Pasiones mitológicas Museo del Prado |
Pasiones mitológicas Museo del Prado Foto de OLMO CALVO |
El actor, 1904 Pablo Picasso |
La obra de Banksy adquirida por el Museo Británico |
Teresa soñando, 1938 Balthus Fotografia de Triunfo Arciniegs Nueva York, 2012 |
Teresa soñando, 1938 BalthusFotografía de Triunfo Arciniegas |
Teresa soñando, 1938 BalthusFotografía de Triunfo Arciniegas Nueva York, 2012 |
John Bailey, presidente de la Academia de Hollywood, y Dawn Hudson, consejera delegada de la institución, ayer en Madrid. KIKE PARA |
La reina Sofía y el rey Juan Carlos en la inauguración del Guggenheim de Bilbao. / SANTOS CIRILO |
Paul Klee Gato y pájaro |
En la ciudad que presume de contar con uno de los más nutridos ecosistemas museísticos del mundo (171 censados por la secretaría de Turismo más un puñado de extraoficiales) brilla ya un recién llegado. El museo inaugurado en noviembre pasado por la Fundación Jumex para albergar las obras de su colección se ha convertido en sus primeros cien días en una referencia del arte contemporáneo no solo en la capital, sino en toda Latinoamérica. La respuesta del público –unos 60.000 mil visitantes en poco más de tres meses sin contar los asistentes a la inauguración el 19 de noviembre- se sitúa por encima de las previsiones. Y su ubicación, junto al museo Soumaya, al norte del barrio de Polanco ha contribuido a crear un polo de atracción cultural alejado de las rutas tradicionales del turismo.
Uno de esos visitantes en estos días ha sido el artista mexicano Pedro Reyes. Su obra se ha expuesto en algunas de las mecas del arte contemporáneo, desde la Bienal de Venecia a Art Basel, y desde esas atalayas considera que nos encontramos ante un museo de enorme nivel. En primer lugar, por su propio envoltorio, una joya minimalista de 7.000 metros cuadrados obra del arquitecto británico David Chipperfield, extraordinario según Reyes por dos motivos. En primer lugar, porque no tiene aspiración de obra arte, con lo que no eclipsa al contenido. Y en segundo lugar, por sus acabados -para los que se ha usado un material autóctono, el mármol de Xalapa- que lo convierten en uno de los mejor construidos de México.
Lo cierto es que el edificio llama la atención sin llamarla. Ubicado en una colonia repleta de enormes moles de hormigón de resonancias soviéticas, flanqueado por torres de cristal con grandes letreros de multinacionales y por un gran centro comercial, y circunvalado por un anacrónico tren de mercancías; una genialidad arquitectónica, una estructura a modo de toldo que rodea el museo a la altura del primer piso, contribuye a aislar al visitante ya desde el hall de entrada y a sumergirlo en un ambiente de serena austeridad. La luz cenital de su interior se logra con los llamados dientes de sierra, imitación exagerada de los ateliers franceses del XIX. Los espacios de exhibición no tienen ventanas, para concentrar al espectador en las obras, y aquellas se reservan para relajar la vista en los lugares públicos.
El contenido, según Reyes no desmerece al continente. En la planta superior del museo se exhibe la punta del iceberg de la colección de la Fundación Jumex, construida desde finales del siglo XX, obra a obra, por Eugenio López Alonso, miembro de una de las familias más importantes de la industria alimentaria mexicana. Ahí se exhiben trabajos de Jeff Koons, Donald Judd, Fred Sandback, Damien Hirst o Thomas Ruff, y también de artistas mexicanos como Gabriel Orozco o el también urbanista y arquitecto Eduardo Terrazas. “El balance es muy alto, es un museo de primer orden. Hay una obra muy sólida y sobre todo hay una intención, un discurso, no es una suma de cosas o de nombres famosos”, comenta otro escultor mexicano de primer nivel, visitante estos días del museo. Reyes alaba también la exhibición temporal de James Lee Byars, artista estadounidense fallecido en 1997 con conexiones con el minimalismo y el barroco. “Es una belleza de nivel mundial”, comenta.
La Fundación Jumex tiene una notable bodega que asegura la renovación de las exposiciones y refleja además un cambio de paradigma, porque desde la revolución, hace ahora un siglo, la burguesía mexicana se había alejado del arte contemporáneo y había puesto sus ojos más bien en el arte colonial. “Había una carencia de un museo como este, que ponga en su lugar al arte latinoamericano. ¿Cuándo he podido yo exhibir al lado de Donald Judd?”, se pregunta uno de los artistas representados, Eduardo Terrazas. Y concluye con una reflexión: “Me parece un indispensable porque responde a la situación del mundo actual, tan cambiante”.
Patrick Charpenel, curador del museo, no concibe sin embargo el recinto solo como un espacio de exhibición, sino también como centro inspirado en la Universidad. Un laboratorio de experiencias, para educar e investigar, donde se toquen temas políticos y sociales de actualidad. Y donde se celebren simposios, conferencias o eventos como el reciente maratón artístico de 16 horas organizado por Hans Ulrich Obrist con entrevistas, presentaciones, conversaciones, performances y sets musicales.
Otra preocupación de los gestores del museo son las publicaciones. “Nosotros editábamos catálogos para nuestras exposiciones, ahora hemos creado una editorial, una colección sobre crítica y otra sobre monografías de arte contemporáneo”, cuenta Charpenel. Y presume de uno de los volúmenes editados, El cubo de Rubik, de Daniel Montero, visión historiográfica del arte mexicano de los 90, que se ha convertido en un pequeño best seller y ha agotado los 1.500 ejemplares de su primera tirada. En esa misma dirección, y a diferencia de otros museos, en la tienda del museo no se venden objetos de diseño ni réplicas de las obras exhibidas. En la discreta y escogida librería que ocupa el sótano del edificio solo se venden volúmenes de arte.
