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martes, 18 de abril de 2023

Julio Ramón Ribeyro / Prosas apátridas / Reseña




Julio Ramón Ribeyro

PROSAS APÁTRIDAS

Por Santiago Roncagliolo



Un empleado mediocre se emborracha una noche con su jefe. Entre los vapores del alcohol, se hacen grandes amigos, se juran fidelidad, se prometen hermandad eterna. El empleado se siente valorado, gratificado. Pero al día siguiente, cuando llega al trabajo y saluda confiadamente a su nuevo compañero, el jefe apenas recuerda su nombre.


Un hombre que deambula por el malecón entra en un bar y traba conversación con la camarera. Entre copas y bromas, coquetean. Al final de la noche, ella le pide que lo ayude a cerrar el local. Él carga las pesadas sillas pensando que tiene asegurada una cama caliente para paliar su soledad. Pero después de cerrar, ella lo deja fuera, solo, abandonado a la fría y húmeda intemperie.

lunes, 17 de abril de 2023

Antonio Cisneros entrevista a Julio Ramón Ribeyro




Julio Ramón Ribeyro

ANTONIO CISNEROS ENTREVISTA A JULIO RAMÓN RIBEYRO


Entrevista del poeta Antonio Cisneros a Julio Ramón Ribeyro, recogida del libro Julio Ramón Ribeyro. Las respuestas del mudo (Tierra Nueva, 2010). Lima, 8 de junio de 1992

Ya es un lugar común, válido por lo demás, que eres el mejor autor de cuentos que tenemos y, probablemente, uno de los mejores de Hispanoamérica. ¿Por qué la elección del cuento?
Si tú haces una revisión de mi obra narrativa, te darás cuenta de que sólo he escrito tres novelas y, estas novelas, las escribí entre los 25 y 35 años; es decir, hace más de treinta años que no escribo novelas. Esto indica que yo tengo la conciencia de que este género no es precisamente en el que me puedo expresar mejor, son ensayos de juventud.

domingo, 16 de abril de 2023

Julio Ramón Ribeyro / Decálogo para cuentistas


Julio Ramón Ribeyro 

Decálogo para cuentistas

Julio Ramón Ribeyro es uno de los cuentistas más prolíficos de Latinoamérica, con una voz destacada que usa la realidad del continente para hacer crítica por medio de la ficción corta. Como forma interna y externa de seguir dándole vida al cuento, dejó un decálogo para los noveles escritores (y para él mismo) que, entre el sarcasmo y la verdad, parece una obra en sí misma. 

martes, 24 de mayo de 2022

Otras novelas que también hicieron boom

 



Otras novelas que también hicieron boom

HELENA Y ÁNXEL 
14 DE NOVIEMBRE DE 2012

Seis obras del boom

Seis obras del boom

Las seis novelas cuyas primeras ediciones aparecen en el mosaico de la izquierda justificarían por sí mismas y sin añadidos de mercadotecnia editorial o compadreos de cátedras universitarias cualquier movimiento literario.

Sucede que fueron editadas con pocos años de diferencia —a mediados de los sesenta— y en una misma región del planeta, la América en la que se habla sobre todo español, y sucede también que algunas editoriales de Barcelona vieron en aquel momento, y dada la pésima salud de la literatura española de entonces, la oportunidad de hacer negocio publicando buenos libros —no todas con el mismo buen ojo: el venerado Carlos Barral rechazó en 1966, y se pasó la vida lamentándolo, el manuscrito que le acaba de remitir un joven escritor colombiano de una novela titulada Cien años de soledad que con el paso del tiempo vendería, que sepamos, casi 40 millones de copias—.

A aquellos autores más o menos coetáneos les pusieron con presteza un nombre sonoro, boom, que recordaba, no por casualidad, el todavía fresco (1959) triunfo de los castristas en Cuba. Algunos de los escritores del boom vivían en el exilio, otros malvivían con el periodismo pagado por pieza; unos veneraban a Faulkner y sus territorios míticos, mientras que otros preferían el indigenismo derivado del Popol Vuh y sus muchas encarnaciones; a veces se reunían y bebían mucho whisky pero, pasados unos años, terminaron dándose potentes cuchilladas metafóricas unos a otros, casi siempre por un quítame allá esos misiles o, como es tradición entre los lationamericanos, por la forma de interpretar la palabra revolución.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

A la derecha, Cortázar. A la izquierda arriba, García Márquez. Abajo, Vargas Llosa y su segunda mujer, Patricia.

