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martes, 18 de junio de 2013

James Joyce / Fervor compartido


Carlos Gamerro
El Ulises en español

El siglo XX no quiso despedirse sin una nueva traducción al español de su novela más representativa, el Ulises de Joyce. Esta versión, realizada por Francisco García Tortosa y María Luisa Venegas tras siete años de trabajo (“tantos como empleó el autor en escribir el libro” anuncian no sin patetismo en el prólogo), viene a sumarse a las dos ya existentes, la argentina de J. Salas Subirat (1945) y la también española de J.M. Valverde (1976, corregida en 1989).
Cuando de una obra como el Ulises se trata, la traducción forma parte de la historia de la literatura y la lengua de un país, tanto como su literatura en lengua original. En la literatura argentina del siglo pasado la huella del Ulises puede rastrearse en las lecturas y traducciones parciales de Borges, en la rabia de Arlt que no podía leerlo, en el primer Ulises porteño (el Adán Buenosayres de Marechal), en marcas diversas sobre los textos de Puig, Rodolfo Walsh, Ricardo Piglia, Luis Gusmán, etc. La literatura argentina siempre fue buena lectora del Ulises, así como la brasileña lo es del Finnegans Wake (que entre nosotros poca huella ha dejado). La versión de Salas Subirat es entonces parte de nuestra historia literaria, y de las tres ahora existentes sigue siendo mi favorita, a pesar de la por momentos apabullante profusión de errores y erratas que desfigura cada una de sus páginas. ¿Cómo justificar preferencia tan perversa? ¿Será, simplemente, un prejuicio a favor del español rioplatense hacia el cual se inclina nuestro traductor? Posiblemente. Es un lugar común hablar de la fealdad de la mayoría de las traducciones hechas en España, especialmente cuando el argot asoma. Siempre me he preguntado por qué me deleita encontrar, en una obra literaria, modismos mejicanos, peruanos, colombianos y me ponen los pelos de punta los españoles. ¿Un caso de inconsciente, atávica hermandad latinoamericana? No. Más bien, una cuestión de respeto. El argot español es guarango, no por procaz, sino por prepotente. Para los traductores españoles eso que arrojan sobre la página no es su dialecto, es la lengua, así sin más - dialecto es lo que hablan los otros, nosotros. (Ocho siglos de historia, una serie de conquistas imperiales y el inquisitorial Diccionario de la Real Academia respaldan ese permanente hábito de descortesía). España no sabe de hermandad, sino de maternidad; el traductor latinoamericano en cambio es consciente de estar traduciendo para una comunidad de hablantes heterogénea, y es más cauto a la hora de endilgarle sus formas locales a los lectores extranjeros. Un argentino no traduce a vos, sino a tú, y no satura de lunfardo portuario el habla de japoneses, egipcios o irlandeses. Todo esto por supuesto no se aplica a la literatura en lengua original, donde cada región lingüística tiene el derecho (algunos dirían, el deber) de prodigar las formas locales, pero en la traducción es un signo de descortesía que va de la mano con una política de mercado que impone los textos propios e ignora los ajenos. La delusión imperial, inevitablemente, resulta en una lengua provinciana.
Esa es, quizás, la principal molestia que surge de la lectura del nuevo Ulises: García Tortosa insiste con el argot propio más aun que su predecesor y compatriota, y aun lo justifica, inocentemente, en el prólogo: “la informalidad del lenguaje y las expresiones deslenguadas de los clientes han de ser las de un grupo de amigotes españoles en idénticas circunstancias.” ‘¿Y por qué no?’ dirá el lector de esta nota. ‘Si los ecuatorianos quieren su Ulises, nadie les impide traducirlo’. Quizás a esta altura haga falta aclarar que el Ulises original está escrito, no en una lengua o dialecto, sino en la tensión entre una variante desprestigiada (el inglés de Irlanda) y otra dominante (el inglés británico imperial) – relación que puede compararse, aunque no homologarse, a la que existe entre el español de España y el de los demás países de habla hispana. Una traducción española, entonces, necesariamente invertirá esta tensión, o, como sucede en las dos versiones existentes, la ignorará. En teoría, una traducción latinoamericana del Ulises deberá ser más fiel al original que una española. Lo cual puede comprobarse en la versión de Salas Subirat, que reproduce en todas sus imperfecciones el tironeo del original: se pasa de formas dialectales argentinas, o latinoamericanas, a formas reconociblemente peninsulares: vacilante, políglota, revuelta: esa es la fricción que enciende el inglés del Ulises, y que hace que el español de nuestro Ulises criollo (no en el sentido de argentino, sino de creole) posea algo de la misma vitalidad.
