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martes, 6 de agosto de 2024

Silvina Ocampo / Cielo de claraboyas



FICCIÓN BREVE


Silvina Ocampo



CIELO DE CLARABOYAS


La reja del ascensor tenía flores con cáliz dorado y follajes rizados de fierro negro, donde se enganchan los ojos cuando uno está triste viendo desenvolverse, hipnotizados por las grandes serpientes, los cables del ascensor.
Era la casa de mi tía más vieja adonde me llevaban los sábados de visita. Encima del hall de esa casa con cielo de claraboyas había otra casa misteriosa en donde se veía vivir a través de los vidrios una familia de pies aureolados como santos. Leves sombras subían sobre el resto de los cuerpos dueños de aquellos pies, sombras achatadas como las manos vistas a través del agua de un baño. Había dos pies chiquitos, y tres pares de pies grandes, dos con tacos altos y finos de pasos cortos. Viajaban baúles con ruido de tormenta, pero la familia no viajaba nunca y seguía sentada en el mismo cuarto desnudo, desplegando diarios con músicas que brotaban incesantes de una pianola que se atrancaba siempre en la misma nota. De tarde en tarde, había voces que rebotaban como pelotas sobre el piso de abajo y se acallaban contra la alfombra.

jueves, 22 de noviembre de 2018

Borges / Bioy Casares / Silvina Ocampo / ¿De qué se reirán esos idiotas?

Borges (de pie a la izquierda), testigo del casamiento
de Silvina Ocampo con Adolfo Bioy Casares


¿De qué se reirán esos idiotas?


Durante 30 años Jorge Luis Borges cenó en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas


MANUEL VICENT
22 JUN 2018 - 16:49 COT




Desde la izquierda, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Enrique Luis Drago, en Cannes en 1949.
Desde la izquierda, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Enrique Luis Drago, en Cannes en 1949.

"Todos caminamos hacia el anonimato", dijo Borges, "solo que lo mediocres llegan un poco antes". Este era la clase de ingenio malvado, el único permitido como postre en las cenas que durante 30 años mantuvo todas las noches Jorge Luis Borges en casa de Adolfo Bioy Casares. Desde otra estancia, cuando los dejaba a solas, Silvina, la mujer de Bioy, oía las carcajadas. "¿De qué se reirán estos idiotas?", pensaba. Se reían de la propia crueldad con la que pasaban por la piedra a otros colegas, y según parece Borges tenía una risa desgañitada muy desagradable. Silvina, la menor de las seis hermanas Ocampo, fue pintora, discípula de Giorgio de Chirico, poeta y escritora de cuentos. Permaneció siempre en un segundo plano, oscurecida por la prepotencia avasalladora de su hermana mayor Victoria, que desde la revista Sur tenía bajo absoluto control la cultura argentina de entreguerras, y por el talento literario y la seducción de su marido, de quien tuvo que soportar en silencio su voracidad consumidora de amantes. La figura de esta artista emerge ahora desde la sombra. Sucede a veces que los mediocres regresan del anonimato solo para vengarse.

miércoles, 3 de octubre de 2018

Genios con siete vida


Mary Shelley
Ilustración de Fernando Vicente

Genios con siete vidas

De Leonardo da Vinci a Joan Miró pasando por Shelley, Fernando VII o Simone de Beauvoir, un recorrido por momentos cruciales de biografías recientes donde no solo se ve la evolución del personaje sino el momento que iluminará su destino


Winston Manrique Saboga
3 de octubre de 2018

Leonardo aún era muy pequeño cuando un milano se posó sobre la barandilla de su cuna y con su cola ahorquillada le abrió la boca golpeando sus labios varias veces. Es la génesis del genio que habría de ser Leonardo Da Vinci.

sábado, 25 de marzo de 2017

Silvina Ocampo / La hermana menor

La pequeña Ocampo

Una nueva biografía arroja luz sobre la figura de Silvina, brillante cuentista, amiga de Borges y esposa de Bioy Casares

