Kafkiana
Juan Benet
30 de agosto de 1988
Nada menos que en los dos huecos de la derecha de la planta baja del palacio Kinski, en el centro de la Staroméstské námésti (plaza de la Ciudad Vieja), tuvo a partir de 1912 y hasta finales de los veinte su almacén de telas y chucherías femeninas Herman Kafka, el padre de Franz. Existe una foto de la plaza, recogida en la exhaustiva antología publicada por Klaus Wagenbach, con el prominente nombre del negocio do minando tan privilegiado inmueble donde, por si fuera poco, estuvo instalado el liceo imperial que frecuentó K. entre 1893 y 1901. Pero de todo eso nada se dice en la guía Olympia, editada por Rudé právo, que en cambio informa que desde uno de sus balcones se dirigió Klement al pueblo de Praga en febrero de 1948. Un busto en la casa donde nació, en la calle Uradnice, muy cerca de aquella plaza, una lápida en la costanilla de los Alquimistas donde su hermana Ottla alquiló un estudio en el que Kafka escribió Un médico de aldea -hoy convertido en tienda de postales y souvenirs entre los que no hay un sólo libro suyo- y una insípida calle Kafkova (supongo que dedicada a él) en Stresovice, son los únicos testimonios de su paso, verdaderamente breve, por su ciudad natal. El número 7 de la calle Porc, donde se hallaba la sede de la compañía de seguros obreros, la Urazová Pojistovna DéInická, donde Kafka trabajó desde 1908 hasta su retiro en 1922, está en la actualidad ocupado por una entidad oficial; un portero poco versado en idiomas extranjeros me impidió el paso a la primera planta, donde estoy convencido -a juzgar por lo entrevisto desde el portal- de que se conserva el despacho y la mesa donde trabajó, hoy seguramente utilizado por un funcionario que tal vez ejecuta un cometido parecido sin sentirse abrumado por el pasado del lo cal. (Un primo de Kafka, descendiente de el tío de Madrid, que trabajaba en el MOP, ignoró la existencia de su pariente hasta que Juan García Hortelano se impuso el deber de informarle de ella.)La plaza Staroméstské no conserva el aspecto que presentaba en vida de Kafka aunque se mantienen todos sus edificios, con excepción de cinco módulos del gótico Ayuntamiento viejo volados por los alemanes en 1945. Pero toda ella ha sido tan remozada y pintada que, como la ciudadela de Buda, "es más hermosa y hasta más antigua que antes de la guerra". Ha desaparecido la columna de la Inmaculada, donde a menudo se citaban Kafka y Brod, ya no se celebra el mercadillo de tenderetes que aparece en tantas postales rancias y en el centro de su espacio se alza el enfático y obstrusivo monumento a Jan Hus, que forzosamente recuerda a los burgueses de Calais, en cuyas gradas se sientan los turistas de mochila y camiseta y apenas se oyen otras lenguas que las españolas. Pues por no se sabe qué razón media España se ha volcado a visitar Praga este verano. Siendo nuestros compatriotas los más numerosos y habladores este año han conferido a Praga un cierto aire a Santiago de Compostela, bien apoyados por la magnificencia barroca de la ciudad y la altemancia de cielos plomizos y despejados; afinidad que se rompe en todo lo que se refiere a los materiales de construcción y a la gastronomía.