Bela lleva americana y pantalón de lana con cristales bordados, ambos de STELLA MCCARTNEY. |
Malgosia Bela: “Soy un producto del comunismo porque crecí sin nada y eso me hizo no apegarme demasiado a las cosas”
Ser una de las modelos más prestigiosas del mundo durante un cuarto de siglo no significa ser la más famosa. Si el lujo silencioso fuese una persona, esa sería Małgosia Bela, la polaca que enamoró al objetivo de Richard Avedon.
Ha dicho que el secreto para una carrera tan larga como la suya es ser muy profesional, pero otras, también muy profesionales, no lo han logrado.
En este negocio obviamente todo está muy relacionado con el aspecto y yo soy consciente de que tengo unas facciones bastante clásicas, pero a la vez arriesgadas. Me suelo comparar con la decoración de una casa que puedes poner de rojo un rato y luego pintas de nuevo de blanco, porque soy una apuesta segura. Yo soy una apuesta segura, pero suficientemente extraña como para poder hacer trabajos muy comerciales y otros muy artísticos.
El centro de las ciudades de toda Europa está lleno de vallas publicitarias con su rostro para una campaña de un perfume de Hermès. ¿Qué piensa cuando se ve ahí?
No lo pienso mucho porque perdería la cabeza. Vuelvo a la pregunta anterior: también he aguantado tanto en la profesión porque me gusta muchísimo y cuando estoy trabajando me la tomo muy en serio, pero no me afecta a mi vida al cien por cien.
¿Quiere decir en lo personal?
De niña quería ser actriz, pero mis padres me lo sacaron de la cabeza. Aún así debí de dar señales de algún talento desde pronto porque me matricularon en una escuela de piano con seis años. Al principio me encantaba, pero estuve 12 años y al final lo hacía solo por sentido del deber porque empecé a ver claro que nunca iba a actuar en público. Cada aparición me costaba la salud. Como modelo siento que retomé aquella vocación de actriz muda. Me meto en el papel y cuando lo abandono, ahí lo dejo.
Małgosia tiene un hijo, Jozef, de 20 años, que nació de su matrimonio con el director polaco Artur Urbanski. Su primera boda, sin embargo, la celebró para unirse al empresario y célebre bon vivant francés Jean-Yves Le Fur, en 2013. Kate Moss y su entonces marido, Jamie Hince, fueron invitados estrella. La unión no duró mucho. La estabilidad la ha encontrado al lado de Paweł Pawlikowski, el prestigioso cineasta nominado a un Oscar por Cold War. La modelo ha hecho sus pinitos en alguna ocasión en el cine. Una de ellas, con Luca Guadagnino, en Suspiria, y no descarta colaborar con su esposo.
Es usted una persona muy culta. ¿Eso no es importante para sobrevivir en la moda?
Para algunos proyectos… para otros simplemente prefieren a alguien que no tenga opinión. Que no sea una mujer, de hecho, sino una adolescente [risas]. Pero sí puedo decir que ahora hago muchos trabajos en los me tienen en cuenta. Influye el rostro, claro, pero después de los 40, hay cosas que ya no puedes fingir.
¿Y recuerda algún proyecto en el que le frustrase no poder aportar?
En la actualidad, en algunas ocasiones, cuando trabajo con gente muy joven, me doy cuenta de que no les importa mucho si la luz es buena. Dicen: “Ah, eres Małgosia, va a funcionar”. Pero es que hacer una buena foto no es fácil y ese es el proceso en el que me gusta participar. A veces llego al estudio y escucho: “Es maravillosa. Venga, sin más”. Y ahí es donde digo: “No. Vamos a pensar qué hacer”, porque de otra forma se convierte en algo bastante perverso. Alguien me habló hace poco en Estados Unidos de un método que usan los fotógrafos más mediocres que es tomar casi 2.000 fotos de la modelo desde diferentes ángulos. De esa manera es complicado que alguna no esté un poco bien. Me pareció aterrador.
¿Diría que tuvo una crianza muy conservadora?
Si lo miramos en términos actuales, desde luego. Mi crianza fue muy estricta y disciplinada y tenía que seguir un montón de reglas, pero debo decir que en el mundo caótico de hoy, donde todo vale, solo puedo empatizar con los jóvenes y comprender por qué andan tan perdidos. A mí las reglas me dieron un cierto sentido de seguridad: sabía cómo distinguir el bien del mal y eso me ayudó muchísimo cuando llegué a Nueva York.
