Alfred Hithcock / Daphne du Maurier
'Los pájaros', una película genial
ÁNGEL FERNÁNDEZ-SANTOS
17 MAY 1982
Parece que los terrores favoritos de Ibáñez Serrador se despiden con una de las obras maestras omitidas, entre programaciones de relleno, en este ciclo. Más vale tarde que nunca. Se trata de Los pájaros, de Alfred Hitchcock, una de las películas más redondas de su autor, e indiscutiblemente un filme apasionante, perfecto, al mismo tiempo irónico y escalofriante, lleno de horror y humor es dosis indiferenciables, pues no hay manera de averiguar donde acaban los confines de uno y comienza la frontera del otro.
La historia original proviene de un cuento de Daphne du Maurier que Hitchcock reelaboró y sacó puntas por todas sus partes chatas. La distribución argumental es de singular sagacidad y va situando poco a poco al espectador en un lugar intermedio entre la mirada de Hitchcock, ligeramente distanciada del relato, y cierta inevitable identificación progresiva con los personajes, lo que acaba por convertirle en percha que recibe todos los palos, mosca atrapada por la más sutil tela de araña trenzada nunca por un director de cine.
El inicial ritmo desenvuelto de comedia va adquiriendo poco a poco tonalidades sorprendentes, graves, casi lúgubres, para acabar en una especie de apocalipsis cotidiana de fuerza y proporciones casi inimaginables. La capacidad de juego del fabulador y geómetra Hitchcock alcanza tales rizos de virtuosismo, que uno ha de frotarse los ojos en algunas situaciones, de tregua del relato, que el espectador aprovecha para preguntarse qué demonios se propone hacer con sus emociones ese viejo y gordo inglés capaz de convertir a un periquito en Drácula.
Sin embargo, Los pájaros es más, mucho más que un juego. Los grandes filmes de Hitchcock tienen niveles de captura diferentes, en capas superpuestas, que él monda como una cebolla. La gran paradoja, y también uno de los signos específicos del inimitable talento de este cineasta, es que Hitchcock opera con signos de sorprendente exactitud formal, pero bajo los que brota una fuente de sensaciones no tan nítida como su marco, sino tocadas de una rara ambiguedad, e incluso de una una polivalencia, que les añade un inesperado poder de desazón adicional.
En el armónico y primaveral mundo de los inofensivos pájarillos de un pueblecito costero de California, aparece un buen dia, con gradaciones fastuosas, lo inesperado: un cambio de humor en la conducta de estos animalitos que han alimentado durante siglos al ternurismo bucólico y a los tópicos del lirismo blando. Y los angelitos emplumados se hacen bichos, alimañas, demonios homicidas. La gran patraña de la docilidad, la mansedumbre y la domesticidad de la naturaleza es vuelta por Hitchcock del revés. A la inquietud sensorial y emocional que arrastra el suceso, le va añadiendo otra inquietud más radical y difusa, sobre los comportamientos secretos de los espectadores y sobre la costum bre humana de proyectar sobre la naturaleza sus propias categorías sociales, estéticas e incluso éticas. Y Hitchcock, con una fuerza surreal casi hiriente, nos hace padecer los efectos de una revolución en la que el manso pájaro, en masas sublevadas, ataca a su opresor humano al espectador. Como tantas veces, cuando Hitchcock afina, en su cine aparece el ácido de la subversión, la bofetada contra lo establecido.