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viernes, 24 de noviembre de 2017

Siri Hustvedt / Triste, libre y triunfal



Siri Hustvedt 


Triste, libre y triunfal

En esta entrevista, la escritora Siri Hustvedt habla de su nueva novela, Todo cuanto amé, (Anagrama) y de la relación con el novelista Paul Auster, su célebre esposo

Por Juana Libedinsky | LA NACION
DOMINGO 15 DE AGOSTO DE 2004

Si hay una prueba fundamental para los genes nórdicos es pasar un verano en esta ciudad. Ya empezó la ola de calor y el quién es quién de la literatura emigró ("huyó despavorido" sería una descripción más adecuada) a buscar inspiración en las exclusivas playas de los Hamptons o las más bohemias de Fire Island. Si quedaba alguna duda de que Siri Hustevdt es una auténtica reina del hielo, la prueba última es su fresca sonrisa mientras saluda señalando "¡Pero qué día más precioso!" Que el resto de la población esté maldiciendo el cambio climático, la capa de oz la capa de ozono o la latitud y longitud en la que nos encontramos no parecería cruzársele por su cabeza escandinava.

viernes, 11 de octubre de 2013

Alice Munro / Ya no sirvo para una vida normal

Alice Munro
según Triunfo Arciniegas
Alice Munro
“YA NO SIRVO PARA UNA VIDA NORMAL.”

Por Juana Libedinsky
La Vanguardia, 27/05/2009




La autora canadiense, habitual en las quinielas del Nobel, publica 'La Vista desde Castle Rock', relatos de la vida de su familia.  Había decidido dejar de escribir y rompió su promesa. Durante medio año salió con las amigas, se dedicó a la jardinería y a la caridad, y aceptó su fracaso. "Ya no sirvo para una vida normal”, dice. “He escrito tantos años que no sé hacer nada más".




Alice Munro, la escritora canadiense varias veces candidata al premio Nobel, que declaró no hace mucho que dejaba la escritura, cuenta que le resultó imposible comportarse como una señora normal sin obligaciones y que para combatir el aburrimiento se puso de nuevo a escribir. ‘La vista desde Castle Rock’, que ahora edita RBA, una colección de relatos en la que reconstruye la historia de su familia bajo la forma de ficción, debía ser su última obra, pero se arrepintió.
Munro es una de las dos celebridades que esconde Clinton, este pequeño pueblo perdido de Ontario. La otra es una vaca de dos cabezas que fue embalsamada y se muestra en el museo local. A pesar de su fama de esquiva, no sólo con la prensa sino con cualquier festival literario que quiera honrarla, Munro – "nuestra Chéjov", para los canadienses – resulta ser una señora de lo más sociable cuando uno la visita en sus tierras.
"¡Alice, querida!", la saludan los comensales y los dueños del único restaurant propiamente dicho de este pueblo donde Munro reside con su segundo marido, el geólogo Gerald Fremlin. Sin embargo, y a pesar de que claramente la disfruta, Alice Munro no tiene demasiado tiempo para la vida comunal: tras sacudir el ambiente literario y a sus de seguidores de todo el mundo con el anuncio de que ‘La vista desde Castle Rock’ sería su último libro, ha vuelto a escribir.
"Juro que lo intenté", suspira mientras pide media ración de wok vegetal. "¿Has notado el sobrepeso de la mayor parte de la gente por aquí? Es un verdadero problema y no lo entiendo, porque es gente de campo muy trabajadora, nada sedentaria", dice coqueta, consciente de su figura perfecta. Antonio Muñoz Molina la definió como una mujer que, cerca de los 80, no es que haya sido una belleza sino que lo es.
"Cuando dije lo de abandonar –insiste, vestida con sedas orientales– sinceramente lo creía. El trabajo me estaba resultando demasiado duro y pensé que me había llegado la hora de llevar la vida de una señora normal. ¡Y lo hice! Por unos seis meses. Salí a almorzar con amigas, me dediqué a la jardinería, a la caridad. Fue horrible. Después me di cuenta de que ya no sirvo para una vida normal: he escrito tantos años que no sé hacer nada más".
En efecto, Munro, nacida en un pueblo cercano en 1931, en una familia de granjeros emigrados de Escocia, estrictos presbiterianos, escribe desde su adolescencia. A los 20 y poco estaba casada con su primer marido, con dos bebés, un tercero en camino y una carrera literaria avanzada.
"Mirá, los bebés finalmente dormían la siesta, quisieran o no, y entonces yo me ponía a escribir. No estaba pensando en ellos. Estaba pensando en mí. Quizá habrían sido más felices si yo les hubiese dedicado más tiempo y menos a mi literatura, no lo sé. Pero para mí no era una opción, sentía que tenía que luchar por ese espacio propio donde no era ni mujer ni madre. Hoy todavía me escapo al mismo sillón donde desarrollo mi vida espiritual. Pero, claro, ya no soy joven. Un tema duro para artistas y escritores es que los poderes intelectuales o creativos se debilitan. ¿Qué hace uno entonces si no escribe? Yo no pude encontrar la respuesta", subraya.
Desde entonces su producción ha sido notable y es la eterna candidata al Nobel. Munro tiene en su haber una docena de libros de cuentos cortos, entre los que se destacan ‘Amistad de juventud’, ‘El amor de una mujer generosa’, ‘El progreso del amor’, ‘Secretos a voces’, ‘Escapada’, ‘Las lunas de Júpiter’, y ‘Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio’, es autora además de un ciclo de cuentos encadenados, ‘Lives of Girls and Women’, y de cuentos que publican ‘The New Yorker’, ‘The Paris Review’ y ‘Atlantic Monthly’.
Su próximo libro, adelanta, se llamará ‘Demasiada felicidad’. "Ya tengo casi todos los cuentos listos, espero que los lectores no los encuentren demasiado lúgubres. No los pensé de esa manera. Pero por lo que yo sé de la vida, siempre es dura", subraya.
El título responde a una frase de Sonia Kovalevski, célebre matemática y novelista rusa del siglo XIX. "Estaba buscando en la enciclopedia otra cosa –confiesa– y encontré la historia de esta mujer, que me fascinó. Murió apenas pasados los 40 años, después de una vida trágica y dura porque, si bien todos la festejaban por ser tan brillante y linda, no le dejaban enseñar en casi ningún lugar de Europa por ser mujer. Murió por una enfermedad tonta, cuando justo había logrado comprometerse con el hombre que le iba a permitir seguir siendo matemática. De ahí sus últimas palabras: "Demasiada felicidad".




