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sábado, 19 de enero de 2019

Sam Savage/ Firmin / Fragmentos



Sam Savage

FIRMIN

Fragmentos



Viajé en mis libros, pero dejé de comérmelos, lo cual dio lugar a que la alimentación, la terrenal, la no literaria, se convirtiera en un problema permanente. No tenía más remedio que salir de la tienda de libros todas las noches, acumular valor y escurrirme por debajo de la puerta del sótano, forrajear por la plaza, encogido en las sombras, arrastrándome por las bocas de alcantarilla, corriendo de sobra en sombra. Diario de un reptil nocturno.

Sam Savage / Bibliografía


Sam Savage
BIBLIOGRAFÍA







FICCIONES





Muere Sam Savage, el autor que nos hizo leer como ratas





El escritor Tom Savage, en el patio de su casa de Madison (Wisconsin), en 2009.
El escritor Tom Savage, en el patio de su casa de Madison (Wisconsin), en 2009. SEIX BARRAL

Muere Sam Savage, el autor que nos hizo leer como ratas

El autor de 'Firmin' fallece a los 78 años y deja una breve e intensa trayectoria literaria en la que reivindicó la libertad


PEIO H. RIAÑO
Madrid 18 ENE 2019 - 04:26 COT

Ha muerto el hombre que dijo que uno podía dejar de ser una rata gracias a la lectura. Es más, que todo lo amargo se hacía dulce con un libro. Ha muerto Sam Savage y tenía muchos años, pero empezó a vivirlos tarde. El jueves, 17, falleció a los 78 años y en sus novelas se le escurría la misma alegría que la vida que le tocó tragarse. Nació tarde, a los 67 años, cuando publicó Firmin, después de haberse mantenido de pequeñas rentas y oficios ruinosos, de haber sobrevivido como pudo, de crecer en Carolina del Sur (EE UU) y vivir en Nueva York, Boston, Francia, Alemania y doctorarse en Filosofía en la Universidad de Yale.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Sam Savage / "Lo que hace importante una novela no son sus acontecimientos"



SAM SAVAGE

"Lo que hace importante una novela no son sus acontecimientos"

26 de septiembre de 2009
Winston Manrique Saboga.

Tras su exitoso debut a los 66 años con Firmin, el estadounidense edita El lamento del perezoso: un puzle sobre laberintos de la creación literaria


Cerca de la frontera del frío polar hay una casa de madera de colores caribeños cercada de vegetación y rodeada de silencio. Sólo se escucha la voz grave y baja de un hombre que habla de la dicha y la desdicha de escribir toda la vida sin publicar, hasta que lo logró con 66 años y se topó con el éxito.
Lo sorprendió a las afueras de Madison (Wisconsin), en un barrio boscoso de casas de madera de dos aguas y porches tan características del centro de Estados Unidos, conocidas como estilo craftsman. Allí vive Sam Savage, un completo desconocido hasta hace tres años cuando, con Firmin, la fábula de una rata que se va humanizando a medida que devora libros en una librería, ha pasado a las primeras páginas de la narrativa contemporánea de medio mundo. Ahora, con su segunda y esperada novela, El lamento del perezoso (Seix Barral), es cuando Savage echa un vistazo atrás en su vida al saber que hay alguien al otro lado: más de un millón de personas en 14 idiomas que lo han seguido con Firmin, y que pueden aumentar si finalmente es llevada al cine.



El lamento del perezoso.

El lamento del perezoso.
Sam Savage.
Traducción de Ramón Buenaventura.
Seix Barral. Barcelona, 2009.
270 páginas.
"Creo que en mi cabeza tengo los libros en capas: sólo tengo que escribirlos, quitar los de encima para dar con el buen libro" "No existe la memoria real sino interpretaciones de la memoria. No hay diferencia entre lo que recuerdas o crees recordar"

