más o menos autoconclusiva. Por supuesto, no se entendería nada si se las leyera en otra secuencia, pero varias se pueden leer y disfrutar por sí solas. La sensación fundamental que transmite Casanova es la de libertad: acá vale todo, en tanto y en cuanto todo suma para la diversión desaforada, la aventura llevada al extremo, el festival desenfrenado de tiros, explosiones, garches, sangre y runflas espúreas entre gente muy de mierda. Y encima, los personajes están muy bien trabajados. Sin duda, Fraction puso acá todo lo que tiene y hasta un poco más.
El trabajo de Gabriel Bá es impresionante. Casi todas las páginas están divididas en cuatro tiras, o sea que no son pocas las que tienen más de ocho viñetas. El dibujo se ve chiquito, compacto, apretadito, agazapado para estallar cuando Bá cambia la grilla. El estilo de Bá nos recuerda enseguida al del Paul Grist más sintético, mezclado con el Mike Mignola más suelto, el de los breves unitarios en joda que el ídolo se mandaba cada tanto, ya sea solo o con sus delirantes amigos Steve Purcell o Bill Wray. Pero todo se ve intencionalmente raro, como si estuviera el desafío de demostrar en cada página que esto no lo imaginó el típico dibujante yanki, sino un loco, o un alienígena, alguien que claramente no comulga con los preceptos del mainstream superheroico. De nuevo, la sensación de libertad, de vale todo, además potenciada por una paleta de colores intencionalmente limitada y por un rotulado… manual! En pleno Siglo XXI! Una verdadera bizarreada.
Bueno, cada tanto se puede confiar también en el hiper-prolífico Matt Fraction. Acá se juntó con un monstruo imparable y juntos pelaron un comic delirante, atrapante, adictivo, sensual, violento, original y muy, muy gracioso. Si hay secuelas, cuenten conmigo.
viernes, 29 de abril de 2011
29/ 04: ¿QUIEN ES MONTT?
Retomo un rubro que este año venía medio pobretón, que es el de la historieta latinoamericana actual. Esta vez lo de “historieta” hay que tomarlo con muchas pinzas, porque lo que hace este monstruo no es exactamente historieta, sino más bien humor gráfico.
Alberto Montt, el increíble chileno del que estamos hablando, es un reconocido y cotizado ilustrador y dibujante, muy famoso en el mundo editorial de nuestro continente. Pero al tipo le gusta boludear, tirar chistes de todo tipo, y para eso inventó un blog (uy, mirá…) en el que empezó a publicar humor gráfico, primero un par de veces por semana, después todos los días, y ahora se hizo adicto y no lo puede dejar (¿a quién me hará acordar?). El blog se llama En Dosis Diarias, y así se titulan también las recopilaciones de sus libros cuando se publican en Chile. Pero de este lado de los Andes, Ediciones de la Flor decidió invitarlo a seleccionar él mismo sus mejores chistes y eliminó del título la referencia al blog.
La edición argentina salió esta semana, o sea que por lógica yo la tendría que leer en la segunda quincena de Julio. Pero no puedo: hoy a la tarde me toca moderar la charla entre Montt y Liniers, en la Feria del Libro, y no me da para caer sin haber leído el libro del autor que va a dar la charla. Así que le di prioridad y me lo bajé ni bien me lo entregaron.
Montt tiene un problema, muy parecido al problema que tiene Liniers: dibuja tan, pero tan bien, tiene un estilo tan personal y tan grosso, que por buenos que sean los chistes, siempre van a estar en segundo plano. Sencillito, sin estridencias, sin más herramientas que la línea, el color y algunas texturas, Montt desarrolla una identidad gráfica fascinante y la pone al servicio de un humor muy, muy amplio. En sus chistes de una sóla viñeta tenemos desde el juego de palabras boludo, hasta el absurdo, la sátira política, los chistes geeks (con jedis, vampiros, superhéroes y hasta con Mazinger), el humor negro, alguna chanchada muy light y –lo más interesante- una veta metafísica, en la que Montt recurre a las populares figuras de Dios y el Diablo para hablar (en joda, claro) de la creación del universo, de las leyes que lo gobiernan, de la fe y de la escencia misma del ser humano.
O sea que hay para todos los gustos. Incluso hay chistes que te arrancan carcajadas, al lado de otros que aspiran a la sonrisa sutil, casi imperceptible. No te los voy a contar, porque no tiene gracia, pero sí quiero hacer pública mi ovación a esta bestia del dibujo, que despliega un ingenio muy, muy certero, y por supuesto mi recomendación para que mucha gente lo compre, ahora que se consigue fácil en nuestro país. Como Liniers, Montt va mucho más allá del público estrictamente comiquero, así que es un buen regalo para quedar bárbaro con gente (sobre todo chicas) que no curte la religión de las viñetas.
jueves, 28 de abril de 2011
28/ 04: THE UNWRITTEN Vol.2
Ufff… Casi un mes sin tocar un comic de Vertigo… Ya me estaba volviendo loco. Y once meses sin leer The Unwritten, eso ya es directamente imperdonable.
Esta serie de Mike Carey y Peter Gross es –por si alguno todavía no se enteró- absolutamente fundamental. Es un comic sobre literatura, o sobre cómo se desdibujan los límites entre literatura y ficción. La trama básica la expliqué cuando reseñé el Vol.1, así que se puede hacer click en la etiqueta y leerla (o re-leerla) en un toque. O buscarla en el libro, también. Está en la página 155.
El segundo tomo es incluso más ganchero que el primero, principalmente porque empiezan a pasar más cosas. Hay menos chamuyo y bastante más acción, como para que el interés por el extraño predicamento de Tom Taylor no decaiga, y además como lógica consecuencia del tremendo final del tomo anterior. La acción, por suerte, no es pochoclo barato, sino que está encauzada, puesta al servicio del avance de las tramas que se esbozaron en el primer tomo, y que acá no paran de hacerse más complejas y más atractivas. Para el final de este arco, la conspiración siniestra ya tiene un rostro “humano”, la relación entre Tom Taylor y Tommy Taylor (el hiper-taquillero aprendiz de brujo creado por Wilson Taylor en la lucrativa tradición de Harry Potter) se explicita mucho más y, por si faltara algo, el choque entre ficción y realidad (o en rigor de verdad, entre dos niveles de realidad, porque The Unwritten es un comic) se hace mucho más brutal.
El rol de Lizzie Hexam por ahora es pequeño, y el resto de los secundarios del primer arco ni aparecen. Acá tenemos un nuevo secundario con mucha onda, Richard Savoy, y también hay roles destacados para el alcaide del presidio francés donde “se alojan” Tom y Savoy, y para sus hijos, fans a muerte de la creación del viejo Wilson, que sigue desaparecido y sin dar ninguna señal de vida. La historia “descolgada” con la que cierra el tomo es una breve joya de la mala leche y bien leída, aporta bastante data acerca de esta bizarra danza entre autores y personajes, creadores y creaciones, que parece ser lo que subyace en el núcleo de esta increíble serie.
No suelo hacer mención a los prólogos en las reseñas, pero esta vez da, por dos motivos. El autor es Paul Cornell, famoso y galardonado guionista de TV y de historietas, que entre sus comics tiene el recordado Fantastic Four: True Story, que trata casi de lo mismo que The Unwritten (aunque por supuesto, encarado de otra manera). Y además Cornell tira –entre muchos conceptos piolas- la idea de que The Unwritten no se refiere a “lo no escrito”, sino más bien a “lo des-escrito”. Coincido mucho con esta apreciación, me parece que Carey va a agarrar para ese lado. Y por supuesto, comparto los elogios y la recomendación para que ningún fan del comic y/o la literatura se quede afuera de este fenómeno que no para de crecer.
Lo único que tira un poco para abajo es el dibujo de Peter Gross. Me acuerdo que cuando reseñé el primer tomo, medio le perdoné la vida. Ahora ya no, ya me molesta un poco la falta de onda y de inspiración de un tipo que –claramente- no está a la altura del grossísimo planteo y el alucinante desarrollo que creó Carey para esta serie. Por suerte esta vez son tres los episodios en los que Gross apenas planta las páginas y deja el acabado del dibujo en manos más idóneas: Jimmy Broxton (en la magistral saguita de Goebbels) y Kurt Huggins y Zelda Devon, en el unitario que cierra el tomo y que es –lejos- lo mejor dibujado y donde menos se nota la mano de Gross. Urgente un arco de Fables para estos muchachos.
The Unwritten arrancó bien y se puso mejor. Ya tengo el Vol.3 pidiendo pista, así que seguro que faltan menos de 11 meses para reseñarlo. Si con esto Mike Carey no se consagra definitivamente, yo que él largo el comic y me dedico al hockey sobre patines…
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miércoles, 27 de abril de 2011
27/ 04: FANTASTIC FOUR Vol.1
Hace como 11 años, en una conversación con Mark Millar, me dijo (y yo tuve la precaución de grabarlo) “Pokémon no es ni la mitad de bueno que Fantastic Four, o que los X-Men, u otros personajes creados por Jack Kirby... y los pibes se apuñalan unos a otros por una figurita de Pokémon. ¿Por qué no se apuñalan por los Fantastic Four? Las compañías tienen que hacer algo al respecto. No puede ser que los grandes capos, los que mueven la plata grande, se crucen de brazos en sus hermosas oficinas de New York, mientras observan cómo desaparece el mercado y se les muere el negocio”. Dos años después, la Marvel mágica de Bill Jemas y Joe Quesada iniciaba una de las tres o cuatro mejores etapas en la historia de los Fantastic Four, no precisamente con Millar al timón, sino con Mark Waid y Mike Wieringo. Y no sé si lograron que los chicos se apuñalaran los unos a los otros por los Fantastic Four, pero por lo menos demostraron que el concepto (en aquel entonces con 40 años a sus espaldas) todavía funcionaba tan bien como cuando lo “pensaron” Stan y Jack.
Waid se pone para esta serie desafíos jodidísimos: se niega a tocar puntos clave como los poderes, se niega a cambiar miembros, se niega a traer de vuelta a los villanos medio-pelo y –tal vez lo más importante- se niega a pensar a Reed y los suyos como un grupo de superhéroes. Para él, los Fantastic Four son exploradores, investigadores del más allá, son la vanguardia, los que hacen cosas y visitan lugares que ningún otro personaje de Marvel hizo ni vio jamás. Y además le da bola a un tema apenas insinuado en la etapa de Carlos Pacheco: atrás de los aventureros hay una familia, y atrás de la familia hay una empresa, que si no factura, se va a la B.