¿Es muy distinta la escritura de cuentos de la de novelas?
No tengo la menor idea. Adoraría escribir ahora una novela, pero el cuento resulta la forma en la que me siento cómoda. Yo siempre pensé que iba a ser novelista. Me decía que cuando mis chicos fuesen grandes y yo tuviese más tiempo para escribir novelas, iba a hacerlo. El cuento estaba puramente determinado por el largo de las siestas de mis hijos Pero después resultó que ésa fue la manera en la que aprendí a escribir y ya no pude hacer otra cosa. Igual debo aclarar que las novelas que más me gustan son las cortas. Mi marido está releyendo el ‘Ulises’, libro grueso si los hay, y todas las noches, cuando me lee un poquito en voz alta, yo pienso, "Qué audaz que soy, cómo tengo el coraje de llamarme escritora cuando alguien escribió esa maravilla". Pero supongo que hay que seguir adelante con lo único que uno sabe hacer, ¿no?
Llama la atención al leerla la complejidad de los temas que despliega detrás de una prosa aparentemente simple.
Escribo sin pensar si hay un tema de fondo, pero sé que una idea sólo me interesa si tiene alguna complejidad moral, si tiene varias aristas. No es que me guste crear personajes que estén reflexionando sobre problemas morales, pero sí marcar cómo de las decisiones que uno toma, de las rutas que se elige, uno se puede arrepentir tiempo después. Al mismo tiempo pienso que hay momentos en la vida en los que hay que ser egoísta en un grado tal que, luego, de mayor, uno pueda condenarlo. De eso trata ser humano.
¿Y hasta qué punto son autobiográficas estas historias complejas que escribe?
‘La vista desde Castle Rock’ es básicamente autobiográfica. Me parecía que volver a mis orígenes para la que creía que sería mi obra final era cerrar prolijamente el círculo y me gustaba la idea de aprovechar el hecho de que mucha gente había escrito en mi familia. Eso me permitía disponer de buenos testimonios. Hubo una revolución en el protestantismo en Escocia, que puso mucho énfasis en la lectura individual de la Biblia. Por eso, a pesar de ser campesinos, mis antepasados tenían cierta cultura literaria, iban anotando lo que veían y llevaban diarios de viaje. Por supuesto, jamás hicieron ficción. Escribir sobre lo que uno pensaba hubiese sido visto como una forma de vanidad.
¿Y usted lleva algún tipo de diario?
Jamás. No me sobra energía literaria. Siempre me sorprendió que Virginia Woolf tuviese tiempo para llevar un diario además de escribir novelas y ensayos. No puedo entender cómo se las arreglaba. Claro que las mujeres inglesas de esa generación tenían servicio doméstico, algo que en Canadá nunca existió. Woolf de hecho escribió mucho sobre su mucama, sobre las peleas y enfados que tenía con ella. Pero en Canadá esto era impensable, la gente trabajaba todo el día –hombres y mujeres– en pequeños campos que no eran muy generosos. Mi gente es muy diferente de los americanos porque no eran ambiciosos, eso estaba muy mal visto. Había una fuerte ética del trabajo pero no para hacer dinero, que era considerado vulgar, sino como parte de un puritanismo. Era una cuestión de honor vivir en una casa vieja, pero nunca tener que pedirle nada a nadie. En mi familia no eran fundamentalistas religiosos, pero cualquier cosa que llamase la atención hacia uno mismo era considerado un pecado terrible.
Usted es extraordinariamente hermosa y seguro que llamaba la atención de joven. ¿Eso también era condenado?
-Ya no lo soy, estoy llena de arrugas, debería tomar medidas al respecto pero leí que se acaba de descubrir algo terrible sobre el bótox y puedo ver a mis ancestros presbiterianos diciéndome que si uno es vanidoso y trata de llamar la atención, cosas muy malas le van a pasar. De joven no entraba para nada en los cánones de belleza de la época. Era a fines de la década del 40 y la moda era ser una cosita adorable, frívola y divertida, y yo era demasiado seria. No me sentía superior por saberme más inteligente que las otras chicas. Sufría por no ser popular y, en casa, hasta se burlaban de mí por no tener novio. Pero no me desesperaba porque sabía que yo iba a salir de allí y que me vida iba a ser distinta.
¿Se imaginaba que iba a ser "nuestra Chéjov" para los canadienses?
Uff. Eso es muy fuerte, obviamente es un honor, pero me gustaría que todo el mundo dejase de llamarme así. No puedo decir que Chéjov me haya influido porque es como Shakespeare, ha influido en toda la literatura. Si tengo que buscar conexiones personales, en cambio, empezaría con Eudora Welty. He leído sus cuentos una y otra vez, pero debo tener cuidado de no imitarla porque su encanto está atado a un lugar y un tiempo determinados. También amo a Katherine Anne Porter...
Muchos dicen que usted es su equivalente en el Ontario rural.
Si uno es un buen escritor, creo que la voz tiene que ser única. Y quizá haya una conexión entre nosotras porque ambas escribimos sobre gente de campo, pero ella era de la clase media alta, no era uno de los nuestros. Esto no quiere decir que no pudiese escribir maravillosamente sobre el ambiente rural pobre, pero yo lo hago desde otra perspectiva.
¿Se siente más bien heredera de Katherine Mansfield?
Amo a Katherine Mansfield, la leí muy joven, cuando estaba embarazada de mi primer bebé, y cada tres o cuatro años releo sus cuentos. No sé cuánto afectó mi forma de escribir porque todo lo que uno lee deleitándose finalmente lo afecta. Realmente admiro esa manera que tiene de ir hilvanando distintas historias de una manera que parece muy fácil y natural, pero que con seguridad fue increíblemente difícil. Es una de mis escritoras favoritas, una inspiración.
¿Qué cree que hubiese pensado Chéjov de conocerla?