Sam Savage se ve sereno ante tanta novedad en este viaje organizado por la editorial Seix Barral. En el salón amarillo de aquella casa, como traída de una playa jamaicana, está sentado en su mecedora de madera con su aspecto de náufrago rescatado, discreto, delgado y con el pelo y la barba blanca ya arregladas. Vive allí con su familia desde hace cuatro años, por ser más apropiada para su hija que tiene una minusvalía, tras haber dejado su natal Carolina del Sur y Charleston.
Pero hasta llegar aquí, su vida ha sido una errancia continua. Ha habido un Savage amante de la poesía, un Savage estudiante de filosofía alemana, un Savage díscolo, un Savage con incesantes preguntas, un Savage en busca de respuestas, un Savage viajero por Europa, un Savage profesor de Filosofía en Yale, un Savage rebelde, un Savage mecánico de bicicletas, un Savage carpintero, un Savage tipógrafo, un Savage desencantado por no dar con su sueño...
Incluso un Savage periodista. Un recuerdo que creía secreto y que lo sorprende y hace reír. Es legado de su madre, que admiraba la literatura y a los corresponsales de prensa. No sabe muy bien dónde quedó esa vocación porque al mismo tiempo empezó a escribir poesía y narrativa. "Quería trabajar en un periódico y lo logré durante seis meses, pero cuando empecé a verlo desde dentro me di cuenta de que no era lo mío. Trabajé como joven ayudante en el departamento editorial. A lo mejor hoy en día pasa lo mismo con los periódicos o las editoriales, que desde fuera son atrayentes, pero ya dentro la percepción cambia".
Eso no le impide revivir por un momento aquella época juvenil y atreverse a dar un titular sobre la vida de una persona apasionada por la literatura pero cuyas búsquedas vitales lo llevan a desempeñar diferentes oficios y trabajos hasta que después de los 60 años publica una novela y triunfa: "Trabajó escribiendo durante 40 años su libro"; y con un sumario: "Todo lo que vivió antes hizo falta para llegar hasta aquí".
Un aquí iniciado en 2006 con la edición de Firmin por parte de una pequeña editorial de Minneapolis, Coffee House. Un año después la editorial española Seix Barral compró los derechos mundiales y desde entonces las recomendaciones de los lectores, iniciadas a través de Internet, no han parado. Sam Savage parece el mismo si se sigue su vida a través de las fotos, antes y después del éxito. Descreído, ausente. En apariencia: "Ahora tengo una confianza que antes no tenía. No es que mi vida haya cambiado radicalmente porque sigo de la misma manera. Lo bueno es que ahora que presento mi segunda novela sé que mis libros van a ser publicados, sé que hay alguien al otro lado, sé que tengo una audiencia y que ya no es un trabajo de escritura tan solitario".
Cuarenta años tardó en editar, cuarenta años en los que ha imaginado y dejado inconclusas varias historias, y, como le ha ocurrido a otros autores que empiezan a publicar ya mayores, tiende a ser prolífico. Firmin lo escribió en seis meses. "Tengo la sensación, seguramente errónea, pero creo que en mi cabeza tengo los libros en capas: uno encima de otros, sólo tengo que escribirlos y necesito quitar los que están encima para realmente llegar al buen libro que sé que hay allí en el fondo. Tengo que escribir estos para dar con él. ¡Ya están escritos, sólo tengo que quitarlos de en medio! Ya están concebidos en mi cabeza. Como las ciudades de Troya que estaban unas encima de otras".
