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sábado, 16 de diciembre de 2023

Sarah Helen Whitman / Breve historia de una poeta olvidada

Sarah Helen Whitman

Sarah Helen Whitman: breve historia de una poeta olvidada

Mariana Enriquez
16 de octubre de 2022

Providence es una ciudad en Rhode Island, costa este de los Estados Unidos, la zona del país que con más habilidad esconde la pobreza. En la ciudad, casi un 30% de la población es pobre. En el centro, sin embargo, cerca de la universidad de Brown –que es dueña de muchos edificios espectaculares-- todo es elegancia puritana: las casas de madera, las bibliotecas como templos, el río silencioso, los viejos cementerios. Es una de las primeras ciudades del país y es famosa, entre otras cosas, por ser el hogar de H.P. Lovecraft, gran maestro del terror, misántropo extremo, racista convencido, mitólogo sin precedentes. La ciudad, sin embargo, no lo quiere. Basta leer sus ofensivas cartas, incluso para la época, los años 20, para enterarse de por qué la tirria. Un pequeño monolito lo recuerda, con su perfil en bronce, pero una estatua más importante, que lo presenta con gatos alrededor y tamaño natural, languidece en casa de su autor: la ciudad no quiere apoyar tanto a su controvertido ciudadano más famoso. La biblioteca que tiene sus manuscritos, casi la totalidad de su obra, muestra sus tesoros con cierta reluctancia y no se lo estudia en la Universidad. Cada dos años, eso sí, se organiza la convención Necronomi-con para fans y artistas y escritores que celebran su figura. La venganza final de Lovecraft para esta ciudad que lo desdeña es su tumba: un poco escondida, modesta, tiene algunas flores y muchas monedas (es el tributo principal, porque murió en la miseria) y el epitafio, definitivo y desafiante, es “I Am Providence”, que quiere decir Yo Soy Providence. En algún sentido es verdad: muchos de sus relatos describen la ciudad y él sólo fue capaz de vivir ahí. Su casa, sin embargo, fue cambiada de lugar: del emplazamiento original la trasladaron a unos 300 metros de distancia. Ahora vive una familia en la propiedad, que no está abierta al público. No hay museo Lovecraft ni nada parecido.

sábado, 9 de octubre de 2021

Criar cuervos como María Antonieta y darles voz como Poe



Criar cuervos como María Antonieta y darles voz como Poe

Los córvidos han inspirado supersticiones, leyendas, novelas y poemas. Su fuerte carga simbólica aterrorizó a Napoleón y fascinó a los románticos


Boria Sax
25 de junio de 2019

En la campiña inglesa ha persistido hasta hoy cierta consideración hacia el cuervo, la cual a veces raya en la reverencia. A finales del siglo XVIII, el pastor y naturalista Gilbert White hablaba de manera conmovedora de los córvidos en The Natural History of Selborne. Desde tiempos inmemoriales, los cuervos habían anidado en la cima de la copa de un enorme roble a las afueras del pueblo. Los muchachos de varias generaciones habían tratado de trepar por el roble, pero era en vano, ya que abandonaban ante lo imponente de la tarea. Finalmente, talaron el roble para proporcionar madera para el Puente de Londres. Hicieron un corte en el tronco y colocaron cuñas en su interior, y el árbol se sacudió con los fuertes golpes de las mazas hasta que el tronco por fin empezó a caer. La madre de la familia de los cuervos, sin embargo, se negó a marcharse y a abandonar su nido y a sus polluelos, de manera que acabó cayendo al suelo y murió. El pastor White, un observador excepcionalmente atento y sin inclinaciones al melodrama, se limitó a comentar acerca de la madre cuervo que “su afecto maternal merecía un destino mejor”. Los lectores quizá la viesen como una mártir de la industria y el comercio. 

viernes, 11 de diciembre de 2020

Poe / Un descenso al Maelström

 


Edgar Allan Poe
Un descenso al Maelström

(“A Descent into the Maelström”, 1841)

