“La vigilancia de las fronteras es algo aterrador”
El escritor y ceramista Edmund de Waal reflexiona desde su confinamiento en Londres sobre el insomnio, el miedo o la gestión de Boris Johnson
Juan Cruz
Madrid 3 de mayo de 2020
El insomnio marca sus noches. Lo alivia leer a Beckett, a Berger, a Celan, a Mandelstam, a Dickinson… En sus múltiples mensajes de Instagram subió este miércoles versos de la poeta norteamericana: “Las hermosas nadas que componen la tierra”… Hace dos años, en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, escribió con letra añil: “Es una isla, ve despacio”. Ahora Edmund de Waal (Nottingham, 1964), uno de los grandes ceramistas del mundo, capaz de apoderarse de la luz natural para iluminar el alma de sus objetos, está confinado en Londres, y tiene miedo. Es el autor de La liebre con ojos de ámbar (Acantilado), la historia de la Europa de las guerras a través de su búsqueda del origen de los netsuke, un tesoro de miniaturas japonesas que heredó de sus antepasados. A ese libro podría seguirle en algún momento una historia del miedo, basada en Viena. Del miedo empezamos a hablar.
Pregunta. Todos los dramas del siglo XX nos visitan: las fronteras, el odio, el miedo… ¿Cómo podemos hacer frente a estos fantasmas?
Respuesta. No duermo, así que me he dedicado a recordar una imagen, la de una pesadilla pintada por Durero. Se despertó en medio de la noche y vio el fin del mundo, el apocalipsis. Está completamente solo, no puede hacer nada y dibuja ese horror. Esa imagen se encuentra en Viena, es la que usé para una exposición sobre el miedo y la ansiedad hace unos años. Y yo mismo he estado recordando, en medio de la noche, esa imagen extraordinaria, el hecho de que careces de poder sobre el mundo, eres impotente. Esa es la metáfora recurrente en los últimos meses. Es algo extraño: buscas en tus recuerdos, entre los libros de historia o poesía, y las cosas que surgen, una y otra vez, tienen que ver con estar solo durante la noche y la incapacidad de hacer nada. Puede ser Dante, Durero, Karl Kraus o Canetti y su miedo a la soledad en medio de la muchedumbre… Pero una y otra vez vuelves a esa incapacidad de hacer algo en el mundo… Tal vez no sea la respuesta que querría oír…
P. En La liebre… usted menciona a Kraus diciendo que un preciso café vienés “es una especie de estación experimental del fin del mundo”.
R. Es una frase increíble. Porque entonces para Viena sí que era el fin del mundo. Todo sale a chorros, ya sea el arte o la literatura, y también, ¡que Dios nos proteja!, la política. Llega Adolf Eichmann y decide que va a usar Viena como la estación de prueba para el Holocausto. Así pues, Viena encarna los miedos y las ansiedades del fin del mundo… y de Freud, claro. Freud dice que cada uno de los miedos que ha encontrado en diferentes personas los ha experimentado él mismo. También Freud vive esa sensación experimental del fin del mundo.
P. Y por ahí ronda también El grito de Munch.
R. Sí, interesante y poderoso. Munch expresa de modo icónico ese modo de representar el miedo en el arte y en la literatura y que padecen personas que han experimentado las mismas cosas que estamos viviendo.
P. Usted vive en un país que optó por hacerse una frontera con Europa. Ahora vuelve el Reino Unido a tener su frontera y surgen otra vez barreras por todas partes.
R. Esta vigilancia de las fronteras es algo realmente aterrador. Comenzó hace unos años aquí con el Brexit, en Hungría con Orban, en Estados Unidos con Trump… Y ahora, con este virus, la gente está sufriendo una ansiedad tan profunda que corremos el riesgo de atomizar todas estas relaciones transfronterizas. La exposición que preparé en Japón el año pasado, Biblioteca del exilio, la monté como un acto de elevada carga política con el que trataba de expresar nuestra necesidad de conversar atravesando las fronteras, la necesidad de valorar y dar la bienvenida a los migrantes, y ahora con este virus lo que veo es que hay una creciente vigilancia policial de las fronteras. Da mucho miedo.
