La mañana del 23 de junio de 1959, Boris Vian sufría un ataque al corazón en el cine Le Petit Marbeuf, cerca de los Campos Elíseos, poco después de haber empezado a ver un pase privado de una película sobre una novela suya. Fue trasladado urgentemente al hospital. Moriría horas después, a los 39 años. Él mismo se había encargado de asegurar que no llegaría a viejo, y desde que fue adolescente supo que la dolencia cardiaca que le diagnosticaron entonces iba a jugar con él siempre al gato y al ratón. Un ejemplo: al terminar la Segunda Guerra Mundial, en una fiesta, sentados en la cocina de su casa, confesó a Simone de Beauvoir que un médico acababa de asegurarle que si no dejaba de tocar la trompeta moriría en diez años. No se sabe si aquella madrugada iba de farol. Pero acertó.
Ahora, Francia celebra el 50º aniversario de esa muerte con decenas de actos encaminados a acercarse a la multiforme personalidad y variadísima obra de un gran escritor que fue muchísimas cosas además de gran escritor: buen trompetista de una banda de jazz, crítico y cronista, traductor de escritores existentes y de otros inventados, ingeniero, actor, dramaturgo, cantante, animador de locales y una de las figuras clave del Saint-Germain-des-Prés existencialista del final de los años 40 parisiense.
El centenario, de hecho, comenzó un año antes: en 2008 se publicó una biografía de Vian titulada Le swing et le verbe, en la que los autores se acercan a la vida del artista desde su amor a la música. Hace unos meses, Gallimard publicó otra en su colección Découvertes, en la que abundan las fotografías inéditas y la reproducción de manuscritos, de dibujos y de portadas de discos. No es casual que se sucedan este tipo de libros. Claire Julliard, otra biógrafa del artista, asegura en un prólogo: "Su vida es una de sus más logradas obras".
Nació en 1920 en Ville- d'Avray, cerca de París, en una familia acomodada, cultivada y feliz. Su padre era un ser adorable que se vio obligado por primera vez en su vida a trabajar a los 36 años de representante comercial después de que el derrumbe de 1929 hiciera tambalear su desahogada posición de rentista. Su madre poseía un fino instinto musical (tocaba el arpa entre otros instrumentos) que heredaron sus hijos. Boris vivió una infancia dichosa al lado de sus tres hermanos y de algunos vecinos: Yehudi Menuhin recordaría muchos años después que lo que más envidiaba de los Vian era la inmensa cantidad de bicicletas que había en una casa de tantos hermanos.
A los doce años, para espanto de su madre, un médico le diagnosticó el reumatismo cardiaco que iba a condicionar su vida para siempre y del que acabaría muriendo años después. Casi paralelamente descubre el jazz proveniente de América, por el que sentiría una devoción mucho más fiel y constante que por la literatura. Autodidacta, precoz e inteligente, ingresó en una escuela de ingeniería mientras reunía sus poemas con las esperanza de publicar su primer libro.
Se casó, tuvo su primer hijo y en tres meses escribió una de sus obras maestras, La espuma de los días. La presentó a un premio de la editorial Gallimard, pero fracasó. Corría el año 1946. Despechado, prometió a un amigo editor arruinado escribirle en quince días unbestseller a la manera de las novelas negras americanas a fin de sacar a ambos del bache económico. Lo cumplió. Al regresar de unas vacaciones le entregó Escupiré sobre vuestra tumba. Entre ambos inventaron al autor, un escritor negro llamado Vernon Sullivan que no concedía entrevistas ni quería desplazarse a Francia. Vian aparecía como simple traductor. La obra fue denunciada por pornográfica, y Vian, a fin de presentar pruebas de su trabajo, se vio obligado a traducir (esta vez de verdad) el original al inglés. Un crimen morboso (un hombre mató a su mujer y luego se ahorcó en una habitación de un hotel de París dejando en la mesilla de noche un ejemplar abierto de Escupiré...) disparó la notoriedad del falso autor y las ganancias del traductor y del editor.
Mientras tanto, su propia carrera de escritor languidecía. Había escrito dos libros más (La hierba roja y Otoño en Pekín) que Gallimard se había negado a publicar. Poco después decidía abandonar la novela y volcarse en el jazz, en el teatro, en la poesía y en la canción. Conoció a los grandes: Duke Ellington fue el padrino de su hija, y el escritor confesó que el día que asistió por primera vez a un concierto suyo fue uno de los tres más felices de su vida; se convirtió en un emblema del barrio de moda, Saint-Germain-des-Prés, y en un asiduo de las cuevas-clubs donde se escuchaba música con un ambiente tan cargado de humo y de filosofía que hacía falta mucho valor o una mascarilla de gas para adentrarse sin perder el equilibrio. Compuso más de 200 canciones, alguna tan célebre como El desertor, transformada en himno antimilitarista muchos años antes del Mayo del 68.
Ahora, Saint-Germain-des-Prés organizará una exposición dedicada a esa época; un grupo de cantantes, entre los que se encuentra Carla Bruni, tienen previsto grabar un doble álbum con temas suyos; decenas de teatros por toda Francia representan sus obras, y grupos teatrales hacen adaptaciones de sus textos. Todos sus volúmenes editados en bolsillo gozarán de nuevas portadas, y la editorial Gallimard, que tanto le dio la espalda en vida, publicará en 2010 sus novelas completas en la colección La Bibliothéque de la Pléiade. Significará la consagración oficial de un escritor que jamás se quiso consagrar o al que al final le dio lo mismo. Hay anunciadas actuaciones de jazz, un portal de Internet que agrupa todos los actos (borisvian2009.blogspot.com) y el 23 de junio, la fecha de su muerte, la Biblioteca Nacional francesa enseñará el manuscrito de La espuma de los días a quien quiera verlo.
Ese día se cumplirán 50 años exactos de esa mañana en que Vian veía una película basada en una novela suya cuando comenzó a morirse. Era, cómo no, Escupiré sobre vuestra tumba. Sintió la enfermedad abalanzarse sobre él y quedó exánime en la butaca, con la cabeza echada para atrás. Sus amigos se aprestaron a ayudarle. Pidieron que detuvieran la emisión de la película. Pero nadie pudo evitar que la banda sonora siguiera sonando. Una amiga suya comenzó a gritar lo que tal vez fue lo último que oyó en su vida:
-¡Parad la música! ¡Que pare la música!