Nadie puede precisar cuándo empezó el boom porque nadie lo sabe y la fecha es opinable (unos conjeturan que en 1960, otros dicen que en 1962, otros que en 1963 y otros, a los que humildemente me sumo, pensamos que todo había empezado en los años cincuenta, con Juan RulfoAdolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, sin cuya paternidad la descendencia hubiera sido otra), pero algunos se han empeñado en celebrar este año el 50º aniversario del fenómenos editorial.

Aunque las razones para la celebración del medio siglo son peregrinas —se cita un cierto Congreso de Intelectuales de Concepción (Chile), celebrado en enero de 1962 y al que no asistieron más que un grupo de escritores de la órbita marxista (el comisario Neruda entre ellos, desde luego) y en el que Carlos Fuentes pronunció una frase de vergüenza ajena que resume el ambiente: “política y literatura son inseparables y Latinoamérica sólo puede mirar hacia Cuba”— y la reseña de los 50 años resulta complaciente y preñada de colegueo o intereses comerciales —no se menciona, por ejemplo, el daño colateral causado por el boom, en cuyos posos se asienta la epidemia perniciosa del realismo mágico de bata y zapatillas de Isabelita Allende y otros tan lánguidos como ella—, no me importa entrar en el juego, sobre todo porque creo que la mejor literatura en español de los siglos XX y XXI, quizá la única que merece ser llamada literatura, procede de las Américas.

Siguiendo el juego que propuso hace unos días Arsenio Escolar con sus diez libros favoritos del boom —y alertando que Arsenio me gana de largo como rata de biblioteca—, les dejo una lista de siete novelas menores que también hicieron boom pese a que los méritos casi siempre fueron para otras. Advierto que llevo años sin leer algunas, de modo que acudo a la cada día más débil memoria para recuperar sentimientos. Una nota, digamos, técnica: las imágenes de las cubiertas son de las primeras ediciones, inencontrables hoy, pero los vínculos en los títulos remiten a la edición más barata de las que todavía están en el mercado.

"Los Premios"

“Los Premios”

El monstruo que engendró Rayuela
Los premios
. Julio Cortázar
, 1960

La primera novela de Cortázar que encontró editor tras el rechazo de sus dos primeros manuscritos, tiene bastante del ambiente opresivo desarrollado en las zonas opacas de la vida cotidiana que encontramos en sus magistrales relatos —ya había publicado tres tomos de cuentos—.

Un grupo muy heterogéneo de personas gana un premio para viajar en un barco. En esa atmósfera cerrada el narrador habla como en astillas y deja que sea el lector quien recomponga la acción, adelantando la fórmula que Cortázar depurará en Rayuela tres años más tarde. No es casualidad que uno de los protagonistas de la ópera prima sea un tal Horacio Oliveira, el personaje central al que Cortázar colocará a la deriva en el París de Rayuela.

Novela del absurdo y la búsqueda inútil, porque toda búsqueda conduce a la destrucción, Los premios, que el escritor redactó en París mientras vivía en una aguda penuria material, Cortázar intenta construir una novela híbrida como “un monstruo, uno de esos monstruos que el hombre acepta, mantiene a su lado; mezcla de heterogeneidades, grifo convertido en animal doméstico“.

Como dice uno de los angustiados personajes, ya no se trata de entender la realidad, sino de “abrazar la creación desde su verdadera base analógica. Romper el tiempo-espacio que es un nivel plagado de defectos“.

"Crónica de San Gabriel"

“Crónica de San Gabriel”

La falsa arcadia del campo
Crónica de San Gabrie
l. Julio Ramón Ribeyro
, 1960

Julio Ramón Ribeyro, un ser desprendido, una bendita persona, es uno de los escritores que militan con injusticia en la segunda división del boom pese a su amplia producción de cuentos y su papel capital en el realismo urbano latinoamericano.

Crónica de San Gabriel, escrita durante un viaje de juventud por Europa, en el invierno polar de Munich (“sin saber alemán y en una pensión en donde era imposible comunicarse por desconocer el idioma … comencé pues a escribir para salirme del entorno en el que vivía e imaginaba todo el tiempo que pasaba unas plácidas vacaciones en la sierra peruana”), es una de las mejores novelas de iniciación en español del siglo XX.

