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domingo, 2 de diciembre de 2018

James Salter / Todo lo que sé




James Salter
Poster de T.A.

James Salter 





Todo lo que sé
Hombre de acción, piloto de la fuerza aérea, escritor de culto de otros escritores, guionista y director de Hollywood, en 2015 James Salter dio tres conferencias en la Universidad de Virginia a los ochenta y nueve años, pocos meses antes de morir. Ahora esos tres textos llenos de evocación sincera sobre el propio aprendizaje en la escritura, las lecturas y los tropiezos del amateur, se publican en castellano. Breve y luminoso, El arte de la ficción permite, más que asistir a un cierre, una puerta de entrada a la obra de un escritor norteamericano muy influyente a partir de mediados de los años 70, y paradójicamente secreto.

Rodrigo Fresán
28 de julio de 2018


A esta altura, la historia real de James Salter (New Jersey 1925-2015) ya es muy bien conocida por todos aquellos a los que les interesan las verdaderas buenas ficciones. De hecho, el propio Salter la narró en una ardiente memoir de 1997 titulada Quemar los días: hombre de acción y piloto de caza hemingwayano (a propósito de la Fuerza Aérea escribió que “yo me la comí y me la bebí, estuve a su lado sin considerar el día o el clima, recité su discurso infinito, le entregué mi corazón”), posterior bon vivant fitzgeraldista (moviéndose entre Manhattan y las grandes capitales europeas y sets de filmación como guionista con un aire entre Paul Newmann y Don Draper), y celebrado “escritor de escritores” por nombres que incluyen los de Graham Greene, Susan Sontag, Richard Ford, John Irving, Julian Barnes, Michael Ondaatje, Joseph Heller, Harold Bloom y todo aquel más o menos preocupado por comprender el misterio y el don de la construcción de frases perfectas sin por eso dejar de indignarse por su privilegio/estigma de ser “el más secreto de los escritores secretos”. Por el camino, obras maestras como Juego y distracción, Años luz, los cuentos perfectos de Anochecer y La última noche (reunidos en inglés con prólogo de John Banville con quien Salter compitió cabeza a cabeza por el premio Príncipe de Asturias de 2014) y la despedida triunfal con esa extraña a la vez que clásica –y hoy, seguro, para muchas y muchos, demasiado “masculinista”– novela de título tan honesto como transparente, tan humilde como soberbio: Todo lo que hay.

James Salter / Los secretos de un narrador



LOS SECRETOS DE UN NARRADOR

El paladar del norteamericano James Salter 



Un libro con lecciones de escritura

Por Mercedes Stramil
30 de septiembre de 2018

Quizá porque los escritores son (o parecen, la mayoría) seres solitarios y poco dados a hablar de la cocina de su escritura, cuando por fin lo hacen el resultado tiene un sabor especial.Resulta valioso en primer lugar para otros escritores y más para los promitentes escritores, siempre al alpiste de fórmulas, decálogos, tips y todo aquello que tenga la irresistible apariencia de lo fácil. Pero suele pasar que los grandes escritores no tienen fórmulas ni las pueden dar. Transmiten más por ósmosis que por precepto. "Enseñan" en su pura admiración por otros. Hace unos años se publicaba en español Flores en las grietas (2012) de Richard Ford, que recogía conferencias y artículos del creador de Frank Bascombe, personaje ya legendario de la literatura estadounidense, y entre capítulos que hablaban de por qué escribimos, para quién y cómo, había uno dedicado a James Salter y a su novela Años luz (1975) donde se narra la felicidad chata y sin horizontes de un matrimonio de clase media estadounidense. Lo que Ford destaca es el virtuosismo de Salter para hacer de esa historia insustancial "una fiesta de efectos de ficción", el placer sostenido en una pulida combinación de palabras que construyen un mundo. "En las frases de Salter no hay astillas", dice Ford como un elogio (no quita que haya lectores que buscan cortarse y escritores con el instrumental para facilitárselo).