¡Qué bonita idea! Mientras hacía la investigación sobre esta mujer matemática no podía dejar de pensar si Chéjov, de conocerme, se hubiese enamorado de mí. Creo que no. A los hombres no les gustan las mujeres como yo. La matemática esta, por ejemplo, tenía una hermana de una gran belleza que quería ser escritora y pronto vendió un cuento a una revista editada por Dostoievski. Dostoievski inmediatamente quiso conocerla y le propuso matrimonio, a lo cual ella se negó. Si bien su vida fue trágica y triste, yo creo que ella entonces ya sabía que, de aceptar a Dostoievski, siempre sería la mujer de Dostoievski y nada más. Dos semanas después del rechazo, Dostoievski se casó con su estenógrafa, es decir, con una mujer que siempre encontraría la palabra perfecta para él. Pero Chéjov, claro, se casó con una actriz que llevaba su propia fama a cuestas, así que quizá yo hubiese sido la indicada para él.
Usted escribe básicamente sobre mujeres fuertes, ¿siente que puede ponerse en la cabeza de los hombres también?
No puedo ponerme en la cabeza de los hombres por una simple razón: nunca voy a poder sentir, como ellos, que lo más natural sea que todo gire alrededor de mi trabajo y mis intereses. Una mujer de mi generación no podía ni pensarlo. Recuerdo una reciente entrevista al escritor irlandés William Trevor, a quien yo admiro mucho. El periodista contó, como si tal cosa, cómo la mujer de Trevor entró con una bandeja con té y masitas mientras ellos hacían la nota. ¡Ese egoísmo para mí es impensable! Yo escribo en un costado de la mesa, atiendo el teléfono si suena. Supongo que para tu generación será distinto, pero para la mía, esa parte de la mente del hombre, esa seguridad de que lo que hace es importante, siempre va a ser inalcanzable.
¿Ve las series televisivas sobre mujeres actuales? ¿Qué opina?
‘Mujeres desesperadas’ me resulta ofensiva por el grado de riqueza que exhibe. De nuevo, el presbiterianismo me lleva a condenar ese tipo de despliegues. También vi ‘Sex and the City’, hay un capítulo en el cual la protagonista, de una belleza menos convencional, una abogada, ve a un hombre en la ventana del edificio de al lado y empieza a desnudarse para él, pensando que él estaba montando un show para ella también. Pero luego se lo cruza en el supermercado y resulta que él es gay y que toda la escena de seducción se la estaba haciendo para el muchacho que estaba en la ventana de un piso superior. Es una historia que dice bastante sobre cómo nos enamoramos de alguien por su sonrisa y su cuerpo bonito y no sabemos leer las señales de que todo está en nuestra cabeza. Pero el resto de la serie me pareció bastante predecible, basada en esa idea de encontrar un hombre que lo sea todo, un matrimonio que lo tenga todo: intelecto, sexo, amor. Y eso es imposible. La solución es encontrar un buen balance, pero cuando uno se enamora, no ve esto. Supongo que yo soy una romántica, pero a la vez soy una persona muy analítica y ambas cosas no van bien juntas. Para las generaciones anteriores, que podían mantener separados los intereses románticos y sexuales, todo era más fácil que para las generaciones actuales.
¿Eso es lo que les enseñaba a sus hijas?
En realidad, lo único que traté de inculcarles fue que no pusieran todas sus esperanzas, todos sus sueños, en un hombre, lo cual es triste e hipócrita porque yo nunca seguí esa regla.
¿Es feliz cuando está escribiendo?
No lo sé. ¿Una patinadora profesional es feliz cuando está patinando? Es un trabajo duro, pero es lo que sabe hacer. Sé que soy feliz cuando me viene una idea y puedo ponerme a trabajar de manera estructurada, y sé también que no soy muy buena tomando vacaciones o haciendo fiaca. Entonces, en mi tiempo libre lo que hago es ir manejando por el campo con mi marido, que es geólogo y geógrafo, identificando cosas del paisaje. Ésa es una ocupación concreta, muy buena para mí, y además mis libros tienen mucho sobre el campo y los paisajes, así que siento esos paseos como parte de una investigación previa a la escritura. Saber que esas excursiones después me van a servir para mi literatura hace que me relaje y las disfrute como algo que un poco cuenta como trabajo, que así está justificado, con lo cual vuelvo a esta marca que me dejó el presbiterianismo, supongo.
¿Qué conoce de la literatura latinoamericana o en castellano?
Conozco y he leído bien a Borges porque todo el mundo lo ha hecho. También al español Javier Marías, porque armó en una isla una orden de escritores y a mí me nombró la duquesa de Ontario, qué gracia. He mantenido correspondencia con él y me gusta su forma de escribir fría. Conozco mucho a Alberto Manguel y he leído a Vargas Llosa, García Márquez. Pero de todos los países latinos el que más me fascina es Brasil. Amo a Elizabeth Bishop, una escritora estadounidense, que vivió durante su infancia en Canadá y escribió sobre Brasil. Cuenta historias en las que a los personajes se les rompe el auto o tienen problemas matrimoniales. A mí, que Brasil me parecía el colmo de lo exótico, me encantaba pensar que podía haber allí gente corriente con vidas y problemas corrientes.
¿Tiene algún placer secreto?
No sé si es porque a mi edad me sigo rebelando contra la educación puritana, pero amo la ropa, amo salir de shopping y tener un almuerzo como éste que sea una excusa para arreglarme en medio del campo. Piense que durante treinta años yo cociné para mi familia. Cuando nadie mira, devoro ‘Vogue’, pero me molesta ver los precios, me parecen indecentes. Antes, cuando podía, me escapaba a Toronto a ver escaparates. ¡Ay, qué vergüenza! No sé si Eudora Welty se la pasaría pensando en este tipo de cosas. Al menos estoy segura de que Katherine Mansfield sí lo hacía, y ya les conté que fue una gran inspiración.


