Samanta Schweblin publica nuevo libro y deja Penguin Random House en España: "Yo no me caso con editoriales, me caso con gente"
La autora argentina publica en Seix Barral el libro de relatos 'El buen mal' y explica las razones de su cambio de grupo editorial por Planeta
Marta García Miranda
15 de marzo de 2025
Una mujer intenta quitarse la vida sumergiéndose en el agua “como una astronauta aterrizando en la luna” y encuentra en la culpa y la crueldad el ancla para seguir respirando. Otra recibe una noche la llamada de una amiga que le pide que le hable de su hijo, muerto hace veinte años y obsesionado con la imagen de un caballo. Una tercera intenta cuidar a una mujer rota de dolor por la muerte de su gato mientras su pareja tal vez se esté muriendo a miles de kilómetros de distancia. Un niño narra cómo consigue establecer contacto con su padre metiendo su dedo por el agujero de su traqueotomía. Un hombre y su madre anciana invaden la casa de alguien que solo quiso ayudarles. Dos hermanas se escapan todas las noches de su casa para visitar a una poeta alcohólica y falta de inspiración. Seis relatos atravesados por la culpa, el malestar, la vulnerabilidad, los cuidados fallidos, la falta y necesidad de conexión o ese estado de alarma que se activa cuando lo inesperado interviene y altera una realidad en la que deja de tener sentido eso que llamamos normalidad.
Daniel Goldin: "La promoción de la lectura es el más poderoso abono para convertir a la LIJ en una mierda"
Ana Garralón
1 de marzo de 2025
Conocí a Daniel Goldin a finales de los años ochenta (¡del siglo pasado!). Yo empezaba mis labores en la literatura infantil y él empezaba también con el proyecto de crear una división de obras para niños en la legendaria editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, la misma que había publicado obras originales de Octavio Paz, Borges, Rulfo, y Fuentes, y traducciones de Marx, Heidegger, y Steiner. Admiré su curiosidad y su interés para saber qué pasaba en España (y pasaba mucho) para distribuir el proyecto, para encontrar autores y, sobre todo, para entender a los destinatarios de esto que llamamos literatura infantil. Sus proyectos editoriales para niños y jóvenes se complementaban con un ambicioso plan de ampliar el discurso alrededor de los libros: creó la Red para la promoción de la lectura del FCE, y con el dinero destinado a la publicidad publicó el periódico Espacios para la lectura donde colaborábamos con artículos muchos colegas que dio vida posteriormente a la valiosa colección teórica del mismo nombre. Luego se convirtió en una colección especializada en la que publicó las primeras obras de Michèle Petit en español, a Graciela Montes, Emilia Ferreiro, Roger Chartier entre otros.
‘No me quedaba fácil defender un cambio cultural teniendo como jefe a un maltratador de mujeres’: Juan David Correa
En charla con EL TIEMPO, el exministro de Cultura señaló a Armando Benedetti como la causa de su renuncia. También hizo un balance de los proyectos que no verá finalizados y del futuro del sector cultural del país.
Sofía Gómez
6 de febrero de 2025
“Me siento oficialmente desempleado”. Hasta el miércoles, Juan David Correa era el Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, pero este jueves amaneció sin trabajo, después de presentar su renuncia irrevocable, al siguiente día del turbulento y controvertido consejo de ministros, que el presidente Gustavo Petro decidió televisar durante varias horas en la noche del martes.
Correa conversa con EL TIEMPO desde su casa, donde ya reorganiza los libros que tuvo en el despacho y mientras va a recoger a su hijo menor al colegio. Su intempestiva salida del Ministerio de Cultura, después de 18 meses, tiene nombre propio: Armando Benedetti, nombrado jefe de gabinete, una decisión que desató una oleada de críticas a la que se sumaron otras dimisiones y amenazas de renuncias desde otras carteras.
“No me quedaba fácil defender un cambio cultural, teniendo como jefe a un maltratador de mujeres, denunciado, además, porque no es una invención. No soy un juez moral de nadie, pero comprenderás que no me quedaba nada fácil abrazar las causas progresistas feministas, en contra de la racialización, de la aporofobia, del patriarcado”, contó el exministro a este diario.
En esta breve conversación, Correa se mostró nostálgico al dejar su cargo, pero satisfecho por su labor, así como esperanzado en que los proyectos sigan andando, independientemente de quien llegue a la cartera.
¿Cómo le pareció el sector público desde el Ministerio?
