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sábado, 7 de agosto de 2021

Manuel Vásquez Montalbán / La imparable factoría



Manolo Vázquez, la imparable factoría

Fue el escritor más rápido del mundo, autor prolífico de poemas e historias, columnista que solo falló porque lo mandó la muerte. Su obra sigue sigue por las librerías, corriendo


Juan Cruz
15 de julio de 2019

Hubo un tiempo de estupor. Se paró en Bangkok, el 18 de octubre de 2003, el corazón de Manuel Vázquez Montalbán, el escritor más rápido del mundo, autor prolífico de poemas e historias, columnista que solo falló porque lo mandó la muerte. Una factoría que parecía imparable. Un motor humano. Era de la tribu del Diguem no de Raimón, pero él nunca dijo no a un encargo. Conoció la penuria y el hambre, y los combatió como si temiera que esos fantasmas fueran a ser las herencias que dejara sobre la tierra.

Manuel Vásquez Montalbán / Cuando ya nadie sepa

 


Manuel Vásquez Montalbán
Cuando ya nadie sepa

Cuando ya nadie sepa
el por qué de mi nombre
o de este mueble
ni por qué fue tan triste aquel doce de agosto
olvidadas crueldades sin origen
pequeñas cicatrices en alcohol
¿recuerdas?
fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga

fotografías llenas de desconocidos
sin nadie que les avale

¿recuerdas?
es el primo Anselmo antes de morirse de arrepentimiento
había tenido el tifus en Larache
pero te llevó un día al Laberinto
fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga

qué dije en mi primer entierro
quizás en aquel triste doce de agosto

¿recuerdas?
no, fue en abril y te caíste en la fuente más hermosa de Praga

te pusieron una chaqueta de hombre
el primo Anselmo envejeció mucho antes de morir de
arrepentimiento
por haberte dejado caer en la fuente más hermosa de Praga

tenía un gato de piedra
del que manaba el agua




lunes, 4 de diciembre de 2017

Carvalho se cuela en las viñetas


Pepe Carvalho y su amante Charo dibujados por Bartolomé Seguí


Carvalho se cuela en las viñetas

Las aventuras del célebre detective de Vázquez Montalbán viajan al cómic con 'Tatuaje', primer título de la serie



GUILLEM ANDRÉS
Barcelona 3 DIC 2017 - 18:17 COT

El escritor Hernán Migoya se hacía cruces de que nadie se hubiera atrevido a trasladar las aventuras del detective más popular de la literatura española contemporánea a las páginas de un cómic. Por eso, cuando una noche, entre copas, Migoya entablaba amistad con Daniel Vázquez, hijo del novelista Manuel Vázquez Montalbán, vio clara su misión: Llevar al irrepetible inspector Pepe Carvalho a las viñetas. Tres años después de aquel encuentro —”en el que los dos nos entusiasmamos con el proyecto”, recuerda— Carvalho ha tomado cuerpo con trazo de lápiz negro y se despacha en su estilo inconfundible en las historietas.
“Es una ilusión personal”, asegura el guionista que se declara fan del policía galaico catalán. Su primera aventura, Tatuaje, se puede leer desde el 17 de septiembre en el cómic que publica Norma Editorial. Al detective Carvalho lo ha interpretado el actor Carlos Ballesteros en el cine, Patxi Andión en la cinta que dirigió Vicente Aranda, incluso Juanjo Puigcorbé en la pequeña pantalla. Adaptar al cómic las desventuras de este “vividor, sentimental”, y también “desencantado” Carvalho, según Migoya, “ha requerido mucha responsabilidad porque está en el imaginario colectivo”.
Con igual tacto y, si cabe, más delicadeza, el dibujante Bartolomé Seguí se ha encargado de poner rostro al detective de Montalbán en la que es la primera vez que adapta una novela al cómic. El ilustrador mallorquín y el escritor barcelonés se inspiran en el actor Ben Gazzara para crear a Pepe Carvalho aunque para Seguí el resultado tiene también una mezcla con Burt Reynolds.
Durante los 15 meses en los que el dibujante, Premio Nacional de Cómic, dedicó a reconstruir el mundo de Carvalho, Seguí dice haberse “reencontrado con los escenarios de la Barcelona que empecé a dibujar allá por los años 80”. Tatuaje, que centra el caso en la aparición de un cadáver con un misterioso dibujo en la playa de Vilassar de Mar, tiene lugar en 1974, un año antes de la muerte del dictador: “en una España deseosa de ser lo que nunca ha sido: un país normal”, resume Migoya.
Para construir el paisaje de la Barcelona de los 70, con La Rambla y el Barrio Chino, Seguí tuvo que documentarse con fotografías para recrear locales que ya no existen. A través de las 72 páginas de Tatuaje, el dibujante intenta que el lector viaje al mundo de Carvalho, “a su ánimo y sensaciones”, con colores saturados y oscuros. Con un dibujo de lápiz de “trazo rápido que inspira la calle”, que tan bien conoce el detective barcelonés. Para dibujar a su querida Charo, Seguí se fijó en actrices españolas de la época del destape como Bárbara Rey o Paca Gabaldón.