La peripecia del adolescente Lucho en una hacienda de montaña le obliga a descubrir que la arcadia del campo es sólo una abstracción y que le han enviado a un lugar donde “el pez más grande se come al chico” y “los débiles no tienen derecho a vivir”.

Un descarnado libro fabricado con maña por un escritor que opinaba que “la historia puede ser real o inventada. Si es real ,debe parecer inventada, y si es inventada, real”.

"El coronel no tiene quien le escriba"

“El coronel no tiene quien le escriba”

La novela rusa de Gabo
El coronel no tiene quien le escriba
, Gabriel García Márquez
, 1961

Pregunta: Dime, qué comemos. Respuesta (pura, explícita, invencible): Mierda.

El celebre intercambio de palabras que resume episódicamente la gran novela corta que García Márquez publicó seis años antes de Cien años de soledad, es suficiente: estamos ante una voz narrativa de una extraña resonancia, capaz de contener todas las voces de un pueblo.

El coronel no tiene quien le escriba es la dulce y desoladora crónica de una espera sin futuro: la pensión que nunca llega. A partir de la situación dramática, todo está salpicado por el humor explosivo y bravo del Caribe que tan bien sabe explotar el autor.

Contenida y sobria, carente de los excesos de estilo que acaso lastren algunas obras posteriores del colombiano, es, como menciona Caballero Bonald, un “acabado modelo de sencillez, de naturalidad discursiva y hasta de inocencia verbal”, donde hasta lo complejo se muestra de modo escueto.

La historia de un personaje insular y solo, una bellísima obra de tintes rusos bajo el martirio del sol.

"El lugar sin límites"

“El lugar sin límites”

 Apuesta por los perdedores
El lugar sin límites
. José Donoso
, 1965

Estridente en la esfera privada, de la que solamente supimos  en detalle (homosexualidad reprimida, egocentrismo, neurosis) tras su muerte en 1996, el chileno José Donoso tampoco merece el lugar secundario que algunos le adjudican en el canon del boom.

El lugar sin límites desarrolla la vida miserable en El Olivo, una ciudad ruin y venida a menos, y disecciona la sociedad local, que es un eco de la sociedad chilena, católica, ultranacionalista y muy conservadora en lo social, a través del burdel que gestiona Manuela González, un homosexual travestido.

Con pinceladas que pueden provenir del estilo enfático de Conrad y Graham Greene y una prosa telegráfica que tiene de más una conexión con la de Hemingway, Donoso apuesta por los perdedores y saca pecho ante el dolor. Pese a que es más conocido por la experimental El obsceno pájaro de la noche (1970), yo prefiero la negrura marginal de su novela de burdeles, apariencias y dobleces.

"Los cachorros"

“Los cachorros”

Frenética musicalidad
Los cachorros
. Mario Vargas Llosa
, 1967

Cuando Vargas Llosa escribió Los cachorros tenía 29 años y era el más joven de los escritores del boom. La circunstancia no tiene valor, pero ayuda a explicar por qué la obra es la de mayor calado generacional del grupo y, al tiempo, la de más acelerada narrativa.

De una precisión que aturde y escrita con tanta urgencia que la lectura resulta angustiosa (y tóxica), la vida de Pichula Cuéllar, un distinto —no diré por qué para no incurrir en el spoiler— es presentada con una fluidez desbordante y experimental (diálogos sin marcas, cambios de persona en el habla narrativa), pero nunca trivial ni caprichosa.

El gran Roberto Bolaño, quizá el descendiente más brillante de los escritores del boom, destacó la “musicalidad sustentad en el habla cotidiana” de Los cachorros y añadió: “El descenso a los infiernos, narrado entre grititos y susurros, es de alguna manera el descenso a otro tipo de infierno al que se verán abocados los narradores. De hecho, lo que aterroriza a los narradores es que Pichula Cuéllar es uno de ellos y que empeña, de forma natural, su voluntad en ser uno de ellos (…) Toda anomalía es infernal, aunque tras la destrucción de Cuéllar lo que las voces que arman el relato tienen ante sí es la planicie de la madurez, la tranquila destrucción de sus cuerpos, la resignada y total aceptación de una mediocridad burguesa”.