Fue fantástico. Yo no había estado en un ministerio en este cargo, pero fue maravilloso porque es así cuando uno se plantea entender cuál es su lugar, y mi lugar era el de liderar y acompañar una serie de liderazgos que ya existían, y así es más fácil, porque entiendes que ese es tu papel. Tu papel no es ir a hacer, sino tratar que otros hagan, que realicen sus proyectos, que se responsabilicen de ellos, que asuman, que tienen que dar la cara por lo que hacen y creo que eso fue lo que logramos, y creo que eso no me costó, la verdad, ya lo había hecho en otros lugares, pero eso funciona siempre que haya un grupo y una gente dispuesta a hacerlo. Y lo que yo encontré fue un grupo de gente con muchas ganas, mujeres increíbles, hombres increíbles, que ojalá sigan con lo que trazamos y lo que ellos van a seguir construyendo, porque esto no es para mí ni para el próximo ministro o ministra, esto es para el país, el sector cultural, los saberes, las artes y los pueblos de Colombia.
Las despedidas de muchos funcionarios del ministerio y del sector cultural del país fueron muy elogiosas...
Siempre pensé que, si alguna vez tuviera la oportunidad de hablar con un ministro o ministra de manera honesta, le diría lo mismo que me dije a mí mismo al llegar al ministerio: hay que ocupar espacios políticos para la cultura. No basta con la herencia, porque el Estado no es una empresa, sino un espacio donde se construye sociedad.
Por eso trabajamos en barrios excluidos de las ciudades, a través de programas de barrismo social, con la comunidad de Aguablanca en Puerto Resistencia (en Cali); la gente de Moravia en Medellín; de El Pozón, en Cartagena, y de los barrios populares de Manizales, Pereira y Armenia. Allí, con grupos de formación artística y cultural, tejimos una relación que se profundizó con el tiempo. Además, entendimos la importancia de reconocer y dar continuidad a lo que ya se había hecho antes. Aprovechamos esos avances para seguir construyendo sobre ellos.
¿Qué proyectos le quedaron pendientes?
La acción política suele olvidar que, si no se estructuran, planifican y financian las cosas, estas no suceden. Por eso, todo lo que nos propusimos en este año y medio cuenta con financiación asegurada y se llevará a cabo. Quizás no lo veré culminado, pero el proceso ya está en marcha. Por ejemplo, están en desarrollo proyectos como la recuperación del Hospital San Juan de Dios y del galeón San José, la transformación de las convocatorias y becas, la presentación de la Reforma a la Ley General de Cultura —que se llevará al Congreso en un mes— y el Plan Quinquenal de Cultura, en consulta con comunidades afro, negras, campesinas e indígenas, que se realizará este año
¿Cuál es su mensaje para la gente de la cultura en el país?
Les diría algo que dije como ministro y que ahora repito como ciudadano. Me corresponde preguntarme qué voy a hacer yo también, porque es fácil hablar, pero difícil actuar. El sector cultural debe organizarse. Mi papel fue de liderazgo en un momento determinado, pero no se puede depositar todo en una sola persona. Es un sector precarizado, al que muchas veces le han fallado y no le han dado la dignidad que merece. Nuestras culturas han sido golpeadas por la violencia, con campesinos desplazados, tejidos culturales rotos, lenguas indígenas fragmentadas, evangelización forzada y exterminio de pueblos enteros. Todo esto exige organización: asociaciones, cooperativas y espacios de unión. Siempre pongo el ejemplo del cine: supo movilizar una causa, encontrar recursos y crear una ley. Eso no lo hace solo un ministro, sino el sector mismo. Lo mismo deben hacer las artes y las culturas del país. Yo no voy a dejar de opinar, de decir, de trabajar y de ponerme al servicio de quienes quieran organizarse. No voy a eludir lo que dije, porque es fácil ocupar un cargo y luego olvidarse de todo. Pero yo asumí un compromiso y debo ser consecuente. Mi búsqueda es seguir abriendo caminos, aunque no sea fácil.
¿Qué va a hacer ahora?
No he pensado, porque me cambió la vida, o más bien yo cambié mi propia vida. Tengo que buscar trabajo, tengo hijos, tengo que pagar colegios con mi esposa. Nunca he parado de trabajar y no tengo tiempo para descansar en este momento, voy a buscar trabajo, no se me ocurre en qué, pero empezaré a mandarles a los amigos mi hoja de vida desde el lunes.
La lección es vivir cada día como si fuera el último, con la certeza de que un cargo no define a nadie.
¿Volvería al sector editorial, si hay chance de hacerlo?
No creo que ningún grupo editorial tenga interés en contratarme después de lo que pasó con Planeta. Tampoco sé si podría trabajar en un gran medio con las cosas que digo. Es difícil ocupar un lugar de incomodidad y franqueza. Entiendo que las empresas y los medios tienen ideología, y que personas como yo, que hemos participado en un proceso progresista, difícilmente encontramos espacio en esos lugares.
