Mostrando entradas con la etiqueta Alejandro Palomas. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Alejandro Palomas. Mostrar todas las entradas

miércoles, 8 de enero de 2025

¿Es posible separar una obra del comportamiento del artista?



Pablo Picasso posa en 1966 en París.TONY VACCARO (GETTY)

El debate | ¿Es posible separar una obra del comportamiento del artista?

La forma en que vemos una novela, una película, una pieza musical o una pintura a menudo queda comprometida por las revelaciones sobre la vida privada del creador. ¿El arte tiene valor por sí solo o hay que tener en cuenta la moral de quien lo firma?


Carmen Domingo / Alejandro Palomas
20 de agosto de 2024

La cultura siempre se ha encontrado con casos en los que el comportamiento privado de los artistas pone muy difícil para el espectador valorar su trabajo. Los últimos episodios han sido los del recientemente fallecido Alain Delon, icono del cine, pero reconocido homófobo y extremista, y la revelación de que Alice Munro, premio Nobel de literatura fallecida en mayo, ocultó los abusos que sufrió su hija a manos de su marido.

martes, 8 de enero de 2019

Premio Nadal / Espejo de las letras españolas

Ana María Matute, durante la gala de entrega del Premio Nadal, el 8 de enero de 1960.
 EFE


El Nadal, espejo de las letras españolas

El galardón, que se concede mañana, cumple 75 años. De Laforet a Matute, Ferlosio o Mañas, la nómina de premiados sirve para contar una historia de la literatura de ese tiempo


Carlos Geli
Barcelona, 4 de enero de 2019

Como estaba esa noche de guardia en el diario, no paraba de ir, hecho un flan, a la sala de teletipos. A la 1.45 de la madrugada, el último escupió que era finalista. Lo gritó a pleno pulmón en la redacción, donde nadie sabía nada. El director inició gestiones telefónicas, averiguó y sí, aquel subordinado había hecho algo más que quedar finalista: había ganado. “Cogí corriendo la bicicleta y me fui a casa, donde me esperaba mi mujer y mi hijo de once meses. Nos abrazamos locos de alegría”, evocaría tiempo después Miguel Delibes a ese joven de 26 años, él mismo, entonces redactor de El Norte de Castilla, que aquella noche del 6 de enero de 1948 ganaría, con La sombra del ciprés es alargada --su primera novela recién acabada el verano anterior--, la cuarta convocatoria del premio Nadal. Efectivamente, hubo un tiempo en el que los escritores conocían y celebraban así los galardones literarios, en especial el Nadal, el decano, que domingo celebra en Barcelona sus 75 años de vida; de algún modo, un espejo de las letras españolas contemporáneas.

Alejandro Palomas, Premio Nadal 2018: “No doy comida prefabricada para que lata el corazón”


Alejandro Palomas


Alejandro Palomas

Premio Nadal 2018

“No doy comida prefabricada para que lata el corazón”

El escritor barcelonés ha ganado el 74º Premio Nadal con ‘Un amor’, que Destino publicará en febrero


Barcelona, 8 de enero de 2018

“Me gusta pillar a los personajes de ahí”, dice Alejandro Palomas (Barcelona, 1967), señalándose no el corazón sino el esternón porque, dice, busca llegar antes al sentimiento que a la razón. Así ha construido, desde 2002, una intensa carrera literaria de una quincena de títulos, entre ellos, Una madre (2014), que le catapultó. En esa línea, y con idéntica protagonista, ha construido, Un amor, donde una llamada rompe, la noche previa a una boda, una cosida armonía familiar. Con ella, el sábado logró el 74º premio Nadal (18.000 euros), en librerías en febrero editada por Destino.

martes, 6 de marzo de 2018

Un amor, de Alejandro Palomas / Crudamente insolvente



Un amor, de Alejandro Palomas

Crudamente insolvente

Cuesta creer que entre las novelas aspirantes al premio Nadal no hubiera docenas de ellas con un magma literario más adensado y prometedor que 'Un amor', de Alejandro Palomas


Francisco Solano
5 de marzo de 2018

No ha estado demasiado lucida la editorial Destino en su exigencia literaria al otorgar este año el premio Nadal a Un amor, de Alejandro Palomas. Cuesta creer que no hubiera, entre las novelas recibidas, docenas de ellas con un magma literario más adensado y prometedor. No se trata de declarar aquí ninguna inocencia perdida, pero resulta cuando menos descarado que una novela tan crudamente insolvente pueda servir de modelo de un honorable concurso. Se supone, aunque a estas alturas es mucho suponer, que el jurado contempla en sus deliberaciones el rigor de la prosa, la introspección temática, la indagación en zonas de la realidad poco frecuentadas, en fin, una propuesta que libere o reconstituya al género novelístico como una forma expresiva todavía capaz de dar razón de la existencia. La novela seleccionada está muy lejos de predecir alguna de esas probables distinciones.
Por fortuna no he leído las novelas que preceden a Un amor, que convocan en sus páginas a los mismos personajes, Una madre y Un perro. Pero he averiguado bastante para saber que las tres conforman un mosaico familiar que acaso está aún por concluir. El autor parece haber hallado en la familia un mundo suficientemente elástico para tirar de él sin temor al estropicio, cosa que se aprecia con liviana ansiedad en la inconsistente estructura de Un amor, con un narrador reincidente, Fer, que somete al libérrimo azar el ensanchamiento de la novela. Fer es gay, hijo de Amalia, a quien hay que suponer estrafalaria y graciosa, pero que no alcanza, mal que le pese a su creador, la vis cómica de la peor secundaria de Almodóvar. El núcleo familiar excluyente lo componen, con la madre y el hijo, las hermanas Silvia y Emma (lesbiana), y la tía Inés (católica, que no es tía, sino vieja amiga de la madre). Por supuesto hay más gente alrededor, pero son figuras de un guiñol que aparecen o desaparecen según la estimulación imaginaria de Fer, y con la premisa de dotar de elementos pintorescos o tragicómicos a la narración.
La novela, como la familia, también es intencionadamente nuclear, y toda ella gravita en los preámbulos de la boda de Emma con Magalí, una argentina, hija de montoneros, que fue adoptada de niña por los asesinos de sus padres, de lo que nos enteramos en un episodio de celos suscitados por la compra de unos zapatos y que se revela al lector con una teatralidad vergonzante. Los preparativos de la boda y la boda en un registro con una juez en estado de shockse desarrollan en una sucesión de incongruencias y necedades, por lo visto también presumiblemente graciosas, cuya primera víctima es la verosimilitud. Pero, ya puestos, la boda coincide con el cumpleaños de la madre, y hay después un convite en un molino de las afueras que propiciará unas cuantas confesiones, en par­ticular que Amalia llegó como llegó al registro porque antes había estado en el tanatorio… En fin, efectos de relleno que abundan en la composición de una novela saturada de un “desestructurado andamiaje mental” que, aunque aplicado a la madre, el enunciado puntualiza a las claras su carácter literario. Desisto de señalar el prodigio de los personajes de “poner los ojos en blanco” y, más prodigioso aún, de soltar “un suspiro por la nariz”. En una entrevista el autor se ha declarado “políticamente muy incorrecto” y “muy tremendo”. Muy. Un amor, para qué negarlo, es exhibicionismo sentimental.

EL PAÍS