Las Ramblas de la Barcelona de los 70 de Carvalho.
Las Ramblas de la Barcelona de los 70 de Carvalho.


De su creador, de Montalbán, Migoya recuerda que lo conoció a los 15 años en la biblioteca de su Barberà del Vallès natal y que fue precisamente la charla con el escritor la que le animó a seguir sus pasos entre libros. Para entonces, Migoya ya había devorado 80 títulos de novela negra.
La crónica de una época
Escritor y dibujante coinciden en que los libros de Montalbán van más allá de novelas policíacas para convertirse en la “crónica de una época, desde el punto de vista social y político”, desliza Migoya que ha intentado “condensar” ese espíritu de la obra.




Viñeta de
Viñeta de "Tatuaje"


Migoya no deja de “fascinarse” por el “hedonista” Pepe Carvalho cuyo creador, dice convencido, utilizaba para canalizar “sentimientos íntimos demasiado duros quizá para expresarlos”. El guionista alaba el trabajo de Seguí que plasma con su lápiz a un personaje único: “Carvalho es un cínico pero también un sentimental, un tipo que a menudo se planta en pie de guerra contra el sistema y de paso contra sí mismo”. Unas crónicas en las que “estamos todos reflejados”, añade. La primera colaboración entre Migoya y Seguí se repetirá en dos ocasiones con las siguientes aventuras de la serie Carvalho: La soledad del manager y Los mares del sur.


jueves, 15 de junio de 2017

Alberto Moravia / La romana / Entre el fascismo y el hastío


Alberto Moravia
BIOGRAFÍA
LA ROMANA
Entre el fascismo y el hastío

MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN 
BIOGRAFÍA

4 OCT 2002

Una de las novelas más reveladoras de Alberto Moravia es La noia, expresión del hastío vital que poco tiene que ver con la asepsia moral del conformismo, materia prima de la en mi opinión su mejor novela: El conformista. La noia (El tedio o El hastío o El aburrimiento), publicada en los años sesenta, refleja la desgana de una sociedad normalizada, en cambio La romana, editada en plena liquidación del fascismo, ubica su acción en los años de la conquista de Abisinia, tiempos de excepción en los que la lucidez narrativa y profesional de una prostituta, Adriana, sirve de punto de vista tanto de la Italia que pasa por su cama, como de la que comprende su derecho a la supervivencia. La propia madre de Adriana estimula el oficio de su hija, desde una percepción cínica de los valores convencionales de la mujer. El celestinaje de las meretrices pueden desempeñarlo madres desencantadas de su papel de hembras reproductoras sometidas a la más total de las relaciones de dependencia: el matrimonio.

martes, 10 de mayo de 2016

Almudena Grandes / Manuel Vázquez Montalbán, mi maestro

Manuel Vásquez Montalbán

Almudena Grandes

Manuel Vásquez Montalban, 

mi maestro

Le respetaba tanto que disentir de su opinión me obligaba a repensar la mía. Necesitaba saber lo que opinaba para poder opinar



EL PAÍS
8 MAY 2016 - 14:38 COT

Artículos de opinión de Manuel Vázquez Montalbán publicados en la contraportada de EL PAÍS Carles Ribas