Alice Munro
Premio Man Booker Internacional a los 78
Por Catalina Holguín Jaramillo
Revista Arcadia




Una mujer empleada en una casa donde un hombre viudo vive solo con su nieta huye a un extremo desolado del país con el papá de la niña en cuestión. La mujer no tiene dinero, el hombre tampoco y además está enfermo. Solo se han visto una vez. El resto del contacto ha sido por medio de cartas que al parecer él ha escrito.
Esa es la trama básica de “Odio, amistad, noviazgo, amor, matrimonio”, un cuento simplemente perfecto que toca los temas más representativos de la obra de la autora canadiense Alice Munro, reciente ganadora de la tercera edición del Premio Man Booker International: abandono y escape, los dilemas morales cotidianos y los pequeños fracasos, amor filial, de pareja y entre extraños, todo esto transmitido en un lenguaje aterradoramente sencillo y aparentemente plano. Excepto una novela titulada Lives of Girls and Women, Alice Munro sólo ha escrito cuentos cortos, y es por eso precisamente y porque solo escribe sobre mujeres que uno de los jurados del premio declaró que la probabilidad de que ella ganara era de 16 contra 1.




El nuevo Nobel

El premio Man Booker fue fundado en 1969 por un consorcio empresarial del mismo nombre. Desde entonces, cada año se premia un libro escrito en Gran Bretaña o un país de la comunidad británica de naciones (esto excluye a Estados Unidos), que haya sido postulado por una editorial y que, según el presidente del premio, sir Michael Caine, sea tan bueno al momento de ser elegido así como veinte años después. A pesar de que el premio representa un prestigio inigualable y un incremento en ventas fundamental, “nunca nos hemos propuesto”, dice Sir Caine, “y nunca nos propondremos premiar o crear best sellers. Si ese fuera nuestro propósito, no tendríamos jurados”.
El Man Booker International, el que ganó Munro, es un poco diferente. Primero, este se inauguró en 2005 cuando se galardonó al escritor albano Ismail Kadaré, elegido entre un selecto grupo de finalistas que incluyó a Gabriel García Márquez, Philip Roth, Ian McEwan y John Updike, entre otros. A diferencia del otro Booker, este se entrega cada dos años y los jurados postulan a los autores, a quienes juzgan por su obra completa y sin importar su país de origen.