J. ERNESTO AYALA-DIP
5 SEP 2014 - 06:27 COT

Todo el mundo cultural de habla hispana conoce el nombre de Victoria Ocampo. Sabe de su trayectoria vital y literaria. De su amistad con grandes nombres de todas las latitudes de la cultura del siglo veinte. Conoce el nombre de la revista Sur, célebre por sus colaboradores y por el sello personal que aportaba su mentora y dueña. Pero no ocurre lo mismo con una de las seis hermanas Ocampo. Me refiero a Silvina Ocampo (1903-1993), una de las cuentistas más relevantes de la literatura argentina, además de la mujer de Adolfo Bioy Casares durante más de cincuenta años. (Compartió generación con otras conocidas escritoras argentinas: Silvia Bullrich, Beatriz Guido, Carmen Gándara y Marta Lynch). Las hermanas Ocampo fueron inmensamente ricas. Cuando una de ellas heredaba una vivienda, esa vivienda no era un piso sino una finca entera de seis o siete plantas. Sus viajes a Europa duraban meses. Su servicio ocupaba a varias personas siempre muy fieles. Sus segundas residencias eran casonas inmensas incrustadas en la Pampa o situadas a escasos metros del océano Atlántico. Siendo hijas de la oligarquía agroganadera argentina, no siempre les convino esa condición para que se las tratara sin prejuicios de clase o ideológicos: aun cuando fueron radicalmente antifascistas (además, claro, de feroces antiperonistas). La publicación de la biografía de Silvina Ocampo, La hermana menor, escrita por la periodista y escritora argentina Mariana Enríquez (1973), invita a reconsideraciones sobre la figura y obra de esta gran escritora, no siempre tratada con la justicia poética que se merecía.

domingo, 16 de noviembre de 2014

La herencia de Bioy Casares / Amores secretos y muertes en un juicio de película




La herencia de Bioy: 

amores secretos y muertes en un juicio de película

A 100 años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial.

Clarín, 14 de septiembre de 2014

  • Raquel Garzón
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999. En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.

sábado, 15 de noviembre de 2014

La biblioteca de tres maestros en 400 cajas y en un depósito de alquiler


La biblioteca de tres maestros, 

en 400 cajas y en un depósito de alquiler

Son 20 mil tomos con notas de Bioy, Silvina y Borges. Su valor cultural es incalculable.
Clarín, 14 de septiembre de 2014

  • Mauro Libertella
Dicen que era impactante. Que ocupaba las paredes de varios ambientes del enorme piso de la calle Posadas, de 697 metros cuadrados y dos plantas, donde Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares pasaron 45 años juntos viviendo en el corazón caliente de una biblioteca. Hoy esos libros no parecen tener destino en esta tierra. Fueron infructuosas las serias tratativas de la Biblioteca Nacional y otras entidades por comprarlos. Esta, con certeza la mayor biblioteca argentina del siglo XX, está guardada en 400 cajas.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Silvina Ocampo / Soñadora compulsiva

nude girl van gohg
Nude Girl Van Gogh
Sophia Budak
Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
SOÑADORA COMPULSIVA

Había un millón de miradas en mis ojos, por eso pensé que un milagro me había hecho nacer en un lugar de rocas y de mar sin límites. Pensé muchas cosas que no me acercaban a la verdad y ya cansada dejé de mirar y resolví entregarme a la magia sin temor y sin remordimientos. Había un mazo de cartas en nuestra casa; lo tomé y lo oculté bajo mi abrigo. Nunca nadie me vio jugar con naipes, ni me enseñó ningún juego... Trabajaba en casa una mujer que sabía tejer y destejer y que afirmaba que el tejido se parecía íntimamente a la adivinación del porvenir, sin dificultad. Acepté la idea y así empezó mi carrera de adivina. Todas las cosas que aquí relato, o casi todas, las soñé antes de vivirlas.

Silvina Ocampo / Invenciones del recuerdo

Aurum
Dino Vals
Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
INVENCIONES DEL RECUERDO