Celebrar los 40 años de EL PAÍS es seguir echándole de menos. Los más jóvenes, los que no han tenido la suerte o la desgracia de emborracharse de política hasta la inconsciencia, adicción que cultivamos con metódico ardor los adolescentes de aquella época, quizás no lo entiendan. Para mí, fue una pieza clave de la juventud, del pensamiento, del difícil proceso que desemboca en la formación de una personalidad propia, definida. Todos los lunes compraba el periódico con inquietud, y sólo los lunes leía la contraportada antes que los titulares. ¿Qué habrá escrito Manolo hoy? Necesitaba saber lo que opinaba para poder opinar. Cuando estaba de acuerdo con él me sentía feliz pero, a la larga, resultaba mucho mejor lo contrario. Le respetaba tanto que disentir de su opinión me obligaba a repensar la mía, a reflexionar con una disciplina implacable, porque él me enseñó que en el columnismo, en la literatura y en la vida, las preguntas son mucho más importantes que las respuestas. Tal vez hoy, en estos tiempos de individualismo feroz y orientado a la trivialidad, cuando la rebeldía consiste en tatuarse el cuerpo, perforarse la piel y teñirse el pelo de azul, parezca un ejercicio de borreguismo, pero entonces no existía un calor comparable al de la compañía, una comunión tan sagrada como la fraternidad. Yo la encontraba en sus palabras, ácidas y precisas, siempre certeras, con la justa dosis de mala leche que preserva la ironía para impedir que desemboque en la amargura. Y le recuerdo hoy porque uno de los regalos que me ha hecho la vida es poder celebrar un lunes, en este espacio que siempre será más suyo que mío, la memoria y la inteligencia, la libertad, la decencia y la integridad de Manuel Vázquez Montalbán, mi maestro.



miércoles, 9 de octubre de 2013

Josep Ramoneda / Diez años sin Manuel Vásquez Montalbán

Manuel Vásquez Montalbán


Josep Ramoneda

Diez años sin Manolo

RETRATO IMPRESIONISTA DE UN AMIGO


Escritor inolvidable, Manuel vázquez Montalbán nos dejó hace un decenio

El legado de su obra permanece vivo en veneradas reediciones. Este es el retrato de su ausencia por Barcelona


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Retrato de Manuel Vázquez Montalbán, hace 18 años. / JORDI SOCÍAS

1
Manolo nació el año que acabó la guerra. El barrio del Raval de Barcelona era territorio de perdedores que trataban de sobrevivir a la miseria y a la crueldad del nuevo régimen. Las Ramblas dividen la Barcelona antigua: a la derecha, el Raval, popular y un punto canaille,como bien describió Jean Genet. A la izquierda, el Barrio Gótico, la ciudad monumental y oficial. El Raval, ajeno a las miradas de la Barcelona de orden, fue siempre un lugar de tránsito: su proximidad al puerto le daba un trasiego de marineros y viajeros que alimentaba la prostitución y la fama de barrio de mala vida, como se decía entonces, pero era también un barrio de acceso a la ciudad, destino de ingreso de muchos inmigrantes que venían a la búsqueda de mejor suerte, antes desde el resto de España, ahora desde el extranjero. Manolo tenía cinco años el día que al bajar corriendo –los niños casi siempre tienen prisa– la escalera de su casa se cruzó con “un hombre feo y canijo con una maleta en la mano”, en su propia descripción. No le hizo caso, siguió hasta la calle, la plaza del Pedró, a jugar con los amigos del barrio. Cuando regresó a casa, resultó que aquel hombre era su padre. Venía de la cárcel a la que la represión le había llevado el mismo año del nacimiento de Manolo. Y, probablemente, le quitó del lugar de privilegio que había ocupado al lado de su madre durante su ausencia. Dicen que la única y verdadera patria es la infancia. Nuestras biografías vienen marcadas por hechos seminales como este. Todo podía haber sido de otra manera. Pero fue así. Probablemente este momento tiene algo de fundacional para un escritor que siempre llevó incorporada la sombra de este barrio y de estos momentos. A mí esta anécdota me ha servido siempre para reconocer y hacerme entendible todo lo que he conocido de Manolo.