Y como ellas, que una vez descubiertas emergen con un mundo exclusivo en cada persona que las contempla, Savage ha comprobado que los libros trascienden la idea original y el propósito de quien los concibe. Si Firmin puede interpretarse como un homenaje a la lectura, El lamento del perezoso muestra el universo interior de un escritor de provincias, editor de revista literaria, crítico, hijo, esposo, amigo y casero que confluyen en Andrew Whittaker, un hombre a través del cual Savage ha mostrado en este drama con tintes de humor parte de la trastienda de la creación literaria, de sus trampas y sus laberintos. "Es verdad. No lo tenía en la cabeza, pero la novela puede verse así". Reconoce que una vez el autor publica su libro éste pasa a ser del lector: "¡Siempre! Al principio, cuando escribes y acabas un libro, es difícil hablar de él. Ahora, por ejemplo, me resulta más fácil hablar de Firmin, porque hay tanta gente que me ha dado sus puntos de vista, o por las reseñas, que tengo una visión más completa. En cambio, de El lamento del perezoso aún no lo veo todo y me cuesta más hablar de él".
Pero ¿media algo entre la idea y el momento de sentarse a escribir, como, por ejemplo, contárselo a alguien? "No hablo de mis libros. Simplemente trabajo sin un plan. Incluso concibo las historias sin saber cómo van a acabar, sin pensarlas demasiado, fluyen. Necesito el proceso de escritura físico para poder desarrollar el argumento, porque si anticipo mentalmente lo que va a suceder tengo miedo de tirar por un camino inapropiado a la hora de escribir. ¡Y como no tengo plan no tengo plot!".
Imaginación pura. Tampoco es que se trate de una escritura automática. Una prueba reveladora, según él, es que en El lamento del perezoso -estructurada a través de cartas, notas, apuntes y pasajes de una novela que escribe el protagonista con lo que el lector va armando la vida del personaje- empezó la escritura sin nada en la cabeza especialmente, pero cuando escribió la carta donde un hombre le pide al protagonista que arregle el tejado de su vivienda supo que Andrew era el propietario de una casa que estaba en ruina: "Quizá de ahí vino esa idea de algo en descomposición". El retrato de un hombre cuyo mundo íntimo, familiar y creativo se agrieta y derrumba, y que mientras huye en pos de lo que cree su salvación, cada paso y zancada que da lo único que hacen es cimbrear su vida y acelerar su desmoronamiento.
Es una novela en la cual el escritor, el personaje y el lector tienen la misma información y, a través de este puzle, van descubriendo el destino al mismo tiempo. "Es una estructura intencional. Aquí el lector tiene que poner más que el escritor porque debe imaginarse cosas que insinúan las cartas. Debe complementar y terminar la novela, hacer los acabados. Andrew tiene una vida pero pretende tener otras o ser otras personas. Intenta ponerse máscaras. A lo largo de la novela nos vamos dando cuenta de que debajo de esas máscaras no hay nada; y cuando él lo descubre lo escribe convirtiendo ese reconocimiento en una liberación".
Asoma ahí un hilo que parece conectar sus dos novelas, y éstas con su vida real. Los personajes de Savage comparten un punto: seres en la periferia personal e intelectual, excluidos, angustiados por sus propios sueños. Incomprendidos que quieren hacerse oír. La nueva novela puede ser vista como dos caras de la misma moneda: mientras Firmin, la rata, se va humanizando con los libros, Andrew, el escritor, se va apocando y marginando a medida que aumentan sus estrategias para obtener notoriedad. Ambos tienen el sentimiento de estar atrapados en mundos que no les corresponden.
Sam Savage sabe lo que es entrar y salir toda su vida de mundos diferentes, de sueños inacabados. Ahora, con 69 años, parece estar en su sitio de escritor reconocido y popular, pero alejado de las veleidades y mundillos literarios. Está cómodo al vaivén lento de su mecedora a cuyos brazos se aferra por instantes con sus grandes manos, mientras sus ojos azules asustadizos lo miran todo, ajeno al fresco que le regala detrás un ventilador blanco y mudo.
El lamento del perezoso deja entrever una crítica a cierta vanidad o displicencia del mundo de los escritores, de las editoriales y de las publicaciones literarias. Y también a los egos enormes, aunque Sam Savage crea que los grandes autores no tienen egos desproporcionados. "Pero comprendo que mi novela pueda verse así".