Por un camino bordeado de personas en vez de árboles, en el recuerdo llego a mi infancia. Pero no sólo las personas son importantes: hay casas, jardines, objetos, paisajes, sabores, fragancias y músicas que son como esas plantas que crecen debajo de los árboles y que miramos más que a los propios árboles. Catalina Iparaguirre, con sombrero y guantes negros puestos, se mira en el espejo. Su pelo es la parte más impersonal de su cuerpo, la más engañosa, la más importante, la que más le gusta; tiene vetas amarillas, verdes y marrones oscuras. Hace más de treinta años que se lo tiñe y más de setenta que brilla sobre su frente manchada, sin perder ese vigor que le permite enroscarlo sobre su cabeza sin batirlo y sin rellenarlo. Con la falda larga de lustrina y la escoba, Catalina Iparaguirre barre el piso como nadie. Ni una hilacha ni una basura quedan. Sus prendas más preciadas son para ella el estuche de sus anteojos y el paraguas del cual no puede separarse porque sirve tanto para la lluvia como para el sol, tanto para alcanzar objetos que están colocados sobre el armario como para abrir las banderolas, tanto para castigar a un gato como para sostenerse cuando camina, tanto para acariciar una alfombra como para matar a un hombre obsceno, si pudiera.

Silvina Ocampo / La raza inextinguible



Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
LA RAZA INEXTINGUIBLE

EN AQUELLA CIUDAD todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:

martes, 23 de septiembre de 2014

Silvina Ocampo / La hermana menor



Silvina Ocampo

La hermana menor

Una nueva biografía arroja luz sobre la figura de Silvina, brillante cuentista, amiga de Borges y esposa de Bioy Casares


J. ERNESTO AYALA-DIP 5 SEP 2014 - 13:27 CEST

Todo el mundo cultural de habla hispana conoce el nombre de Victoria Ocampo. Sabe de su trayectoria vital y literaria. De su amistad con grandes nombres de todas las latitudes de la cultura del siglo veinte. Conoce el nombre de la revista Sur, célebre por sus colaboradores y por el sello personal que aportaba su mentora y dueña. Pero no ocurre lo mismo con una de las seis hermanas Ocampo. Me refiero a Silvina Ocampo (1903-1993), una de las cuentistas más relevantes de la literatura argentina, además de la mujer de Adolfo Bioy Casares durante más de cincuenta años. (Compartió generación con otras conocidas escritoras argentinas: Silvia Bullrich, Beatriz Guido, Carmen Gándara y Marta Lynch). Las hermanas Ocampo fueron inmensamente ricas. Cuando una de ellas heredaba una vivienda, esa vivienda no era un piso sino una finca entera de seis o siete plantas. Sus viajes a Europa duraban meses. Su servicio ocupaba a varias personas siempre muy fieles. Sus segundas residencias eran casonas inmensas incrustadas en la Pampa o situadas a escasos metros del océano Atlántico. Siendo hijas de la oligarquía agroganadera argentina, no siempre les convino esa condición para que se las tratara sin prejuicios de clase o ideológicos: aun cuando fueron radicalmente antifascistas (además, claro, de feroces antiperonistas). La publicación de la biografía de Silvina Ocampo, La hermana menor, escrita por la periodista y escritora argentina Mariana Enríquez (1973), invita a reconsideraciones sobre la figura y obra de esta gran escritora, no siempre tratada con la justicia poética que se merecía.

Silvina Ocampo / La gran escritora detrás de Bioy Casares


Silvina Ocampo, la gran escritora detrás de Adolfo Bioy Casares

Día 16/09/2014 - 10.24h

La biografía «La hermana menor» recupera la figura de la autora argentina

Silvina Ocampo (1903-1993) era radical en su militancia. Olvídense de géneros. Hablamos de literatura en estado puro. Porque la escritora, esquiva y extraña, fue una de las más grandes integrantes de las letras argentinas del siglo XX. Pareja de Adolfo Bioy Casares (1914–1999), vivió a la sombra del autor de «La invención de Morel» durante más de cuarenta años, entregada a ese amor que solo entienden los que de verdad lo sienten. Y es que, como escribió su gran amigo Jorge Luis Borges (1899–1986), «Felices los amados y los amantes y los que pueden prescindir del amor».