Los caminos de Dios en la naturaleza y en la providencia no son como nuestros caminos; y nuestras obras no pueden compararse en modo alguno con la vastedad, la profundidad y la inescrutabilidad de Sus obras, que contienen en sí mismas una profundidad mayor que la del pozo de Demócrito.
(Joseph Glanvill)


      Habíamos alcanzado la cumbre del despeñadero más elevado. Durante algunos minutos, el anciano pareció demasiado fatigado para hablar.
       —Hasta no hace mucho tiempo —dijo, por fin— podría haberlo guiado en este ascenso tan bien como el más joven de mis hijos. Pero, hace unos tres años, me ocurrió algo que jamás le ha ocurrido a otro mortal… o, por lo menos, a alguien que haya alcanzado a sobrevivir para contarlo; y las seis horas de terror mortal que soporté me han destrozado el cuerpo y el alma. Usted ha de creerme muy viejo, pero no lo soy. Bastó algo menos de un día para que estos cabellos, negros como el azabache, se volvieran blancos; se debilitaron mis miembros, y tan frágiles quedaron mis nervios, que tiemblo al menor esfuerzo y me asusto de una sombra. ¿Creerá usted que apenas puedo mirar desde este pequeño acantilado sin sentir vértigo?

jueves, 10 de diciembre de 2020

Poe / El barril de amontillado

 




Edgar Allan Poe El barril de amontillado


(“The Cask of Amontillado”, 1846)



      Había yo soportado hasta donde me era posible las mil ofensas de que Fortunato me hacía objeto, pero cuando se atrevió a insultarme juré que me vengaría. Vosotros, sin embargo, que conocéis harto bien mi alma, no pensaréis que proferí amenaza alguna. Me vengaría a la larga; esto quedaba definitivamente decidido, pero, por lo mismo que era definitivo, excluía toda idea de riesgo. No sólo debía castigar, sino castigar con impunidad. No se repara un agravio cuando el castigo alcanza al reparador, y tampoco es reparado si el vengador no es capaz de mostrarse como tal a quien lo ha ofendido.

Poe / El barril del amontilado / Versión gráfica


Edgar Allan Poe
EL BARRIL DEL AMONTILADO
Adaptación de Archie Goodwin
Ilustraciones de Reed Crandall












martes, 8 de diciembre de 2020

Poe / El corazón delator

 



Edgar Allan Poe
El corazón delator

The Tell-Tale Heart by Edgar Allan Poe


      ¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen… y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Poe / El retrato oval

 



Edgar Allan Poe
El retrato oval

The Oval Portrait by Edgar Allan Poe


      El castillo al cual mi criado se había atrevido a entrar por la fuerza antes de permitir que, gravemente herido como estaba, pasara yo la noche al aire libre, era una de esas construcciones en las que se mezclan la lobreguez y la grandeza, y que durante largo tiempo se han alzado cejijuntas en los Apeninos, tan ciertas en la realidad como en la imaginación de Mrs. Radcliffe. Según toda apariencia, el castillo había sido recién abandonado, aunque temporariamente. Nos instalamos en uno de los aposentos más pequeños y menos suntuosos. Hallábase en una apartada torre del edificio; sus decoraciones eran ricas, pero ajadas y viejas. Colgaban tapices de las paredes, que engalanaban cantidad y variedad de trofeos heráldicos, así como un número insólitamente grande de vivaces pinturas modernas en marcos con arabescos de oro. Aquellas pinturas, no solamente emplazadas a lo largo de las paredes sino en diversos nichos que la extraña arquitectura del castillo exigía, despertaron profundamente mi interés, quizá a causa de mi incipiente delirio; ordené, por tanto, a Pedro que cerrara las pesadas persianas del aposento —pues era ya de noche—, que encendiera las bujías de un alto candelabro situado a la cabecera de mi lecho y descorriera de par en par las orladas cortinas de terciopelo negro que envolvían la cama. Al hacerlo así deseaba entregarme, si no al sueño, por lo menos a la alternada contemplación de las pinturas y al examen de un pequeño volumen que habíamos encontrado sobre la almohada y que contenía la descripción y la crítica de aquéllas.

