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domingo, 10 de diciembre de 2023

Obituarios / ¿Quién ha muerto hoy?

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Londres, 1948. Fotografía: Cordon Press.

¿Quién ha muerto hoy?


Juan Tallón
24 de diciembre de 2019


«Nunca me propuse escribir obituarios», dijo en junio de 2018 Margalit Fox, autora de más de mil cuatrocientos obituarios para The New York Times, el día que anunciaba que dejaba de escribirlos para dedicarse a la literatura. «No ha nacido el niño que llega a casa de la escuela primaria y dice: “Cuando sea grande quiero ser… escritor de obituarios”». En su caso, Fox acabó escribiendo cientos de ellos —muy a menudo por adelantado— como resultado de quedar un puesto vacante. El departamento era considerado una especie de Siberia, a la que «te enviaban si querían castigarte, pero no tenían razones suficientes para despedirte», explicaba. Y, sin embargo, ella siempre sospechó que obituarios era «la mejor sección del periodismo», por la razón de que «seguías los temas desde la cuna hasta la tumba», y eso los volvía el género más narrativo de cualquier diario.

lunes, 27 de julio de 2020

Gustavo Martín Garzo / La bondad de los desconocidos

Un tranvía llamado Deseo

La bondad de los desconocidos

Los escritores no pueden vivir sin esos seres, los lectores, que alguna vez llaman a su puerta. Pero el mundo de la crítica está lleno de gente empeñada en tratar a escritores y lectores como si fueran alumnos a los que llevar por el buen camino


Gustavo Martín Garzo
12 de junio de 2015



La bondad de los desconocidos
EVA VÁZQUEZ

Jamás contestes a una mala crítica, tal es el consejo que Truman Capote da a los escritores. Y es un buen consejo, ya que lo mejor que puede hacer el escritor ante una crítica adversa es guardar silencio y aparentar que no le importa demasiado. Pero claro que le importa, y mucho. Una mala crítica puede dejarle varias noches sin dormir, quitarle el apetito, llevarle a evitar en los días siguientes a familiares y conocidos ante el temor de que puedan haber comprado el periódico o la revista donde su libro es vapuleado y la hayan podido leer. ¿Son conscientes los críticos de la magnitud de su poder, del disgusto que pueden dar a ese pobre escritor que ha tenido la comprensible pretensión, si tenemos en cuenta el esfuerzo que supone terminar un libro, de ser leído amorosamente por alguien? El crítico puede objetar que ese es su oficio y que si le pagan —bastante poco, para complicar más las cosas— es para que opine sobre las virtudes o los defectos de los libros que se publican y separar así el grano de la paja, que por cierto, y según él, es lo que abunda más. Aún más, podría añadir ese crítico insobornable al atribulado escritor, ¿por qué supone usted que los demás deben leer sus libros? Nadie le ha pedido que los escriba, y si a pesar de todo se empeña en seguir haciéndolo no puede extrañarle que tengamos el derecho a protestar cuando nos hace perder nuestro tiempo y nuestro dinero.




OTROS ARTÍCULOS DEL AUTOR



Todos estamos expuestos a la mirada crítica de los otros, y pretender no ser valorados por nuestros actos es un acto de supremo infantilismo. Andersen tuvo un extraordinario éxito en su vida de escritor y era recibido en todas las cortes europeas para que leyera públicamente sus cuentos. Pero se cuenta que soñaba con tener éxito como dramaturgo y que pataleaba como un niño cuando sus obras fracasaban en la escena, lo que pasaba una y otra vez. ¿Era Andersen tan infantil e inmaduro que solo vivía para lograr la adoración sin límites de los demás? Puede que lo fuera, pero no creo que la razón por la que los escritores escriban sus libros sea para exhibir el tamaño de sus egos. Lo hacen porque les gusta escribir, porque anhelan contar algo que no saben bien qué es, porque persiguen sueños que raras veces se realizan. O porque tal vez buscan en los libros una felicidad que la vida real no les da. Puede que Andersen tuviera un ego monumental, pero en ningún caso eso explica la maravilla de sus cuentos.
Y si es raro que alguien dedique su tiempo a inventar historias más o menos disparatadas, ¿no es más raro aún dedicarlo a meterse con los que las escriben, y aspirar a ser algo así como un guía espiritual, ese faro que orienta a los siempre influenciables lectores en el proceloso mar de la mala literatura? Aún más, ¿no abundan entre los críticos también los grandes egos, los pedagogos airados, los exquisitos que confunden la literatura con el rincón del gourmet, los integristas que hacen del libro una religión sacrosanta cuyos sumos sacerdotes son ellos, o esos otros eternamente malhumorados que creen que las novelas o los libros de poesía se escriben con la única intención de perturbar su digestión? Pero ¿es comprensible que alguien dedique años, meses enteros a escribir pacientemente un libro con el único propósito de incomodar a un crítico en la hora de su siesta? No, claro, esto no tiene ningún sentido. Además, ¿no son todos los libros, incluso los más grandes, en cierta forma un fracaso? “La palabra humana —escribe Flaubert— es como caldera rota en la que tocamos música para que bailen los osos, cuando querríamos conmover a las estrellas”.