La traducción de Valverde tiene menos errores que la de Salas Subirat, sin duda, pero también menos aciertos, y la nueva profundiza esta distinción. A favor del Ulises de García Tortosa se puede decir que no hay, casi, errores de interpretación o lectura de la obra de Joyce – lo cual, dada la profusión de obras críticas, y libros de notas como Allusions in Ulysses de Thornton Weldon y Ulysses Annotated de Gifford, serían imperdonables. Un rasgo clave del Ulises es lo que García Tortosa llama referencias cruzadas, las mismas palabras que aparecen repetidas en contextos diferentes, y que como los leitmotive dependen, para surtir efecto, del reconocimiento del lector. Salas Subirat y Valverde frecuentemente olvidan que una frase ha aparecido antes, y la traducen con palabras diferentes, anulando así para el lector toda posibilidad de reconocimiento. Gran parte de los errores cometidos por Salas Subirat se deben al estado todavía precario de la exégesis joyceana en los años ’40 (los cometidos por Valverde, quien entre otras cosas insiste en situar a ‘Bloomsday’ un 4 de junio, no tienen, por lo mismo, excusa alguna). G. Tortosa, además, por primera vez traduce realmente el capítulo 14. Este fue escrito por Joyce imitando los principales estilos de prosa inglesa, desde los anónimos anglosajones hasta Dickens y Carlyle. La nueva traducción nos ofrece un recorrido parejo y excitante por la historia de la prosa española “desde el rey Alfonso X el Sabio hasta Pequeñeces del Padre Luis Coloma”. La elección puede ser discutible (¿Hablar de la conquista de Irlanda en el inglés de Swift, da igual que hacerlo en el español de Quevedo?) pero es osada, mucho más que el español inespecíficamente arcaico intentado en las versiones anteriores. Otras elecciones de la nueva (traducir apodos, que nos dan a Boylan Botero y Napias Flynn, o topónimos, dando ‘promontorio del Rebuzno’ por ‘Bray Head’), pueden ser discutibles, pero entran en el terreno de las opciones válidas, más que de los errores flagrantes. Lo mismo puede decirse de la decisión de traducir las palabras dobles como tales: a pesar de resultados dudosos como diosespeces, blanquiamontonado, colorcortezacacao, degomaplenas, los traductores se juegan a hacerlo sistemáticamente, y recuperar, para la traducción, algo del coraje experimental del original.
¿Condena entonces la nueva versión a nuestro querido y pionero Ulises criollo a la extinción? Sí, salvo que alguna editorial local asuma la tarea de hacer corregir los errores evidentes, y de paso incluir las mínimas notas necesarias. Otra opción, para terminar de una vez por todas con polémicas como ésta, implicaría hacer real, en la traducción, lo que el original exhibe de manera virtual: en el Ulises cada capítulo es tan distinto de los otros que parece escrito por un nuevo autor, y cuando se dice de un escritor que ha sido influido por el Ulises, se está diciendo en realidad que ha sido afectado por alguno de sus capítulos. ¿Por qué no encarar entonces un meta-Ulises donde cada capítulo sea traducido por el autor cuyos efectos mejor asimiló? Como la propuesta es por ahora utópica, didácticamente y a título de ejemplo propongo un dream-team de vivos y muertos, con J.C. Onetti para la amargura del capítulo 1, Julián Ríos para el babélico 3, Borges para el ultraliterario 9, Rodolfo Walsh para la política irlandesa del 12, Manuel Puig para el folletín del 13, Guillermo Cabrera Infante para el ya mencionado 14 (anticipado en la sección ‘La muerte de Trotsky’ de su novela Tres Tristes Tigres), Ortega y Gasset para el rimbombante y engolado 16... Esta promiscua e incestuosa mezcla, esta Caín y Babel de textos hermanados nos daría, seguramente, la versión más apartada del texto original, y probablemente la más cercana al sueño de su primer autor.