Poe / La verdad sobre el caso del señor Valdemar

 


Edgar Allan Poe
La verdad sobre el caso del señor Valdemar

The Facts in the Case of M. Valdemar by Edgar Allan Poe

      De ninguna manera me parece sorprendente que el extraordinario caso del señor Valdemar haya provocado tantas discusiones. Hubiera sido un milagro que ocurriera lo contrario, especialmente en tales circunstancias. Aunque todos los participantes deseábamos mantener el asunto alejado del público —al menos por el momento, o hasta que se nos ofrecieran nuevas oportunidades de investigación—, a pesar de nuestros esfuerzos no tardó en difundirse una versión tan espuria como exagerada que se convirtió en fuente de muchas desagradables tergiversaciones y, como es natural, de profunda incredulidad.
       El momento ha llegado de que yo dé a conocer los hechos —en la medida en que me es posible comprenderlos—. Helos aquí sucintamente:
       Durante los últimos años el estudio del hipnotismo había atraído repetidamente mi atención. Hace unos nueve meses, se me ocurrió súbitamente que en la serie de experimentos efectuados hasta ahora existía una omisión tan curiosa como inexplicable: jamás se había hipnotizado a nadie in articulo mortis. Quedaba por verse si, en primer lugar, un paciente en esas condiciones sería susceptible de influencia magnética; segundo, en caso de que lo fuera, si su estado aumentaría o disminuiría dicha susceptibilidad, y tercero, hasta qué punto, o por cuánto tiempo, el proceso hipnótico sería capaz de detener la intrusión de la muerte. Quedaban por aclarar otros puntos, pero éstos eran los que más excitaban mi curiosidad, sobre todo el último, dada la inmensa importancia que podían tener sus consecuencias.

Poe / La caída de la Casa Usher

 


Edgar Allan Poe La caída de la Casa Usher 


“The Fall of the House of Usher”, 1839


Son coeur est un luth suspendu;
Sitôt qu’on le touche, il résonne.

(De Bèranger)


      Durante todo un día de otoño, triste, oscuro, silencioso, cuando las nubes se cernían bajas y pesadas en el cielo, crucé solo, a caballo, una región singularmente lúgubre del país; y, al fin, al acercarse las sombras de la noche, me encontré a la vista de la melancólica Casa Usher. No sé cómo fue, pero a la primera mirada que eché al edificio invadió mi espíritu un sentimiento de insoportable tristeza. Digo insoportable porque no lo atemperaba ninguno de esos sentimientos semiagradables por ser poéticos, con los cuales recibe el espíritu aun las más austeras imágenes naturales de lo desolado o lo terrible. Miré el escenario que tenía delante —la casa y el sencillo paisaje del dominio, las paredes desnudas, las ventanas como ojos vacíos, los ralos y siniestros juncos, y los escasos troncos de árboles agostados— con una fuerte depresión de ánimo únicamente comparable, como sensación terrena, al despertar del fumador de opio, la amarga caída en la existencia cotidiana, el horrible descorrerse del velo. Era una frialdad, un abatimiento, un malestar del corazón, una irremediable tristeza mental que ningún acicate de la imaginación podía desviar hacia forma alguna de lo sublime. ¿Qué era —me detuve a pensar—, qué era lo que así me desalentaba en la contemplación de la Casa Usher? Misterio insoluble; y yo no podía luchar con los sombríos pensamientos que se congregaban a mi alrededor mientras reflexionaba. Me vi obligado a incurrir en la insatisfactoria conclusión de que mientras hay, fuera de toda duda, combinaciones de simplísimos objetos naturales que tienen el poder de afectarnos así, el análisis de este poder se encuentra aún entre las consideraciones que están más allá de nuestro alcance. Era posible, reflexioné, que una simple disposición diferente de los elementos de la escena, de los detalles del cuadro, fuera suficiente para modificar o quizá anular su poder de impresión dolorosa; y, procediendo de acuerdo con esta idea, empujé mi caballo a la escarpada orilla de un estanque negro y fantástico que extendía su brillo tranquilo junto a la mansión; pero con un estremecimiento aún más sobrecogedor que antes contemplé la imagen reflejada e invertida de los juncos grises, y los espectrales troncos, y las vacías ventanas como ojos.

