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jueves, 24 de octubre de 2024

Cuba se desmorona a oscuras

 


El Capitolio cubano, este domingo durante el apagón eléctrico de la isla.
El Capitolio cubano, este domingo durante el apagón eléctrico de la isla.ERNESTO MASTRASCUSA (EFE)

Cuba se desmorona a oscuras

Los apagones que sufre la isla prueban una vez más la incapacidad del régimen de mejorar la vida de sus ciudadanos



El País


Cuba sufrió el pasado viernes un apagón que obligó al Gobierno a declararse en “situación de emergencia energética”. El colapso total del sistema eléctrico se originó por un fallo en la mayor central del país, pero el problema es estructural y evidencia no solo la ineficacia de la política energética, sino el fracaso de toda la gestión del régimen. La crisis es la consecuencia de un círculo vicioso en el que una red obsoleta y la falta de inversión han consolidado la dependencia del petróleo importado, primera fuente de generación de electricidad en el país. En la ecuación repercuten además desequilibrios externos como los de Venezuela, principal aliado de La Habana en la región. 

domingo, 29 de septiembre de 2024

Más de 850.000 cubanos llegaron a Estados Unidos desde 2022 en “el éxodo más grande de la historia de Cuba”

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crisis migratoria cuba

Migrantes cubanos reman hacia Stock Island, cerca de Key West, Florida, en agosto de 2022.MARY MARTI


Más de 850.000 cubanos llegaron a Estados Unidos desde 2022 en “el éxodo más grande de la historia de Cuba”

Las cifras publicadas por las autoridades fronterizas estadounidenses dan cuenta de un “vaciamiento demográfico”, advierten los expertos


Carla Gloria Colomé

Nueva York, 23 de septiembre de 2024

sábado, 4 de noviembre de 2023

Esplendor y sombra de las leyendas del 'boom'

Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, en una cena con más amigos en 1970


Esplendor y sombra de las leyendas del 'boom'

Un libro gozoso, 'Las cartas del Boom', recoge las correspondencias de García Márquez, Vargas Llosa, Carlos Fuentes y Cortázar


Juan Cruz
8 de junio de 2023

El Boom de la literatura latinoamericana, que tuvo al menos cuatro santos, rompió la naturaleza rabiosamente humana de su iglesia cuando se enemistaron para siempre Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez, que habían sido hasta 1976 pilares sólidos de la hazaña que puso sus escrituras al nivel en el que siguieron tras su ruptura como pareja que parecía hecha para siempre, aunque sus relaciones ya nunca pudieron rearmarse.

martes, 8 de noviembre de 2022

Gabriel García Márquez / Recuerdos de periodista

Gabriel García Márquez

Gabriel García Márquez

Recuerdos de periodista


15 de diciembre de 1981

Uno de mis mejores recuerdos de periodista es la forma en que el Gobierno revolucionario de Cuba se enteró, con varios meses de anticipación, de cómo y dónde se estaban adiestrando las tropas que habían de desembarcar en la bahía de Cochinos. La primera noticia se conoció en la oficina central de Prensa Latina, en La Habana, donde yo trabajaba en diciembre de 1960, y se debió a una casualidad casi inverosímil. Jorge Ricardo Masetti, el director general, cuya obsesión dominante era hacer de Prensa Latina una agencia mejor que todas las demás, tanto capitalistas como comunistas, había instalado una sala especial de teletipos sólo para captar y luego analizar en junta de redacción el material diario de los servicios de Prensa del mundo entero. Dedicaba muchas horas a escudriñar los larguísimos rollos de noticias que se acumulaban sin cesar en su mesa de trabajo, evaluaba el torrente de información tantas veces repetido por tantos criterios e intereses contrapuestos en los despachos de las distintas agencias y, por último, los comparaba con nuestros propios servicios. Una noche, nunca se supo cómo, se encontró con un rollo que no era de noticias sino del tráfico comercial de la Tropical Cable, filial de la All American Cable en Guatemala. En medio de los mensajes personales había uno muy largo y denso, y escrito en una clave intrincada. Rodolfo Walsh, quien además de ser muy buen periodista había publicado varios libros de cuentos policiacos excelentes, se empeñó en descifrar aquel cable con la ayuda de unos manuales de criptografía que compró en alguna librería de viejo de La Habana. Lo consiguió al cabo de muchas noches insomnes, y lo que encontró dentro no sólo fue emocionante como noticia, sino un informe providencial para el Gobierno revolucionario. El cable estaba dirigido a Washington por un funcionario de la CIA adscrito al personal de la Embajada de Estados Unidos en Guatemala, y era un informe minucioso de los preparativos de un desembarco armado en Cuba por cuenta del Gobierno norteamericano. Se revelaba, inclusive, el lugar donde iban a prepararse los reclutas: la hacienda de Retalhuleu, un antiguo cafetal en el norte de Guatemala.