Charpenel está muy satisfecho por la respuesta, tanto del público como de la crítica. Pero no quiere entonar el misión cumplida. “Esto es un barco que flota y se mueve, pero estamos aun apretando tuercas”, asegura. Lo ve como un compromiso a largo plazo. Y cree que la trascendencia del museo va más allá del éxito en la taquilla. “Lo más importante no es el número de visitantes que atraes. Sino el tipo de discusiones que generas a partir de tu programa”.
Recreación virtual del futuro Museo del Cine, en Los Ángeles. ACADEMY OF MOTION PICTURE ARTS AND SCIENCES |
La magia del cine contenida en una pompa de jabón. Esa es la idea del arquitecto italiano Renzo Piano para el futuro Museo del Cine de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Hollywood. Un complejo valorado en 300 millones de dólares (229 millones de euros) que no estará listo hasta 2017, pero que dará a la meca del cine algo más que oscars. “Me ilusiona la idea de construir un amplio museo del cine en la cuna de la industria cinematográfica”, declaró el arquitecto durante una gala benéfica el pasado jueves que sirvió para recaudar fondos para un proyecto que, por mucha ilusión que haga, está lejos de ser realidad.
Sobre el papel todo está claro. El complejo estará ubicado en el cruce del bulevar Wilshire con Fairfax, en el corazón del llamado Museum Row de Los Ángeles: en este tramo se agrupan muchos de los museos angelinos, tanto de arte (LACMA) como de paleontología (Museo George C. Page). En total, 27.000 metros cuadrados donde todas las miradas irán a esa “esfera” o “pompa de jabón” —la definición preferida de Piano— que recubrirá un teatro de mil butacas y estará conectada con numerosas salas de exposición permanentes y temporales dedicadas a la historia del cine y de la Academia. El centro también dedicará parte de sus instalaciones a un making of en su deseo de mostrar cómo se hacen las películas. “Nuestros edificios representan a nuestros clientes y el Museo de la Academia llevará al espectador al cine por la puerta de atrás, lo colocará detrás de las bambalinas y le mostrará la magia de hacer cine”, añadió el arquitecto, ganador del Premio Pritzker de Arquitectura en 1998 y que cuenta en su carrera con edificios tan emblemáticos como el Centro Pompidou de París o la sede del periódico The New York Times, en Nueva York. En esta ocasión Piano no trabajará solo, sino que su diseño está realizado en colaboración con el arquitecto local Zoltan Pali.
La revolucionaria burbuja, que tiene como referente el Cinerama Dome de Los Ángeles —sala construida en 1963 por Welton Becket y Pierre Cabrol para celebrar la grandeza del cinerama—, estará unida con el histórico edificio May, de 1939, salvado de la demolición. Una unión de historia y futuro que añadirá dramatismo al contenido del museo y que estará soldado por una estructura de escaleras y galerías que recuerdan la propuesta del Pompidou.
Todo esto si se llega a buen término. Porque a Los Ángeles le ha costado muchos años establecer un museo del cine a pesar de contar en su ciudad con las estrellas más conocidas de esta industria. Aún quedan otros 115 millones de euros que recaudar hasta poder levantar este ambicioso proyecto de museo interactivo que contará además de lo mencionado con otras dos salas de cine de 144 butacas cada una, una biblioteca, y un programa de cine pensado para 15.000 estudiantes. De ahí la necesidad de actos como la cena benéfica a la que fueron invitados a asistir el jueves todos los miembros de la Academia para obtener fondos para una obra que durará 30 meses. Una gala en la que también se cruzaron los agradecimientos con el mayor benefactor hasta la fecha, el productor discográfico y uno de los fundadores del estudio DreamWorks, David Geffen. De hecho, su nombre bautizará la sala de cine del museo después de ser el mayor donante de esta obra con un cheque por 19 millones de euros. Según confirmó la Academia le siguen de cerca el productor Jerry Bruckheimer y los laboratorios Dolby, mientras el presidente de los estudios Disney, Bob Iger, y los actores Tom Hanks y Annette Bening están al frente del comité encargado de conseguir los fondos.
En cuanto al contenido, la Academia está organizando sus exposiciones en tres grandes bloques, y, además de recrear la experiencia de hacer cine, los 1.115 metros cuadrados de salas permanentes albergarán un área dedicada a la historia del cinematógrafo, desde el cine mudo hasta el 3D, y otra a la historia de la Academia, siempre deseosa de ser conocida por algo más que los preciados Premios Oscar. Una exposición permanente que de todos modos entrará en lugares comunes cuando permita conectar en una galería interactiva la historia del cine con la de la Academia, mediante las películas ganadoras de cada año. Y cómo no, el famoso cartel con las letras de Hollywood que dan nombre a esta industria podrá ser visto desde esta mágica esfera construida con acero y cristal que evitará los brillos y quiere dar ese aire de “frugalidad” de una pompa de jabón a la vez que ser “tan sólida” como la historia del cine.
En Los Ángeles no hay un buen museo de cine, más allá del Museo de Hollywood,un pequeño, cutre y, por tanto, encantador centro en un edificio que originalmente albergó el Museo Max Factor, cerca del teatro Dolby. En Europa existen mejores lugares para el cine. En Turín está el Museo Nazionale del Cinema; en Ámsterdam, el EYE Film Instituut Nederland; en Lyon, el Museo Lumière, y en Girona, elMuseo del Cinema. Todos, con más contenido que los estadounidenses.