Tras esta magistral novela, publicada por primera vez con fotos de Xavier Miserachs, Vargas Llosa logró el empuje necesario para abordar su obra mejor y más ambiciosa, Conversación en la Catedral (1969).

"De dónde son los cantantes"

“De dónde son los cantantes”

El cubano extranjero
De dónde son los cantantes
. Severo Sarduy
, 1967

Los cubanos citados en todos los elencos del boom son Guillermo Cabrera InfanteAlejo Carpentier y José Lezama Lima.

Que olviden a Severo Sarduy es inexplicable, aunque quizá algo tenga que ver su proclamada extranjería —se consideraba más europeo que caribeño, renegó del tropicalismo de la patria y de los trabajos como periodista en revistas revolucionarias para embarcarse en la experimentación de la metaficción parisina de Tel Quel y buscó en el budismo una explicación vital—.

De dónde son los cantantes construye una imagen de La Habana, la ciudad a la que nunca regresó desde 1960, con las voces superpuestas de las tres grandes herencias que conformaron la identidad local: lo español, lo africano y lo chino.

Carnavalesca, paródica y y barroca, la novela es, según Sarduy, un “collage hacia adentro”, y prefigura la que sería su obra más celebrada, Cobra (1972).

"Cicatrices"

“Cicatrices”

El gran olvidado
Cicatrices
. Juan José Saer
, 1969

Lean: “Hay esa porquería de luz de junio, mala, entrando por la vidriera. Estoy inclinado sobre la mesa, haciendo deslizar el taco, listo para tirar. La colorada y la blanca —mi bola es la de punto— están del otro lado de la mesa, cerca del rincón. Tengo que golpear suavecito, para que mi bola corra muy despacio, choque primero con la colorada, después con la blanca y pegue después en la baranda entre la colorada y la blanca: la colorada va a golpear contra la baranda lateral, antes de que mi bola choque contra la baranda del fondo, hacia la que tiene que ir en línea oblicua después de chocar contra la blanca”.

Ahora intenten responder —yo no sé o no puedo o no quiero—: ¿por qué Juan José Saer, uno de los escritores más deslumbrantes en español no fue reconocido hasta los años ochenta y murió en 2005 sin haber sido apenas publicado en España?

Su ciclo de novelas sobre Santa Fe, la localidad argentina en la que vivió exiliado antes de optar, en 1968, por la migración trasatlántica en París, son equívocas: el lector las sobrevuela con levedad hasta que, bien pronto, se siente dentro de una caverna donde él mismo participa de un rito de memoria colectiva.

Mi favorita es Cicatrices, la historia de un crimen (un obrero del metal mata a su mujer el uno de mayo) contada por cuatro narradores diferentes en un ejercicio sutil de lírica política.

Ricardo Piglia ha dicho que “la prosa de Saer, que parece surgir de la nada, que se produce a sí misma con la misma perfección desde el principio, es en realidad una elaboración muy sutil de la gran poesía escrita en lengua española“. Tiene toda la razón.

TRASDOS




domingo, 17 de mayo de 2020

Diez grandes diarios de escritores

Franz Kafka

Diez grandes diarios de escritores

Felipe Ojeda
15 DIC 2017 03:19 PM




Principalmente producido por escritores y artistas, el género ha aportado páginas insustituibles sobre la personalidad, el pensamiento y el proceso de producción de distintas obras y proyectos literarios.
Cuenta Leonidas Morales, en el prólogo de los diarios de Luis Oyarzún, que el diario íntimo se instala entre los géneros de la literatura a contar del siglo XVIII, en Europa, sobre todo con el Romanticismo como paisaje. Estos son algunos de los pilares del género en la literatura moderna, donde la mayoría ha alcanzado el reconocimiento universal.

miércoles, 26 de junio de 2019

Julio Ramón Ribeyro / Una dura música propia



Julio Ramón Ribeyro

Una dura música propia

El autor recrea la soledad del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro y su búsqueda de la perfección

ENRIQUE VILA-MATAS
29 ABR 2019 - 15:47 COT

Andaba diciéndome que hay episodios de nuestra vida que parecen dictados por una discreta ley que se nos escapa cuando a la altura del antaño café Pombo de la calle de Carretas me entró el correo del amigo Tote King, lector agudísimo (y escritor inédito, de momento): “Hoy termino La tentación del fracaso, con cierta pena de que se acabe; llevo una semana muy unido a Ribeyro, casi puedo ver su delgadez, sus ataques de acidez y sus copas de tinto”.