Carlos Gamerro
El nacimiento de la literatura argentina y otros ensayos
Buenos Aires, Norma, 2006


James Joyce, 1915
Foto de Alex Ehrenzweig

  JAMES JOYCE

Un clásico admirado por lectores especiales

Gocémonos a Joyce

Por Nelson Fredy Padilla
El Espectador, 4 Feb 2012 - 9:00 pm

Se cumplen 90 años de la publicación de ‘Ulises’ y 130 del natalicio del gran escritor irlandés. Además, desde esta semana su obra es formalmente universal.


           Desde esta semana la obra de James Joyce es de todos. Los derechos de autor y de propiedad literaria, protegidos durante 50 años por su nieto y luego ampliados 20 años más, perdieron su vigencia. Eso  significa que se puede tomar cualquiera de sus poemas o novelas —Dublineses, Retrato del artista adolescente, Ulises y Finnegans Wake— para difundirlos sin costo, porque forman parte del patrimonio público.
          Para completar este acontecimiento literario, el 2 de febrero se celebraron los 130 años del nacimiento del escritor irlandés que partió en dos la historia de la literatura y en 2012 se cumplen 90 años de la publicación de Ulises, elegida la “novela del milenio” por expertos de todo el mundo en el año 2000.
           Borges opinó: “James Joyce, en 1922, publica el Ulises, que puede equivaler a toda una compleja literatura que abarcara muchos siglos y muchas obras”. Claro que pasado el tiempo de decantación de las grandes creaciones, incluida la censura por “vulgar y obscena”, quienes alertaron al mundo sobre la magnitud de ésta fueron otros tres clásicos —estadounidenses—: Hemingway, Eliot y Pound.
            Qué mejor oportunidad que este año bisiesto para gozarse a un genio como Joyce. El problema es que no es tarea fácil. Debo confesar que más que disfrutarlo lo sufrí las dos veces que intenté leer las casi 800 páginas del Ulises, primero en orden y luego de manera aleatoria. Su estilo cifrado me hacía volver una y otra vez sobre la frase que acababa de leer o el párrafo anterior en busca de coherencia. Perdí la paciencia hasta el día en que me abrió los ojos uno de los expertos en la obra y en Joyce, el profesor Azriel Bibliowicz, creador de un seminario para leer Ulises en la Maestría de Escrituras Creativas de la Universidad Nacional.
             Gracias a su guía, decenas de amantes de la literatura descubren cada semestre las claves y secretos de la ficción más estudiada, como lo previó el propio Joyce antes de irse a la inmortalidad dejando la que llamó “mi maldita novela-monstruo”.
            La metodología es leerla con calma, uno o dos capítulos a la vez, primero en casa para luego releerlos en clase, apoyados en el contexto histórico y personal de Joyce que Bibliowicz domina a cabalidad. Algunos conocidos han hecho el mismo curso con autoridades como Joe Broderick, un ratón de biblioteca australiano, con alma irlandesa y colombiana, radicado en Bogotá desde los años setenta, y lo disfrutaron a carcajadas, o en tertulia con el ya fallecido escritor R. H. Moreno-Durán. “Ese no es un libro para leer en el tren, ni entre la cama —advertía—. Hay que leerlo sentado, y tomar notas”.
          Un año antes de su muerte, el escritor boyacense publicó un libro sobre su “experiencia leída” y el descubrimiento del “elemento erótico”, la “voluptuosidad y frenesí verbal” en la prosa de Joyce. Concluyó que era intraducible hasta para expertos en habla inglesa. “Podría ser comprendido a la perfección por un inglés que fuese al propio tiempo excepcionalmente culto y excepcionalmente vulgar”. Un reto para pocos. Nosotros lo hicimos con la más aprobada traducción al español, la de José María Valverde. También se consiguen en internet muchas guías para leerlo.
        En todo caso, por cuenta propia y luego en grupo, se disfruta la tarea y se comprende la trascendencia de un escritor que tomó la Odisea como punto de referencia para adaptarla a la Dublín de 1904 y encarnar el mito de Odiseo en Leopoldo Bloom hasta transformarlo en “el personaje más corporal y terrenal de la historia de la literatura”. Resulta recomendable, entonces, la lectura previa y paralela de la obra de Homero. Habrá excepciones individuales, pero en general no se puede pretender que un estudiante de bachillerato o de universidad aborde la novela y salga ileso sin acompañamiento especializado.
         El viaje a Ítaca de Odiseo es en Ulises un día, el 16 de junio, en la vida de un ciudadano común y corriente, de 38 años, casado con Molly, una Penélope de 34, sin que la construcción de los personajes esté  atada a las vicisitudes y al destino que tienen en la Odisea. Son reinventados.
         Es lo que el profesor Bibliowicz llama “la creación del método mítico” para relacionar el pasado homérico con ese presente vertiginoso de la Irlanda de comienzos del siglo XX, la del nacionalismo y el catolicismo exacerbados, el tren eléctrico, periódicos amarillistas, tabernas y prostíbulos atestados, tertulias de biblioteca, carreras de caballos arregladas, todo en el contexto de la Primera Guerra Mundial y el surgimiento del antisemitismo.
        Para entender los cambiantes ritmos y técnicas narrativas de los 18 capítulos es importante recordar que Joyce era poeta y músico, con una voz de tenor que casi lo desvía como cantante de ópera. Por fortuna terminó fundiendo su mundo artístico en una nueva dimensión de la existencia humana, elaborando un retrato de país desde el estómago y la mente de Leopoldo, mundano vendedor de avisos publicitarios.
        Los expertos coinciden en que a Joyce lo fascinaba la plasticidad sonora de las palabras, en que escribía no para ser leído sino oído, no para ser visto sino cantado. Hay un audio de él en internet que parece demostrarlo.

