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sábado, 21 de octubre de 2017

George Saunders / Robles de Mar


George Saunders
Robles de Mar
Traducción de Juan Gabriel López Guix



A la seis el señor Frendt grita por la megafonía:

      —¡Bienvenidos a Joysticks!
     A continuación anuncia el Camisas Fuera. Nos quitamos las cazadoras de aviador y las doblamos. Nos quitamos las camisas y las doblamos. Nos dejamos los pañuelos. Thomas Kirster es nuestro chico guapo. Tiene unos músculos esbeltos y unos brillantes ojos azules. Nada más quitarse la camisa dos mujeres gordas se apresuran por el pasillo, le meten algo de dinero en los pantalones y le preguntan si quiere ser su Piloto. Él contesta que por supuesto. Les sirve las ensaladas. Les sirve las sopas. Suena mi teléfono y una clienta me pide que vaya a verla a la maqueta del Spitfire. ¿Querrá que sea su Piloto? Ojalá. Dentro del Spitfire está Margie, quien me dice que le han diagnosticado un síndrome de timidez crónica, me entrega su Instamatic y me ofrece diez pavos por un primer plano del trasero de Thomas.

Edmundo Paz Soldán / Un memorándum para George Saunders




Un memorándum para George Saunders
Edmundo Paz Soldán
28/1/2013 a las 17:00

Estimado George, dicen las malas lenguas que eres un "escritor para escritores", pero que, después del perfil del New York Times de hace un un par de semanas, más de uno de esos escritores ha comenzado a odiarte. Apenas dejaron pasar que David Foster Wallace te considerara uno de los dos mejores de tu generación; la cosa se puso sospechosa con tantos canonizados diciendo maravillas de ti en la contratapa de tu último libro, Tenth of December -Eggers, Zadie Smith, Franzen, Pynchon--; para colmo de males, hasta Michiko Kakutani -esa misma que no deja pasar una a DeLillo y Roth--, escribió que le gustaba el libro. Con el perfil en el NYT -tantas páginas y fotos en la revista del domingo--, tu transformación ha sido completa: ahora eres "el escritor de nuestro tiempo" y hasta vendes libros. 

viernes, 20 de octubre de 2017

George Saunders gana el Man Booker

George Saunders

El estadounidense George Saunders gana el Man Booker

El escritor ha obtenido el galardón por su novela 'Lincoln In The Bardo'


Londres, 17 de octubre de 2017

El estadounidense George Saunders se hizo hoy con el prestigioso premio Man Booker por su novela 'Lincoln In The Bardo', una historia que evoca la noche en la que el expresidente de Estados Unidos Abraham Lincoln enterró a su hijo de once años.

Saunders conquistó un premio al que optaban otros cinco finalistas: Paul Auster, que concurría con '4321', Emily Fridlund ('History of Wolves'), Mohsin Hamid ('Exit West'), Fiona Mozley ('Elmet') y Ali Smith ('Autumn').
El escritor, de 58 años, es el segundo autor estadounidense reconocido con el galardón, que premia la mejor novela del año escrita en inglés y publicada en el Reino Unido, un certamen que desde 2014 acepta el concurso de escritores externos a las islas británicas y la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwelath).
Saunders sucede como ganador a su compatriota Paul Beatty, que se alzó el año pasado con el premio, dotado con 50.000 libras (55.500 euros), gracias a la novela satírica 'The Sellout'.
El jurado deliberó durante cinco horas y mantuvo un 'fiero debate' antes de decantarse por 'Lincoln In The Bardo', según explicó durante una ceremonia en Londres la escritora y actriz Lola Young, presidenta del panel de jueces.
'La forma y el estilo de esta original novela revelan una narrativa ingeniosa, inteligente y profundamente conmovedora', describió Young, que describió la obra como un relato que 'explora el significado y la experiencia de la empatía'.
El libro es la primera novela larga que ha publicado Saunders, aclamado escritor de relatos cortos, nacido en Texas y residente en Nueva York.
'Lincoln In The Bardo' detalla acontecimientos ubicados en la noche del 22 de febrero de 1862, cuando el expresidente visita la cripta donde yace su hijo recién fallecido.
El texto explora temas como la muerte y el duelo, así como el contraste entre las aflicciones de la vida personal de Lincoln y su papel en la vida pública.
EL PAÍS