sábado, 23 de diciembre de 2017

Julio Ramón Ribeyro / Contar lo minúsculo



Contar lo minúsculo

Julio Ramón Ribeyro convirtió lo personal en gesta. Una biografía nos hace entender que no es hombre de listas

 20 ENE 2015 - 20:13 CET

Julio Ramón Ribeyro visto por Sciammarella.
Fíjense en el caso de Julio Ramón Ribeyro. ¿Quién le iba a decir que un conjunto de apuntes sobre la existencia cotidiana se convertiría en el núcleo de su obra? Lo periférico transformándose en central, como en la vida. Si además lo periférico lleva por título La tentación del fracaso, no hay mucho más que añadir, gran título. Entonces, y para aligerar, demos por supuesto que Ribeyro es uno de los grandes del siglo XX, aunque probablemente no figure en ningún ranking de los diez primeros. También es verdad que si le preguntas al autor del ranking se golpeará la frente:
—¡Ah, sí, Ribeyro!
Te dirá que claro, que habría que hacerle un hueco como a un pariente llegado de provincias. Pero quizá a continuación se corrija. Después de todo, qué rayos hace Ribeyro en una lista. Pues lo mismo que haría Felisberto Hernández recibiendo el Nobel: el ridículo. Pasa algo raro con Ribeyro. Quizá usted no lo haya leído. Después de todo es peruano y, para literatura peruana, tenemos a Vargas Llosa. Ya se sabe: de Madrid, el cocido; de Valencia, la paella; de México, Octavio Paz, y así de forma sucesiva, para probar un poco de todo.
Bueno, pues Ribeyro escribió, entre otros libros, el titulado La tentación del fracaso. Lo escribía mientras fracasaba, como si hubiera caído en ella. El libro es una contabilidad de lo minúsculo. Aquí el debe, aquí el haber, que casi nunca cuadran. Lo que hacía un lunes cualquiera: fumar, beber, ir del dormitorio a la cocina y de la cocina al salón. Darle vueltas al asunto este de la literatura, en qué rayos consiste escribir, por qué el éxito, por qué no. Un poco también del trabajo: Ribeyro fue funcionario toda la vida. Un funcionario arquetípico: fumaba sin parar, bebía café, mucho, y tomaba cantidades legendarias de alcohol. Otro poco de la familia: el hijo (Julito), la esposa (Alida), quizá también los padres, los hermanos, no sé, tengo la última lectura un poco antigua.

Vivía dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero él lo cuenta de un modo estremecedor en La tentación del fracaso
Todos estos asuntos de carácter doméstico, una vez sumados y por obra y gracia de una prosa infrecuente, devienen en una verdadera gesta. La pereza de Ribeyro es homérica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, titánica. No puedes cerrar el libro una vez abierto, aunque sea fiesta de guardar. Es una vida apasionante en su insignificancia. Porque están las enfermedades también, se nos habían olvidado las enfermedades. Ese dolor fantasma del hipocondriaco que cada día se manifiesta en una de las habitaciones del cuerpo. Están las malas digestiones, metáfora muchas veces del arrepentimiento. El ardor de estómago, el reflujo gastroesofágico, todo eso, en fin, con sus remedios, sus intervenciones, con su procedimiento para evitarlo o aminorarlo.
Esa es la biografía de Ribeyro. No estuvo en la guerra, no cazó elefantes en África, no se tiró en paracaídas. Por no hacer, no hizo ni el Camino de Santiago. Vivía dentro de su propio negociado como el subsecretario vive en el suyo. No hay nada que contar, en fin. Pero él lo cuenta de un modo estremecedor en La tentación del fracaso, y ahora ha venido a contarlo también Daniel Titinger en Un hombre flaco.