domingo, 6 de noviembre de 2022

Cárcel o una vida en el exilio / El derecho de la disidencia cubana a elegir

 


Cárcel o una vida en el 

exilio: El derecho de la

desidencia cubana a elegir


Mónica Baró Sánchez
Ilustraciones de Manuel Vargas

17 de mayo de 2022


Podría decirse que los cubanos han vivido permanentemente en crisis. En los últimos años, además, se han enfrentado a una de las oleadas migratorias más alarmantes de su historia. En un contexto de represión, escasez y violaciones a los derechos humanos y a la libertad de expresión, la falta de una alternativa política al régimen comunista ha hecho que periodistas, artistas y activistas tengan que elegir entre el exilio o la cárcel. En el caso cubano, el exilio es un privilegio, fundamentalmente blanco, instruido, intelectual.


“Nos vemos en nueve días”. Eso fue lo último que Yanelys Núñez le dijo a su madre, el 3 de marzo de 2019, antes de salir de Cuba rumbo a Praga para tomar un taller de videoperiodismo, sin saber que ésta sería la antesala de su exilio a Madrid. Se despidieron enfadadas. El activismo que Yanelys hacía en Cuba era una fuente de tensión familiar. También de estrés. Un año atrás, en enero de 2018, a sus veintiocho años, Yanelys había sufrido una parálisis facial, la segunda de su vida. La primera ocurrió cuando tenía diecinueve. La última la interpretó como una alerta. “El cuerpo me estaba diciendo que no podía seguir con ese ritmo de vida”, afirma. Pero en los meses que siguieron, las presiones no disminuyeron, sino lo contrario.

domingo, 5 de junio de 2022

Fidel Castro / Nuestro hombre en Trípoli

Fidel Castro

Fidel Castro

Nuestro hombre en Trípoli


YOANI SÁNCHEZ
10 MAR 2011

Era yo tan solo una bebita en los brazos de mi madre miliciana, apenas un trozo de "hombre nuevo" sin modelar, cuando aquella primavera de 1977 Fidel Castro viajó a Libia. El coronel Muamar el Gadafi lo recibió con todos los honores y le otorgó la Condecoración al Valor, una distinción que se le confería por primera vez a una personalidad extranjera. Frente a las cámaras, el comandante en jefe retribuyó con un apretón de manos al recién nombrado como guía de la revolución. Se miraron y se reconocieron en sus similitudes. Más tarde pasaron al encuentro no televisado, a esa reunión a puerta cerrada donde se fortalecieron los pilares de lo que sería una alianza que duró por más de 30 años.