sábado, 1 de diciembre de 2018

James Salter / La vida iba en serio

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JAMES SALTER: LA VIDA IBA EN SERIO

Por Daniel Gascón
‘Todo lo que hay’ es la primera novela que ha publicado en más de treinta años James Salter (Nueva York, 1925), un narrador admirado por muchos de los mejores autores estadounidenses contemporáneos. El libro incluye un epígrafe –“Solo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales”– y cuenta la vida de Philip Bowman, un joven que se cría con su madre, combate en la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico y estudia en Harvard antes de entrar a trabajar en una editorial. Allí coincide con Eddins, con Baum y, en un bar, con Vivian, una chica de Virginia de padre riguroso y madre alcohólica con la que se casa. Ni la existencia ni la personalidad de Bowman son extraordinarias, pero están contadas con delicadeza, inteligencia y seguridad.

viernes, 30 de noviembre de 2018

James Salter fue al teatro




James Salter fue al teatro



He leído muchas novelas en las que alguien va al teatro. Pero cuando el protagonista de 'Años luz' va al teatro para ver 'El maestro constructor', la obra se convierte en un espejo helado


MARCOS ORDÓÑEZ
28 NOV 2018 - 17:45 COT

Que yo sepa, el gran James Salter no escribió teatro. Escribió novelas, cuentos, memorias, reportajes, guiones, hasta un libro de cocina con su segunda esposa, Kay Eldredge, pero creo que nada de teatro. Cosa que me extraña un poco, porque Salter tenía una sensibilidad finísima para la escena. Quizás donde más se advierta es en la deslumbrante Años luz (Salamandra), que estos días he vuelto a releer. Es muy raro, por ejemplo, que un escritor norteamericano presente a un personaje, Chaptelle, hablando de Laurent Terzieff, un ídolo de culto en la Francia de los sesenta, al que califica como “el nuevo actor más grande aparecido en 20 años”, alguien “de intensidad amenazadora”, en quien no logra detectar “ni una sola deficiencia”.

James Salter / Años luz / Reseña


James Salter
según David Levine

James Salter


Años luz



Por David Parra Valcarce
Mar 10, 2014
James Salter (1925) forma parte de una prodigiosa estirpe de narradores estadounidenses que han llegado a España con cierto retraso: como Wallace Stegner (aunque sin su punto de bonhomía humanista); como Richard Yates (pero sin su pavorosa y exacerbada tragedia vital a cuestas); o, incluso, como John Cheever (si bien carece de su recato como forma discursiva).
Un sentido artículo de Antonio Muñoz Molina aparecido en El País en abril de 2013 significó un paso adelante para muchos a la hora de descubrir a este singular talento literario.
Cuando publicó Años luz (1975) James Salter acababa de cumplir cincuenta años y ya habían ocurrido unas cuantas cosas a lo largo de su vida: había cambiado de trabajo (tras ser piloto militar y combatir durante la guerra de Corea); había cambiado de nombre (del inicial James Arnold Horowitz); y estaba a punto de cambiar de pareja y comenzar la convivencia con la dramaturga Kay Eldredge.

sábado, 28 de abril de 2018

Isabel Coixet recomienda El arte de la ficción, de James Salter



20 de abril de 2018





Isabel Coixet.
Isabel Coixet. LUIS SEVILLANO


Isabel Coixet, cineasta

'El arte de la ficción', de James Salter. Es de esos libros que de puro corto te da mucha pena que se acabe. Es una defensa de la ficción y de cómo contamos la vida maravillosa. Además, la manera de hablar de Flaubert y de Faulkner como si estuvieras viéndolos sentados en una brasserie de la esquina es subyugante. Hacía mucho tiempo que no subrayaba cosas en un libro, y con El arte de la ficción me he sorprendido a mí misma haciéndolo sin descanso. Al final lo dejé porque todo el libro es subrayable, nada sobra en él. (Salamandra)



miércoles, 4 de abril de 2018

James Salter / Lecciones de escritura


James Salter


Lecciones de escritura

Se distingue a un verdadero maestro como James Salter en que carece de arrogancia. Muestra el deleite de ir aprendiendo, no la soberbia de saber