“Un mundo de conocimiento casi adictivo”

La elección de los jurados del Man Booker Internacional, explica sir Michael Caine, busca representatividad de edad, género, nacionalidad y orientación crítica. Así, en esta ocasión, el jurado fue compuesto por el escritor de origen indio Amit Chauduri, el ruso Andrey Kurkov y la norteamericana Jane Smiley, quien ofició como presidenta del grupo. En el discurso de la ceremonia, Smiley se pregunta: “¿Cómo es posible que el anuncio de este premio haya sido muy bien recibido por casi todos los medios? La respuesta es porque todos sabemos que la superficie de la obra de Alice Munro, esa simplicidad y apariencia callada, es engañosa; que bajo esa superficie hay un reservorio de lucidez, un cuerpo de observaciones y un mundo de conocimiento casi adictivo, y una serie de pensamientos de personajes que no nos queremos perder y de eventos que necesitamos comprender”.
Además de ser una valoración inteligente y sensible de la obra de Munro, el discurso de Smiley es un dictamen crucial sobre el estado de la literatura y el papel de la mujer, como escritora y como lectora, en este ámbito. Al escribir sobre mujeres que, por pobres o impotentes que sean, tienen control sobre su propia vida, Munro cuestiona la representación de la mujer en la literatura, proponiendo personajes femeninos capaces de “vivir una vida moral compleja” y usando, además, una forma literaria marginal: el cuento corto. El triunfo de Munro contra todo pronóstico fue un verdadero triunfo de los géneros.




“Ama de casa encuentra tiempo para escribir”

Alice Munro nació en un pueblo remoto de Ontario, Canadá. Fue a la universidad, pero pronto se casó y tuvo tres hijas. Publicó su primer libro de cuentos a los 37 años de edad, después de unos veinte años de trabajo. Desde entonces, no ha dejado de escribir. A sus 78 años, Munro ha publicado 16 libros de cuentos y una novela breve. Cuenta la autora en una entrevista concedida a un diario español que su elección del cuento corto “estaba puramente determinada por el largo de las siestas de mis hijos. Pero después resultó que esa fue la manera en la que aprendí a escribir y ya no pude hacer otra cosa”. No era entonces enteramente falso el titular de un periódico local que, hace muchos años cuando Munro no era muy conocida, anunció: “Ama de casa encuentra tiempo para escribir”.
La literatura de Munro nace y se enfoca en un ambiente doméstico, pero, como las obras de la inglesa Jane Austen, trasciende esa domesticidad. Smiley, certera en su valoración de la obra de Munro, explica la resonancia universal de una serie de cuentos aparentemente enfocados en la vida de unas mujeres: “Descubrimos como lectores que venimos de algún punto en el mapa a miles de millas de distancia de Sowesto [la provincial natal de Munro], que las costumbres y hábitos y pasiones y defensas de los seres humanos que conocemos también son examinadas y reveladas por el escalpelo literario de Alice Munro—emociones reprimidas, apariencias decorosas, excesos sexuales ocultos, resentimientos antiguos: así funciona el mundo, sin importar dónde te encuentres”.





domingo, 17 de febrero de 2013

Richard Ford / A golpe de puño y de talento


Richard Ford

Entrevista en Nueva York


Richard Ford

A golpe de puño y de talento

Ganador del Pulitzer, celebrado como una de las voces más destacadas de la narrativa estadounidense, el autor de El Día de la Independencia habla de sus dos últimos libros y del papel preponderante que han tenido en su historia personal el boxeo y las diversas metáforas de la violencia
Por Juana Libedinsky  / LA NACION / 15 de febrero de 2013


A Richard Ford le gusta nadar desnudo. Pero en el mar, entre las olas de la costa de Maine, y sin importarle el frío de Nueva Inglaterra. La confesión viene a raíz de que en el club universitario donde ocasionalmente lo he visto, la piscina cubierta es sólo para hombres y nadie usa short de baño. 

"El tema es meterte sin ropa cuando revientan las olas, y el viento helado te golpea en el cuerpo, no en el agua tibia y calma de un interior. Yo al club voy a jugar al squash ", aclara. Debí imaginarlo. Todo en Ford es tremendamente rudo y masculino. A lo largo de la entrevista habla de las golpizas que ha dado y recibido, de autos que ha robado, chicas que lo han cacheteado por decir algo inapropiado. Éstos son algunos de los temas que toca en sus nuevos libros, la novela Canada , aún inédita en castellano (cuya primera línea es "First, I will tell you about the robbery our parents committed. Then about the murders, that came later" ["En primer lugar, te contaré sobre el robo que nuestros padres cometieron. Después sobre los asesinatos que ocurrieron luego"]), y el libro de ensayos Flores en las grietas , aparecido en la Argentina el año pasado, donde en uno de los trabajos más potentes, "En la cara", reflexiona sobre los puños que terminaron en su rostro, aunque va más allá de eso. 

domingo, 28 de agosto de 2011

Edith Aron / La maga de Julio Cortázar

Edith Aron
Edith Aron
La maga de Julio Cortázar
Por Juana Libedinsky

Por primera vez, a los 80 años, habla la mujer que inspiró el personaje más famoso de la más famosa novela, Rayuela, del escritor argentino. Desde su casa en Londres, cuenta su historia íntima y enseña cartas que nunca fueron vistas por ojos extraños.


¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua.
Julio Cortázar, Rayuela, 1963

Gerardo Orellana, Tinta 10

Ya no es la rue de Seine ni el Pont des Arts, sino un pequeño departamento en el elegantísimo barrio londinense de St. John’s Wood, a pocos metros de la Abbey Road que hicieron famosa los Beatles y cerca del magnífico Zoológico de la ciudad. Pero la Maga sigue siendo la misma. Sí, porque la musa de Cortázar, la misteriosa protagonista femenina que deambula por Rayuela, el personaje más famoso de su libro más famoso y con el cual le rompió el corazón a sus lectores existió y existe. Y es Edith Aron, una encantadora señora de 80 años que vive en el más completo anonimato, escribiendo en las madrugadas silenciosas, entre las cartas y recuerdos del hombre que la inmortalizó para la literatura.
"Una sola vez, cuando en el almacén cercano a mi casa una chica mexicana me dijo que era una gran admiradora de Cortázar y que la Maga era su ideal, como era tan simpática pensé en decirle quién era yo. Pero no lo hice. No es un tema del que me guste hablar, no lo necesito y, además, a los ingleses nunca les interesó. Pero ahora… bueno, digamos que soy una señora mayor. Quizá no esté para el próximo aniversario de Cortázar", aclara suspirando.

Ilustración de Nicoleta Tomas
Buscada

Cortázar dejó grabada la imagen de la Maga a los veintipico de años, con medias negras y zapatos colorados, fumando Gitanes y con el pelo despeinado. En 1963, en pleno furor de Rayuela, "todas las muchachas de la Facultad querían ser la Maga –recuerda Julio Ortega, editor de la edición crítica francesa de Rayuela y profesor de literatura de la Universidad de Brown–; y todos los hombres querían buscar su Maga, la fantasía masculina de la mujer enigmática que se relaciona con las fuerzas más intuitivas con una sabiduría inocente".
Hoy, los amigos de Aron siguen fascinados por ella y la describen como una extraña belleza, alta e imponente, de nariz aguileña, ojos brillantes que miran muy fijo y el pelo corto color azabache.
            "Nadie me da mi edad, ¿sabe?", aclara con evidente coquetería y un dejo de acento alemán en su castellano bien porteño, y en el cual se le escapa cada tanto un macanudo.
            "¿Qué me vio Cortázar? No sé, ¡yo era simplemente una chica buena y agradable!", aclara risueña.
            Edith Aron nació en el Sarre, una región en el límite entre Francia y Alemania, "que de no haber sido lamentablemente anexada por los alemanes hoy sería un pequeño país independiente como Luxemburgo", explica.
            De familia judía, poco antes de la Segunda Guerra Mundial emigró con sus padres a la Argentina, donde ya tenían parientes.
            "Fui al Colegio Pestalozzi, a cuyos profesores les voy a estar por siempre agradecida. Me permitieron mantener una identidad alemana como la de ellos, profundamente distanciada de la política e ideología nazi."
            En un barco de vuelta a Europa, en 1950 y con 23 años, conoció a Cortázar.
            "Yo estaba en tercera clase, no pasaba nada demasiado interesante y, de pronto, vi a un muchacho tocar tangos en el piano. Una chica italiana con la que compartía la cabina me dijo que me miraba y que como era tan lindo, por qué no iba a invitarlo a nuestra mesa. Pero estábamos sentadas con gente muy rara, el mozo era muy viejo y no me animé."
            Al poco tiempo, ya en París, entrando en una librería, Edith vio una cara conocida.
            "Cortázar me reconoció también, e intercambiamos unas palabras. Nos volvimos a cruzar en el cine, viendo Juana de Arco. Luego, en los Jardines de Luxemburgo. El estaba muy influido por los surrealistas, que creían que las coincidencias eran algo importante, así que me invitó a tomar algo, me leyó un poemita y hablamos de amigos comunes en Buenos Aires."

       
"Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico."
Julio Cortázar, Rayuela, 1963


