Alberto Moravia
Antes del largo silencio
FRANCISCO AYALA
27 SEP 1990
La fama póstuma comienza de inmediato tras de la muerte, y nunca se sabe cuánto puede durar. Desde luego, apenas conocida la noticia de que un escritor desaparece de este mundo las trompetas de su fama, sopladas por los órganos de pública información, se apresuran a concitar y publicar las alabanzas de los colegas: su muerte constituye noticia, y conviene subrayarla. Un poco más tarde, enseguida, seguirá casi siempre un largo lapso de silencio; y sólo cuando el mérito o la fortuna lo determinan, viene a establecerse su nombre con fijeza no inmutable, sino relativa, en los registros del Parnaso. Ha muerto Alberto Moravia, y -cómo no- se me pide que diga algunas palabras a propósito de su obra. Que esta obra me ha parecido siempre estimable, lo prueba el hecho de haber traducido yo su novela La romana. Ello fue en la década de los cuarenta, cuando a raíz de la guerra civil española me encontraba exiliado en Buenos Aires. Terminada apenas la inmediata conflagración mundial, ya por entonces comenzaba el auge de la literatura italiana contemporánea, de cuanto saliera de Italia. Todos leíamos con -interés y con placer los libros que, en busca de la difusión propiciada por el boom editorial argentino, surgido al derrumbe de la industria española y favorecido por la cerrazón del régimen franquista, nos llegaban desde Europa.