Desde 1977 Castro y Gadafi han sido aliados. Se miraron y se reconocieron en sus similitudes

Cuba y Libia habían emprendido senderos que discurrían en paralelo y que se juntarían en más de una ocasión. El punto de mayor coincidencia se centraba en sus líderes, en la simpatía que se profesaban ambos caudillos. De ahí que en 1980, cuando nuestra isla había sido sacudida por la escapada en masa de más de 100.000 cubanos, Gadafi le volvió a extender oficialmente su mano solidaria. Con un mensaje cargado de loas, felicitaba a Fidel Castro por haber sido reelecto como primer secretario del Comité Central en el II Congreso del Partido Comunista. El militar de academia llevaba por ese entonces más de una década al mando de aquel vasto territorio al norte de África, mientras nosotros superábamos aquí los 20 años escuchando los interminables discursos del máximo líder. Ambos basaban parte de su retórica de autovalidación en la constante referencia a los servicios sociales gratuitos que habían ofrecido a sus pueblos. Era la manera en que nos recordaban -día tras día- el alpiste, pero sin mencionar jamás la jaula.
La yamahiriya se constituyó en el sistema político promulgado por Gadafi en 1977, una especie de república en manos de todos, muy similar a la consigna "el poder del pueblo, ese sí es poder" que nos repetían a nosotros del lado de acá del Atlántico. Si las cosas no funcionaban en Libia, la culpa la tenían los propios ciudadanos que no sabían conducir su nación, si el descalabro económico se apoderaba de Cuba era porque la vagancia y el despilfarro de los individuos le agrietaban el rostro a la utopía. Tanto un líder como el otro sacudían frente a los ojos de sus súbditos el fantasma de la invasión extranjera y el regreso a la dependencia política como la peor de las claudicaciones. El anticolonialismo se constituyó en el lobo feroz que recordaba el excéntrico dirigente de origen bereber, a la par que el guía caribeño escarbaba en los resortes del antiimperialismo, convirtiendo la metáfora de David y Goliat en una perenne referencia a Cuba y Estados Unidos.
Los años noventa los encontraron a ambos quemándose en la hoguera que habían levantado con su terquedad y su actitud beligerante. Gadafi necesitaba limpiar su imagen hacia Occidente, mientras a Fidel Castro le urgía recaudar las divisas que le permitieran mantener el poder después del desplome del bloque socialista. El excéntrico presidente libio pagó indemnizaciones, se abrió tímidamente a la inversión extranjera, renegó -al menos públicamente- del terrorismo y hasta fue invitado por Barack Obama a la cumbre del G-8. El comandante de verde olivo fue más cauteloso, comenzó un proceso de reformas económicas que después trató de controlar con un retorno al centralismo, matizó su discurso belicoso con frases que aludían al daño ecológico que sufre el planeta y al concluir la primera década de este milenio se presentaba ya como un anciano sabio que publica reflexiones iluminadoras.
La prensa oficial cubana deslizó las primeras críticas a la actuación del hermano guía de la gran revolución libia. Le cuestionaba aquella reforma radical del régimen socialista que según él podría conducir a un "capitalismo popular". Tal parecía que los caminos que se habían entrecruzado una y otra vez, comenzaban a desplazarse en derroteros totalmente diferentes.
Sin embargo, con mis 23 años cumplidos, asistí al apretón cariñoso que se volvieron a dar ambos caudillos. A diferencia de aquel marzo de 1977, ya mi madre no quería ni oír hablar de su uniforme de miliciana y el líder libio era difícil de reconocer bajo el maquillaje, las telas y las gafas de sol. En 1998, cuando Fidel Castro participó en la Conferencia del Movimiento de los No Alineados, fue agasajado con el Premio Muamar el Gadafi a los Derechos Humanos que incluía la friolera de 250.000 dólares. Quedaba claro que el intercambio de galardones se constituía, junto a la colaboración económica y militar, las declaraciones de solidaridad y la ausencia de condena, en otra forma de apoyarse mutuamente, en una de las maneras elegidas por ambos para mover esos molinos que empujan -una y otra vez- las aguas del poder sobre sí mismos.
Yoani Sánchez es periodista cubana y autora del blog Generación Y. En 2008 fue galardonada con el Premio Ortega y Gasset de Periodismo. © Yoani Sánchez / bgagency-Milán
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 10 de marzo de 2011


sábado, 4 de junio de 2022

Alejo Carpentier / Y la música creó a Cuba






Y la música creó a Cuba

‘La música en Cuba’, de Alejo Carpentier, publicado originalmente en 1946, es un libro que trata de una isla parecida al paraíso y de cómo fue poblada por las melodías. ‘Babelia’ adelanta el prólogo de Iván de la Nuez a la reciente edición de Libros del Kultrum


Iván de la Nuez

26 de mayo de 2022


Este libro trata de una isla parecida al paraíso y de cómo fue poblada por la música. Esta historia empieza en un archipiélago de recolectores, cazadores y pescadores, sin música ni gobierno, entregados a la fuma del tabaco y la sensualidad colectiva.