Silvina Ocampo y Bioy Casares / Extraña pareja






Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo

Silvina Ocampo & Adolfo Bioy Casares: extraña pareja

Por Alicia Dujovne Ortiz
La Nación, 6 de febrero de 2005

Ella le llevaba once años, y desde que lo vio por primera vez, vestido de blanco, apuesto y hermoso como un dios, ya no pudo dejar de pensar en él. Se casaron y formaron una pareja particular. Ella, extraña y celosa, perdonaba todas las infidelidades de un hombre que, a pesar de todo, la adoraba
Siempre tiene frío. Esta noche, para sen-tarse a la mes­a se volverá a envolver en su tapado de piel de tigre. Ha mandado encender la calefacción, pero no demasiado. Para qué andar gastando; cuanto menos tenga que abrir las bolsas de plástico llenas de plata guardadas en el ropero, mejor será.
Desde la muerte de Marta, su mujer, el padre de Adolfito vive con ellos. Cada día, al regresar de su bufete de abogado, se cambia de arriba abajo para pasar al comedor, se sienta ceremoniosamente en el lugar indicado y come mirando el plato, esquivándole a ella la mirada y sin sumarse a las risas de Adolfito y de Borges: Georgie. Por suerte para ella vendrán los Pepes; Pepe Bianco, el escritor, y Pepe Fernández, el muchachito risueño que toca el piano, el amigo de Wilcock. A los Pepes y a Johnny (para ellos Wilcock siempre será Johnny) los hace venir para alivianar el aire, para no estar aislada; su suegro por su lado, Adolfito con Georgie por el suyo, y ella, sola.

Bioy Casares y Silvina Ocampo / La gracia y la malicia

Silvina Ocampo y Bioy Casares

Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo: la gracia y la malicia, unidas en un matrimonio fascinante


En el año del centenario del escritor, reproducimos una extraordinaria entrevista que ambos concedieron juntos a la revista Claudia, en 1983, rescatada ahora por Ernesto Montequin para la edición de El dibujo del tiempo, libro que Lumen distribuirá en marzo y que incluye textos inéditos de Ocampo, de los que aquí se ofrece una selección
Tienen la belleza, la fascinación y la crueldad de lo perfectamente acabado, de todo aquello que por su plenitud se basta a sí mismo. Después de haber estado con ellos, cualquier conversación resulta insípida, pesada, vulgar, como si uno hubiera abandonado una región iluminada por un sol perpetuo para pasar a una comarca cubierta por las nieblas. Probablemente haya otros matrimonios literarios en el país, pero, sin duda, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo forman la pareja más talentosa e imaginativa de la Argentina.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Los Bioy

En la foto: Adolfo Bioy Casares, Marta Bioy Ocampo y Silvina Ocampo
(Tusquets, Buenos Aires, 2002)

Los Bioy

Me iría detrás 
de ese palo de escoba

Urdido entre la española Jovita Iglesias y la argentina Silvia Renée Arias, el libro Los Bioy resultó finalista en el XIV Premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias. En junio de 2002 vio la luz por primera vez en Buenos Aires editado por Tusquets en la Colección Andanzas y en enero de 2003 apareció en Barcelona en la serie Fábula. 
Nacida el 13 de septiembre de 1925 en Pacios de Toubes de Villa Rubín, Orense, Jovita Iglesias narra en Los Bioy que, a sus 24 años, el 22 de noviembre de 1949 llegó de España a Buenos Aires y, a través de una tía, el siguiente 23 de diciembre conoció a Silvina Ocampo en el edificio, propiedad de ésta, ubicado en “Santa Fe 2606, esquina Ecuador”, donde ella y Adolfo Bioy Casares vivían. Y dado que los Bioy emprenderían “un largo viaje a Francia en febrero”, unos días después se trasladó a vivir allí e inició su larga labor en ese núcleo familiar, la cual concluyó “casi dos años después de la muerte” de Adolfito, sucedida el 8 de marzo de 1999. Es por ello que fecha sus palabras en “Buenos Aires, marzo de 2001” y que al final de su último testimonio declara: 

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Silvina Ocampo / Nueve perros

Silvina Ocampo con Bioy Casares, Dragón y Sacastrú

Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
NUEVE PERROS


Para A. B. C.

