El regreso literario de 007
Tras los festejos del centenario de Ian Fleming, marcados por la publicación en 2008 de “La esencia del mal” de Sebastian Faulks, prosiguen las misiones literarias de 007 con “Carta blanca” (Umbriel) de Jeffery Deaver. Pese a su título, el carácter icónico del personaje y el control de los herederos de Fleming condicionan la flexibilidad de la saga en unos límites estrictos. Al mismo tiempo, el siglo XXI obviamente exige actualizaciones. Veamos cómo la última pluma de alquiler ha respondido al desafío.
ANTONIO LOZANO
La última misión del agente secreto al servicio de su majestad y adalid pop de la creencia budista en la reencarnación se abre con una dedicatoria a su creador, Ian Fleming: “Para el hombre que nos enseñó que todavía podíamos creer en héroes”. Muy avanzada la novela, en uno de los momentos clímax, que a base de amontonarse y resolverse de forma idéntica pierden su naturaleza como tales, James Bond saca pecho y exclama: “Si alguien va a hacerse el héroe, ése debo ser yo”. Este desplazamiento en la formulación del ideal encarnado por el agente (la heroicidad) del escritor al personaje sintetiza lo que ha llovido desde sus orígenes hasta hoy. En un momento en que ya nadie puede seguir creyendo en héroes, sólo el héroe conserva la fe en sí mismo, sin dejar de ser sutilmente consciente de que su rol ha perdido sentido fuera del juego autorreferencial que activa su condición de icono de la cultura de masas. En otras palabras, 007, más que nunca, no puede escapar de la introspección irónica.