George Saunders con los perdedores del capitalismo



George Saunders 

con los perdedores del capitalismo


En Diez de diciembre, el escritor reflexiona sobre la sumisión laboral y las vidas dañadas por la explotación

Saunders es capaz de explorar la miseria económica y moral sin dulcificarla lo más mínimo y al mismo tiempo resultar sensible y compasivo

César Rendueles
03/12/2013 - 20:21h


Sus cuentos son excesivos, raros, violentos, divertidos y alucinados. Por eso mismo resultan iluminadores de este delirio colectivo al que llamamos normalidad. En sus mejores momentos Saunders se acerca a la ciencia ficción y escribe sobre un futuro cercano donde los presos son obligados a participar en experimentos clínicos extremos de psicología cognitiva, hay trabajadores octogenarios que limpian un parque temático cuya principal atracción es una vaca con estómago de plexiglás, aparecen mutantes condenados a la esclavitud mientras los zombis promueven el empoderamiento y el cambio social…
Hay un extraño parecido de familia entre este universo lisérgico de Saunders y Por cuatro duros (RBA, 2001), un reportaje de Barbara Ehrenreich sobre la vida de los trabajadores pobres no cualificados en Estados Unidos: habitantes de un mundo surrealista donde la gente paga por vivir en un motel más de lo que le costaría una casa porque no tiene ahorros para la fianza, o que duerme en un coche en el parking de su trabajo porque no tiene dinero para gasolina.
La editorial Alfabia acaba de publicar Diez de diciembre, el tercer libro de cuentos de Saunders que se traduce al español, tan increíblemente bueno como los dos anteriores: Guerracivilandia en ruinas (Mondadori, 2005) y Pastoralia (Mondadori, 2001). Hace algunos años entrevisté a Saunders y le pregunté por su preferencia por los personajes turbios y marginales: “Me gusta aquello que decía Chejov de que todo hombre feliz debería guardar en el armario a un hombre desgraciado con un martillo cuyo constante golpeteo le recuerde que no todo el mundo es feliz. En mis cuentos intento ser ese hombre, trato de recordarme a mí mismo que la vida puede ser amarga y cruel y que al final probablemente lo será conmigo del mismo modo que ahora mismo lo está siendo con alguien en algún lugar”.
Precisamente lo que hace tan especial a Saunders es que es capaz de explorar la miseria económica y moral sin dulcificarla lo más mínimo y al mismo tiempo resultar sensible y compasivo. Usa una prosa compleja, a veces al borde de la escritura experimental, para alejarse del cinismo con el que sistemáticamente el cine y la literatura ridiculizan a los desheredados de nuestras sociedades. En Diez de diciembre los adolescentes acosados, las madres abandónicas y los delincuentes juveniles también conocen el amor y la grandeza moral.
Un poco como J. G. Ballard, Saunders emplea recursos literarios radicales para hurgar en el subconsciente de nuestra civilización. Ballard sacaba a la luz el tribalismo sangriento que palpita bajo el aparente refinamiento de las urbanizaciones de lujo o la rutina de las autopistas.
Saunders nos muestra el entorno corporativo como un proyecto contracultural extremo que guarda una relación de continuidad con las grandes explosiones de violencia colectiva de nuestro tiempo: “Me interesa este extraño periodo de calma entre los grandes genocidios que estamos viviendo. Trato de comprender dónde se refugia el impulso genocida cuando no hay un auténtico genocidio en marcha. Dudo que la gente haya cambiado milagrosamente desde 1944 y, por supuesto, en Bosnia o Ruanda quedó claro que no ha sido así. Siento curiosidad por los rasgos norteamericanos, británicos o españoles, ahora silenciosos, que pueden llegar a alzar su desagradable cabeza y llevar a alguno de estos cuerdos y pacíficos países a embarcarse en una matanza. Es decir, sospecho que el odio necesario para iniciar un genocidio está latente y que podría haber sutiles señales reveladoras, en el lenguaje y en los comportamientos, que nos alertan tanto de su inminencia como de su procedencia”.
Uno de los escenarios más habituales de los cuentos de Saunders son los parques temáticos. Un cuento de Pastoralia se desarrollaba en un parque de atracciones cuyos empleados tenían que habitar en cuevas prehistóricas artificiales y fingir que curtían pieles y se despiojaban ante los visitantes. Guerracivilandia era un espectáculo dedicado a la Guerra Civil norteamericana, al borde de la quiebra a causa de distintas apariciones sobrenaturales, la presencia de bandas de delincuentes juveniles y, finalmente, la intervención de un servicio de orden paramilitar que extermina a los pandilleros.
En Diez de diciembre toma el relevo de los parques temáticos el lenguaje motivacional de los departamentos de recursos humanos. Saunders usa como materia prima literaria los informes técnicos sobre la implicación personal, el trabajo en equipo o la asertividad para reflexionar sobre la sumisión laboral y las vidas dañadas por la explotación.
De nuevo, hay aquí una interesante conexión con Barbara Ehrenreich, que enSonríe o muere (Turner, 2012) explicaba cómo las estrategias empresariales de motivación personal rápidamente degeneran en dinámicas de control más parecidas al experimento de la cárcel de Stanford que a lo que uno esperaría de una relación laboral: “Una mujer denunció en 2006 a una compañía californiana de alarmas para el hogar por someterla a lo que ellos llamaban ‘azotes motivacionales’. Al personal de ventas los dividían por equipos y a los de peores resultados les daban unos azotes, generalmente con los soportes metálicos de los rótulos de la competencia. Había otros castigos para quien no alcanzara los objetivos, como romperle huevos en la cabeza, echarle nata montada en la cara o hacerle ir con pañales.
Todavía más increíble es el caso de una empresa de Utah llamada Prosper donde en mayo de 2007 un supervisor le hizo a un empleado ‘el submarino’ durante un ejercicio motivacional. Al vendedor, que se había prestado voluntario sin saber qué iba a pasar, le hicieron salir al exterior y tumbarse con la cabeza más baja que los pies; entonces, lo sujetaron entre varios compañeros para que no pudiera moverse, mientras el supervisor le metía agua a la fuerza por la nariz y la boca. Al acabar, el jefe le dijo: ‘Ya vistes con qué fuerza luchaba Chad para respirar; así que quiero que entréis ahí y peleéis igual que él para conseguir ventas’”.