Por ahora, no imagino cuál será mi futuro. Estoy haciendo un backup de lo que escribí, ordenando mis libros y dedicando tiempo a mi familia. La lección es vivir cada día como si fuera el último, con la certeza de que un cargo no define a nadie. Al final, uno es un trabajador, y eso es lo que reivindico de este gobierno: ha dado espacio a los trabajadores, a la gente humilde, a los campesinos, a la clase media.
Yo soy parte de esa clase media que tiene que buscar trabajo, que no tiene un futuro asegurado ni el privilegio de una herencia. Así que, quizá, lo más interesante ahora sea estar abierto a lo que venga.
¿Descansará después de este trajín?
Sí, fue un trajín fuerte, pero hermoso, en el que no dejé de hacer nada de lo que he hecho porque fue un compromiso que me hice al llegar al Ministerio y era no abandonar lo que yo era. Era también una manera de responder a un cambio cultural, a comprometerme con mi familia, con mis hijos, con la lectura, con la escritura, a no perder eso. Y no lo perdí, así que, pues gano seguramente otra vida, vamos a ver cómo la vivo ahora. Yo no siento que mi trabajo sea un castigo, sino todo lo contrario.
María Fernanda Paz Castillo, un faro en el campo editorial infantil colombiano
La editora venezolana, radicada en Bogotá desde 2003, lleva más de tres décadas impulsando la literatura infantil y juvenil de la región. Con Cataplum, la editorial que fundó en 2016, ganó este año el Premio a la Mejor Editorial de América Latina y el Caribe en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia
FELIPE SÁNCHEZ VILLARREAL
04 DIC 2024 - 23:30 COT
En los 36 libros del catálogo de Cataplum no es raro ver bailando a un grupo de chimichimitos, espíritus del folclor popular de la Isla de Margarita, o a una Cenicienta rumbera obligada por sus hermanas a quedarse pegada al fogón fritando huevos con chorizo. Tampoco toparse con Chuleta, un zorro vegetariano que prefiere las sandías a los conejos, o leer un Diccionadario, que enseña que a un cerdo joven se le dice “muchancho” y que un simio que habla muy duro es un “orangritón”.
María Fernanda Paz, en una fotografía de archivo.SARA BERTRAN
Por apuestas como esas, que “se sumergen en las raíces que conectan a los latinoamericanos, dan vida a las tradiciones orales y hacen énfasis en el juego con el lenguaje”, la editorial independiente que la venezolana María Fernanda Paz Castillo (Caracas, 53 años) fundó y dirige desde 2016, ganó este año el Premio a Mejor Editorial de América Latina y el Caribe en la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia, el encuentro profesional de libros para niños más importante del mundo.
“Ha sido emocionante, porque desde un principio he pensado a Cataplum como un ser vivo que crece, se transforma y, como todo ser vivo, toma nuevos caminos y tiene nuevos intereses. Me entusiasma que desde lo local podamos compartir historias que son universales”, cuenta en su oficina de Bogotá.
Politóloga de profesión, Paz Castillo se ha vuelto un faro en el campo editorial infantil colombiano desde que se mudó de Venezuela, en 2003, por la forma en la que ha nutrido los libros para niños de los relatos tradicionales y la memoria oral de la región, así como por los estándares de excelencia y creatividad a los que impulsa a sus autores e ilustradores.
Desde sus nueve años, cuando editó un periódico para vender en su colegio en Caracas, ha ido entrenando un olfato agudo e intrépido con el que ha dejado huella como promotora de lectura, escritora y editora en algunas de las organizaciones y proyectos más importantes del sector. Entre otras, estuvo al frente del Centro de Estudios y Promoción del Libro Infantil y Juvenil del Banco del Libro de Venezuela; fue editora del Museo Alejandro Otero, donde aprendió “a incorporar el lenguaje del arte contemporáneo al mundo editorial”; ideó y sacó adelante el catálogo de literatura infantil y juvenil de la antigua Random House Mondadori; en su paso por Ediciones B desarrolló la colección Iguana, una serie de libros de bolsillo para los planes lectores escolares; editó los Cuadernos de literatura infantil colombiana, de la Biblioteca Nacional; y, antes de aventurarse como editora independiente, lideró la línea infantil y juvenil de la editorial SM
Uno de sus sellos ha sido, además de su inclinación hacia el humor y los juegos ingeniosos con la lengua, el de alimentar sus colecciones de cultura e historia de Colombia: “Mi mirada de extranjera, como me han hecho notar algunos colegas, me hizo percibir los vacíos y la necesidad que había acá de incorporar más temas colombianos en los libros informativos y los libros para niños. Con mi trabajo me he esmerado en aportar un poco para llenarlos”.
