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domingo, 26 de diciembre de 2021

Yolanda Reyes / Triunfo Arciniegas, revisitado

Triunfo Arciniegas / Autorretrato

Triunfo Arciniegas, revisitado
Por Yolanda Reyes

"Soy un imaginador, es mi oficio, un soñador que tropieza con la vida cotidiana, un despistado. Me inquieta el amanecer como a los vampiros, temo a la soledad y el olvido. De pocos amigos y pocas palabras, busco la niebla y los lugares solitarios".

Así comenzaba el retrato hablado que Triunfo me mandó por correo desde Pamplona cuando lo entrevisté para la revista Espantapájaros hace muchos, pero muchísimos años. (En esa época, aunque ahora parezca inconcebible, no existía Internet y sus palabras llegaron en un sobre lleno de estampillas). Lo curioso era estar ahora, después de tanto tiempo, recordando aquella profesión de fe: "Soy un imaginador, es mi oficio". Cómo se las arreglan ciertas frases para grabarse en la memoria, pensé, a medida que desempolvaba los viejos ejemplares que sobrevivieron a los trasteos y a las manos de los niños. ¿Cuántos cumpleaños habían pasado? ¿Cuántas historias, cuántos inventos, cuántos sueños?

Guiada por la necesidad de reconstruir el autorretrato de mi amigo, me fui detrás de aquel rastro de palabras. Y quiso la fortuna que, entre los pocos números de la revista Espantapájaros que conservo —en papel, aclaro, porque cada página sigue guardada en mi memoria—, apareciera el ejemplar número 11, fechado en 1992. Habían pasado 17 años desde aquella entrevista y habíamos cambiado de milenio, pero los rasgos esenciales del retrato se mantenían idénticos. Como solemos decir, casi siempre en tono adulador a quienes reencontramos después de muchos años, sentí la tentación de repetir la frase hecha: "pareces un retrato". Y no se trata de una simple anécdota ni de un dato aleatorio, porque una de las características que asocio con Triunfo Arciniegas es esa coherencia a toda prueba; esa envidiable claridad para saber qué es y qué no es, sin extraviarse en las trampas de la falsa popularidad ni de los trabajos por encargo. Aun en los momentos más difíciles, la terquedad de Triunfo, o quizás la fuerza de su nombre —pues nunca fue tan cierto que el nombre modifica lo nombrado—, lo ha hecho perseverar en el oficio de imaginador, sin concesiones ni imposturas.

Con la revista entre las manos, seguí leyendo sus palabras: "Quisiera volar de noche, tocar el saxofón y conocer París con una mujer. Soy Piscis y detesto los cumpleaños. Tengo infinidad de gustos: dibujar, escribir cartas, leer historias de amor, coleccionar libros y revistas, el jugo de mandarina, el chocolate con galletas, el ron con Coca Cola, la comida de mar. Me gusta perder el tiempo. Quisiera ser un gato". Pensé que quizás lo único que le había faltado en el inventario de gustos y deseos de esos años era su afición por la fotografía y, más exactamente, por las fotos de personas. O quizás no, pues otro rasgo de Triunfo es esa manera suya de ir por la vida, poco importa si lo hace armado de una cámara o de un lápiz, robando rostros y conversaciones y observando detalles de los que nadie se percata, hasta que luego salen a la luz. Es un peligro andar con él y es un peligro verlo tan callado, como esos niños que guardan silencio en el cuarto de al lado, pues su silencio "triunfal" suele ocultar alguna travesura. Recuerdo que una vez nos invitaron a almorzar a la casa de unos amigos en Coyoacán y Triunfo, cámara en mano, nos iba retratando. Yo, que suelo ponerme nerviosa con las fotos, no me di cuenta de que, entre plato y charla, él fue robándonos el alma. Tal vez es eso lo que hace con los niños de las veredas por las que viaja haciendo talleres de literatura y de teatro: les saca la expresión, les roba el alma.