Claro que no todo fueron encuentros casuales. "Cortázar trabajaba en una exportadora de libros en la esquina de mi casa en París, y venía a verme para almorzar. Era muy entretenido. Por ejemplo, me decía que le hiciera una ensalada azul. Yo no tenía idea de qué era eso. Entonces él tomaba cualquier ensalada y la llenaba de estampillas azules. Hacía todo el tiempo ese tipo de juegos, en los que yo nunca me sentí a la par. ¡Me acomplejaba porque él sabía tanto y yo sabía tan poco! No me decidí a irme a vivir con él justamente porque quería estudiar. Además, sabía que él admiraba mucho a Aurora Bernárdez, que estaba en Buenos Aires", confiesa con un susurro.
            "Con mucha discreción", aclara, sus recuerdos ya fueron publicados en 1999 en un libro que escribió en alemán, Las casas falsas, y publicado por una editorial de Heidelberg.
            –¿Usted estaba enamorada?
            –No lo sabía. Cierta noche Cortázar me dijo que Aurora vendría a pasar fin de año a París, y me preguntó qué era más importante para mí, Navidad o Año Nuevo. No sé por qué le dije que Año Nuevo, que Navidad la iba a pasar con mi papá. Cuando nos volvimos a ver, él había pasado Navidad con Aurora y se había decidido por ella. Fue sólo al perderlo que me di cuenta de que lo quería.
            –Pero usted ya estaba para siempre asociada a él por Rayuela. ¿Se siente identificada cuando lee el personaje de la Maga?
            –El me escribió diciéndome que había basado su personaje en mí, y nos pasaban, es verdad, cosas espontáneas como las de la novela. También hay algunos episodios, como ese en el que encontramos un paraguas viejo en las calles de París y le damos una ceremonia de entierro, que ocurrieron más o menos como los cuenta. Pero la Maga es un personaje literario.
            –¿Cortázar era tan buen mozo como se ve en las fotos?   
            –Bueno, de chico tuvo un problema en las glándulas que hacía que pasara el tiempo y se viera siempre igual, sus enemigos le decían Dorian Grey, como el personaje de Oscar Wilde, porque su aspecto nunca cambiaba. Tarde en la vida se hizo operar y sólo entonces, por ejemplo, le creció la barba. Me parece que le costó tanto tenerla que nunca más se la sacó. Por otra parte, no podía tener hijos. Tuvo otro tipo de hijos, los libros, pero no de los de carne y hueso, que son los que humanizan. Y él era demasiado intelectual. Incluso usaba anteojos de joven sin necesidad, hasta que Aurora lo convenció de que se los sacara…
            –¿Sintió celos por Aurora?
            –Nunca sentí celos por Aurora. Más adelante, ellos insistieron en que, de tanto en tanto, fuese a comer a su casa. Yo era la chica que había aprendido junto a él. Después de todo, eso era lo que más le gustaba hacer, por algo en la Argentina había sido maestro de escuela. Pero la primera vez reconozco que me levanté de la mesa, me encerré en el baño y lloré. Yo había estado sufriendo sin darme cuenta. Y sé que él estaba un poco preocupado. Con el éxito que le trajo Rayuela, sabía que un poco me usó. Y ganó.



"No necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho, ¿verdad? Entonces, ¿vos te imaginás Rayuela traducida por ella? (...) En Rayuela, te acordás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a cada línea..."
            Carta de Julio Cortázar a Paco Porrúa, extracto, 1964


La decepción

Edith Aron asegura que, a pesar de no haber sido la elegida, siempre le guardó un enorme cariño a Cortázar. Hasta que cierto día le sacaron las traducciones que ella estaba haciendo de sus libros al alemán y, peor aún, se enteró de este fragmento de la carta del escritor a su legendario editor, Paco Porrúa.
"Me hizo muy mal profesionalmente. ¡Yo trabajé en el Instituto Goethe de Londres, en el Imperial College! Creo que Cortázar me confundió con el personaje. La realidad es que para entonces mi madre –a quien yo no veía desde hacía diez años– estaba gravemente enferma en Buenos Aires. Tuve que ir a cuidarla y me demoré en entregar las traducciones. Eran textos muy buenos, los hice ver por expertos. Cortázar estuvo muy mal en hacérmelos sacar. Luego se arrepintió, pero yo ya tenía una rabia infinita."
            –¿Nunca más volvió a verlo?
            –Él decía que por el azar nos volveríamos a encontrar. Nos cruzamos en una Feria del Libro de Francfort. Y luego, un día en el metro londinense me lo encontré en el mismo vagón. Ya estaba con otra mujer, muy joven, llena de anillos de plata en los dedos, pero igual se sentó a mi lado y me preguntó de dónde venía. "De mi trabajo", le dije orgullosa. El me respondió: "¿No crees que este encuentro tiene algún sentido?" Y pidió que nos viésemos al día siguiente. Pero me había lastimado mucho, y yo ya no creía en la casualidad. Así que al llegar a la estación Picadilly le dije: "Me voy", y me bajé. Nunca imaginé que las próximas noticias que tendría de él serían las de su muerte, en 1984.
            –¿Por qué no creía más en la casualidad?
            –Una vez un rabino me dijo que ser judío es como una vacuna: funciona como defensa ante un momento crítico. Yo siempre fui muy liberal, nada religiosa, pero me parece que eso es verdad. Fíjese: yo acababa de leer a George Steiner respecto de una teoría del judaísmo que no acepta la coincidencia, y eso me sirvió para justificar no volver a verlo. Además, aparte de Cortázar yo tuve una vida muy linda. Soy la viuda de un artista inglés que trabajó un tiempito como corrector en el Buenos Aires Herald. Y tengo una hija, Joanna, que es cantante. Llegó a tener pasaporte argentino, que guardo con cariño. Como ella tenía dieciocho meses, le tomaron la foto y le hicieron estampar su dedito, aclarando, debajo: No firma aún. Es el último recuerdo que tengo del país, al que me encantaría volver, pero ya no puedo viajar mucho.
            –Una última pregunta que me desvela. El personaje de la Maga andaba despeinado, cocinaba mal y fumaba Gitanes. ¿Y usted?
            –No sé, creo que en una carta le escribí a Cortázar que estaba despeinada. Nunca fui una gran cocinera. Crecí en la Argentina, así que me sigo basando en el bife con ensalada. Y los Gitanes, bien fuertes, sí, me encantaban. Pero ahora, ¡sólo me dejan fumar Philip Morris Ultra Light!