Primera historia de la música en Cuba, recorre desde el siglo XVI hasta el momento en que esa música triunfa en el mundo de la mano de El Manisero de Moisés Simon, por una parte, y de la orquesta de Xavier Cugat, por la otra.


Por el camino, la recuperación de Esteban Salas (cuyo arte había quedado sumido “en la más absoluta obscuridad” hasta este libro). O la música de salones y teatros del siglo XVII. O el tráfico musical entre La Habana, Sevilla, Veracruz, Puerto Rico y Venezuela. O las disputas musicales que van conformando la nación cubana. O los primeros compases de las contradanzas y el cuchumbé, zarabandas y habaneras, bufos y clásicos, la influencia de África y el patrimonio heredado de España. O el entramado sinuoso de la industria musical...


Carpentier deja constancia de su admiraciones —Saumell, Ignacio Cervantes, Amadeo Roldán, García Caturla—, incorpora el término “afrocubanismo” y remata su libro elogiando la música de vanguardia en la isla, protagonizada por las obras de Julián Orbón, Harold Gramatges, Gisela Fernández o el Grupo Renovación. Pero también hay lugar para sus fobias, como es el caso de Perucho Figueredo, autor del himno nacional, al que considera un fenómeno sociológico o iconográfico más que musicológico. Tampoco perdona la deriva musical de Ernesto Lecuona ni se corta a la hora de atizar a Cugat, que le parece algo así como un usurpador poco serio.


Alejo Carpentier, 1979
Foto de Ulf Andersen


A diferencia de José Lezama Lima, que considera como primer texto poético de Cuba al Diario de Navegación, de Cristóbal Colón, quien ni es poeta ni cubano, Carpentier no tiene esa relación mística con la inmanencia del espacio insular. Si para Lezama, lo que ocurre en la isla es ya cubano (más allá de que la nacionalidad no esté constituida del todo), para Carpentier lo que demuestra la música es, precisamente, la necesidad de un tiempo formador si se quiere hablar con propiedad de una cultura nacional.


Por eso, su libro se puede leer como la historia de un puente que va desde la música en Cuba hasta la música de Cuba.


Semejante distinción va mas allá de un juego de preposiciones y, en buena medida, refleja su propia y complicada biografía; la acrobacia identitaria que lo acompañó toda su vida desde su nacimiento en 1904, en Lausana y no en La Habana, hasta su muerte en París y su funeral con honores de Estado en la Cuba comunista de 1980. (Y con guardia incluida del mismo Fidel Castro).

El libro aborda cómo se va componiendo el sonido cubano hasta alcanzar esa pléyade de géneros que hará de ese país, en términos musicales, acaso uno de los más poderosos del planeta

Roberto González Echevarría ha escrutado como nadie esa “doble vida” en su libro The Pilgrim at Home, aparecido en 1977 y traducido más tarde al español como El peregrino en su patria. Esa dualidad entre el revolucionario y el intelectual refinado, el hombre de negocios y el escritor, el cubano y el francés, el comunista y el surrealista, el anfitrión de salón y el representante de la dictadura del proletariado. Todo ello bajo el muy cuidado reino de su mundo, que creó a partir de una biografía hecha a su medida. A fin de cuentas, casi todo lo que sabemos sobre Carpentier lo escribió él mismo.

Volviendo a La música en Cuba, González Echevarría cuenta que le llevó a Carpentier la nueva edición de 1972 (Fondo de Cultura Económica) a París, donde este se desempeñaba, a la sazón, como diplomático del gobierno cubano.