El primero estaba en un cuadro pintado al óleo, so­bre la chimenea del comedor de la casa de campo, donde veraneaba en mi infancia. Mientras comíamos en una enorme mesa, con muchos comensales y fuen­tes, yo miraba de soslayo al perro, que era de caza con dibujos en la piel que se asemejaban a un mapa, y él miraba de frente, como miran los perros. Recuerdo que estaba sentado al pie de un árbol sin follaje, en que se apoyaban la mochila, los rifles, las escopetas, las perdices y no sé si una liebre o varias, o si todas las perdices eran liebres. Yo también estaba sentada, casi a la cabecera de una mesa en forma de óvalo, cu­bierta con un mantel de Damasco, blanco, con rosas, mariposas o lirios. De buena gana hubiera cedido mi asiento y me hubiera sentado al pie del árbol. A ese perro pintado me unía el silencio. Ninguno de los dos hablábamos a la hora de las comidas; yo, por timidez, y él, no por ser perro sino por estar en un cuadro; así me parecía a mí. "Ayúdame a sobrevivir", tal vez le habría dicho interiormente, si hubiera sabido for­mular el sentimiento, porque siempre en mi infancia, en mi adolescencia y después, por bastante tiempo, sufrí de vivir: hasta que lo conocí a Áyax.

martes, 15 de septiembre de 2009

Silvina Ocampo / Mimoso


Dibujo de Lucian Freud
Silvina Ocampo
BIOGRAFÍA
MIMOSO

Desde hacía cinco días Mimoso agonizaba. Mercedes con una cucharita le daba leche, jugo de frutas y té. Mercedes llamó por teléfono al embalsamador, dio la altura y el largo del perro y pidió los precios. Embalsamarlo iba a costar casi un mes de sueldo. Cortó la comunicación y pensó llevarlo inmediatamente para que no se estropeara demasiado. Al mirarse al espejo vio que sus ojos estaban muy hinchados por el llanto y decidió esperar la muerte de Mimoso. Junto a la estufa  de kerosene, colocó un platito y volvió a darle leche al perro, con la cucharita. Ya no abría la boca y la leche se derramó por el suelo. A las ocho llegó el marido, lloraron juntos y se consolaron pensando en el embalsamamiento. Imaginaron al perro a la entrada de la habitación, con sus ojos de vidrio, cuidando simbólicamente la casa.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Borges / La íntima dicha de la inteligencia / Silvina Ocampo

Borges y Bioy Casares

Para una mítica publicación que homenajeó a Borges en 1964, la mujer de Bioy Casares y hermana de Victoria Ocampo escribió este divertido e implacable retrato de su amigo. Una entrañable evocación.

BORGES
La íntima dicha de la inteligencia

Por Silvina Ocampo


¿Existe un escritor para el cual la vida misma se haya convertido en un cuento como la de Borges? No lo creo. Los amigos de Borges entran siempre en su mundo, pero él no entra en el mundo de los otros.

Hice un retrato suyo en tinta hace mucho tiempo; el retrato está en un libro de cubierta rosada como los cuadernos de nuestra infancia; no se le parece; sin embargo, en ese retrato torpe, tiene el aspecto de un héroe de la historia argentina; pensándolo bien, Borges es una especie de héroe.


No sé cuándo ni dónde lo conocí. Me parece que lo conozco desde siempre, como ocurre con todo lo que se ama. Tenía bigotes y grandes ojos sorprendidos.


Hace mucho que lo conozco, pero mucho más que lo quiero. A veces lo he odiado; lo odié por causa de un perro, y él me odió a mí, supongo, por causa de un disfraz. Comenzaré por el perro.


Estábamos en la playa durante el verano. Yo había perdido a mi perro Lurón; lo adoraba como se adora a los perros. Llorando, lo buscaba por los caminos que llevaban al mar, golpeando cada puerta, preguntando a cada persona si no había visto un perro con collar rojo, inteligente, mediano, de color castaño, el pelo rapado salvo en la cabeza y las patas, sin cola, etc. Era inútil explicarles que se trataba de un caniche. Lo mismo habría dado decirles canilla o cariz. Borges escuchaba, miraba, pensando que esta historia del perro era inaudita. Ni una palabra compasiva. Me puse esquiva con él.


-¿Pero estás segura de que podrías reconocer a tu perro? -me preguntó, quizá para consolarme.


O lo trataba con resentimiento, pensando que no tenía corazón.


Odiar a Borges es difícil, porque él no lo percibe. Yo lo odiaba; pensaba: "Es malo, es idiota, me pone los pelos de punta, mi perro es más inteligente que él, porque sabe que todas las personas son diferentes, mientras que Borges piensa que todos los perros son iguales".