"La exploración del alma", como él mismo la llama en el folleto de presentación de una muestra fotográfica de niños que hizo en 2007 y que saltó también, entre mi colección particular de objetos de Triunfo que atesoro, puede brindar algunas pistas para entender su arte poética: "La fotografía es memoria y encierra miles de palabras...", escribió. "De pronto olvidamos la máscara, la pose, el artificio, y en una foto se nos escapa el alma. Alguien nos sorprende con una lágrima a punto de escapar, con los ojos al borde del abismo, visitando los cuartos de la vida cerrados para siempre". En esos cuartos de la vida por los que Triunfo Arciniegas merodea como un gato, apenas sin ser visto, se oculta el material de sus historias. Alguna vez me confesó que aprendió a escribir diálogos por física necesidad vital, pues era un niño extremadamente tímido. (Algo me dice que todavía lo es). Entonces quería saber cómo se las arreglaba la gente para tener conversaciones cotidianas y se sentaba a hurtadillas detrás de sus compañeros, tratando de robar esas palabras con las que todo el mundo llena horas enteras de charla intrascendente. Y así, copiando en un papel lo que decía la gente, descubrió la materia prima de la que están hechos también sus personajes. A veces pienso que Triunfo escribe con las orejas, pero no me refiero a un facilismo para hacer frases "sonoras y bonitas", sino de una sutil habilidad para captar matices con un oído fino, como escudriña rostros cuando anda con su cámara: "La foto es puro ojo. De nada sirve una cámara si no se tiene el ojo. Sigiloso y paciente, como el cocodrilo, espero que se olviden de la cámara. Espío y espero". Ojo avizor y oído atento: quizás es eso mismo lo que hace cuando escribe.

Sus libros son tantos que requieren un anaquel completo de la biblioteca. En la mía, están organizados por orden de estatura, pues hay desde libros para bebés, hasta otros que conviene mantener lejos del alcance de los niños. Aquí entre nos —y que no salga de estas páginas—, algo me dice que lo mejor de Triunfo Arciniegas aún está sin editar debidamente y que se oculta entre los pliegues de esa sonrisa suya, medio sonrisa y medio mueca, en la que no han reparado los editores, por esa manía de etiquetarlo en la categoría de "literatura infantil", que a tantos nos resulta tan difícil traspasar. Quizás es esa mueca la que captan los niños y la que le agradecen, pues él los trata como "gente", y no como las tiernas criaturitas que han fabricado los adultos. De nuevo, sus palabras ayudan a ilustrarlo: "Si bien en algunas tomas los niños enfrentan la cámara y se saben observados, en otras atrapo a hurtadillas el instante, la puerta entreabierta a otros mundos, el rastro que dejan los ángeles cuando nos visitan". Yo añadiría que no sólo de ángeles están pobladas sus ficciones, sino que más de un demonio se oculta detrás de esas "puertas entreabiertas a otros mundos" que ofrece Triunfo a los adultos y a los niños. Y pienso que la edad es un dato irrelevante para él, pues todo indica que escribe para esa categoría de gente que responde a un vocablo más flexible y más liberador: el de lectores.

De vez en cuando me da por mirar las palabras y los dibujos puestos por Triunfo en las dedicatorias de los libros que me ha regalado y, aunque sospecho que a todas sus amigas les escribe las frases perfectas para hacerlas sentir tan únicas como esa rosa que cuidaba el principito en su planeta, me resulta inevitable ceder a los encantamientos de este imaginador, como si fuera una de las Mujeres muertas de amor de sus "cuentos para adultos". Ahora mismo, desde mi mesa de trabajo, evoco el ritmo incierto que marca sus apariciones y el ritmo también impredecible de sus desapariciones, y me pregunto en dónde andará: si está sumido entre la niebla de Pamplona, si está de viaje en Buenos Aires, o si tropezaré con él en alguna feria del libro, vaya uno a saber en qué lugar. Tal vez cuando aparezca me contará, como hace siempre, que estuvo viviendo en un pueblo de México o la Pampa, con una mujer que lo albergó unos meses. Y aunque confieso que jamás he sabido bien qué creerle, mi única certeza es que, en esa bisagra entre ficción y realidad, nos la hemos apañado para inventar una complicidad extraña que nos ayuda a compartir las preguntas y los fantasmas de este oficio solitario. Me gusta verlo llegar, como si fuera un marinero, trayendo mil historias que amarra como las cuentas de un collar hecho con piedras de sitios remotos, y siempre con un libro nuevo bajo el brazo, que vuelve a regalarme y me vuelve a dedicar. Y a pesar de que han pasado tantos años, a veces pienso que apenas lo conozco y a veces pienso exactamente lo contrario: con él, uno no sabe nunca a qué atenerse. Quizás, parodiando al mismo Triunfo, cabe la posibilidad de que me lo haya inventado. A fuerza de desconocerlo y de reconocerlo en lo que escribe, entre la magia y el silencio, cabe la posibilidad de que haya tenido que inventármelo para escribir este retrato.