George Saunders / Sé hablar


George Saunders
SÉ HABLAR



Sra. Dña. Ruth Faniglia
210 Lester Street
Rochester, N.Y. 14623



Querida señora Faniglia:


Nos ha apenado mucho recibir su carta del 23 de febrero, acompañando al ¡Sé Hablar! que, con gran desilusión por nuestra parte, nos ha devuelto. En Amor de Niño creemos que ¡Sé Hablar! es una herramienta educativa innovadora y esencial que, con la adecuada dirección de los progenitores, facilita que tanto los bebés como los niños de corta edad tengan un desarrollo temprano poco común. Por consiguiente he pensado utilizar parte de mi tiempo libre (estoy almorzando) para tratar de responder a las cuestiones que nos plantea: tengo su carta delante de mí en el escritorio (¡atestado de papeles!)

martes, 17 de octubre de 2017

George Saunders es favorito de apostadores para el Booker

George Saunders

17 de octubre de 2017

LONDRES (AP) — El novelista estadounidense George Saunders es el favorito de los apostadores para ganar el prestigioso Premio Man Booker para la ficción en inglés por su novela “Lincoln in the Bardo”. El ganador será anunciado en Londres en las próximas horas.

Seis novelas disputan el premio de 50.000 libras (66.000 dólares). En el libro de Saunders, el presidente Abraham Lincoln visita la tumba de su hijo de 11 años en un cementerio en Washington en 1862.