Con todos estos replanteos y con toques muy novedosos e interesantes en la dinámica entre los cuatro protagonistas (más los hijos de Reed y Sue), Waid llena SEIS episodios en los que la acción o bien es mínima o bien es intrascendente, porque el foco está puesto en otra cosa. Recién para el séptimo número vuelve el más grande, el Dr. Doom (también repensado a fondo por el creador de Impulse) y por fin, arranca una saga larga, donde el peligro se respira en cada puta viñeta. Tan grossa es la saga de Doom, que Waid se toma dos episodios enteros (!) en sopesar las consecuencias y en cerrar algunas de las heridas que quedan abiertas. De nuevo nos esperan cuarenta y pico de páginas casi sin machaca, repletas de excelentes diálogos y de escenas muy logradas, que avanzan y redefinen las relaciones entre los personajes.
La espectacular edición de estos 12 episodios en libro, incluye también la propuesta que presentó Waid cuando le ofrecieron hacerse cargo de la serie. Y es increíble ver cómo en las historietas aparecen uno por uno y sin una coma cambiada TODOS los elementos que Waid presenta en su “plataforma”. Cada idea, cada toque, cada replanteo, se ve plasmado en alguna de las secuencias del comic. ¿Se puede decir que le dieron permiso para hacer comic de autor dentro del mainstream? Y, no sé… banquemos a leer un par de tomos más. Pero posta, sorprende la exactitud con la que el guionista mete en las historias TODO lo que se le ocurrió cuando redactaba la propuesta.
Parte de lo que lo alentó Waid a hacerse cargo de Fantastic Four fue la presencia de su amigo Mike Wieringo, aquel ídolo que se nos fuera en 2007, y que en 2002 estaba en un enorme momento creativo. Mark y Mike se entendían a la perfección y eso se nota mucho en las historietas de este tomo. Acá vemos a un Wieringo jugado, comprometido, dispuesto a dejar la vida en cada viñeta. Su New York es creíble, sus personajes “normales” son perfectos, su Thing y su Franklin son definitivos, su Sue y su Johnny se visten como gente real, acorde a su onda y a su edad, y además de cuidar tooodos esos detalles menores, nos regala unas secuencias redonditas, lindas, impactantes y muy, muy funcionales al relato. Sus escenas de machaca son trepidantes y sus expresiones faciales, variadas y atrapantes.
En los números en los que Wieringo descansa, tenemos primero a Mark Buckingham (muy bien, pero con una estética demasiado distinta a la del ídolo) y después a Casey Jones, mediocrón consumado que zafa con lo justo del papelón. Por suerte, casi todo el libro explota con la alquimia entre Waid y Wieringo, los tipos que volvieron a darle onda a los Fantastic Four en los albores del milenio y demostraron –una vez más- que no hay personajes chotos: sólo hay autores chotos, y si los reemplazás con autores buenos, ya está. Problema resuelto.
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martes, 26 de abril de 2011
26/ 04: DR. INUGAMI
Vuelvo a internarme en las profundidades de Suehiro Maruo, el genio maldito del manga. Esta vez, para descubrir una serie de siete episodios, que aparecieron de modo muy esporádico entre 1991 y 1994 en la revista Young Champion. ¿Qué hace Maruo en una revista de shonen, te preguntarás? Lo que puede.
Al igual que su otra serie para la Young Champion (Gichi Gichi Kid, de 1996), Dr. Inugami se centra en un personaje cuyo principal atractivo es su dominio de las artes místicas. Si Gichi Gichi Kid se podía definir como una versión del Dr. Strange, pero en sexto grado, el Dr. Inugami es un Dr. Strange más dark, más para el lado de John Constantine. El protagonista es el misterioso Inukai, una especie de brujo justiciero, capaz de invocar a un poderosísimo dios ceremonial, ya sea para revertir conjuros malignos o para combatir a malignos demonios que poseen a algún pobre pibe (o mina) que no se lo merece.
Entre criaturas místicas y ritos ancestrales, se acumulan historias densas, muy bien planteadas, en las que gradualmente crece el rol de Inukai, que al principio es casi un mecanismo. Con el correr de los episodios encontramos (por primera vez en la obra del ídolo) personajes secundarios recurrentes, a los que de a poco empieza a dotar de una complejidad mayor, para que dejen de ser “el bueno”, “el malo”, “la víctima”, y así. Obviamente estaba todo dado para que Dr. Inugami se convirtiera en una serie extensa, pero andá a saber por qué corno sólo existen siete episodios.
Y lo más importante: ¿dónde están las atrocidades? Si quiero brujos con sobretodo, demonios y poseídos, me compro un TP de Hellblazer. Si compré un libro de Maruo es porque quiero desmembramientos, violaciones y todas las atrocidades a las que nos malacostumbró esta bestia. La verdad es que, sin ser Gichi Gichi Kid (que era apta para todo público), Dr. Inugami está entre las obras menos zarpadas de Maruo. Hay un par de garches (uno de ellos manchado de sangre), una orgía que dura varias páginas y sí, mucha gente destripada, decapitada, enterrada viva, crucificada o morfada por las ratas, bebés acuchillados y fetos ensangrentados. Los rituales satánicos le dan a Maruo la excusa perfecta para enchastrar todo de gore y sangre, pero el tipo se controla un poco más. Al no meter las atrocidades por mero capricho sino en función del guión, parecieran pegar menos. “La gracia” de la historieta no es que le cortan la cabeza a un tipo, o que a una mina le salen bichos de la argolla, sino que esas cosas suceden en virtud de un guión que –como ya dije- pasa por los combates entre seres sobrenaturales, los hechizos y los conjuros. Por ahí ver a la mina a la que le salen bichos de la argolla impacta más cuando la historieta se trata de eso.
Como los guiones están muy pensados y tienen mucho protagonismo, el ídolo también se controla un poquito en el dibujo, no dibuja TODO con los tapones de punta. Cuando Inukai hace aparecer al dios ceremonial, ahí sí, se va todo a la mierda. Pero en el resto de las escenas, Maruo baja un par de cambios y sin tirarse a chanta ni mucho menos, se cuida de que el dibujo no te abstraiga de lo que te está contando el guión. Incluso la narrativa es más explícita, menos arriesgada que en las obras más pesadillescas del autor. A veces se nota que le cuesta narrar “más claro” y se pega algunos palos, pero con el correr de los episodios, cuando el lector ya está más familiarizado con los personajes y la onda de la serie, tanto a nosotros como al propio Maruo nos resulta más fácil sintonizar esta otra onda, de relato más clásico, con menos saltos al vacío.
Dr. Inugami es lo más parecido a un comic de Vertigo que puede llegar a salir de la pluma de este genio maligno conocido como Suehiro Maruo. Sólo por eso, merecería ser comprado. Y encima tiene un montón de virtudes más.
lunes, 25 de abril de 2011
25/ 04: THOR, LA PELICULA
Hoy fui al cine después de un año sin ir. De hecho, fui al mismo cine al que fui hace un año. Aquella vez la excusa fue un preestreno de Iron Man II y esta vez, lo mismo, pero de Thor. En parte culpa del laburo que implica bancar un blog diario, en parte culpa de que el cine cada día me interesa menos, lo cierto es que hacía un año que no iba, y hoy fui. La principal diferencia fue que al entrar me dieron unos anteojitos oscuros. Y sí, por primera vez en mi vida vi una peli entera en 3-D. Está bueno, tiene su encanto. No sé cuánta gente preferirá pagar entradas carísimas y bancarse colas larguísimas para ver las películas en el cine (en vez de comprar por chirolas los DVDs truchos, o bajarse las cintas de la web), pero como anzuelito para enganchar gilada, o para darle un “algo más” copado al que todavía milita con fervor en las filas de los pro-cine, está muy bien.
Pero vamos a la peli en sí. La verdad que me gustó. Fui esperando una bosta excecrable, obvio, y sin haber visto nada, ni un mísero teaser. Como para salir sorprendido favorablemente, si la peli tenía con qué. Y tenía con qué. Para empezar, claramente lo que más me cebó fue toda la parte visual, apuntalada por el truquito del 3-D, pero sobre todo por un diseño de producción muy, muy zarpado. Los trajes, el reino de Asgard, el Destroyer, los Gigantes de Hielo de Jotunheim, el puente Bifrost… todo está muy bien pensado y muy bien plasmado en la pantalla. Esto es una especie de “quiero retruco” a la saga de Lord of the Rings. Las locaciones de Asgard son más zarpadas que las de la Tierra Media, los bichos tratan de ser más horrendos (no llegan) y los combates entre asgardianos y gigantes del hielo más espectaculares y grandilocuentes. El director Kenneth Branagh apuesta fuerte a la epopeya extrema, a todo o nada, y acierta bastante.
El guión, como siempre, es lo que define. Y este está muy bien, lo cual era obvio desde el momento en que metió mucha mano J.M. Straczynski. La onda es presentar a un Thor creíble, menos bizarro que el de los comics de Stan Lee y Jack Kirby. Para eso, Straczynski mira bastante al Thor de The Ultimates y a su propia saga del regreso del Dios del Trueno, de hace unos años. La máxima boludez de Lee y Kirby (la de la doble identidad) prácticamente no entra en juego, y aún así se le saca un rico jugo a la telenovela con Jane Foster. Una Jane Foster que no tiene nada que ver con la de los comics de los ´60, para el bien del género femenino, porque esa pobre mina no podía ser más idiota.
El otro personaje que está muy cambiado respecto de su versión comiquera es Heimdall. Es que, claro, en la película tiene chapa! Y sentido! Y protagonismo! Hubo que esperar que apareciera Hollywood para enterarnos de que Heimdall era un personaje potencialmente rico y pulentoso. No termino de entender por qué lo interpreta un actor de raza negra, puesto que los dioses asgardianos son producto de la fe de los vikingos y demás razas nórdicas que no vieron a un negro en sus putas vidas. Pero bueno, por ahí era blanco y algún bizarro reflejo del puente arco iris lo bronceó más de la cuenta…
Con menos chistes que las pelis de Iron Man, buenas actuaciones (un hallazgo Chris Hemsworth en el rol protagónico) y una historia lineal pero no obvia, el largometraje sale más que airoso. Se banca tener muchos villanos (Loki, el Destroyer y los pecho frío de Jotunheim parece demasiado para una primera peli, pero vas a ver que garpan), se banca la bizarreada de (SPOILER ALERT) que Sif y los Warriors Three vengan a dar machaca a la Tierra, se banca que no aparezca Balder (alguno tenía que quedar en el banco de suplentes), se banca que la historia de amor le robe unos minutos a la repartija de martillazos, se banca que Thor no diga nunca “I say thee nay!”, se banca el cambio radical de locación (cero New York, todo pasa en New Mexico), se banca hacerse cargo de elementos medio raros tanto del comic como de la mitología (el Odinsleep, por ejemplo), y encima siembra a futuro, obviamente con la proa puesta en la peli de los Avengers. Acá, el que aparece por primera vez a las órdenes de SHIELD es… nah, no te lo cuento.