Lo dice un novelista que reconoce que lee poca literatura contemporánea desde hace casi 40 años, lo cual le impide dar una opinión sobre lo que se escribe hoy. "Normalmente son autores más jóvenes que yo y es difícil juzgar a escritores de otra generación. No es justo". En cambio, recomienda a narradores como William Gaddis, Peter Matthiessen y Gilbert Sorrentino. Tres creadores poco populares. "Muy difíciles de traducir. El hijo de Sorrentino, Christopher, también ha escrito una novela, y dice que su padre nunca estaba seguro de si el libro que escribía se iba a publicar. No supo lo que yo sé ahora: que al otro lado tengo quien me escuche".
Misterios de la conexión con los lectores. Una clave para todos podría estar en el consejo que Andrew, el protagonista de El lamento del perezoso, le escribe a su madre en la residencia de ancianos: "La gente se aburre porque no se fija en los detalles". Una frase que Savage comparte: "Todo está en los detalles. Alguien muy bueno podría escribir una novela sin salir de esta habitación. Pero parece que en los últimos años se ha impuesto, al menos en Estados Unidos, que un libro importante debe tener acontecimientos trascendentales, guerras o asesinatos. Sin embargo, lo que hace importante una novela no son sus acontecimientos necesariamente, los detalles son clave. Hay grandes novelas en la historia sin un evento detrás. Pero hoy todo el mundo quiere escribir la gran obra del Holocausto o que defina el mundo".
Es el momento en que el Savage escritor empieza a dar paso al Savage pensador. Sin aspavientos. Con la misma voz pausada y un poco débil, a causa de una enfermedad pulmonar. Un hombre vestido de azul y cámel, que tiene delante un ventanal por donde ve un día celeste y muy luminoso que quizá le recuerda la Carolina del Sur de vientos atlánticos más cálidos y no estos enfriados por el lago Michigan, incluso en verano.
La memoria, el recuerdo y los hechos del pasado es un tema que le interesa en su segunda novela, derivado de una situación inquietante: Andrew dice no tener recuerdos de la infancia porque no tiene fotos. ¿No es una trampa, acaso, que el pasado y los recuerdos de hoy existan en la medida en que haya fotos o vídeos? "Uno nunca recuerda lo que pasó. Uno recuerda lo que recuerda. En ese sentido, seguramente, las fotos e imágenes ayudan a dar forma al pasado. Tú recuerdas tu pasado, y el pasado de lo que habrá de ser tu futuro. Es decir, las cosas que sucederán en el futuro tienen sentido en la manera en que recuerdas ese pasado. Como cuando un escritor mira atrás y ve las cosas que le hicieron escritor, pero si, por ejemplo, termina siendo asesino, recordará las cosas que lo fueron llevando a ser un asesino".
El pasado hecho un trampantojo. Y Savage deja de mecerse para decir: "No existe la memoria real, sino interpretaciones de la memoria. Nosotros interpretamos lo que vemos, y de alguna manera cuando vemos una fotografía nos ayuda a interpretar nuestros recuerdos. A veces hay diferencia entre la memoria individual y colectiva, según la teoría de Wittgenstein, si recuerdas una cosa o crees que las has recordado no es diferente de que pensaste eso o creíste haberlo pensado. No hay diferencia entre recordar algo o creer que lo has recordado".
Un breve silencio sigue a estas palabras de Sam Savage, que concluye diciendo que el filósofo que más convendría a este mundo contemporáneo es Ludwig Wittgenstein "porque vio los límites del pensamiento". Y vuelve a mecerse cadencioso en su silla de madera mientras sus ojos asustadizos recuerdan al Savage náufrago y disperso que lo trajo hasta aquí y que sigue escuchando una voz que ya le dicta su tercera novela.
16,50 euros. Firmin está recién editado por la misma editorial en bolsillo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 26 de septiembre de 2009