Un detalle interesante es que la primera impresión de La música en Cuba, fechada en 1946, aparecida también en ese sello y escrita por encargo de Daniel Cossío Villegas, se publicó en la colección Tierra Firme, mientras que la segunda impresión pertenece a la Colección Popular. Una prueba de la importancia que se le daba a la cultura popular y de cuánto ha disminuido esa percepción medio siglo después. De hecho, puede decirse que este libro arrastra esa “oralidad mediatizada” identificada por Anke Birken y que se debe a su experiencia anterior en la radio, medio en el que Carpentier trabajó por muchos años y del que era un defensor acérrimo.


La música en Cuba es, por otra parte, el primer ensayo publicado, en forma de libro, por Alejo Carpentier. Y su segundo libro en general, posterior a esa primera novela de la que renegó largo tiempo: Ecué-Yamba-Ó, “la suerte está echada” en lengua abakuá, publicada en 1933.


Estamos, entonces, ante una obra de tránsito entre el Carpentier ensayista y el novelista que, después de La música en Cuba, publicará tres novelas tan extraordinarias como El reino de este mundoLos pasos perdidos o El acoso, por solo mencionar las aparecidas antes de la Revolución cubana de 1959.

Este es un ensayo sobre cómo la música conquista un territorio todavía insonoro y lo llena de notas. Y de cómo se va componiendo el sonido cubano hasta alcanzar esa pléyade de géneros que hará de ese país, en términos musicales, acaso uno de los más poderosos del planeta.


Este es un libro en el que se explica la colonización con la espada y con la cruz, pero también con la batuta. Con las escrituras y con las partituras.

En Ruido insurgente, Michael Denning percibe dos niveles en los ensayos sobre música. Uno genérico y otro general. El primero atendería a la música en sí y a su lugar en la evolución de las especies por su conexión con el lenguaje, el cerebro o el sonido. El segundo estaría enfocado en las panorámicas generales (rough guides les llama), que se expandirían a todo un sistema que comprende el mercado musical o las microhistorias de géneros y artistas concretos. La música en Cuba -un texto pionero para los estudios cubanos y para el ensayo musical per se-, combina esas dos variantes y las desborda. Entre otras cosas, porque se trata de un texto híbrido que enriquece la escritura y la música a partes iguales.


Alejo Carpentier le concede importancia a la búsqueda de una partitura perdida, pero también a lo que significa el sonido en la configuración de un orden nacional. Atiende las historias particulares de músicos como Esteban Salas o García Caturla o Ignacio Cervantes, pero también al fenómeno social y hasta político que emana de un concierto. Descubre los sones que prefiguraron el son tal como hoy lo conocemos y a la vez se interna en las disputas sobre la música de concierto. Le importa el archivo, pero no ignora la jerarquía que tiene el salón donde se baila. Rebusca en la historia de los instrumentos con la misma pasión que investiga la sociología de las audiencias. Ama las partituras, pero le fascina la improvisación. El legado europeo y el africano, la herencia intelectual y la natural. Le seduce la trascendencia geográfica de la música cubana y le amarga la deriva colonialista de su banalización indolente.


En la estela de Fernando Ortiz —el gran sabio que crea el concepto transculturación en el Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar, libro aparecido seis años antes que La música en Cuba—, Carpentier hace suya la crítica anticolonial que establece su obra. Y aplica a la música la reprobación de Ortiz a los intereses económicos que los mercaderes “habrían de torcer y trenzar durante siglos”, como hilos de la historia y “como sostenes y ataduras del pueblo”.


De ahí su validación de las Antillas como lugares llamados a deglutir la cultura de Occidente, mientras este las está colonizando. Es, en esa cuerda, que las define como un “espacio musical profanopopular” de resistencia al vasallaje.