Borges no entendía mi angustia. Sin embargo, era yo la que no lo comprendía. Lo supe por lo siguiente: Borges considera a los animales como dioses o grandes magos; piensa también, caprichosamente, que cualquier ejemplar de la especie representa a todos. Al abrir una puerta, sé que a veces le pregunta al gato de la Biblioteca Nacional: "¿Se puede entrar?". Confundido, piensa: "¡Pero el gato del vecino que encuentro al salir de aquí es quizás el mismo gato que veo detrás de esta puerta!". Si lo encuentra sentado sobre su silla, busca otra, para no molestarlo. Ama a los animales a su manera. 

Borges detesta a la gente disfrazada. Una noche de carnaval, luego de la cena, una amiga y yo nos disfrazamos. Nos paseamos por el jardín, y nos acercamos a Borges. Le hablábamos sin fingir la voz, pero no nos contestaba.

-Soy yo, Georgie, ¿no me reconocés?

Sólo después de que me saqué el disfraz y la máscara, me respondió. Se apoyó entonces contra un árbol frondoso que le arañaba apenas el rostro y murmuró:

-¿Este también se disfrazó?

Borges tiene corazón de alcaucil. Ama a las mujeres lindas. Sobre todo si son feas, así puede inventar con más facilidad sus rostros. Se enamora de ellas. Una celosa le dijo acerca de otra mujer que él admiraba:

-No me parece tan linda. Es completamente pelada. Tiene que usar una peluca hasta de noche, cuando duerme, por miedo a encontrar en sus sueños a gente que ama, o un espejo.

-Ninguna persona linda podría ser tan pelada -dijo él con admiración-. Indudablemente ella no la precisaría, porque es linda de todas formas.

Agregaba, con sincera curiosidad:

-¿Se fue quedando pelada naturalmente? ¿Naturalmente, en serio?

En mi opinión, la señora en cuestión se hizo bella hace dos o tres años, cuando estalló la moda de las pelucas.


A Borges le encanta el dulce de leche; lo come tan rápidamente que no tiene tiempo de sentirle el gusto, pero si le ofrecen un flan, una omelette surprise, compota de frambuesas o zapallo en almíbar, responderá lentamente, en inglés para que el postre no lo comprenda:


-Muy interesante, pero no tengo el coraje de destruirlo.

Cenar con Borges es una de las costumbres más agradables de mi vida. Me permite creer que yo lo conozco más que mis otros amigos, porque la hora de la cena es más que nada la hora de la conversación.


Charlar con Borges, sin embargo, cuando uno recién lo conoce es difícil, aun a la hora de la cena; tanto, que uno no puede casi imaginar que su conversación pueda luego tornarse agradable.


Muchas personas conocieron a Borges en nuestra mesa. En general, cuando hay demasiada gente él no le habla más que a una, siempre la misma, porque él no abandona jamás, ni en sus conferencias, la actitud secreta de la intimidad; más bien abandona a su interlocutor, con crudeza. La persona, mejor dicho la víctima que quiere charlar con él, intenta entrar en su conversación como el niño que quiere saltar a la soga cuando sus compañeros la hacen girar en el aire. A veces esto se hace imposible pero el niño, luego de mucha indecisión, entra en el juego, y otras veces no entra y se aburre a muerte, o tiene vergüenza.


No estoy segura ni le preguntaría a nadie -ni siquiera a Borges- si es verdad, pero creo que en la casa en la que él vivía cuando lo conocí había una estatua de mármol o de piedra, con una fuente de la que salía agua. Mi recuerdo me basta, y pienso que la fuente de donde salía el agua es para mí el símbolo de una fuente literaria en la que yo buscaba refrescarme.


En la habitación de la abuela (inglesa) o de la madre de Borges había un cirio que ardía noche y día, y una imagen santa bajo un fanal. Las paredes de las habitaciones estaban pobladas de cuadros y tapices de Norah, la hermana de Borges, uno de nuestros mejores pintores. Norah, sin embargo, no ha hecho jamás un retrato de su hermano, es lamentable. El no se parece en nada a los rostros que pueblan sus cuadros; rostros indispensables, de los cuales ella conoce hasta el más mínimo detalle.


Pocas personas tienen la suerte de tener un retrato que se asemeje a su espíritu. Afortunadamente, Borges ha tenido esa suerte. El retrato de su alma existe y puede reproducirse hasta el infinito gracias al negativo de una fotografía que tomó Adolfo Bioy Casares.


