Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Torga. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Torga. Mostrar todas las entradas

viernes, 2 de septiembre de 2022

Diarios / El 25 de abril de Miguel Torga

El 25 de abril de Miguel Torga


Descubrimos a Miguel Torga allá por 1988 gracias a un artículo de Ferrín en el Faro de Vigo -sección Segunda feira, en la página dos de los lunes- donde comentaba los Cuentos de la montaña que Alfaguara - en la época del diseño de Enric Satué- había editado en fecha reciente. Leímos los cuentos -los de la montaña y los de Piedras labradas- y nos convertimos en devotos de Torga. Y hasta peregrinamos a su aldea natal, la transmontana S. Martinho de Anta. Y en sucesivos viajes a Coimbra íbamos acarreando sus obras en portugués, sus cuentos, su diario; libros de impresión ascética que editaba el propio Torga en una gráfica de la ciudad. Y en un viaje por Tras-os-Montes creímos descubrir la aldea que bautizó como Fronteira y que da título a uno de sus Cuentos de la montaña, tan perfecta era la correspondencia entre la escritura y aquel fin del mundo al pie de una muralla granítica; una aldea que, como no llevábamos cámara de fotos, nuestro hijo dibujó en el cuaderno que llevaba conmigo; la aldea  donde acontece, por la gracia de Torga, una hermosa historia de amor entre un guardiña y una contrabandista.

lunes, 18 de mayo de 2020

Antonio Muñoz Molina / Diarios

Miguel Torga, poesía agreste
Miguel Torga
Antonio Muñoz Molina
DIARIOS

10 de febrero de 1994


A punto de morir de un cáncer, Miguel Torga publica el último volumen de su diario, en cuya página final ha escrito una elegía para sí mismo. Unos días antes de quitarse la vida, Cesare Pavese escribió la última anotación en el suyo, y luego se encerró en una habitación de hotel en la que tal vez echaría dé menos, mientras se aproximaba al suicidio, el hábito de escribir del que se había despedido al cerrar el diario: Ni una palabra más, había anotado, pero es seguro que su imaginación continué segregando palabras, y que se iría contando a sí mismo lo que hacía y lo que pensaba, escribiéndolo no en el papel, sino en la conciencia que estaba a punto de extinguirse y de la que ya no quedaría ningún testimonio final. Para ser fieles, las ediciones de ese diario, El oficio de vivir, deberían terminar con varias páginas en blanco.