Yolanda Reyes
Bogotá, mayo de 2009






lunes, 6 de diciembre de 2021

Los 6 colombianos nominados al Astrid Lindgren Memorial Award

Ivar Da Coll



Los 6 colombianos nominados 

al Astrid Lindgren Memorial Award

CRITERIO
22 de octubre de 2021

Autores, ilustradores y organizaciones promotoras de la lectura en Colombia podrían ganar el Astrid Lindgren Memorial Awarduno de los premios más importantes de literatura infantil y juvenil. El nombre del galardonado se conocerá en marzo. 

Cada año, desde 2003, el gobierno de Suecia premia con el Astrid Lindgren Memorial Award (ALMA) a una persona de todo el mundo que haya contribuido a promover la lectura infantil y juvenil. El afortunado puede ser un autor, un ilustrador o un promotor de lectura y desde entonces lo han ganado nombres como Katherine Paterson o Philip Pullman, y organizaciones como PRAESA, de Sudáfrica. 

Es, junto con el premio Hans Christian Andersen, uno de los galardones más importantes para la literatura infantil y juvenil en el mundo, por lo que estar nominado ya se considera un mérito muy grande.

Para la nueva edición del premio, cuyo ganador será anunciado en marzo de 2022, la organización publicó una lista de 282 nominados que vienen de 71 países diferentes. 6 de ellos son colombianos.

Entre los nominados nacionales al Astrid Lindgren Memorial Award hay dos autores muy reconocidos, un ilustrador y tres organizaciones que promueven la lectura. Estos son: 

Triunfo Arciniegas

Triunfo Arciniegas (autor)


Escritor nacido en Málaga (Santander), magister en Literatura por la Pontifica Universidad Javeriana y especialista en traducción por la Universidad de Pamplona. Escribe libros de cuento, libros álbum, novelas y obras de teatro enfocadas a un público infantil y juvenil. Algunas veces incluso hace las ilustraciones de sus propios libros. También ha escrito libros para adultos y tiene, en su haber, más de 50 libros publicados. Ha ganado el Premio Enka de Literatura Infantil, el premio Nacional de Literatura, el Premio Nacional de Dramaturgia para la Niñez y estuvo nominado al Premio Hans Christian Andersen en 2018.


viernes, 18 de septiembre de 2015

Los días del asombro / A manera de prólogo

 

LOS DÍAS DEL ASOMBRO
A MANERA DE PRÓLOGO

Nueve escritores colombianos recorren no sólo la geografía y la historia sino el viento y el alma de nueve ciudades colombianas. Han esculcado libros, han hablado con la gente, pero sobre todo han navegado en su propia sangre, en su propia memoria. Se trata de textos personales, de retratos amorosos e íntimos, firmes y definitivos, que conjugan espacio, tiempo y vida.
Los nueve escritores reunidos en este libro decidieron su vida en el país: toda una declaración de principios. Han ido y han vuelto, pero su casa es Colombia definitivamente. Aquí se quedan. Otra sería la mirada si sus días y sus noches sucedieran en otro país y en otra lengua.
La época nos hace, somos el fruto de la estadía que para bien o para mal nos correspondió en esta tierra de nadie. La geografía nos marca. El mar se respira y se adentra en los pulmones, las montañas permanecen dibujadas bajo la piel, el llano se expande como el mismo pecho. Ríos y venas se confunden, se conjugan, somos mirada y en cierta forma también somos paisaje. Somos el país. Porque un país, por encima de todo, es su propia gente.


Darío Jaramillo Agudelo, Alberto Salcedo Ramos, Triunfo Arciniegas, Pilar Lozano, Yolanda Reyes, Roberto Burgos Cantor, Jaime Echeverri, Juan Fernando Merino y Luis Fernando Macías han gozado y padecido la historia y presentan el testimonio de una época, de un país que sueña, que busca su acomodo. En su memoria, los salvajes días de la Conquista y la rapiña, la servidumbre de la Colonia, la sangre derramada en las guerras de la Independencia y en otras guerras descabelladas, y en su presente, tantos asuntos por resolver. Casi la mitad de los escritores se mantienen en los territorios de sus propios textos, y los demás a menudo regresan a sus calles y sus  aromas a saciar las ansias de la piel.
Después de leer la última página, podríamos cerrar los ojos y recorrer sin tropiezos los territorios dibujados, masticar las palabras que describen los días del asombro, oler las aromas de los distintos rincones de esta prodigiosa geografía y acariciar las texturas con la dulce certeza de tener al país al alcance de la mano.
Lento y mágico ha sido el proceso de esta Poética de las ciudades. Bello como un milagro, secreto como una raíz que busca la tierra más fértil. Y ahora que este libro se vuelve ajeno, ahora que sus hojas brotan iluminadas por las tinta, ojalá sea de todos y sean numerosos sus frutos.


Bogotá, 2015