Las circunstancias que conllevan al nacimiento de una amistad, así como al nacimiento de un ser humano, son muy importantes. Es por esta razón que recuerdo detalles del nacimiento de mi amistad con Borges. Un grupo de escritores talentosos nos rodeaba en ese momento. Aún no los habían separado ni la muerte ni las ideas políticas. Nos reuníamos, conversábamos mucho, con gran frecuencia. Adolfo Bioy Casares escribía, en colaboración con Borges, libros muy importantes que mostraban un mundo inexplorado en las letras argentinas. Ejercieron una gran influencia sobre nuestra literatura. Estos libros escandalizaban a la mayoría de nuestros amigos: se desconfiaba de ellos. Pensaban que reírse de semejante modo ya no era nada serio. Más tarde llegaron a amarlos, como se ama a las obras difíciles de apreciar la primera vez que uno se acerca a ellas: Chaucer, Corneille, Shakespeare, etc.


En una agradable noche de verano, cerca de Buenos Aires, en la quinta de Victoria Ocampo, un admirable poeta, desfalleciente, pálido, recostado en el suelo, casi muerto, murmuraba palabras ininteligibles que tomé por oraciones: rezaba para no morir completamente. Era Jules Supervielle. Tomé su pulso, que latía débilmente. Quisimos llamar a un médico. "Ya estoy bien", dijo de golpe el moribundo. Evidentemente, se había curado a sí mismo. Después me reveló el secreto de su recuperación: cuando estaba a punto de desvanecerse, decía versos; eso lo mejoraba más que un remedio. A nuestro modo, nosotros hacíamos lo mismo por la salud de nuestra alma. Vivíamos en una atmósfera de poesía pura. Los versos eran los lazos más seguros entre nosotros. Nos encantaba repetirlos con monótonas inflexiones de voz (para los demás; emocionantes para nosotros), como lo hacía Borges, no a la manera de la Comedia Francesa. Así nos divertíamos durante las comidas, los viajes en automóvil, los paseos a pie, las tristezas, las alegrías o la angustia de una tiranía vergonzosa, a veces grotesca o trágica, cuya voz, terriblemente argentina, debo reconocerlo, invadía nuestras calles y nuestros hogares.


Como hacían los poetas en Alejandría, o Herbert en Inglaterra, o bien una treintena de años atrás Apollinaire y muchos otros, siento deseos de transcribir estos versos en su idioma original y darles formas de frutas o de alas o de corazón, porque fueron un alimento, una manera de volar o de amar para nosotros. Quiero, mejor dicho, dibujar círculos, espirales con sus palabras, círculos que nos aprisionaban como en una torre, o nos liberaban como el aire, que también describe círculos.


Yet ah, that Spring should vanish with the rose.


He de cruzar las olas civiles con remos que no pesan porque van...


Oú ce roi qui nattendait pas Attendit un jour pas pas Condé lassé par la victoire


Oh noche amable más que la alborada. Oh noche que juntaste atizado con amada...


The troubles of our proud and angry dust Are from eternily and shall not fail.


O fui un soldado que durmió en el lecho De Cleopatra la reina. Su blancura. Su mirada astral omnipotente. Eso fue todo.


Que Régulo otra vez alce la frente y el paso esquive de la casta esposa.


-Esta noche tenemos que perdernos -me dijo Borges. 

Caminábamos por las calles de Buenos Aires como en un laberinto.


-Los animales, cuando se pierden, siempre se dirigen a la derecha; los hombres, a la izquierda- me dijo.


Ibamos hacia la derecha, pero sin conseguir perdernos, ¡ay!, porque después de media hora de caminata, de repente, nos encontramos frente al puente de Constitución, de donde habíamos partido. Borges ama los puentes. Le gusta ser argentino. Le gusta quedarse como si partiera; partir como si se quedara. En todos los viajes, él busca a Buenos Aires como el pájaro su nido y el perro su cucha. En Estados Unidos, en Inglaterra, en Suiza, en España, se reencuentra con su país.