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Imagen actual de la mesa de trabajo de Manuel Vázquez Montalbán en su casa de Vallvidrera (Barcelona). / JORDI SOCÍAS
2
Muchos años más tarde, una mañana de enero, fría y luminosa a la vez, con esta luz azul claro que solo tiene París, en un larga caminata por los Campos Elíseos, hablando de su obstinada fidelidad al comunismo, del que ya solo quedaban las ruinas, Manolo cerró el debate con esta frase: “Déjame que sea el que apague la luz”. Me pareció irrebatible. Lo inefable no se discute: cada cual es dueño de sus parcelas en el territorio de lo que no es falsable. Confirmaba así que su compromiso político era también profundamente sentimental. En el fondo, su relación con el comunismo fue un modo de sellar la fidelidad a los orígenes de un intelectual prestigioso que surgió de las clases más castigadas por el franquismo y que, labrado por las contradicciones como todos, siempre tuvo el pasado en el rabillo del ojo. Más allá de la razón y la crítica había la pasión de un hombre que vivió muy deprisa, casi tan deprisa como escribía.
Manuel Vásquez Montalbán
Foto de María Espeus

3 
El recuerdo del Raval siempre le pudo a Manolo. Cuando se emprendió la gran transformación del barrio, a finales de los ochenta y principios de los noventa, a caballo de Barcelona 92, pero más allá de los Juegos, Manolo ejerció, a veces con indisimulada melancolía, de vigilante crítico de un cambio en el que la mejora de las condiciones de vida amenazaba la expulsión del barrio de la población más débil. Fiel a su tradición de puerta de entrada de la ciudad, el barrio hoy se parece poco al que conoció Manolo. La transformación urbanística ha ido acompañada de una transformación demográfica, de modo que hoy probablemente sea, por la diversidad de origen y condición de sus habitantes, el barrio más cosmopolita de Barcelona.
4 
“Este mundo no es como lo esperábamos”, “Hemos venido a este mundo a sufrir”, el pesimismo de la inteligencia podía en Manolo más que el optimismo de la voluntad. El happy end no existe. Eran estos los eslóganes que presidían la redacción de la revista Por Favor en la España del tardofranquismo y los inicios de la Transición en los que el humor era la escapatoria posible, no exenta de riesgos y penalidades como lo demuestran los cierres y desventuras judiciales que sufrió. La revista nació en un día señalado del calendario de la crueldad fascista: la tarde en la que el Consejo de Ministros dio el enterado para la ejecución de Puig Antic. Una coincidencia expresión de las contradicciones del momento en el que el régimen agotaba su enseñamiento represivo al tiempo que empezaban a emerger voces y presencias del futuro.

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5
En estos tiempos nuestros en los que el mito de la productividad es el horizonte ideológico dominante, los predicadores del dogma alucinarían con Manolo. Media revista la hacía él, generosamente nos dejaba el resto a los demás. Una retahíla de seudónimos suyos se expandía por las páginas. No creo que se conozca escritor con mayor productividad literaria por hora. Una idea y una canción: Manolo decía que los artículos los escribía sobre el patrón de una tonadilla.



6
Y, sin embargo, había tiempo para todo. Hay que recuperar la literatura del tedio. Recuerdo con enorme nostalgia las tardes de los fines de semana en su casa de Cruilles. Este placer, actualmente casi prohibido, del dolce far niente,de la conversación sin prisa ni objetivo preciso, del dejar fluir las horas, entre palabras. Los almuerzos se prolongaban en largas tardes de sofá, entre la modorra y algún chispazo de Manolo, abundantemente regadas, solo interrumpidas por la invitación a la merienda, plenamente integrable en el pecado capital de la gula, hasta llegar, sin solución de continuidad, a la cena, evidentemente preparada por Manolo. Nos acostábamos de madrugada y a la mañana siguiente, cuando conseguías bajar a la cocina, con toda la carga de la resaca, Manolo ya había escrito dos artículos, ya había hecho la compra y ya había desplegado el desayuno sobre la mesa. Siempre he sentido una sana envida por los que duermen poco y están despiertos como si durmieran mucho.