P. Usted iba a abrir esta exposición en Londres y el virus lo impidió.
R. Sí, se ha quedado confinada en el Museo Británico, cerrado a cal y canto… Todo esto está rodeado de una profunda ironía, cargado de un enorme simbolismo en este momento concreto de la historia: la propia Biblioteca del exilio se ha quedado en el exilio.
P. ¿Cómo está viviendo usted, como ciudadano individual, la situación de Gran Bretaña en este momento? ¿Cómo juzga la actitud del primer ministro, Boris Johnson?
R. Se ha portado como un criminal, se ha ausentado. Ha sacado su peor cara, al no prestar atención, al actuar como un bufón. Al tratar de complacer a la masa populista ha desplegado los peores rasgos de su carácter. No se lo tomó en serio, no escuchó a sus asesores, pensó que podía escurrirse de tomar decisiones responsables. La consecuencia es que Gran Bretaña va a tener la mayor tasa de mortalidad de Europa. Pienso que son tiempos espantosos para estar en este país con este Gobierno tan incompetente al mando. Estoy furioso. Mis padres son muy mayores, mis hijos son universitarios y todos sufrimos por tener un Gobierno tan negligente. Podría seguir y seguir del cabreo que tengo.
P. ¿Qué consecuencias puede tener para Gran Bretaña este momento concreto en el que, además, el país ya está sin Europa?
R. Es un tiempo de caos absoluto. La gente está tan preocupada cuidando a sus seres queridos que pienso que el crimen horrendo de marcharse de Europa no recibe la atención que merece, es algo que está por ocurrir. Creo que de momento la gente está tratando de sobrevivir. Pienso que este año habrá una revelación de lo mal que se ha portado el Gobierno y del componente tan tóxico que la creencia en el Brexit aporta a sus decisiones. Aún se afanan en salirse de Europa en medio de la pandemia, ¡esto clama al cielo! Lo interesantes es que la BBC, a la que atacaba el Gobierno, está demostrando que tiene cintura, y todo el mundo está escuchándola. La administración pública, que sufría los ataques de Boris Johnson, ha demostrado ser muy sólida y elástica. Así pues, alguna de las cosas que este Gobierno pretendía destruir podrían salir de esto habiéndose ganado el respeto.
P. Su principal metáfora como artista es el tacto, el poder de tocar las cosas. Y ese es el símbolo mayor del que nos ha privado el virus.
R. Sí, es algo extraordinario. Lo que he hecho, en mi estudio, yo solo, es fabricar objetos para poder tenerlos en las manos, tiestos, vasijas, de una manera que llevaba 25 años sin hacer… Sentí la necesidad absoluta de volver a fabricar objetos que se pueden sostener en las manos, que tienen que ver con esa cualidad principal que es el tacto. No podemos tocar a nuestros seres queridos, tenemos que desinfectar nuestras manos, libros, objetos… Toda mi vida me he dedicado a fabricar objetos para pasárselos a otros. Les pasaba el calor, el movimiento, la inteligencia, la humanidad que ese objeto contenía. Por tanto, para mi es un tiempo en el que se me ha puesto a prueba. Le prometo que cuando salgamos de esta habrá un corpus nuevo sobre el que he estado trabajando en secreto y todo gira en torno al sentido del tacto.
P. En La liebre con ojos de ámbar usted va siempre con un netsuke en el bolsillo, para tocarlo como un trozo de historia, y ahora no tocar es el mandato.