Cuando aparece La música en Cuba todavía no se han publicado ensayos musicales del calado de Mystery Train (Greil Marcus), Bossa Nova (Ruy Castro), Women Composers: The Lost Tradition Found (Diane Peacock Jezic), El ritmo perdido (Santiago Auserón), Wagnerismo (Alex Ross), Women Making Music: The Western Art Tradition, 1150-1950 (Judith Tick) el ya citado Ruido insurgente (Denning). Pero Carpentier, de muchas maneras, se adelanta a estos libros en su compleja percepción del sistema musical como una pieza cardinal de la industria capitalista moderna. Y, a diferencia de esos ensayos que nos hablan de cómo el territorio funda una música, el suyo nos habla de cómo la música funda un territorio. (Soy algo lapidario aquí, pero no tanto).


Valga recordar que las islas poseen, quizá de una manera más acusada que otros espacios, una intensa atmósfera acústica. En su libro En el mismo barcoPeter Sloterdijk recoge una definición del compositor canadiense R. Murray Schafer que habla del soundscape, paisaje sonoro característico de un grupo psicosocial concreto. Una “sonoesfera que atrae a los suyos hacia el interior de un globo terráqueo psicoacústico”.


Aunque aquí también caben otros grandes sonidos, como las lenguas maternas, el caso de la imantación ejercida por la música cubana tiene sus singularidades. Porque esa música no atrae tan sólo a los suyos, sino también a los otros, hasta hacerlos caer en sus propias trampas y navegar por sus propias aguas. Esas eran, según Blanchot, las intenciones de las sirenas de Homero con Ulises o la seducción de la ballena de Melville sobre Ahab.


La lista de esas atracciones foráneas es larga, y compone en sí misma una historia de la apropiación cultural ejercida desde el aquí muy criticado Xavier Cugat hasta Ry Cooder, pasando por George Gershwin, Dizzie Gillespie, Nat King Cole, David Byrne o Marc Ribot con sus cubanos postizos. (Hablando de las polémicas musicales a principios del siglo XIX, ya Carpentier nos habla del alemán Juan Nepomuceno Goetz como un músico que llega a Cuba para sustituir a un catalán “que se las da de cubano”).


La música en Cuba es, además, una arqueología de los escasos estudios que hasta entonces existían en la isla, un arduo trabajo de recuperación de partituras, amén de una crítica a la precaria conservación de los archivos musicales en el tercer mundo, un estado de la cuestión en materia de los debates antillanos sobre sobre su propia identidad musical y, a ratos, una compilación de letras y músicas divertidas que nos hablan de su vasto conocimiento de la cultura popular.


Cuando Carpentier publica este libro, faltan aún trece años para el triunfo guerrillero de 1959 y para que su autor se convierta en uno de los intelectuales orgánicos de la Revolución, ostentando altos cargos políticos -director de la Editora Nacional, vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura- o diplomáticos. Tampoco es todavía el novelista fundador de lo real maravilloso, ni el narrador de las grandes alegorías de la revolución en el Caribe o de los dictadores latinoamericanos, ni el hombre fascinado por Haití o el río Orinoco. Allí transcurre una de sus grandes novelas, Los pasos perdidos (1953), en la que el experto de un museo occidental viaja a una comunidad indígena para traerse sus instrumentos musicales a Europa. Esta obra, por cierto, permite más de un parangón con el Fitzcarraldo posterior de Werner Herzog. La música está presente, asimismo, en El acoso, una novela experimental de 1956 cuya trama dura lo mismo que la Sinfonía Heroica de Beethoven. O en Concierto Barroco (1974) y La consagración de la primavera (1978).


Pero antes y después —en el ensayo y la novela—, puede decirse que Carpentier siempre se ocupó de la música. Bien en crónicas y artículos sueltos (publicados, por ejemplo, en la revista Carteles), bien en libros como Los temas de la lira y el bongó (compilado por Radamés Giro).