Muy bueno lo de Kenneth Branagh. El tipo supo combinar drama humano, estridencia sobrenatural, una bajada a la realidad sensata y casi creíble, algo de humor, algo de romance, bastante pochoclo y una sensación de maravilla, de “wow, mirá, boludo, no se puede creeeerrrr”… No era algo fácil de hacer, me parece.
domingo, 24 de abril de 2011
24/ 04: DOS NUEVAS PRESENTACIONES DEL LIBRO
Las dos en Capital Federal y con poquitas horas de diferencia.
Por un lado, tras el éxito del evento en Córdoba, Llanto de Mudo
dobla la apuesta y festeja el Día del Chancho en Buenos Aires. Esto va a ser el próximo viernes 29 de Abril, desde las 20 horas, con entrada libre y gratuita, en el Centro Cultural "El Colectivo", Iberá 4896, en el barrio porteño de Villa Urquiza.
Al igual que en Córdoba (donde alguien nos sacó la foto con la que acompaño este post), se presentarán los títulos recientemente editados por la imparable editorial cordobesa, con la presencia de sus autores: Gustavo Sala (Ordinario), Luciano Saracino (Corina y el Pistolero), Brian Jánchez (McKosher) y Fernando Biz (República Gada), más los responsables de la editorial (y también autores de primer nivel), Diego Cortés y Nicolás Sánchez Brondo. Como invitado especial, Ayar B. y los increíbles cortos de Chimiboga.
Por supuesto, yo voy a estar ahí, manijeando el libro del blog y firmando ejemplares para los amigos que se acerquen con el libro, o con los que lo adquieran ahí mismo.
Te acercan los colectivos: 41, 71, 93, 107, 110, 112, 140, 169, 175, 176. Y si te quedás hasta tarde, por ahí hasta morfás de arriba…
Apenas unas horas después, a las 19 del día domingo 1° de Mayo, se presenta 365 Comics por Año nada menos que en la 37° Feria Internacional del Libro, más precisamente en la sala Alfonsina Storni. Es una sala con capacidad para 80 personas, y yo tengo menos convocatoria que Arsenal jugando de visitante en Jujuy, o sea que te pido encarecidamente que vengas a hacerme el aguante. La entrada a la Feria vale $ 20, y además de la presentación del libro, vas a encontrar un montón de cosas más que seguramente te van a interesar.
Ahí no va a haber tiempo (creo) para firmar ejemplares, pero eso va a suceder el día lunes 9 de Mayo (último día de la Feria). Esa tarde vamos a estar firmando libros en el stand de Moebius Editora/ OVNI Press (#219, Pabellón Azul, que es elúnico stand de la Feria en el que se consigue el libro) junto a un All-Star Squadron integrado por Gustavo Sala, Quique Alcatena, Lucas Varela, Federico Reggiani y Juan Sáenz Valiente. O sea, nos sobran los motivos…
Una vez terminada la Feria, vamos a bajar un cambio con las presentaciones en Capital y concentrarnos en otras ciudades, como Montevideo y Rosario, donde ya hay fechas confirmadas, pero te las cuento cuando falte menos.
Y por supuesto, ya estamos trabajando en el Vol.2, que va a estar para fines de Agosto y va a tener –cómo no- su infinita gira promocional por un montón de ciudades de Latinoamérica. ¿Quién lo hubiera dicho, no?
sábado, 23 de abril de 2011
23/ 04: BATMAN: BLACK & WHITE Vol.3
A veces, una buena idea deja de serlo cuando deja de ser una novedad y pasa a ser parte de la rutina. Cuando en 1996 alguien de DC decidió invitar a los autores más grossos del mundo a aportar historias cortas de Batman en blanco y negro, fue un golazo alucinante. No quiero aburrir con la lista de los autores de aquella primera vez: era un All-Star Squadron que te quitaba el aliento, una bola de demolición. Digo, en los papeles. Después, no todas las historietas estaban igual de buenas (como en cualquier antología) y nos tragamos más de un sapo sólo por su firma ilustre.
Algunos años después, otro cráneo de la editorial decidió que Batman: Black & White era un concepto tan pulenta que había que hacerlo todos los meses, ocho paginitas con distintos autores en todos los números de la revista Gotham Knights. Y al principio anduvo bien, tal como atestigua el Vol.2 de esta colección de recopilatorios (el cual suelo manosear cuando lo veo en las bibliotecas de mis amigos, pero nunca conseguí). Estuvieron Breccia, Risso, Bernet, Fegredo, García López… ya ni me acuerdo la cantidad de bestias del Noveno Arte que colaboraron en los primeros números de Gotham Knights. Pero claro, el vértigo de la publicación mensual hizo que, con el correr de los números se fueran acabando los autores de primera línea y que las historias cayeran en manos de guionistas y dibujantes cada vez más chotos.
Ojo, no vayas a creer que este tomo raspa el fondo del tarro y no ofrece más que sobras. No es tan así. Hay un montón de verduleros impresentables, cuyos nombres y trabajos son una afrenta para un título bajo el cual publicaron genios como Muñoz, Otomo o Gaiman, es cierto, pero también hay autores dignos, que se esforzaron por estar a la altura, o por lo menos para sacar un empate. La cagada es que, de las casi 300 páginas que tiene este libro, la mitad no se puede leer. En total son 33 historietas y si hay 10 grossas, es mucho. A ver qué se puede rescatar…
La de Mark Schultz y Claudio Castellini tiene un muy buen planteo, y el italiano afana a cuatro manos, pero a dibujantes que me gustan mucho. La podemos poner entre las presentables.
Obviamente la de Paul Grist y Darwyn Cooke está, cómoda, entre las tres o cuatro mejores del libro y es de las pocas que no olería raro si por accidente se republicara en el Vol.1.
La de Mike W. Barr y Alan Davis tiene un guión digno, con buenos momentos, y unos dibujos de la hiper-concha de Dios. Hacía mucho que no veía a Davis dibujar tanto y tan bien. Realmente impactante.
La de Chris Bachalo y el ignoto guionista Cyrus Voris es apenas entretenida, pero la idea en sí es ingeniosa y el dibujo del canadiense es espectacular. Otro que se mató como pocas veces.
La de Scott Peterson y Danijel Zezelj es una de las más terribles y perturbadoras. Por supuesto, el arte sombrío del croata realza ese clima de sordidez y truculencia. Muy buena.
La que escribe Darwyn Cooke para que dibuje Bill Wray se pasa un poco de limada (era casi para el Bizarro Comics), pero bueno, un poco de grotesco tampoco viene mal.
La de Ann Nocenti y John Bolton también agarra para el lado de la joda, pero no te la ves venir, está todo contado con mucho artificio e ingenio para que sea una sorpresa.
Otra de las imprescindibles es la de Alex Garland (otro guionista ignoto) y un gran Sean Phillips, que da cátedra de climas y de uso de las tramas mecánicas.
La de John Ostrander y Phillip Bond es una historia sencillita, tranqui, sin grandes aspiraciones, pero que funciona bárbaro, al filo de la comedia y con muchas pilas en el dibujo.
Y la de Kimo Temperance (¿quién?!) y Nathan Fox fue la sorpresa, la revelación. Una historia atrapante, con mucha fuerza, casi sin diálogos y con un dibujo devastador.
Después, tenemos guionistas buenos con dibujantes malos (no te imaginás el fiambre que se fumó el pobre Geoff Johns), dibujantes buenos con guiones chotos (el que le tocó a Scott Morse, por ejemplo), autores que habitualmente la rompen (Brian Azzarello, Ed Brubaker, Mike Mignola…) y esta vez no, y otros que remaron, pero no llegaron a un resultado convincente (Joe Kelly, Mike Wieringo, Jill Thompson, Dean Motter, un montón). Y bueno, así, como pudo, medio a los tumbos pero con algunos lindos chispazos, se terminó el invento de Batman: Black & White, una gran idea para atraer a autores grossos a los pagos del murciélago, que obviamente dejó de ser sustentable cuando los autores “grossos” pasaron a ser Paul Kuppeberg, John Watkiss, Tommy Castillo o Whilce Portacio. Es una lucha…
viernes, 22 de abril de 2011
22/ 04: LA MARQUE DU PECHE Vol.2
Ay, qué mala leche! Justo se viene a fundir la editorial que publicaba esta saga cuando faltaba un tomo para el final. Carlos Trillo pensó La Marque du Peché como una serie de tres álbumes y sólo llegaron a publicarse dos. Lo cual es una triple cagada: primero y principal, porque la historia quedó trunca; segundo porque estábamos frente al mejor trabajo de la larga trayectoria de Horacio Domingues, el dibujante que acompañó a Trillo en esta epopeya; y tercero, porque el segundo tomo me gustó mucho más que el primero, lo cual me permite suponer que un tercero podría ser aún mejor.
Y dicho esto, vamos a relativizar uno de los tres puntos, el de “la historia quedó trunca”. Sí, hay un tercer guión que quedará inédito. Pero el final del segundo tomo es eso: un final. Un final triste, desgarrador, sombrío. Pero un final al fin. No termina con la heroína colgada de un peñasco mientras de abajo la tirotean 50 monos, ni con un cartelito que dice “continuará”. O sea que, si asumimos que los buenos también pierden, o que no todas las historias de amor terminan con el chico y la chica abrazados, La Marque du Peché se puede llegar a digerir como una serie de dos tomos en la que quedan un par de cabos sueltos. Por otro lado, el guión de este segundo tomo es tan intenso, que acá sucede lo que normalmente sucede en dos tomos de cualquier serie pensada para el mercado francés. No sé si Trillo lo pensó así de movida, o si originalmente eran cuatro tomos y le dijeron “acomodá todo en tres”, pero lo cierto es que en estas 48 páginas pasan muchísimas cosas y todas las puntas esbozadas en la primera parte avanzan a full.
Como esto no terminó de editarse en Francia, las chances de que se edite en otro país (por ejemplo, este) son tan pequeñas como las de Lilita Carrió en las elecciones. Lo cual es decididamente choto, porque estamos ante una historieta que transcurre en Buenos Aires, en la época de Rosas. Este es el marco elegido por Trillo para la tormentosa historia de amor entre Angustias, la rica hacendada porteña, y Thomas, el dibujante y caricaturista francés, que llega al Río de la Plata huyendo de la intolerancia dictatorial de Luis Napoleón III y se encuentra con una intolerancia dictatorial un poquito menos civilizada que la de Francia. En el medio tenemos a los indios, a un relojero loco que fabrica réplicas mecánicas de los seres humanos y a un clásico de Trillo: el hermano de la heroína (en este caso Don Leandro Terrero) en el rol del villano más desalmado, lujurioso y perverso que te puedas imaginar.
De a poco, la corrupción, la violencia y la muerte van tiñendo a la historia de rojo sangre y el amor no se va al descenso, pero queda en zona de promoción. Probablemente en el tomo inédito se produjera el reencuentro entre Thomas y Angustias, pero en esta segunda parte, ganan por escándalo la tragedia, las humillaciones, las violaciones y los asesinatos, entre ellos el del villano más heavy. Las desgracias que se abaten sobre la pobre Angustias (y su amiga Ayelén) te parten el alma y en un punto querés que los indios se la morfen al spiedo, para que no sufra más.