Los otros dos autores estadounidenses finalistas son Paul Auster con “4321”, y Emily Fridlund con “History of Wolves”.
También son finalistas la novelista escocesa Ali Smith con “Autumn”, ambientada en la Inglaterra del Brexit; el británico de origen paquistaní Mohsin Hamid con “Exit West, una historia de migrantes; y Fiona Mozley con su opera prima “Elmet”, la historia de una familia independente amenazada.
El premio, objeto de gran especulación y muchas apuestas, suele aportarle al ganador un gran aumento en las ventas y mucho prestigio.
El ganador recibirá el galardón de manos de Camilla, la esposa del príncipe Carlos.
El premio fue fundado en 1969 y al principio solo estaba abierto a escritores de Gran Bretaña, Irlanda y la Mancomunidad, pero desde 2014 incluye a todos los autores de lengua inglesa.
Los ganadores anteriores incluyen a Salman Rushdie, Ben Okri, Margaret Atwood y Hilary Mantel.
Fuente: Associated Press
AMERICATEVE




jueves, 12 de octubre de 2017

George Saunders / Palos

George Saunders

PALOS

Traducido por Daniel Weller



Todos los años, después de la cena de Acción de Gracias, mi padre sacaba el disfraz de Santa Claus y lo arrastraba hasta una suerte de cruz metálica que había levantado en el jardín. Nosotros formábamos una piña detrás de él y le seguíamos hasta que colocaba allí el disfraz. Durante la semana previa a la Super Bowl, la cruz lucía un jersey y el casco de Rod, y si este quería coger el casco, primero tenía que pedirle permiso a mi padre. El cuatro de julio, la cruz se convertía en el Tío Sam; el Día de los Veteranos, era un soldado; y en Halloween, un fantasma. Aquella cruz era la única concesión de mi padre a las fiestas. Por lo demás, no nos permitía sacar de la caja más de un lápiz de cera a la vez; una Nochebuena le gritó a Kimmie por desperdiciar un trozo de manzana; cada vez que nos poníamos kétchup, lo teníamos a él encima diciendo «Vale, vale, ya basta»; y en las fiestas de cumpleaños había magdalenas en lugar de helado. La primera vez que llevé allí a una cita, la chica me preguntó: «¿Qué es lo que pasa con tu padre y ese poste?», y lo único que pude hacer fue quedarme sentado pestañeando tontamente.
Con el tiempo, Kimmie, Rod y yo nos marchamos, nos casamos, tuvimos hijos y vimos florecer también en nosotros una semilla de mezquindad. Mientras tanto, mi padre empezó a vestir la cruz de forma cada vez más compleja y siguiendo una lógica apenas perceptible. El Día de la Marmota le puso una especie de abrigo de piel y colocó un foco para asegurar la sombra. Después de un terremoto que sacudió Chile, la tumbó y pintó una grieta en el suelo con un aerosol. Cuando mi madre murió, disfrazó a la cruz de Muerte y colgó del travesaño fotos de ella cuando era un bebé. Siempre que pasábamos por allí, encontrábamos amuletos extraños de su juventud dispuestos en torno a la base del poste: medallas del ejército, entradas de teatro, sudaderas viejas o tubos de maquillaje de mi madre.

Un otoño pintó la cruz de amarillo, la cubrió de algodón para proporcionarle abrigo ese invierno y le aseguró descendencia cruzando seis palos de madera y clavándolos a martillazos en diversos puntos del jardín. Tendió cuerdas entre la cruz grande y las tres pequeñas y pegó en ellas, utilizando cinta adhesiva, fichas de archivo en las que pedía disculpas, admitía errores y rogaba comprensión, todo con una caligrafía frenética. Colgó de la cruz metálica un rótulo en el que había escrito AMOR, hizo otro en el que escribió ¿ME PERDONAS?, y murió en el vestíbulo con la radio encendida. Poco después le vendimos la casa a una pareja joven que arrancó todo aquello y lo dejó en la calle el día de recogida de basura.

Nota: Daniel Weller traduce este relato con el nombre de "Palos", pero también se le conoce como "Cruces".

