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Con Nino, de apenas un mes |
Triunfo Arciniegas
MEDIO GATO
Alguien me preguntó cómo me había ido en este viaje y le respondí que había vuelto con medio gato. En seguida corregí: “con la mitad de los gatos”. La explicación del lapsus es obvia. En cierta forma, Mío y Nino eran uno solo de tan bien que se llevaban. A menudo confundía sus nombres. Dejé dos gatos en casa de René antes del viaje y encontré sólo uno a mi regreso. Ya sé que el cambio de espacio les resulta dramático, pero no había con quién dejarlos en Pamplona. Nadie que los acompañara y les limpiara el arenero, nadie que les cambiara el agua y les repartiera el alimento. Edward Gorey simplemente no viajaba porque no podía confiarle a nadie su media docena de gatos. Hemingway tenia veintisiete en su finca cubana y no sé cuántos sirvientes. Podía darse el lujo de recorrer el mundo sin preocupaciones domésticas porque era millonario y el escritor más famoso del mundo. Antes de su nuevo viaje a Europa, mi hermano Jaime se encargaba de los animales, incluyendo a Toto, que se perdió en enero por descuido mío.
La feria del libro bogotana fue magnífica, no puedo quejarme, pero el regreso, en cambio, un tanto aparatoso. Me enfermé, me azotó la tos hasta quedarme afónico. La gripa que rondó la feria esperó a que tomara el vuelo de regreso para enseñar sus garras. Un tanto asustado, me dediqué a la miel de abejas y el limón hasta espantar esa vocecita de muchacha melindrosa. Miel y pastillas porque con los males recurro a todos los medios de lucha. Enfermos del mundo, uníos, el mal será vencido.
Como si fuera poco, no más viniendo del aeropuerto un golpe en la cabeza me obligó a recurrir a urgencias, donde los desgraciados de turno se negaron a atenderme porque no traía conmigo la cédula y allí, donde pasa de todo, un rostro ensangrentado no conmueve a nadie. Terminamos René y yo en un tratamiento casero con yodo y remedios formulados por el farmaceuta del barrio.
Pobre René. Estaba muy apenado no sólo porque tuvo que ver con el accidente sino porque se le había escapado el gato. Lo vio saltar desde la ventana del segundo piso y no pudo encontrarlo. No lo culpo. Fue la única persona que se ofreció a cuidarme los animalitos y el gesto pesa más que el descuido.
Así, con ese miserable hilo de voz, dolor de cabeza y sacudiendo las pepitas en su propio plato, un par de madrugadas estuve buscando a Nino sin resultados en las calles del barrio. Conocí unos cuantos gatos desdichados y numerosos perros sin dueño. Me recomendaron el método japonés para encontrar un gato que consiste en enviarle un mensaje con otros gatos. El japonés es una de las lenguas que no domino. Me dijeron que no fuera tan bruto y recurriera al único idioma que medio conozco. Pero los gatos salvajes que encontré en las madrugadas no se dejaron hablar. Uno tiene casi descolgada la cabeza de tan profunda que es la herida de su cuello. Si no lo han podido atrapar para hacerle unas curaciones, qué atención me va a prestar para conversar sobre un pinche gato perdido, uno más de tantos. Otro perdió el rabo. Y otro, una oreja completa. Mundo salvaje, como el nuestro, donde no dejamos de matarnos los unos a los otros.
Así que hemos vuelto a casa y Mío recorre los lugares de Nino. Sé que lo extraña. Tanto o más que yo. Ya no toma el sol de la tarde en la ventana de mi dormitorio. Ahí se quedaban casi hasta el oscurecer, cuando me buscaban para pedir la cena. Ahora toma el sol de las mañanas en la ventana que da a la calle, donde lo hacía Nino.
Nos sentimos solos y la casa nos parece todavía más grande. Conversamos como siempre, pero Nino hace falta. Era mudo o es mudo, pero aun así se le extraña. Sobrevivirá contra viento y marea, a pesar de las lluvias y el hambre, a pesar de los perros y los mismos gatos. Esquivo y más independiente que Mío, lo veo más preparado para el difícil oficio de conservar el pellejo. Lo traje de La Mancha cuando apenas tenía un mes para llenar el vacío de Cata, asesinada por una jauría de perros callejeros, y porque anhelaba un gato negro.
La relación con Cata fue mucho más profunda, aparte de que se trató de un amor a primera vista. Un amor fulminante y definitivo. Cata dormía sobre mi pecho. Vivía pendiente de mí y le temía a los perros. Estuvo un par de meses pérdida y apareció de pronto en el solar de la casa de Cuatrovientos. Terminé trayéndola a mi casa en Pamplona y murió poco después de la medianoche la única vez que se quedó abierta una de las ventanas de la sala. Sé la hora porque arañó la puerta del dormitorio y no le abrí. Me había llegado una amorosa compañía. Me levanté a buscar a la dulce Cata por todos los rincones como a las seis. Entonces no sabía que los barrenderos ya habían recogido su cuerpo y lo habían arrojado a la basura de todos los días.
Me quedé entonces sólo (y solo) con Mío, que asumió el lugar de Cata literalmente. Los gatos respetan las jerarquías. Ahora dueño y señor, Mío empezó a frecuentar los sitios de Cata. Hizo todo menos dormir sobre mi pecho.
Así es la vida, una suma de pérdidas y hallazgos.
Se dice que la vida nos concede todo pero demasiado tarde. La vida en un sentido más amplio y total. También es verdad que poco o poco nos va despojando de todo, hasta que ya no queda nada.
17 de mayo de 2024