Fiel a ese propósito, el proyecto que inauguró Cataplum fue la versión ilustrada de Adiós, un poema del escritor momposino y pionero de la poesía afrocolombiana Candelario Obeso, que en 2017 fue incluido en el prestigioso catálogo The White Ravens, en el que cada año los expertos de la International Youth Library recomiendan los libros para niños y jóvenes. Varios libros editados o escritos por ella han figurado allí en la última década. El más reciente, hace apenas unos meses, fue El hombre dorado, un libro álbum de su autoría, ilustrado por Ramón París, en el que se propuso narrarles a los niños la antigua ceremonia de iniciación de los jóvenes caciques muiscas en la laguna de Guatavita.
En adelante, con el impulso del premio en Bolonia “y a pesar de los retos financieros que implica sostener una editorial independiente”, Paz Castillo espera no dejar nunca su pasión: hacer libros e iniciar a cada vez más personas en la lectura: “Estoy convencida de que los libros para niños siguen siendo fundamentales en el mundo, porque son el primer espacio para formarlos como lectores. Lograr que los más pequeños entren al lenguaje literario es empujarlos a alcanzar su potencial máximo. Yo siempre digo: si logramos que un niño se interese por leer literatura, en el futuro va a ser capaz de comprender y enfrentarse a cualquier cosa”.
Iolanda Batallé, el olfato editorial detrás de Rata.
LIBROS ESCRITOS DESDE LA RABIA
El año de la _Rata: la editorial indie que publica a los próximos Nobely
El nuevo sello español ni siquiera se ha presentado en sociedad y dos de sus autores han conseguido ya galardones internacionales: el Premio Dylan Thomas y el Man Booker
Beatriz García
17 de mayo de 2016
Fue Charles Bukoswki uno de los autores que mejor ejemplificó en su conocido texto 'Así que quieres ser escritor' la necesidad ardiente de contar una historia, ese impulso creador que nace de las entrañas y que, como él mismo dice, se tiene o no se tiene, o bien ocurre fugazmente y desaparece cuando la alimaña que el escritor comparte con sus lectores muere dentro de uno. Y muchas veces esta literatura incómoda, por verdadera, esta “literatura secreta, subterránea y huidiza”, no llega a la superficie editorial. Sin embargo, a veces los narcóticos no hacen su efecto. Y algo despierta.
Diana comienza el día abriendo las numerosas cartas que todavía recibe de lectores admirados. Para estos retratos, fue fotografiada por Alasdair Mc Lellan en su habitación de Highgate el 2 de junio de 2016
Diana Athill CREO QUE ESTAR MUERTO ES UN ASUNTO CARO
Diana Athill, de 98 años, tiene una mirada aguda y un don con las palabras. Usó ambas cosas con personalidades como Jean Rhys y Philip Roth durante sus 50 años como la editora literaria más respetada de Londres. Pero durante los últimos 15 años, ha dirigido esa mirada hacia su propia vida con ocho volúmenes de autobiografía. Erica Wagner conoció a Diana en la residencia donde vive y trabaja. Un día soleado de principios de verano, salgo de la estación de metro de Highgate y me dirijo hacia arriba. Son diez minutos a pie a través de los generosos plátanos del norte de Londres hasta la entrada de Mary Feilding Guild, la residencia de ancianos hermosamente conservada donde vive Diana Athill. Se describe a sí misma como una residencia para “ancianos activos”, una descripción que encaja a la perfección con Diana. Sus 98 años no la han empañado en lo más mínimo, aunque reconoce que su audición no es la misma que antes y que ahora es más feliz desplazándose en silla de ruedas, una herramienta que considera que le ofrece libertad en lugar de lo contrario. Ya sea que escriba (o converse) sobre el trabajo que la ocupó durante tantos años, su entorno familiar o su historia romántica (no menos importante el aborto que sufrió a los 43 años), es franca. En su último libro, Alive, Alive Oh!, dirige su mirada azul clara a los dolores y las diversiones de encaminarse hacia su centenario.
CÓMO SE EDITA UN TEXTO: LAS CINCO REGLAS DE BOTSFORD
Traducción de Daniel Gascón
[Gardner Botsford fue editor de The New Yorker. En este extracto de Life of Privilege, Mostly, expone unas reglas para editar un texto.]