Contra lo establecido
En Ulises hay personajes que por primera vez en la literatura defecan y se masturban. Y puntos de referencia como Molly Bloom, cuyo monólogo adúltero cierra el libro con 40 páginas que se convirtieron en modelo de la liberación femenina. Hay una famosa foto de Marilyn Monroe leyéndolo.
          Moreno-Durán se consideraba el amante 26 de Molly, aunque la obra se desarrolla en torno a la infidelidad con Blazes Boylan, debida a la inexistencia de relaciones sexuales con su esposo Leopoldo por diez largos años.
         El otro tema transversal de este recorrido por Dublín en los zapatos de Leopoldo, que se niega a regresar a casa sabedor de que a las 4:00 de la tarde se consumará la traición, es la relación entre Bloom y Stephen Dedalus, un joven de 22 años —Telémaco, el hijo de Odiseo— a quien conoce en un periódico y convierte en una especie de hijo adoptivo al que quiere salvar de peligros como el intelectualismo, el periodismo, el alcoholismo, las mujeres, para convertirlo en escritor. He aquí la consolidación del cerebral protagonista de su primera novela Retrato del artista adolescente.
         La diatriba de Joyce contra el periodismo es contundente, condenando sus lugares comunes, el oportunismo y el transcendentalismo. La dependencia de lo extraordinario en esta profesión versus la necesidad de lo ordinario en la literatura. Resulta paradójico que, antes de ser editada, partes de Ulises fueran publicadas en la revista El Egoísta.
         La anticlerical obra de Joyce es una burla a lo establecido, desde el discurso y la mente de un entramado de personajes apoyados en la mitología y en la corriente del inconsciente, asimilada por el escritor irlandés en conferencias de Freud en Londres y exacerbada en el discurso de cierre de Molly. Cada capítulo tiene que ver con un momento del día, un símbolo, un arte, un color y un órgano del cuerpo. El riñón es el más famoso, por ser el desayuno preferido de Leopoldo.
        Construye, hora por hora, en ambientes urbanos, una realidad alucinante, fantasmagórica, sin concesiones al lector, con una estructura no lineal, muy psicológica, cambiante sin previo aviso. Bien dice Bibliowicz: “Joyce compone un canto a la vida y nos invita a leer de otra manera, a escribir de otra manera”.
         La narrativa amerita un apartado. Ha consumido miles y miles de investigaciones, porque acude a muchas técnicas y tipos de puntuación; retórica, dialéctica, hiperbólica, paródica, teatral, saturada, histórica, científica, catequista, de monólogo, de un inglés arcaico, culto y de barriada que abarca varios siglos.
         Hay un capítulo elaborado a partir de viñetas, otro en forma de pieza musical con fuga, obertura, acordes, contrapunteos y coda. Resultado: una coral de personajes, con Shakespeare y el fantasma de Hamlet como sonido de fondo, en permanente proceso de transformación vital, en contraposición a la muerte. La metempsicosis es el recurso de Joyce para justificar, si es que justifica algo, la reencarnación de Ulises en Leopoldo. Cuando se desentrañan todos estos factores la lectura de la novela exalta todos los sentidos; se ve, se oye, se toca, se huele, se saborea.
         Entonces sólo resta ir de paseo a la Dublín que conserva como pocas su historia y su mito literario. Ojalá sea un 16 de junio, día del institucional Bloomsday, con una jarra de cerveza en el bar preferido de Joyce. Aparte de beber y eructar, el año pasado lectores de todo el mundo dedicaron el día a escoger frases de 140 caracteres de la obra para el ‘Ulysses Meets Twitter 2011’.
         Cumplida la odisea de leer Ulises, el siguiente paso es enfrentarse a Finnegans Wake, un jeroglífico más complejo. Si evoco de nuevo a R. H. Moreno-Durán, para esta aventura no bastaría la asesoría de Bibliowicz y de Broderick: “se requiere ser Dios”.