La pereza de Ribeyro es homérica; sus miedos, sobrehumanos; su perplejidad, titánica
Titinger es un periodista de trayectoria cardinal y gran olfato. No ha pretendido escribir una biografía, sino un perfil cuya técnica compite con la del Ribeyro de La tentación del fracaso. Entendámonos: ha puesto el oído en la periferia del autor, esa periferia que se transformó en central. Y nos ha contado, por ejemplo, que Ribeyro tenía un método para cada cosa: un método para fumar, para beber, para comer, un método para apostar a la ruleta... También que sufría de prognatismo, que tenía mala suerte con las erratas, que, según algunos, era un poco psíquico. Titinger nos ha hecho, a base de fragmentos tomados de su viuda, de su hijo, de sus amigos y enemigos, un retrato que no puedes dejar de mirar una vez que has puesto el ojo sobre él. Leyéndolo, comprendemos que Ribeyro no sea un autor de listas.
Un hombre flaco, de Daniel Titinger, ha sido publicado por Ediciones Universidad Diego Portales.



martes, 12 de abril de 2016

Alejandro Zambra / Julio Ramón Ribyeiro en su tela de araña


Julio Ramón Ribeyro según Javier Prado


Julio Ramón Ribeyro en su tela de araña


Por Alejandro Zambra


1. Cada escritor tiene la cara de su obra, pensaba Julio Ramón Ribeyro, pero no es fácil dibujar la cara de Ribeyro: el pelo largo o corto o a medio crecer, la boca semiabierta, con o sin cigarro, con o sin bigotes, y un gesto serio o una leve sonrisa o una imprevista carcajada. Es como si hubiera elegido despistar a los curiosos con disfraces rudimentarios. La cara de Ribeyro es la cara de un estudiante de leyes que despreciaba la abogacía, la de un limeño que quería vivir en Madrid, y que en Madrid soñaba con ir a París, y que en París extrañaba Madrid, y así, según las becas y las faldas, y sobre todo en busca de tiempo que perder escribiendo, en la soledad de Munich, o de Berlín, o de París, de nuevo, por una larga temporada. La cara de Ribeyro es la cara de un solitario que amontonaba copas sucias y arrojaba las cenizas por el balcón. La cara de Ribeyro es la cara de un eterno convaleciente que nació en 1929 y murió en 1994, dos años después de comenzar la publicación de La tentación del fracaso, el asombroso diario que escribió durante más de cuatro décadas.
2. Era, quizás, la persona más tímida que he conocido, ha dicho Mario Vargas Llosa, el escritor menos tímido del Perú. Enrique Vila-Matas, en cambio, al conocer a Ribeyro enmudeció, y no de admiración, sino simplemente a causa del pánico que mi timidez y la suya habían provocado en mí. Ribeyro era un tímido que creía que todos “casi todos” los peruanos eran tímidos: Tememos al ridículo de una manera enfermiza, nuestro gusto por la perfección nos conduce a la inactividad, nos fuerza a refugiarnos en la soledad y en la sátira, escribe en su diario.
3. Mi vida no es original ni mucho menos ejemplar y no pasa de ser una de las tantas vidas de un escritor de clase media nacido en un país latinoamericano del siglo xx, dice Ribeyro, en su Autobiografía. La extravagancia de su obra proviene, justamente, de esta renuencia al heroísmo. Incluso en las páginas más confesionales de su diario persiste un matiz impersonal, que lo mantiene a salvo de la exhibición y del anecdotismo. Ribeyro escribe para vivir, no para demostrar que ha vivido. Un fragmento de 1977 es, en este sentido, revelador: La verdadera obra debe partir del olvido o la destrucción (transformación) de la propia persona del escritor. El gran escritor no es el que reseña verídica, detallada y penetrantemente su existir, sino el que se convierte en el filtro, en la trama, a través de la cual pasa la realidad y se transfigura.

viernes, 30 de enero de 2015

Julio Ramón Ribeyro / Prosas apátridas / 5

Belleza inmóvil
Cuernavaca, México
27 de noviembre de 2007
Fotografía de Triunfo Arciniegas
Julio Ramón Ribeyro
PROSAS APÁTRIDAS