¿Qué valores diría que comparte con sus padres en la crianza?
Pues casi todo. Yo cuento con más medios y más herramientas para dar una educación, pero los valores son los mismos. Mi madre es profesora universitaria y la educación para mí será siempre muy importante y eso mi hijo lo sabe muy bien.
Pues dígame algo que le gusta de la forma de trabajar contemporánea
Creo que la tecnología permite trabajar a un nivel muy alto con mucha rapidez y hay gente altamente cualificada. Por ejemplo, cuando hago las campañas de Zara, siempre me impresiona lo bueno que es todo el mundo.
Si tuviese que elegir algo que le dejó huella de trabajar con Richard Avedon, ¿qué sería?
Con él todo giraba en torno al foco sobre su modelo y la conexión que había con ella. Impresionaba su entusiasmo en ese escenario tan simple, solo un fondo y su cámara. Te hacía sentir muy muy especial y así es como conseguía esas imágenes tan icónicas.
Ha contado varias veces que cuando empezó no había las tecnologías de telecomunicaciones que hay ahora y que el sentimiento de soledad era tremendo. ¿Sigue sintiéndose sola?
Ya no, pero porque estoy en un punto de mi vida en el que estoy muy satisfecha con mi vida. Tengo un gran compañero, un gran hijo, una estupenda familia, me siento muy realizada y me encanta estar con gente. Creo que cuando era más joven eso no lo tenía y entonces no encontraba el equilibrio entre la vida personal y la profesional, y eso me hacía sentir muy sola. Ahora sé diferenciar entre amigos y compañeros de trabajo y disfruto mucho en la compañía de ambos. Creo que no había nada de malo con la gente que me rodeaba hace 20 años. Soy yo la que ha cambiado.
También ha dicho que la parte más difícil de ser modelo era ser capaz de tener una relación con alguien.
Sí. Es un milagro que lograse criar un hijo. Cuando estás sola puedes dejarte llevar por la falta de estabilidad, pero una vez que eres madre… Yo llegué a acostumbrarme, pero la gente que te rodea no siempre está dispuesta a ello. Pero de nuevo, se trata de encontrar un equilibrio: poner límites, establecer prioridades. Obviamente, si estás con la persona adecuada, que entiende tu profesión y que no se va a poner celosa porque siempre estés rodeado de gente bellísima y de fotógrafos, pues es más fácil.
Y el hecho de que haya encontrado a una pareja de su mismo país, ¿influye?
Después de tantos años viajando por el mundo es verdad que mi marido y yo, dos expatriados polacos, compartimos cultura y cierto bagaje, y eso hace todo más fácil. Hay cosas que no tenemos ni que hablar.
Tenía 12 años cuando el comunismo cayó en Polonia, así que no me crie en la cultura consumista que forma parte del mundo actual. Crecí sin nada y eso me ayudó a no apegarme demasiado a las cosas. También soy de alguna forma una criatura que crecí en un ambiente de comunidad, donde nadie tenía dinero, lo que no quiere decir que fuese infeliz ni pasase necesidad, sino que apreciaba más las cosas porque no las daba por sentadas. Y tuve una buena educación en una escuela pública. A todo eso me refería.
Ha regresado a vivir a Polonia después de dos décadas por el mundo. ¿Qué tal le ha sentado?
Yo nací en Cracovia, una ciudad hermosa y antigua en el sur. Para que se entienda en términos españoles, Cracovia sería como la Sevilla de Polonia. Pequeña, provinciana, pintoresca, llena de monumentos y museos. En mi juventud consideraba Varsovia la gran ciudad, la capital donde transcurría toda la acción. Ahora me parece pequeña y acogedora en comparación con las grandes metrópolis y me encanta.
¿Y qué caprichos se compra alguien poco consumista pero muy fashionista como usted?
Te cuento con orgullo que tengo en mi armario aún cosas de desfiles de hace 20 años. Por ejemplo, empecé en la pasarela cuando Nicolas Ghesquière llegó a Balenciaga y mi primer día con él me regaló un par de botas de la colección de primavera del 1998 para que aprendiese a caminar sobre tacones. Están tan bien hechas que aún me las pongo.