¿Es comprensible que alguien escriba un libro con el único propósito de incomodar a un crítico?

W. H. Auden solía decir que criticar un libro malo no solo era una pérdida de tiempo sino también un peligro para el carácter. “Si un libro me parece realmente malo, entonces el único interés que puedo tener para escribir sobre él es la exhibición de mi inteligencia, mi ingenio y mi malicia. Es imposible que alguien reseñe un mal libro sin pavonearse”. Auden también decía que no necesitaba el consejo de nadie acerca de lo que le debía gustar o no, ya que solo suya era la responsabilidad de sus lecturas. Sin embargo, el mundo de la crítica está lleno de gente empeñada en tratar a los escritores y a los lectores como si fueran alumnos a los que tienen que llevar como sea por el buen camino. Tal vez por eso es un espacio abierto a la perversidad. Y no me refiero solo a la perversidad de los juicios que con tanta ligereza se emiten sino a la de los lectores que acuden presurosos a los suplementos y revistas culturales para ver cómo despellejan en ellos la novela del escritor que conocen. Aún más, escribe Juan Goytisolo: “¿Cómo pueden los críticos escribir en un par de días sobre novelas que, si valen, no tienen tiempo de analizarlas con seriedad, y si no valen, no merecen tal empeño?”.
George Steiner dice que la literatura es un vendaval que se cuela por la ventana y nos desordena la casa. Es decir, nos enfrenta no tanto a lo que conocemos como a lo que no sabemos explicar. Un buen libro siempre nos deja perplejos, sin saber qué decir. ¿No es sospechoso que los críticos opinen con tanta facilidad, y con tan poco tiempo de reflexión, acerca de los libros que leen? Son expertos lectores, se puede objetar, con frecuencia profesores universitarios que han dedicado años al estudio de la literatura. Pero ¿haber hecho de la literatura un objeto de estudio garantiza ser un buen lector? Vuelvo a citar a Flaubert: “Los que se llaman ilustrados a sí mismos acaban siendo cada vez más ineptos en materia de arte. Se les escapa incluso qué cosa sea el arte. Para ellos son más importantes las glosas que el texto. Les interesan más las muletas que las piernas”.
Un tranvía llamado Deseo



Abundan en ese ámbito grandes egos, sumos sacerdotes y personas siempre malhumoradas

No, no creo que el escritor sea básicamente un insufrible ególatra. Está solo, se pasa horas y horas encerrado en su cuarto persiguiendo quimeras que raras veces alcanza. Recuerda a esas mujeres neurasténicas que pueblan la obra de Tennessee Williams, con sus torpes ensueños, su temor al fracaso, pero también, a menudo, con su maravilloso candor. Esas mujeres cansadas y un poco lunáticas, que aunque han asistido una y otra vez al fracaso de sus sueños no pueden renunciar a ellos. “Siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”, dice la inolvidable protagonista de Un tranvía llamado deseo. Sí, los escritores, especialmente cuando no son jóvenes ni famosos, se parecen a esas pobres mujeres. Permanecen desvelados por las noches soñando con locas historias que logren conmover a las estrellas, y todo lo que consiguen es hacer bailar a los osos. Pero ¿pueden vivir sin esos bailes? No, no pueden, por eso solo les queda confiar en la bondad de esos desconocidos que son los lectores que alguna vez llaman a su puerta.
Gustavo Martín Garzo es escritor.




jueves, 29 de junio de 2017

Lecturas para el verano / Literatura traducida


Ilustración de Mauruce Sendak

Lecturas para el verano

Literatura traducida



PATRICIO PRON
28 JUN 2017 - 04:19 CDT


Homo Poeticus. Danilo Kis.


Homo poeticus

Autor: Danilo Kiš. Traducción de Luis Fernanda Garrido y Tihomir Pistelek

Edita: Acantilado

Acerca de los puntos cardinales suele decirse que son tres (Norte y Sur), pero una afirmación similar y no menos acertada sería que son nueve: la literatura, los sueños, el humor, los espíritus, la amistad, el pasado, el presente y el futuro. Del primero de ellos se ocupa magistralmente Danilo Kiš en esta selección por la que desfilan Jorge Luis Borges, Roland Barthes, Charles Baudelaire y Lautréamont, pero también las ideas y las prácticas de uno de los narradores europeos más importantes del siglo XX.

Noches sin noche y algunos días sin día. Michel Leirirs.


Noches sin noche y algunos días sin día

Autor: Michel Leiris. Traducción de David M. Copé

Edita: Sexto Piso

Michel Leiris adquirió el hábito de tomar nota de sus vivencias oníricas en 1923; sin embargo, pronto descubrió que éstas no servían para la “novela de aventuras” que tenía pensado escribir con ellas: a cambio, lo que publicó bajo el título de Noches sin noche y algunos días sin día es algo bastante más interesante, una invitación a vivir con los ojos cerrados.

Santos y eruditos. Terry Eagleton.


Santos y eruditos.