Lo que sólo causa infinito placer es el dibujo de Horacio Domingues, que trabaja todo con unas texturas sutiles y de gran belleza. Todo el tiempo se ve el lápiz del maestro, sin entintar, realzado por un color impresionante y totalmente funcional a los climas que propone el guión. Domingues la rompe en las expresiones faciales y el lenguaje corporal de los personajes, sorprende en la recreación de la Buenos Aires de aquella época y le suma dramatismo y desesperación a la trama con esas tormentas que no dejan de azotar los cielos y que tienen casi tanto protagonismo como algunos personajes. Por suerte, acá tiene la posibilidad de dibujar menos cuadros por página que en Boggart (rara vez pasa de los 7) y Domingues aprovecha para lucirse, para que se vea y se disfrute a full esta evolución en su estilo, ya no tan cercano al de Carlos Meglia, con algunas cositas de Bobillo y de Mandrafina, pero con una gran impronta personal.
Autores argentinos, ambientación argentina, problemática argentina y una crisis europea que se encargó de que nunca podamos leer el final que Trillo y Domingues imaginaron para La Marque du Peché. Un bajón. Y más cuando los dos tomos que existen están buenísimos.
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jueves, 21 de abril de 2011
21/ 04: KICKBACK
Y un día el maestro David Lloyd se largó a escribir sus propios guiones. El resultado es este policial intenso, bien pensado y muy bien resuelto.
Kickback es la clásica historia de guerra entre carteles de narcos, con una policía casi tan turbia como los delincuentes metida en el medio. ¿Qué hace que no sea apenas una versión en historieta de esas típicas películas yankis de crimen urbano con Ray Liotta o Tom Berenger, que jamás se estrenan en los cines? La verdad, no mucho. Lo más interesante, lo que más complejidad le aporta a una trama en principio medio obvia, es el mambo psicológico de Joe Canelli, el cana protagónico, que arrastra un tema traumático desde su niñez. Esos momentos heavies de su infancia lo perturban, lo atormentan en unos sueños que al principio parecen crípticos, pero a los que después el guión se encarga de darles sentido y hasta peso propio en la trama. Como todo macho recio, no es mucho más lo que muestra Canelli en materia de personalidad, pero lo bueno es que no se va de la última página como empezó en la primera. Los mejores diálogos no se los lleva Canelli, sino su abuelo, un viejito hecho mierda con muchísima onda, que se roba la historia cada vez que aparece.
No se puede contar mucho del guión sin hacer evidente lo que Lloyd quiere que descubramos a lo largo de la novela. No sé si eso habla bien o mal del guión, pero es así. Podemos decir, sí, que no está estirado, que tiene algunos jueguitos muy ingeniosos de interacción entre texto e imagen (esperables en un tipo que dibujó guiones de Alan Moore, por supuesto) y que, como todo buen dibujante, Lloyd sabe cuándo “callarse la boca” y dejar que el dibujo se haga cargo de llevar adelante la narración. O sea que, como obra de un tipo que no suele escribir sino sólo dibujar, está muy bien.
A nivel dibujo, Lloyd no se guarda absolutamente nada y demuestra, una vez más, ser el mejor alumno de Solano López. Acá, además de escribir él mismo, se colorea él mismo y pela –photoshop mediante- una amplísima gama de recursos que no le habíamos visto nunca. Texturas, engamados, líneas que de pronto desaparecen porque les pega una luz, algunas fotos, tipografías, efectos expresionistas en los fondos… todo esto se combina sorprendentemente bien con el trazo siempre clásico y sobrio del dibujante de V for Vendetta. No faltan, quedate tranquilo, esas caras llenas de expresividad, ni esos claroscuros densos, inquietantes, que vimos por en ejemplo en The Horrorist (donde el maestro también se coloreó a sí mismo). Y por supuesto, con un guión escrito a su medida, su habitual virtuosismo como narrador gráfico queda tan, pero tan en evidencia, que por momentos es lo que más llama la atención.
No mucho más, realmente. Si te gusta el policial urbano, violento, realista, y no pretendés ninguna genialidad que le pegue un giro de 180 grados al género, acá te está esperando Kickback, dispuesto a ofrecerte un soborno irresistible: 96 páginas dibujadas por este inglés incombustible que no se cansa nunca de romperla.
miércoles, 20 de abril de 2011
20/ 04: RAMBLA ARRIBA, RAMBLA ABAJO
Otro de los pecados imperdonables de este blog es estar muy cerca de los 500 días online sin haber dedicado nunca una reseña a Carlos Giménez, quien tal vez sea el mejor autor de la historia del comic español. Es casi imposible explicar desde cero la trascendencia de la obra de Giménez, su importancia, su amplitud, su evolución a través de las casi cinco décadas que abarca. En un mundo más justo, eso te lo enseñarían en la escuela primaria. En general, a Giménez se lo identifica mucho con sus historietas autobiográficas, pero estamos frente a un autor que descolló también en la ciencia-ficción, el western, el erotismo, el costumbrismo, el comic romántico y hasta en el comic político, con obras que pueden leerse como potentes manifiestos y crónicas punzantes de la transición democrática española.
A mitad de camino entre la veta política y la autobiografía se inscribe este trabajo de mediados de los ´80, una especie spin-off de Los Profesionales, que en vez de centrarse en la vida de Pablito (el alter ego de Giménez) en la agencia donde se gana la vida como dibujante de historietas, nos lleva a recorrer de su mano las alucinantes ramblas de Barcelona. Al igual que Los Profesionales, Rambla Arriba… está ambientada a principios de los ´60, con 25 años de dictadura de Francisco Franco ya sobre las espaldas de una España donde empezaban a surgir tímidamente algunos brotes de rebeldía.
Un poquito de eso, un poquito de slice of life de los dibujantes fuera del estudio y un intento de relato romántico que se va al carajo del modo más abrupto (y gracioso) que se te pueda ocurrir conforman algo así como la trama central de Rambla Arriba…. Que es central, pero no principal, porque Giménez, puesto a tratar de recrear el caos polifónico de las ramblas, se cuelga cada dos por tres en situaciones e historias periféricas, que a veces se resuelven en apenas una página. Ahí también reside buena parte del atractivo de esta novela sinuosa y extraña, que te deleita más cuanto más se va por las ramas. A veces entre una secuencia de Pablito y la siguiente pasan cinco o seis páginas en las que el dibujante desaparece y el protagonismo se reparte (o, fieles a la ideología de Giménez, se socializa) entre viejitos, putas, policías, borrachos, perros, nenes, parejitas de novios, políticos, puesteros clandestinos… Cualquiera que ande por las ramblas (y si estuviste en Barcelona, sabés que TODO pasa por ahí) tiene sus cinco o seis viñetas de fama en esta historieta. La mejor de estas secuencias es –lejos- la del viejito que junta fuerzas para, por primera vez en su larga vida, pedir limosna a los transeúntes.
Por supuesto, con tantas interrupciones, la historia de Pablito avanza lento, como esas telenovelas de los ´90 que iban al corte cada cuatro escenas. El desarrollo de Pablito como personaje es poco: Giménez lo usa más de testigo de la época y el entorno que de reflejo de su propia vida, a diferencia del Carlines de Barrio, otra de sus sagas autobiográficas. De Pablito, tanto acá como en Los Profesionales, sabemos poco. Pero no falta la mano maestra de Giménez para componer y darle chapa a otros personajes, principalmente Marilyn y en menor medida Luz.
El dibujo del genio acá es tan perfecto como en todos sus trabajos de madurez, con ese claroscuro fuerte, esa línea versátil, esos fondos impresionantes… Todo es totalmente creíble: los trajes, los edificios, las expresiones faciales (que están exageradas para acentuar los momentos dramáticos o cómicos), hasta la forma de moverse de los personajes. Pero lo más notable de Rambla Arriba… es que Giménez encuentra la forma de meterle a un comic autobiográfico-sociopolítico la pata que le faltaba a Barrio y a Paracuellos: la experimentación, el vuelo, el riesgo a la hora de planificar la página. Olvidate de las tiritas de cuadros casi idénticos de Paracuellos, por ejemplo. Acá la grilla cambia todo el tiempo, los marcos de las viñetas muchas veces desaparecen (como en las anti-epopeyas urbanas de Will Eisner, con el que tanto se ha comparado a Giménez), hay secuencias mudas, secuencias “a oscuras”, secuencias con cámara fija, tipo obra de teatro, el jueguito de las palomas en las últimas páginas… un montón de ideas narrativas desplegadas con generosidad y solvencia por un autor especialmente dotado para contarnos la vida y la obra, no de los héroes, sino de la gente común, o más todavía, de los pueblos.
Tengo más libros de Carlos Giménez sin leer (se consiguen a muy buen precio en la comiquería de mi barrio), así que prometo volver pronto a visitarlo, en Barcelona, en Madrid, o donde él lo disponga.
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martes, 19 de abril de 2011
19/ 04: CAPTAIN AMERICA: WAR & REMEMBRANCE
Ahora que me bajé del tren de la serie actual, me dediqué a indagar en la larga historia del Capi América en busca de alguna etapa o saga grossa, que valiera la pena leer. Encontré dos: por un lado estos nueve números de 1979-80 y por el otro, la etapa de J.M. DeMatteis, que abarca (con varias interrupciones) los números 261 al 300 y que injustamente no está reeditada en libro.
Pero vamos a lo de Roger Stern y John Byrne, que es lo que se puede conseguir casi sin dificultad. Estos numeritos del Capi (247 al 255) no son exactamente majestuosos. Son buenos comics de superhéroes de hace 30 años. Tienen una chapa descomunal simplemente porque entre que Steve Englehart deja al Capi (allá por 1975) y que Stern y Byrne llegan al rescate, la serie es un bofe sin pies ni cabeza, como tantas otras series de la Verdul Age que no se entendía por qué se publicaban ni mucho menos por qué se vendían. Y sí, me juego: la etapa de Jack Kirby forma parte del bofe sin pies ni cabeza. Listo, lo dije.
Stern y Byrne apagan el incendio con solvencia, con clase, como cuando Caruso Lombardi vino a Racing a salvarnos del descenso y nos dejó quintos en la tabla. Los tres primeros números, además de dos villanos obvios tienen un villano encubierto que manipula toda la situación, y un par de pinceladas muy interesantes que definen la relación del Capi con Nick Fury en particular y con SHIELD en general. También desde el arranque está la sana intención de darle bola a Steve Rogers por afuera de su identidad heroica y de rodearlo de un elenco de secundarios atractivo. En tres números, vimos mucho más de lo que habían hecho todos los guionistas post-Englehart.
