La sombra a la vista
Lo que propone 'Elle' es una mirada a una nueva moral, levantada sobre la convicción de que todos somos, en mayor o menor medida, monstruo
Jordi Costa
29 de septiembre de 2016
Dirección: Paul Verhoeven.
Intérpretes: Isabelle Huppert, Laurent Lafitte, Anne Consigny, Charles Berling.
Género: comedia. Francia, 2016.
Duración: 130 minutos.
Cuando los circuitos de exhibición se dejaban intoxicar por los vientos libertarios de la contracultura, una modesta película holandesa marcó la diferencia con su desinhibida celebración del cuerpo y su exploración de los claroscuros del placer: era Delicias turcas (1973) de Paul Verhoeven. Nadie hubiese podido prever que ese cineasta acabaría integrado en la maquinaria de Hollywood sin comprometer su abrasiva identidad: Desafío total (1990), Showgirls (1995) y Starship Troopers (1997) son perdurables testimonios de disfuncionalidad en el contexto del cine de consumo. La gran industria, no obstante, terminó por expulsar a ese cuerpo extraño. Verhoeven podría haber perdido mordiente con el paso de los años, pero su encuentro con una novela de Philippe Djian, autor que inspiró Betty Blue (1986) y El amor es un crimen perfecto (2013), ha dado como resultado una película que es suma y psicoanálisis de toda su poética: Elle supone la conquista de una cumbre expresiva, donde el gusto por la provocación del holandés encuentra su manifestación más retorcida, serena y sutil.
Definir esta esquiva película como un thriller y, tácitamente, asociarla a Instinto básico (1992) es hacerle un flaco favor a su naturaleza, porque si Elle se parece a algo es a las ceremonias de la transgresión que tramaron Buñuel y Carrière: El discreto encanto de la burguesía (1972) y El fantasma de la libertad (1974) presiden el árbol genealógico del que brota esta película donde una mujer reacciona con perturbadora gelidez a su violación y donde la sorprendente raza de un recién nacido no lleva a su supuesto padre a sumar dos y dos.
Con unos personajes que parecen lucir sus respectivas sombras jungianas como quien lleva un broche de oro en la solapa, Elle habla de la gestión personal de la propia monstruosidad: una monstruosidad que, aparentemente, distingue a esa protagonista que proporciona a Isabelle Huppert uno de sus papeles de alto riesgo pero que, poco a poco, acaba definiendo a todos. No es casual que aparezca como telón de fondo la industria del videojuego, entendido como una tecnología al servicio de las pulsiones inconscientes. No era el propósito de Djian elaborar una sátira sobre la institución familiar, ni moralizar. Tampoco es ese el propósito de Verhoeven. Lo que propone Elle es una mirada a una nueva moral, levantada sobre la convicción de que todos somos, en mayor o menor medida, monstruos. Porque deseamos. Y el deseo es un animal salvaje.