7
Manolo tenía fama de tímido. Es verdad que ponía una cierta coraza entre él y el mundo. Una coraza que de vez en cuando rompía con un latigazo de su desmesurada imaginación literaria. Yo, que defendí la primera guerra de Irak (que no la segunda), todavía siento una cierta humedad en mis labios cuando recuerdo la flecha que nos mandó a los proaliados en un debate televisivo: “Boquitas pintadas de sangre”. Los debates ideológicos y políticos crean fronteras y rompen complicidades. Y la apuesta de Manolo por la figura del intelectual a la sartriana –el del compromiso político– le llevó más de una vez a cruzar la que para mí es la línea roja: ocultar la verdad para no desmoralizar a los nuestros. Pero detrás de su coraza se escondía una dimensión entrañable que permitía recuperar la empatía siempre que supieras vencer el primer muro de resistencia. Manolo Vázquez Montalbán formaba parte de la media docena de intelectuales europeos –comunistas irredentos, podría decirse– que acudían a la llamada de cualquier signo de emergencia de algún movimiento radical que, en algún lugar del mundo, apareciera como portador de una nueva esperanza. La causa zapatista, el pacifismo antiamericano y los movimientos antiglobalización habían sido sus últimas apuestas. En cualquier caso, en tiempos de ­autocomplacencia neocapitalista, la tenacidad de Manolo ha servido para que las noticias del caos y de la injusticia en el mundo tiñeran de negra realidad cualquier retrato en rosa de un mundo sometido a la paxamericana. Pero más allá de la suerte de estas causas, el tiempo le ha dado la razón en muchas cosas: desde los años ochenta es la revolución conservadora, destinada a destruir los equilibrios labrados en los cincuenta y los sesenta, la que está arrasando a unas sociedades a las que ha impuesto la cultura de la indiferencia, y la que está devorando a la democracia con un crecimiento de las desigualdades sin parangón, que destruyen el tejido social y político. Hoy no le faltarían a Manolo causas que apoyar, en un momento en el que los movimientos sociales están dando réplica a la política institucional, construyendo nuevas formas de politización.


La mesa vacía que Manuel Vázquez Montalbán ocupaba con sus amigos en el restaurante Casa Leopoldo. / JORDI SOCÍAS
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Unas gotas de surrealismo. El día de la muerte de Franco nos dio por jugar al pimpón. Supongo que era una forma contenida de expresar una alegría que no amagaba una derrota: Franco murió en la cama. La redacción del Por Favor estaba cerca de mi casa. Fuimos a ella para ver la declaración de Arias Navarro. Yo tenía una mesa de pimpón en la terraza y entre lágrima y lágrima del presidente del Gobierno le dábamos a la pala. Extraño desahogo de un día en el que todo era raro: nos sentíamos liberados, pero el régimen estaba ahí. Con todo, la más surrealista de las experiencias que viví con Manolo fue en TVE. Nos invitaron al programa de Carmen Maura, la chica que valía mucho. La grabación era a las seis de la tarde, pero nos citaron a la hora de la comida. Comimos juntos Bibi Andersen, Alaska la de los Pegamoides, Manolo Vázquez y un servidor. “Ya has descubierto el secreto de Bibi Andersen”, me decía Manolo en voz baja. Por aquellos tiempos imperaba la idea de que la comida y la bebida llevaban a los invitados más relajados al estudio y mejor preparados para la grabación.


9

La publicación de ‘Crónica sentimental de España’ en Triunfo marca un momento crucial en la renovación del periodismo español. Los jóvenes que empezábamos entonces, en unas redacciones franquistas que se iban poblando paulatinamente de rojos, queríamos escribir como Manolo. La literatura como vía para ejercer la crítica prohibida. A través del repertorio musical y cinematográfico de la incipiente cultura de masas, Manolo devolvió la dignidad simbólica a amplios sectores de las clases populares y llevó a cabo un proceso de codificación de la cultura popular que la hacía visible para amplios sectores de la sociedad y la incorporaba al arsenal cultural de la resistencia antifranquista. “Afortunadamente, las señoras tienen espalda”, escribía en una Capilla Sixtina de Triunfo, a propósito del film de Jaime Camino Mi profesora particular.Y concluía: “¿La esperanza? La espalda de Analía Gadé recordándonos la proclamación de Hölderlin: los dioses se han marchado, nos queda el pan y el vino”.