Después hay que destacar dos saguitas de dos episodios: la de Mr. Hyde y Batroc, repleta de machaca, sirve para entender que una cosa es ser villano y otra ser un genocida hijo de puta. Y la del Baron Blood en Inglaterra logra, por un lado, recrear la mística de los Invaders y, por el otro, mostrarnos algo que en 1980 no era frecuente: el Capitán América, héroe de héroes y símbolo patrio inmaculado, a veces también mata. Okey, mata a un vampiro totalmente sacado, más maligno que Rodríguez Larreta. Pero lo mata de verdad, como unos años después Superman mataría a los genocidas de la Zona Fantasma en esa saga que forzaría la partida de Byrne de la serie.
Pero por ahí lo más celebrado de esta etapa sean los unitarios. El que cierra el libro es un festejo de los 40 años del personaje y los autores lo aprovechan para pasar el limpio el origen del Capi, desarrollar algunos puntos y barrer bajo la alfombra otros que tienen que ver con la niñez, la juventud y el experimento que le cambió la vida a Rogers. Esta es, en una palabra, la primera aparición del origen moderno del Capi. Y además, como a Byrne lo dejan entintar sus propios lápices, es -lejos- el episodio de mayor atractivo visual. El otro unitario se hizo para celebrar los 250 números de la serie (que arrancó como Tales of Suspense) y tiene la consigna más ganchera de la historia: el Capi se postula para presidente de los EEUU. Obviamente sabés desde el primer momento que no, que se va a bajar de la candidatura (como tantos otros menos patriotas que él), pero lo grosso es eso, es esperar el momento y ver cómo, con qué discurso, bajando qué línea, el símbolo patrio le explica a las masas que lo suyo no es gobernar sino cagarse a trompadas con los villanos. Imaginate si se postulaba… Nos salvábamos de Reagan! Ah, no… cierto que esto es Marvel, no la realidad.. Perdón…
Me toca hablar del dibujo, pero creo que ni hace falta. Estamos hablando de comics de superhéroes dibujados por John Byrne en los ´80, o sea, está todo recontra-bien. Ni siquiera jode que lo entinte Joe Rubinstein, cuyo trazo tiene poco que ver con el del ídolo. El Byrne de esta época era un tsunami que se llevaba todo puesto, una máquina de laburar que generaba bocha de páginas por mes, con una calidad muy superior a la de la media de sus colegas. Byrne acá colaboraba con Stern en los guiones, o sea que es también responsable de que esta etapa –sin ser una gloria irrepetible- funcione como un relojito a la hora de combinar acción, emociones, desarrollo de personajes, revelaciones asombrosas y un ritmo atrapante, con espacio incluso para tirar temas importantes y dejarte pensando. Un clásico con aguante, de una época en la que leer mainstream era más riesgoso que engancharse hoy con un manga de Ivrea.
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lunes, 18 de abril de 2011
18/ 04: TEKKON KINKREET
¿Será Taiyo o Taiyou? ¿Se escribirá todo junto (Tekkonkinkreet) o separado, como lo escribí yo en el título? No es lo importante, no? Lo importante es que, a principios de los ´90, el sensei Matsumoto nos regaló uno de los mejores mangas de todos los tiempos, más allá de los géneros (se supone que es un seinen), de las décadas y de los países.
Tekkon Kinkreet (a veces publicada también como Black & White) quiere ser un canto a la vida, pero con un cantante tan horrendamente desafinado que lo echarían hasta de las bandas punk más extremas. Es una ficción, está clarísimo, pero también quiere hablar de la realidad. Es un drama –eso tampoco lo vamos a discutir- pero tiene momentos muy, muy cómicos. Y para ser una novela gráfica que habla básicamente de sentimientos, tiene unos niveles de violencia y una cantidad de escenas de machaca absolutamente estremecedores.
Pero es todo raro. El barrio de Takara-Cho es muy raro, los chicos protagonistas también, los villanos ni hablar. Hasta el freak de Go-Go Monster (por ahí no te acordás, pero la reseñamos el año pasado) era más normal que los personajes de Tekkon Kinkreet. Un elenco tan extraño, que no tiene una sóla mujer. Pero ni una, eh? Ni siquiera en un rol secundario. Está la esposa de uno de los yakuza, pero casi ni habla y su peso en la trama es ínfimo. No llega a ser un personaje, es una cosa que está ahí. Y entre los varones, hay para todos los gustos y Matsumoto se calienta por darle personalidades atractivas y por hacer crecer con el correr de las (infinitas) páginas a no menos de seis o siete personajes muy distintos.
Todos hermanados por una vida de mierda, claro, porque Tekkon Kinkreet es un comic de marginados, de policías, mafiosos y chicos de la calle enredados en una trama sórdida, violenta, totalmente por afuera de los roles que normalmente juegan estos actores en la sociedad. Es loquísimo ver a un pibe de 10 años matando gente a fierrazos en la nuca, pero ¿cuánto más cuerdo es ver a los canas secuestrar a un chico que agoniza en un hospital y retenerlo en una especie de falso jardín de infantes donde los propios canas son los maestros? A Matsumoto le divierte subvertir un poco todo. Hay algunos tramos en los que trata de ajustarse a las convenciones del típico manga de yakuzas: los tipos se hacen los duros, fuman habanos, hablan de copar territorios de los clanes rivales, desconfían de un probable buchón infiltrado, la cana fisgonea, hay pactos de honor por los cuales no se cagan a tiros de una… pero ni bien puede, estalla el descontrol: aparecen matones con superpoderes, o directamente aparecen los niños protagonistas, Shiro y Kuro, y los hacen crosta a patadas, botellazos y fierrazos.
Todo esto, magistralmente dibujado por un Matsumoto impresionante, lejos de los mangakas más revisitados, y cerca de autores como Moebius, José Muñoz, Didier Comés y Chabouté. Sus perspectivas urbanas medio chingadas, repletas de carteles luminosos y con esa línea casi esponjosa, recuerdan además a los comics sesentosos de Guy Peellaert influenciados por la psicodelia pop (Jodelle, Pravda la Survireuse) y en las escenas de acción se ve también el gusto de Matsumoto por el comic americano. La narrativa es trepidante, con páginas en las que saltamos entre cuatro o cinco escenas paralelas, y los dibujos que abren los distintos episodios son tan grossos que se te acalambran las retinas de tanto mirarlos.
Tekkon Kinkreet es un relato intenso, urgente, tremendo, de enorme profundidad, riquísimo para el análisis por su gran complejidad, un verdadero desafío para el lector en muchísimos aspectos. Está un toquecito estirado, un par de episodios podrían no estar y la obra se leería exactamente igual. Pero todo suma y contribuye a crear un manga definitivo, donde la pasión de un autor prendido fuego se nota en cada una de las viñetas. En gran medida gracias a la muy galardonada versión animada, hoy Shiro y Kuro son personajes muy conocidos entre los cultores del buen manga. Y a Matsumoto todavía no se lo venera demasiado, pero porque el tipo se esfuerza por crear obras cada vez más extremas, más crípticas y menos comerciales. Todo bien, mientras tengan el nivel de esta, o de Go-Go Monster.
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domingo, 17 de abril de 2011
17/ 04: SHORTCOMINGS
Esto es brillante. No hay otra palabra para describirlo. Shortcomings es tan bueno, que ni dan ganas de reseñarla. Es una onda “leé esto, o condenate a vos mismo a no existir”.
Shortcomings es una cátedra de guión. Una cátedra que deberían cursar todos esos cineastas con ínfulas de hacer “cine de autor”, pero con cinco pesos para filmar. Si estás condenado a las historias realistas y urbanas porque no tenés presupuesto para hacer explotar autos, vení a visitar al maestro Adrian Tomine, que en un poco más de 100 páginas te explica todo. Cómo se arman los personajes, cómo se entablan y desarrollan los conflictos, qué partes no aportan nada a la trama y –por ende- conviene obviar mediante la elipsis, dónde y cuándo darle dramatismo a algo que si fuera todo el tiempo dramático se haría insostenible, y sobre todo, cómo generar diálogos creíbles y atractivos, que se carguen al hombro la responsabilidad de llevar adelante la historia, ya que –como en la vida misma- casi no hay margen para la acción física.
En esta novela gráfica, todo gira en torno a Ben Tanaka y su no muy satisfactoria relación con su novia, Miko Hayashi. La primera parte se centra en eso: en las tensiones que hacen que el futuro de esta pareja sea menos promisorio que el del PJ Federal. La segunda parte gana muchísimo en interés, en parte por la distancia entre Ben y Miko (que permite la entrada en escena de otras chicas) y sobre todo porque gana mucho protagonismo Alice Kim, la amiga gay de Ben, que es –lejos- el personaje con más onda de la novela. Y en el tercio final, el elenco protagónico vuelve a reunirse, pero en una situación totalmente distinta a la del principio y –mirá qué innovación vanguardista- todo se resuelve. No como te lo imaginás, para nada, pero todo se resuelve. Y todo cierra, todo suena absolutamente real, verosímil, coherente.
Shortcomings tiene un montón de ingredientes de nuestra vida sentimental real: amores y desamores, inseguridades, conflictos por boludeces, canchereadas que salen mal, traiciones misérrimas, lealtades más allá de todo, momentos en los que te sentís capaz de hacer cualquier cosa por esa mina, momentos en los que no te importa en lo más mínimo, momentos en los que tirás el orgullo a la mierda con tal de acceder a la cama indicada, los amigos que aconsejan, los fantasmas de los y las ex que complican las cosas… El maestro Tomine, con esa carita de nerd que se casó con la primera mina que le dio bola en su vida, demuestra (una vez más) tenerla muuuuy clara en este tema de las relaciones de pareja, y recorre este laberinto con onda, con certeros dardos de mala leche y con su habitual mirada desapasionada, distante, como si nos contara un documental sobre la migración de las aves marinas del archipiélago de la Polinesia. El tipo ama a estos personajes, pero no tiene problemas en hacerlos quedar como unos imbéciles, o como unos turros, o como unos inmaduros que no saben qué carajo quieren hacer con sus vidas. Tal vez ese sea su más notable acierto.
El dibujo de Tomine no evolucionó demasiado desde aquellos primeros trabajos en los albores de los ´90. En ese entonces ya era asombroso y hoy todavía sorprende por su realismo pero además por su capacidad de síntesis de dibujar un mundo real en el que no sobra información, ni detalle, ni nada. Tomine es como un Daniel Clowes sin el factor freak, o como un David Lapham sin violencia ni estridencia. Un virtuoso de inmensa categoría para construir secuencias (casi todas de gente que habla) tensas, ajustadas, con muchas viñetas por página (nunca menos de siete), chiquitas y a veces reiterativas, como las vidas que nos quiere mostrar. Tomine también cuida muchísimo el equilibrio entre masas negras y espacios blancos, elige con gran criterio dónde meter los tramados y cada tanto deslumbra con la aparición de detalles (en la ropa, en los muebles, en las calles) que sólo un ojo muy perspicaz puede pescar y sólo una mano muy diestra puede transmitir al papel.