“Sticks”, Harper’s, noviembre de 1995
Tenth of December, New York, Random House, 2013}





George Saunders / No me conformo con emociones ligeras

George Saunders

George Saunders

"No me conformo con emociones ligeras"



MARCEL VENTURA
19/12/2013

Actualizado a 20/12/2013 
En la oficina 212 del edificio de Humanidades dela Universidad de Siracusa (Estados Unidos) está una de las cien personas más influyentes del mundo, según la revista 'Time'. “Del mundo”, George Saunders, el aludido, hace énfasis con sorna antes de sentarse y confesar que apenas ha visitado una decena de países.
Hay al menos tres formas de explicar su influencia. Si se pregunta a cinco escritores estadounidenses quién es el mejor cuentista del país, es probable que al menos cuatro respondan “George Saunders”. Esa es una. Y otra: el pasado enero, 'The New York Times' aseguró que 'Diez de diciembre', su libro más reciente, sería el mejor título del 2013, y aunque hubo alboroto por la presunta exageración, este año, el escritor, nacido en Texas en 1958, ha sido finalista del prestigioso National Book Circle Award y ha ganado el premio PEN/Malamud, que reconoce la mejor colección de relatos de EE.UU. En los cuentos de 'Diez de diciembre' hay una luz difícil que se filtra por las grietas de historias parecidas a la muerte, y no hay lector que salga inmune de semejante tránsito por el miedo. Esa, quizás, es la forma más importante de mostrar su influencia.
George Saunders se quita el abrigo y deja al descubierto una camisa azul de cuadros que da un aire de leñador a su rostro barbado. Desde 1996 es profesor de Escritura Creativa enla Universidadde Siracusa, aunque ahora sólo va los miércoles para enseñar durante seis horas consecutivas. El resto de la semana vive con su esposa en una comunidad budista a dos horas de camino, donde medita y escribe, sin internet, sin gente: “No es que sea ermitaño, es que soy muy nervioso y no sé relacionarme”, dice antes de confesar que sabe poco o nada de literatura en castellano. “Llegué tarde a esto”, se justifica, como si escribir tuviera que ver con llegar primero.

Ha sido el suyo un camino raro. ¿Cuánto tiempo pasó en Sumatra?
Casi dos años.

Estaba en una empresa petrolera.
Una compañía de exploración petrolera, sí, que trabaja con el gobierno de Indonesia. Tenía 25 años, era la primera vez que salía de EE.UU. y entonces mi visión era que la gente que hacía cosas buenas merecía cosas buenas, estupideces así, ¿sabes? Estudié Ingeniería Geofísica porque se me daba bien, mis padres tenían dificultades económicas y me pareció una buena opción, pero fue ese periodo el que cambió mi modo de ver todo. Extrañaba EE.UU. y comencé a leer a Jack Kerouac, leí más a Ernest Hemingway, y me movieron de un modo tan profundo que quise intentar hacer lo que ellos. Esa es la única razón por la que soy escritor, porque unas novelas agitaron mi vida.

Y unos monos.
¡Qué terrible! Sí. Estaba nadando desnudo en un río y al cabo de un rato veo que hay unos monos defecando en el agua. Cogí una infección intestinal que me tuvo varios meses en cama, y justo antes de recibir un bono de 10.000 dólares por cumplir dos años en el campo, decidí que sólo en casa sabrían cuidarme. Fue una antesala a la vejez: no tenía energía, no tenía ganas de hacer nada, era tener 25 años y sentirse de 70… Putos monos, están resentidos porque no son humanos, creo.

Entonces, llega a mediados de los ochenta y decide estudiar Escritura Creativa. ¿Por qué Siracusa?
Bueno, aquí estaban Toby (Tobias Wolff) y Raymond Carver. Si en los ochenta eras un chico estadounidense con ganas de escribir, querías estar cerca de Carver. Creo que él y Toby sacaron a Estados Unidos de un letargo profundo en lo que a narrativa breve se refiere, nos habíamos convertido en un país muy aburrido hasta que llegaron ellos.