Poe / Arthur Gordon Pym



Edgar Allan Poe
Arthur Gordon Pym




domingo, 22 de noviembre de 2020

Quince obras maestras de la cultura que fueron masacradas en su momento

Edgar Allan Poe

Quince obras maestras de la cultura que fueron masacradas en su momento

Discos, pinturas, películas o libros que hoy son piezas fundamentales fueron en origen maltratadas por los críticos e ignoradas por el público. Esta es la historia de algunas de ellas

Eduardo Bravo
5 de diciembre de 2019

Al entierro de Edgar Allan Poe (Boston, 1809- Baltimore, 1849) asistieron siete personas. Murió sin un centavo y sin que nadie reconociera su talento. Y eso que trabajó a destajo publicando sus poemas y sus cuentos en revistas y editoriales que le pagaban una miseria. La historia de la cultura está llena de artistas y obras incomprendidas que años más tarde obtuvieron todo el reconocimiento. Para algunos fue tarde (habían muerto); con otros, sin embargo, se hizo justicia en vida.
Estos son algunos casos...

domingo, 5 de marzo de 2017

La estética del miedo / Creadores desde el lado oscuro

Edgar Allan Poe


LA ESTÉTICA DEL MIEDO

Creadores desde el lado oscuro


FIETTA JARQUE
27 AGO 2005

ALGUNOS DE los escritores y pintores más señalados del género del terror, lo fueron quizá a causa de sus propias pesadillas y delirios, así como su afición a ciertas sectas o conocimientos de ciencias ocultas. Edgar Allan Poe (Boston, 1809-Baltimore, 1849) es uno de ellos. Hijo de cómicos ambulantes que murieron siendo él niño, fue recluido en un internado en Inglaterra a los seis años. Su temprana afición al alcohol y otras drogas, le valió el repudio de su tutor, a su vuelta a Estados Unidos, y tuvo que buscarse penosamente la vida, lastrado por sus vicios. El autor de El gato negro, Los crímenes de la Rue Morgue, El hundimiento de la Casa Usher o El escarabajo de oro murió hecho un vagabundo a los 40 años, en medio de terribles delirios, tras ser encontrado tirado en una calle.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Poe / William Wilson

Ilustración de Arthur Rackham  (1935)
Edgar Allan Poe
William Wilson




«¿Qué decir de ella?
¿Qué decir de la torva conciencia,
de ese espectro en mi camino?».

(Chamberlayne, Pharronida)
      Permitidme que, por el momento, me llame a mí mismo William Wilson. Esta blanca página no debe ser manchada con mi verdadero nombre. Demasiado ha sido ya objeto del escarnio, del horror, del odio de mi estirpe. Los vientos, indignados, ¿no han esparcido en las regiones más lejanas del globo su incomparable infamia? ¡Oh proscrito, oh tú, el más abandonado de los proscritos! ¿No estás muerto para la tierra? ¿No estás muerto para sus honras, sus flores, sus doradas ambiciones? Entre tus esperanzas y el cielo, ¿no aparece suspendida para siempre una densa, lúgubre, ilimitada nube?

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Poe / El pozo y el péndulo


Edgar Allan Poe
El pozo y el péndulo





Impia tortorum longas hic turba furores
Sanguina innocui, nao satiata, aluit.
Sospite nunc patria, fracto nunc funeris antro,
Mors ubi dira fuit vita salusque patent.

(Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que ha de ser erigido en el emplazamiento del Club de los Jacobinos en París)


      Sentía náuseas, náuseas de muerte después de tan larga agonía; y, cuando por fin me desataron y me permitieron sentarme, comprendí que mis sentidos me abandonaban. La sentencia, la atroz sentencia de muerte, fue el último sonido reconocible que registraron mis oídos. Después, el murmullo de las voces de los inquisidores pareció fundirse en un soñoliento zumbido indeterminado, que trajo a mi mente la idea de revolución, tal vez porque imaginativamente lo confundía con el ronroneo de una rueda de molino. Esto duró muy poco, pues de pronto cesé de oír. Pero al mismo tiempo pude ver… ¡aunque con qué terrible exageración! Vi los labios de los jueces togados de negro. Me parecieron blancos… más blancos que la hoja sobre la cual trazo estas palabras, y finos hasta lo grotesco; finos por la intensidad de su expresión de firmeza, de inmutable resolución, de absoluto desprecio hacia la tortura humana. Vi que los decretos de lo que para mí era el destino brotaban todavía de aquellos labios. Los vi torcerse mientras pronunciaban una frase letal. Los vi formar las sílabas de mi nombre, y me estremecí, porque ningún sonido llegaba hasta mí. Y en aquellos momentos de horror delirante vi también oscilar imperceptible y suavemente las negras colgaduras que ocultaban los muros de la estancia. Entonces mi visión recayó en las siete altas bujías de la mesa. Al principio me parecieron símbolos de caridad, como blancos y esbeltos ángeles que me salvarían; pero entonces, bruscamente, una espantosa náusea invadió mi espíritu y sentí que todas mis fibras se estremecían como si hubiera tocado los hilos de una batería galvánica, mientras las formas angélicas se convertían en hueros espectros de cabezas llameantes, y comprendí que ninguna ayuda me vendría de ellos. Como una profunda nota musical penetró en mi fantasía la noción de que la tumba debía ser el lugar del más dulce descanso. El pensamiento vino poco a poco y sigiloso, de modo que pasó un tiempo antes de poder apreciarlo plenamente; pero, en el momento en que mi espíritu llegaba por fin a abrigarlo, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia, las altas bujías se hundieron en la nada, mientras sus llamas desaparecían, y me envolvió la más negra de las tinieblas. Todas mis sensaciones fueron tragadas por el torbellino de una caída en profundidad, como la del alma en el Hades. Y luego el universo no fue más que silencio, calma y noche.

Poe / El gato negro


Edgar Allan Poe
El gato negro


      No espero ni remotamente que se conceda el menor crédito a la extraña, aunque familiar historia que voy a relatar. Sería verdaderamente insensato esperarlo cuando mis mismos sentidos rechazan su propio testimonio. No obstante, yo no estoy loco, y ciertamente no sueño. Pero, por si muero mañana, quiero aliviar hoy mi alma. Me propongo presentar ante el mundo, clara, suscintamente y sin comentarios, una serie de sencillos sucesos domésticos. Por sus consecuencias, estos sucesos me han torturado, me han anonadado. Con todo, sólo trataré de aclararlos. A mí sólo horror me han causado, a muchas personas parecerán tal vez menos terribles que estrambóticos. Quizá más tarde surja una inteligencia que de a mi visión una forma regular y tangible; una inteligencia más serena, más lógica, y, sobre todo, menos excitable que la mía, que no encuentre en las circunstancias que relato con horror más que una sucesión de causas y de efectos naturales.

Poe / Manuscrito hallado en una botella


Edgar Allan Poe
Manuscrito hallado en una botella(*)


Qui n’a plus qu’un moment à vivre
N’a plus rien à dissimuler.

(Quinault, Atys)