A principios de 1948, la entrega de «Carta desde París» y «Carta desde Londres» se trasladó desde el domingo a un día más civilizado de la semana, y a mí me trasladaron con ella. Otra persona pasó a encargarse de las noches de domingo y empecé a dedicar la mayor parte del tiempo a editar largas piezas factuales:«Perfiles», «Reportajes» y textos de ese tipo. Seguí editando a Flanner y Mollie Panter-Downes –de hecho, a partir de entonces edité todo lo que cualquiera de los dos escribiese para la revista–, y también me asignaron a varios escritores de primera clase del New Yorker, con muchos de los cuales formé alianzas permanentes. Eso implicaba menos tiempo con los escritores de menor calidad con los que había empezado, los Helen Mears y Joseph Wechsberg. Helen Mears era una escritora olvidable; a Joseph Wechsberg lo recordaré siempre. Era un incordio, un Mal Ejemplo y un rito de paso para cada editor junior. Para empezar, era checo y en realidad nunca aprendió inglés. (Aquí hay una observación biológica de Wechsberg que he conservado intacta a lo largo de los años: «Sin los largos hocicos de los abejorros, los pensamientos y el trébol rojo no pueden ser fructificados».) Además, había empezado como escritor de ficción (ahora es más conocido, si es que se le conoce por algo, por algunos relatos que publicó en la revista antes de la guerra) y, cada vez que los datos que necesitaba resultaban elusivos, se los inventaba. Como su escritura estaba desvinculada de la gramática, el vocabulario y la cordura (ver arriba), podía escribir muy deprisa, y no había nadie más prolífico que él. Sandy Vanderbilt siempre decía que había editado más a Wechsberg que yo, y que había editado más a Wechsberg de lo que el propio Wechsberg había escrito, por culpa de una pesadilla recurrente en la que trabajaba en un manuscrito implacable e interminable de Wechsberg que seguía supurando por mucho que Sandy trabajara, pero cuando fuimos a la morgue y sacamos el archivo de Wechsberg, ninguno de los dos podía recordar quién había editado qué, o, para ser más precisos, quién había escrito qué. Lo que nos molestaba era que Wechsberg era inmensamente popular entre los lectores, lo que quería decir que nosotros éramos inmensa, aunque anónimamente, populares entre los lectores. Cuando llegaron algunos editores que eran todavía másjuniors que yo –Bill Knapp, Bill Fain, Bob Gerdy y un par de figuras más transitorias–, les asignaron a Wechsberg y yo quedé libre al fin. No totalmente libre, por supuesto.
María Fernanda Paz Castillo Foto de Triunfo Arciniegas
“Para formar lectores, los libros deben ser parte de la cotidianidad de los niños”
María Fernanda Paz Castillo habló del reciente reconocimiento de Cataplum como la mejor editorial de Latinoamérica, Centroamérica y el Caribe con el premio BOP Bologna 2024. También abordó el proceso de selección y publicación de libros y ofreció consejos para aquellos que deseen incursionar en el mundo de la edición de libros infantiles.
Diana Camila Eslava
23 de mayo de 2024
La editorial Cataplum se coronó como la mejor editorial para niños en 2024...
Este prestigioso reconocimiento, el Bologna Prize Best Children’s Publishing of the Year (BOP), fue otorgado por la Feria Internacional del Libro para Niños de Bologna, la más importante del mundo en su categoría. La selección de ganadores se realizó mediante la votación de todos los expositores de la feria, a partir de una lista de cinco editoriales por región, que fue elaborada por un grupo diverso de libreros, editores y especialistas en literatura infantil. Este año, Cataplum fue galardonada como la mejor editorial de Latinoamérica, Centroamérica y el Caribe. Este logro significó una alegría inmensa y representó un incentivo para seguir haciendo lo que hacemos.
María Fernanda Paz Castillo Foto de Triunfo Arciniegas
¿Cómo empezó Cataplum? ¿Qué hitos considera los más importantes de la editorial?
Cataplum comenzó como un sueño que se ha ido concretando en el tiempo. El primer libro, Adiós, de Candelario Obeso, ilustrado por Juan Camilo Mayorga, ambos autores colombianos, ganó la beca del Ministerio de Cultura de Colombia para Libro Ilustrado en 2016 y fue un hito importante. Y como este, hemos tenido muchos logros en nuestra trayectoria, como puede ser tener un estand por primera vez en la Feria del Libro de Bogotá en 2018 o en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara desde ese mismo año. Así como premios, becas y reconocimientos que han ido recibiendo nuestros libros. Pero realmente cada libro es y ha sido un hito para la editorial, porque nos ha llevado a recorrer nuevos caminos, incorporar voces en nuestro catálogo, llegar a nuevos lectores y conocer nuevos mediadores.