Sobre esa relación destacan, en España, Alejo Carpentier y la música, de Blas Matamoro, o Música y escritura en Alejo Carpentier, donde Gabriel María Rubio Navarro describe su literatura como una “poética del sonido” que no solo habla sobre música, sino que está regida por la estructura musical como un mecanismo interno de su escritura. Otros autores y autoras han buscado las aristas de su obra múltiple: Alain Absire, Graziella Pogolotti, Jean-Louis Coatrieux, Anke Birken, Daniel-Henri Pageaux, Sandra Pein, Timothy J. Cox, Juliane Ziegler, Oxana Guskova, Pierre Dombrowski, Nicolai Bühnemann, Araceli García Carranza, Leonardo Padura, Wilfredo Cancio Isla, Rogelio Rodríguez Coronel, Luisa Campuzano, Rita de Maeseneer o Ana Cairo.


La música en Cuba ofrece claves de lo que después será el sistema Carpentier, con esa literatura total que abarca el cine, la arquitectura, el ballet o la Ópera. Aquí queda a la vista, por otra parte, que pese a tenerse como un paradigma de intelectual erudito y culterano, fue un persistente defensor de eliminar la frontera entre alta cultura y cultura popular.


Carpentier, obviamente, no conoció Spotify o Youtube, pero probablemente se sentiría reconfortado si supiera que algunas de las piezas comentadas en este libro pueden escucharse hoy en esas plataformas.


Cuando muere en París un 23 de abril de 1980, estaba finalizando una novela sobre Paul Lafargue. El poeta represaliado Heberto Padilla —entonces desahuciado en Cuba después de haberse convertido en “el hombre del caso”— lo recuerda, viejo y cansado, atravesando la barrera de su totemismo oficial para darle ánimos en privado. Por esos tiempos, apadrina a un joven genio del piano como Jorge Luis Prats, que acaba de ganar el primer premio del concurso Long-Thibaud-Crespin en Francia y al que dedica una pieza crítica propia de sus mejores días. En esos años finales, llega a reconocer su admiración por Pink Floyd o por el baile de John Travolta.


Aquella novela sobre Lafargue no alcanzó a terminarla, pero sí supo de su último libro antes de morir, cuya edición española corrió a cargo de Eduardo Rincón, que también escribió el prólogo. ¿Su título? Ese músico que llevo dentro.


Cierre nada casual para un ciclo, vital e intelectual, que empieza y acaba con música.


Dejemos aquí, pues, esta introducción. La música en Cuba nos llama.





sábado, 11 de diciembre de 2021

Omara Portuondo / Me gustaría reencontrarme con Gabriel García Márquez

Omara Portuondo

Omara Portuondo

“Me gustaría reencontrarme 

con Gabriel García Márquez”

La cantante y novia del 'feeling' cubana contesta al carrusel de preguntas de este diario



La cantante cubana Omara Portuondo. / ALEJANDRO GONZÁLEZ
Omara Portuondo, cantante de la orquesta Buena Vista Social Club y novia del feeling sigue disfrutando a sus 84 años sobre los escenarios al entregar su música. “Doy la mía y recibo la de otros. Hay reciprocidad en ese sentido”, afirma.
 ¿Cuál es su comida favorita?
Un filete con puré de patatas.
¿Qué libro le cambió la vida?
El siglo de la luces, de Alejo Carpentier; Ana Karenina, de Leon Tolstói, y también todos los libros de Agatha Christie e Isabel Allende. O los poetas cubanos José Martí y Nicolás Guillén.

domingo, 25 de julio de 2021

Vargas Llosa / El principio del fin


Mario Vargas Llosa

El principio del fin

Las concentraciones contra el régimen no acabarán con la Revolución pero los cubanos ya han comenzado a salir a las calles y todo indica que, a más represión, habrá más manifestaciones de libertad


24 de julio de 2021

 