10
“No quiero que me den la mano / empapada con nuestra sangre”. Estos dos versos de Pablo Neruda, del Canto general, “parecen dar la clave de la rápida muerte” del poeta, después del golpe de Estado de Pinochet, escribía Manolo en Triunfo. Me he acercado estos días de aniversario de aquella felonía a sus artículos en torno a la caída de la Unidad Popular Chilena que para una generación fue el fin de la última ilusión que quedaba o, si se prefiere, la pérdida de la inocencia. “Cuando la paciencia de la víctima no tiene límite, la paciencia del verdugo se acaba”, escribía Manolo. “Allende era irritante. Nacido para ser Frei, había querido ser Allende. Masón de convicción, presidía los actos religiosos. Socialista obsesivo y ultimista, creía en el respeto a la norma democrática, incluso como instrumento de construcción del socialismo. Así se explica la urgencia, la furia, la rabia de las balas. Mataban la excepción. Confirmaban la regla”.


11
Pocos días antes de su muerte en los pasillos del aeropuerto de Bangkok, un lugar propio de un espía más que de un escritor, cerca de los mares del Sur que le fascinaban, Manolo escribió en su columna de EL PAÍS con el título Vacíos:“No hemos valorado suficientemente la sensación de vacío que nos espera cuando del friso político desaparezcan Pujol, Aznar y, probablemente, Arzalluz”, cerrando un ciclo del que la primera señal había sido la salida de Felipe González. “Esta no es España, que me la han cambiado”. Si ahora regresara, constataría cómo han sido premonitorias aquellas palabras suyas. Efectivamente, el régimen de la Transición y el orden de la España autonómica que estos ciudadanos representaban han quedado irreconocibles sin ellos. Volvemos a estar en tiempo de mudanza, que eran los que gustaban a Manolo.


12
Pero la singularidad de Manuel Vázquez Montalbán es que cualquier batalla política, aun la que pareciera más absurda o disparatada, era inseparable de sus pathos de escritor insaciable. Escribir era, en el fondo, su manera de estar en el mundo. Y, en este sentido, probablemente nada explica mejor la complejidad política, psicológica y literaria de Manolo que la relación con dos mitos –en el sentido de que sus narrativas pesaron sobre casi todos los periodos de su vida–, Fidel Castro y Franco, la cara y la cruz. A ambos dedicó miles de páginas. Se metió dentro de Franco para escribir la autobiografía en una especie de viaje a lo siniestro. Y se embebió de Fidel Castro, que le generó siempre tanta admiración como incomodidad. Manolo sabía perfectamente qué es y qué no es una dictadura. Pero desde algún rincón de su conciencia seguían llegando órdenes que le venían de aquella su lejana patria, la infancia en el barrio del Raval, y marcaban sus palabras, sus fidelidades y sus silencios. E incluso sus excesos.



domingo, 23 de julio de 2000

Raymond Chandler / El hombre que quiso ser Yeats


Raymond Chandler
Ilustración de Fabrizio Cassetta

Raymond Chandler

El hombre que quiso ser Yeats



"La obra de Chandler, como la de Hammett, me parece tan imprescindible literariamente como pueda serlo la de Hemingway o Scott Fitzgerald, por poner ejemplos que le fueron próximos y porque hoy no tengo ganas de escandalizar."


MANUEL VAZQUEZ MONTALBAN
23 DE JULIO DE 1988


Raymond Chandler nació en Chicago (Ilinois) el 23 de julio de 1888 y murió en La Jolla (California), en marzo de 1959. De formación académica británica, esta circunstancia influyó en su estilo, lleno de un humor que, mezclado con su oficio de escritor en revistas pulp, como Black Mask, saltó a la celebridad a raíz de la publicación de su primera novela, El sueño eterno, en 1939, que abrió una de las carreras más brillantes de la literatura de este siglo, jalonada por obras de fama mundial, como El largo adiós y Adiós muñeca.
Cuando era adolescente Chandler quería ser Yeats. Era el poeta de habla inglesa de más prestigio y, por tanto, el más instalado en la conciencia de la sociedad literaria, en es justo punto en el que la tradición se convierte en modernidad sin dejar de ser tradición.Residente en Inglaterra, tras el divorcio de sus padres, realizó estudios académicos y escribió versos yeatianos que han pasado a la historia, pero no a la historia de la literatura. Los biógrafos de Chandler insisten en resaltar lo casual de su acercamiento al género policiaco en busca de un modo de vivir literario fácil de mercantilizar en pleno desarrollo de los pulps en el período de entreguerras.
Buena parte de los escritores norteamericanos de ese período consiguió sobrevivir, así en Nueva York como en París, gracias a la publicación de cuentos pagada en dólares, que era, y es, la mejor manera de cobrar. Había cuentos de cejas altas para revistas de cejas altas y había cuentos de cejas bajas para revistas de cejas bajas. Chandler tardó en descubrir la dignidad de su literatura, y vivió desde la conciencia de escritor insuficiente que no había conseguido ser Yeats.