¿Cómo es el proceso de escoger un libro y llevarlo hasta las estanterías?
Es un proceso complejo que, a mi modo de ver, requiere mucha experiencia. Muchas personas creen que a los editores nos mueve la intuición, pero en realidad la intuición no es más que experiencia y conocimiento. Es difícil saber a qué libro le puede ir bien o no. El trabajo comienza con un equipo conformado por los autores, la dirección de arte y la dirección editorial que, en el caso de Cataplum, hago yo. Normalmente es un proceso largo, lleno de ires y venires, de propuestas, hasta que se va consolidando el proyecto y todo el equipo se pone de acuerdo. Una vez el libro se imprime, comienza la distribución en librerías, las exportaciones a otros países, la promoción del libro, el boca a boca y los lanzamientos.
Cuéntenos sobre su trayectoria. ¿Qué la ha traído hasta este punto?
Durante muchos años he estado involucrada en la creación de libros para niños. Entre los momentos más significativos de mi carrera se encuentra mi experiencia en el Museo de Arte Contemporáneo Alejandro Otero en Venezuela. Allí adquirí un amplio conocimiento en diseño y arte. Además, trabajé como investigadora de libros en el Banco del Libro en Caracas y como promotora de lectura y formadora de mediadores tanto en Venezuela como en Colombia. Después de trabajar en empresas importantes del sector editorial decidí aventurarme en la edición independiente. Tomar esta decisión no fue fácil, pues era consciente de las responsabilidades administrativas que conlleva dirigir una empresa editorial. Sin embargo, luego de haber pasado por distintas etapas en mi trayectoria profesional, opté por este camino como una evolución natural en mi carrera.
¿Qué la motivó a dedicarse a trabajar en libros para niños?
Es una pregunta que me hago recurrentemente, y la respuesta siempre tiene mucho de irracional. Pienso la vida en términos de libros; a menudo, cuando surge un tema o una discusión adulta, termino imaginando cómo podría convertirse en un libro para niños y niñas. Hacer este tipo de libros es, para mí, un compromiso con la formación de lectores, que es el objetivo principal de Cataplum con su catálogo. Publicar literatura para los más jóvenes es también, en este momento, un acto de resistencia.
¿Quiénes han sido para usted mentores o figuras inspiradoras a lo largo de tu carrera?
He tenido la enorme suerte de trabajar con personas e instituciones de las que he aprendido mucho. María Elena Maggi, editora venezolana, fue mi primera maestra y con ella aprendí muchísimo, sobre todo la seriedad con la que se debe enfrentar un proyecto editorial y también la ética. También he aprendido de otras personas como Maité Dutant, así como de las dos directoras de arte Camila Cesarino y Ana Palmero. Junto a ellas he obtenido valiosos conocimientos sobre imagen, diseño, color y producción. En cuanto a la inspiración, las editoriales dedicadas exclusivamente a la creación de libros para niños han sido una fuente de aprendizaje. Además, he extraído valiosas lecciones de los niños, los lectores y los mediadores.
En un país donde se lee poco, montar una editorial puede ser un reto...
Cataplum tiene la alegría de estar en muchas bibliotecas públicas y privadas de Colombia. A nosotros nos interesa la circulación no solo en Colombia, sino también en toda Latinoamérica, pues nuestros libros son pensados para los niños y las niñas de esta parte del mundo. Se lee poco en este país porque aún falta mucho en cuanto a la dotación de las bibliotecas públicas y las bibliotecas escolares de las instituciones públicas. Para formar lectores, los libros deben ser parte de la cotidianidad de los niños y las niñas, sobre todo en la escuela. El principal reto de tener una editorial colombiana e independiente es la circulación, que los libros realmente lleguen a las manos de sus potenciales lectores.
¿Qué consejo le daría a alguien que está empezando en el mundo de la edición de libros para niños?
Es crucial que se formen bastante, que lean con una intención crítica los libros disponibles en el mercado. Deben analizar las decisiones editoriales tomadas en esos libros y estar cercanos a los niños. Es esencial estudiar sobre infancia, arte, literatura, diseño y muchas otras áreas de conocimiento. Más que lanzarse a montar una editorial cuando aún están en proceso de aprendizaje, lo verdaderamente importante es dedicarse a aprender. Habrá tiempo suficiente para establecer una editorial, que además implica una carga administrativa considerable.
Diana Camila Eslava
Periodista en el Magazín Cultural de El Espectador. Con experiencia en comunicación y gestión cultural, así como en consultoría empresarial en transformación digital
Escena de la adaptación cinematográfica de El gran Gatsby de 1974.