Tres escritores expertos en James Joyce y ‘Ulises’ en Colombia

Azriel Bibliowicz

(Bogotá, 1949). Estudió sociología en la Universidad Nacional de Colombia y terminó su licenciatura en 1973. Continuó estudios de posgrado en la Universidad de Cornell, Estados Unidos, donde obtuvo un Ph.D. en sociología y comunicaciones en 1979. Realizó estudios suplementarios en literatura en el Departamento de Lenguas Romances. Ha sido profesor de sociología, comunicaciones y literatura en las universidades Nacional, Andes, Javeriana, Valle, Externado de Colombia y Cornell. Como columnista de El Espectador fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar en 1981. Su novela ‘El rumor del astracán’ fue publicada en 1991 y tuvo tres ediciones. También publicó el libro de cuentos ‘Sobre la faz del abismo’ (Editorial Norma). En la actualidad dirige la Maestría en Escrituras Creativas de la Universidad Nacional, en Bogotá, y se apresta a publicar otra novela.

Rafael Humberto Moreno-Durán

(Tunja, 7 de noviembre de 1945 - Bogotá, 21 de noviembre de 2005). Fue un novelista, cuentista y ensayista considerado uno de los escritores colombianos más importantes del siglo XX. Entre sus obras está la trilogía ‘Femina Suite’ (compuesta por ‘Juego de damas’, ‘El toque de Diana’ y ‘Finale Capriccioso con Madonna’) y la obra de teatro ‘Cuestión de hábitos’, con la que ganó el premio Ciudad de San Sebastián. Fue colaborador permanente del ‘Magazín Dominical’ de El Espectador y publicó artículos en diarios como ‘El País’ de Madrid y ‘La Vanguardia’ de Barcelona. Además fue director hispanoamericano de la revista ‘Quimera’. Su ensayo más conocido es ‘Pandora’ (Alfaguara).

Joe Broderick

Nació en Australia, pero tiene alma irlandesa por sus abuelos. Se estableció en Colombia en los años 70. Su carrera como sacerdote, ocho años, estuvo ligada a América Latina y a la Teología de la Liberación. En Bogotá se convirtió en el mensajero del grupo Golconda, encabezado por René García. Es autor de ‘Camilo el cura guerrillero’, considerada la mejor biografía de Camilo Torres, y ‘El guerrillero invisible’, un extenso perfil del español Manuel Pérez, ‘El cura Pérez’, fallecido fundador del Eln. En 1992, en Irlanda, fue un éxito su biografía del obispo Eamon Casey. Dicta la conferencia “Para leer ‘Ulises’, de James Joyce” y es experto en la obra del escritor colombiano Fernando González.