sábado, 10 de noviembre de 2007

Sam Savage / Un roedor de palabras



Sam Savage

Un roedor de palabras


JAVIER APARICIO MAYDEU
10 NOV 2007
Sam Savage, un antiguo y valleinclanesco profesor de filosofía de Yale, pescador de cangrejos en South Carolina, mecánico de bicicletas y escritor frustrado, un alternativo con la cabeza muy bien amueblada, se autorretrata como un ratoncito de Boston que se alimenta de los libros que se apilan en el sótano de la librería de viejo Norman y que aspira a convertirse en un gran autor, todo un irónico y tierno homenaje a los lectores empedernidos de buena voluntad (que no a las ratas de biblioteca), y poderosa metáfora de las virtudes redentoras de la lectura. Firmin, librito delicioso donde los haya, también es un viaje iniciático por el mundo del libro y de la ficción de la mano de su insólito protagonista, y una máquina de guiños literarios sin duda estimulante, que se pone en funcionamiento en la primera página, cuando el ratoncito Firmin, cónsul de las letras bautizado no por azar como aquel Geoffrey Firmin de Bajo el volcán, de Lowry, se obsesiona con el comienzo de la crónica de su vida que está componiendo en su cabeza, reclama para sí el talento de tipos como Nabokov, capaces de abrir una novela con frases brillantes como "Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas", saca del cajón el viejo tópico del escritor bloqueado y de los beginnings, y arranca su extenso monólogo interior desde las catacumbas de la soledad, la marginación -rata que veas leer, déjala correr, se dicen sus congéneres- y el lento aprendizaje de la decepción (uno de sus arranques favoritos es aquel impactante "ésta es la historia más triste que jamás he oído", de El buen soldado, de Madox Ford), un monólogo que Savage construye sobre el modelo del primer capítulo, 'La ratonera', de las Memorias del subsuelo (1864) de Dostoievski, la crónica personal que un proscrito le cuenta a un lector imaginario en un apóstrofe de doscientas páginas.





Firmin, aventuras de una alimaña urbana

Sam Savage
Traducción de Ramón Buenaventura
Seix Barral, Barcelona, 2007
222 páginas. 16,50 euros

Firmin vive literalmente de los libros, que digiere a la vez en su estómago y en su cerebro, convirtiéndose de forma paulatina en un humano encerrado en el cuerpo de una rata, que reescribe el Retrato del artista adolescente (en inglés leeríamos en realidad A portrait of the artist as a young rat), y que a fuerza de morder y deglutir páginas se vuelve un crítico literario de envidiable talento, capaz de atropar autores como Carson McCullers, el Joyce de Finnegans Wake, Tolstói, George Eliot, Proust o el Dickenks de Oliver Twist, con cuya legendaria desgracia siente empatía el bueno de Firmin, a la vez que suscribe con ironía la necesidad de un canon (repitiendo una y otra vez "éste es uno de los Grandes") y pasa revista con delicioso humor a los tópicos del mundillo literario, el bourbon hasta altas horas junto a una Underwood, autores firmando ejemplares, ediciones de bolsillo del Henry Miller más obsceno llegadas por contrabando desde París o editores rechazando magníficos originales de tres al cuarto. El monólogo de Firmin atraviesa párrafos de divertida dietética libresca -¿Scott Fitzgerald tal vez más agridulce que D. H. Lawrence?- y de una entrañable picaresca de la supervivencia que une a nuestro roedor de palabras con las tribulaciones de Lennie y de George, aquellos roedores de mendrugos de De ratones y hombres (1937), de Steinbeck. Firmin no soporta ni a Micky Mouse ni a Stuart Little (con Ratatouille, en cambio, harían sopa de letras), pero se tratan como hermanos con el infalible librero Norman ("nunca le ponía Peyton Place en las manos a alguien que habría sido mucho más con El Doctor Zhivago") y traba una amistad de cuento de hadas con el rechoncho Jerry Magoon, un escritorcillo de ciencia-ficción con el que escucha a Charlie Parker a todo trapo y ve películas en tecnicolor, y que recuerda sin esfuerzo a Kilgore Trout, aquel estrafalario escritor de serie B concebido por Kurt Vonnegut, cuya obra, con la farsa de la creación que tituló El desayuno de los campeones a la cabeza, estuvo muy presente en la memoria de Savage mientras redactaba Firmin. Nuestro letraherido ratoncito quisiera ser personaje de todas las novelas que le han encandilado y, como Alicia en el País de las Maravillas, ve en la ficción una válvula de escape de la rutina de la vida, nos contagia sin remedio esa visión y, siendo en ocasiones Anna Frank y a veces Fred Astaire, disfrazándose de Gatsby y de bostoniano de Henry James vuelto del revés, Mr. Firmin nos conmueve para siempre con sus lecciones de humanidad, sentido del humor y aguda sátira de nuestro loco mundo, nos empuja a leer aún más y nos impide volver a gritar ¡malditos roedores! 

* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 10 de noviembre de 2007