Sin persecuciones, ni piñas, ni explosiones, casi sin gritos y con apenas un garchecito muy light, también se puede crear obras maestras del Noveno Arte. Cuando la sabés mirar como la mira Tomine, la vida cotidiana de la gente real también puede ser un terreno sumamente fértil para cultivar grandes historias, con personajes memorables y hasta con espacio para hablar (medio en serio y medio en joda) de algunos de los temas importantes en la sociedad actual. La frase de cierre tiene que ser la misma con la que empecé: posta, esto es brillante.
sábado, 16 de abril de 2011
16/04: AMAZING SPIDER-MAN Vol.7
Aguanté todo lo que pude para leer el final de la etapa de J.M. Straczynski y John Romita Jr. en Amazing. Pero estaba todo demasiado interesante como para seguir aguantando. En este tomo (el séptimo de la numeración original) todo concluye al fin, nada puede escapar. De hecho si (como yo) dejás de leer Spider-Man en este número 508, está todo bien, no queda ni un solo plot colgado. O la podés seguir, también, pero te esperan (además del abominable brazuca Mike Deodato y sus impresentables esbirros) unos guiones que desvirtúan mucho de lo bueno que mostró Straczynski hasta acá. Entonces, por ahí es más sano leer el trabajo de la dupla JMS-JRJr como una obra integral, autoconclusiva, que dura siete TPBs y ya está. Lo otro no es exactamente otra serie, pero sí otro enfoque, otra onda y yo tengo serias sospechas de que no me va a gustar. ´Nuff said.
Pero ¿cómo viene el tramo final de esta “obra integral”, de este bienvenido intento por hacer comic de autor en pleno mainstream? Muy entretenido. El tomo arranca con una saguita en dos partes que explora las consecuencias de algo muy grosso que pasó en el tomo anterior y fuerza a Spidey a sellar una alianza nada menos que con Loki. La trama se podría haber resuelto en menos páginas, pero el trabajo de caracterización que hace Straczynski con Loki es brillante, el contrapunto con Peter es exquisito y entonces nadie se queja si en vez de 22 páginas son 44. Le sigue un muy buen episodio autoconclusivo (con mucho y buen desarrollo para Mary Jane) y después sí, el gran final: los tres capítulos en los que nos terminamos de enterar quién es y de qué juega el enigmático Ezekiel.
Ezekiel, más que un personaje, es un recurso. Es la forma que inventa Straczynski para replantear, cuestionar, estudiar desde otra óptica algo que existe hace casi 50 años y que prácticamente nunca fue puesto en crisis: el “accidente” de Peter con la araña radioactiva. Detrás de esa bizarreada (ingenua, inverosímil, sólo entendible en un comic de 1962 que debía presentar a un personaje 100% nuevo en poquísimas páginas), Straczynski propone encontrar mucho más. Y el que termina por explicar todo ese “mucho más” (de modo mucho más original y menos geek que el que te estás imaginando) es Ezekiel. Pero cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía y detrás de este personaje aparentemente bueno pero sumamente misterioso, que tiene todo y se las sabe todas, es lógico que haya alguna matufia medio sórdida. Acá eso sale a la luz y vemos por qué Ezekiel lo fue a buscar a Peter y cuál es la verdadera relación entre este personaje y los poderes arácnidos de nuestro lanzarredes favorito. Las respuestas son impredecibles, pero sumamente coherentes, a tal punto que incluso sirven para explicar por qué en estos últimos años de Amazing casi no vimos desfilar a los villanos clásicos de la serie, sino que esta se pobló de amenazas que iban más para el lado de lo sobrenatural. Por supuesto, cuando la cosa se pone heavy, Peter cobra como en bolsa. Pero jamás lo vemos flaquear: su amor por su mujer y su tía, su sentido del humor (que el autor despliega en unos diálogos alucinantes) y su compromiso con su causa le dan el aguante que necesita para resistir lo imposible. Un ídolo.
Y hablando de ídolos, impresionante el trabajo de John Romita Jr. en esta serie. Secundado por buenos entintadores y un excelente colorista, el hijo ‘e tigre se pone al hombro un comic con muy poca machaca, donde hay que matarse en cada viñeta en la que aparece New York (y son miles) y donde el desfile de personajes nuevos es incesante. Romita se compenetra totalmente con lo que Straczynski quiere contar, le sigue el juego, lo potencia en las secuencias más arriesgadas y termina por redondear una historieta que parece escrita y dibujada por una misma persona, lo cual en un comic tan mainstream como Spider-Man es una proeza jodida de verdad. En el último número que dibuja, Romita amaga con tomarse unas vacaciones y volver. Pero no vuelve nunca, y la serie nunca vuelve al nivel de estos años fundamentales. Straczynski se queda, pero empieza a acumular más penas que glorias, hasta que naufraga en los pantanos del oprobio con esa abyecta bajada de lienzos llamada One More Day, con la que finalmente tira la toalla y se va, no sólo de Spider-Man, sino también de Marvel.
Por suerte nos quedan estos siete TPBs, en los que la dupla probó de todo y todo le salió bien. Si alguna vez te pinta leer buenas historietas de Spidey, esto y lo de Paul Jenkins (previo a la serie que lanza junto a Humberto Ramos) probablemente sea lo mejor que le pasó al arácnido en la era post-Stan Lee.
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viernes, 15 de abril de 2011
15/ 04: THE NIGHTMARE FACTORY
Mirá vos lo que son las cosas… Me acabo de enterar de que existe un escritor de literatura fantástica al que suelen comparar con H.P. Lovecraft, Edgar Allan Poe, Franz Kafka y nuestro Jorge Luis Borges. ¿No será mucho? Lo cierto es que cuatro de sus cuentos fueron convertidos en historietas (dos por el mítico coordinador y no tan mítico guionista Stuart Moore y dos por el ignoto Joe Harris) y publicados en un hermoso librito con majestuosa portada de Ashley Wood incluída.
¿Cómo caí acá sin ser fan de este escritor, a quien jamás había oído nombrar? Fácil, por los dibujantes. Cualquier cosa que tenga historietas de Coleen Doran, Ben Templesmith, Ted McKeever y Michael Gaydos, se lleva fácilmente mi dinero.
Vamos a los bifes: El primer cuento (The Last Feast of Arlequin) es un choreo inmundo a miles de cuentos de Lovecraft. Moore se zarpa con los bloques de texto y, si bien estos están muy bien escritos, la lectura de la historieta se hace (tal vez intencionalmente) más aburrida que inquietante. La trama está buena, pero –repito- si sos fan de Lovecraft ya la leíste 50 veces. El dibujo de Coleen Doran está muy logrado, lejos de su estilo más conocido, más realista (más parecido al de J.H. Williams) y más dark. Y con una puesta en página vibrante y ganchera, para remar el plomazo que por momentos resulta el guión.
El segundo cuento (Dream of a Mannikin) es un thriller psicológico. Tanto que los protagonistas son psicólogos. Está bien, es una linda incursión en el terreno de las obsesiones, las percepciones alteradas, la vulnerabilidad de la razón. De nuevo, Moore abusa un poco de los textos, no deja ni por un segundo que el dibujo se haga cargo de contar la historia. Y eso que contó con un Ben Templesmith realmente inspiradísimo. Olvidate de la salvajada al borde del mamarracho que el ídolo nos mostró en 30 Days of Night y sus secuelas: acá Templesmith, además de lucirse haciendo jueguito con el photoshop, dibuja con todo, despliega talento hasta en los fondos, que es lo que generalmente evita dibujar a toda costa. Pero el resultado es una muy buena historieta, llena de suspenso y emoción.
La tercera corre con el caballo del comisario: la dibuja Ted McKeever y eso la convierte automáticamente en una obra maestra. Está basada en el cuento Dr. Locrian´s Asylum y si bien el final es medio flojelli, hay que destacar la tensión que genera y lo escalofriante de lo que sucede. Acá, finalmente, Harris se anima a hacer lo que no hizo Moore: darle protagonismo al dibujo, dejar que –en varias secuencias- el texto pase a un segundo plano y que sea McKeever el que cuente la historia. Y bueno, así cualquiera. Obviamente, McKeever saca a relucir su chapa infinita y convierte a este cuento digno en una historieta del mega-carajo. Lo más notable es cómo la rompe con el color, sobre todo para los que somos muy fans de sus obras en blanco y negro. Estamos ante un artista tan completo como sublime, es así…
Y en la última historia (Teatro Grottesco) nos reencontramos con el amigo Michael Gaydos, a quien vimos hace poquito en Alias. Como Doran y Templesmith, Gaydos acá hace cosas que tienen poco que ver con sus trabajos más conocidos. En principio porque trabaja a color directo (en un estilo lleno de expresividad y sutileza, tipo Sean Phillips) pero además porque la narrativa no se parece en nada a la de Alias. Hay menos cuadros por página, no se repiten las imágenes, la variación en los planos es constante… Te imaginás a Alias dibujada así y se te derriten las… retinas de la emoción. El guión ayuda y mucho. Esta es la mejor de las cuatro historias, centrada en una intrincada conspiración que involucra al mundillo de los artistas y donde por primera vez se huele un cierto tufillo borgeano entre tanto achaco al querido Howard Phillip. Por suerte, el equilibrio entre texto e imagen está muy bien logrado y hasta hay excelentes diálogos (con certeras puñaladas de ironía y mala leche), cosa que en los otros cuentos o no había, o se perdieron en el traspaso a la historieta.
No sé si de acá me voy a buscar novelas y cuento de Thomas Ligotti. Supongo que no, pero en estas adaptaciones de sus cuentos encontré unas cuantas buenas ideas, la intención de homenajear o continuarles la línea a maestros que me ceban sobremanera, y todo eso sin mencionar la labor de cuatro bestias del dibujo, prendidas fuego y dispuestas a todo. No está nada mal.
jueves, 14 de abril de 2011
14/ 04: R.I.P. (Best of 1985-2004)
En general, cuando uno se topa con una historieta muda, o sin texto, la encara como un recreo, como una lectura light, como estuvieras toda una tarde viendo una peli atrás de otra y en el medio te meten un corto de la Pantera Rosa. A menos que te toque un recopilatorio de historias cortas del genio suizo Thomas Ott. Ahí estás en el horno.
Sin recurrir en lo más mínimo al lenguaje verbal, Ott se las ingenia para contar una tras otra un montón de historias cruentas, tremendas, desgarradoras, que dicen mucho más que miles de historietas repletas de diálogos y bloques de texto. Este libro reúne 19 historietas cortas, de entre una y 29 páginas, realizadas por Ott entre 1985 y 2004. Todas lo tienen al suizo en el doble rol de guionista y dibujante, excepto una, escrita por David B. (por si faltara algún lujo).