Cincuenta o sesenta años después, una visión de la llamada literatura negra norteamericana nos descubre un doble plano que se nos revela obvio. De una tradición literaria policiaca basada en la fórmula esperable por el receptor, algunos cultivadores del género obtienen un mutante estético, y en algunos casos consiguen darle ese valor de singularidad que exige la literatura desde el romanticismo. Los novelistas al conseguir ser singulares dejaron de ser negros, verdes, fucsias o grises, y en segundo plano, el género en sí, convertido en un fenómeno de sociología literaria y de literatura sociológica.

Injerto al realismo

Cuatro autores mutantes que consiguieron la singularidad literaria fueron Hammett, Chandler, Hymes y Patricia Highsmith. El género se convirtió en una propuesta de narrativa del neocapitalismo, y ha servido de injerto del realismo crítico, cuando llegó a Europa y alcanzó cimas como las que ha sabido escalar el mismísimo Sciascia. Tanto en Estados Unidos como al sur del río Grande, el género inspira la penúltima posibilidad de literatura voluntaria explícitamente crítica, dentro de sus reglas de distanciación lúdica consustanciales: como muestra ahí están las obras de Roger L. Symon, Paco Ignacio Taibo o Sasturain, entre muchísimos otros. Pero no le huyamos a Chandler. De los cuatro grandes de la novela negra, tan grandes que perdieron el color clasificador para los archivos mentales de la crítica más puñetera, es el que más trampas se hace, y, sin embargo, sabe sacar partido literario de esas trampas. Hammett cree en lo que hace, sin vacilaciones, y adopta el punto de vista de una cámara ultimando el behaviorismo hasta los límites de lo que luego sería el objetivismo de le nouveau roman.Hymes se identifica con la negritud de Harlem desde la mirada éticamente mestiza de sus policías negros vendidos a los blancos, y su mirada juega desde el cinismo de la situación, no desde la duda de la escritura como conocimiento autolegitimado.
La Highsmith parte de la misma gravedad creadora: ella ve el mundo así y ha de encontrar un portador de esa mirada, el punto de vista verosímil que haga verosímil la propuesta de verdad contenida en las 200 o 300 páginas de una novela. En cambio, Chandler se distingue de sus compañeros en que el relativismo juguetón de su punto de vista, de Marlowe, es el revelador de su propio relativismo ante la legitimidad del género. Un aristócrata de la cultura se ve obligado primero a trabajar como manager en una compañía petrolífera y después a escribir relatos y novelas de literatura considerada menor en los cenáculos más establecidos. Su dignidad profesional le lleva incluso a redactar un decálogo, hoy inservible, como todos los decálogos, sobre cómo debe ser una novela policiaca, pero la sensación de destierro de la literatura noble la transmite desde el propio Marlowe, que es algo más que un detective cínico o irónico: es un cuestionador constante de sí mismo y de las situaciones que vive. Sin embargo, la buena educación literaria de Chandler, su buen gusto, le permitió acceder a algo más de lo jue explícitamente se proponía. Él quería demostrar que a pesar del género sabía escribir, sin darse del todo cuenta que había obtenido un mutante estético con estilo propio, una obra autolegitimada en su propia lectura, más allá de los valores presumidos en toda obra de género. De hecho, su decálogo era su poética y traducía más su singularidad que la generalidad de una fórmula; esa singularidad que le permite ser hoy un autor más universal y revelador que cientos de autores que le fueron contemporáneos y que le miraron por encima del hombro de una estatura literaria convencional. No es que sostenga yo que el diseño de una olla a presión es equivalente a una tragedia de Shakespeare, pero la obra de Chandler, como la de Hammett, me parece tan imprescindible literariamente como pueda serlo la de Hemingway o Scott Fitzgerald, por poner ejemplos que le fueron próximos y porque hoy no tengo ganas de escandalizar.