¿Y qué tal le fue con Carver?
Nunca me atreví a hablarle. Sé que es estúpido haberlo tenido cerca durante dos años y no atreverme, pero era muy inseguro, había leído mucho menos que mis compañeros y simplemente no tuve el valor. Fue muy difícil digerir su muerte.

La omnipresencia de Saunders en EE.UU. y Reino Unido contrasta con mercados marginales más allá de esos países. Su notabilísimo debut de 1996, 'Guerracivilandia en ruinas', fue publicado por Literatura Mondadori en el 2005 con más pena que gloria, lo mismo que 'Pastoralia', en el 2001. Diez de diciembre es el primer título traducido a 12 idiomas, incluidos el castellano (con Alfabia) y el catalán (con Edicions de 1984). Justo a tiempo, porque los diez cuentos del libro confirman que en George Saunders, en William Vollmann y en el difunto David Foster Wallace brota el relevo más portentoso a la generación de Philip Roth, Cormac McCarthy, Joyce Carol Oates, Don DeLillo o, puestos a invocar muertos, Raymond Carver.
En 'Diez de diciembre' el rastro carveriano se nota a mano alzada en 'Palos', sobre cierto patriarca que utiliza un poste para hacer su propia versión de las festividades del año y que finalmente busca inventar la memoria y el perdón. El resto del libro es la depuración de una voz a la que el adjetivo “original” no hace justicia. Un ejemplo: “Escapar de la cabeza de la araña”, la narración del laboratorio de una farmacéutica empeñada en dar con una droga para provocar el amor más profundo y luego inhibirlo sin dejar rastro, o al menos eso para comenzar. Al poco tiempo, los experimentos se complican, la serie de medicamentos patentados se amontonan y el protagonista asiste desconsolado a la automatización de todo, incluida la muerte. En “Vuelta de honor”, una quinceañera espléndida es secuestrada por un violador ante la mirada nerviosa de un vecinito debatiéndose sobre lo que debe o no hacer. “Diez de diciembre” –del que toma el título el libro– versa sobre un personaje que inventa artes marciales y un héroe suicida que quiere huir del cáncer. Y así sucesivamente...
Saunders ha escrito un libro desde las conciencias confundidas de personajes frágiles para explorar los límites de la bondad y lo ha hecho con una ambición lingüística tan grande que todo se escucha nuevo, vivo, irrepetible.

Dicen que usted es oscuro y satírico. ¿Es la oscuridad el mejor lugar para ejercer la sátira?
Mmm… Mañana por la tarde podría tener una respuesta, pero mientras tanto debo decir que nunca me he considerado un satírico. Con mi primer libro lo dijeron y me alegré, pero siempre he mirado mucho más a Raymond Carver y a Tobias Wolff. En algún punto me di cuenta de que para sentirme cómodo con mi literatura debía ser gracioso, fue mi gran descubrimiento, pero lo que siempre me ha importado es la emoción, nunca ser sólo locuaz o tener un buen trasfondo político. Creo que la sátira debe venir de una sensación de plenitud, y yo no tengo eso, no soy bueno con el realismo social ni describiendo cómo interactúa la gente. No me interesa, ¿sabe? Pero amo la cultura popular, amo tener tanto que usar al vivir en EE.UU. Al final tiene que ver con lo que dijo Faulkner: “El corazón humano en conflicto consigo mismo”. Suscribo eso, pero cuando voy a hacerlo tengo que usar este material extraño que abunda en EE.UU. y por eso parece que lo satirizo. Pero no, sólo siento que lo estoy usando, que es otro ingrediente más en la mezcla. Lo de la oscuridad sí me molesta más, porque no me veo como una persona oscura. Cada vez que alguien dice que soy oscuro me pongo a la defensiva. Una historia donde alguien se suicida es oscura en teoría, pero si escribo de forma “oscura” es porque es el único modo que tengo de conseguir calor en la escritura y, créame, he intentado otros modos. Podría teorizar sobre la oscuridad, pero la uso simplemente porque da buena temperatura a mi narrativa, esa es la respuesta. Recuerdo que una vez escribí un cuento precioso sobre una persona que estaba en la iglesia y empieza a tener emociones y sentir revelaciones, y era muy luminosa la historia, pero aburridísima y falsa. Mi modelo de justificación es que mis cuentos suelen ocurrir en el peor día posible de mis personajes, pero un cuento, como cualquier obra de arte, ocurre a través de dinámicas internas, así que esa superficie oscura puede guardar luminosidad y esperanza. Una película de dos cucarachas hablando encima de un pedazo de mierda puede ser preciosa, puede haber una cucaracha que diga: “Vámonos de la mierda, muchachos, es mala para nosotros”. La peculiaridad de la cultura estadounidense es que cuando una historia es percibida como oscura hay una tendencia a pensar que es también una posición ante la vida, que la vida es oscura. Para mí es todo lo contrario y así lo es desde La metamorfosis: es trágico ser un insecto espantoso, pero la historia es luminosa.