Por supuesto, lo primero que llama la atencíón al abrir el libro es el dibujo. Thomas Ott es un maestro inigualable en la técnica conocida como scratchboard, que consiste en generar las imágenes raspando con cutters, bisturíes o escalpelos sobre una plaqueta de cartón recubierta con tinta negra. O sea que la página de Ott, en su estado puro, es 100% negra y es la magia del autor la que hace aparecer los contornos, las texturas y esos detalles ultra-meticulosos, barrocos, que tanto le gustan a Salvador Sanz, por ejemplo. Una vez que se entiende la técnica, el trabajo terminado de Ott sorprende mucho más. El laburo que tiene cada viñeta es sencillamente estremecedor. Todas y cada una de ellas (incluso las de la historia del payaso, que está armada en una grilla de cuadros muy chiquitos) merecen ser enmarcadas y exhibidas en cualquier museo de arte contemporáneo, porque cada una es una obra maestra. Pero además, Ott las ensambla perfecto, en secuencias alucinantes que nos muestran a esos dibujazos jugando en función de un relato. El suizo no arriesga ni se hace el loco en la planificación de la página: siempre se maneja con grillas convencionales, aunque no repite siempre la misma. Pero en el interior de cada viñeta y en la interacción entre ellas, no esperes nada por debajo de la perfección.
Y bueno, si lográs digerir que todo lo que se ve en la página apareció gracias a que un demente la raspó durante horas con un bisturí, te están esperando 19 historietas de las cuales una sóla (la de México) carece por completo de un guión coherente. Las otras 18 son breves incursiones en el terreno de las pesadillas, de la mala onda, de la ficción de género clásica invadida y podrida por hongos tóxicos. Ott se juega al impacto, a la alucinación pasada de rosca, a la freakeada bizarra más allá de toda convención… pero también propone reflexionar, también intenta bajar línea. El relato más intenso, más al borde de la silla es también el más largo, The Millionairs. Pero a mí el que más me pegó, el que más me cerró y peor me dejó fue Goodbye!, el del tipo que intenta sucidarse sin éxito de varias maneras distintas. Cuando no se pierde en los laberintos del delirio, Ott toca temas jodidos: la guerra, el racismo, la paranoia, la obsesión extrema con la belleza… y además tiene la capacidad de plasmar esos temas con fuerza, pero también con una cierta ironía, con un retorcido sentido del humor que se le cuela en estas pantomimas oscuras y amenazantes.
Podría seguir hablando durante horas y horas de las maravillas que pela en este libro este genio del Noveno Arte, pero realmente me siento para el orto y quiero estar mejor para la presentación del libro, dentro de poquitas horas. Mañana espero estar menos medicado, menos baqueteado y más inspirado…
miércoles, 13 de abril de 2011
13/ 04: EL PREVIEWS DE JUNIO
Hora de repasar los lanzamientos que las editoriales yankis prometen para Junio. La experiencia dice que no siempre cumplen, pero bue… la data sirve para armar una planificación básica de los gastos.
Sale un nuevo tomo de INCOGNITO, de Ed Brubaker y Sean Phillips, y es obvio que hay que tenerlo. 144 páginas a u$17.99 no es barato, pero esta serie justifica ampliamente el esfuerzo.
DC sigue reeditando en formato nacional y popular una de sus mejores series de la década pasada, GOTHAM CENTRAL. De nuevo Brubaker, ahora acompañado por Greg Rucka y con los dibujazos de Michael Lark. El segundo tomo trae 12 episodios (288 páginas), a un precio irrisorio: u$19.99. Adentro!
Por el lado de Vertigo, hay nuevo recopilatorio (el quinto) de NORTHLANDERS, con ocho episodios (192 páginas) a sólo u$17.99. Por si faltara algo, los dibujantes que acompañan a Brian Wood son tres ídolos: Riccardo Burchielli, Fiona Staples y Becky Cloonan. No se duda ni una fracción de segundo.
Otro TP de Vertigo que pinta pulentoso es BLOODY CARNATIONS, con nada menos que nueve episodios de HELLBLAZER, la serie más emblemática de la editorial. 232 páginas por u$19.99 es un super-precio y acompañan a Peter Milligan (que hace reaparecer a Shade the Changing Man!) nada menos que Simon “la Bestia” Bisley y los italianos Giuseppe Camúncoli y Stéfano Landini. Compro.
Vamos con una rareza de Image, el primer recopilatorio de TWENTY-SEVEN, llamado First Set. Con material extra inédito, una trama que tiene que ver con el mundo del rock y las discotecas, un guionista desconocido (Charles Soule) y un dibujante que antes era rosarino y ahora es cordobés: el impresionante Renzo Podestá. Son 136 páginas en un formato más grande que el del comic-book habitual, por u$14.99. Timba algo arriesgada, pero las buenas críticas me hacen tenerle fe.
Dynamite sigue recopilando material de Vampirella de los ´90 y en este cuarto tomo, llamado VAMPIRELLA MASTERS SERIES VOL 4: VISIONARIES, reúne un montón de papongas que siempre quise leer, a pesar de que el personaje me genera menos interés que la programación del canal Magazine. Mirá los autores: Alan Moore, Gary Frank, Jeph Loeb, Tim Sale, Alan Davis, Ty Templeton, Bruce Timm, Steve Lieber, Michael Golden, Amanda Conner, Phil Hester, Kurt Busiek y Arthur Adams. Recontra-justifica apostarle u$16.99 a un tomito de 112 páginas.
Y cierro con un manga autoconclusivo, editado por el sello Signature de Viz (garantía de merca interesante), con un dibujo para caerse de ojete y una temática realista, para el lado del slice of life. Nunca leí nada de esta autora, Natsume Ono, pero LA QUINTA CAMERA me llamó la atención como para jugarle u$12.99 al tomo de 208 páginas. Veremos qué onda.
Y si me sobrara la guita, me pediría también sin pestañear estas joyitas:
THOR: GODS ON EARTH es una nueva edición del recopilatorio que trae THOR (1998) #51-58, IRON MAN (1998) #64 y AVENGERS (1998) #63, todo fundamental para entender una de las mejores sagas de Thor de todos los tiempos. Se destacan las firmas de Dan Jurgens, Geoff Johns, Mike Grell, Alan Davis y Kia Asamiya y lo tira un poco para atrás el precio: u$29.99 por 240 páginas es choreo. Ojalá aparezca más barato por otro lado.
A ZOO IN WINTER es un manga cuasi-autobiográfico del genio de los genios, Jiro Taniguchi, y pinta alucinante. Pero por el capricho de sacarlo en tapa dura, 232 páginas se van a u$23.00. Hay que esperar la edición en tapa blanda y si no, bajarse los lienzos, porque seguro vale la pena. Edita Fanfare/ Ponent Mon.
Y por supuesto en este rubro tiene que aparecer Fantagraphics, la editorial especializada en las ediciones innecesariamente finolis y –por ende- muy caras. Esta vez casi me engancho con THE ARMED GARDEN AND OTHER STORIES, un libro de historias cortas de David B., pero antes de pagar u$19.99 por un tomito de 112 páginas, prefiero prestarle plata a Muñones, mirá lo que te digo… Sáquenlo en tapa blanda a u$15 o menos y cuentan conmigo.
Como siempre, a medida que esta merca aparezca y le llegue su turno de ser leída, la comentaremos acá en el blog.
martes, 12 de abril de 2011
12/ 04: BANG BANG Vol.6
Y bueno, una de cal y otra de arena… El otro día comenté un libro de autor francés editado en inglés y hoy me toca uno de autores hispanoparlantes editado en francés. El año que viene empiezo a estudiar japonés para leer a Grant Morrison y Peter Milligan…
Este es el sexto y último tomo de Cicca Dum-Dum, una serie de Carlos Trillo y Jordi Bernet que originalmente se publicaba por entregas de cuatro páginas en una revista porno (creo que la Penthouse española). El final –andá a saber por qué- sólo se publicó en Francia y no me podía quedar con las ganas de saber cómo termina una epopeya tan importante para el Noveno Arte en general y para las carreras de estos dos genios en particular.
Nah, era una joda. Cicca Dum-Dum es malísimo, es un comic totalmente prescindible. No es peor que Clara de Noche porque a) son muchas menos páginas, b) Bernet dibuja en serio y c) es casi imposible que Trillo y Bernet hagan algo peor que Clara de Noche. Lo que tiene Cicca Dum-Dum es que es mil veces más bizarro: en un intento por parodiar las convenciones de la aventura folletinesca de principios del Siglo XX, Trillo lleva a esta zorra lasciva de peripecia imposible en peripecia imposible, por New York, México, Africa, Arabia… todo vale y la acción nunca se detiene. Si la serie tiene alguna gracia, debe ser esa, su “todo vale”, su libertad para respetar sólo dos premisas básicas, que son la ambientación (década del ´20 o ´30 del siglo pasado) y la caracterización básica de la protagonista que es –digámoslo de una vez- una puta insaciable que sólo piensa en dar y recibir placeres carnales.
La publicación en una revista porno obligaba a los autores a mostrar escenas de sexo en todas y cada una de las entregas de cuatro páginas, con lo cual incluso si el argumento fuera digno, el guión se vería entorpecido por un montón de secuencias de garche, pajas, sesiones de fotos hot, etc. que no aportan absolutamente nada al desarrollo de la historia. O sea que esta avanza, pero a los tumbos, tropezando una y mil veces con las más extremas e innecesarias escenas de alto voltaje erótico, incluso algunas en las que la ninfómana protagonista ni aparece.
Mal que mal, en este último tomo Trillo logra levantar un poquito la puntería y las últimas 20 páginas (desde que Cicca se reencuentra con Nicole hasta que abandona el palacio del sheik) tienen, además del festival del meta y ponga, un poquito más de contenido, de sustancia. Hay una intriga palaciega, un peligro que no se resuelve abriendo grande la boca (o las cachas) y la “heroína” en vez de ponerse en cuatro se tiene que poner a pensar. No digo que esté bueno, pero -en el contexto- es lo que se puede rescatar.
Lo que está muy por encima de lo rescatable (sin llegar a lo excelente) es el dibujo del maestro catalán Jordi Bernet, genio del claroscuro, narrador quintaesencial al que le sobra oficio para contar con eficacia todo tipo de historia, siempre brillante en su manejo de los planos, de la arquitectura, de los trajes, de la iluminación… El pincel mágico de Bernet ha dado obras muy superiores a Cicca Dum-Dum, pero la verdad es que a pesar del medio para el que trabajaba y del escaso vuelo de los guiones, el ídolo casi no se tira a chanta y pone casi todo lo que hay que poner para no decepcionar al fan fiel, que le compra todo lo que dibuje. Bernet siempre se lució a la hora de dibujar femme fatales y acá todo se basa en los yiros curvilíneos siempre propensos a quedarse en bolas y con algún elemento fálico en uno o más de sus orificios. Eso, sumado a la ambientación que mejor le sale (la de la época de los gangsters) le permite al maestro jugar MUY de local y dejarse llevar por el frenesí de sexo y disparate que proponen los guiones de su eterno co-equiper.