ANTONIO MUÑOZ MOLINA
9 MAR 2018 - 18:19 COT

James Salter, durante su época de piloto militar.Ampliar foto
James Salter, durante su época de piloto militar.
Leyendo las conferencias sobre el arte de la ficción que James Salter dio en la Universidad de Virginia en 2014, uno no puede creerse que esas palabras hayan sido escritas y dichas por un hombre de 89 años. Y el motivo no es el grado de lucidez que muestran y la agudeza de sus observaciones, sino el aire de asombro y de tanteo que irradia de ellas, de entusiasmo a la vez sobrio y romántico hacia el oficio de escribir y las posibilidades de la literatura. Al filo de los 90 años, después de una vida entera en la que hizo casi de todo, desde escalar montañas a pilotar aviones de combate en la guerra de Corea, después de sobreponerse durante mucho tiempo a la oscuridad que envolvía su trabajo, al desánimo de la falta de reconocimiento, James Salter habla delante de los alumnos de la Universidad de Virginia con una especie de cautelosa inocencia. En sus palabras no hay rastro de esa insufrible seguridad con la que tantas veces los escritores, veteranos o no, predican ante el público voluntarioso y cautivo de las escuelas o másteres o talleres de escritura, haciendo creer a sus estudiantes que la literatura es una cofradía extremadamente restringida a la que ellos, los profesores, pertenecen, por una especie de derecho dinástico, o de privilegio congénito, y a la que pueden facilitar el acceso, no sin gran condescendencia, al aspirante que reúna las cualidades exigidas —siendo la más valiosa entre todas el sarcasmo arrogante de saberlo ya todo—.
Hay quien antes de publicar e incluso de escribir ya habla como si fuera un escritor, como si formara parte de ese club, de ese gremio. James Salter, que pilotaba aviones a los 21 años, apenas conoció a nadie relacionado profesionalmente con la literatura hasta pasados los 40. Tenía 44 cuando se encontró en Nueva York con el profesor Robert Phelps, la primera persona que lo orientó en el descubrimiento de la literatura universal más allá de sus propias predilecciones y de los hallazgos del azar. En 2014, en sus conferencias de Virginia, Salter muestra cálidamente su gratitud hacia Phelps, y recuerda que fue él quien le hizo descubrir los cuentos de Isaak Bábel. Hasta entonces, dice Salter, había vivido al margen de cualquier vida literaria: “Hasta conocerlo a él, todo lo que yo sabía lo había aprendido por mi cuenta. Mis gustos los había formado yo mismo”.