5

Conocer el cuerpo de una mujer es una tarea tan lenta y tan encomiable como aprender una lengua muerta. Cada noche se añade una nueva comarca a nuestro placer y un nuevo signo a nuestro ya cuantioso vocabulario. Pero siempre quedan misterios por desvelar. El cuerpo de una mujer, todo cuerpo humano, es por definición infinito. Uno empieza por tener acceso a la mano, ese apéndice utilitario, instrumental, del cuerpo, siempre descubierto, siempre dispuesto a entregarse a no importa quién, que trafica con toda suerte de objetos y ha adquirido, a fuerza de sociabilidad, un caracter casi impersonal y anodino, como el del funcionario o portero del palacio humano. Pero es lo que primero se conoce: cada dedo se va individualizando, adquiere un nombre de familia, y luego cada uña, cada vena, cada arruga, cada imperceptible lunar. Además no es sólo la mano la que conoce la mano: también los labios conocen la mano y entonces se añade un sabor, un olor, una consistencia, una temperatura, un grado de suavidad o de aspereza, una comestibilidad. Hay manos que se devoran como el ala de un pájaro; otras que se atracan en la garganta como un eterno cadalso. ¿Y qué decir del brazo, del hombro, del seno, del muslo, de ...? Apollinaire habla de las Siete Puertas del cuerpo de una mujer. Apreciación arbitraria. El cuerpo de una mujer no tiene puertas, como el mar. 

Julio Ramón Ribeyro / Prosas apátridas / 3


Julio Ramón Ribeyro
PROSAS APÁTRIDAS

3

El sentimiento de la edad es relativo: se es siempre joven o viejo con respecto a alguien. César Vallejo dice en un poema en prosa que por más que pasen los años nunca alcanzará la edad de su madre, lo que es cierto además. Es comprensible que los hombres de cuarenta o cincuenta años sigan sintiéndose jóvenes, pues saben que todavía hay hombres de setenta u ochenta. Sólo cuando se llega a esta última edad comienzan a escasear los puntos de referencia por la cima. Los octogenarios se sienten pocos, es decir solos, viejos.

Julio Ramón Ribeyro / Prosas apátridas / 2



Julio Ramón Ribeyro
PROSAS APÁTRIDAS

2

Vivimos en un mundo ambiguo, las palabras no quieren decir nada, las ideas son cheques sin provisión, los valores carecen de valor, las personas son impenetrables, los hechos amasijos de contradicciones, la verdad una quimera y la realidad un fenómeno tan difuso que es difícil distinguirla del sueño, la fantasía o la alucinación. La duda, que es el signo de la inteligencia, es también la tara más ominosa de mi caracter. Ella me ha hecho ver y no ver, actuar y no actuar, ha impedido en mí la formación de convicciones duraderas, ha matado hasta la pasión y me ha dado finalmente del mundo la imagen de un remolino donde se ahogan los fantasmas de los días sin dejar otra cosa que briznas de sucesos locos y gesticulaciones sin causa ni finalidad.

Julio Ramón Ribeyro / Prosas apátridas / 1



Julio Ramón Ribeyro
PROSAS APÁTRIDAS

1

“¡Cuántos libros, Dios mío, y qué poco tiempo y a veces qué pocas ganas de leerlos! Mi propia biblioteca, donde antes cada libro que ingresaba era previamente leído y digerido, se va plagando de libros parásitos, que llegan allí muchas veces no se sabe cómo y que por un fenómeno de imantación y de aglutinación contribuyen a cimentar la montaña de lo ilegible y, entre estos libros, perdidos, los que yo he escrito. No digo en cien años, en diez, en veinte, ¿qué quedará de todo esto? Quizás sólo los autores que vienen de muy atrás, la docena de clásicos que atraviesan los siglos a menudo sin ser muy leídos, pero airosos y robustos, por una especie de impulso elemental o de derecho adquirido. Los libros de Camus, de Gide, que hace apenas dos decenios se leían con tanta pasión, ¿qué interés tienen ahora, a pesar de que fueron escritos con tanto amor y tanta pena? ¿Por qué dentro de cien años se seguirá leyendo a Quevedo y no a Jean Paul Sartre? ¿Por qué a Francois Villon y no a Carlos Fuentes? ¿Qué cosa hay que poner en una obra para durar? Diríase que la gloria literaria es una lotería y la perduración artística un enigma. Y a pesar de ello se sigue escribiendo, publicando, leyendo, glosando. Entrar a una librería es pavoroso y paralizante para cualquier escritor, es como la antesala del olvido: en sus nichos de madera, ya los libros se aprestan a dormir su sueño definitivo, muchas veces antes de haber vivido. ¿Qué emperador chino fue el que destruyó el alfabeto y todas las huellas de la escritura? ¿No fue Eróstrato el que incendió la biblioteca de Alejandría? Quizás lo que pueda devolvernos el gusto por la lectura sería la destrucción de todo lo escrito y el hecho de partir inocente, alegremente de cero.”