Resumiendo, esto se puede tener si sos muy fan de los dibujos de Bernet o si te gustan los comics para leer con una sóla mano. El género porno ha dado obras infinitamente peores que Cicca Dum-Dum, pero en la ilustre trayectoria de dos próceres como Trillo y Bernet, esto desentona como una mancha de semen en la corbata de un presidente de los EEUU.
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lunes, 11 de abril de 2011
11/ 04: DANZA CON LOBOS
Y sí: una buena parte del mito era verdad. Por eso revivió tan fácil. Uno era muy niño en ese entonces, pero están los testimonios: artículos, catálogos y fotos en revistas como Humor, Hortensia y Skorpio en las que de chiquilín miraba de afuera cómo en aquellos años oscuros (1978-1980) los dibujantes y guionistas más grossos de Argentina comían asado, dibujaban para una multitud y la pasaban bárbaro. Para cuando cumplí los años suficientes como para asistir a esa reunión cumbre, a ese Olimpo que crecía año a año, el Encuentro Nacional del Humor y la Historieta en Lobos ya no se hacía más. Quedaba -como suele suceder- la mitología, las anécdotas (barnizadas con el correr de los años) que cuando me empecé a meter en este medio escuché una y mil veces de boca de los monstruos sagrados que efectivamente estuvieron entre el 78 y el 80 en los encuentros clásicos. Y por supuesto, me cebé más de lo que me cebaba mirando fotos en las revistas… Como los pibes de ahora que flashean cuando escuchan increíbles (casi inverosímiles) anécdotas de los Fantabaires de la segunda mitad de los ´90.
Pero 31 años después, uno de los más grandes, Horacio Altuna (lobense adoptivo), se decidió a volver a encender la llama y se lanzó la convocatoria para un Cuarto Encuentro Nacional del Humor y la Historieta en Lobos. ¿Qué mueve a un tipo hiper-consagrado a nivel mundial y que hace casi tres décadas vive en Cataluña a organizar después de 31 años un evento de historieta y humor en una ciudad chiquita de la provincia de Buenos Aires? Obviamente la pasión, el amor incondicional a una camiseta, a una ciudad en la que Altuna vivió algunos de sus años más felices y de la que no se olvidó nunca. Altuna reunió a sus viejos amigos, refundó la comisión organizadora y se puso manos a la obra para relanzar el evento. Y entre el viernes y el domingo pasados, la leyenda se hizo realidad.
Con una amplia muestra de dibujos (no originales), con varias charlas muy interesantes (excepto la presentación de 365 Comics por Año a cargo de un plomazo impresentable ;) y con un montón de actividades con fines solidarios organizadas por distintas entidades benéficas de la comunidad de Lobos, el Encuentro fue una fiesta. Mirá el elenco: Horacio Altuna, Eduardo Risso, Juan Sasturain, Cacho Mandrafina, Ariel Olivetti, Ignacio Noé, Gustavo Sala, Diego Agrimbau, Lucas Varela, Alejandra Lunik, Max Aguirre, Jorge Morhain, Eduardo Maicas, Juan Sáenz Valiente, Jorge Lucas, Angel Mosquito, José Massaroli, Federico Reggiani, Laura Vázquez, Fabián Zalazar, Fran López, Hernán Cañellas y Daniela Fiore, directora del documental Imaginadores. Explicame qué convención del país… o incluso del mundo, no sueña con tener a todas esas bestias en un mismo evento. Muchos de estos artistas dibujaron y firmaron para el público, otros dieron charlas y otros simplemente amenizaron con su onda las cenas, almuerzos, caminatas y trasnoches de bares y fondas.
¿Por qué el saldo no fue aún más positivo? Porque en las gacetillas, en la folletería e incluso en la programación oficial del evento estaban anunciados un montón de autores más, que jamás aparecieron. Algunos llamaron para excusarse, otros tuvieron problemas personales y urgentes, y otros… cri-cri, cri-cri. Lo cierto es que parte del público se acercó esperando conocer a autores de la talla de Solano López, Caloi, Quique Alcatena, Crist, Liniers, Tute, Guillermo Saccomanno, Tabaré, Juan Bobillo, Sendra, Diego Parés, Marcelo Birmajer, Lucas Nine y hasta el catastrófico Nik, y se quedaron con las ganas porque ninguno de ellos se hizo presente. ¿Por qué no vinieron? Las respuestas son miles. ¿Por qué se anunció a gente que no vino? También es complicado de responder. Lo cierto es que, aún con estas notables ausencias, el evento estuvo alucinante. ¿Qué habría pasado si hubiesen venido todos? Ni idea, ni siquiera sé si estaría vivo para contarlo, porque habría sido too much. Para el año que viene, sin duda la onda va a ser menos invitados, pero mayor compromiso de cada uno, y más actividades para que todos tengan su spotlight y el público local (cálido y copado como el que más) le pueda sacar más jugo a cada uno.
Y bueno, la historieta argentina, que hace 10 años era un fiambre, no se reconstruyó de un día para el otro. La mística de Lobos empezó hoy su revival y nadie sabe hasta dónde llegará. Muchos de los íconos de las ediciones anteriores ya no están (los asistentes más veteranos narraban historias en las que aparecían el Viejo Breccia, el Negro Fontanarrosa, Andrés Cascioli, Lucho Olivera, Alberto Cognini y un montón de próceres más que fallecieron en los últimos 30 años) pero Altuna es un tipo despierto, rápido, que supo desde el vamos conectarse con una nueva generación, con los autores que hace 30 años eran tan niños que no podían ser ni siquiera testigos, y hoy son protagonistas absolutos. El año que viene, sin ninguna duda, tendremos más Lobos.
domingo, 10 de abril de 2011
10/ 04: HEROES ANONIMOS
A veces, el combo infalible falla: el sensei Hiroshi Hirata, la temática de samurais, shoguns y demás íconos del Japón medieval, una antología de historias cortas…. Casi cualquier cosa que reúna estos tres elementos capta de inmediato mi atención y mis pesitos. Pero, ¿está bueno?
Ni. Las diez historietas cortas que componen este tomo (que dicho sea de paso, se llama igual que el mejor tema de Metrópoli, gran banda ochentosa argentina injustamente olvidada) están dibujadas como la reputísima madre que lo parió. Cuesta creer que esto haya sido dibujado por un ser humano de tan podidamente perfecto que está todo: las caras, los cuerpos, los trajes, las armas, los edificios, los animales… y encima todo entreverado en magníficas secuencias, vibrantes, impactantes, emotivas…. Sin hablar de las nueve o diez paginitas a color, donde Hirata se revela como un genio no sólo del dibujo y la narrativa, sino también de la ilustración.
Olvidate de los típicos mangakas. Hirata llegó a principios de los ´90 (que es cuando realizó estas historietas) con una identidad gráfica totalmente alejada de lo que suele verse en el comic japonés. Por ahí algunas cosas de Hirata se ven en Takehiko Inoue, quien obviamente venera a este sensei de senseis, pero el grafismo tiene mucho más que ver con autores europeos, como Milo Manara, Sergio Toppi, o incluso Francois Boucq. Es increíble cómo Hirata maneja las tramas mecánicas, cómo banca la tensión y el interés a lo largo de largas secuencias de diálogo y cómo se zarpa cuando le toca dibujar acción y violencia. Posta, esto es magia. Y es parte de lo que hizo posible aquel alucinante estilo de Frank Miller que vimos hace mil años en Ronin.
El problema es que, de las diez historias, la mayoría no tiene buenos guiones. Basadas en historias reales, Hirata se calentó por investigar, desempolvar documentación oculta durante siglos y por estudiar a fondo la época y las vidas de cada uno de estos héroes del Japón feudal. Pero hizo una de más: como él se mató para encontrar bocha de data, te llena las historietas con… bocha de data. Y está todo bien, pero es demasiado. Para disfrutar de una historieta de 25 ó 30 páginas no necesitás TANTA información. Hirata te cuenta todo: quién es el tipo, a qué clan pertenece, cómo era la relación de este clan con el shogun Tal, o con el emperador Cual, cuánto cobraba cada funcionario/ guerrero/ mercenario, sus técnicas de combate, el nombre completo de sus padres, cuándo obtuvo el derecho a portar apellido y qué nombre adoptó en ese momento, a qué edad murió, quién lo sucedió en su cargo... y llega un punto en que decís “basta, chabón, andá al grano, no me quemes la cabeza con datos que no son esenciales para entender la trama”. Si me dijeras que es una única historia de 300 páginas, y bueno, ahí viene bien la info completa, que nos ayude a situarnos en el lugar, las costumbres, la estructura política y demás. Pero para una historieta de 25 páginas no me podés bombardear con más datos históricos que From Hell.
En paralelo a este, avanza otro obstáculo bajonero, que es el protocolo. En casi todas las historias, se enfatiza el procedimiento protocolar, burocrático, por el cual cada tipo que quiere algo manda a su enviado a parlamentar con el señor feudal/ príncipe/ shogun de turno, que a su vez lo recibe, le responde, le hace contra-ofertas, y bla-bla-bla… Páginas y páginas de tipos hablando hasta que finalmente uno decide no ceder y el otro, si su honor está en juego, planifica una reacción, que puede ser armar un lindo kilombo, o directamente cometer seppuku. Por cualquier boludez, por la más mínima discusión, los tipos hablan horas y horas del respeto a la jerarquía, la obediencia, el honor, y todas las minucias habidas y por haber en la relación entre señores y vasallos.
Las mejores historietas son, claramente, esas en las que el protocolo menos importa. Básicamente la segunda (La Medicina Milagrosa) y la décima (La Excéntrica Riu), especialmente esta última. El Perro Rabioso también tiene un argumento devastador, complejo y bien pensado, pero el guión lo tira un poquito para atrás, porque se enreda al pedo en extensos diálogos que sacan a relucir –cómo no- el protocolo militar. El tomo cierra con una undécima historia, que no es otra cosa que una primera versión de La Medicina Milagrosa, realizada 30 años antes, en 1961. Y obviamente sirve para ver cómo progresó en esas décadas el dibujo de Hirata, que ya hace 50 años era muy, muy notable.
Si sos MUY fan de la historieta histórica japonesa, por ahí tanta data y tanto chamuyo protocolar te emocionan más de lo que te aburren. En ese caso, tirate de cabeza sobre este libro y preparate para flashear, mal. Pero si querés aventuras en estado puro, con machaca condimentada con otros elementos menos obvios (sean políticos, sociales, románticos, o lo que sea) te vas a encontrar perdido en un laberinto de nombres, fechas, datos, anécdotas, cifras y demás frutos de la exhaustiva investigación del autor que, por su desmedida cantidad, en vez de ayudar, obstaculizan el desarrollo de las historias. De todos modos, el dibujo de Hirata me cagó tanto a trompadas, que seguro voy a leer más obras suyas.
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