Todas querían ser ella

"Todas querían ser la Maga." Julio Ortega es categórico. El coeditor de la versión crítica de Rayuela, publicada en París por la editorial Archivos, asegura que Cortázar jamás pudo prever la vehemencia que causaría en las mujeres. "Sus lectoras, las escritoras y críticas que se dedicaban a su obra parecían convocadas al modelo de musa benéfica –explica desde la Universidad de Brown, en Estados Unidos, donde es profesor de literatura hispana–. Su bovarismo (conversión de la realidad en literatura) resultaba peculiar: querían ser como la Maga, pero también hacer de Cortázar una suerte de Pigmalión capaz de descubrirlas y perpetuarlas." Ortega, que trabajó a partir de los manuscritos de Cortázar que hizo comprar a la Universidad de Texas, donde era profesor, recuerda: "En los años 60, las chicas se identificaban con la Maga. En esos años a los varones les daba reputación pasearse con El capital o En busca del tiempo perdido bajo el brazo. Para las mujeres, eso era Rayuela. Todo era fruto de la influencia del surrealismo: las chicas querían mostrar que, como la Maga, tenían un estado de disponibilidad para los milagros de lo casual".


De puño y letra

París, 8 de marzo de 1978

Querida Edith:

Tu carta no agrega nada nuevo, por desgracia, a una situación sin salida. Hace mucho que he dejado de entender lo que pasa con las ediciones alemanas, y sólo sé que Wittkopf trabaja en una antología de mis cuentos y que Fries traduce Rayuela. No tengo (ni quiero tener) ningún contacto directo con editores, que son siempre una fuente de líos. Y yo ya tengo demasiados líos en estos tiempos.
Sé que el problema con vos no se resolverá a pesar de cualquier esfuerzo, y que Sularkamp (ilegible) es una gigantesca máquina que no cambia su conducta una vez que la ha decidido.
Lamento que una vez más vuelvas sobre ese tema tan penoso para vos y para mí, pero te comprendo de sobra; solamente que ya es tarde para cambiar las cosas, y creo que tu correspondencia con Wittkopf te lo prueba de sobra.
Por favor, no vuelvas sobre el pasado, porque ya nadie quiere entender cosas tan complicadas y que parecen sin salida. Si yo puedo ayudar en el presente ya sabes que lo haré, pero esa historia detallada que me cuentas en tu carta no sirve más que para amargarte y amargarme. Y créeme que en estos tiempos la amargura es mi comida cotidiana. Hago lo que puedo por la Argentina y Chile, estoy continuamente en viaje para ayudar la causa de esos pueblos, y el resultado es siempre igual: tristeza y amargura. Y si el presente es así, ¿cómo agregarle el pasado y volver atrás en busca de arreglos que ya nadie entiende?
Me gustaría recibir de vos otro tipo de cartas. Hay tanto de vivo y de bello en tu persona, hay tantas cosas mejores que esa vuelta atrás en que te obstinas.
Espero que Joanna esté bien. Para vos, un abrazo fuerte y el cariño de
Julio



En la vida real

"No soy para nada una señora inglesa", confiesa Edith Aron, y ofrece la prueba más que contundente: no le gusta la jardinería. "Las únicas plantas que tengo son dos del desierto, que justamente me trajo de regalo un amigo porque dijo que eran las únicas que me podrían sobrevivir."
A pesar de que el personaje de La Maga es considerado una figura anti intelectual, ella es una mujer muy culta cuyos programas de fin de semana suelen incluir visitas a las exposiciones de avanzada en el Instituto de Arquitectura Contemporánea de Londres o un pequeño viaje para llegar a la inauguración de muestras de amigos artistas en Berlín. Es escritora, y trabaja en las madrugadas, rodeada de un silencio absoluto. Tiene dos libros en alemán en su haber, El tiempo de las maletas y Las casas falsas, publicados por una editorial de Heidelberg. Este último es, según ella, "sutilmente autobiográfico".
"Quise incluir un par de cartas de Cortázar; le escribí a Aurora, para pedirle su autorización, y me hizo esperar como dos o tres meses, pero me la dio."
Cortázar estuvo casado dos veces después de su matrimonio con Aurora Bernárdez, pero fue a ella a quien Edith Aron le escribió la carta de condolencia cuando se enteró, leyendo el periódico alemán Die Zeit, de la muerte de Cortázar.
"Fue curioso porque ella me respondió que ambas éramos mujeres judías que habíamos sufrido mucho. Me pareció que lo decía para consolarme a mí y como un gesto de amabilidad, ¡pero ella no era judía!"
A Edith le gustan sobre todo los cuentos cortos y no se cansa de releer a Kafka, Borges y, por supuesto, Cortázar.


LA NACION ON LINE
6 DE MARZO DE 2004