FERNANDO VICENTE

Las manifestaciones contra el régimen castrista que ocurrieron en varias ciudades y pueblos de Cuba los días 11 y, más diluidas, el 12 de julio, no acabarán con la Revolución cubana, pero sí constituyen un avance considerable sobre su deterioro y final destitución. Luego de 62 años de progresivo empobrecimiento, el pueblo cubano, estimulado por el caos en que se encuentra la isla, sin alimentos, con la incertidumbre del coronavirus y el deterioro de todas las instituciones, sin trabajo y escasez de vacunas y alimentos, ha perdido el miedo. Aunque la represión, de la que dan cuenta puntual las crónicas de los corresponsales, entre ellos las del periodista Mauricio Vicent de EL PAÍS, como es lógico se irá incrementando en los días, semanas y meses siguientes, es probable que Cuba se vaya convirtiendo en la típica dictadura militar latinoamericana, o, toquemos madera para que así sea, en una democracia, como ha ocurrido con las repúblicas satélites de la Unión Soviética, luego de la desintegración del imperio que fundaron Lenin y Stalin.

martes, 20 de julio de 2021

Santiago de Cuba / Sequía y charlas en motocicleta

Santiago de Cuba

Santiago de Cuba 

Abraham Jiménez Enoa
31 de octubre de 2019
Mafuco, sequía y charlas de motocicleta.
Santiago de Cuba es un enorme plato hondo. Una ciudad rodeada por una sierra montañosa que le otorga, desde arriba, cierto aire de coliseo romano. Una ciudad movediza, con una continua actividad sísmica y una enorme puerta al Mar Caribe. Santiago de Cuba es un cráter en medio de un bosque.

Wendy Guerra / Cuba cruda

 


Wendy Guerra CUBA CRUDA


"Cuba se come cruda, sin sal y sin condimentos. Hay que llamar a los dictadores dictadores. Está bueno ya de intelectualizar el tema de Cuba. Hay que asumirlo de una vez como el final de la utopía."

Wendy Guerra
12 de junio de 2021

Sesenta y dos años después, frente al pelotón de policías vestidos de civil que contenía una manifestación pacífica, cientos de cubanos sin camisa, profesionales, médicos, obreros, jóvenes en short y chancletas, entre “malas palabras” y buenas acciones, piden a gritos que renuncien un presidente y un gobierno que no eligieron ni ellos, ni sus padres.

miércoles, 10 de marzo de 2021

Baldor, el matemático cubano a quien Fidel Castro expropió su escuela, su casa y trató de encarcelar



Aurelio Ángel Baldor de la Vega

El matemático cubano a quien Fidel Castro expropió su escuela, su casa y trató de encarcelar.

3 de marzo de 2020
Aurelio Ángel Baldor de la Vega nacio en Cuba el 22 de octubre de 1906, fue matemático, profesor, escritor y abogado, es el autor del libro “Álgebra de Baldor”, publicado en 1941.


En la década de 1940 fundó en La Habana el Colegio Baldor, del que fue director, ubicado en la zona residencial El Vedado, en las calles 13 y Línea; tenía 3.500 alumnos.

Caprichosas efemérides / Raúl Castro y el hombre que se negó a comer


Raúl Castro


Caprichosas efemérides

RAÚL CASTRO Y EL HOMBRE QUE SE NEGÓ A COMER

YOANI SÁNCHEZ
24 FEB 2011

Cuando el 24 de febrero de 2008 Raúl Castro se sentó finalmente en la silla presidencial, no imaginaba que su efeméride de ascensión se vería ensombrecida 24 meses más tarde. El día de la investidura del general no fue elegido al azar, sino seleccionado dentro del calendario independentista, ubicado justamente en la misma jornada que 113 años antes se había reanudado nuestra guerra de machete y manigua. Esta vez, en lugar de situarse en el poblado oriental de Baire, todo ocurría en los cómodos sillones del capitalino Palacio de las Convenciones. De aquella sala no brotó un sonido de acero entrechocado, sino el predecible coro de centenares de aplausos coordinados. Tampoco hubo sorpresas, todos sabíamos que la dirección del Consejo de Estado y de Ministros se heredaría por vía sanguínea, se otorgaría a aquel hombre que llevaba el mismo apellido del Comandante en Jefe. El feudo insular había sido traspasado.