Durante años nos hemos paseado por uno de los lugares más sucios y lóbregos de Buenos Aires: el puente Alsina. Caminábamos por las calles llenas de barro y de piedras. Allí llevábamos a escritores amigos que venían de Europa o de Norteamérica, y hasta a argentinos a los que también queríamos. No había nada en el mundo como ese puente. A veces, por el camino, una vez cruzado el puente, como en una especie de sueño, encontrábamos caballos, vacas perdidas como en el campo más lejano.


-Aquí tienen el puente Alsina- decía Borges cuando nos acercábamos a los escombros, la basura y la pestilencia del agua.


Entonces Borges se regocijaba, pensando que nuestro huésped también se alegraría. Borges pasaba sus vacaciones en los alrededores de Buenos Aires, en Adrogué, en el Hotel Las Delicias, que bien merecía ese nombre. A algunos metros del hotel (hoy desaparecido; en nuestro país, se demuele todo lo que es lindo; de hecho, es la única cosa que se hace con rapidez) había un jardín y una casa misteriosa con cuatro estatuas de tierra cocida, que representaban las cuatro estaciones. El Verano, la más bella, semejaba, a la luz de la Luna, una estatua de Picasso. Se lo dije a Borges, que respondió: -¿Tan fea es? Cuando iba a verlo a Borges a Adrogué, a cualquier hora, visitábamos las estatuas. No podíamos descubrir quién habitaba la casa. Finalmente descubrimos que sólo las estatuas la habitaban. Una noche nos dijeron adiós con pañuelos: las palomas se habían posado sobre sus manos y batían las alas.


Cuando comenzaron a demoler la casa de las estatuas le prometí a Borges que las iría a robar o a comprar. Era difícil, hasta imposible, porque nunca se veía a nadie en esta vivienda. ¿A quién, entonces, proponerle la compra? En cuanto al robo, no tenía sentido soñar con él: perros fantasmas ladraban cuando uno se acercaba a las estatuas. Finalmente, le rogué a alguien a quien no desvelaban las estatuas ni los perros ni Adrogué, ni los fantasmas, que las comprase o las robase. La persona en cuestión las compró. ¿A quién? Nunca lo sabré. A los perros que ladraban, seguramente. Las cuatro estaciones viajaron cuatro horas en ferrocarril y llegaron a nuestra casa de campo, el Invierno decapitado, el Otoño sin senos, el Verano sin brazos, la Primavera sin nariz y sin flores. Pero desde entonces, cuando las miro, allí en nuestro jardín, a menudo me parece estar en Adrogué con Borges. Borges ama su ciudad natal: ama en ella la fealdad casi más que la belleza. Nuestra querida ciudad ofrece una amplia variedad. Se diría que perder la vista le ha dado a Borges más sagacidad para ver. Borges descubre, por ejemplo, una cabeza horrorosa que preside una calle detrás de una reja, en el cementerio de la Recoleta. Enseguida me lleva a verla. A partir de entonces parece linda. Vuelve a ella de vez en cuando con el mismo entusiasmo que si se tratara de una cabeza descubierta en Pompeya. También ama la provincia de Buenos Aires. Recuerdo el verso de Ronsard que él repite a menudo:


Navré, poitrine ouverte au seuil de ma province...


Borges ama a su provincia como un viajero, descubre en ella un mundo lleno de sorpresas. Las sorpresas no son en absoluto las cosas sorprendentes, nuestros árboles con grandes hojas, los cantos ruidosos de nuestros pájaros, nuestras flores tan perfumadas, nuestro campo en todas partes, nuestro río de plata, sino más bien la simplicidad de un lugar, la riqueza de los basurales, un sombrero nuevo entre cáscaras de manzanas, los fideos, la extrema pobreza de un paisaje, el genio pleno de poesía o de estupidez de frases groseras o sutiles que se escuchan en la calle, una forma engolada o guaranga (palabra intraducible) de cantar.


Lo que le ocurre a Borges, lo que dice (ya que es un gran conversador) podría o debería haber sido escrito además de lo que él ha escrito. Creo que es feliz. Unicamente el espíritu es capaz de otorgar la dicha profunda que nace de la creación de la inteligencia.



Escrito originalmente en francés para Cahiers de LHerne. 
Borges, 1964. 
Traducción de Marcos Montes.

Clarín – Cultura y Nacion
Domingo 22 de agosto de 1999

http://oyeborges.blogspot.com/2010/05/silvina-ocampo-escribe-sobre-borges.html

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