¿Es «El gran Gatsby» un mal título?
Juan Tallón
6 de febrero de 2016
En mayo de 1924, un año antes de que El gran Gatsby viese la luz, Francis Scott Fitzgerald trabajaba febrilmente en el libro, renunciando a leer nada que no fuese Homero y literatura homérica e historia desde el año 540 al 1200. «Y ruego a Dios no ver un alma durante seis meses; mi novela es cada vez más extraordinaria; me siento completamente dueño de mí mismo y por fin podré satisfacer mi deseo de soledad», le escribía al novelista Thomas Boyd desde Francia, donde acababa de recalar con diecisiete maletas, y esperando encontrar una villa con mayordomo y cocinero para él, su mujer y su hija. La exaltación lo embargaba, y en agosto de ese año le confiesa a Maxwell Perkins, director editorial de Scribner’s, que «mi novela es más o menos la mejor novela estadounidense jamás escrita». Nunca siente un autor tanto entusiasmo por su obra como cuando no está terminada. Después de todo, estás haciendo algo, y ese instante es más placentero emocionalmente que el momento en el que, acabada la novela, ya no tienes nada que hacer, salvo ser juzgado por ella.
En agosto de 1988, Jorge Herralde, que había estado editando en Anagrama a docenas de escritores norteamericanos, llegó a Estados Unidos dispuesto a conocer a muchos de ellos en persona. El viaje duraría tres semanas y alternaría coche y avión. En el aeropuerto de Washington DC, en el que aterrizó en compañía de Lali Gubern, traductora y editora, y también pareja, los aguardaban representantes de la Meridian House Internacional, una institución de liderazgo diplomático y global dedicada a los programas de intercambio de líderes, ideas y cultura. A través de una suerte de beca esta financiaba el viaje «por la atención que Anagrama había prestado a la literatura norteamericana» desde sus inicios, explica Herralde en Un día en la vida del editor, libro con el que celebra los cincuenta años de la fundación de la editorial.
La primera etapa lo condujo a Tethford, en Vermont. «Fuimos en coche, para visitar a Grace Paley, de quien habíamos publicado sus tres libros de cuentos». Batallas de amor, centrado en las relaciones amor-odio entre hombre y mujeres, fue el primero. Herralde había oído hablar de ella «en los setenta, en una visita a Barcelona del gran cuentista Donald Barthelme», al que ya había publicado. En un almuerzo «entre vodkas y vodkas y más vodkas (antes de empezar a comer), me recomendó a una autora y un título, espléndido, que me apuntó en un papalito: Enormous Changes at the Last Minute».
Paley vivía en una cabaña en medio de un bosque con su esposo, el poeta Robert Nichols. Entre los dos prepararon una cena con las verduras y lechugas de su huerto, «que se limpiaron relativamente». Después fueron a conocer a las ovejas (docenas y docenas), atraídas por los estrepitosos alaridos del poeta, y tras juegos y revolcones con las demasiado amistosas bestias «nos pusimos a comer, beber, fumar, orinar en el campo (en suma, la vida sencilla, mientras hablábamos de política, feminismo, y de sus amigos los beatniks», recuerda Herralde.
John Kennedhy Toole La conjura de los necios
Cuando dejaron Vermont se dirigieron a Nueva Orleans, donde la Meridian House Internacional les asignó un guía, profesor de literatura, llamado Kenneth Holditch, que presumía de no haber salido jamás de la ciudad. Suya había sido la primera crítica mundial de La conjura de los necios, de John Kennedy Toole, el mayor longseller de Anagrama, a la que dio equilibrio económico tras pasar por serias dificultades económicas. La primera noticia que había tenido Herralde de la novela fue a través de un catálogo de la Louisiana University Press, en el que se reproducía el prólogo del libro, del escritor y editor Walker Percy, donde contaba que un día entró en su despacho una señora con el manuscrito de su hijo, John Kennedy Toole, que se había suicidado al no lograr que el libro se publicase. «Ese texto de presentación era muy excitante, por lo que decidí pedir una opción», confiesa Herralde, que pasó una oferta de mil dólares. En la primavera de 1982 salió el libro traducido, en una tirada de cuatro mil ejemplares. Al regreso de las vacaciones se había agotado, y a partir de ese momento se convirtió en un superventas. «En aquel verano, en las playas españolas se podía observar un fenómeno curioso: gente agitándose espasmódicamente sobre sus tumbonas y toallas; si uno se acercaba, veía que estaban leyendo un libro a carcajadas: La conjura de los necios».