Autor:Terry Eagleton. Traducción de Teresa Arijón

Edita: El Cuenco de Plata

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento”, el revolucionario irlandés James Connolly recuerda la época en que frecuentó a Ludwig Wittgenstein y a Nikolai, el hermano de Mijaíl Bajtín; si el sentido de la ficción es detener el tiempo (como sucede aquí), también lo es contribuir a la discusión de ideas, y hay muchas en este libro; también mucho humor, algo nada sorprendente si se considera detenidamente la obra del gran (y muy serio) ensayista que Eagleton es.

Lo que dicen las mesas parlantes. Víctor Hugo.


Lo que dicen las mesas parlantes

Autor: Victor Hugo. Traducción de Cloe Masotta Lijtmaer

Edita: Wunderkammer

El autor de Los miserables y de Nuestra señora de París fue introducido al espiritismo por Delphine de Girardin en septiembre de 1853. Lo que dicen las mesas parlantes lo muestra “comunicándose” con William Shakespeare, “El Océano”, Jesucristo, “La Muerte” y Platón, casi siempre con resultados calamitosos para todas las partes, incluida la de ultratumba.




Diario de Sintra. Stephen Spender, Christopher Isherwood y W. H. Auden.


Diario de Sintra

Autor: Stephen Spender, Christopher Isherwood y W. H. Auden. Traducción de David Paradela

Edita: Gallo Nero

Stephen Spender, Christopher Isherwood y W. H. Auden fueron tres de los escritores ingleses más importantes del siglo XX y fueron amigos. En 1935 se instalaron en una casa en Sintra, donde escribieron este diario colectivo; en él hay un anhelo de libertad compartido, pero también varios dramas y la constatación de que ni siquiera las mejores amistades sobreviven a las pruebas de la política y del tiempo, mucho menos las amistades entre escritores.

Una visita a Voltaire y Rousseau. James Boswell.


Una visita a Voltaire y Rousseau

Autor: James Boswell. Traducción de José Manuel de Prada-Samper

Edita: Mondadori

A falta de otros talentos (que tuvo), el más importante del que dispuso Boswell fue el de saber rodearse: conoció a muchas personas y, casualmente, casi todas ellas eran famosas. A su amistad con el Dr. Johnson le debemos una de las obras más importantes de la literatura, su Vida de Samuel Johnson; pero sus visitas a Voltaire y a Rousseau son igualmente extraordinarias.

George Orwell fue amigo mío. Adam Johnson.


George Orwell fue amigo mío

Autor: Adam Johnson. Traducción de Carles Andreu

Edita: Seix Barral

Los personajes de George Orwell fue amigo mío son nuestros contemporáneos (también) en su incapacidad de comprender qué sucede a su alrededor; son los relatos de ficción más lúcidos sobre el presente que se hayan podido leer en unos meses en los que se han publicado otros muy buenos libros de cuentos, como los de Edith Pearlman y (un rescate) En el corazón del corazón del país, de William H. Gass.

jueves, 7 de noviembre de 2013

Casa de citas / Auden / Poética


W. H. Auden
POÉTICA
Versión de Triunfo Arciniegas

Ante los ojos de los demás, un hombre es un poeta si ha escrito un buen poema. Pero ante sus propios ojos, el hombre es poeta en el momento que hizo la última revisión de un nuevo poema. En el momento anterior apenas era un poeta en potencia, y en el siguiente, un hombre que dejó de escribir poesía, tal vez para siempre.



W.H. Auden / Funeral Blues


W.H. Auden
FUNERAL BLUES

Stop all the clocks, cut off the telephone.
Prevent the dog from barking with a jucy bone,
Silence the pianos and with muffled drum
Bring out the coffin, let the mourness come.

Let aeroplanes circle moaning overhead
Scribbling in the sky the message He is Dead,
Put crêpe bows round the white necks of the public doves,
Let the traffic policemen wear black cotton gloves.

He was my North, my South, my East and West,
My working week and my Sunday rest
My noon, my midnight, my talk, my song;
I thought that love would last forever, I was wrong.

The stars are not wanted now; put out every one,
Pack up the moon and dismantle the sun.
Pour away the ocean and sweep up the wood;
For nothing now can ever come to any good.



W. H. Auden
FUNERAL BLUES

Detened los relojes, descolgad el teléfono,
Haced callar al perro con un hueso jugoso
Y silenciad los pianos; con tambor destemplado
Salga el féretro a hombros, desfilen los dolientes.

Den vueltas los aviones con vuelo inconsolable
Y escriban en el cielo las nuevas de su muerte,
Que lleven las palomas crespones en sus cuellos
Y los guardias de tráfico se enfunden negros guantes.

 Era mi Norte y Sur, mi Oriente y Occidente,
 Mi día laborable y mi domingo ocioso,
 Mi noche, mi mañana, mi charla y mi canción;
 Pensaba que el amor era eterno; fui un crédulo.

No queremos estrellas; apagadlas de un soplo;
Desmantelad el sol y retirad la luna;
Talad todos los bosques y vaciad los océanos;
Pues ya nada podrá llegar nunca a buen puerto.