Se distingue a un verdadero maestro como James Salter en que carece de arrogancia. Muestra el deleite de ir aprendiendo, no la soberbia de saber
Para entonces Salter había publicado ya varias novelas, y admiraba a los maestros americanos evidentes, Faulkner, Thomas Wolfe, Hemingway, Bellow. No es difícil imaginar el modo en que le influiría la lectura de Bábel. Frente al realismo tumultuoso y en gran medida egocéntrico de aquellos modelos, los cuentos de Bábel le sugirieron a Salter un aire de ligereza, tanto en el humor como en la tragedia, una contención expresiva, un despojamiento de poesía. “Bábel es un escritor que no interfiere”, dice Salter. “Se retira a sí mismo de la historia y la deja que concluya por sí misma, a veces de una manera abrumadora”.
En 2014, cuando dio estas conferencias, James Salter estaba viviendo una celebridad muy tardía, un reconocimiento más allá del círculo restringido de lectores que siempre lo había rodeado. Un año antes, a los 88, después de un largo silencio que todo el mundo consideraría definitivo, había publicado All That Is, una novela de un brío narrativo y una belleza que no parecerían posibles en un escritor de esa edad (Bellow se le acerca, pero no del todo, terminando Ravelstein a los 85). Me da envidia imaginarlo, alto y gallardo en la vejez, paseándose al sol de otoño por aquel campus de la universidad donde fue profesor William Faulkner, por los campos de césped y las columnatas blancas que diseñó Thomas Jefferson. Me da más envidia porque admirando tanto el estilo por escrito de James Salter me habría gustado escuchar su voz, y porque ese campus y esas arboledas y columnas neoclásicas las frecuentaba yo hace ahora 25 años, cuando daba allí mismo clases de literatura, en el mismo edificio en el que las había dado Faulkner, según me contaban.
Enseñar literatura es poco más que leer en voz alta y animar a la lectura atenta de lo que uno considera admirable. En sus conferencias, Salter se aparta de vez en cuando a un lado y lee un pasaje de una novela o de un cuento, un primer párrafo. “Los escritores que me gustan son los que son capaces de observar muy de cerca. Los detalles son todo”. Salter lee un pasaje de Papá Goriot y saborea y celebra la riqueza de los detalles en los que se fija Balzac, que arrastran hacia el espacio de las novelas lo que no aparecía en ellas desde los relatos originarios del Lazarillo y Cervantes: lo concreto, lo material, lo vulgar, lo significativo que solo se revela a través de lo trivial. Salter, que ambientó en la Francia recóndita de las ciudades de provincias una de sus mejores novelas, A Sport and a Pastime, le debe mucho a la literatura francesa, y admira sobre todo a Flaubert, el maestro de la observación minuciosa y la pureza del estilo. Dice Richard Ford que las mejores frases de la prosa americana las ha escrito James Salter: da la impresión, leyéndolo, que Salter aspira a la misma precisión inflexible que Flaubert: a que una página de prosa, igual que en un poema, no haya una sola palabra que pueda ser sustituida por otra. La única lección es el trabajo incesante: “Ser escritor es estar condenado a corregir”. El oficio es una mezcla de exigencia y de abandono, de disciplina sin excusas y temeraria libertad. Salter habla y parece Flaubert: “No debe haber palabras erróneas ni palabras que degraden la frase o la página”. Pero ese control máximo solo importa si lo que se escribe está animado por un espíritu de radicalidad que estremece en un anciano de casi 90 años: “He mencionado antes la libertad del arte. Me refiero a la libertad de no dejarse atar por cualquier idea aceptada de moralidad ni por ningún catecismo… No debe haber ninguna prohibición en lo que está permitido imaginar o pensar”.
Se distingue a un verdadero maestro en que carece de arrogancia. Muestra la incertidumbre y el deleite de ir aprendiendo, no la soberbia de saber. En las breves páginas de estas charlas sobre el arte de la ficción se aprende tanto que uno tiene la sensación de escuchar la voz de James Salter.
‘Todo lo que hay’. James Salter. Traducción de Eduardo Jordá. Salamandra, 2014. 384 páginas. 20 euros
EL PAÍS




DE OTROS MUNDOS

MESTER DE BREVERÍA

DRAGON


jueves, 2 de julio de 2015

In memoriam / James Salter

James Salter
Poster de T.A.