Casa de Eudora Welty
El editor no se fue de Nueva Orleans sin hacerse algunas fotos fetiches, como una debajo del reloj de los grandes almacenes D. H. Holmes que figura en la primera página de la novela. Después emprendió viaje a Jackson, Mississippi, para ver a Eudora Welty, de la que había publicado Una cortina de follaje, El corazón de los Ponder y Las manzanas doradas. La misma semana que la visitaron Herralde y Lali Gobern, lo hicieron un equipo de televisión de Nueva York y un periodista francés. «¿Qué pasa con usted, Miss Welty? ¿Le van a dar el Nobel?», le preguntaban sus vecinos. Fue Welty quien le habló de Richard Ford, al que conoció de niño, cuando era vecino suyo en Jackson. Dos años después Anagrama publicó Rock Springs y El periodista deportivo, solo para abrir boca.
Charles Bukowski
En San Francisco visitó a su amigo Lawrence Ferlinghetti, poeta, editor y propietario de la mítica librería City Lights Books, que en su día había se había hecho famoso con motivo del juicio por obscenidad al que fue sometido por publicar Aullido de Allen Ginsberg, más tarde también en el catálogo de Anagrama. Herralde había contado ya en Por orden alfabético que en agosto de 1976 estuvo en City Lights Books, y en esa ocasión Nancy J. Peters, mano derecha de Ferlinghetti, «me recomendó vivamente dos libros de Bukowskique habían publicado hacía poco: Escritos de un viajero indecente y Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones. Empecé a leerlos en el viaje de vuelta y ya no pude soltarlos».
Tom Wolfe
En Nueva York lo esperaba el plato fuerte del viaje. Entre conciertos, museos y paseos, se reservó varias citas literarias y editoriales. La primera fue para conocer a Tom Wolfe, su gran fichaje norteamericano de los años setenta. Cuando Herralde y Lali Gubern llamaron a la puerta de su casa, abrió Wolfe en persona, «con su uniforme de Tom Wolfe». Bebieron vino blanco, hablaron de literatura, del nuevo periodismo y de la pasión del escritor por Zola, y su obsesión por la exactitud.
En 1972 Anagrama había publicado La Izquierda Exquisita & Mau-mauando al parachoques, que presentó en Bocaccio Manuel Vázquez Montalbán. Los anticipos «respondían al interés que entonces despertaba el autor en España, o sea prácticamente nulo: los de los cuatro primeros libros oscilaban entre ciento cincuenta y trescientos dólares… Con La hoguera de las vanidades las cosas cambiaron, dentro de un orden: veinticinco mil dólares. Rápidamente recuperados».
Bret Easton Ellis
La siguiente cita fue una tarde en casa del matrimonio Gita y Sonny Mehta, el editor inglés que el año anterior había fichado por Alfred A. Knopf, tras destacar por su labor en Pan Books y sobre todo en Picador, sello en el que editó a comienzos de los ochenta a Ian McEwan, Salman Rushdie, Edmund White, Julian Barnes, Graham Swift o Michael Herr, muchos de los cuales llegarían a España de manos de Anagrama. «Después de tomar unas copas», cuenta Herralde, «nos fuimos Lali y yo, con ellos y su chófer, al piso de Bret Easton Ellis, que daba una party en honor de su gran amigo Jay McInerney, que acababa de publicar Story of My Life». Solo eran veinteañeros, pero McInerney, Easton Ellis, Tama Janowitz, también en la fiesta, y David Leavitt, «eran posiblemente el cuarteto de jóvenes más prometedores del momento». Anagrama acababa de publicar por entonces Esclavos de Nueva York, de Janowitz, y Menos que cero, de Ellis. La fiesta era, sin embargo, lo suficientemente grande para que también acudiesen George Plimpton, fundador de The Paris Review, o Harold Brodkey.
Kurt Vonnegut
Parecía un final de ruta por Norteamérica perfecto, pero horas antes de tomar el vuelo de regreso a España, Herralde cumplió un último sueño, en el restaurante del famoso Hotel Algonquin. Allí lo esperaba Kurt Vonnegut, del que Anagrama había publicado cuatro libros de una tacada, incluido Matadero Cinco. «Empezamos a beber, y de entre las barbas de Vonnegut empezaron a salir historias inesperadas y entrecortadas, acompañadas de sonoras carcajadas. Nosotros sonreíamos con falsa complicidad, aventurábamos algún tema y rápidamente nuestro jovial amigo arremetía con nuevos chistes, risas y bromas crípticas sobre escritores». Herralde y Gubern no entendieron demasiado. «Nos despedimos con grandes abrazos, pero bastante deprimidos, sic transit gloria mundi, etc.», y sin más regresaron a España.