      De mi país y mi familia poco tengo que decir. Un trato injusto y el andar de los años me arrancaron del uno y me alejaron de la otra. Mi patrimonio me permitió recibir una educación esmerada, y la tendencia contemplativa de mi espíritu me facultó para ordenar metódicamente las nociones que mis tempranos estudios habían acumulado. Las obras de los moralistas alemanes me proporcionaban un placer superior a cualquier otro; no porque admirara equivocadamente su elocuente locura, sino por la facilidad con que mis rígidos hábitos mentales me permitían descubrir sus falsedades. Con frecuencia se me ha reprochado la aridez de mi inteligencia, imputándome como un crimen una imaginación deficiente; el pirronismo de mis opiniones me ha dado fama en todo tiempo. En realidad temo que mi predilección por la filosofía física haya inficionado mi mente con un error muy frecuente en nuestra época: aludo a la costumbre de referir todo hecho, aun el menos susceptible de dicha referencia, a los principios de aquella disciplina. En general, no creo que nadie esté menos sujeto que yo a desviarse de los severos límites de la verdad, arrastrado por losignes fatui de la superstición. Me ha parecido apropiado hacer este proemio, para que el increíble relato que he de hacer no sea considerado como el delirio de una imaginación desenfrenada, en vez de la experiencia positiva de una inteligencia para quien los ensueños de la fantasía son letra muerta y nulidad.

martes, 6 de septiembre de 2016

Poe / La máscara de la muerte roja




Edgar Allan Poe
LA MÁSCARA DE LA MUERTE ROJA

La Muerte Roja había devastado el país durante largo tiempo. Jamás una peste había sido tan fatal y tan espantosa. La sangre era encarnación y su sello: el rojo y el horror de la sangre. Comenzaba con agudos dolores, un vértigo repentino, y luego los poros sangraban y sobrevenía la muerte. Las manchas escarlata en el cuerpo y la cara de la víctima eran el bando de la peste, que la aislaba de toda ayuda y de toda simpatía, y la invasión, progreso y fin de la enfermedad se cumplían en media hora.

lunes, 5 de septiembre de 2016

Poe / La carta robada / Borges



Edgar Allan Poe
La Carta Robada
Traducción de Jorge Luis Borges


Nil sapientiae odiosius acumine nimio.
SENECA

EN un desapacible anochecer del otoño de 18... me hallaba en París, gozando de la doble fruición de la meditación taciturna y del nebuloso tabaco, en compañía la de mi amigo C. Auguste Dupin, en su biblioteca, au troisiéme, Nº 33 Rue Dunôt, Faubourg St. Germain. Hacía lo menos una hora que no pronunciábamos una palabra: parecíamos lánguidamente ocupados en los remolinos de humo que empañaban el aire. Yo, sin embargo, estaba recordando ciertos problemas que habíamos discutido esa tarde; hablo del doble asesinato de la Rue Morgue y de la desaparición de Marie Rogêt. Por eso me pareció una coincidencia que apareciera, en la puerta de la biblioteca, Monsieur G., Prefecto de la policía de París.

Benjamin Lacombe / Cuentos macabros


Benjamin Lacombe

CUENTOS MACABROS
Benjamin Lacombe

"Lo difícil es ilustrar a Allan Poe y convertirlo en clásico"

Por Carmen Sigüenza
16/12/2011 - EFE, Madrid



La inspiración que genera Edgar Allan Poe, el inventor de la novela policiaca y el cuento moderno, es infinita. Ahora el gran ilustrador francés Benjamin Lacombe se ha metido en el universo que encierran los "Cuentos Macabros" del autor norteamericano para cubrirlo de imágenes y crear otra obra de arte.

Rafael Narbona / La última borrachera de Edgar Allan Poe


Rafael Narbona
LA ÚLTIMA BORRACHERA
DE EDGAR ALLAN POE

Para Marisa, que vuelve a ser una niña al notar la piel erizada de terror

Desde hace cuatro días, no he dejado de beber. Ya no me queda dinero, pero en las esquinas aún hay almas compasivas que se desprenden de unas monedas, cuando extiendes la mano y desvías la mirada. 

Hay algo incomprensible y particularmente doloroso en la caridad. Sientes vergüenza, gratitud, despecho, rencor. Yo intento no recordar los rostros. Sólo pienso en la siguiente copa. Imagino que mi prometida estará preocupada. Imagino que mis amigos piensan que he vuelto a las andadas. Sé que parezco un mendigo, uno de esos seres desventurados que huyen de sí mismos, intentando borrar su nombre y su pasado, incapaces de sostener la mirada frente a un escaparate, donde se refleja toda su miseria.