Tal vez el mejor ejemplo del libro es “Diez de diciembre”.
Así lo creo. No importa que traigamos a un salvador al mundo y lo matemos, al menos hay un salvador.

Siguiendo esta idea, ¿qué es un final feliz?
Cuando una historia patea culos. Ese es un final feliz. Cuando la historia alcanza todo su potencial honestamente y llegas a ese momento donde dices: “¡Sí!”. Los finales felices no tienen que ver con el efecto sobre la vida de los personajes sino con la capacidad del escritor para llevar todas las fuerzas de la historia a casa, al lugar que le corresponde a cada una.

¿No tiene momentos donde escribe algo espantoso y dice “qué fuerte, mejor lo borro”? No sé si le pasó en “Escapando de la cabeza de la araña”.
No, nada de eso, nunca me ha pasado.

Muy buen cuento, por cierto.
Sí que da miedo ese cuento, ¿verdad? Me dio mucho miedo escribirlo. Pero es como estar en el parque y ver que alguien te tira un frisbee: si crees que puedes atajarlo, lo vas a atajar. Bueno, así pasó con el final. Yo nunca tendré problemas con borrar algo poderoso y genuino, sino con hacer pasar algo normal por algo poderoso. No me preocupa cuanto de violento pueda ponerse todo, porque finalmente es un juego. Ningún ser humano real fue lastimado durante el desarrollo de la historia. Cuando en ajedrez matas a la reina, no te dices a ti mismo: “¡Oh!, pobre señora”. Tal vez ocurre algo similar con la historia y, si lo que te pide es oscuro, tienes que darle algo oscuro. Traicionar tu historia es lo peor que podrías hacer. Si te dice que mates a un personaje, tienes que hacerlo, no puedes acobardarte.

¿La buena literatura no consiste en decir: “Pobre señora” cuando la reina muere?
En parte…

No es una pregunta retórica.
Mi opinión muy personal es que sí, que la literatura trata de eso. Aún más, no sólo decir: “Pobre señora”, sino sentirlo, sentirlo muy profundo. Y no sólo sentir eso, también algo así como: “Bueno, era la reina, ¿por qué se fue al frente de batalla?”.
No me conformo con emociones ligeras, quiero que sientas que estamos leyendo el mismo texto hombro con hombro y que si yo me inclino, tú te inclinas, y que si la reina muere y digo que me da lástima, que te dé lástima a ti también. Finalmente, las relaciones entre el escritor y sus lectores son conmovedoras y profundas porque somos diferentes, pero no tanto, porque la frontera cae en si le hago algo a la reina que a ti te obligue a retorcerte. Es una intimidad cruzada entre seres, y creo que debe tener una representación neurológica: si doy un detalle físico, como “su ropa olía a grama recién cortada”, y tú tienes una sensación, supongo que lo mismo que se disparó en mi cerebro al pensarlo es lo mismo que se dispara en el tuyo al leerlo. Es sorprendente, especialmente cuando el autor lleva cien años muerto. Esa conexión íntima es la literatura.