R. Es algo que me resulta terriblemente doloroso, y sí, es el meollo del libro. Un símbolo de lo que significa ser humano; el otro símbolo es el alma, que es poesía. Estoy totalmente convencido de que volveremos, y lo haremos con un hambre inmensa de tocar objetos otra vez. Tocaremos a otras personas, tocaremos historias, historias dañadas. Hay otra imagen de la técnica japonesa llamada kintsugi. La reparación de un objeto roto se hace recubriéndolo de otro, tocas con oro la parte dañada. El mundo va a necesitar kintsugi, esas líneas visibles de reparaciones en el mundo. Por eso ahora estoy haciendo cosas, y además las estoy reparando.
P. Elena Ruiz Sastre, la directora del museo en el que usted expuso en Ibiza, dice que el arte ayuda a vivir contra la incertidumbre. ¿Necesita usted el arte para atravesar este momento tan doloroso?
R. Absolutamente. ¿A quién buscas? Te refugias en los poemas de Ósip Mandelstam en medio de la noche, o piensas en las acuarelas de Durero, o en la poesía de Paul Celan… Echas mano de quienes han estado ahí antes porque sabes que te puedes colocar a su lado, aunque solo sea durante un minuto, y en este momento tan increíblemente atomizado en el que nos encontramos solitarios tener ahí a esas personas que nos precedieron tiene tantísimo significado… Los recordaremos cuando salgamos de este confinamiento.
P. Uno de los poemas que ha subido a Instagram es ese de Emily Dickinson sobre las “hermosas nadas…”. ¿Qué es lo que le cuentan sus insomnios?
R. Estás ahí solo, buscas en el fondo de tu memoria, entre las cosas que has leído y repetido, y son parte de lo que has vivido, de lo que has respirado, y das con esos versos, es la gente que llevamos en el corazón, ¿cómo no compartirlos?
P. En Ibiza usted escaló un muro blanco y, en añil, escribió: “Esto es una isla, vayamos despacio”. Eso vale para ahora mismo. ¿En qué quedaron las prisas?
R. Nos vemos obligados a ir despacio. Nos viene impuesto desde fuera. Nos encontramos con silencios que desconocíamos que se pudieran dar en las ciudades. Hemos parado todo, el bullicio del mundo se ha tornado quietud. Es un tiempo formidable, muy, muy doloroso. Pero en esta despaciosidad, en esta quietud, aun puedes adentrarte en cosas muy concretas. Es muy interesante ver lo que la gente está escuchando en su interior.
P. Un contemporáneo suyo, el escritor israelí David Grossman, dijo en EL PAÍS que toda conversación ahora mismo puede ser la última que tengamos…
R. Me tomo muy en serio todo lo que escribe o dice David. Es cierto, podemos tratar toda conversación como la última. Es una responsabilidad que nos incumbe a todos. Debemos tomar el peso de nuestras palabras, el silencio que rodea a nuestras palabras, con total seriedad. Sentimos el peso de las palabras en medio de la noche, tienen tanta importancia, un peso tan enorme…
P. Cuando esté libre para volver a tocar, ¿qué es lo primero que querría tocar?
R. ¡Ay, Dios mío! Serán mis padres, que están muy mayores. La posibilidad de abrazar a mi madre y a mi padre después de tanto tiempo me importa mucho. Pero hay otra cosa: los objetos que he estado haciendo aquí en el estudio, quiero que sean tocados. Todo este trabajo que he estado haciendo, en este proceso de pensar con las manos... quiero que estos objetos sean sostenidos afuera, en el mundo.
PARA TOCAR EL MUNDO
Una de las imágenes que Edmund de Waal ha subido a Instagram es la de sus manos sosteniendo una pequeña escultura de su paisano Henry Moore que parece un hueso blanco. Es una caricia casi musical, poderosa. "Mi vida entera me la he pasado recogiendo cosas y haciendo un recorrido manual y mental sobre quien las ha fabricado, quién las ha tocado, quién está con esa cosa. Uso las manos como mi manera de estar en el mundo y, por tanto, el hecho de que nos limiten el tacto lleva a pensar y a escribir sobre ello en secreto. Así que habrá objetos y escritos como consecuencia de todo esto. Todos nosotros encontramos una cualidad diferente en el silencio del mundo".