In memoriam: James Salter


Publicado por Mar Padilla

Morir en la calle. Mientras estás en ruta, de viaje a cualquier parte. James Salter consideraba que ese era el mejor final, «al modo de algunos viejos reyes de Arabia, con una humilde tumba al pie del camino», dijo una vez. No pudo ser: murió en su casa de Long Island, a la altura de los noventa años. No satisfecho con su vida, tampoco le hubiera gustado su muerte: moverse era fundamental para él. «No hay nada mejor que la perspectiva de una carretera, sumergirte en ella, ver y sentir lo que pasa alrededor con nuevos ojos. No se trata de buscar otras situaciones u otras personas, o escuchar nuevas historias. Lo bueno es mirar la vida cada vez desde un ángulo diferente. Es como levantar el telón una vez más, y contemplar otro acto».
Lo suyo era salir y enfrentarse al mundo. Lo hizo hasta la extenuación y vivió hasta el hartazgo. Fue piloto, periodista, guionista de cine. Trabajó en muchas cosas, quiso a muchas mujeres, viajó sin parar, tuvo hijos. Y bebió si remisión: una vez, a sus sesenta y siete años, calculó que en su vida se había bebido unos ocho mil setencientos martinis. Sin embargo, que el ruido y las copas no nos engañen: escribir o morir fue su consigna. Como una dolorosa separación, sintiéndose infeliz y fallido, renunció a su carrera de piloto para ser escritor. Y se dedicó a ello a tumba abierta. Son tres los asuntos que ocupan su escritura: el primero es el deseo —«las mujeres pueden dedicarse e interesarse por muchos temas y ser felices. En verdad, el único tema del hombre es la mujer», dijo una vez—, el segundo es la vocación de profundidad y permanencia inherente a las personas, y el tercero es el probable fracaso de los dos primeros.
Salter era de los que creían que hay una forma correcta de vivir, en el sentido clásico del término, donde debe mandar el coraje, la honestidad y la sinceridad. Creía en las heroicidades cotidianas de mucha gente anónima luchando contra las injusticias. Y también creía que debemos pensar cómo queremos vivir. No le cabía ninguna duda de que la vida es una durísima experiencia, pero era poco sentimental escribiendo. Era sensual, preciso y luminoso. Y le gustaban los escritores poco sentimentales, como Ford Madox FordColetteCélineIsak Dinesen o Nabokov. A este último consiguió entrevistarlo en persona. Fue en el bar del Montreux Palace, el hotel de esta ciudad suiza, donde residía el genio ruso. Gracias a este encuentro sabemos que el plato favorito de Nabokov eran los huevos con bacon y que su mujer —Vera, presente en la entrevista— no se reía jamás. «Está casada con el payaso más grande la tierra, yo —le aseguró el autor de Habla, memoria—, pero nunca se ríe».
Para Salter había dos tipos de vida: la que muestras y te reconocen los demás, y la tuya propia, la real, la que palpita de miedos, de deseos, de dudas y situaciones absurdas. Y toda su obra está atravesada por el ciego cruce de caminos entre una y la otra. Autor de hermosos libros como Juego y distracciónAños luzLa última noche oTodo lo que hay, probablemente la gran obra de Salter son sus memorias, Quemar los días: en ellas desgrana su implacable sed de aventuras, nos describe la cara más amable del cruento siglo XX, y nos habla de uno de los semblantes más jugosos de la cultura norteamericana: la viva «intelligentsia» de sus escritores en Europa. En fiestas, cenas, bares, tabernas, en París, en Los Ángeles, en Nueva York, bebió y habló con William Faulkner,Jack Keruoac, o Saint Exupéry, entre muchos otros. Pero también da voz y rememora —«tener memoria solo de uno mismo es como venerar una mota de polvo», nos dice— a héroes y perdedores anónimos. El libro es también una crónica sobre el aprendizaje de la decepción. Deportivamente, Salter acepta este destino, pero pone el acento en la acción y en la experiencia. «Nos pusieron en este mundo para hacer cosas», dijo Auden. La fascinación por Salter reside en la punzante belleza de sus escritos, en su inquebrantable voluntad y, también, en su honestidad: por ejemplo, nos describe la lividez de su rostro al ver a un excolega de aviación reconvertido en astronauta y llegar a la luna, y nos confiesa su envidia al leer A sangre fría, de Truman Capote.
A lo largo de su extraordinaria, larga y audaz vida, James Salter creyó en la acción para llegar al más resplandeciente de los futuros. Paradójicamente, ya mayor, creía firmemente que solo lo escrito era real, y todo lo demás, un sueño.