En el budismo, el yo queda un poco anulado, y siendo usted budista, ¿existe literatura sin yo?
Creo que se trata precisamente de eso. Estudio budismo formalmente desde hace diez años, pero creo que empecé a hacerlo a mi modo desde mucho antes. Por un lado, al escribir te imaginas a alguien que no eres tú, y por otro lado, esa revisión consciente de tu propio trabajo es un desdoblamiento del yo porque es algo que una parte de ti produjo y otra parte de ti está viendo. Eso imita de algún modo lo que es la meditación. Hiciste esto perfecto ayer, pasa un día, avanzas un día en la visión de ti mismo y eres capaz de ver lo que la historia quiere decir: no lo que quieres que diga, no lo que esperas que diga sino lo que quiere decir. Eso, si no es espiritual, es muy similar.

Ingeniería metafísica.
Debe ser exactamente eso, sí.

A esta altura de la entrevista, George Saunders lleva quince minutos conduciendo por los suburbios de Siracusa con la sospecha de que todas las intersecciones llevan a una misma calle infinita. Quiere ejercer de guía local y dar al visitante una vuelta por casas de difuntos ilustres, pero estudia seriamente la posibilidad de que un cuento suyo se haya escapado de algún libro. “No podremos salir nunca de aquí”, se rasca la espesa barba con un gesto de preocupación, porque en este coche los dos ocupantes saben que si esta escena la escribió él y la realidad ha sido secuestrada, en cualquier momento ocurrirá algo fatal que cambiará ambas vidas para siempre.
A la cuarta vuelta en una rotonda frente a un parque lleno de arces anaranjados, dos ciervos aparecen sobre el césped. El periodista se teme lo peor. Si este es un cuento suyo, un cazador matará a la mamá de Bambi, o los animales comenzarán a comerse entre ellos, o el coche resbalará hasta golpearlos mientras un niño ve desde su habitación lo ocurrido y pregunta a su padre, con una enfermedad terminal, si la muerte es invencible.
Pero no. Los ciervos desaparecen en el retrovisor, la ficción queda temporalmente derrotada y Saunders encuentra la salida hacia su hogar en un cruce a la derecha. Su esposa lo espera para cenar.

Hace unos meses se difundió un ­discurso que dio usted en su universidad a los nuevos estudiantes. Hablaba usted acerca de la importancia de la bondad…
No sé bien qué es la bondad, sólo puedo reconocer algunas de sus características. Como escritor, bondad es prestar atención a tus personajes, más o menos como a tus amigos. Ya sabe, llega tu amigo y empieza a gritar de forma muy masculina cosas sobre el partido de anoche, y tú dices: “Sí, sí, fue un buen partido. Ahora dime, ¿por qué estamos aquí?”. Finalmente, se quitará la máscara y dirá que está ahí para hablar de su divorcio y no del partido. Tú fuiste bondadoso porque esperaste. La bondad es permanecer al lado de alguien, significa quedarse callado y escuchar.

¿Y hay bondad en su libro?
La bondad es importante en mi vida, no creo que en el libro. Es decir, claro que es bondadoso quedarse 12 años con unos personajes para terminar un cuento, como en “Los diarios de las chicas Semplica”, pero tengo claro que ser bondadoso no consiste en tener gente feliz en un cuento.
Y en la vida, ¿tiene que ver con la ­felicidad?
La bondad es confusión, es lidiar con las creencias viscerales de que somos el centro del universo y que al mismo tiempo el universo no nos afecta, que allá están los demás, y aquí, yo. Eso es lo que nos lleva a cometer faltas de bondad y de alguna manera está presente en relatos como “Vuelta de honor”. En “Diez de diciembre” y en “A casa” escribí sobre el amor y el matrimonio de forma muy breve. Casi me da vergüenza, pensé que nunca lo haría.

Hace una dedicatoria a su esposa en el libro, muy conmovedora.
Llevamos 25 años casados y cada día me pregunto cuánto tiempo más me ­soportará esa mujer. Fue escribiendo este libro como logré entender de qué va el matrimonio, ¿sabe? Conseguir esa persona que te ha visto en todos los climas y te ha aceptado de vuelta sin importar lo que hayas hecho.